Hubo un tiempo en que yo vivía prácticamente en un mundo de cristal.

Rodeada de atenciones, lujos, festejos y la acostumbrada convivencia con demás personas del mundo del espectáculo como mi profesión me lo permite; junto con, por supuesto, todas las típicas situaciones propias de cualquier adolescente, que solo a simple vista parecían más especiales por ser considerada la artista juvenil del momento.

En medio de ello, como toda chica en mi búsqueda del amor verdadero, soñé con posibilidades de grandes romances, pero jamás imaginé que un día llegaría una mega estrella brillante que conseguiría deslumbrarme de tal forma que me ayudaría a ver la realidad de otra manera, enseñándome en el trayecto a madurar aparte de amar.

Aquello fue lo que hizo Michael. Un astro distante, del cual yo recordaba haber visto su luz un día. Una estela que alguna vez pareció apagarse, pero solo para renacer con mayor intensidad, con una fuerza enceguecedora.