Capítulo 3

Las bombillas que colgaban de los enredaderas en los muros iluminaban tenuemente la pequeña terraza y creaban un ambiente romántico y bohemio que nada tenía que envidiar al de las azoteas más chic de Los Ángeles con sus amplios espacios, piscinas y bares de cócteles.

Los altos edificios de pisos y oficinas asomaban imponentes por encima de los muros con su artificialidad y luces fluorescentes, pero si no se fijaban tanto en ellos, e ignoraban también el ruido del tráfico y la ciudad, parecía que estuvieran en el campo, gozando de una noche veraniega fresca y tranquila.

—Ojalá tuviera algo así en mi piso... —suspiró Héctor.

Aquel comentario era la respuesta genuina y el punto final a todo el discurso orgulloso de Carla sobre cómo había decorado la terraza. Le había dicho que las enredaderas de los muros eran naturales y las mimaba constantemente para que no perdieran ese bonito color verde ni crecieran alocadas y sin rumbo sobre los ladrillos. Que las bombillas funcionaban con luz solar así que no necesitaba comprar pilas ni enchufarlas a la corriente. Y que la mesa y sillas en las que estaban sentados, cuyo pequeño tamaño no era sinónimo de incomodidad y era suficiente como para sostener sus copas y un cuenco de chocolates, las lijaba y pintaba con aceite de vez en cuando para que tampoco perdieran su tono oscuro debido al sol y la intemperie.

Héctor la había escuchado hablar de aquello y también del cuidado de las plantas del interior con la misma atención que ella había empleado cuando le habló de anime, encantado con el brillo que iluminaba sus ojos azules cuando enumeraba la cantidad de sol, agua y abono que necesitaban diariamente algunos de sus cactus en comparación con las azaleas más delicadas que colgaban en la barandilla.

Le había entusiasmado ver su casa por fin y escucharla hablar así de emocionada. Parecía que él era el único que se había abierto de aquella manera hasta ese día, y eso le había hecho sentirse vulnerable, expuesto.... Pero, aunque le había encantado entrar en su mundo personal, no podía evitar sentir un pinchazo de decepción ya que había esperado ver algo tan inusual como lo eran sus figuras y coleccionables esparcidos por cada rincón y espacio del piso... Ella misma le dijo que también tenía cosas frikis por todos lados.

Sin embargo, sus plantas estaban cuidadosamente colocadas en estanterías, en bonitas macetas al lado del sofá o las ventanas, o en pequeños jarrones en la encimera de la cocina. No se veía para nada caótico a pesar de que tuviera muchas. No era como entrar en su piso y ver unos kunais en el mueble de la tele,  un cojín de Agumon en el sofá o una figura de Goku sujetando sus llaves... Se veía todo ordenado, moderno, aunque personal y natural.

Lo único que le había parecido un poco «fuera de lo normal» habían sido los escarabajos que vivían lujosamente en un enorme terrario en el salón.

Nunca le habían gustado los bichos, y mientras ella le explicaba de qué especie eran, porqué tenían aquella mezcla «preciosa de azul y morado» y qué había necesitado para recrear su hábitat natural, había pensado en una posible fuga y la horrible idea de que exploraran todo el piso y aparecieran en su comida. Y ya bastante miedo le había cogido al concepto de comer sin comprobar antes qué se iba a meter a la boca...

—El piso no tiene nada de especial, pero sin esta terraza no podría vivir... Cuando estoy saturada del trabajo, salgo aquí y en pocos minutos, me calmo —comentó ella, después de darle un trago a su copa—. Lástima que no hubiera colgado mis braguitas antes de venir...

Héctor, que no se esperaba esa referencia al incidente de sus calzoncillos, sintió un calor repentino en las mejillas y se rio torpemente, avergonzado.

Al momento pensó que ni un niño de 10 años se ruborizaría tanto como él.

—P-pero, no has escondido tus cosas por ahí para que las encuentre —protestó, recuperándose del susto mientras Carla se reía—. Me prometiste que íbamos hacer otra búsqueda del tesoro.

—¿Cómo voy a esconder mis plantas y los escarabajos? —respondió ella, ligeramente indignada—. Puedo guardar algunos cactus, pero los hubieras encontrado muy rápidamente... Tú tienes demasiadas figuras y cosas de esas.

Héctor no podía estar más de acuerdo con aquella declaración. Después de todo, se había pasado una mañana entera escondiendo sus adquisiciones por cada rincón del piso. Carla jugó a la búsqueda del tesoro durante mucho rato, sin encontrar todas las cosas. Y no se imaginaba cómo podría esconder el terrario, que era casi del tamaño de una tele, o la mayor parte de sus plantas, frondosas y en delicados jarrones... Sin embargo, cuando se giró de nuevo hacia ella para decirle en broma que podía haber soltado los escarabajos por el piso y que sin duda ella habría ganado el juego porque no los buscaría ni aunque le pagara, notó que su gesto tranquilo se había trastornado un poquito.

Parecía avergonzada, como si hubiera hablado sin pensar y se arrepintiera.

—¡Es verdad que tengo muchas cosas! —dijo al momento, con una sonrisa desenfadada para mostrarle que no le había molestado—. No sabes cuánto dinero me he gastado en todo lo que tengo. A veces pienso que si hubiera ahorrado más y comprado menos, ahora podría permitirme el viaje a Japón...

Seguidamente, se inclinó sobre la pequeña mesa, y le dio un beso suave y cariñoso en la frente. No pudo sortear aquel impulso que le sobrevino repentinamente. Y entonces, cuando se separó de ella, le tocó a él preocuparse por si se había excedido y no podía ser tan románticamente afectivo todavía.

Le empezó a latir el corazón muy rápidamente mientras bebía de su copa con el objetivo de camuflar su inseguridad. El gesto era típico de pareja, no de dos personas que han tenido unas cuantas citas. Requería más confianza... Pero ella simplemente le sonrió con dulzura, agradeciendo que no se hubiera molestado, y se disiparon todas las dudas en la brisa nocturna.

—En eso somos los dos parecidos... —le comentó después—. Los escarabajos cuestan bastante dinero. Y hay que alimentarlos, cuidar el hábitat... Con las plantas es igual. Tengo que cambiar las macetas de vez en cuando porque las raíces crecen demasiado. Comprar más abono, fertilizantes...

—A lo mejor tendríamos que cambiar de gustos y coleccionar hojas con forma extraña, o algo así.

—Eso nunca.

Se dedicaron una mirada cómplice, divertida, conociendo lo mucho que a ambos les encantaban sus plantas, animes y bichos, y entonces se quedaron en silencio. En un agradable silencio que se imponía sobre el ruido de la ciudad y de la brisa acariciando las enredaderas y bombillas de los muros. 

Estaban comenzando algo. Todavía no lo habían llamado relación, no lo habían definido de ninguna manera. Ambos se gustaban y se atraían, eso estaba claro. Pero Héctor no podía esperar a que llegara el día en el que pudiera hacer gestos como el de besarle la frente, cogerla de la mano por la calle, abrazarla con fuerza, y hablar de todo sin que ninguno tuviera miedo a la reacción del otro.

También quería acostarse con ella, evidentemente. Era un ser humano, y Carla le atraía muchísimo... Pero por extraño y patético que les pareciera a sus colegas, y a él mismo a veces, ambicionaba primero esa sólida base de confianza que a veces no se ve, y que solo se siente.

Ese deseo significaba mucho para él... Era la prueba inequívoca de que la quería de verdad y que estaba dispuesto a esperar si ello significaba que podría tener una relación estable y duradera. Que no sería solo sexo y luego, si se daba la ocasión de que disfrutaban el uno del otro fuera del cuarto, pareja. Como habían sido sus dos relaciones...

Se veía asimismo como el protagonista de un anime romántico que solo besa a la protagonista después de 9 capítulos (aunque eso ya lo había hecho).

Pero para colocar esos primeros ladrillos, esos cimientos de confianza que construirían la amplia fortaleza de una relación estable de pareja, y por triste que le pareciera romper aquel silencio que no los incomodaba y en el que se sentían a gusto, tenía que hablar de Iris y Helena.

La conversación que tuvo con ellas, si se podía llamar así, le había rondado la cabeza toda la semana, más incluso que los análisis negativos del médico...

Había esperado con ansiedad a que Carla le hubiera sacado el tema por el móvil para darle alguna explicación o quizás, y como había temido hasta que ella le dijo de quedar, para decirle que ya no iban a verse más. Pero nada. Y después de aquellas dos horas en las que habían tenido tiempo para hacer un recorrido turístico del piso, cenar, y prepararse unos cócteles, empezaba a pensar que Carla ignoraba lo sucedido...

Pero él tenía que saber qué motivos habían tenido sus mejores amigas para cubrirse las caras, ir  al aparcamiento de su oficina, preguntarle si quería a su amiga, y finalmente, desearle buena suerte mientras se marchaban misteriosamente.

¿Es que Carla lo quería tanto como él a ella y les daba miedo que no fuera así de su parte? Esa era la situación que más se le aparecía en la cabeza, con un halo de luz alrededor y una música de fondo que debía ser parecida a lo que cantaban los ángeles. También era lo que tenía más sentido, si lo pensaba objetivamente y no se dejaba llevar por los deseos de su corazón... Pero ¿por qué pareciera que le estuvieran avisando de algo? Y, ¿no era más normal hablar de aquello de forma más disimulada y tranquila? ¿Como personas normales y no criminales? ¿Qué las había impulsado a hacer esa excursión misteriosa a su trabajo? ¿Por qué habían mantenido a Carla al margen?

—No me has dicho cómo te ha ido la semana —dijo de repente la susodicha mientras él reflexionaba—. Hemos estado hablando de mí y mis cosas casi toda la noche.

Le sonreía con las cejas levantadas en señal de curiosidad y sorpresa tras darse cuenta del tema de conversación que efectivamente habían tenido desde que Héctor tocó al timbre.

Estuvo tentado durante unos momentos en responderle genuinamente que ésa era su materia favorita, y dejar al tímido seductor que llevaba dentro respirar un poco, pero aquella era la oportunidad perfecta de sacarle el asunto sin ser abrupto, ni demostrar que le había estado rondando la cabeza durante toda la semana.

—Bueno, ha sido un poco rara... —comenzó, dándole un trago largo a su copa, pensando también en el asunto de las drogas—. Iris y Helena vinieron a mi trabajo el lunes y-

—¿Cómo?

De repente, pareciera que a Carla le estuvieran sujetando con fuerza la coleta. Su actitud atenta pero tranquila, esperando el inicio de una nueva conversación distendida, había cambiado totalmente, y más que antes cuando se pensaba que había metido la pata al hablar. Su postura era tensa,  como si le fueran a comunicar una terrible noticia, y Héctor se sorprendió tanto por aquella reacción hiperbólica, que además nunca había visto ni se esperaba en ella, siempre alegre y sonriendo, que se quedó con la boca abierta y el resto de la frase en la lengua durante unos segundos.

—Sí, es raro, ¿verdad? —continuó por fin, nervioso pero con tono ocurrente para tranquilizarla—. Iban con sudaderas, encapuchadas como si fueran asesinas o algo por el estilo... Todos los del trabajo se quedaron mirando. Tuve que parar al recepcionista porque quería llamar a seguridad y todo. ¡La que se podía haber liado!

Esperó unos momentos con una sonrisa tonta y nerviosa a que Carla se riera o se calmara un poco al oírle hablar casualmente y ver que no estaba enfadado o preocupado por lo que había pasado, pero seguía con aquella intensidad afilada en los ojos que parecía estar atravesándole la piel.

—¿Qué te dijeron? —le preguntó, directa y brusca.

—Pues...

Y de repente se dio cuenta, como un golpe de realidad en la cara, de que si le repetía la pregunta que Helena tan abiertamente le formuló tendría inevitablemente que hablar de la respuesta que él le dio. ¡Una confesión!¡Se suponía que era ella que tenía que dar explicaciones!

No estaba preparado para decirle que la quería, aunque fuera eso lo que gritara cada célula de su cuerpo.

—Bueno, creo que querían comprobar si iba a ir en serio contigo—terminó diciendo.

Desvió su mirada, como lo había hecho con sus palabras y sus sentimientos, centrándose en los edificios, y aguantó la respiración. Incapaz de creerse que hubiera dicho algo así, incapaz de enfrentarla con los ojos, y que inevitablemente tocara mantener LA conversación.

—¿Qué?

Algo, para su sorpresa, se aflojó en el tono de Carla.

—Sí, no sé. Fue muy raro... —contestó, mientras se le aceleraba el corazón al ritmo que los coches en Initial D—. Pero se nota que sois las tres muy amigas y creo que a lo mejor no lo pensaron bien y fue un impulso...

Increíble. Era él quien estaba dando explicaciones.

—Y, ¿quieres ir en serio conmigo, Héctor?

Entonces su pobre corazón dio un salto brusco hacia arriba, casi saliéndose del pecho. Se giró para enfrentarla por fin, para ver qué le decían en esos momentos sus bonitos ojos azules. Y verla ahí a su lado, con ese gesto sonriente pero inseguro en el rostro, tenuemente iluminado por las bombillas, le hizo querer confesarse al momento. ¿Qué podía hacer? Estaba enamorado. No había marcha atrás, ni tampoco hacia adelante si no iba a estar ella a su lado.

—Carla, yo...

DING-DONG


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