17. El fuego de la libertad (Parte 1)
Krimson Hill ardía en caos. Centros operativos, cuarteles, armerías, edificios gubernamentales, todos se encontraban ahora enterrados bajo escombros, pero no importaba. Desde el comienzo, La Resistencia era consciente de que la libertad demandaba un precio demasiado alto, y eso incluía destruirlo todo para reconstruir en una nueva era, de paz, libertad y justicia.
No importaban ya las alarmas de toque de queda retumbando por las calles, no importaban ya las amenazas de los castigos. Luego de muchos años, La O.R.D.E.N. finalmente era vulnerada, era todo lo que necesitaban los habitantes de Krimson Hill para recuperar la esperanza.
O eso creían.
En el momento menos esperado, aprovechándose de las centrales derribadas y estar fuera del alcance tecnológico de Binaria, las señales de transmisión sintonizaron todas un mismo escudo que el mundo tenía decenios de no ver, pero que provocó en ellos un sinfín de emociones: el del Escuadrón de Héroes. Y tras unos segundos, un viejo héroe surcó las pantallas de los aterrados habitantes.
Vincent Hardy se mantuvo tan serio como pocas veces recordaba haberlo hecho en su larga vida. Si algo había sido obligado a aprender en los últimos tiempos, era a apagar su sonrisa.
—Gente de Krimson Hill, les habla su héroe, Vigilante. Entiendo que se puedan sentir confundidos, temerosos de lo que pueda suceder y desorientados por los ataques a lo largo de la ciudad. Yo les diré lo que La Orden no hará. En este momento, se libra una batalla, quizá la batalla más grande que alguna vez vio nuestra ciudad desde los oscuros tiempos de Rampage, y el régimen va perdiendo. Durante años La Orden nos ha mantenido sujetos a sus leyes tiranas y a su opresión, pero hoy su dominio en nuestra ciudad está llegando a su fin. Mientras hablo, un grupo de valientes héroes lucha por erradicar los últimos vestigios del régimen en nuestra ciudad.
Al tiempo en que la señal se reproducía por todo Krimson Hill, los trenes se detuvieron al final del camino. Uno a uno se fueron abriendo para dar paso a La Resistencia Vigilante entera, comandados por Supernova, Dakota, Madame y Mago Universal. Las últimas paredes que los dividían de cumplir su destino eran las entradas subterráneas.
Todos cruzaron sus miradas, nerviosos, pero más decidido que nunca. Era la batalla de sus vidas.
»Pero aún la guerra no ha sido ganada. Por eso estoy aquí, para enviarles un mensaje: la lucha no terminará hasta que el último de ustedes se levante a recuperar lo que nos arrebataron hace tantos años: la esperanza, porque si se quedan cruzados de brazos y gobernados por el terror, entonces ellos han ganado. Gente de Krimson Hill, hoy no les hablaré más como Vigilante, el héroe de la ciudad, sino como Vincent Hardy, un ciudadano al igual que ustedes que ha visto de cerca los horrores de este gobierno y ha decidido levantarse para gritar basta ya. ¡Levántense! Tomen a su hermano, a sus padres y a sus vecinos y salgan a defender lo que es nuestro. Krimson Hill, hoy será un ejemplo para el mundo entero, como una ciudad en libertad. Les demostraremos que cuando la tiranía es ley, la revolución es orden.
Tan pronto como la transmisión se cortó, en los habitantes de Krimson Hill emergió el mismo sentir, y poco a poco, su presencia se notó en las calles. Al principio fueron pocos, pero con sus conciudadanos encontrándose en cada esquina, masas de personas se formaron, tan grandes como para dejar de pasar desapercibidas. Los edificios dejaban de ser prisiones, cada uno salía con lo que tenía a la mano, dispuestos a luchar como un mismo pueblo. Y así, la revolución creció. Calle a calle, avenida a avenida, barrio a barrio, la ciudad entera clamaba entre gritos y saqueos la caída del régimen.
Entonces la esperanza no fue un sentimiento, se convirtió en ley.
Fueron la fuerza que llenó de valor al equipo de asalto que salía de los túneles hacia la zona derrumbada.
—Conocen las órdenes, si alguien ha quedado vivo, disparen, hasta el último de ellos —ordenó la Comandante Hardy—. No daremos marcha atrás hasta ver la cabeza del gobernador aplastada por los escombros.
Un potente «sí, señora» militarizado retumbó por las paredes. James no dejaba de asombrarse por la misma rudeza en sus palabras y la misma fuerza arrolladora en su carácter. Era Carol Hardy, la Comandante de La Resistencia, pero, aunque en ese punto del espacio-tiempo ella ya no existiera, para él, era Cassiopeia Nox hablando.
Por un instante se imaginó yendo a la guerra junto a su vieja compañera. Sonrió con nostalgia por ello.
—No importa que ya no esté, Cass está viva en su interior —comentó Mago por lo bajo.
El ejército terminó de desplegarse, encontrándose con el campo de guerra que los esperaba. Los recibió el retumbe de un grupo de helicópteros. El capitolio había caído por completo e incontables cadáveres se confundían entre las ruinas, pero un considerable número de soldados de élite aún se mantenía de pie, con la zona rodeada. Los vigilantes abrieron fuego con sus metrallas, y los siguientes minutos un fuerte olor a pólvora se extendió con el emerger de nubes de ceniza. La Resistencia ganaba terreno con gran rapidez gracias a la precisión, el refuerzo de las balas en sus tiros y las bombas corvynianas a su disposición.
—Los helicópteros no son de guerra, son de transporte —reconoció Supernova, descendiendo junto a los demás luego del reconocimiento aéreo, a tiempo para que Madame Universal los protegiera del fuego cruzado con un escudo escarlata.
—Vienen por los funcionarios, deben haber sobrevivientes. No en vano estos soldados protegen con sus vidas las ruinas del capitolio —contestó Dakota.
—Hay que llegar a los helicópteros y volarlos antes de que toquen tierra —sugirió Mago—. Supernova y yo podemos abrirnos paso entre el campo de batalla, los demás, Victoria abrirá un portal que los acerque a los restos, encuentren a los gobernantes.
—God. Parece que habrá que hacer un cambio de planes. —Indicó Madame hacia el frente, donde un portal oscuro se extendía en medio.
La primera en salir de él fue Sue Máxima con una mirada fría. A su derecha, emergió una mujer de cabello azabache suelto, con una máscara que le cubría gran parte de la boca, su atuendo negro era en cuero y escaso: largas botas que ascendían hasta por debajo de su falda alta y un sujetador desde el busto hasta el cuello, dejando a la vista su fuerte abdomen; el cuero compartía espacio con aleaciones de metal como la tiara, braceras, rodilleras. Madame la reconoció de inmediato como la mujer a la que llamaban Amazona. Por lo marcado de sus músculos no dejaba de parecerle imponente.
—Mataron a una de las nuestras, ahora lo pagarán con su vida —amenazó Amazona, filtrando su voz ruda a través de la máscara.
—Así que ahora les duele una perdida, ja —rio Dakota—. Irónico, ¿no? Ustedes han matado a miles. Ahora saben lo que se siente perder a los que quieres.
—No es amor, Comandante Robbins, es lealtad —otra voz los volvió al portal, donde un hombre de largo cabello blanco y barba salió levitando con sus manos tras la cadera. Mantuvo un gesto amenazante mientras sus botas chocaban de regreso a la tierra. También iba de negro, vestido como un auténtico maestro, con un saco de acabados dorados por encima que simbolizaban los elementos, este descendía por adelante y atrás como cintas—. Y somos leales a los nuestros. Ojo por ojos. Hoy todos morirán.
—Elementor —recordó Mago.
—Y no habrá tiempo a donde puedan huir, porque los encontraremos, y segundos de sufrimiento se convertirán en siglos de tortura para ustedes.
La voz provino del último Pacificador: Kronstop. Salió del portal a paso lento, esbozando una sádica sonrisa. Iba todo cubierto de negro y su rostro lo ocultaba gran parte de la capucha de su traje. En el pecho portaba el símbolo de un reloj de arena roto.
—No amenaces con el tiempo al hombre que lo protege —replicó Mago—. Puede que controles la Dimensión Zero, pero no tienes poder para cambiar los eventos históricos.
—Hombre fuera de época, vienes a morir justo como tus antiguos compañeros héroes. —Amazona desenfundó una espada de su cinturón.
—No, estoy aquí para hacer justicia por sus nombres.
—Den la vuelta. Ahora —demandó Supernova, rígida—. Regresen a lamer las botas de los amos que sirven. La Orden ya no tiene control sobre Krimson Hill. Toda su infraestructura está en ruinas y lo que queda de su ejército está siendo masacrado por nuestras tropas.
Sue Máxima contestó con una infantil e impostada risa demencial.
—Estrellita, estrellita, olvidas quién es la que tiene el control del Darkrom aquí. —La Señora de la Oscuridad levantó su mano derecha, y desde lo lejano del cielo retumbó por la calle el grito atroz de un ejército alado de bestias oscuras.
Los rebeldes los recibieron con disparos, pero necesitaban una gran descarga de municiones para infligirles un real daño. Las bestias, en cambio, descendían en picada para raptar a los vigilantes que corrieron en busca de refugio. En medio del campo eran presa fácil de sus nuevos cazadores, solo con el brutal agarre de sus patas, eran capaces de arrancarles la cabeza con todo y médula espinal.
—¡¿Dónde lo tienes?! —gritó Mago—. El Darkrom se va conmigo.
—Ven a buscarlo debajo de mi sombrero.
Sue Máxima y Elementor dispararon primero. La magia y el fuego se mezclaron en una potente descarga de poder en contra del hechicero, pero fue retenida por la oportuna barrera invocada por James. En ese momento ambos bandos saltaron uno contra el otro en una brutal explosión de poder.
El potente puño de Amazona siguió de largo en cuanto Dakota dio un mortal hacia atrás para esquivarla, terminando por hundir su puño entre los escombros. Hubiera dolido, pero para ella fue como un cosquilleo. Lo único que reflejó en su mirada fue impotencia por no acertar a la primera. Supernova contestó a la ofensiva con un destello de energía, que corrió por sus brazos en una onda de luz y terminó por salir expulsada de sus dedos cual explosión.
Amazona simplemente cruzó sus brazos en forma de x y retrocedió unos cuantos pasos por la potencia de la energía, pero ni una quemadura le había provocado.
—Ya maté una Supernova, estoy deseando agregar una segunda a mi lista —escupió con una mirada sínica. No les permitió ver más allá de su máscara, pero estaban seguras que, por debajo de ella, Amazona sonreía sádica.
Carol no respondió, pero el comentario le había dolido lo suficiente para hacer que su sangre hirviera en energía dorada. Primero brillaron sus ojos, luego alrededor de su cuerpo se reflejó un aura luminosa con la cual voló en contra de su némesis. Amazona se le abalanzó en respuesta, y ambas chocaron en un forcejeo nivelado. Se mantuvieron en la pugna unos segundos, cada una aplicando su mayor fuerza para superar a la otra, hasta que Amazona entendió que ninguna lograría pasar, así que simplemente estrelló su cabeza contra la de Carol, apartándola de sí brutalmente.
Carol bramó con dolor. Un golpeteo se intensificó en cadena, era jaqueca. Amazona había golpeado con tanta crudeza que los acabados de su tiara se habían marcado en la frente de la comandante. No le dio tiempo de recuperarse, y le lanzó una patada que la terminó de derrumbar.
Para Supernova hubiera sido preferible golpear de lleno contra el concreto antes de haber sido interceptada de nuevo por Amazona. La Pacificadora le rodeó un brazo por el torso antes de que terminara de caer y la levantó como si fuera un cinturón dorado de boxeo. Sobre ellas volaron Mago Universal y Sue Máxima a toda velocidad, disparándose mortales rayos mágicos que retumbaban como una tormenta en su punto más alto.
Amazona descargó su fuerza arrojando a Carol fuera de su alcance. Luego desenvainó la espada de su cinturón, deseosa de atravesarla de lado a lado, cuando Dakota se lanzó sobre ella con ambas piernas extendidas, haciendo que la espada cayera de sus manos. Amazona se giró hacia la felina con una mirada asesina. Comenzó a lanzarle puños uno tras otro, apenas dándole el tiempo de esquivarlos con sus ágiles tácticas.
Amazona podía ser fuerte, pero lo pesado de sus músculos hacía que sus movimientos fueran lentos, fue la ventaja que obtuvo Dakota para mantenerse en pie. La aruñó una vez en el brazo, luego en la pierna, y aunque la sangre brotó, las heridas parecían no detenerla. Después se deslizó a través de sus piernas y llegó al otro lado, desde donde con un salto enredó sus pies en el cuello de la mujer aplicándole una llave. Dakota lanzó sus garras de nuevo, esa vez al rostro, pero Amazona la detuvo con sus firmes manos. Ella le ejercía presión en las muñecas, Dakota en el cuello. La gran diferencia entre ambas, es que fue Dakota quien sintió los huesos de sus brazos a punto de romperse.
Aún manteniéndola prisionera de su agarre, Amazona le clavó sus codos en los costados, debilitándola lo suficiente para sacársela de encima. Dakota chocó de espalda con el suelo, donde Amazona le enredó una de sus piernas alrededor del cuello. En pocos segundos los pulmones de la mujer canela se fueron vaciando, provocándole una tos seca en busca de aire.
—Quería matar primero a la falsa Supernova, pero no puedo negar mi gusto culposo por ver la sangre de Los Renegados —comentó con malicia.
Justo en ese instante, Supernova cayó sobre ella con toda la potencia de su poder. La mantuvo prisionera de sus puños hasta hacerla estrellarse con las ruinas de un edificio en el otro extremo. El impacto de ambas provocó una sacudida por lo que quedaba de la estructura. Los ojos de Supernova ardían en fuego dorado y, con sus manos bañadas en luz, dio un puñetazo de gancho a Amazona, volteándole el rostro al otro lado, para luego volver a regresárselo con uno más de su brazo izquierdo. Cada golpe hundió más a la titánica mujer entre el asfalto. Supernova unió sus puños en el aire y los descendió luego en una explosión de poder, terminándola por enterrar en el suelo, pero fue el último golpe el determinante. Carol se impulsó hacia atrás con su vuelo mientras extendía sus brazos, y, concentrando toda su energía, le disparó un megarayo luminoso.
—Comandante. —Dakota cayó de un salto en la capota de un auto viejo—. Gracias, un segundo más y no estaría viva.
—La Resistencia ya ha tenido suficientes bajas, Comandante —respondió mientras descendía un poco en su vuelo—. No me permitiría perderte a ti también.
Un ruido tronante las regresó al cráter causado por la batalla, Amazona expulsaba las rocas que habían caído sobre sí.
—No jodas, la hija de puta se está levantando —murmuró Carol.
Dakota expandió sus garras con una mirada severa.
—Acabemos con ella.
Hacia el este del campo de guerra, el tiempo giraba lento en comparación con los rápidos movimientos de Kronstop. Sus destrezas en combate estaban moliendo a golpes la lentitud bajo la que se hallaba prisionera Victoria Pembroke. Él tuvo la ventaja, hasta que sintió una perturbación en el aire, Madame Universal estaba entrando a la Dimensión Zero.
—Bienvenida a mi mundo —la recibió Kronstop con los brazos extendidos—. Aquí yo soy el único soberano.
—¿Ah, sí? Ya he estado antes aquí, sir. Desde antes de que naciera en el laboratorio donde lo crearon. Para mí es como estar en casa. —Sonrió, con sus manos irradiando magia—. Ahora veamos qué tanta suerte tiene igualando las condiciones de juego.
Unos metros de distancia, el suelo temblaba con vigor. Elementor daba un pisotón, y de la tierra emergían rocas tan grandes como él. Luego les lanzaba un golpe, y estas volaban contra James. El Hechicero Universal ya tenía suficiente en su encuentro mágico contra la autoproclamada Señora de la Oscuridad, pero aún así lograba desviar oportunamente las rocas con ávidos hechizos de levitación. Las manos de Mago iban y venía de un lado a otro, pero la intensidad de los ataques de los Pacificadores era cada vez mayor, obligándolo a usar el doscientos por ciento de su capacidad.
—Arbmu oicav —conjuró Máxima, disparándole una gigantesca bola de oscuridad que ardía como ácido.
Con el azul centelleando en sus ojos, Mago se alzó por los aires, donde juntó ambas manos para contraatacar con una potente cadena de rayos mágicos. Sue Máxima levantó una barrera y la mantuvo con esfuerzo. Por primera vez en muchos años, Máxima se enfrentaba a un digno rival que pusiera a prueba su poder mágico, y por poco estaba sobreviviendo. Con toda la fuerza que Mago aplicaba en su magia, el escudo hubiera sido roto, de no ser porque, del otro lado, Elementor juntó dos de sus dedos y levantó su mano al aire. Las nubes no tardaron en juntarse sobre él, le enviaron una frenética descarga que canalizó a través de su mano libre. James Jerom tuvo que separar una de sus manos y dirigirla hacia el otro extremo, en un escudo que contenía la furia de su adversario, mientras que, con la otra, dirigía su ataque a la hechicera.
—¡Vamos, Universal! ¿Es todo lo que tienes? —gritó Elementor, aumentando cada vez más la presión de los relámpagos—. Creí que el más grande hechicero de nuestro mundo sería imparable.
Elementor hubiera deseado no haber dicho aquello.
De los costados de Mago nacieron dos brazos más. En ellos invocó un par de sellos que fijaron su objetivo en Elementor y Sue Máxima. En los siguientes segundos fueron envueltos por sellos rúnicos que bloquearon sus poderes. Así, las dos manos ocupadas de Mago se encargaron de girar en perfecta coordinación mientras que sus extremidades mágicas desaparecían. Como consecuencia, Elementor y Máxima fueron enviados abruptamente hacia el cielo, donde ambos sellos se convirtieron en un orbe de fuerza. Por los movimientos del hechicero, los pacificadores giraron una y otra vez como un trompo, golpeándose el uno contra el otro, hasta que Mago bateó sus manos, y fueron arrojados como una pelota de beisbol hacia un grupo de soldados de La Orden, provocando una inminente explosión mágica.
—Home run —celebró en medio de su respiración agitada.
Los ecos de la explosión sacudieron la escena de lucha entre Madame Universal y Kronstop. Victoria tuvo que empujarse con su propia magia unos metros hacia adelante para no ser alcanzada, pero, para su contrincante, fue como si ya hubiera estado ahí. Kronstop se había adelantado y ya la esperaba en el nuevo lugar que definiría su ferviente batalla. Victoria no reparó en esperar que él atacara primero; con sus ojos brillosos de energía escarlata, disparó un proyectil mágico, y Kronstop lo recibió de pecho, siendo aventado por el suelo. Luego otro le cayó, arrastrándolo por el suelo. Uno tercero lo estrelló contra una gran roca caída de Elementor y uno cuarto lo hizo fragmentarla en pedazos. El traje del hombre de negro ya se encontraba brutalmente rasgado; su cuerpo, suelto en un sangrado de gravedad.
Por último, Madame atrajo hacia ella un cúmulo de rocas, todas diferentes en tamaños y formas. Estas giraron a su alrededor como las órbitas de un átomo, para luego ser arrojadas una tras otra contra Kronstop. Lo golpearon una tras otra hasta que quedó enterrado bajo ellas. Lo último que se escuchó fue un suspiro prolongado, como cuando un alma abandonada el cuerpo.
Pero Victoria no previó que durante todo ese tiempo, un reloj de energía verde alumbró en su brazo.
El tiempo retrocedió ajeno para el mundo, pero en un plan fríamente calculado por Kronstop. Y ahí se encontró una vez más, cara a cara con su enemiga.
El exterior se movió en cámara lenta. Las explosiones y los disparos entre los bandos frenaron su velocidad. Puño contra puño y bestia contra soldado, todos permanecieron en un estado cuasi suspendido. El primer proyectil que arrojó Madame voló lento. Él, con sus manos tras la cadera y una postura firme, solo giró un poco su torso, haciendo que el ataque siguiera otro curso.
Vio el paso del proyectil mágico con una sonrisa triunfante.
Una explosión retumbó tras él en completa lentitud, mientras el segundo golpe venía. Se movió hacia el otro lado, y también lo esquivó. Con un nuevo estallido resonando, los dos últimos fueron lanzados. Kronstop agachó su cuerpo y dio una vuelta para esquivar el último.
Madame bramó por lo bajo mientras atraía hacia ella la acumulación de rocas. Luego de que giraran a su alrededor, las aventó con toda la fuerza de su magia hacia Kronstop. Él, conocedor de lo que sucedería, se impulsó con una viga derrumbada y dio un gran salto, cayendo encima de la primera roca. A través de ella caminó sobre las demás en rápidos movimientos, hasta llegar al otro extremo, desde donde descendió con el puño extendido.
El golpe dio directo en el rostro de Victoria, tan fuerte que la derribó.
—Plonker! —espetó, limpiándose la sangre que salía de su nariz—. A una dama no se le toca ni con el pétalo de una rosa.
—No me sentiré culpable de golpearte. —Rio, sínico en su sonrisa—. No soy un caballero.
—Pero yo sí.
Desde atrás, James manipuló las barras de acero de los escombros, se movieron cuales serpientes y apresaron a Kronstop por brazos y piernas. Mago redujo los sellos en sus manos con un movimiento, y el metal retorció a Kronstop, enredándolo como un pretzel.
El hombre gritó con dolor, y una vez Mago hubo terminado su hechizo, él permaneció prisionero de los hierros, incapaz de liberarse. Victoria estuvo por agradecerle, cuando una de las bestias aladas de Sue Máxima descendió contra James. Madame evitó el ataque a su amado al atravesar a la criatura con otro hierro, evaporándola en un estallido de oscuridad tal como las demás invocaciones del libro.
—Hay que encontrar el Darkrom cuanto antes —insistió Mago con atisbos de sorpresa.
—Concuerdo, darling. Terminemos con esto de una vez por todas. El único problema es que Sue Máxima lo ha escondido en alguna parte.
—Y creo que está justo debajo de nosotros —murmuró, acurrucándose a tantear el suelo—. Percibo una poderosa fuerza de oscuridad venir del subterráneo, y no es precisamente por las criaturas.
—Sue Máxima debía tener alguna especie de fuerte bajo el capitolio. Hay que bajar y encontrarlo.
Se dispusieron con un asentimiento a provocar un hoyo en la tierra, cuando junto a ellos descendió de espaldas una de las bestias aladas, con Dakota forcejeando sobre ella. El impacto desintegró a la criatura en una nube de oscuridad de la que la heroína renegada salió tosiendo.
—Puf —bramó con asco—. Y yo que creía que Wendigo tenía mal aliento.
Del otro lado, el aplastante sonido de la batalla mano a mano entre Amazona y Supernova los sobresaltó.
—Vayan por el Darkrom —declaró la felina—. Estoy segura de que podremos mantener a Amazona ocupada un buen tiempo.
—Espera... parece que habrá un cambio de planes —acotó Mago, centrando su vista al norte—. Allá, los soldados escoltan a alguien hacia los helicópteros.
—Maldición. Es el gobernador —reconoció Dakota—. ¿Por qué las cucarachas siempre sobreviven? Si sube al helicóptero, regresará con La Orden, no podemos permitirlo.
—Alguno de nosotros puede llevarte hasta el otro lado —dijo Victoria—. Estoy segura de que Sir James podrá ocuparse él solo del Darkrom.
—No. Que ustedes encuentren el libro es la prioridad —insistió Dakota—. Supernova puede llevarme y hacer explotar los helicópteros en cuestión de segundos, pero está ocupada con Amazona.
—Déjamela a mí. —Mago tronó su cuello a cada lado y luego usó su magia para que los hierros tomaron a Amazona por los brazos como si fueran látigos.
Fue la oportunidad que aprovechó Supernova para lanzarle un puño cargado de magia hacia el abdomen.
—Ve con Dakota —avisó James—. Hay un cambio en la estrategia.
Carol asintió. Se impulsó con su vuelo de regreso a la Comandante Robbins.
—Libérame de esta abominación y verás lo que puedo hacer contigo —expresó la fuerte mujer.
—Sería un gran error permitirte hacer eso.
—Pelea con tus propias manos, cobarde.
—Con gusto.
Con su mano derecha brillando en magia, James dio un puñetazo hacia el rostro de Amazona, destruyendo la máscara que le ocultaba la boca. Mago retrocedió con horror al detallarle una fea cicatriz desde el centro de sus cachetes, se le intensificaba en los costados de los labios.
—¿Asustado, Universal?
—He visto monstruos mucho peores.
—Qué curioso. —Rio con diversión—. Deberías reconocerla. Después de todo, fuiste tú quien me la hizo. Mi piel siempre ha sido inquebrantable, pero fue sorprendente para mí enterarme de lo que un hombre dolido puede hacer con dagas de colmillo de dragón.
—No... —negó, estupefacto, retrocediendo—. Yo jamás haría algo así.
—No te culpo. Después de lo que le hice a tu querida Camille Delacroix, yo también hubiera hecho lo mismo. —Esbozó una sonrisa psicópata que maximizó sus cicatrices.
La expresión en Mago se tornó impotente, quiso responder, pero la tierra tembló bajo él. Cuando menos lo esperó, Elementor emergió de un hoyo en el suelo y le dio un puñetazo con su mano cubierta de roca. Mago cayó de lleno contra el suelo, mientras Amazona estalló los hierros con sus brazos.
—He sobrevivido durante siglos en este planeta a catástrofes mucho más grandes, ¿qué te hizo creer que eso acabaría conmigo? —preguntó Elementor, envolviéndolo en un lazo de aire con el que lo lanzó a una pila de rocas.
James gimoteó con dolor. Intentó poner un pie arriba, pero Amazona lo regresó de golpe con una patada. El grueso de las rocas tronó contra los huesos de su espalda. La mujer lo sujetó del cuello y lo levantó sin esfuerzo.
—Intenta pronunciar tus hechizos ahora que te arranque la cabeza. —Amplió una gran sonrisa en su rostro cicatrizado.
Mago dejó de concentrar sus esfuerzos en recuperar el aire perdido. En cambio, centelleó sus ojos en energía, y de ellos lanzó un disparo contra el rostro de la gigante. Cuando Amazona retrocedió, la capa azul de Mago la envolvió por uno de sus brazos y, con una de sus manos resplandeciendo en magia, la apartó de encima con un puñetazo.
No logró terminar de exhalar una gran cantidad de aire, cuando Elementor lo recibió con una explosión de llamas proveniente de su aliento de dragón, a la que respondió con un giro de sus manos con el que retuvo el fuego.
—Osrevni otnemele —conjuró en susurro.
En sus manos, el fuego inició una transformación gélida que se regresó hacia el origen, cubriendo toda fuente de calor bajo gruesas capas de hielo. Al final, Elementor quedó convertido en una estatua helada. La sensación climatizada lo relajó un poco, recordándole por un instante a su fría Bogotá. Con su puño golpeó suavemente la expresión furiosa del hombre.
—Eso te mantendrá ocupado un rato, cascarrabias.
Cuando se giró, Amazona había desaparecido. La buscó entre el campo de batalla, pero más allá de los soldados de ambos bandos combatiendo, solo vio que Sue Máxima luchaba contra Madame Universal.
Sonrió al ver a su chica patéandole el trasero. Victoria tenía a Máxima contra las rocas, prisionera de un poderoso látigo mágico, mientras que, con una de sus piernas ejerciéndole presión en el abdomen, la interrogaba.
—¡¿Dónde tiene el Darkrom?! —gritó Victoria con rudeza—. ¿Está bajo las catacumbas?
—Ja-jamás lo confesaré —pronunció con dificultad.
Victoria ejerció mayor presión, reduciéndole el tamaño de la soga. Sue Máxima intentó reír entre ahogos.
—Las torturas de papi son mucho peores —buscó la fuerza para murmurar.
—Estoy harta de escucharte hablar sobre tu padre.
Victoria liberó una de sus manos para presionarla contra la sien de la joven; a través de sus dedos se filtró una gran cantidad de magia que la adormeció. Cuando deshizo el látigo, Máxima cayó inconsciente bajo sus pies.
En su trayecto hacia Madame, James Jerom notó cómo las bestias voladoras comenzaban a desaparecer entre estallidos de oscuridad, permitiéndole al ejército rebelde continuar en su paso hacia el capitolio. Cuando terminó de encontrarse con ella y vio hacia el suelo, entonces supo por qué.
—¿Confesó algo? —le preguntó Mago.
—En su mirada lo dijo todo —dijo con una sonrisa orgullosa—. El Darkrom está bajo tierra.
—Vamos por él.
Mago originó un gran sello de energía bajo ellos. Con una mano tomó a Victoria.
—¿Lista para un viajecito, linda?
—Con usted, handsome, hasta el fin del mundo. —Sonrió.
James impulsó su mano libre hacia abajo, hundiendo la tierra a toda velocidad como una plataforma. Aterrizaron en un túnel que conducía al antiguo capitolio. La única luz en el camino fue la que se colaba por el enorme hoyo por donde habían entrado, tuvieron que crear bolas de magia con sus manos para avanzar.
—Sin duda es por aquí, la energía oscura se hace más fuerte —dijo Victoria.
—Será la que nos guiará hasta el libro —contestó mientras avanzaban.
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