1 ⚜️ La mageia
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Trato de ahogar en mi garganta el grito que interrumpira la calma de la noche en el bosque de Archaía.
—Aun te hace falta dominar el dolor que deja el uso excesivo de la ikanótita —mi madre ordena con mucha habilidad los elementos e ingredientes para la lección de fórmulas del día siguiente para los mageias más jóvenes, aquellos que aún no tienen su canalizador de la ikanótita. Por supuesto, ella no es ajena al dolor que siento en todo mi cuerpo y que destroza mis músculos, pero mi madre dice que debo enfrentarlo para vencerlo. O al menos tolerarlo.
Mi respiración es pesada y quejumbrosa.
—¿Cómo lograste sopórtalo antes de obtener tu ikanótita compañera? —aprieto con fuerza el filo de la mesa de madera que ocupa el centro de nuestro hogar. Las fibras del elemento de la naturaleza dejan marcas rojas en mi palma y sirve de soporte para sostener mi cuerpo doliente.
—Me di cuenta de que poseía la ikanótita al mismo tiempo que me enteré de que estaba esperando un bebé —las comisuras de sus labios se alargan tanto que casi llegan por debajo del vendaje blanco que oculta donde deberían estar sus ojos—. Mis dolores fueron de parto únicamente, pero estoy segura que ellos nunca se compararán con tus dolores de niña quejosa. Justo después que nacieras tuve que elegir mi ikanótita compañera.
El dolor poco a poco abandona mi cuerpo mientras mi madre habla; se va como si se hubiera aburrido de escuchar mis quejidos.
Mi madre había llegado a parar casi como por milagro al centro de la fuerza ikanótita, donde se alojaban varios mageias en los territorios del bosque antiguo. Al parecer, fue una travesía insoportable y fue casi absurdo como llegó hasta Archaía. Allí, los mageias la recibieron y trataron sus heridas, le explicaron que la ikanótita formaba parte de su ser y cuidaron de ella durante su embarazo. Yo ya sabía que mi nacimiento casi le cuesta la vida a mi progenitora.
—Fuiste una bebé muy complicada —dice ella mientras toca y arregla sus cabellos oscuros. Ya ha terminado los preparativos para mañana—, los mageias sanadores decían que aparentabas no querer separarte de tu madre.
Sonrío. A pesar de las dificultades en el momento del parto, mi madre abrazó su vida junto a la mía. La fuerza que tuvo cuando solo era una joven de 16 años es lo que nos permite estar juntas en la actualidad. Deseo agradecer el regalo de la vida con la ikanótita que elija como compañera en La Unión.
Para la mageia líder Dione, aquel relato de cómo llegó a los brazos del núcleo mágico al tratar de atravesar un gélido y turbulento río en un estado al borde de la muerte; cómo la magia la condujo hasta Archaía y mi venida a este mundo era lo más cercano que puedo saber de su pasado. Desconozco si existe alguien en el bosque que no sea ajeno a su historia. Y si es así, estoy casi segura de que han elaborado un pacto silencioso para nunca hablarme de ello a petición de la misma líder mageia.
Tal vez hay pasados que es mejor nunca conocer.
A pesar del pacto silencioso, resulta imposible ocultar el único signo o recordatorio que Dione había llevado consigo de su vida anterior al hogar de los mageias: la ausencia de ambos ojos en su rostro. Cavidades vacías decían mucho y a la vez nada de quién era mi madre.
Y todo aquello no es una historia que a ella le gustase contar al lado de una hoguera o de camino a un afluente de agua para llegar más rápido al pozo más cercano o un charco muy grande en las calles del mercado.
"Un hombre muy malo me hizo esto. Y solo eso te diré en toda tu vida, Magnolia. ¡Deja ya de insistir!". Cuando las palabras abandonaron su interior con violencia y rabia, y las lágrimas amargas mojaron sus mejillas, fue cuando dejé de preguntar. Aquella noche hace, tantos años dejados atrás, ha sido la única vez que mi madre me ha gritado alguna vez. Mis manos infantiles tocaban su rostro con curiosidad y yo observaba con asombro el vendaje que cubría sus ojos. El rostro de mi madre era joven, demasiado, pero existía una dureza en sus facciones, como si le hubiese tocado vivir mil de vidas antes de tenerme.
Allí terminaba siempre la conversación. Cuando era más niña solía reclamar, pero con el tiempo supe que le causaría menos problemas a mi madre si dejaba pasar ciertas cosas y que quedasen en el olvido del tiempo.
—Entonces —vuelvo al tema del dolor producido por la ikanótita—, ¿estoy condenada a vivir dolores inferiores a los del parto por más tiempo?
Mi madre se mete en su cama al lado de la mía y apaga la luz de las velas con su canalizador, que es una vara fina y tallada de un árbol aquí en Archaía.
—Solo tú y tu voluntad pueden determinarlo —afirma ella—. El dolor siempre estará allí, pero con el tiempo será más llevadero. Incluso menos terrible. Es el precio que hay pagar por la generosidad de la ikanótita.
Nosotros ocupamos su fuerza superior y la ikanótita nos derriba al suelo con sensaciones tortuosas. Cuando llevas toda una vida así, empieza a sonar como un buen trato.
La ikanótita es la magia que fluye por todo el país de Thalassa, pero en el bosque de Archaía es donde su fuerza es más poderosa. Donde todos los mageias del país se sienten más vivos. La magia no está prohibida en el país, es como una figura presente en la cotidianidad, pues muchos de los sanadores y dueños de cultivos son mageias. Nosotros somos ciudadanos del país con los mismos derechos y beneficios que una persona sin la fuerza de la ikanótita en la sangre posee; podemos casarnos con quién deseemos, tener hijos, recibir educación normal, acudir a espacios públicos y tener trabajos. Existen tal vez una que otra ley que nos prohíba acudir a ciertos lugares, como el Palacio Real del Chrysós o los campos de entrenamiento de la Guardia.
Un cuarto de la población es la que vive día y noche con una fuerza latiendo en sus venas y dolores si se excede en su maniobra. Nadie puede aprender la ikanótita con solo leer un libro o con canalizador alguno en mano; debes haber nacido con esa fuerza en la sangre. Te das cuenta de que eres poseedor de la ikanótita con señales que pueden parecer imperceptibles pero que resultan extrañas y peculiares. Una de ellas es captar imágenes o figuras, incluso escuchar conversaciones o ruidos en la superficie de las fuentes, vasijas o incluso en un vaso de agua. El agua es un medio de transporte y de movilización que los mageias descubrieron en sus inicios usando la ikánotita. El método es sencillo, solo debes visualizar tu destino y cruzar una fuente algo profundo de agua. La concentración es necesaria si no deseas terminar en algún lujar lejano o en medio de una situación desagradable.
Otra señal de la ikanótita es el ardor caluroso en la sangre. Es la incitación de la ikánótita a ser utilizada por los mageias jóvenes, los niños que aun no puede llevar acabo la magia formalmente.
La primera vez que sufrí los dolores siguientes debido al uso abusivo de la magia fue cuando tenía once años. Me dediqué un día entero a la búsqueda de plantas para la cura de heridas superficiales y para aliviar la fiebre rodeada de colores de verdes, aromas florales y un cielo de aspecto infinito en todos sus horizontes. Con la magia a mi alrededor, y al recitar unas cuantas palabras sencillas, hacía iluminar con un tenue brillo azul las plantas que estaban en mi lista de búsqueda.
Era un continuo ir y venir por los alrededores del bosque; cerca del río en el cual mi madre apareció la noche que llego al territorio de los mageias. Llevaba una canasta llena de las plantas que servirían para preparar las diferentes medicinas
Al llegar al conjunto de casas pequeñas del poblado donde actualmente vivo, el dolor llegó a mi como un martirio silencioso. La sorpresa dolió más que el mismísimo aparente desgarramiento de mis músculos y destrozo de mis huesos. El calor era insoportable, yo sentía arder como tirada con vida a las llamas de una hoguera.
Lo más espeluznante fue la experiencia de sentir como los órganos en mi interior se apretujaban hasta explotar.
Ahora intento lo más posible no abusar de la fuerza que nos otorga la ikanótita, sin embargo, es algo complicado e imposible cuando mis planeas pueden implicar mucho esfuerzo para su realización.
—Nos vemos mañana, mamá —me despido desde mi lecho de descanso a la sombra envuelta en sábanas.
—Magnolia, hija. Lo lograrás —su voz es un susurro—. Pronto será La Unión y finalmente serás una mageia sanadora.
Ella sabe porque deseo tener como compañera a la ikanótita de la sanación.
Sus ojos son el motivo.
Quiero ser la persona capaz de devolver la vista. Quiero agradecerle por cuidarme, por enseñarme tantas cosas. Deseo con un dolor en pecho, que no tiene nada que ver con la magia, nada más que vea mi rostro, que por fin conozca el rostro y aspecto de la hija por la cual dio tanto.
Lloro, en silencio como el pasado.
—Lo sé —mi voz se quiebra. Temo que quizá no me haya alcanzado a oír—. Seré lo suficiente poderosa para salvarte.
Y si mi madre ha escuchado mi promesa, no dice nada. Silencio otra vez. Ambas nos entregamos a la inconciencia del descanso con sueños dolorosos.
∮
A un par de días de La Unión, los pocos jóvenes en edad para elegir su ikanótita compañera empezaron a llegar desde las ciudades del país y el centro de Thalassa. Un mageia podía decidir dónde vivir. Era común que algunos buscasen provecho y sustento en las principales fuentes comerciales del país. Otros, se quedaban en el corazón de la magia perfeccionando las diferentes ikanótitas como lo son la tácticas y armas de guerra, uso de las plantas, la ilusión, los orígenes de la fuerza, el transporte, pociones especiales, entre otras.
Todo suena genial: magia para todo los inconvenientes y carencias del hombre. El problema es que no todo pinta tan fácil para nosotros; la ikanótita de cada mageia es diferente, y como consecuencia esa fuerza traería consigo una carencia en las demás. Yo que deseaba especializarme en la ikanótita de la sanación nunca podría conjurar bien un hechizo para atacar o jamás podría ocultar un objeto de suma importancia con la ilusión.
Tú decisión determina quién o qué harás en el futuro.
Había solo tres excepciones al usar la ikanótita.
Tiempo
Amor
Muerte
No existen registros en los libros de que alguien alguna vez haya portado estas ikanótitas. Solo hay algo seguro y real para nosotros: son peligrosas y seguramente muy difíciles de dominar. El tiempo, el amor y la muerte no son mencionadas con mucha regularidad a lo largo de la vida un mageia por lo mismo que casi resultan ser una fantasía e incluso una locura. Tendrías que perder la cabeza para escoger alguna de estas. Mi madre dice que es muy probable que existan, pero su fuerza este tan débil a causa del olvido. Para la mayoría de los mageias son ikanótitas extintas.
Interrumpe mi línea de pensamientos y mi trabajo varios gritos que denotan prisa.
—¡Magnolia! —me alarmo y no logro terminar una mezcla para el insomnio—. ¡Magnolia!
Por la puerta de la cabaña de medicina y almacenamiento de plantas entran dos personas que conozco a la perfección a un paso demasiado veloz. Casi parece que se tropezaran y sus ojos reflejan locura. Son Celia y Eunor, que tiene aspecto de haber sido perseguidos por una manada de osos.
—¡Necesitamos tu ayuda, Magnolia! —suelta Eunor, mientras ambos me dan un abrazo demasiado fuerte.
Celia y Eunor son los amigos más cercanos que tengo en Archaía. Celia ha esperado toda su vida para especializarse en la ikanótita de la guerra y Eurnor en ilusiones. Y ahora eran ellos son los encargados de los preparativos para la ceremonia de La Unión, que sería en dos días, junto a los mageias con más experiencia y mi madre.
Y me tocaría a mí arreglar cualquier problema que causasen aquel par. Necesitaban que fuese a buscar ciertas flores decorativas para La Unión; flores que, según ellos, han sido incapaces de encontrar.
—Aun faltan dos días, ¿para qué las necesitan ahora?
—Bueno, le hemos dicho a tu madre que ya teníamos todo preparado...—empieza Celia—. ¡No me mires así! ¡Lo tenemos todo, pero menos las flores!
—Y Dione pasará junto a los demás mageias para supervisar el centro de la ceremonia —Eunor parecía muy agitado—. ¡Nos mataran por algo tan pequeño como la ausencia de las flores!
—Lo más pequeño también es importante —digo, aceptando ayudarlos. Cada año, las flores para La Unión eran espectaculares. Los colores por sí solos resultaban mágicos sin la necesidad de algún hechizo de ilusión. Eran una de las cosas que más disfrutaba de poder apreciar.
Quiero que mi madre alguna vez vea semejante espectáculo.
—Me voy ahora, entonces —me levantó y acomodo mi canalizador de la ikanótita; una pulsera con trozos de madera entretejidos.
Ambos prolongaron mi salida al bosque con un montón de abrazos, agradecimientos y promesas de ayudarme a limpiar los restos de fogatas cuando fuese mi turno.
∮
La calma en el bosque de Archaía atraviesa cada poro de tu piel. En cualquier momento podría recostarme bajo un árbol y tomar una siesta en medio tan apacible ambiente. Con el hechizo rastreador de plantas, las flores que necesitan Celia y Eunor pronto están rebosando en dos grandes canastas. El brillo azul del hechizo se posa como flotando por encima de ellas.
Encontrarse personas por aquí es común; algunos mageias practican y los niños juegan corriendo por las elevaciones de tierra. Pero ahora, con La Unión a un par de días, todo el mundo prefiere quedarse en el pueblo con los recién llegados o terminando preparativos.
Es por eso por lo que me extraño al verla entre los árboles.
—¿Mamá? —preguntó, pues una venda blanca tapa sus ojos y rodeada su cabeza. Pero sé que esa mujer no es mi madre, aunque me resulte terriblemente familiar.
—Hola Magnolia —la mujer sonríe, y me exalto cuando noto el tono sereno de su voz—. Te estaba esperando.
—Tú no eres de por aquí, ¿cómo es que sabes quién soy?
—Ha sido mi tiempo en está vida lo que me ha ayudado —la mujer se sienta y acomoda su vestido—. Puede reconocerte incluso cuando no puedo verte, exactamente como lo hace tu madre.
Sería fácil huir de aquí y dejarla en medio de los árboles, pero no parece querer hacer daño. Ni siquiera aparenta ser peligrosa o tener mucha fuerza. Al final, es la curiosidad lo que me hace sentarme en el pasto a una distancia considerable de ella.
La mujer sonríe dulcemente.
—Haces bien en quedarte.
—¿Qué necesitas de mí? ¿Quién eres? —preguntó, sin alargar las cosas.
—No, querida —dice la extraña mujer, mientras su rostro se ensombrece—. Eres tú quien necesita de mí y mi consejo.
—¿De qué...? —pero ella me interrumpe de inmediato.
—No podrás salvar a Dione aunque te especialices en la ikanótita de sanación —suelta, algo agitada—. Necesitas salvarla justo en el momento en que conoció a tu padre 20 años atrás.
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