Capítulo 2: Problemas.
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Clary empujó la puerta del almacén y ambas entraron. Olía a pintura vieja y apenas se escuchaba el bullicio de la gran fiesta a unos cuantos metros, parecía ser que no había nadie.
«¿A dónde se fueron los dos chicos?» pensó una Ángel extrañada.
Hacía un frío de muerte y el vestido que llevaba puesto no parecía ayudarle. Un escalofrío recorrió su espalda. Ya no quedaba ni una gota de sudor en su cuerpo, el aliento salió en bocanadas de humo que la hicieron dudar de si era buena idea de que ambas estuvieran tan lejos de las personas.
A Clary se le enredó el pie en un alambre y cuando estaba apunto de liberarse, se escuchó la risa de una chica y la voz de un chico que hablaba con dureza. Ángel apretó los dientes con temor, tomó a Clary del brazo y la levantó del frío piso. Ella comenzó a temblar en sus brazos.
Ambas pudieron verlos.
Estaba una chica de vestido blanco y cabellera negra como la noche, además de los dos chicos que Clary y Ángel habían visto, estaban a su lado: El alto de cabello negro como el de ella y el otro que era más bajo y rubio. Su pelo brillaba igual que el latón bajo la tenue luz que entraba por las ventanas de arriba.
«Demasiado guapo», pensó.
El muchacho rubio estaba de pie con las manos en los bolsillos, de cara al chico punk, que estaba atado a una columna con una cuerda de piano, las manos estiradas detrás de él y las piernas atadas por los tobillos. Tenía el rostro tirante por el dolor y el miedo.
«Peligro», susurró una voz silvante en su mente.
Miró hacia atrás, asegurándose de que nadie estuviera hablándole desde detrás de sí misma. Pero no había nadie más que aquellos chicos tan extraños y el par de gemelas.
Se estremeció por la situación tan extraña que estaba presenciando. Una pizca de familiaridad la invadió. Aterrada, se agachó detrás del pilar de hormigón más cercano y miró desde ahí.
Clary la imitó.
Vio como el muchacho rubio se paseaba de un lado a otro, con los brazos cruzados sobre el pecho.
-Bueno -dijo-, todavía no me has dicho si hay algún otro de tu especie contigo.
«¿Especie?»
No entendía de que estaba hablando.
-No sé de que estás hablando.
El tono del chico de cabellos azules era angustiado, pero también arisco.
«Al menos no soy la única confundida».
-Se refiere a otros demonios -intervino el chico moreno, hablando por primera vez. Era muy guapo-. Sabes que es un demonio, ¿verdad?
El muchacho atado a la columna movió la cabeza, mascullando por lo bajo. Ángel quiso reírse de la extraña conversación que estaban manteniendo, pero la situación no se lo permitió.
-Demonios -dijo el chico rubio, arrastrando la voz a la vez que trazaba la palabra en el aire con el dedo-. Definidos en términos religiosos como moradores del infierno, los siervos de Satán, pero entendidos aquí, para los propósitos de la Clave, como cualquier espíritu maligno cuyo origen se encuentra fuera de nuestra propia dimensión de residencia...
-Eso es suficiente, Jace -Indicó la chica.
-Isabelle tiene razón -Coincidió el muchacho más alto y de hermosos ojos azules-. Nadie aquí necesita una lección de semántica... ni de demonología.
-Están locos -le susurró Clary-. Locos de verdad.
El chico llamado Jace alzó la cabeza y sonrió. Hubo algo de su semblante que le recordó a una bestia feroz y masculina, llena de sed de sangre. Sumamente atrayente.
«Demasiado guapo», pensó nuevamente.
Pero ahora era acompañado con la sensación de peligro que siempre lograba sentir en situaciones así.
-Isabelle y Alec creen que hablo demasiado -comentó Jace en tono confidencial-. ¿Crees que hablo demasiado?
El muchacho de los cabellos azules no respondió. Su boca seguía moviéndose. Por una extraña razón, Ángel sintió la gran necesidad de acercarse y abofetear al chico de cabellos azules, pero se sintió estúpida y decidió aguardar en las sombras, en donde nadie le podría hacer daño.
-Podría daros información -dijo-. Se dónde está Valentine.
Jace echó una mirada atrás a Alec, que se encogió de hombros.
-Valentine está bajo tierra -Indicó Jace, con tono irritado y peligroso-. Esa cosa solo está jugando con nosotros.
Isabelle sacudió su melena larga y brillante.
-Mátalo, Jace -le dijo-. No va a contarnos nada.
En otra ocasión probablemente se hubiera aterrado o hubiera buscado ayuda, pero en vez de todas esas ideas, una sensación de bienestar invadió su estómago de forma alarmante.
«Estoy loca», se dijo.
Jace alzó la mano, y vio centellear una luz tenue en el cuchillo que empuñaba. Era curiosamente traslúcido, la hoja transparente como el cristal, afilada como un fragmento de vidrio, la empuñadura engastada con piedras rojas.
El muchacho atado lanzó un grito ahogado.
-¡Valentine ha vuelto! -protestó, tirando de las ataduras que le sujetaban las manos a la espalda- Todos los Mundos Infernales lo saben... yo lo sé... puedo deciros donde está...
Parecía desesperado.
Clary se removió en su lugar, su mirada reflejaba el temor que Ángel debería sentir, pero por alguna razón no sentía. Al menos no con tanta fuerza. La cólera llameó repentinamente en los gélidos ojos de Jace.
-Por el ángel, siempre que capturamos a uno de ustedes, cabrones, afirman saber donde está Valentine. Bueno, nosotros también sabemos donde está. Está en el infierno. Y tú..., -giró el cuchillo que sujetaba, cuyo filo centelleó como una línea de fuego- tú puedes reunirte con él ahí.
Ángel no pensaba hacer nada para ayudar al tipo, pero Clary salió de detrás de la columna. Ni siquiera tuvo la oportunidad de detenerla. No sabría decir si aquello fue heróico o estúpido de su parte.
«La segunda», pensó amargamente, saliendo después de Clary y cubriéndola con su cuerpo para que no le hicieran daño.
Primero muerta antes de dejar a su hermana sola.
-¡Deténganse! -gritó Clary, brincando desde atrás de su hermana- No pueden hacer esto.
Jace se volvió en redondo, tan sobresaltado que el cuchillo le salió despedido de la mano y repiqueteó contra el suelo de hormigón. Isabelle y Alec se dieron la vuelta con él, mostrando idéntica expresión de estupefacción. El muchacho de cabellos azules se quedó suspendido de sus ataduras, aturdido y jadeante.
Alec fue el primero en hablar.
-¿Qué es esto? -exigió, pasando la mirada de Ángel a Clary, y luego a sus compañeros, como si ellos debieran saber que hacían allí.
Jace pareció casi atravesar a Ángel con la mirada y aquello hizo que se removiera incómoda en su sitio.
-Son chicas -dijo Jace, recuperando la serenidad-. Seguramente habrás visto chicas antes, Alec. Tu hermana Isabelle es una -dio un paso para acercarse más a las hermanas, entrecerrando los ojos como si no pudiera creer del todo lo que veía.
-Son mundis -declaró, medio para sí-. Y pueden vernos.
Ángel frunció el ceño.
-Claro que podemos verlos -replicó Clary. Apretó sus manos unidas y Ángel le regresó el apretón-. No estamos ciegas, sabes.
-Ah, pero sí lo están -dijo Jace, inclinándose para recoger su cuchillo-. Simplemente no lo saben -Se irguió-. Será mejor que salgan de aquí, si saben lo que es bueno para ambas.
-¿A qué te refieres con lo de ciegas? -preguntó Ángel, atrayendo la atención de los tres chicos góticos.
Clary pensó que la voz de su hermana no podía haberse escuchado más encantadora: Suave y de cierta manera, seductora. No estaba segura.
«Tan atrayente como siempre», pensó.
Clary tampoco pudo evitar mirar como Jace escaneaba con la mirada a su hermana, sus ojos brillaron como los de un león en acecho, aunque Ángel pareció ignorarlo.
-Es porque lo están, mundi.
Frunció el ceño, ¿mundi? ¿A qué se refería?
-No vamos a ir a ninguna parte -repuso Clary-. Si lo hacemos, lo matarán.
Clary señaló al muchacho de cabellos azules y Ángel no pudo estar más de acuerdo, pero no se sentía capaz de hablar para que no mataran al chico. Algo se lo impedía.
Algo oscuro.
-Es cierto -admitió Jace, haciendo girar el cuchillo entre los dedos. Su mirada estaba clavada en la gemela mayor, y ésta no se dejó intimidar-. ¿Qué les importa a ustedes si le mato o no?
-Las personas normales no andan por ahí matando gente -farfulló Clary con obviedad.
Jace la miró con picardía.
-Tienes razón -dijo-. Las personas normales no pueden ir por ahí matando gente.
Señaló al muchacho de cabellos azules, cuyos ojos eran unas simples rendijas.
Se preguntó si se habría desmayado.
-Eso no es una persona, niñita. Puede parecer una persona y hablar como una persona, y tal vez incluso sangrar como una persona. Pero es un monstruo.
Todas sus defensas saltaron.
-No le hables así a mi hermana y a mí -gruñó Ángel mordazmente, nadie más que ella podía hablarle así-. No te tomes tantas libertades.
La mano de Clary se apretó contra la suya. Estaba aterrada, lo sabía. Un vínculo invisible se lo decía. Jace enfocó los ojos en la más alta y parpadeó sorprendido.
-Si no lo estuvieras diciendo, jamás hubiera adivinado que son hermanas.
No sabía si lo había dicho con sarcasmo, pero de igual forma le molestó el comentario. Frunció el ceño aún más molesta.
-Jace -dijo Isabelle en tono amonestador-, es suficiente.
-Estás loco -replicó Clary, saltando detrás de su hermana que hacía presencia como escudo-. He llamado a la policía, ¿sabes? Estarán aquí en cualquier momento.
Ángel quiso golpearse contra la pared, pero no dejó que aquello se demostrara en su expresión.
-Miente -dijo Alec, pero había duda en su rostro-. Jace, crees...
-¡Mi hermana no es ninguna mentirosa! -exclamó furiosa, una sensación de hormigueo la recorrió de pies a cabeza.
No era la primera vez que reaccionaba así, pero su respuesta pareció sorprender a todos los que estaban presentes.
Jamás se había sentido tan molesta, ni siquiera cuando los idiotas del Instituto molestaban a su hermana. Algo en sí había salido a la defensiva, pero no sabía el qué.
Los ojos de Jace chispearon, tal vez extasiado.
-La princesita tiene agallas... -dijo mofándose, pero aquello solo la hizo enojar más.
«Princesita».
-Ahora sabrás lo que ésta princesita, puede hacer.
Se acercó a grandes zancadas hacia él, y aquello pareció sosprenderle. Aunque por obvias razones él era mucho más alto que Ángel.
«Estúpido uno sesenta y cinco».
-Ángel... -dijo Clary, su voz demostraba lo aterrada que estaba de que se acercara tanto al extraño.
Ángel no llegó a terminar su recorrido. En ese momento, el muchacho de cabellos azules, con un grito agudo y penetrante, se liberó de las sujeciones que lo ataban a la columna y se arrojó sobre Jace.
Retrocedió sorprendida, ni siquiera recordaba que él estaba atado a una columna. Cayeron al suelo y rodaron juntos, el muchacho de cabellos azules arañando a Jace con manos que centelleaban como si sus extremos fueran de metal.
Clary retrocedió, pero los pies se le enredaron en una lazada de cable eléctrico y cayó al suelo. Se acercó e intentó cubrirla con su cuerpo. El suyo era menudo, no fue algo muy difícil de lograr.
Escuchó chillar a Isabelle y, rodando sobre sí misma, vio al chico de cabellos azules sentado sobre el pecho de Jace. Brillaba sangre en las puntas de sus garras, afiladas como cuchillas.
Isabelle y Alec corrían hacia ellos, con Isabelle blandiendo un látigo. El muchacho de cabellos azules intentó acuchillar el rostro de Jace con las garras extendidas. El caído alzó un brazo para protegerse, y las garras se lo rasgaron, salpicando sangre. El muchacho de cabellos azules volvió a atacar... y el látigo de Isabelle descendió sobre su espalda.
El muchacho lanzó un chillido y cayó hacia un lado.
Veloz como el chasquido del látigo de Isabelle, Jace rodó sobre sí mismo. Brilló un arma en su mano y hundió el cuchillo en el pecho del chico de cabellos azules. Un líquido negruzco estalló alrededor de la empuñadura. El muchacho se arqueó por encima del suelo, gorgoteando y retorciéndose.
Jace se puso en pie con una mueca en la cara. Su camisa negra era ahora más negra en algunos lugares empapados de sangre. Bajó la mirada hacia la figura que se contorsionaba a sus pies, alargó el brazo y arrancó el cuchillo. La empuñadura estaba recubierta de líquido negro.
Los ojos del muchacho de cabellos azules se abrieron con un parpadeo; fijos en Jace, parecían arder.
-Que así sea -siseó entre dientes-m Los repudiados se los llevarán a todos.
«¿Repudiados?» se preguntó con frustración.
Jace pareció gruñir. Al muchacho se le pusieron los ojos en blanco y su cuerpo empezó a dar sacudidas y a moverse espasmódicamente mientras se encogía, doblándose sobre sí mismo, empequeñeciéndose más y más hasta que desapareció por completo.
Ayudó a Clary a ponerse en pie apresuradamente. La tomó del brazo y empezaron a retroceder. Su cuerpo seguía cubriendo el suyo.
Ninguno de ellos les prestaba atención. Alec había llegado junto a Jace y le sostenía el brazo tirando de la manga, probablemente intentando echar un buen vistazo a la herida.
Clary pareció reaccionar y se volvió para echar a correr, decidió hacer lo mismo por detrás de ella... y se encontraron con Isabelle, que les cerraba el paso con el látigo cuya dorada longitud estaba manchada de fluido negro en la mano.
La respiración se atascó en su pecho.
Hizo chasquear el látigo en dirección a Clary; el extremo se le enroscó alrededor de la muñeca y le dio un fuerte tirón. Clary lanzó una exclamación ahogada de dolor y sorpresa.
Se quedó congelada y se apresuró en tomar a Clary de los hombros, temerosa de que la lanzara por los aires. Ángel miró a Isabelle con el ceño fruncido.
-Mundis estúpidas -masculló Isabelle-. Podrían haber hecho que mataran a Jace.
-Está loco -dijo Clary, intentando echar la muñeca hacia atrás-. Todos ustedes están locos.
Pudo ver que el látigo se le hundió más profundamente en la carne y solo pudo tomarla con más fuerza de los hombros, teniendo lo peor.
-¡Deténte! -exclamó furiosa, segura de que le dejaría marca en la muñeca.
-Ni en sueños, mundi.
-Déjenos salir. La policía...
-La policía no acostumbra a interesarse a menos que le presentes un cadáver -Indicó Jace.
Sosteniendo el brazo contra el pecho, el muchacho se abrió paso a través del suelo cubierto de cables en dirección a ambas. Alec iba tras él, con una expresión ceñuda en el rostro.
Se plantó enfrente de Jace, así no podría acercarse más a Clary. Éste no parecía tener intenciones de seguir caminando, solo se colocó enfrente suyo y la inspeccionó con la mirada.
No se dejó intimidar por su mirada dorada. Lo miró fijamente, demostrándole que no le tenía miedo.
-Regresan a sus dimensiones de residencia al morir -explicó Jace-. Por si tenías curiosidad.
Pareció olvidarse que Clary estaba a menos de un metro detrás, lo supo por la mirada que le echó solo a ella y porque dijo: «Tenías».
-Jace -siseó Alec-, ten cuidado.
Alec le lanzó una mirada mortifera y Jace le apartó el brazo. Una truculenta ristra de motas de sangre le marcaba el rostro.
Lo miró con ojos entrecerrados, tenía los ojos claros y separados, y los cabellos de un dorado tostado.
-Pueden vernos, Alec -replicó-. Saben demasiado.
-Así pues, ¿qué quieres que hagamos con ellas? -inquirió Isabelle.
Ángel de tensó.
-Dejarlas ir -respondió Jace en voz baja.
Lo miró con sorpresa y Jace apartó su mirada de la suya.
Isabelle le lanzó una mirada sorprendida, casi enojada, pero no discutió. El látigo resbaló de la muñeca, liberándole el brazo a Clary, que se frotó la dolorida extremidad. Aliviada, intentó alejarse de ese tal Jace para ver el estado de Clary, pero ante todo pronóstico, el chico la tomó del brazo, impidiéndole avanzar.
Los presentes se quedaron de piedra, y Ángel no pareció estar mucho mejor. Intentó soltarse de su agarre de hierro, pero mientras más se esforzaba, él se agarraba con más fuerza. Así que decidió quedarse quieta, demasiado quieta por el bien de Clary y el suyo.
-Quizá deberíamos llevarlas de vuelta con nosotros -sugirió Alec, con tono suspicaz-. Apuesto a que Hodge querrá hablar con ellas.
-Ni hablar de llevarlas al Instituto -dijo Isabelle-. Son unas mundis.
-¿Lo son? -inquirió Jace con suavidad.
Su tono sosegado era peor que la brusquedad de Isabelle o la cólera de Alec. La jaló de su muñeca en su dirección y se tambaleó tratando de encontrar estabilidad. Incluso Alec e Isabelle se removieron sorprendidos, pero no dijeron nada.
El aroma putrefacto de la sangre de aquel demonio impregnó su nariz, haciéndole fruncir el ceño por el fuerte aroma. Aquello pareció hacerle gracia, porque la acercó un poco más a él. Unos cuantos centímetros los separaban y para ese punto ya estaba más que aterrada.
Jace tomó uno de sus mechones platinados y lo miró con curiosidad, como quien no entiende algo importantísimo. Tal vez pensaba que eran teñidos.
Intentó alejarse de él, nuevamente, pero no logró liberarse de su agarre. Se desesperó, por lo que miró con terror a Clary, quien tenía los ojos como platos e intentaba infundirle valor con la mirada. Se había quedado muda del miedo.
-¿Han tenido tratos con demonios, niñitas? ¿Han paseado con brujos, conversado con los Hijos de la Noche? ¿Han...?
-No nos llames «niñitas» -le interrumpió Clary-. No tenemos ni idea de que estás hablando, y es mejor que sueltes a mi hermana.
Ángel se sorprendió por su muestra de valor, pero hubo un atisbo de esperanza en sí. Aunque no lo dijera, le daba cierto temor estar cerca de él. Era bastante intimidante. Alguien peligroso y lo sabía.
Jace pareció salir del trance en el que había entrado, porque soltó su brazo y la menor tuvo la oportunidad de salir huyendo hacia Clary. Ella la recibió con los brazos abiertos.
Un escalofrío recorrió su espalda mientras aún sentía su mirada clavada en su cuerpo.
-Nosotras no creemos en demonios, están con las chicas equivocadas... -dijo Ángel con molestia, mientras seguía al lado de su hermana.
-¿Ángel? ¿Clary?
Era la voz de Simon.
Ángel nnca antes había sentido tanto alivio al escuchar su voz. En esos momentos, amaba a Simon, por lo que con gusto lo habría besado por salvarlas de aquella incómoda y extraña situación.
Ángel se volvió a la puerta del almacén. Simon no estaba solo, lo acompañaba un fornido portero que había estado sellando la puerta de la entrada.
-¿Están bien? -las miró escrutador a través de la penumbra- ¿Por qué están aquí solas? ¿Qué ha sucedido con los tipos... ya saben, los de los cuchillos?
Lo miró con extrañeza, y observó por detrás, donde Jace, Isabelle y Alec permanecían en pie. Jace todavía con la camisa ensangrentada y el cuchillo en la mano. El muchacho de ojos dorados les sonrió de oreja a oreja y solo se encogió de hombros en parte de disculpa, en parte burla.
Pudo apreciar que le guiñó el ojo de forma coqueta y descarada. En otra ocasión se hubiera acercado a hablarle, tal vez hubieran quedado en algún sitio y con suerte saldrían por unas cuantas semanas, como acostumbraba a hacer. Pero en esa situación, ni loca pensaba salir con él.
Volvió la cabeza hacia Simon e intentó parecer despreocupada, como siempre lo era. Relajó los hombros y colocó su típica postura dominante. Le sonrió coquetamente, e icluso en la oscuridad, logró ver sus mejillas encendidas. Era una monada.
-Creo que nos hemos equivocado -dijo recomponiéndose de su anterior estado-. Tal vez entraron a otro lugar, o las luces nos hicieron ver algo que no era. Lo sentimos -puso rostro de cachorrito abandonado para que pareciera más creíble y no se molestara.
-No hay problema.m -dijo Simon revolviéndose el cabello, estaba claro que no había sido una noche larga solo para las hermanas.
Su expresión había cambiado de preocupada a incómoda, al portero, que simplemente parecía enojado.
-Ha sido una equivocación -completó Clary.
Detrás de ambas, Isabelle lanzó una risita divertida. Ángel miró a Simon con expresión de «Perdóname, no volverá a pasar».
Simon pareció relajarse un poco.
-Vámonos -dijo Simon tomándola de los hombros y abrazándola por la espalda.
La mirada detrás suyo pareció quemar. Tomó a Clary de la mano y le regaló un intento de sonrisa.
-Deberíamos irnos, ya es tarde -les dijo Ángel, ya después de haber salido del almacén.
-Estoy de acuerdo -concordó Clary-. Me duelen los pies.
Las dos seguían tensas por lo que había sucedido.
-No lo creo -dijo tozudamente Simon mientras Clary, de pie en el bordillo, intentaba desesperadamente parar un taxi.
Por otro lado, Ángel se encontraba sentada en la banqueta. Se había quitado los tacones y parecía más baja de lo normal. Indefensa, se podría decir.
-Lo sé -convinó ella-. Lo normal sería que hubiera algún taxi. ¿A dónde va todo el mundo un domingo a medianoche? -Se volvió él encogiéndose de hombros- ¿Crees que tendremos más suerte en Houston?
-No hablo de los taxis -repuso Simon-. Ustedes... no les creo. No creo que esos tipos de los cuchillos simplemente desaparecieran.
Clary suspiró y la mayor se limitó a estremecerse. Simon pareció creer que tenía frío (no era extraño, el vestido le llegaba al muslo y no cubría mucho), así que se quitó la chaqueta y la colocó en sus hombros descubiertos. Le agradeció con una sonrisa cansada, no se había dado cuenta de lo agotada que estaba.
-A lo mejor no había tipos con cuchillos, Simon. Quizá simplemente lo imaginamos todo.
-Ni hablar. Vi sus caras cuando entré en ese almacén. Parecían realmente alucinadas, como si hubieran visto un fantasma.
-No es nada, Simon. Solo vimos algo que no estaba allí -descartó Ángel entre un bostezo.
Por primera vez que salió del club, pensó en Jace con sus ojos dorados.
-Fue solo una equivocación.
No tenía ni fuerzas para hablar, se estaba durmiendo en la banqueta, por lo que Simon la tomó de los brazos y la levantó para abrazarla con fuerza.
«Huele bien», pensó Ángel, pero rápidamente abandonó ese pensamiento.
Bostezó con fuerza. Tenía tanto sueño.
-Bueno, pues fue una equivocación de lo más embarazosa -repuso Simon-. Dudo que vuelvan a dejarnos entrar jamás en Pandemónium.
No pudo evitar reírse del comentario. Era verdad.
-¿Qué te importa eso a ti? Odias Pandemónium.
-Clary, no seas grosera con Mister Simon -la regañó de forma aniñada.
Volvió a bostezar mientras Simon intentaba no reírse y Clary rodaba los ojos "fastidiada".
Clary volvió a alzar la mano cuando una forma amarilla fue hacia ellos a toda velocidad por entre la niebla. En esa ocasión (gracias a Dios), el taxi frenó con un chirrido en la esquina, con el conductor presionando la bocina como si necesitara atraer su atención.
-Por fin tenemos suerte.
-Ni que lo digas -bostezó y sacudió su melena rebelde-. Empezaba a creer que tendríamos que caminar.
Simon abrió la portezuela de un tirón y metió a Ángel con sumo cuidado, para después él deslizarse al interior del asiento trasero junto a ella, después Clary le siguió.
Inhaló el acostumbrado olor a cigarrillos rancios.
-Vamos a Brooklyn -indicó Simon al taxista, y luego volvió la cabeza hacia ambas-. Saben que pueden contarme cualquier cosa, ¿de acuerdo?
Asintió recargándose en su brazo y abrazándolo con fuerza.
-Seguro, Simon -respondió Clary por ambas, y mentalmente le dio las gracias- Sabemos que podemos hacerlo.
Clary cerró la portezuela en un golpe seco y el taxi se puso en marcha, perdiéndose entre la oscuridad.
«Este día estuvo de locos», pensó mientras caía en los brazos de Morfeo, sin saber que una sombra los acechaba, o más bien, los seguía.
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¿Qué tal les pareció? A mi me gustó como quedó, así que espero que estén preparadas porque no falta mucho para que Clary y Ángel vallan al Instituto.
SPOILER:
Habrá una serie de cambios para que no sea exactamente igual al libro, pero en sí será la misma trama alv.
¡Estoy tan emocionada con esto! Espero que les esté gustando la historia. ¡Voten y comenten! Me ayuda a actualizar mucho más rápido, preciosuras. Sin nada más que decir, ¡nos leemos pronto desconocidos!
Atte.
Nix Snow.
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