Capítulo XI

 Parte 1.

Nicolás.



El camino era aburrido y pesado, la conversación que mantenía Osmar con su hijo atrás era  tan aburrida que con tal de no participar me mantenía con el celular a mano escribiendo sin importarme el que pareciera maleducado.

Maia se mantenía callada, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el respaldar de la silla; su semblante era pálido y parecía que al único que notaba eso y le preocupaba era al chofer que se mantenía a su lado dándole agua a cada minuto; bueno, a mi algo me preocupaba, pero habían cosas que no eran de mi incumbencia. Ella por ejemplo, no lo era, pero acá estoy, viéndola por el espejo retrovisor, viendo como una fina capa de sudor le cubría la frente, como tragar saliva le costaba trabajo y como aguantaba las arcadas que seguro la atacaban por los nervios. O eso era lo que me había dado a entender el chofer hace unos días. 

Sentía el deseo de estar a su lado, tomarle la mano, dejar que recueste su cabeza sobre mi hombro. Era un imposible, por muchas razones era imposible acercarme a ella demasiado, tenía ese algo que hacía que cada vez que estuviera a su lado naciera las ganas de tocarla, besarla y desearla. Eso traería muchos problemas, a ambos y ella no necesitaba más de los que ya tenía.

—Nicolás—el llamado de Omar me obligo a dejar de mirar con esas ganas innatas que nacían. —Me encantaría mostrarte el proyecto que terminamos hace poco, un edificio de diez pisos dedicado únicamente a la gastronomía, te encantará; allí trabaja una chef amiga que estará dispuesta a darnos un recorrido con aperitivos incluido.

Su sonrisa llena de satisfacción no fue para nada contagiosa.

—Claro, si tengo tiempo aceptare.

La camioneta aparco en la pista privada donde esperaba por nosotros el jet, un HAWKER 800XP liviano y perfecto para las dos horas de vuelo que tendríamos.

El piloto junto con el personal todos profesionalmente vestidos nos esperaban sonrientes, con copas de champagne en mano y chocolates en una pequeña canasta roja.

—Señor Lombardi un gusto verlo de nuevo.

—Igual Mario, Hola a todos—di un saludo general para después presentar a Mario y Osmar junto a sus hijos.

Maia se veía más pálida que en el coche, empezaba a creer en su fobia a los aviones, a medida que subía se agarraba con fuerza de los barrotes, no dijo ni una palabra y ni siquiera le pego el ojo a los chocolates que le habían ofrecido.

—Pónganse cómodos, en veinte minutos emprendemos el viaje.

Osmar junto a su hijo se encaminaron, con las bebidas en mano, hacia las sillas del medio; Maia pidiendo permiso para todo y con el chofer que no la dejaba sola para nada se fueron hacia la parte trasera.

Fui hasta la azafata que hoy nos acompañaba, una esbelta y sonriente pelirroja.

— ¿Señor le puedo ayudar en algo?

Fije la vista en la credencial que colgaba en el bolsillo del saco.

—Roció—le dije haciendo que sus mejillas se pongan rojas—Necesito que me hagas un favor y seas totalmente discreta.

—Claro señor, lo que ordene.

—Bien. ¿Vez la joven al fondo de todo?—asintió después de alargar la vista detrás de mi hombro—Quiero que la trates muy bien, que seas especialmente atenta, más que con cualquiera aquí abordo, todo lo que pida le das, y todo lo que tengas se lo ofreces.

—Como ordene señor. —respondió totalmente profesional.

— Muy bien, te lo agradezco.

La azafata hizo caso, Maia y el chofer fueron especialmente atendidos por ella, aunque lo único que aceptaron de todo lo ofrecido fue agua. Mientras, yo con la botella de cerveza en mano y la MacBook  en la mesa frente a mí, tenía trabajo por hacer, pero la rubia sentada a unos pasos me mantenían distraído, se le notaba con un poco más de color en el rostro, aunque el que vaya al baño a cada nada no mermaba la preocupación. Su hermano se había acercado una sola vez, quiso tocarle el rostro pero un manotazo y una mala mirada lo alejaron de inmediato y el padre se había acercado solo para intimidar al chofer y hacerlo alejar de su hija.

Después de una más de hora y media aquí encerrados sobre las alturas su mirada se posó en mí, sus ojos azules se clavaron en mí, una suave sonrisa se vio en sus labios pintados de un suave rosa.

La imagen de ella en la cama vino a mi mente, desnuda, jadeante, sonrojada, con esos ojos azules electrizantes, tenía una mirada tranquila y juvenil; pero cuando sonreía de esa manera, como ahora, no importaba lo pequeña que pareciera con esa sonrisa sensual hacía de sus ojos eléctricos a intenso, de tranquila a peligrosa, de inocente a toda una mujer transformada, una que estaba preparada para que te hundas en sus gemidos, en sus curvas, en sus labios.

Volví a darle un trago a la botella alejando la mirada de la candente rubia que parecía querer hacerme caer en tentación.

Tome el celular, necesitaba asegurarme de que todo estuviera bien por la fábrica, mi mano derecha era de confianza y sabía que podría estar sin mi estos dos días; sin embargo, también había otras fábricas alrededor de Latinoamérica que necesitaban mi constante supervisión, eran la que más lejos estaban y los que más propensos a haber errores eran.

—Señor estamos por aterrizar, los cinturones.

Hicimos caso de inmediato, veinte minutos después la brisa costera de Punta del Este se hacía sentir.

En la pista nos esperaba el coche que nos dejaría en el hotel, subimos en silencio y en menos de diez minutos ya estábamos recibiendo las llaves y número de habitaciones.

Todos se encaminaron hacia sus respectivas habitaciones todos menos la rubia que dejo sus maletas a mano de un botón y se encamino hacia la salida; el hotel era cinco estrellas y contaba con todo lo necesario y para todos los gustos. A unos metros había un parque, era la media mañana así que estaba abarrotado de niños gritando, corriendo y jugando. Lugares como este me dan dolores de cabeza, pero seguirla me distraía de lo que pasara alrededor, hasta de los niños que por despistados chocaban contra mí.

Se plantó frente a la fila donde vendían helados, era la única mujer de su edad y sin un niño en brazos esperando por ser atendida por el heladero que al estar frente a la rubia no despegaba los ojos del escote.

Me acerque por detrás tomándola de la cintura, se reacción en defensa fue inmediato; trato de apartarme hasta que vio que era yo quien la sostenía, no se lo permití, deje que permaneciera -aunque tensa- pegada a mí.

—Quiero lo mismo que ella—pedí bajo su mirada, de aspecto estaba mucho mejor.

Esperamos unos segundos en silencio hasta que nos tendió ambos helados de frutilla. Apenas nos apartamos de la fila quito mis manos de su cintura con furia.

— ¿Qué fue eso? —Dijo de inmediato, no me dejo ver lo rosado que se habían puesto sus mejillas— ¿Quién te crees?

—Solo te acompañaba, también quería un helado.

Metí la paleta en mi boca, era fresa y de agua.

— ¿Por qué no vas al hotel y lo pides ahí como cualquiera lo haría?

—No soy cualquiera y tú tampoco obviamente ¿de qué huyes?

—De nada, solo vine por aire y por un helado.

—Te vez mejor que en el avión.

—Me da pánico volar—alzo los hombros restándole importancia—Ya se me paso. Estoy en tierra, sin náuseas y con un rico helado en mano.

—Me alegro por ti, pero ¿Por qué no ir a un lugar más tranquilo?

Se quedó embobada viendo todo lo que nos rodeaba, una sonrisa surco sus labios al ver a unos niños en la calesita.

—Es divertido ¿no te parece? No hay nada más puro y revitalizante que la risa de los niños.

Se encamino hacia una banca donde ya había una señora con un bebe en brazos, observaba los juegos sin perderse de vista nada.

—Es algo a lo que no estoy acostumbrado—respondí sincero.

— ¿Y acostumbras a perseguir chicas?

—Pues... no, eres la excepción.

— ¿Me tengo que sentir especial? ¿O es tu forma de ligar?

Sonreí para mis adentros.

—No me necesitas para de mi para sentirte especial.

—Ok... no voy entendiendo.

—Matemática simple.

—Soy pésima en matemáticas. Mi rubro es otro.

Mentira, solo queria que siempre le estuviera aclarando todo.

— Ya lo eres, eres importante y especial, no porque yo lo diga, simplemente lo eres. —aclare.

Sonrió con los ojos brillando.

—Ok, entonces estas ligando.

—No, tampoco, solo estoy tratando de ser amable.

En silencio contemplo el helado para después comerlo, quiso intentar responder, pero el llanto inquieto del bebe a su lado nos hizo darle atención a su desesperada madre.

La señora rebuscaba algo entre el bolso que tenía a su lado, él bebe estaba rojo de llanto y a punto de caerse, la señora gritaba el nombre de una niña que parecía ser la llamaba desde el tobogán.

—Emm—Maia carraspeo obteniendo la atención de la señora y del bebe— ¿Quiere que le ayude en algo?

—Ay si por favor—le tendió él bebe al cual le sonrió de inmediato hablándole para que no llore.

—Si, eres un bebe lindo ¿Cómo te llamas eh? no puedo adivinar tu nombre pero te podre... cachetotes—él bebe empezó a reír a carcajadas con las mejillas rojas y mojadas mientras la rubia le hacía cosquillas con la mano, inevitablemente reí observándolos, la señora agradeciendo murmuro el nombre del bebe para luego ir hacia la niña del tobogán. —Oh eres Alejandro, que bonito nombre.

Siguió murmurando cosas para luego ponerlo frente a mí. Él bebe se mandó la mano en la boca llenándose de baba al instante.

— ¿No es una cosita muy linda? —Su pregunta me hizo apartar la vista para reír. —Vamos admítelo, es una cosita tierna.

Me lo acerco haciendo que él bebe alargara las manos llenándome la cara con sus manos baboseadas.

—Sí, sí. Muy lindo pero me está dejando baba por todas partes.

—Que importa. Lo vale—lo volvió a acercar contra ella, el nene demostrando su viveza apoyo la cabeza entre sus pechos con total confianza y comodidad.

La niña se acercó corriendo con su mama detrás.

—Él es mi hermano—dijo, tenía el cabello despeinado y sudaba por donde se la viera—Yo me llamo Mica ¿y ustedes?

—Yo me llamo Maia y él es Nicolás—la salude con la mano mientras alternaba la vista entre ambos.

— ¿Son novios? Mama dice que yo no puedo tener uno, tu eres grande ¿es tu novio?

Se volvió a sonrojar acomodándose con él bebe aun en brazos.

—Solo somos amigos, eso si puedes tener. —aclare por ambos.

—Yo quiero un novio.

¿De dónde salían estos mocosos tan acelerados?

—Mica no digas esas cosas—su madre llego reprendiéndola—Así incomodas a la gente, nadie te querrá de novia.

Reímos haciendo que la niña frunza el ceño.

—Ay esta niña, lo siento y gracias por ayudar con Ale.

Tomo al niño que sin querer soltarla del todo agarro un mechón de su cabello estirándolo. Con suavidad hizo que la soltara.

— Tienes un lindo cabello ¿lo puedo peinar?

—Mica... incomodas—dijo su madre.

—Está bien—murmuro la rubia acomodándose—en un rato me tendré que ir, pero puedes hacerme una trenza ¿quieres?

Se le ilumino la cara a la niña y con una sonrisa se acomodó a sus espaldas tomando su cabello.

—Hare una trenza, la más hermosas de todas las trenzas del mundo.

—Ok, eso espero.

Empezó a charlar con la señora mientras jugaba con él bebe. En este momento no sabía dónde meterme ni como alejarme sin quedar mal, estaba rodeado de mujeres, niños y con un helado en mano a medio comer.

—Ten—la niña me dio un mechón de cabello para sostener, lo hice concentrándome en el perfume que desprendía chanel cristal, se lo había querido regalar a mi madre, pero era dulce y empalagoso según ella, a mí me parecía perfecto. —Gracias señor—volvió a tomar el mechón para enredarlo de nuevo junto con lo otro, lo ato con una coleta y sonrió satisfecha con su trabajo.

—Listo, toca, toca.

Lo hizo sonriendo en el proceso, asintió diciéndole que le gusto como quedo.

—No, no. Te tomare una foto para que lo veas mejor.

Maia le tendió su celular dejando que toma fotos de todos los ángulos posibles, me pidió que me acercara y lo hice sonriendo para esperar a que termine de tomar la foto.

La rubia empezó a ver las fotos deteniéndose por un instante en la nuestra, respiro hondo para luego bloquear el celular y agradecer a la niña el peinado, Que a decir verdad no era la gran cosa, pero todos seguían despidiéndose sin darle tanta importancia al hecho de que parecía más a la casa de barro de un pájaro que a una trenza.

El recibidor nos dio la bienvenida con el aire frio de las maquinas, Maia caminaba a mi lado sonriendo y viendo las fotos que había sacado con su celular al paisaje que la costa ofrecía.

—Gracias por las fotos, quedaron muy bien.

—No fui yo, fue la modelo—dije sin pensarlo, se quedó quieta en su lugar mirándome como lunática.

—Ahora si estas ligando.

—La verdad si—respondí totalmente sincero—Soy un hombre que dice verdades, no puedo negar el hecho que seas hermosa y salgas bien en todas las fotos, eres una maravilla hecha para admirar.

Sonrió haciendo que mis palabras cobren más sentido aun.

—Si estas ligando conmigo va funcionando.

Me acerque tomando un mechón del desastroso peinado que tenía encima para acomodarlo detrás de su oreja. Su respiración choco en mi pecho.

—Me agrada que así sea. —respondí alejándome.

—Me tengo que ir—murmuro aun con la respiración pausada

—Te veo al rato.

Sonrió asintiendo, se encamino a los ascensores perdiéndose de mi vista.

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