6. Los llaneros magníficos (Parte II)

El temple de la mujer se mantenía firme, a la espera de la respuesta de quienes sabía muy bien que eran visitantes de otra época. Lo había percibido en su aura.

La declaración de Ajeiwa había sido corta, pero lo suficiente precisa y contundente para provocar en los hechiceros un mar de preguntas. Las palabras Ajeiwa y Wanikiy se conectaron como puntos en la mente de Mago; en ese momento, el rostro le fue familiar, se reflejó en la apariencia de alguien que conocía muy bien.

—¿Universales? —preguntó Mick, aún sin comprender la situación—. ¿Poderes oscuros? ¿De qué se trata esto? —Gruñó—. Tuve suficiente con ese maldito pájaro que lanza rayos azules.

—Su nombre es Ave Trueno —replicó Ajeiwa, con un tono severo—. Deberías mostrar un poco de respeto, gracias a él, la lluvia y el rocío llegan a nuestras tierras; es un regalo de parte de la naturaleza

—¿Lluvia? —Rio—. La sequía nunca había golpeado tan fuerte en Survivor. Nuestro ganado muere, los cultivos se marchitan, el agua escasea, las minas son un desierto. ¿Y quieres que me crea que tu Ave Trueno es quien trae la lluvia? ¿Dónde has estado estos últimos meses, india?

Ajeiwa dio un paso adelante, y, sin mostrar el mínimo indicio de debilidad ante el hombre de pañoleta marrón, le giró la cara con una bofetada.

—India a mucho honor.

—Suficiente, señores —calmó Mago—. Ajeiwa, ¿te importaría si hablamos en privado?

—No hay tiempo para charlas, Universal. Es momento de actuar. —Cerró los ojos, respiró profundo, luego exhaló—. Está cerca, se aproxima al pueblo una vez más, y más furioso que nunca.

—¿Quién? —inquirió Will el cantinero—. ¿Los bandidos de El Diablo?

—No... el Ave Trueno.

—La última vez casi destruye Survivor, otro ataque como ese acabará con todo el pueblo —musitó Diegston con atisbos de terror.

—No en mi guardia —prometió Mago, ajustando su sombrero azul oscuro.

De inmediato, los ecos de un primer trueno resonaron por las paredes de madera. Lo que siguieron fueron gritos. Todas las miradas cayeron sobre James; él, sin tiempo que perder, emprendió camino hacia la calle. Los demás le siguieron los pasos.

Allí, la gente huía despavorida hacia el interior de las viviendas. La causa se originaba al horizonte, donde nubes púrpuras y el tronar azul anunciaban la cercanía del Ave Trueno. A pesar del viento en su contra, James continuó caminando hasta llegar a mitad de la calle, sus botas vaqueras se hundían en la tierra con cada paso. La furiosa ventisca meneaba su gabardina azul oscuro y por poco hacía volar su sombrero.

—¡Sir James! —gritó Victoria, uniéndosele al lado a pesar de la adversidad climática.

Los demás se limitaron a ver desde la seguridad de las construcciones.

—¡Juntos, a mi señal! —contestó. Ella asintió—. Uno... —Se tomaron de las manos, mientras que sus brazos libres sostenían sus sombreros—. Dos. —Sus ojos brillaron—. ¡Tres! —Alzaron al cielo sus manos sujetadas.

—¡Lasrevinu oducse, amixam noiccetorp!

Por los cuerpos de ambos se expandió la energía que, unida, salió expulsada con toda brutalidad a través de sus puños. La magia azul bailó un vals junto a la escarlata, y, convergiendo en el punto más alto de Survivor, se ramificó en el origen de un campo de fuerza que, poco a poco, cubrió al pueblo bajo su guardia.

Mientras tanto, unos cuantos metros hacia el horizonte, en el umbral de la tormenta, las nubes daban forma a la cabeza y pico del Ave Trueno; sus ojos y sus alas los avivaban los rayos, que, imponentes, centelleaban entre segundos y le otorgaban a la criatura un aspecto casi demoniaco. De los rabos de sus plumas se desprendían las demás poderosas descargas que alimentaban el espectro.

Cuando el ave arribó, los tentáculos de su estática arremetieron de lleno contra Survivor. Asolaban el escudo desde diferentes direcciones, pero, en todos esos intentos de demolición, ante el pueblo emergía el escudo como un golem protector que los mantuvo a salvo de la ira del Ave Trueno.

Los Universales lo vieron pasar sobre ellos, para luego perderse una vez más en su vuelo hacia el horizonte.

James y Victoria suspiraron con alivio, eso había sido agotador. Los reconfortó el origen de nuevos aplausos y chiflidos de los lugareños. Una vez más, demostraban que, en Survivor, eran sobrevivientes en todo el sentido de la palabra.

—Ese poder... jamás en mi vida lo había visto —susurró Diegston Wern, acercándose a los hechiceros.

—Es magia —habló Ajeiwa, uniéndose a la conversación—. La única magia que puede salvarnos del mal que asola nuestros pueblos. El Ave Trueno ha sido repelido por ahora, pero volverá, a no ser que el espíritu maligno sea expulsado de una vez por todas.

—Ajeiwa, ¿tienes información que precises compartir con el resto de la clase en este momento? —dijo Mago.

—El conocimiento que poseo, no puede ser revelado en presencia de nuestros enemigos. —Dirigió la mirada a los vaqueros que acompañaban a los hechiceros.

—¿Enemigos? —cuestionó Will—. ¡Ustedes fueron los brujos que provocaron esto! Lanzaron una maldición sobre nosotros.

—Los Wanikiy no somos responsables —defendió—. Hace muchos años, a sus antepasados se les advirtió no asentarse en estas tierras, tras ella se esconde una historia mucho más oscura de lo que pueden llegar a imaginar. Hoy, son víctimas de su terquedad y sus malas acciones.

—Además, fueron ustedes y su gente quienes atacaron nuestra aldea y nos tomaron prisioneros —añadió uno de los nativos acompañantes de Ajeiwa—. Por eso estamos acá.

—Fue El Diablo, no nosotros —apuntó Diegston—. Luego del primer ataque del Ave Trueno, Dex Degron los culpó a ustedes y vendió en todo el pueblo la idea de la maldición.

O.K., suficiente —exclamó Mago—. No quiero oír una acusación más. Buscaremos la solución, y para ello, Ajeiwa, visitaremos tu tribu. Necesitamos llegar al fondo de este caso, y tú y tu gente, son la clave.

La mujer asintió.

—Les mostraré el camino, pero no prometo que la bienvenida sea agradable.

—¿Y qué será del pueblo en su ausencia? —preguntó Diegston.

Mago conjuró un hechizo entre manos, lo entregó a Wern una vez estuvo listo.

—¿Un espejo? —cuestionó con una ceja arqueada—. ¿Qué se supone que haga con esto?

—Úsalo en caso de emergencia.

Al paso de los corceles, un rastro de polvo y tierra se levantó por el valle desértico. Mago y Madame Universal, junto a Ajeiwa y los nativos a su cargo, abrían camino hacia la ubicación secreta del clan. El tiempo y el avance mismo de la sociedad los había obligado a apartarse, a mantenerse ocultos del individualismo del hombre y sus constantes crímenes a la naturaleza, porque representaban todo lo contrario a lo que ellos protegían desde generaciones pasadas.

—Los vaqueros quedaron atrás, madame —comentó Victoria—. Puede hablarnos con total confianza, guardaremos el secreto. Me causa curiosidad cómo es que nos conoce.

—Los Universales no son los únicos seres dotados de poder en este mundo — expresó, sin apartar la mirada del frente—. A nosotros nos los otorgó la naturaleza misma, como recompensa por nuestro cuidado y respeto hacia ella y las fuerzas que la rigen. El Ave Trueno es una de ellas.

»Desde hace siglos ha vivido entre nosotros, camuflada en la tribu bajo una apariencia humana. Lastimosamente, ocurre con las criaturas de su especie que, cuando permanecen demasiado tiempo ocultos, comienzan a perder su identidad y sus recuerdos de una vida mítica van quedando atrás, dando paso al nacimiento de la siguiente ave dadora de la lluvia. Esa misma humanización del Ave Trueno permitió que, hace un mes atrás, la llegada de un poderoso espíritu maligno corrompiera su poder. Recuerdo muy bien cuando ocurrió. Nunca antes lo habíamos visto tan furioso. Recobró su forma animal y, desde entonces, no ha parado de volar. En su ira, desató la sequía y las tormentas eléctricas que nos acechan.

—El mismo poder que corrompió a Dex Degron —murmuró Mago—. Por eso atacó su aldea. El espíritu puso a ambos bandos en conflicto.

—Más de lo que parece... —susurró Ajeiwa, por primera vez, con un tono temeroso que despertó preocupación en los Universales.

—¿Qué ocurre? —preguntó Madame.

—Hanakai —contestó con los ojos cerrados, luego de una respiración profunda—. Debemos darnos prisa. —Arrió al animal, produciendo en él un chillido que lo impulsó como una bala.

—¡Arre, Plata, adelante! —Azotó Mago a su caballo.

Los jinetes cortaron el viento con la rápida cabalgata de sus corceles. Pronto llegaron a un río estrecho, por donde, gracias a un trote controlado, los caballos esquivaron las piedras incrustadas en el fondo. A diferencia del árido panorama en Survivor, una arbolada de pinos amarillentos los recibía; la sequía también los había afectado, pero, aun así, allí era más abundante el verde.

Tras unos cruces más, finalmente disminuyeron la velocidad.

Entre los árboles y frondosos matorrales de pasto, se alzaban las chozas con forma de cono de los Wanikiy, de lo más alto de ellas sobresalían trozos residuales de paja. Ajeiwa bajó de su caballo con agitación, no tardó en acercarse al grupo de mujeres que, preocupadas, miraban hacia su líder.

Las siguientes palabras fueron todas en su idioma nativo, de tal manera que ni James ni Victoria lograron comprender. Así continuó la conversación, hasta que un par de niños corrieron hacia Ajeiwa y la rodearon con sus pequeños brazos.

—Nalzheehí, Tayen. —Los abrazó—. Papi volverá.

—¿Qué ocurre? —quiso saber James.

—Hanakai, mi marido, tomó a otros hombres del clan. Dicen las mujeres que todos tenían un color rojo en sus ojos... van a atacar Survivor en venganza por lo que nos hicieron.

La situación empeoró con el surgir de un reflejo de Diegston Wern frente a ellos.

—Sheriff, ¿me oye?

—Wern, alto y claro. ¿Qué sucede?

Explosiones y tiros retumbaron en la conversación, terminándolos de angustiar.

—Survivor está bajo ataque, es El Diablo... regresó. Destrozó la celda de un solo puño y recuperó el control de la ciudad, nunca había sido tan poderoso. Tomó un puñado de hombres y juntó nuevamente a sus bandidos, llenaron de explosivos la entrada al pueblo, desde las vías del ferrocarril hacia aquí, Survivor entero está sitiado. Estamos resistiendo desde la comisaría, pero no podremos hacerlo por mucho más.

—James... los Wanikiy —murmuró Victoria—. Si llegan a las vías del ferrocarril, van a morir.

—No mientras podamos impedirlo. Sigan resistiendo, Wern, la caballería va en camino. —El vaquero asintió—. Ajeiwa, ¿vienes?

La mujer se equipó un arco y un carcaj de flechas.

—Por supuesto. Andando.

El caos desatado en la comisaría solo conocía el interminable sonido del ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!, los tiros fallidos impactaban de lleno contra los bordes y los tablones de la edificación, venían de todas partes y a la vez de ninguna, camuflados en el manto de la noche. Para los tres hombres que la defendían desde el resguardo era difícil saberlo, cuando el mínimo intento de asomo, era el boleto a una muerte segura.

Will respiraba agitado. Había tenido pocos intentos de disparar con la escopeta, y por poco abrazaba su destino final; de no ser porque el viento provocado por la bala dio la alerta a la calva en su cabeza, no sabía qué hubiera podido pasar. El vidrio de la ventana ya había eclosionado.

Inhaló y exhaló.

Las balas se terminaban, era el todo o nada. Protegido por nada más que una persignación, volvió al ventanal y apuntó directo al tejado de enfrente. De un solo tiro, el grito del francotirador enemigo fue la señal de que había dado en el blanco.

—Will —avisó Mick, al tiempo en que le arrojaba una de las escopetas de la pared.

De pronto un ruido en el exterior, muy distinto a las balas, avisó que algo mucho más agresivo había entrado al campo de juego. Diegston Wern se acercó al marco de la puerta: en medio de gritos aterrados, distinguió cómo dos de los bandidos eran arrastrados hacia la oscuridad por lazos de energía escarlata, los hombres disparaban una y otra vez sin la oportunidad de acertar los tiros; cuando atravesaron el umbral, el ruido cesó.

—¡Llegó la caballería! —celebró Wern.

De las sombras emergió una silueta delgada y llena de curvas; con unos pasos más, fue definida en la luz tenue como Madame Universal. La hechicera tendió el brazo a un lado, y de su mano se prolongó un lazo escarlata que iluminó sus movimientos. Le dio vuelta en el aire como toda una vaquera y lo arrojó a su objetivo cuando lo tuvo en la mira; el lazo se prolongó como un látigo y atrapó al hombre, bastó un jalonazo para que fuera lanzado hacia ella por el poder de su magia. Una vez lo tuvo cerca, le golpeó el rostro con su bota de tacón. Dio un giro y atrapó a otro, que dejó tendido en el suelo con un culatazo de su pistola.

Las balas le llovieron, pero las esquivó al levitarse a sí misma en un doble salto mortal hacia atrás. Cuando tocó tierra, derribó a sus objetivos con dos tiros certeros.

—Aaajjjh, suficiente —gruñó Mick Purcell—. No me asustan esos malditos. Les demostraré por qué me llaman Tiro Certero.

El fornido hombre de uniforme café cargó la escopeta y derribó la inestable puerta de la comisaría de una patada. Aun con disparos lloviendo de todas partes, caminó seguro por el estrecho hacia la calle. Apuntó directo a uno de los tejados, y de un tiro lanzó abajo al francotirador. Recargó. Más balas cayeron al oeste desde las frágiles columnas de una casa. Disparó a la viga de la izquierda. Recargó. Disparó a la viga de la derecha. La casa se vino abajo con todo y sus ocupantes.

Mientras Madame terminaba de aturdir a uno más con la culata de su arma, el último de los bandidos cayó con un disparo de Will, desde el marco de la ventana.

—Buen trabajo, sir —dijo Victoria a Mick.

—Siempre al servicio de la justicia, buena dama.

Diegston Wern y Will el cantinero salieron de la comisaría al encuentro con su rescatista.

—Cuando el sheriff dijo que la caballería venía en camino, me imaginé un ejército de nativos —comentó Wern.

—¿No le parezco suficiente, mister Wern? —preguntó Victoria, con las manos apoyadas sobre la cintura.

La respuesta la dio la pistola de Diegston, al atravesar el espacio entre ambos y derribar al hombre que apuntaba a Victoria por la espalda, desde las sombras. Aquello los sorprendió.

—No me malinterprete, madame, peleó mejor que todo un ejército de hombres. —Le dio un soplo al humo que emanaba el arma y la volvió a enfundar.

—Hablando del sheriff, ¿dónde está ese barbudo? —inquirió Mick.

—En las vías férreas, sir. Lo mejor será que los alcancemos. Al menos esta parte del pueblo está libre de abusadores, pero en la entrada a Survivor aún está el pez gordo.

Unos metros hacia el oeste, una nube de polvo alertó a James y Ajeiwa de la feroz cercanía de los nativos. Ajeiwa los observaba por un telescopio improvisado con un hechizo de Mago Universal. Luego se giraron al este, Dex Degron y sus hombres los esperaban al acecho.

—¿Qué tan buena eres con el arco? —preguntó Mago de repente.

—Pruébame.

—Lanza una flecha hacia el suelo, lo más cerca de tu gente, yo me encargo del resto.

La mujer de plumas incrustadas en la diadema de su cabello azabache llevó la mano al carcaj en su espalda y tomó una flecha. La posicionó en el arco y entrecerró un ojo. El tiro debía viajar lo suficiente rápido en el aire para ser preciso. Esperó a que las corrientes golpeando su rostro dieran el aviso, cuando fue el momento, disparó.

La saeta se abrió camino entre la noche, y justo cuando estuvo a punto de caer, la envolvió un brillo azul. Los atacantes estaban a punto de coronar la entrada a Survivor. Al dar la flecha en el blanco, liberó una centelleante cantidad de rayos que golpearon a hombres y animales por igual, lo único que atravesó las vías férreas fue el aire, que, por su movimiento frenético, fue el fósforo que activó los explosivos.

Toda la vía de rieles se alzó por los aires en un estallido descomunal y retumbante. Había sido tan colosal que todos en el pueblo la habían visto.

—¿Y mi gente? —cuestionó Ajeiwa.

—Ya lo verás.

El hechizo teletransportó a los indígenas americanos a la ubicación de El Diablo. No entendían qué acababa de ocurrir, pero no repararon en cuestionarlo, habían salido bien librados de un fallido intento de masacre, y eso era todo lo que les importaba. Los caballos de los nativos y el ganado que los acompañaba embistieron a Degron y sus hombres.

El hombre que los comandaba, que destacaba por la corona de plumas sobre su cabeza, bajó del caballo y no tardó en recibir a Degron con un impetuoso puñetazo que lo lanzó de espalda contra el suelo. Luego lo tomó los hombros y, dominado por una fuerza sobrenatural, lo levantó sin el mayor esfuerzo y lo arrojó contra la simple estructura de un bajo molino de madera.

—¡¿Dónde está mi familia?! —demandó con voz severa—. ¡La quiero de vuelta!

—Así que el temperamento es de familia... interesante —susurró Mago, más para sí mismo que para Ajeiwa.

—Hanakai —reconoció la mujer, con una ligera sonrisa—. Hay que ayudarlo.

—No. —La detuvo James—. Tienen cuentas pendientes por ajustar.

Degron se levantó sin el mínimo indicio de dolor.

—Adelante, indio brujo, ven para que termine contigo, tienta tu suerte con El Diablo. —Sus ojos resplandecieron en carmesí, amenazantes.

Dex Degron escupió sus manos, las frotó, y luego lanzó dos puños de gancho. El primero golpeó el rostro tostado de Hanakai con éxito, el segundo fue directo al estómago, mas, uno tercero, lo frenó en seco. De un movimiento brusco le dio un giro al brazo del hombre de ropa oscura y lo dejó tendido en el suelo. Sin embargo, Degron pateó a Hanaki en el abdomen y se lo quitó de encima antes de que volviera atacar.

—Recita tus últimas palabras. —Apuntó con el revólver.

Horsakai —susurró.

Con un relincho, uno de los caballos se alzó y golpeó al pistolero con sus herraduras. Hanakai obtuvo una vez más ventaja y se lanzó sobre su enemigo, propinándole un mar de golpes.

—Ahora —avisó Mago.

—¿Ahora qué? —cuestionó Ajeiwa.

—Percibo el poder que te ha otorgado la naturaleza, Ajeiwa, sé que tú y tu linaje son poseedores de dones especiales. Ahora es momento de que uses el tuyo, es cuando el espíritu demoniaco más se ha alimentado del caos que se ha liberado durante la batalla en el pueblo... purifica Survivor, expulsa al demonio, yo me aseguraré de echarlo de aquí y que no vuelva a ver la luz del día.

Ajeiwa asintió.

La mujer cerró los ojos, uniéndose con el ambiente. Sintió el aire, sintió el olor a pólvora, sintió la ira y el odio. De eso último, estaba colmado el ambiente. Se sentía pesado, indomable, pero aun así lo intentaría. Y, recitando un cántico antiguo que había aprendido de la misma naturaleza, su voz se extendió como una flecha que atravesó el campo de furia. Sus palabras eran severas, pero tan armónicas que el ente profano no tuvo más opción que obedecer.

El carmesí en los ojos de los hombres salió expulsado como nubes de humo que se acumularon en el aire. Allí, en lo más alto, se formó la figura espectral de un ser tan antiguo como el mal en el universo. Su rostro era como de carne viva, sin piel. La cavidad ausente de sus ojos evocaba un vacío asolador y la ausencia de una nariz no dejaba ver más que su hueca fosa nasal; colmillos y garras y un atuendo rasgado, junto sus expresiones nefastas, causaron escalofríos para todos quienes tuvieron vista directa del demonio.

—Skudakumooch —reconocieron Mago y Madame, cada uno desde sus lugares.

Victoria y sus acompañantes pistoleros acababan de unirse al escenario.

—Pero qué cosa más horrenda ven mis ojos —comentó Diegston—. Justo cuando creía haberlo visto todo.

—¿Recuerdas ese trago que me debes, Will? Ahora quiero tres —dijo Mick.

Los Universales, casi que por conexión mental, cambiaron el color de su magia a un negro siniestro que demandó la ruptura del límite entre dos puntos lejanos del espacio-tiempo.

¡Le a ecenetrep euq ol esevell y ateirg anu esertlif, redop im rop arreit al arab es euq! —ordenaron al unísono—. ¡Arucso noisnemid al a latrop le arba es euq!

En consecuencia, una grieta en el cielo provocó una ventisca tan fuerte como la del Ave Trueno. Alrededor de la nube carmesí en la que flotaba Skudakumooch se proyectó el sello que lo marcó como propiedad de la Dimensión Oscura, y reclamando lo que le pertenecía, las leyes del universo lo regresaron a sus puertas. Solo así el viento se detuvo y el portal se cerró. Con Skudakumooch se iba el mal que corrompía a los hombres de ambos pueblos.

Hanakai y sus hermanos nativos tambalearon, desorientados. Les tomó unos minutos comprender cómo habían llegado allí.

—Hanakai —saludó Ajeiwa, lanzándose a los brazos de su marido.

—Ajeiwa, ¿qué ha pasado aquí?

—Un demonio, eso pasó. Ahora estamos a salvo gracias a la Orden de los Universales.

Argh —bramó al reconocer al hechicero que portaba la placa de sheriff y la pistolera a su lado—. No ustedes.

—Un gracias estaría bien para variar, pero estoy acostumbrado, sé que es hereditario —contestó Mago.

Sin comprender el significado latente de sus palabras, Hanakai mantuvo su mirada agresiva.

—Nuestro pueblo no tiene un buen concepto de los Universales —explicó Ajeiwa—. Se ha creído durante muchas generaciones que solo les interesa proteger a los humanos sin importar qué le ocurra a la naturaleza, pero hoy, han demostrado que no es así y que todo este tiempo estuvimos viéndolos de la manera incorrecta, me disculpo por eso. Cambiará a partir de ahora... gracias. —Asintió.

—Un placer ayudar y un gusto conocerte, Ajei.

—Respecto al Ave Trueno, estoy segura de que volverá —dijo Madame—. Ahora que está libre de la influencia de Skudakumooch, tiene una labor pendiente como parte de la naturaleza, la lluvia regresará y la sequía acabará.

—Estaremos esperándola en nuestra tribu —habló la mujer.

—Ahora es tiempo de irnos —dijo Mago.

—Un momento... dale esto de mi parte. —Ajeiwa tomó uno de sus collares y se lo entregó—. Quiero que lo tenga. Prométeme que se lo darás.

Mago recibió el collar con sorpresa.

—¿Cómo? —quiso saber.

—No puedes esconder la verdad, James, no de mí.

James Jerom asintió y guardó la reliquia en su gabardina.

—Se lo daré. Es una promesa.

—¿Entonces vuelven al este? —intervino Diegston—. Una lástima que se marchen, personas con habilidades especiales como ustedes le vendrían bien a Survivor.

—Me parece, amigo mío, que el pueblo no puede quedar en mejores manos.

James llevó la mano a su placa dorada de sheriff y la entregó a Wern. El jinete de sombrero negro con facciones aindiadas lo vio con sorpresa.

—Yo... no sé qué decir.

—Entonces no lo digas, cumple con tu nueva misión, la de traer una nueva era de paz para Survivor.

Diegston Wern asintió, y, con el pecho en alto, abrochó la insignia en su camisa gris.

—Lo haré. Comienza la justicia para Survivor.

James tendió la mano a Victoria, ella correspondió. Juntos, se alejaron hacia el edificio donde el Templo Universal se mantenía oculto. Allí, desde una de las ventanas, observaron con un ligero sentimiento de melancolía a las personas que dejaban atrás.

—¿Crees que hoy hemos afectado la historia más de lo que deberíamos? —preguntó Madame de repente, recostándosele al brazo.

—El Viejo Oeste es tentador —respondió James—. Su historia está llena de abusos y conflictos que requieren de héroes capaces de traer justicia por su cuenta. Wern, Mick e incluso Will demostraron de qué están hechos y que podrán sobrellevarlo. Estoy convencido de que lo que hoy hicimos fue un acto valiente, regresamos la libertad a un pueblo, reconciliamos dos en conflicto e hicimos nuevas amistades. Además, es el oeste, ¿quién les creerá que un ave crea tormentas y un demonio de otra dimensión amenazó su hogar?

Con una leve risa compartida, abandonaron Survivor de 1872 con la satisfacción del deber cumplido, y con la esperanza imperecedera de que el sol volvería a brillar sobre ellos para que nunca más, fueran sobrevivientes de un mal igual o peor.

Templo Universal, Limbo Temporal.

Un brillo verde sobre la cúpula del edificio fue el presagio para la aparición de un nuevo jugador en el tablero. El hombre vestía todo de negro, con un traje elegante y, sobre él, una capa con cuero que lo protegía casi por completo como una bata. La cabeza se la cubría un sombrero, y en el rostro una máscara con lentes en los ojos, destacaba por una cavidad alargada en la nariz que lo hacía ver como un pájaro. El bastón en sus manos brilló desde la U dorada en el extremo superior; la energía se acumuló en una bola de energía con la que fragmentó el vidrio y allanó el interior del Templo.




CURIOSIDADES

¡Hola, gente! Vuelve su sección favorita (?) con las curiosidades más importantes de este capítulo. Habrán podido notar grandes referencias al viejo oeste que dejé a lo largo del texto, háganme saber en un comentario cuáles identificaron y cuál fue la que más les gustó. ^^

Ahora, pasando con las curiosidades:

     1. Viejo/Salvaje/Lejano Oeste: puede que resulte un poco confuso tantas palabras para referirse a una misma época, cuando en realidad todos estos términos hacen referencia a lo mismo. El Viejo y Salvaje, se le atribuye por la presencia de nativos americanos que desde hacía milenios habitaban esas tierras, antes de las migraciones de los pioneros expansionistas de la frontera; el Lejano, porque estas personas que llegaron a asentarse allí procedían de distintos estados, y, considerando la ubicación hacia el remoto sur, se le comenzó a nombrar así; es posible también encontrar que se le llame La Frontera.

     2. Nativos y vaqueros: contrario a lo que se cree, no eran muy usuales los conflictos entre estos dos bandos, la historia registra pocas bajas por disputas agresivas. La mayoría de muertes de inmigrantes ocurrían por pérdidas en el camino, enfermedades y poca tolerancia al clima. En cambio, considerando la gran cantidad de años que llevaban los nativos en esas tierras, algunos incluso sirvieron de guías en el territorio y hacían tratos justos que beneficiaban ambas partes.

     3. El pacificador: este es el nombre que reciben las tan conocidas armas del Lejano Oeste. Eran de calibre 45 y solo contaban con capacidad de disparar 6 tiros; sin embargo, un seguro lasreducía a 5, porque era muy probable que una de las balas produjera un retroceso incontrolable y un calor insoportable en la mano. 

     4. Wanikiy: si eres un seguidor de las demás historias de Escuadrón de Héroes, quizá el nombre de Ajeiwa te haya sonado familiar. ¿Quién es esta mujer? Es nada más y nada menos que la abuela de nuestro Nakai Robbins, AKA Renegado. ¿Interesante, no? 😎



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