22. In nomine Patris

Vaticano, 2019.

En los extensos pasillos de la antigua estructura romana el silencio era rey. Ocupaba el espacio un aparente coral que se prolongaba como un eco sagrado. Iba y venía desde todas las direcciones, sin un origen aparente. Solo fue contrastado por un retumbe casi profano de unos pasos apresurados.

—Sepa disculparnos por haberla llamado con tan poco tiempo de antelación, hermana —explicó el ordenado—. Espero el vuelo desde Rumania haya resultado por más cómodo y agradable.

—No debe de qué disculparse, obispo. Siempre es un honor para mí servir a la fe en que he sido ordenada.

—El cardenal Jean-Lous Becküller la espera en su despacho. Ya sabe cómo funciona esto, le dará todas las indicaciones.

El hombre extendió la mano hacia la manija y empujó. La puerta, pesada como un roble, se abrió con lentitud. El obispo la invitó a entrar con un ademán.

Sus pasos fueron lentos, casi cautelosos. Una vez terminó por ingresar, la puerta se cerró tras ella. El silencio imperó otra vez. Esperó en total paciencia y serenidad.

—¿Es hermosa, no lo cree?

Ella guardó silencio. Se mantuvo erguida en su postura.

El hombre de túnica negra se mantenía de espaldas a ella, con sus manos tras la cadera, sin despegar la vista del enorme ventanal de finos acabados por el que observaba la majestuosidad de la santa ciudad.

—Este lugar vive de su armonía, se mantiene de su fe. Todos ellos ignoran, pero nosotros no. Conocemos la verdad. Una verdad que bajo ninguna circunstancia debe salir de estas paredes. Ellos no están preparados... no aún, ni siquiera con su más reciente descubrimiento de la vida exterior tras la invasión. —Infló el pecho, subiendo aún más su cabeza—. Por eso nos corresponde a nosotros, protectores de la fe y guardianes del santo orden, velar por ellos, hasta que llegue el día por el que aguardamos.

—Y entonces, habrá paz —dijo finalmente la mujer.

El cardenal Becküller se giró. Mantenía en su rostro una mirada que infundía respeto. Medía lo suficiente para superar la prodigiosa altura de la mujer vestida de religiosa. Lo poco que se le podía ver del rostro a la monja era una tez joven y perfilada.

—Sor Letamus, bienvenida, hija —le dijo, extendiendo sus brazos a cada lado, luego le dio la bendición—. Por favor. —Indicó hacia las sillas.

—Cardenal Jean-Lous, me sorprendió su urgente llamado. Entiendo lo grave de la situación, por eso me trasladé desde la abadía cuanto antes.

—Siempre te caracterizaste por ser una mujer entregada a la labor, hija. Dios sea contigo en gratitud. Entiendo que las cosas en la abadía se... complicaron un poco. —Cruzó sus manos sobre la mesa, un anillo especial relucía entre sus dedos.

—El terreno estaba maldito. Ya no había nada qué rescatar de él... —Bajó la mirada—, una pena por tantos años de historia sagrada.

—La santificación del terreno evidentemente será ordenada. La sede no pretende dejarlo perder. Aunque, todo a su debido tiempo, por ahora... —Deslizó un archivo por la mesa.

Sor Letamus lo detuvo al llegar a ella. Abrió el expediente con cautela.

Arqueó una ceja con intriga.

—El Observatorio de Asuntos Extraoficiales detectó la anomalía recientemente —explicó el sacerdote—. ¿Ves la intensidad de los colores? Es oscura, demasiado oscura. Tenemos razones para creer que se trata de una de las aperturas más inusuales que se han registrado en mucho tiempo. No ocurría algo como eso desde mil novecientos ochenta y dos, la vez en que quien-tú-sabes se materializó en aquella mansión de Roma de la que no quedó registro alguno de su familia.

—Nunca había visto algo como esto.

—Sea lo que haya cruzado ese portal, ahora camina entre los hombres, representa un peligro profético.

—Y, al parecer, es una ella. —Detalló en la siguiente fotografía.

—Siguiendo la firma de oscuridad, el Observatorio logró obtener su ubicación actual.

—Roma.

El cardenal asintió.

—Desconocemos totalmente si se trata de un demonio en la tierra o un demonio en el cuerpo de un humano. Debe proceder conforme a la situación.

—Y entonces, ¿quién será mi compañero asignado en esta ocasión? —preguntó, cerrando la carpeta—. El expediente no registra otro cazador.

—Sé que usted conoce muy bien nuestros protocolos de siempre asistir en pareja a las misiones, pero, para esta ocasión, requerimos total discreción.

—Inusual... —Arqueó una ceja.

—La Congregación para la Doctrina de la Fe cree que podría tratarse del inicio de uno de los mayores movimientos demoniacos de los últimos tiempos, así como puede que estemos equivocados y sea algo mucho más inquietante que requiera la intervención de otro tipo de orden. —Se levantó—. Con Antón LeVioc tras la cazadora, esta misión solo le podía ser encomendada a alguien de su prestigio. Confiamos en que tendrá éxito. Dios la bendiga en esta encomienda, Sor Letamus.

La monja asintió.

Luce. Ordine. Sacramento.

—¡Atrápala! —exclamó Bobbly.

El duende lanzó el brazo hacia un lado del colorido jardín. El pequeño Dreccan dio pasos rápidos hacia el objetivo, sacudiendo sus alas negras por el prado para moverse, pero sin lograr alzar vuelo. Se detuvo al no ver el trozo esperado.

Bobbly soltó una risita divertida. Dreccan se giró y respondió con un agudo gruñido de molestia.

—Bobbly... —llamó Victoria.

—Está bien —murmuró por lo bajo—. Ten. —Extendió la mano.

Dreccan dio un salto hacia su brazo. De un solo bocado se comió el pequeño trozo de carne.

—No puedes engañarlo mientras lo entrenas. Dreccan necesita aprender que si hace caso obtendrá la recompensa. Además lucía molesto. No querrás hacerlo enfadar, little one.

—Bobbly lo entiende. No molestaré más a Dreccan.

El dragón ascendió en su caminar hacia el hombro del duende de cabello rojizo. Sacudía sus alas. Bobbly acercó su mano y le acarició con suavidad la cabeza, por más que la sentía rugosa.

—Ya es tiempo de traer de regreso a Sir James. ¿Prometes no molestar a Dreccan, pequeño?

—Bobbly lo promete.

—Bien, confiaré en ti. —Le sonrió—. Vuelvo en un momento.

Madame se levantó en dirección al lago. En medio de las aguas, James levitaba en completa paz. Ella se acercó en cautela. Su primer paso no se hundió en la cuenca, sino que una pequeña grada de energía escarlata aparecía conforme avanzaba. Se detuvo justo a dos metros de él y también tomó pose de meditación.

Cerró los ojos. Respiró la paz, el silencio. Sintió la vibración de energía a su alrededor y se dejó conducir a través de ella como un túnel fugaz. Durante todo ese tiempo solo se concentró en un nombre, la forma material de una persona que había dejado aquel mundo.

Poco a poco la fue envolviendo un frío intenso, producto de un gris lúgubre que cobraba mayor terreno en el vórtice por el que su espíritu se movía. De pronto el panorama cambió por completo.

Escuchó lamentos, quejidos, risas, perdidos. Todos pasaron por su lado a un ritmo demasiado fugaz para distinguirlos. Siguió enfocada, moviéndose a la rapidez de las estrellas.

Cuando abrió de nuevo los ojos, se encontraba frente a James.

—Llegaste. —La recibió él con una sonrisa esbozada.

—No lo dejaría, darling —correspondió con otra

—¿Cuánto ha pasado?

—Es tiempo de volver. Ha pasado un día completo en el Plano Astral. El hechizo que protege su cuerpo de ser tomado por otro espíritu pronto se desvanecerá y yo ya no podré protegerlo.

Mago asintió en conformidad. Extendió sus manos hacia ella. Victoria las tomó.

Ambos cerraron sus ojos y a la velocidad del pensamiento se desplazaron de regreso. El choque fue abrupto. Los sacudió, pero no les arrebató el equilibrio. Se mantuvieron sobre el lago sin caer en el agua.

Lo primero que los recibió fueron los gritos de Bobbly. El duende corría de un lado a otro mientras Dreccan lo perseguía por todo el jardín con gruñidos coléricos e intentos fallidos por escupir fuego.

James y Victoria solo pudieron reír.

Incredible! Y me prometió que no lo molestaría más.

—Supongo que una vez un duende travieso, nunca se deja de serlo —respondió Mago.

Levitaron de regreso a suelo firme. Victoria movió sus dedos con suavidad. El escarlata de su magia arrojó hacia Dreccan el pedazo de comida que Bobbly se había negado a darle.

—¡El amo Mago volvió! —lo recibió el duende—. Bobbly preparará un poco de té, ¡y galletas!

Dreccan también dio saltos hacia él. Se lanzó sobre sus manos, ascendió sobre su brazo hasta quedársele parado sobre el hombro.

—Al parecer no soy la única que se alegra en tenerlo de regreso —comentó Victoria—. Cuénteme, honey, ¿tuvo éxito en el viaje?

James amplió sus cejas en una expresión de inconformidad.

—No tanto como lo hubiera deseado —resopló con atisbos de decepción—. Por cierto, Seidkona te envía saludos.

—Qué amable de su parte. Al parecer sí había un poco de carisma debajo de toda esa amargura.

—También me encontré con una tú más mayor —recordó.

—Oh... espero no haya sucedido nada entre ambos, o me pondré muy celosa conmigo misma, si es que es eso posible.

Mago rio por lo bajo.

—¿Y bien, sir James? Pasemos directo a la parte importante.

—La mayoría de nuestros antecesores habían descartado hacía mucho tiempo la existencia del Darkrom luego de sus búsquedas sin fin —relató en su camino hacia la biblioteca—. Otros cuantos juraban que era un mito. En toda la historia, solo la sabiduría de un Universal aportó información realmente valiosa.

Mago tomó el libro de pasta negra del pedestal donde reposaba. Lo llevó hacia la mesa oval y lo observó fijamente.

—Además de nosotros, el Rey Salomón ha sido uno de los pocos en tenerlo en sus manos, y el único en toda la Orden capaz de entrar en sus páginas sin ser consumido por la Fuerza de la Oscuridad.

Hallelujah! —celebró Victoria.

—Lo que sigue no te va a gustar... dejó escritas las instrucciones en uno de sus grimorios.

—¿Y qué hay con eso? Podemos irlo a buscar entre los libros de Salomón que hay en el Templo.

James hizo una mueca.

—No está exactamente en este templo...

Madame suspiró mientras llevaba su mano a la frente.

—Está en ese templo, ¿verdad? El mismo templo que fue destruido hasta sus cimientos sin que quedara la más mínima evidencia arqueológica de su existencia. —James confirmó con un asentimiento—. Great! Ya no he de sorprenderme que esta misión esté en modo titán.

Mago Universal extendió sus manos, mientras una invocación al Ojo revelaba la imponencia del santuario judío en diferentes tiempos históricos.

—Por los registros bíblicos conocemos que el Templo de Jerusalén era uno de los más custodiados de todo el Oriente Próximo —contó James, mientras un mapa a escala real del templo aparecía—. Especialmente aquí. El Tabernáculo, era la zona más asegurada. —Señaló—. Será imposible acercarnos. Si queremos entrar y extraer el libro sin ser vistos, lo ideal sería hacerlo en un momento de tensión donde los guardias estén concentrados en defender el santuario, lo que nos dará tiempo de infiltrarnos en la biblioteca de Salomón.

—Solo se conocen unos pocos ataques. Podríamos valernos de alguno de ellos. Ojo Universal...

—Existieron algunas profanaciones menores de los reyes de Judá, pero calculo dos oportunidades mucho más exactas. Año novecientos veinticinco antes de Cristo, las tropas del Faraón Sisac saquearon el templo —explicó mientras las imágenes mostraban la batalla—. Dos, año quinientos ochenta y siete antes de Cristo, los babilonios asediaron por tercera vez a Jerusalén bajo la dirección del rey Nabucodonosor segundo.

—¡Esa! Es la ventana de oportunidad que buscamos —dijo Mago—. Luego de ahí, el templo es destruido y los tratados del Sabio Universal se pierden para siempre.

—Curiosa manera de visitar por primera vez en mi vida esas tierras —comentó Madame.

—¿Amo Mago? ¿Se supone que el Ojo haga eso? —Se giraron hacia Bobbly, recién entraba al salón con un carrito de merienda.

Siguieron el dedo del duende hacia la nueva visión que emergía entre las demás.

—Problemas en el presente... parece que nuestro asalto al templo tendrá que esperar.

Roma, 2019.

El retumbe de las campanadas de la basílica coincidían con la pronta caída del sol sobre la ciudad. Una alta mujer de cabellos negros se apartó en dirección contraria a la multitud. Su gabardina negra se meneó por el brusco movimiento del aire al cruzar por el callejón próximo.

Observó a izquierda y derecha antes de continuar, ajena a la mirada rastreadora de la monja que seguía sus pasos.

Roma se hacía más grande de lo que recordaba, con calles que no reconocía y edificaciones que juraba no existían. No perderse en la gran ciudad era todo un desafío, pero solo debía seguir las instrucciones que había conseguido y nada saldría mal.

No desviarse del camino.

Anduvo durante algunos minutos hasta detenerse en su destino.

«Roma Termini», leyó en el imponente letrero.

Agradeció en sus pensamientos haber llegado de una sola pieza. Aun así, el temor de lo desconocido le causaba escalofríos. Suspiró. Dio una última escaneada a su alrededor antes de continuar.

—Quiero un boleto a Irlanda —solicitó a la mujer del cubículo.

—¿Bromea? L'Irlanda è molto lejos da qui.

—Quiero un boleto a Irlanda —insistió.

—Si quiere llegar, dovrai que comprar alrededor de cinco boletos, y questo è mucho dinero.

—Quiero. Un. Boleto... —bufó, llenándose de ira. Acercó poco a poco su mano al interior de su gabardina.

—Yo lo pagaré —interrumpió una voz femenina tras ella.

La vendedora se encontró con la carismática sonrisa de una religiosa.

—Hermana, sei sicura? Eso es mucho dinero.

—Insisto. Por favor, véndame dos boletos a París. —Acercó el dinero a la ventanilla—. Estoy segura que una vez allí, a ella le será mucho más fácil llegar a su destino. —Le sonrió.

—Eso es más sensato —aceptó la vendedora.

—Gracias por la ayuda —expresó la mujer sin prestarle mucha emoción.

—No hay de qué, señorita...

—Mi nombre no importa.

—Wow. Así paga el diablo a quien bien le sirve —manifestó la mujer del cubículo mientras entregaba los boletos.

—En serio agradezco la ayuda, pero no estoy muy interesada en hacer amistades en este momento. —Tomó el boleto y se apartó.

Sor Letamus se mantuvo serena, observó los movimientos de la mujer y la siguió de lejos, tal como lo había hecho todo ese tiempo.

Llegado el momento de abordar, el número de asiento las reunió de nuevo. Cuando Sor Letamus se acercó a la cabina, la mujer hizo un resoplo.

—Parece que el destino nos junta una vez más —comentó la religiosa, tomando lugar con una posición recta.

—Sí, parece. —Sonrió de mala gana, cruzándose de brazos mientras se desplomaba en el asiento.

—¿Sabe? En algún momento de mi vida también fui enemiga del mundo. Está bien tener días malos, todos los tenemos. Lo importante es lo que haces con ese sentimiento. Tú eres la única que decide si dejas que te hunda o encuentras en él el camino para fortalecerte.

—¿Eso qué, se lo enseñaron en monasterio o lo sacó de la Biblia?

—En realidad, lo aprendí durante mi vida. —Tomó el crucifijo que colgaba de su collar y lo acarició, casi como un reflejo—. No siempre mis días fueron luz, usted no me lo está preguntando, pero cuando tenía tan solo diez años fui víctima de una posesión demoniaca en Turín. Mi vida después de eso fue... oscura. Las experiencias, lo que vives y percibes después de eso... cuesta superarlo.

—Eso... suena terrible. —Se removió en su asiento.

—Hubo momentos donde deseé terminar con ese sufrimiento, con esos acechos constantes de la oscuridad —relató, bajando la mirada—. Tuve la opción de quitarme la vida en algunas ocasiones, pero no lo hice. ¿Sabe por qué?

La misteriosa mujer se mantuvo en silencio. No lo decía con sus palabras, pero respondía con su mirada.

—Porque si permitía dejarme caer en lo profundo, entonces la oscuridad en mí hubiera ganado. En cambio, me esforcé en dominar ese miedo, hacerle ver que nunca lograría volver a poseerme. Me tracé la meta de ser su adversario más formidable, trabajé por ello, y, ahora, nunca más podrá controlarme, porque soy todo lo contrario a lo que representa.

—Inspirador. —Pasó la vista al paisaje de la ventana, cruzándose de brazos.

—¿Y qué hay de usted? ¿Busca un nuevo comienzo en Irlanda?

—Algo así.

—Una mujer de pocas palabras por lo que veo. Tome esto. —Llevó la mano a su bolso y tomó un crucifijo de plata. La mujer lo vio con un ligero estremecimiento—. La protegerá, a donde sea que vaya.

—No soy una mujer religiosa. —Se apartó sin tocarlo.

—Insisto. Tan fácil como rezar un nomine patri, et filii, spiritus sancti...

—Suficiente. —Se levantó, inquieta—. Por favor. Agradezco que se esté preocupando por mí, pero lo único que quiero ahora es un poco de tranquilidad.

La pelinegra abandonó el vagón. El gesto en Sor Letamus cambió a una sonrisa ladeada, casi maliciosa. Solo observó.

La mujer encontró silencio y paz en la última sección del tren.

Mantenía sus manos en la correa que unía su gabardina. Sus dedos se movían, nerviosos, y su pierna bailaba en inquietud.

Tomó aire, cerró sus ojos y respiró profundo.

—Tú puedes hacerlo —murmuró para sí misma—. Domina el miedo... —Se desabrochó la gabardina y la dejó a un lado. Su cuerpo delgado y curvado quedó al descubierto. Vestía toda de negro y ceñida al cuerpo. Camisa sin mangas, cinturón, pantalón ajustado, altas botas. En uno de sus costados guardaba un cuchillo y en otro colgaba una larga rama torcida.

»Hazle ver que nunca logrará poseerte. —Respiró profundo—. Sé su adversario más formidable. —Relajó su espalda—. Trabaja por ello. Nunca podrá controlarte. Eres todo lo contrario a lo que representa.

Dejando escapar una larga bocanada de aire, un par de gigantescas alas de murciélago se desplegaron.

—Lo hice... lo logré —comentó con una sonrisa.

—Sorprendente hazaña, pero no para mí —escuchó una voz familiar tras ella que borró su sonrisa—. De seguro te será de utilidad de regreso en el Infierno, demonio.

Se giró poco a poco. Era la monja, otra vez, sostenía el mismo crucifijo, pero había algo diferente en ella. Era su expresión inquisidora, su voz fría y su mirada profunda.

—Hermana... no es lo que parece. —Sus alas volvieron a plegarse. Intentó calmarla con el alto manifestado en sus manos.

—Sé exactamente qué es lo que parece —contestó con severidad—. Uno de tus hermanos estuvo dentro de mi mente. Jugó con mi alma. —Comenzó a acercarse, sin bajar el crucifijo. La mujer retrocedió los mismos pasos que la religiosa avanzó—. Era solo una niña indefensa que tuvo que aprender por las malas a defenderse de la oscuridad. Hoy no ganarás esta batalla. Te deportaré de regreso al Infierno. Regna terrae, cantata Deo, psallite Cernunnos!

—¡Hermana, deténgase! No va a funcionar.

Regna terrae, cantata Dea psallite Aradia! Caeli Deus, Deus terrae!

Llegaba al final del tren. Estaba acorralada.

No había escapatoria.

Humiliter majestati gloriae tuae supplicamus.

Maldijo por lo bajo. Su única opción fue tomar la rama que colgaba de su cinturón y apuntó hacia el techo. De ella disparó una bola de oscuridad que estalló el metal.

La fuerza con la que entró el aire apartó abruptamente a Sor Letamus, pero también le dio la oportunidad a la mujer de impulsarse con su magia hacia la cima del vagón.

Corrió con dificultad por el estrecho del vehículo en movimiento. Un giro sorpresivo en las vías la expulsó de base, pero logró sostenerse de una baranda. Con el aire en contra, se impulsó de regreso, solo para llevarse una gran sorpresa.

Sor Letamus corría tras ella con una sorprendente agilidad.

—Demonios...

Emprendió una carrera por su vida. La velocidad, el viento y el movimiento como enemigos le hacían difícil mantenerse en pie. Le aterraba en sobremanera que su perseguidora se moviera con tanta facilidad.

Entonces, la situación se tornó peor.

El sonido de un disparo la alertó. Se giró por un instante, Sor Letamus disparaba dos pistolas en su contra.

—Mierda.

Extendió su varita al frente. La magia en ella centelleó con dificultad algunas chispas.

Insistió de nuevo. Rogaba que funcionara. Un pequeño portal se abrió por fin frente a ella. Lo atravesó en segundos. Sus botas se arrastraron por los tejados de un paraje desconocido en un intento por frenarse a sí misma. En aquel lugar la noche ya había alcanzado su punto máximo.

El portal se cerraba. Por un momento se sintió a salvo. Respiró aliviada.

Para su sorpresa, desde el otro lado, Sor Letamus disparó un gancho que se clavó en la torre cercana. Le permitió cruzar antes de que se desvaneciera.

La religiosa aterrizó con firmeza. Las aberturas en su túnica y sus botas de combate eran lo que le permitía moverse con agilidad.

—¿Pero a qué clase de demencial monasterio asististe? —inquirió.

—Ríndete ahora mismo. No tienes escapatoria. —Apuntó directo al objetivo.

La mujer maldijo por lo bajo. La carrera por su vida recién comenzaba.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top