CAPÍTULO 14.

KIVELÄ—

El mundo pareció partirse en dos cuando Magne sucumbió al dolor de la partida de su hermana. Era tanto y tan inmenso que desgarraba el alma. Fue en ese momento que vi a la oscuridad despertar una vez más; me devolvió la mirada mientras el dolor de Magne seguía y seguía. Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas, cayó de rodillas con fuerza y la oscuridad comenzó a tomar forma detrás de su mirada. Antes de que pudiera despertar del todo, lancé una ráfaga aplastante de mi propio poder y Magne se desmayó.

La dejé sobre su cama y la arropé lo mejor que pude; iba a dormir durante algunas horas, pero eso me ayudaría a mantener a la criatura dormida también; una solución momentánea mientras buscaba alguna un poco más permanente a aquel problema y debía darme prisa, o un día no muy lejano aquella criatura lo destruiría todo.

Salí de la habitación.

⋆˖⁺‧₊☽◯☾₊‧⁺˖⋆⋆˖⁺‧₊☽◯☾₊‧⁺˖⋆

⋆˖⁺‧₊☽◯☾₊‧⁺˖⋆⋆˖⁺‧₊☽◯☾₊‧⁺˖⋆

—MAGNE—

Desperté.
Desperté y el hueco en mi alma se hizo cada vez más grande, mucho más pesado y aterrador. Estaba cayendo a pedazos de forma lenta, pero constante. Después de ver como Bella desaparecía hubo un momento en el que me perdí..., una fractura en mi alma que ya nunca iba a repararse.

Mis pies tocaron el suelo frío de madera y las lágrimas volvieron a mis ojos. Las limpié con una mano y con más fuerza y furia de la que de verdad sentía. Una taza de té humeante apareció en la mesa baja del centro, me acerqué a pasos lentos y me dejé caer con torpeza en uno de los pequeños sillones. La porcelana caliente entibió mis dedos fríos y entumecidos, y agradecí aquel pequeño calor que me brindó. El sol entraba a raudales por las ventanas multicolores y me di cuenta que debía ser pasado el mediodía en Vilém. Suspiré y escuché el suave murmullo del agua corriendo en el estanque de piedra que me invitaba a hundirme en ellas, pero lo único para lo que mi curp se sentía capaz era para seguir durmiendo y dejar de sentir el dolor, que poco a poco lo borraba todo dentro de mí...

Respiré hondo; sabía que al igual que mis padres, Bella necesitaba descansar; los tres necesitaban encontrar la paz que siempre habían querido y merecido porque se la habían ganado, pero lamentablemente eso me dejaba sola de nuevo. Una vez más estaba en aquel mundo que me aborrecía y temía.

Cerré los ojos un momento y los volví a abrir cuando un par de golpes sonaron con fuerza en la puerta.

—Adelante —murmuré con la voz ronca como si hubiera estado gritando por demasiado tiempo y, quizá, había sido de esa forma.

Niels apareció en un suave parpadeo con olor a flores, me miró desde su lugar en la puerta y pese a todo me sonrió, una sonrisa tensa de labios apretados, pero al final de cuentas era una sonrisa. Sus alas iridiscentes vibraron.

—Vine para ver si necesitaba algo —dijo.

—No, estoy bien, gracias —respondí y ella meditó un momento mi respuesta no del todo convencida o segura.

—¿No quiere tomar un baño? ¿Bajar a almorzar? —insistió y se encogió de hombros.

—No. ¿Dónde está Kivelä? —pregunté en cambio y ella volvió a dedicarme aquella sonrisa tensa, aunque ahora un par de colmillos blancos brillaron detrás de sus labios.

—Lord Calder está en el jardín entrenando —contestó. Me puse de pie; me di cuenta de que no quería seguir más en aquella habitación llorando y sintiendome mal; Bella estaba en un lugar mejor; debía confiar en ello.

—¿Podrías llevarme con él? —pregunté, ella dudó un poco—. Por favor. —Asintió y me hizo una seña para que la siguiera.

⋆˖⁺‧₊☽◯☾₊‧⁺˖⋆

Cuando salimos de la casa, la suave y perfumada brisa nos dio la bienvenida, sonreí y tomé aire. Se sentía bien estar al aire libre, se sentía mejor y me hacía pensar en nuestra cabaña y eso rompió una vez más parte de mi corazón.

Seguía a Niels entre altos rosales y setos con formas demasiado extrañas para ser animales. Ella se deslizaba suave como llevada por la misma brisa y no parecía ahora temer a mi presencia como antes, ¿por qué? No lo sé. Seguí caminando.

Los escuché antes de verlos, las respiraciones agitadas, el choque del acero con algo que parecía un poco más duro que eso..., el sonido de los pies que se deslizan con destreza sobre la roca, el olor del sudor y el cuero. Niels se detuvo frente a un arco de piedra bajo cubierto de enredaderas con flores de color oscuro; más allá del arco se encontraba una superficie plana de piedra roja donde el sol caía con fuerza y en el centro uno de aquellos guerreros con alas de fuego de cabello rubio lanzaba estocadas a Kivelä que sostenía una espada de hierro tan oscura que incluso la luz era consumida cuando chocaba con su superficie. Kivelä esquivó un par de golpes dirigidos a sus costillas y lanzó un agudo siseo al rubio que volvió a atacar, pero Kivelä rápidamente y de forma elegante desvió su golpe con su espada y colocó el filo de ésta en su garganta.

Entre risas, ambos se alejaron para tomar posiciones de pelea una vez más, pero fue el rubio el primero en verme de pie junto al arco. Niels ya había desaparecido. Los ojos azules del guerrero se entrecerraron y sus alas se desplegaron en todo su esplendor, un escudo de llamas.

—Es Magne —dijo Kivelä. Sus ojos dorados ni siquiera parpadearon al verme; enfundó su espada contra su cadera y el guerrero rubio me estudió durante algunos segundos en un silencio aterrador; aquel par de ojos eran igual de fríos y feroces que el hielo.

—¿Qué eres? —preguntó con voz ronca; me estremecí y Kivelä se alejó de él y bajó de la roca con movimientos fáciles. Olía a lluvia de verano cuando se dirigió hacia mí.

—Ella es un... humano —dijo Kivelä, aunque no sonaba del todo convencido con aquellas palabras.

—Perdóneme, Lord Calder, pero esto..., es más bien un monstruo, huele a eso, uno muy viejo y podrido —escupió y yo volví a estremecerme. Kivelä levantó una ceja oscura y me miró.

—De cualquier forma, llámala Magne, es mi invitada. Él es Dorian, guerrero de Kretta —dijo despacio. El guerrero arrugó la nariz ante las presentaciones y olfateó el aire, levantó la espada y me apuntó con ella.

—Huele exactamente como ellas, como las Islas Gemelas —gruñó.

—Baja el arma, Dorian —dijo Kivelä; se detuvo a un par de pasos de mí y sonrió ligeramente, pensativo—. ¿Peleaste en la guerra? —Le preguntó al guerrero, y aunque seguía afectado por mi presencia, bajó el arma y asintió.

—Mi legión fue arrasada por Kareenav, cuando bajó de su trono para unirse a la batalla —respondió, y había dolor y un rencor palpable en cada una de sus palabras. Suspiró.

—¿Logras verla? —preguntó Kivelä; sus ojos dorados parpadearon como una pequeña chispa, el guerrero, Dorian, olfateó el aire una vez más y me clavó de nuevo su mirada dura.

—Sí, duerme bajo su piel. Una oscuridad que lo consume todo —y el siseo escapó de sus labios.

—¿Qué sabes de los humanos esclavos de Amélie?

—Muertos en la guerra o en manos de ella, de Kareenav. —Respiró hondo—. Nadie salió con vida de su tierra o de la guerra posterior a eso, solo quizá sus restos, pero no más.

—¿Alguien dentro de tus filas peleó en la guerra?

—La mayoría están muertos ahora. Probablemente pueda encontrar a algunos en otras filas, pero será tardado, Lord Calder.

—Hazlo, pronto o tan pronto como puedas: tengo preguntas que necesitan ser contestadas lo antes posible.

—Por supuesto, Lord Calder —dijo Dorian e inclinó la cabeza en una pequeña y ligera reverencia, pero sus ojos siguieron fijos en mí, buscando algo... Tragué saliva.

—Por lo pronto, Ker se encargará de entrenar a Magne —murmuró y mi mirada viajó hasta él que limpiaba el sudor de su cuello con un pañuelo gris.

—¿Qué? —pregunté. Sus ojos ardieron como una forja al rojo vivo, pero volvieron rápidamente al dorado líquido y tranquilo.

—Con todo respeto, Lord Calder, ¿cree usted que esto es una buena idea? —preguntó Dorian; arrugó de nuevo la nariz en mi dirección, ¿a qué diablos olía para que aquel guerrero tuviera ganas de vomitar solo por eso?

—Últimamente y desde que la conozco, ha sido demasiado indefensa —se encogió de hombros—. Te dará una ventaja contra tus enemigos, Magne. De ahora en adelante Ker se encargará de entrenarte, porque cuando Ludék despierte lo primero que hará será buscarte y poco le importará el tratado entre nuestras tierras después de que por poco muera —murmuró y lanzó un suspiro como si aquello sólo fueran palabras más. Un escalofrío recorrió mi columna; había olvidado a Ludék, había olvidado lo mucho que deseaba matarme por lo que le hice.

—¿Y tú? —pregunté mirando a Kivelä; él parecía aburrido, casi con ganas de irse a otro lugar lejos de nosotros—. ¿No puedes entrenarme tú? —Alzó una ceja y avanzó otro par de pasos más cerca de mí; la tierra vibró bajo su presencia.

—No soy tan bueno en la lucha cuerpo a cuerpo o con armas —dijo y Dorian lanzó un siseo por las palabras que acaba de decir el Lord de Vilém. Kivelä le dirigió lo que parecía una sonrisa y un gruñido ronco. Él casi me había matado con sus propias manos; Ludék y los demás lores de aquella tierra parecían tenerle respeto y miedo, mucho miedo, así que lo que decía sólo podía ser una mentira.

—No lo creo —murmuré; el oro en sus ojos brilló.

—Soy lo opuesto a la oscuridad que hay dentro de ti. —Pero esas palabras también sonaban como una mentira un poco más elaborada—. No quiero despertarla ni darle motivos para querer derramar sangre dentro de mi territorio —dijo y había hielo en cada palabra.

—¿Y ellos no la van a despertar? —Y lancé una rápida mirada al guerrero con alas de fuego. Dorian descubrió sus dientes en una mueca feroz.

—Esperemos que no. —Se encogió de hombros y ladeó la cabeza hacia un lado escuchando algo. Dorian hizo lo mismo y un segundo más tarde escuché el aullido de una manada completa de lobos que corría hacia nosotros.

Kivelä sonrió de verdad cuando el primer lobo hecho de fuego rojo y brillante apareció en la ladera de la montaña. El aullido cobró vida en mis huesos y los hizo temblar. Los lobos corrieron acortando la distancia entre ellos y nosotros; cuando estuvieron a un par de pasos, rodearon a Kivelä, olisquearon su ropa de cuero negro, sus manos y cada uno de ellos se inclinó en lo que solo podría describir como una reverencia hacia el gobernante de Vilém. Él alzó una mano y con giro de muñeca hizo que los lobos se disolvieran en pequeños puntos de luz que el viento se llevó más y más lejos.

—Lobos de Calder —susurró él después de que cada mota de luz se disolvió y se fundió en el cielo azul, sonrió, una sonrisa cálida en su hermoso rostro.

—¿Qué son? —pregunté. Kivelä miró de nuevo el horizonte—. ¿Por qué llevan tu nombre?

—Fueron creados a partir de mi poder —respondió; lo miré boquiabierta—. Soy alguien que fue hecho con un deseo y sangre; ¿por qué no podría crear algo que fuera mío? —Y su sonrisa se volvió un tanto más arrogante.

—¿Son tuyos?

—En esencia, sí. Pero son lobos, hacen cosas de lobos, ya sabes... —dijo y volvió a sonreír; al aparecer el Alto Lord de Vilém tenía un sentido del humor muy extraño.

—¿Y las llamas y el fuego?

—Mi poder es, básicamente, el fuego —se encogió de hombros—; era lógico que fueran besados y forjados de él.

Me quedé callada.

Una presencia aterrizó delante de nosotros, una rodilla en el suelo y otra sobre el corazón, alas brillantes y hermosas tras él, ¿Alguna vez se cansaban del fuego?

—Lord Calder —saludó y se puso de pie.

—Ker, bienvenido. ¿Qué tal el vuelo?

—Sin amenazas en las fronteras, Lord Calder, así que ha ido particularmente bien. Dorian —saludó al guerrero rubio con un gesto con la cabeza. Me miró a mí, pero no hubo más que eso.

—Me alegro de oír eso; Dorian te reemplazará en la patrulla durante el resto de la tarde y noche.

—Como ordene, Lord Calder. —Con otra inclinación de cabeza se alejó hacia donde Dorian se encontraba. Kivelä clavó de nuevo sus ojos en mí y escuchó con atención, sacudió la cabeza y respiró hondo mientras ajustaba su espada una vez más, quizá solo para tener algo que hacer.

—¿Qué pasó hoy más temprano? —Tragó saliva y su voz fue suave cuando preguntó.

—¿Cómo te sientes?

Parpadeé un par de veces; él esperó en silencio; sabía que se refería a Bella.

—Es... Es como un agujero en el pecho —susurré—, no puedo verlo, pero sé que está ahí y de a poco me desgarra. —Asintió despacio, si lo entendía o no, no me lo dijo.

—Entenderé si no quieres entrenar con Ker... —murmuró, se mordió el labio, lucía nervioso.

—¿Haría alguna diferencia entrenarse?

—Podría ser una ventaja, quizá.

Respiró hondo y parte de su poder salió de su cuerpo en pequeñas ondas doradas y cálidas que se pegaron a mi cuerpo de forma familiar. Él no pareció darse cuenta.

Lo pensé por algunos momentos; podía seguir siendo la débil e insignificante Magne que se encontraba a merced de la criatura dentro de mí o podía entrenarme y por primera vez hacer algo por mí misma además de correr...

—Bien —respondí. Kivelä abrió los ojos con sorpresa e inclinó la cabeza hacia un lado.

—Deberían empezar hoy, pero... —Me echó una ojeada y suspiró—. Mañana, comienzan mañana —dijo mientras se presionaba el puente de la nariz. Me pregunté si realmente me veían tan mal como me sentía.

—De acuerdo. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top