XXIII. El inicio del idilio

Las doce de San Valentín sonaron de pronto, haciéndonos caer en cuenta que habíamos perdido la noción del tiempo al perdernos entre nosotros.

Aquello trajo desde el salón sonidos de apertura de botellas de champagne, de cornetas, de globos al reventar y fuegos artificiales, todo en medio de las exclamaciones de emoción de los presentes, en tanto Michael y yo solo nos quedamos mirando el uno al otro durante unos instantes aturdidos (por lo que nos acababa de pasar y acabábamos de empezar, sumado a la repentina algarabía del momento) así como a las luces que adornaban el cielo de colores. Por andar embebidos en nuestros asuntos no habíamos siquiera prestado atención a los anuncios del animador por micrófono acerca de los preparativos para el festejo que se acercaba, aunque vagamente escucháramos su voz. Lo bueno fue que al tratarse el patio interior de un lugar no muy grande, Janet prefirió conducir a los invitados a los amplios jardines para celebrar el momento; consciente o inconscientemente salvándonos. Michael consideró entonces que era nuestra oportunidad perfecta para poder escapar, aprovechando la distracción de los presentes e intuyendo que el interior de la casa también debía encontrarse ese rato desierto, y yo estuve por completo de acuerdo.

Tomándonos de la mano de tal manera, rápidamente pero cautelosos abandonamos de inmediato el lugar.

Por otra parte, solo me acordé de avisarle a Taylor por mensaje cuando ya íbamos más de un kilómetro lejos a bordo de la limosina de Mike y yo muy apretadita a él, con su brazo bordeando mi cintura en un abrazo y mi cabeza descansando sobre su pecho, muy cerca de su corazón.

"Tay, disculpa por marcharme sin avisar. Estoy con M. Por favor, si mi mamá te llega a preguntar por mí, no me delates, solo avísame. Igual yo voy a estar atenta al cel todo el tiempo. Mil gracias, te la debo".

-¿Todo bien?- Michael me preguntó entonces en voz no muy alta, lo que volvía de alguna manera más íntimo nuestro ambiente de privacidad dentro del alargado vehículo, y yo solo asentí esbozando una sonrisa, aprovechando para restregarme enseguida con amor contra su cuello, y él juntando su cabeza a la mía, correspondió a mi gesto de cariño. Solo una pequeña demostración de afecto en comparación con la intensidad de nuestros besos culpables durante el resto del recorrido. Algo que por el mismo hecho de saberlo prohibido, infundía profundidad en los sentimientos volviendo esos momentos más adictivos.

Fuimos directo hasta su casa porque él quería saber cómo se encontraban los niños y a la vez aprovechar para contarles sin rodeos que íbamos a empezar a salir. Me contó por ello en un rato del trayecto, sosteniéndome la mano, que se sentía de lo más emocionado, con una ilusión recargada que había pensado nunca más volver a sentir; y luego cuando llegamos, antes de subir la escalera hacia los dormitorios, se detuvo un instante frente a mí para reiterármelo.

-Tienes un encanto Selina tan dulce y especial que no alcanzo a describir pero que me atrapa por completo y me deja a tus pies. Gracias, gracias por devolver la esperanza a mi vida, por brindarme de nuevo la oportunidad de amar- y diciendo esto, como todo un caballero me besó la mano. Un gesto al que no estaba acostumbrada pero que me resultaba conmovedor.

Los chicos a esas alturas, bien entrada la madrugada y habiendo armado una pijamada en la habitación de Prince, ya se encontraban dormidos, por lo que después de verlos nos retiramos en silencio para no molestarles.

-Es una pena, y yo que pensaba ordenar pizza- lamentó Mike en cuanto bajamos a la cocina

-¿A estas horas?- tuve que consultar encontrándolo increíble y gracioso

-Sí, solemos hacerlo todo el tiempo para nuestras fiestas de pijama- Mike se encogió de hombros mientras iba a la refrigeradora para servirse un vaso de jugo de naranja. Uno para él y otro para mí –Eso es lo bueno de que en el local más cercano haya el servicio de 24 horas- explicó -Y usted señorita ¿no tiene algo de apetito, quizá?. Mire que puedo prepararle algo, puedo ser un buen chef cuando quiero- entonces para mi sorpresa me ofreció, actuando con formalidad para mí de broma, y ya iba a abrir el frigorífico de nuevo cuando le agradecí diciéndole que no era necesario.

-No hace falta, pero gracias Mike... Créeme que en realidad lo único que quiero es pasarla contigo-

A él pareció llegarle también mi respuesta, lo noté en su cara por unos instantes. De tal forma, al volver a la mesa se bebió todo lo que quedaba del vaso de un trago, asintiendo como para tratar de convencerse que no estaba soñando.

-Tengo una idea- dijo luego –Demos un paseo, hay una fantástica luna-

Yo que había tomado asiento en uno de los extremos del mesón, desde donde con mi barbilla apoyada en las palmas de mis manos, lo contemplaba con arrobamiento; sonreí y aceptando enseguida me levanté.

Un plus fue que mi vestido en esa ocasión era convertible, adecuado para más de un festejo, y para entonces habiéndome deshecho ya de la parte larga de la falda, éste se había transformado en mini, dejándome lista para ir a pasear.

Michael sin embargo, como siempre preocupado y precavido, procurando hacer el mínimo ruido para no incomodar ya a nadie, se encargó él mismo de bajarme una de sus chaquetas de su cuarto (una hermosa bomber azul) y una vez volvió frente a mí, mirándome con un mix de admiración y deseo, me ayudó a ponérmela con delicadeza.

Le agradecí observándolo con amor y suplicante por otra de sus demostraciones afectivas, con lo que entendiéndolo, me acarició con cariño una mejilla.

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Unos quince minutos después estábamos caminando tranquilamente por los jardines, yo tomada de su brazo y él contento muy junto a mí, por un tramo iluminado a totalidad por faroles de luz ambarina. Detalle que volvía el ambiente más romántico y como sacado de un sueño.

Conversamos así de la responsabilidad que aceptar nuestra relación nos traería y aunque a mí no me importaba en lo más mínimo lo que pudieran opinar al respecto, por insistencia de él acepte en que la manejáramos con cautela y de ser posible al disimulo por unos meses hasta que yo cumpliera la mayoría de edad, para no ganarnos dolores de cabeza.

-De acuerdo, aunque va a ser un suplicio- con un puchero de resignación, opiné

Michael sin embargo, conteniendo una sonrisa y con ganas de bromear para hacerme sentir mejor, de repente se adelantó para colocarse frente a mí, donde esbozando una teatral reverencia al estilo de un mimo o de todo un actor de otra época, me tendió la mano para que yo la aceptara. Algo a lo que extrañada pero esperando todo de él en cuanto a ocurrencias, sin dudarlo accedí.

Me atrajo de tal manera hacia sí con rapidez, quedando nuestros cuerpos pegados en posición de baile, para luego despacio comenzar a llevarme al tiempo que me dedicaba una canción. Uno de sus mayores éxitos. Cantándomelo al oído.

"Todo mi amor eres tú"

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Continuará...

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