Bellezas sureñas
Tallahassee, 1855
Una década fue un abrir y cerrar de ojos en la casa grande. Las consecuencias de la inesperada muerte del capataz fueron afrontadas con la eficiencia que requería la supervivencia de la hacienda.
A nivel personal, quedaron secuelas que se hicieron sentir por años tras la partida de Pelman padre.
Martha Pelman fue acogida en la casa Devereaux. Se le asignó un puesto como dama de compañía de Susanne. Fue un trabajo que, más que necesario, se presentó como una alternativa a un despido o retiro forzado. En un principio, Martha aceptó su encomienda con agradecimiento hacia sus patrones, los cuales no estaban en la obligación de velar por su bienestar.
Al pasar del tiempo, cuando el dolor de la pérdida de su esposo comenzó a aminorar, la mujer, a quien siempre bastaron pocas palabras para entender, comenzó a preocuparse por el futuro de su hijo en la casa. Su fenecido esposo se lo había advertido.
Susanne Devereaux desarrolló una obsesión enfermiza con Jackson, acaparando todos los aspectos de su vida. Su esposo, con tal de no tener que lidiar con ella, simplemente la complacía.
Maurice entendía que los afectos de Susanne por Magnolia siempre estarían plagados por un grado de sospecha y desconfianza el cual, a pesar de bien disimulado, se hacía evidente de vez en cuando. Veía la buena voluntad de su esposa hacia el chico como la oportunidad de crear un puente entre su mujer y su sobrina.
La señora de la casa tenía las mejores intenciones para el muchacho, pero también contaba con una agenda propia. Más allá de encontrar un conducto para su amor maternal, Jax era de ventaja para Susanne. El joven se convirtió en un elemento bienvenido en la constante lucha de intereses entre las mujeres Devereaux de Savannah y Tallahassee. De hecho, era una pieza de juego crucial.
Magnolia, a pesar de ser la heredera principal de la vasta fortuna familiar, seguía siendo mujer, y eso la sujetaba a los protocolos de la época. La joven no entraría en posesión de la fortuna hasta que no fuese dada en matrimonio.
A los dieciséis años, Magnolia se había convertido en una belleza sureña con todo lo que la frase implicaba. Pronto entraría en la edad de compromisos sociales, los cuales le llevarían de manera inevitable a desposarse. Susanne disfrutaba de contar con un as bajo la manga. Tras años de observar la conducta de su sobrina para con el hijo del capataz, era satisfactorio saber que Jackson sería una elegante distracción.
Tan observadora como se contaba la señora Devereaux, sus planes nunca tomaron en consideración la intervención de Trinidad.
Calladamente, la nana tenía perfecta visión del panorama y de entre las sombras, había convencido a todos, incluso a Susanne, de que Jackson sería lo peor para Magnolia. Por por el contrario, la mujer había empeñado hasta parte de su alma con tal de mantenerles cerca.
Solo Martha parecía saber de la estima en que Trinidad tenía a Jackson. Desconociendo la influencia que ejerció la mujer sobre la muerte de su esposo, Martha, quien siempre se consideró una persona justa, continuó fortaleciendo su amistad con Trinidad. Le fue difícil. Vivir en la casa grande le hacía sentir que, de alguna manera, su lealtad se dividía entre la señora y la nana.
Por el bien de Jackson, y bajo el consejo de Trinidad, Martha Pelman se anuló como madre. Permitió que Susanne tomara decisiones esenciales en la vida de su hijo, mientras Trinidad le aseguraba que la influencia de la señora Devereaux sobre Jackson no sería suficiente como para provocar que se arrepintiera en el futuro.
A casi dieciocho, el joven Pelman, protegido de la casa Devereaux, tenía más libertades a su disposición que lo que se le concedía a la propia Magnolia.
Todos, incluyendo a Jackson, esperaban que la culminación de su educación cerraría el círculo y pusiera de vuelta en sus manos la administración de la hacienda. En los pasados diez años, la plantación había crecido y para Jackson, el mundo del cual le había advertido una vez su padre se estaba asomando.
Tallahassee se estaba convirtiendo en un punto importante de intercambio de textiles. Tras una inversión fallida en caña de azúcar, Maurice logró recuperar sin gran cantidad de daños a sus intereses y se dedicó por entero al algodón.
El precio de tal decisión se pagó en sangre. En su intento de recuperar el dinero y tiempo perdido, la hacienda se expandió de manera agresiva, integrando terrenos en el oeste del estado y dedicándolos a la siembra de ese tesoro blanco, con el aval de la fortuna de su hermana, quien invertía desde Savannah. Gran parte de la fortuna de Magnolia quedó comprometida en la empresa.
La hacienda, que una vez fue moderada, se convirtió en una monstruosidad con enclaves a los cuales los amos viajaban una vez al año, durante el tiempo de cosecha. Justo como lo predijo su padre, la producción tenía precedencia ante la vida. Jackson odiaba esos viajes de supervisión, donde se le pedía observar calladamente sin implementar cambio. Magnolia los aborrecía por otras razones.
—¡Me es odioso asomarme a la ventana! Tallahassee es aburrido. Pensacola es un asco. —La joven Devereaux se alejó del marco de corte francés hacia el estante cercano al sillón en la sala de lectura, en nada comparable a la de la casa grande. Escogió un tomo cualquiera y mientras ojeaba el libro, frunció el entrecejo e hizo una mueca que provocó que Jackson abriera la boca para dar su santa opinión.
—Eres inesperadamente infantil, Maggie. —La chica le recriminó con una mirada cargada de silente furia. Apenas tenían poco menos de dos años de diferencia y últimamente a Jax le había dado por declararse el muy adulto— ¿Qué te molesta? ¿Acaso la siembra de algodón está arruinando tu fantasía? Esas crestas de tierra negra en la distancia y la gente que las trabaja proveen para tu estilo de vida. Y esas niñas en el campo, cuyas manos son tan diminutas, pero jamás tan suaves como las tuyas, pagan con el peso de una carga en su cuello cada prenda fina que tú y yo vestimos bajo este techo.
De un tiempo a esa parte Jax ya no podía con el peso de su conciencia. No fue solo la muerte de su padre y las pesadillas que le acompañaron desde ese el día en que se tropezó con Martha abrazada al cadáver.
Justo cuando el tiempo comenzó a serle misericordia y borrarle la impresión, a los trece años, tuvo que observar, con una mezcla de horror e impotencia, como los Devereaux se deshicieron de Raymond y de su madre. No solamente atestiguó la pérdida de su mejor amigo, sino la forma fría y desapasionada en que Maurice dispuso que madre e hijo fuesen separados y vendidos a personas con interés en obtener negros de casa con un alto grado de educación.
Fue la primera vez que tuvo que considerar el valor de una vida, y una de las pocas veces que derramó lágrimas, descontando el deceso de su padre. Desde entonces ya no pudo dejar de pensar que cada cuerpo en el campo indudablemente debía tener un alma.
—Te pusiste a discutir con el capataz de nuevo y ahora vienes a desquitarte conmigo. Eres imposible, Jackson.
Magnolia se acercó para arreglar el cuello de su camisa mientras cambiaba su gesto de desapruebo por preocupación. Jax tenía un carácter algo impredecible y muchas veces no se medía a la hora de dar su opinión sobre un asunto. Mientras ambos jóvenes reconocían su lugar en la casa, a Jackson parecía no interesarle que su circunstancia pasara de privilegiada a precaria.
—Créeme —Magnolia se levantó en puntillas para rozar sus labios perfumados en su oreja. Era uno de esos jueguitos peligrosos que ambos secretamente disfrutaban—. Lo último que hace falta en esta casa es que seamos acusados de albergar a un abolicionista bajo nuestro techo. ¡El escándalo!
Jackson no le devolvió la sonrisa. Solo se separó de ella lo suficiente para tratar de averiguar que se escondía tras su mirada coqueta. Maggie solía manipular las percepciones que la gente tenía sobre ella, vendiéndose como más dócil y desentendida de lo que era. A Jackson le constaba que no era no simple, ni tonta. Tanto así, que nunca se pronunciaba sobre ciertos asuntos, ni siquiera cuando ambos se encontraban a solas.
—En serio, Magnolia. ¿Qué piensas sobre eso?
—¿Tanto importa, Jax? ¿Como para robarnos un momento a solas?
La conversación quedó interrumpida con la vuelta de la perilla de la puerta de la biblioteca. Maurice estaba haciendo su entrada junto a Susanne. La pareja estaba seguida por Trinidad y Martha, quien nunca abandonó el sobrio negro que adoptó tras la muerte de su esposo.
La viuda Pelman se acercó a su hijo, mientras Trinidad daba una mirada de advertencia a Magnolia. La indiscreción de una puerta cerrada sería pagada con creces. Aunque secretamente la mujer estuviera a favor de Jackson, existían ciertas reglas de decoro consideradas inquebrantables.
—Jackson, cariño. Adivina qué. —Martha tomó la mano de su hijo entre las suyas. Por primera vez en muchos años, estaba sonriendo plenamente—. Los señores Devereaux nos han concedido un último y preciado regalo. Han determinado que tu educación superior debe continuar. Vamos a viajar a Virginia de forma inmediata. Han gestionado una beca para ti en el Instituto Militar.
Jackson entendió perfectamente lo que su madre esperaba de él. Martha le pediría que aceptara la bondad de los Devereaux. A cambio, disfrutarían de vivir lejos de la sombra de Susanne, con la esperanza de que una brillante carrera como militar les proveyera los medios para una vida independiente. Le constaba también que los Devereaux le concedían un favor de forma indirecta.
Se estaba haciendo obvio que él no deseaba administrar la hacienda. Sus constantes choques con los capataces provocaron que, contrario a lo planeado, la presencia de Maurice aumentara con cada visita a los campos de Pensacola. Jackson era una inversión y ellos no estaban dispuestos a perder. Fue una manera muy sutil de resolver el asunto. Una carrera militar para el joven incrementaría el estatus de la familia, carente de hijos varones para representarles.
La mirada del joven se desvió hacia Magnolia, la cual no disimuló su sorpresa mientras buscaba respuestas en Trinidad. La nana también tenía algo que decir.
—Esta es, sin lugar a dudas, una tarde de gratas noticias. El tiempo vuela y con razón. Es nuestro momento también, mi niña. —Tomó la mano de la joven entre las suyas con firmeza—. El tiempo en Pensacola se ha acortado para nosotras tanto como para los Pelman. Debemos volver a Tallahassee. En cuanto pongamos pie en la casa grande comenzaremos a empacar para salir hacia Savannah. Ya no es suficiente con visitas esporádicas. Tu madre anda delicada de salud y precisa de tu presencia para hacer agradable sus días. Es hora que volvamos a su lado de forma definitiva.
—Dentro de las circunstancias es una ocasión fortuita— Susanne no perdió la oportunidad de inyectar algo de entusiasmo en el ambiente—. Conociendo lo bien que se llevan, podrán acompañarse en el viaje. Supongo que no habrá objeciones.
La mujer hizo un teatro, más que nada dedicado a su esposo, el cual ninguno de los presentes sintió debía honrar. Jax y Maggie simplemente se excusaron a discutir con sus mentores los inesperados e inevitables eventos.
Al día siguiente volvieron a Tallahassee y una vez llegaron a la casa, cómo fue dispuesto, empezaron a hacer preparativos para un segundo viaje. Les tomaría tres días alcanzar Savannah, antes de continuar por otros seis hasta arribar en Lexington, Virginia.
✨✨✨
—Deben detenerse en Savannah al menos por un par de noches. —Trinidad hablaba a nombre de Magnolia. No se trataba de cumplir con formalidades, después de todo, eran cuatro conocidos en un carruaje. Maggie estaba en uno de sus ánimos antagónicos y había decidido no dirigirle la palabra a Jax. En su última discusión él le había llamado niñata y retó sus convicciones. Eso era inexcusable. Estaba dispuesta a hacerlo arrepentirse de lo dicho, aun exponiéndose al ridículo y dándole la razón.
—Quisiera pasar mi último día contigo sin tener que sufrir tu manipulación sentimental, Maggie. Si estás dispuesta a hablarme, bien. De lo contrario, no es que esté desesperado por llegar al Instituto Militar, pero Dios sabe que mi madre puede arreglárselas con un par de días más en mi compañía.
Jax decidió ser el primero en dirigir palabra. Era preferible darle la razón, cualquiera que fuera, que lidiar con su silencio.
—En un largo tiempo. —Magnolia no movió la mirada de la ventana. Estaban cruzando la línea estatal y la joven sabía que sería la última vez que pisaría Florida en calidad de heredera o advenediza, de acuerdo a la lógica de Susanne. Cuando volviera, lo haría como propietaria de una cuarta parte de los bienes en Tallahassee y dueña absoluta de las propiedades en Georgia y Nueva Orleans.
Eso era una manera de verlo. La otra, era más desgarradora. Jeanine Devereaux, la madre que apenas conocía, estaba a punto de morir. Trinidad le había dicho tanto a puerta cerrada, lejos de los oídos de Susanne, quien sin duda se alegraría de tal desgracia. No solo eso, Maggie quedaría expuesta a un mundo peligroso en el cual no siempre alguien velaría por sus intereses.
Un mundo sin Jackson.
—La forma correcta —continuó—, es decir, mi último día contigo en un largo tiempo. No es como que vas a librarte de mí, Jax. No voy a permitirlo.
Se recostó suavemente contra el hombro de Jackson. Había ganado, como estaba siempre acostumbraba a vencerlo, con una última palabra y un gesto inesperadamente dulce.
El cruce a Georgia se hizo evidente con la llegada de un calor húmedo peor que cualquiera que hubiesen experimentado en los largos veranos de la Florida.
El clima intenso había conjurado una tormenta como pocas. De no haber aceptado de buena manera, Martha y Jackson hubiesen estado obligados a quedarse de todas formas. La visibilidad era nula, la implacable lluvia no cedía. Apenas se distinguía trazos de delicado azul en las paredes de la residencia al final de la calle.
La casa Devereaux de Savannah era lo que los acaudalados de la época llamaban una estancia de invierno. Localizada en el casco urbano de la ciudad, la estructura de tres pisos no exhibía la opulencia de las grandes haciendas de campo. Su belleza estribaba en el hermoso trabajo de hierro forjado que parecía enmarcar la hiedra que durante años había cubierto las paredes laterales de la propiedad. El siempre verde que había dotado de vida a la fachada del edificio y los suaves colores hacían su parte en sofocar el calor infernal.
A su llegada, un esclavo de casa les llevó a la sala de estar, donde les esperaban toallas en mano. Había sido imposible librarse de la lluvia, aun cuando el conductor hizo lo más que pudo para proteger a sus encargos de la inclemencia.
—Madame Trinidad, mademoiselle Magnolia e invita'os de Tallahassee: Madame Jeanine les recibirá en su aposento en una hora.
Cata, la fiel morena que había abandonado junto a las mujeres la casa de Nueva Orleans, seguía encargada de la cocina a pesar de su edad avanzada. Con el tiempo su status había mejorado, recibiendo algunos beneficios con vías a distraerla del más preciado, su libertad. La mujer se dirigió a todos con un corte formal y utilizando títulos franceses como era la costumbre de la familia en La Ciudad Creciente. Con la astucia e instinto que le permitió vivir por varias de generaciones bajo el techo de los Devereaux, Cata no dijo mucho, pero dio a entender que sabía todo. El hecho de que tratara a Trinidad a la estatura de una señora de casa, incluso con precedencia sobre Magnolia, indicaba-si es que quedase alguna duda- que la esclava estaba consciente que dinámica de poder había cambiado.
—¿Será prudente? —preguntó Martha—. Tal vez no sea apropiado que nos presentemos todos al mismo tiempo. De seguro la señora tendrá asuntos que discutir con su hija. Y si está indispuesta, no quisiéramos imponer nuestra presencia.
—No se preocupe, Martha —Trinidad contestó mientras seguían a la mujer que les mostraría sus habitaciones—. Descubrirá que Jeanine Devereaux tiene un carácter muy diferente a Susanne. Pero cabe decir que sigue siendo señora de su casa. No hay nada que suceda bajo este techo que ella no haya dispuesto con anticipación.
La nana tenía toda la razón. En sesenta minutos, Catalina tocó en sus respectivas puertas y les llevó a encontrarse en la habitación de Jeanine sin cruzar más palabras. La lluvia había cesado y solo restaba una fina llovizna que hacía cantar el hierro forjado de los balcones.
La noche avanzaba prematuramente, ayudada por los cúmulos grises. Jeanine Devereaux les esperaba en sus aposentos, acomodada en una silla de ruedas, al pie de un retrato que recordaba de mejores tiempos.
La mujer, que apenas llegaba a mediados de los cuarenta, compartía con su hija el cabello oscuro y los ojos color miel. La fragilidad le quedaba acentuada en la extrema palidez de su piel. Su cuerpo diminuto y delgado, estaba cubierto por una cantidad de tela y encaje de un suave crema perlado, acomodados de manera experta para disimular un doloroso caso de escoliosis severa y el hecho de que estaba encadenada a una silla de ruedas.
—Bienvenidos a mi hogar. —La voz de madame Jeanine era apenas un suspiro—. Magnolia, ¿quieres hacer los honores?
La jovencita se proyectó muy diferente a la manera en que se comportaba con Trinidad, sorprendiendo incluso a Jackson, quien la encontró extremadamente formal. Por un instante, Jax agradeció no tener que deberse al protocolo de las familias adineradas, mientras sostenía amorosamente la mano de su propia madre.
—Por supuesto, mère chérie. Madame Pelman es la esposa de nuestro fenecido capataz y su hijo Jackson está bajo el amparo de oncle Maurice.
—Pocos entran en las buenas gracias de Maurice sin pasar por el cedazo de Susanne. Lo que me hace pensar, ¿qué puede tener este jovencito a su favor para tener la aprobación de personas tan dispares como Susanne y Trinidad? Supongo que debo felicitarle, Madame Pelman, por criar a un hijo tan agradable a todos.
Madre e hijo quedaron con la duda. La entonación en la voz de Jeanine cargaba un toque de sarcasmo. La mujer no les permitió abrir la boca. Impulsando su cuerpo hacia delante, pidió que Jackson tomara su mano.
Jax lo hizo de manera respetuosa, como si se tratara de su propia progenitora, pero Jeanine Devereaux le dio una sorpresa. De primera instancia, la mujer se hizo más fuerte de lo que se esperaba. Una vez Jackson estuvo a su alcance, estiró el brazo del joven de un tirón y descubrió la manga de su camisa hasta el codo. Solo Martha pareció sorprenderse, mientras escudriñaba cada acción de la mujer.
Los dedos de Jeanine Devereaux comenzaron a estudiar el contorno del brazo de Jackson, haciendo una leve presión sobre sus venas. Parecía leer cada uno de los conductos de su sangre, con la avidez que una persona ciega descubre nuevas formas a través del tacto. No dio la mínima explicación a su conducta. Una vez sus ojos castaños se encontraron con las pupilas azules de Jax, sonrió y comentó casualmente.
—Eres encantador. Hay algo en ti que me acuerda a un gato. Siete vidas y demás. Tendrás tanta suerte para meterte en problemas como para encontrar soluciones inesperadas. Ahora, si me excusan, debo hablar con Trinidad.
Si alguno quedó con ánimos de reaccionar al inusual monólogo, supieron guardárselo muy bien. Catalina les indico que pasaran al salón, donde recibirían un pequeño refrigerio previo a la cena. Una vez a solas, Jeanine ya no tuvo que disimular y mostró su desencanto. Alzó sus brazos hacia Trinidad, como su rogando a la mujer que la levantara de la silla. La morena se arrojó a su encuentro, siempre cuidadosa de o dañarla y acarició sus labios con los de Jeanine, tratando de borrar la mueca de amargura que se había dibujado en ellos. La señora de la casa se dejó sostener por un instante, añorando tiempos pasados, pero no fue suficiente para animarla.
—No me sobra el tiempo para compartir tus esperanzas Trinidad. Puse en tus manos no solo la formación, sino la vida de mi hija, para que encontrares la manera de librarla, de pagar una deuda y traes ante mi presencia a un adolescente, tan mortal como tú y yo. Tenía esperanza de ver algo bajo su piel, tal vez la marca de los feu follet. Pensé que habías convencido a algún hada de concedernos un cambiante.
La mujer se cubrió el rostro y sollozó sin un asomo de consuelo. Trinidad la obligó de manera amorosa a prestarle atención, mientras enjugaba sus lágrimas.
—No debes creer todo lo que escuchas, Jeanine. No hay alternativas en los feu follet. Todavía no conozco un hada que no se libre de pagar tributo a los infiernos. No hay nada que puedan ofrecernos. No pierdas la esperanza. Si traje a Jackson frente a ti es para que me digas, lo que sí pudiste ver.
Jeanine Devereaux trató en vano de arreglar su postura encorvada.
—Debería odiarte —recriminó a Trinidad—. Sabes perfectamente que me aborrece utilizar ese poder inútil que en nada me ayudó a detener la muerte de Henri... o mi propio deceso. Viene y va, como todas las maldiciones que han caído sobre mí desde el día que renuncié a entregar a Magnolia a su destino...
—Viene y va, Jeanine, pero cuando se manifiesta es como si Dios mismo hubiese escrito sobre piedra. ¿Lo viste?
Jeanine desvió la mirada.
—He visto el día y la hora y el lugar de su muerte. Y me temo que está demasiado cerca para librar a Magnolia de esto. Ahora ayúdame a olvidar el precio de tal conocimiento, ¿quieres?
La mujer comenzó a desabrochar su traje, volviéndose impaciente ante su propia incapacidad. Trinidad le ayudó a remover la tela, mientras al mismo tiempo acariciaba la terrible curvatura de su espalda con ánimos de consolarla.
—Ha empeorado en gran manera —observó.
—Y continuará hasta que me consuma. No hay lugar a donde ir. No hay sitio en donde pueda esconderme que el hombre de negro no me encuentre. Escogí un terrible alfarero para dar forma a mi vida y mientras tuve libertad y juventud, no me importó demasiado. Pero ahora, el precio de la próxima generación está posándose sobre la cabeza de Magnolia y si mi madre no tuvo compasión de mí, al menos voy a permitirme luchar por darle ese regalo a mi hija.
Trinidad la abrazó, cada una de las marcas que la magia negra y el pacto satánico había dejado en la piel de Jeanine se hicieron suyas por un instante. Le compraría un par de horas de descanso a su amada, transfiriendo la maldición generacional a su propia piel. Su ahora cuerpo deforme encontró alivio sobre el suave colchón de la cama. Jeanine, agradecida, se recostó a su lado. Durante esas horas de alivio se resguardarían en la habitación. Era imposible explicar una mejoría pasajera sin provocar interrogantes.
En los silencios íntimos entre las sábanas, Trinidad aceptaba el dolor presente como la expiación de sus tantos pecados y esperaba que en el futuro, tal caridad se le tomara en cuenta, porque le restaban cantidad de barbaridades por hacer.
—Dime, Jeanine —sugirió mientras trataba de anular el dolor, concentrándose en el rostro y cuerpo perfecto que la magia concedería a Jeanine por un corto espacio, sabiendo que esas manos hermosas harían lo posible para aliviarla con algo de placer— el día, lugar y la hora de Jackson Pelman y yo estaré allí.
✨✨✨
A/N:
En el próximo capítulo vuelven Sage y Gerard (el barman y el cliente del prólogo) y nos vamos a enterar por medio de ellos, lo difícil que es zafarse de deberle una al Diablo.
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