12. Universales vs. Zombis
—¡Zombis! —gritó Madame, liberando una onda de energía escarlata que derribó a los muertos vivientes agrupándose a su alrededor.
Las manos de Mago centellearon en magia azul y, con un puñetazo de gancho cargado de su poderosa energía, lanzó a volar al primero que le saltó encima. Al segundo lo apartó de sí con otro golpe, pero pronto volvieron a levantarse lentamente.
Madame tomó su vestido para poder lanzar una patada al pecho del que tenía en frente, sin embargo dos más corrían hacia ella. Azotó su mano libre contra el aire y al tenderla a su enemigo próximo, se formó un látigo de energía que lo tomó por el cuello y le permitió arrojarlo contra el otro.
James invocó un escudo portable en su muñeca. Tres más amenazaban con lanzársele encima, los llamó a seguir con sus dedos, y entonces los derribó usando el escudo como arma. Luego se abrió paso en el campo cual jugador de fútbol americano, embistiéndolos violentamente con el primer roce.
Victoria se alzó en el aire, donde tuvo mayor rango visual de la catastrófica magnitud de su problema. Vio con temor que el número de caminantes cada vez era mayor, no entendía de dónde salían, la bruma aún cubría gran parte de las calles, pero de algo sí estaba segura: no se rendiría, cual fuera la cantidad estaba dispuesta a combatirlos hasta su último aliento, por eso sus manos se incendiaron en magia y comenzó a arrojar gigantescas bolas de energía que al caer al suelo provocaban potentes explosiones.
Con el escarlata estallando a su alrededor en un espectáculo de luces y sesos, Mago notó que el número de enemigos disminuía poco a poco. Esa vez tomó el escudo y lo arrojó como si fuera un disco, uno a uno fueron cayendo decapitados hasta que volvió a él, cuando algo mucho más alarmante lo estremeció.
—¡Victoria! —gritó James, los muertos habían alcanzado la altura de Madame al escabullirse por el edificio más cercano y saltar sobre ella.
Mago disparó un violento rayo que lo regresó de vuelta a la construcción, donde derribó a todos a su paso.
—A su espalda, darling. —Aventó a otro. Luego aterrizó junto a él, observando el tétrico panorama que se cernía en la calle de pesadilla—. ¿Y bien, honey, tiene algún as bajo la manga para acabar con estas repugnantes cosas?
—Si algo es lo suficientemente capaz de detener a los zombis, son las plantas. Asonenev ardeih —conjuró Mago en susurro, y del suelo emergieron frenéticas enredaderas que apresaron a un grupo de criaturas a su alrededor.
—Y el hielo y el fuego —agregó, tendiendo las manos—. Oleih y ogeuf. —De cada brazo expulsó los elementos opuestos, congelándolos por un lado e incinerándolos por el otro.
Y sin que lo esperaran, alguien más se sumó a la contienda. Doctor Universal ascendió por escalones de energía verde que aparecían uno tras otro, usaba su bastón dorado como arma para disparar voluminosas ráfagas de su poder que los terminaron de dispersar. Al llegar al punto más alto, el cetro resplandeció como un faro, y los últimos en pie fueron derribados.
—Dante —susurró Madame.
—Si esta vez no estás aquí para secuestrarme, entonces vengan conmigo —contestó con su voz filtrándose frívola a través de la máscara. Rasgó el aire con una grieta provocada por su bastón—. Esto es Messina ahora, la ciudad está podrida hasta sus cimientos. Habrán más de donde esos vinieron, el único sitio seguro es el Templo.
—No lo puedo creer... están levantándose otra vez —avisó Mago.
—Entonces no tenemos mucho tiempo —concluyó, distante, mientras atravesaba el portal.
Mago y Madame se giraron a su alrededor. Por más que lo quisieran, no existía escapatoria alguna para aquellas almas perdidas por la yersinia sinistra pestilenza. Resignados, cruzaron sus miradas y se asintieron entre sí antes de entrar. El escenario cambió a una biblioteca del Templo Universal carente de semejanzas a la que recordaban. Todo el salón estaba repleto de libros abiertos empolvados, frascos de elixires y brebajes regados que resplandecían en tonos radioactivos, el olor no era agradable en lo absoluto, producto de las hierbas que, junto a las pócimas, se mezclaban en un fárrago de sensaciones pútridas.
—Qué le sucedió a este lugar —se aventuró a preguntar Mago.
Lo único que se escuchó de parte de Doctor Universal fue un largo suspiro. Luego se arrebató la máscara, dejando ver a un hombre curtido de ceniza y canas inconexas en su cabellera revuelta.
—Fallé, eso sucedió —respondió, derrotado, mientras arrojaba su máscara y sombrero contra una de las mesas—. Soy una decepción para la Orden, el mayor fracaso de los Universales. De no haberme sacado de ese monasterio mi vida hubiese sido mucho mejor, pero me regresaste a ese maldito orfanato de monjas donde mi vida solo fue miserable.
—Dante, no... yo solo... —intentó remediar Victoria.
—¿Qué hacen aquí? —cortó, cruzándose de brazos.
—Solo hemos venido a ayudar —respondió James—. A detener el virus, a Pestilencia, a ayudarte a ti a...
—No. No quiero su ayuda. No quiero su misericordia. Solo quiero que se larguen de mi tiempo de una vez por todas para poder terminar de sumirme en mi miseria. Italia pronto estará perdida, y más vale que se hagan la idea de que el resto del continente lo estará también. No hay salvación para mi pueblo, Mago, y no hay salvación para mí por este caos.
—Dante, escúchanos... —pidió Madame.
—Escuchen, si están aquí para convencerme de que aún hay oportunidad para mí, pierden su tiempo. ¡Miren este lugar! —Extendió sus manos—. ¡Lo intenté todo! Recurrí a todos los hechizos que estuvieron a mi alcance. Nada funcionó. No pude prevenir que esto pasara. ¡No pude evitar que la Corte Morpheus provocara la Peste Negra! Y aún vencido, di mi máximo esfuerzo por curar a tantos enfermos como fueran posibles, pero entonces... Pestilencia llegó. —Sus ojos se aguaron con derrota—. Vi cientas de vidas perecer ante mí. ¡Por poco caigo en la tentación de pactar con la oscuridad! ¿Y eso a dónde me llevó? Al borde del abismo, a casi perder lo poco a lo que aún me aferraba... mi humanidad. Fue ahí cuando me pregunté: ¿realmente esto vale todo el sufrimiento?
—Entiendo por lo que estás pasando —respondió Mago—. ¿A caso crees que eres el único que ha tenido que pasar por situaciones como estas? ¡La historia está repleta de desaciertos de Universales que te demostrarán lo contrario! No somos perfectos, pero lo que nos hace ser los héroes que somos, es levantarnos sin importar cuán hondo hayamos caído. No es en las victorias donde se forja nuestro carácter, sino en las derrotas, porque es cuando demostramos que, pase lo que pase, estamos dispuestos a dar hasta nuestro último aliento por salvar este mundo.
Doctor Universal respiró hondo.
—Estaré en el bar. Quédense aquí el tiempo que quieran, son bienvenidos siempre y cuando no me molesten.
Dante abandonó la biblioteca, sumiendo el ambiente en un silencio tétrico. Había sido una amenaza.
El hombre inhalaba profundo, alcanzaba el placentero éxtasis de su victoria, solo soltaba el suspiro cuando sentía que necesitaba volver a saborear el aroma pútrido que como una cadena de almas danzantes vagaba hacia el vórtice saliente de su nuevo dominio. Barón Ekkovrish celebraba con una copa rebosante de su vino personal. Pero no era un vino de tonos añejos, era energía pura y verdosa, cosechada del haz de muerte que cada día era mayor en el paraje.
—Qué cree que hace, Barón —cuestionó una voz amenazante en las sombras.
Pestilencia se giró con ligero estremecimiento. La voz provenía de un reflejo en el espejo profano de la pared, donde solo una silueta oscura era reconocible.
—Celebrando la inminente victoria, señor. Mi virus se está propagando a una escala imparable y Doctor Universal ya no es un problema, cada vez son más la muertes que alimentan el vórtice, pronto...
—No lo liberé de mi reino para celebrar —cuestionó con severidad—. Lo liberé para alterar.
—Y es justo lo que ha sucedido —respondió, firme en su postura—. Tal como lo prometí, la línea temporal nunca había visto una amenaza más catastrófica para el futuro.
—Su ambición es admirable, Barón. Ha sido uno de los más determinados, ¿pero cuánto más durará su reinado con James Jerom y Victoria Pembroke en mil trescientos cincuenta?
—¿Los Universales están aquí? —preguntó con rencor destilado en cada palabra.
—Y ya sabe lo que eso significa.
Pestilencia quebró la copa entre sus manos.
—Exterminar la amenaza.
En la figura del espejo retumbó una risa diabólica, pero modesta y refinada.
—No me falle, Barón, conoce muy bien el destino de los derrotados.
Aunque Barón Ekkovrish se mostró fuerte, no pudo evitar sentir un escalofrío recorrerle todo el cuerpo. Un nudo se formó en su garganta, que solo logró disimular pasando saliva. Bien era sabido que quienes eran devueltos, recibían un castigo peor que la muerte.
—No lo haré, milord.
Sin nada más que agregar, la silueta se difuminó, regresando el vidrio a su estado natural. Y entonces, Pestilencia temió. Temió letalmente no dar lo suficiente para cumplir su misión. Sus manos se empuñaban en torno al borde de una lujosa silla, una vena en su frente se inflaba una y otra vez por la impotencia mientras la amenaza se replicaba cual bucle en sus pensamientos. Furioso, arrojó el mueble por el ventanal, desordenando los mechones de su larga cabellera negra.
—No me vencerán. Van a morir antes de si quiera llegar a mí —se prometió, con sus ojos poseyéndose de un verde mortífero, mientras atraía hacia él su grimorio maldito—. Odnum etse ed serotcetorp sol a nayurtsed sodicaner soviv sol y —susurró a voz viva, con la energía oscura fluyendo en su cuerpo—, orclupes le ne etnemua etreum al ed airuf al.
El haz de energía sobre la mansión produjo un aumento singular en su brillo, extendiéndose en lo más alto como un pulso siniestro que amenazó con desatar el apocalipsis. Los deseos de Barón Ekkovrish empezaron a convertirse en realidad cuando contempló desde el roto en el ventanal el resurgir de sus creaciones. Los cuerpos pútridos que flotaban en la mortandad del río bajo el puente que conectaba a la mansión comenzaron a emerger, y junto a los cadáveres que se levantaban, siguieron el camino ordenado por el hechizo.
—Dante no va a cooperar. No importa lo que digamos, está determinado en su postura —alegó Mago, frenando los planes de Madame de persuadirlo—. Así que si queremos detener a Pestilencia antes de que su virus se siga expandiendo, será mejor comenzar a hacernos la idea de que estamos solos en esto.
—Y mucho menos entrará en razón si lo escucha de mí, no tenía idea de que solucionar la dicotomía temporal lo haría crecer con tal desprecio, pero por más que odie admitirlo, lo comprendo. La vida no ha sido muy grata con él.
—Yo no pienso justificarlo. Dante sabe lo que hay en juego si Pestilencia gana. Mago Universal no es de los que se quedan al margen, y mientras esté en este tiempo, haré todo lo que esté a mi alcance por detener el apocalipsis.
—Sabe que cuenta conmigo, sir James. —Asintió—. Ahora, ¿algún plan para detenerlo?
—Por el bien de todos, espero que tengan uno pronto —habló el Ojo Universal, materializándose frente a ellos como un holograma mágico de Monje Universal—. Pestilencia ha movido su ficha final, un ejército de muertos vivientes está rodeando el Templo en estos momentos. —Mientras hablaba, imágenes del ejército de zombis llegando al bosque se proyectaban ante ellos.
—¿Qué? —cuestionó Madame—. Eso más que un ejército, solo nosotros dos no seremos suficientes para acabar con todos ellos y salir vivos para ir tras Pestilencia.
—No, pero juntos sí —escucharon a Doctor Universal tras de ellos, sorprendiéndolos—. Estuve reflexionando en lo que han dicho, no voy a permitir que la culpa que me consume termine por acabar con todo lo que los Universales hemos luchado durante siglos. He tocado lo más oscuro del fondo, pero no pienso seguir girando en lo profundo, voy a luchar.
En Madame se formó una pequeña sonrisa de orgullo. Le asintió en acuerdo.
—Sabía que tomaría la decisión correcta, sir Dante. Nunca perdí mi esperanza en usted —dijo mientras se le acercaba—. Ahora, demuéstrele a Barón Ekkovrish y a la Corte Morpheus cuánto se equivocaron al creer que usted sería vencido. Demuéstreles la fuerza de la Orden de los Universales y hágales saber que la oscuridad nunca, nunca, gobernará este mundo. Usted conoce mejor que nadie esta situación, es su batalla, James y yo estamos dispuestos a seguirlo.
Doctor Universal pasó su mirada al gesto determinante de Mago Universal, quien confirmó su disposición con un asentimiento.
—Lucharemos hasta el final —aseguró James—. Ahora, ¿cómo sugieres que debemos proceder?
—El vórtice mortífero, ese debe ser nuestro objetivo —explicó Dante—. Es la energía que mantiene fortalecido a Pestilencia, acabamos con el hilo, y su reinado se acaba. Quedará debilitado y podremos regresarlo de donde nunca debió escapar.
—¿Y qué hay de los zombis? —preguntó Madame.
—¿Los qué?
—Los muertes vivientes —contestó James—. ¿Cómo los detenemos?
—Durante años he trabajado en una cura para revertir los efectos de la yersinia pestis, logré curar a muchas personas, pero comenzó la yersinia sinistra pestilenza y todo cambió, mi medicina ya no tenía efecto. La naturaleza del virus de Pestilencia lo hace una fuerza completamente desconocida e inestable.
—Si la yersinia sinistra pestilenza es una versión mucho más poderosa de la yersinia pestis, entonces comparten células huéspedes en común. Si de alguna forma se ataca la plaga de Barón Ekkovrish y se consigue separar las biomoléculas infectadas, entonces la naturaleza del virus provocará una reacción en cadena que lo eliminará por completo.
—La cura de la yersinia pestis es la clave, Dante —apoyó Victoria—. Es la puerta para llegar a la solución que buscamos. La pregunta es: ¿cree poder tenerla pronto?
Dante permaneció en silencio.
—Sinceramente, no lo sé. No tenemos mucho tiempo. —Doctor Universal observó a las proyecciones del Ojo, los zombis eran desintegrados por el escudo que rodeaba el Templo, pero estaba seguro de que en cualquier momento la barrera se vendría abajo—. Seguiría sin ser suficiente para curarlos a todos.
—A no ser que busquemos una fuerza expansiva lo suficientemente potente para que la cura se propague con rapidez —habló Mago.
—El vórtice —susurró Doctor—. Para Pestilencia funciona como la fuerza que le lleva hasta su castillo la energía mortífera, si logramos hacer que el haz vaya en sentido contrario, la cura se extendería de la misma forma en que se liberó el virus. Messina estaría libre de... zombis.
—That's right —dijo Madame—. Y si tenemos éxito, no solo sería la cura para la sinistra pestilenza, la Peste Negra también sería erradicada de Eurasia eventualmente, Doctor.
—Entonces que así sea —acotó, golpeando el suelo con su cetro; en él resplandeció una luz, y el escudo alrededor del Templo fue reforzado—. Trabajaré en la cura, ustedes hagan todo lo posible por debilitar a Ekkovrish hasta que la tenga lista.
Mago asintió, dispuesto a luchar.
—Creo en usted, sir, y sé que podrá hacerlo —sostuvo Madame—. Demuestre por qué lleva el nombre de Doctor Universal.
Dante asintió con firmeza, determinado a dar todo de sí.
—El castillo de Pestilencia no está muy lejos de aquí. —El reflejo del Ojo cambió a la ubicación—. Les he indicado el camino. Buena suerte.
—Tenemos una misión, ahora a detener a la plaga mayor —aseveró Mago, teletransportándose junto a Madame en un estallido de magia azul.
El hechizo los llevó al tétrico pantano donde todo se había originado. Lo primero que llamó su atención fue ver a Barón Ekkovrish de espalda a ellos, frente al voluminoso hilo del vórtice, con sus manos extendidas a cada lado. Respiraba la muerte con fascinación, alimentándose del caos provocado por su plaga.
—¡Pestilencia! —gritó Mago.
Barón Ekkovrish abrió los ojos con desdén. Se giró impaciente hacia sus inesperados invitados.
—Pestilencia es un nombre descortés y atrevido —respondió mientras llevaba sus manos tras la cadera—. Soy Barón Ekkovrish, es más apropiado, pero no pretendo que seres de su casta comprendan el significado de la clase.
—Pero qué palabras más insolentes pronuncia, Barón —alegó Madame—. Alguien como usted claramente carece de clase. ¿Qué tipo de enfermo mental provoca tanto daño a la humanidad y pretende ser tratado con respeto?
—La humanidad es la enfermedad. Yo me encargaré de diezmarla como la plaga que es.
—Obtendrá lo único que merece. —Los ojos de Madame se tornaron escarlata—: violencia y polvo.
—Argh —bramó, irritado—. Su insolencia me enferma. Debieron haber muerto ya.
—Para desdicha de ti y de todos los que vengan, estaremos vivos por mucho tiempo —replicó Mago.
—No cuando acabe con ustedes, peste Universal.
—¿Es curioso, sabes? Porque la única plaga aquí, eres tú.
Pestilencia lanzó un grito, y, embargado por la cólera batió sus manos contra ellos, lanzándoles potentes rayos de energía. Mago y Madame respondieron con un escudo conjunto, un gran sello que los cubrió a ambos, pero que por la impetuosa brutalidad de Barón Ekkovrish lo hacía retroceder como si intentaran retener a una bestia.
—¡Su magia está fuera de control! —exclamó Madame, esforzándose en mantener el escudo—. ¡El vórtice lo ha fortalecido demasiado!
—Su fuerza es la muerte, pero la nuestra es la vida. —Mago avanzó, con sus ojos resplandeciendo en azul como refuerzo para el hechizo—. Y, juntos, le enseñaremos que es la magia más poderosa de todas.
Madame asintió, forzando el camino junto a él. Cada paso aumentó su magia, así el escudo fue algo más, se convirtió en una fuerza de repulsión que comenzó a generar rayos de contraataque hacia el enemigo, hasta que la energía mágica contenida fue tanta que eclosionó en un potente estallido. Los tres fueron embestidos por el pulso mágico, pero la fuerza de Ekkovrish era tal, que tuvo la sagacidad de girar en el aire y caer de pie, deslizando lo pesado de sus botas en la hojarasca, desde donde empuñó sus manos y atrapó a los Universales en puños mágicos. Su agarre fue firme, entre más empuñaba, los hechiceros más sentían sus músculos ser comprimidos.
—Nuremoh —gimió Victoria.
Un bate mágico se formó en el trayecto a Pestilencia, mas él consiguió frenarlo con su mano antes de que lo golpeara, provocando que liberara a James. Mago levitó antes de caer de lleno en el suelo, le dio un giro a sus manos, y por obra de su magia el Barón giró también abruptamente. Mientras Victoria era absuelta del agarre, Mago lo embistió con un proyectil mágico que lo envió directo al lago del pantano.
Pestilencia, sin embargo, logró contener el proyectil en el trayecto y, poco antes de caer en las aguas ácidas, se mantuvo en el aire, desde donde convirtió la magia de Mago en una respuesta mucho más feroz. Madame y Mago tuvieron que volar para no ser alcanzados por la impetuosidad del ataque.
El humo en la biblioteca ascendía el techo, producto del burbujeante brebaje que hervía en el caldero. Doctor Universal trabajaba sin cansancio. Se detuvo un momento de revolver para secar el sudor con la manga de su traje. La presión era alta, en sus hombros caía la salvación no solo de su pueblo, sino el futuro del mundo entero. Con otra añadidura a la mezcla, el líquido radioactivo alzó una llamarada verde que lo sobresaltó.
—Los escudos se debilitan —informó la proyección de Monje Universal—. Pronto los muertos vivientes alcanzarán el Templo.
—Activa maniobras ofensivas. Necesito un poco más de tiempo. Y Ojo... libera a Xinok.
Monje asintió antes de desaparecer. Dante levitó hacia él dos frascos más y un par de ingredientes verdes. Continuó mezclándolos con el tiempo en su contra.
Afuera, entre el cántico de muerte retumbó un eco siniestro. Una ventana lo suficientemente grande para que un gigante pasara se abrió en medio del escudo. Xinok salió por él con sus cuatros brazos golpeándose entre sí como preparación, cada paso que daba hacía temblar el suelo, lo que llamó por completo la atención de las legiones de zombis.
De pronto, el rumbo cambió hacia el gigante, quien por la magia del Ojo Universal fue multiplicado en un escuadrón de quince como él. También de lo profundo de la tierra emergieron frenéticas raíces que se levantaron en contra del ejército y de las diferentes torres del Templo fueron disparadas cadenas de rayos.
Los ecos de la batalla llegaban de vuelta a la biblioteca, donde el último ingrediente mezclado desprendió una potente onda que apartó unos pasos a Doctor Universal del caldero.
—Finalmente... después de tanto tiempo, está listo —reconoció con una sonrisa incrédula.
Barón Ekkovrish levitaba, firme en su temple, con sus dos manos tras la cadera, de pronto meneó una de ellas, y por el resplandor de su magia un árbol fue arrancado del suelo para volar en contra de Mago. Él respondió formando una línea de energía que, al arrojarla como defensa, partió el tronco a la mitad; luego tendió los brazos a cada lado y, envolviendo los pedazos en un aura azul, los lanzó de regresó a Pestilencia.
El villano seguía inmutable, esperó que los trozos se aproximaran lo más cerca para detenerlos con tan solo extender la palma, entonces con otro movimiento los regresó a Mago a una velocidad arrolladora, por lo que James tuvo que levitarse a sí mismo en un salto mortal hacia atrás. Cuando las botas de Mago se hundieron en el prado, contraatacó inmediatamente con rápidas centellas mágicas, pero Pestilencia solo tuvo que mover su brazo en otra dirección.
Los ataques de Mago cambiaron de rumbo a Madame, quien los frenó formando un muro de plasma.
Pestilencia se mantenía triunfante desde al aire, con cada minuto que pasaba el haz de energía mortífera seguía creciendo en grosor.
«Solo un poco más», pensó Mago, al tiempo en que múltiples copias suyas se prolongaban como reflejos alrededor de Barón Ekkovrish y, juntos, lo tomaban con látigos mágicos por sus extremidades.
—Por Dante. ¡Atnemrot noisluper! —hechizó Madame, y una descomunal fuerza invisible embistió a Barón a lo profundo del lago, donde se sumergió entre el mar de ácido y azufre.
—¿Estás bien? —le preguntó Mago al reagruparse, ambos lucían agotados.
—Más agitada de lo normal, honey, pero puedo con ello.
—Sellemos el lago y hagamos que se vaya de cabeza por donde vino.
—No podría estar más encantada con tal propuesta.
Las manos de ambos se iluminaron, pero justo cuando se acercaron al lago, empezó a burbujear con fuerza. De él emergió Barón Ekkovrish, pero ya no era el mismo hombre de antes, el ácido y la putrefacción maldita de lo profundo habían hecho estragos en su cuerpo. Por todos los brazos y parte del pecho se veía su piel quemada y agresivos agujeros destilantes de sangre, pero lo más amorfo de su nuevo aspecto, fue su rostro desfigurado en el que solo era reconocible una mirada asesina.
Los ojos de Pestilencia se incendiaron en magia, llamando hacia él la energía del vórtice, que, como una batería, lo alimentó.
—Oh, oh —susurró Madame.
De pronto Pestilencia voló hacia ellos a la velocidad del pensamiento. Con un puñetazo apartó abruptamente a Victoria, mientras que con la otra tomó a Mago del cuello y, alzándolo como si fuera de papel, lo enterró en la tierra.
—Voy a acabar con ustedes, uno por uno. —Unió inmediatamente sus puños y de un golpe de martillo lo hundió varios metros bajo tierra.
Madame intentó ponerse de pie, pero el golpe la había afectado más de lo que esperaba. Sentía todo a su alrededor dar vueltas y cada músculo de su cuerpo mortalmente magullado. Apoyó sus brazos en el suelo y trastabilló en su levantar, sin importarle la sangre destilando de su nariz, cuando Barón Ekkovrish volvió frente a ella y le apretó el cuello con su fuerza descomunal. Pronto los pies de Madame protestaron al ser separados del suelo, su respiración se dificultó y la palidez se apoderó de su rostro.
—Últimas palabras, Universal.
—Pu-pu —balbuceó entre murmullos ahogados—, dre-te.
Pestilencia bramó, apretando con mayor fuerza. Su mano libre centelleante de magia amenazó con segar la vida de Madame, pero una sonrisa se esbozó con dificultad en el rostro de la británica.
—¡¿Qué es tan divertido?!
—¡Tu final! —contestó Dante desde el otro extremo, y con el elixir de la cura anclado a su cetro, atacó la columna de muerte, corrompiendo la energía verde con una mancha traslúcida, casi imperceptible, pero que con gran rapidez se propagó por el vórtice e hizo que su curso cambiara.
—¡Nooo!
Cuando Pestilencia reaccionó, su velocidad se redujo gradualmente hasta que desapareció de él y lo dejó abandonado cerca del final del trayecto, desde donde Doctor Universal lo derribó con un rayo certero. El hechicero aterrizó frente a él y le dio un golpe al mentón con su bastón, terminando por debilitarlo.
Madame se incorporó poco a poco, cuando justo a su lado se teletransportó un abatido James Jerom, recubierto de tierra, con una de sus manos sujetando su propio pecho. Los Universales se acercaron a presenciar la batalla en la que Doctor Universal se postuló ganador. Dante caminó al límite del lago, donde recitando un clamor arcano, clavó su cetro en la tierra; el verde se tornó entonces oscuro y en el centro del lago el agua turbia y morada al girar como un torbellino.
Barón Ekkovrish aún sacaba fuerzas de lo profundo para levantarse.
—Juntos —habló Mago, compartiendo un asentimiento con Victoria.
Tomándose de las manos, dispararon una ráfaga de energía que amenazó a Pestilencia con lanzarlo por el abismo, pero el hombre resistía.
—Su fuerza es la muerte, pero la nuestra es la vida —recordó Mago.
—Y, juntos, le enseñaremos que es la magia más poderosa de todas —complementó Madame.
La magia de ambos alimentó el rayo y Pestilencia finalmente fue arrojado a lo profundo, donde las violentas olas de oscuridad lo arrastraron. Así, Doctor Universal apartó el cetro y la energía oscura abandonó sus ojos.
Los Universales cayeron en el prado, exhaustos. La batalla había terminado, pero no estaría ganada hasta que el último de los infectados fuera sanado, por eso, luego del enfrentamiento, regresaron al Templo Universal de Doctor Universal, donde, recuperados y descansados, se reagruparon en la biblioteca.
—Ojo Universal, comprueba el estado de la línea temporal —pidió Mago.
—La línea temporal está segura —contestó el Ojo—. No existen más rastros de la yersinia sinistra pestilenza, ha desaparecido por completo de Messina, y la yersinia pestis también comienza a ser erradicada gradualmente de Eurasia. Con el virus propagándose en el aire a este paso, desaparecerá tal como debe ser, en mil trescientos cincuenta y tres.
—A eso le llamo una victoria, tal como yo —celebró Madame.
—Aún no para mí —respondió Doctor, captando la atención de ambos—. El virus de Pestilencia fue curado, pero el de la Corte Morpheus aún no desaparece por completo. —Tomó su sombrero y su máscara de pájaro y se vistió con ellos—. Y mientras haya enfermos que sanar, tengo trabajo por hacer. Suficiente de esconderme y culparme por el pasado, es tiempo de actuar, de continuar, de volver a ser el héroe que este mundo necesita.
Madame sonrió con orgullo hacia Mago, y él, correspondiendo, le asintió en acuerdo.
—Bien dicho, Doctor. Es bueno tenerlo de regreso —habló James.
Dimensión Oscura.
Un coro de muerte y dolor retumbó por las paredes, la sonata de medianoche preferida a los oídos del hombre que, oculto en las sombras del despacho, coronaba el suntuoso sillón donde bebía vino sangre de su cáliz. Del otro lado, envueltos en las sombras, otros aguardaban.
—Así que —retumbó una voz ostentosa e hipnótica—, desean volver a la Tierra. —Rio por lo bajo—. He enviado de mis mejores fichas, y aún así han fallado —comentó mientras derribaba una pequeña figura de Barón Ekkovrish de un gigantesco tablero de ajedrez sobre su escritorio, en el que se distinguía a Mago y Madame del lado contrario—. Entenderán que soy un hombre de negocios, que juego a largo plazo y siempre midiendo mis movimientos. No he calculado durante siglos este plan para permitir fallas. Conocen de primera mano que no dudaría en sentenciarlos a Las Fosas o El Abismo. Estoy haciendo una inversión al enviarlos. No soy un hombre de perdidas, quiero victorias, y porque espero que cumplan con su palabra, cierro el trato. Bienvenidos a la Tierra.
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