CAPÍTULO 6.
—KIVELÄ—
Era como escuchar una sirena, eso era aquella bestia, pero al final no sería un hermoso rostro lo que encontrarías, no, ahí sólo había oscuridad y muerte.
No había principio o un final para eso, incluso Vilém misma nunca había visto algo parecido, y en mis memorias y en la de mis ancestros no había información sobre ella, nada, ni una sola mención, ninguna sombra...
¿Qué era?
"Kivelä Calder", susurró con voz de terciopelo, una voz que vibraba y se filtraba en mis propios huesos.
Los ojos de color turquesa me miraron con desconfianza y con temor; sus manos apretaban con fuerza la rienda del caballo, sus nudillos se habían vuelto blancos.
"Kivelä"
Me estremecí; había creído que aquella oscuridad solo tenía odio dentro de ella, pero había algo que había cambiado cuando vio el alcance de mi poder, que, como el suyo, no tenía un fin definido.
—¿Qué ves? —me preguntó de nuevo con voz temblorosa. Sólo había poder sin forma...
¿Qué es lo que realmente veía? Oscuridad. Brutal oscuridad.
—¿Recuerdas algo antes de que te encontraran tus padres?
Ella me miró y luego suspiró, un suspiro pesado como si odiara recordar esa parte, pero yo mismo había nacido de aquella tierra, de la sangre de mis antepasados en una guerra sin sentido, ¿acaso ella había nacido de la misma forma?
—Oscuridad. Recuerdo... oscuridad.
¿Y qué era lo que recordaba yo? ¿No era oscuridad también? ¿Fuego y cenizas de miles y miles de cuerpos?
—¿Qué más?
—Recuerdo hambre y miedo... también soledad.
—¿Y "eso" estaba contigo antes de que te encontraran? —pregunté y la cosa, la bestia, me gruñó en respuesta.
Las llamas suaves y cálidas que lancé hacia Magne fueron dispersadas con una garra invisible y letal.
"¿Puedo tocarte?" pregunté lanzando el pensamiento hacia lo profundo de esa oscuridad.
—Sí.
"Sí"
Me sorprendí ante ambas respuestas.
Incluso en mis siglos de vida, nada había parecido tan atractivo como aquello, tan malditamente excepcional.
Dejé a mi poder fluir de nuevo hacia afuera, toqué la piel de Magne con suavidad como una caricia y ella se estremeció, pero no dijo nada. El poder fluyó finamente por cada espacio de su piel, por cada poro, y con cada respiración suya, empujé un poco más... y la toqué.
Frío. Pena. Dolor.
Un grito desesperado en la noche oscura. No había bordes definidos, no había nada a lo que aferrarse, solo vacío.
Lo vi y lo sentí: mucho, mucho sufrimiento. Creada de la sangre, de la oscuridad y la desesperación de una niña humana.
Y esa palabra sonó con fuerza: humana.
—¿Recuerdas cómo llegaste a Azpenh? —pregunté y la oscuridad tembló y onduló a mi alrededor, tocándome también, oliendo mi piel y arañando mi mente.
—...No.
Y esa indecisión cobró fuerza en mí. Lo sabía. Ella sabía de dónde venía, pero lo más probable era que se hubiera convencido a sí misma para creer lo contrario.
"Kivelä"
Hundí mi poder en la oscuridad; mis llamas se apagaron lentamente; si seguía ahí, iba a devorarme entero, pero necesitaba ver más allá, un poco más...
Un recuerdo flotó de aquella oscuridad, un recuerdo que me golpeó con fuerza... Ella era un arma, una poderosa y letal arma, la última y la única que existía ahora.
Me empujé a mí mismo a salir de ese lugar.
—¿Qué viste? ¿Qué soy? —preguntó.
—Magne —susurré y me di cuenta que ella quizá había sido hecha para ser el arma de un antiguo ser oscuro.
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—Dale algo de comer y que, por favor, coma de forma lenta para que no vuelva a vomitar como en la mañana —dije en voz baja a Niels. Ella asintió y desapareció en una suave nube de flores azul brillante.
Observé el bosque por la ventana de mi estudio; vi las pequeñas almas flotar entre los árboles; parecían felices y en paz. Sonreí, pero era una sonrisa triste y un poco dolorosa.
Desde que había tocado esa desesperación, aquel dolor profundo que habitaba dentro de Magne y ahora se había vuelto de alguna forma mía también, era desagradable, frío y extraño.
Miré la carta sin abrir sobre el escritorio. Sabía que Ludék no iba a quedarse de brazos cruzados con respecto a lo que había sucedido hacía un par de días en los límites de nuestros territorios, pero de cualquier manera él había sido quien había amenazado con romper el acuerdo y entrar en Vilém.
Abrí la carta; era una citación para discutir "Asuntos importantes y urgentes de Herleit, con las demás cortes". No decía nada más; tampoco se había establecido un lugar o una fecha.
El grito de Freyr me sacó de mis pensamientos, un grito desgarrador y profundo que se clavaba en el fondo de mi ser. Algo estaba ocurriendo en el lugar que era su hogar y al mismo tiempo su alma. Otro grito llenó el mundo que hizo castañear mis dientes.
—Kiv, algo sucede en Artem —gruñó sin aliento Ker después de atravesar la puerta. Había corrido del bosque hasta la casa, y el sudor dejaba surcos en su piel bronceada llena de suciedad.
—La escuché —fue mi respuesta, porque justo ahora con la tensión con Ludék no podía aventurarme a romper los tratados.
—Pero...
—No.
Otro grito, uno que heló mi sangre y que maldijo mi nombre y todo lo que yo era.
Mierda.
—No puede morir —dije entre dientes.
Ker palideció cuando Magne se acercó detrás de él como una suave brisa.
—Freyr —susurró ella. Ker sacó el cuchillo de su cinturón y lo tomó con fuerza entre su mano, ¿y si dejaba que la matara? ¿Y si la mataba yo mismo?
La risa fue algo nuevo y la oscuridad en ella comenzó a reír.
"No puedes matarme"
"Pronto", respondí y la oscuridad siseó porque mi poder y el suyo, ambos nacidos del dolor y la sangre, de un deseo, eran iguales, pero al mismo tiempo totalmente diferentes.
Otro grito aterrador, y la furia ardió por el mundo.
—Vete —ordené a Ker que mantenía el cuchillo en alto; me miró y luego a Magne.
—Voy detrás de ti, cruzaremos la frontera a Artem —dije y rodeando a Magne salió de la casa.
—¿Qué ocurrió? ¿Por qué grita?
—No lo sé. Quédate aquí —dije con firmeza, ella parpadeó y el turquesa de sus ojos brilló, suspiré—. Debo irme. Quédate aquí y come algo. —Me puse de pie y tomé el cuchillo de mi mesa.
—¿Puedo ir contigo?
La oscuridad ronroneó: una llamada, una dulce llamada que acariciaba mi piel y mi alma misma. La miré y un gruñido se levantó desde el fondo de mi garganta. La oscuridad retrocedió y se arremolinó en el interior de Magne.
—Mantente callada —dije, Magne parpadeó y yo apunté a su pecho—. Manténla callada y alejada —mascullé.
—¿Qué dice? —preguntó y sus uñas se hundieron en el marco de la puerta.
—¿No puedes escucharla? —Y ella negó con la cabeza con lentitud—. ¿Puedes sentirla? —pregunté y los ojos color turquesa se nublaron.
—No.
—¿Pero sabes que está ahí? —Ella asintió de forma lenta. La observé con cuidado.
¿Quién era realmente esa chica? ¿Acaso era una cáscara vacía para aquel ser?
El grito perforó mi cabeza y la furia de Freyr sacudió y escaló por mi cuerpo. Mierda, tenía que ir al lago de sangre y pronto.
—Debo irme —apunté, y Magne dió un paso adelante.
—Llévame contigo.
—¿Por qué?
—Porque ella, Freyr, me ayudó a escapar de Ludék. Tal vez pueda ayudar en algo.
—Puedo oler la mentira en tus palabras; es asqueroso —escupí y ella se estremeció.
—Quiero... quiero saber si mi madre y Bella... están vivas —susurró y el fuego en su alma brilló.
—Después de que salgas de Vilém no puedo ofrecerte protección; ya no me veré obligado a hacerlo —mencioné y me acerqué a ella un par de pasos. Ella retrocedió con miedo.
—Bien.
—Y trata de mantener a esa cosa dentro de ti callada y tranquila —siseé.
La cosa me miró desde la profundidad con ojos feroces.
—Sí.
—Vamos entonces.
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—MAGNE—
El tiempo se dobló de nuevo y nosotros con él. Vi una espiral de imágenes que corrían a gran velocidad a nuestro lado, pero nada se detuvo más de un par de segundos para que pudiera verlo mejor.
Un solo instante, un solo suspiro y ya estábamos en el límite de Vilém y Artem. Sentí el muro antes de verlo. Era como si jalara de mí y al mismo tiempo me alejara lejos, muy lejos.
Kivelä observó la oscuridad de aquel bosque con aquellos ojos que ahora parecían brasas ardiendo a fuego lento, tragué. Un gruñido animal se abrió paso por los árboles y el bosque mismo y el grito de Freyr hizo eco en mis huesos. Kivelä gruñó a su vez y sus dientes se volvieron más largos por un momento; luego volvió a su expresión fría y mortal.
Tocó el muro con una mano y murmuró una oración entre dientes. Con una suave llamarada una fracción del muro se derritió y el aire espeso y frío entró por el hueco que se había abierto.
—No puedo transportarme en Artem sin que me descubran, así que tendremos que correr —dijo con suavidad, pero sin mirarme—. Es tu última oportunidad para quedarte dentro de Vilém; lo que sea que esté pasando en el lago de sangre podría volverse rápidamente una masacre y serás incluido en ella.
—Iré.
—El lago de sangre no está tan lejos para mí, pero a ti te llevaría largo tiempo llegar ahí. —Suspiró—. Así que te llevaré en brazos, ¿bien? —Todo su cuerpo irradiaba tensión; me di cuenta que después de que había tocado lo que sea que había dentro de mí Kivelä se había querido mantener alejado.
Me acerqué un par de pasos hacia él y gruñó como advertencia. Ladeó su cabeza hacia un lado, escuchando, siempre escuchando esa cosa, a la oscuridad en mí.
—Una última cosa antes de irnos, no se te ocurra escapar —rugió mirándome directamente a mí—. No se te ocurra correr mientras esté distraído con lo que sea que ocurra o voy a cazarte. Y esto no será como la cacería roja de Ludék, no, voy a cazarte y no me detendré hasta hacerte pedazos con mis propias manos. —Una amenaza que me congeló; tragué saliva con esfuerzo mientras mi corazón golpeaba con fuerza dentro de mi pecho. Asentí y él sonrió.
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