CAPÍTULO 12.
—KIVELÄ—
Cuando volví a Anitra en Vilém, el amanecer ya calentaba las gruesas y altas paredes de piedra de la fortaleza que llamaba hogar. Sonreí al ver a los lobos esperando por mí y a Ker que se paseaba entre ellos un poco inquieto; me acerqué con pasos lentos, no dije nada, los lobos se movieron juntos y trotaron hasta donde me encontraba; sus hocicos tocaron mis manos cuando me alcanzaron en un gesto de cariño, después se disolvieron en una suave brisa cálida que se elevó al cielo y después se perdió en el horizonte.
Ker tosió para llamar mi atención. Su incomodidad hacía a sus alas arder con un poco más de fuerza. Sonreí para mis adentros.
—¿Cómo...? ¿Cómo te fue? —preguntó, pero su mirada rehuyó a la mía con rapidez.
—¿De verdad me estás preguntando eso?
Él se encogió de hombros, lancé una carcajada al viento y él suspiró mientras se rascaba la incipiente barba de su mandíbula.
—Bueno, es que pareces feliz y más relajado igual que la tierra bajo mis pies —señaló y golpeó el suelo con su bota...
—Ah, sí, Freyr siempre me hace sentir mejor —susurré, caminé pasando a su lado y él me siguió poco después.
—¿Cómo...? —No terminó su pregunta; lo miré con los ojos entrecerrados; Ker hizo una mueca de fastidio.
—¿Qué tanto quieres saber? —Me encogí de hombros y seguí caminando. Él se colocó a mi lado. Había tensión en sus hombros y su olor parecía el de alguien avergonzado, pero al mismo tiempo curioso.
—Es que no lo entiendo. —Se rascó la cabeza; sus alas vibraron con suavidad detrás suyo.
—¿Qué es lo que no entiendes? —preguntó, pero lo sabía: todo mundo parecía olvidar mi amor por Freyr, de lo que ambos sentíamos por el otro...
—Tú. Freyr —susurró.
—Mmm, no todo el tiempo tuvo esa apariencia si es a lo que te refieres; además debes conocer las historias sobre su encarcelamiento y demás, Ker.
—Yo, bueno... —negó con la cabeza un poco más avergonzado esta vez.
—Aparte del lazo que nos une como pareja, realmente me enamoré de la naturaleza de Freyr. Cuando la conocí, era una guerrera joven, pero feroz. Luchó a mi lado y me protegió la espalda mejor que cualquier otro guerrero fae puedo haberlo hecho. —Suspiré—. Freyr es prisionera por luchar por su propia libertad; sin embargo, parece que lo único que el mundo quiere recordar de ella es que es un monstruo dentro de un lago. —Gruñí y la punta de mis dedos ardieron con fuerza; el aire se volvió frío a nuestro alrededor; aquel cambio hizo estremecer a Ker, me observó con cuidado y negó de nuevo con la cabeza.
—Perdón, Kiv, no quería...
—Descuida —lo corté un poco molesto, porque explicar o tratar de explicar al mundo todo lo referente a Freyr siempre era doloroso. Suprimí las llamas, pero la frialdad en el aire continuó de forma pesada.
—¿Cómo está? —pregunté en cambio mientras hacía una ligera seña con el mentón hacia a la casa.
—Bien, supongo. Estuvo preguntando por ti y por cuando volvías —respondió. Asentí y miré hacia la ventana donde el par de ojos color turquesa nos observaban con cuidado, casi sin parpadear...
—Bien, ¿alguna noticia de los otros territorios? —pregunté; la pequeña figura de Magne se deslizó fuera de la vista.
—No, ni un susurro —contestó Ker mientras miraba el gran arco de piedra que se alzaba sobre nuestras cabezas.
—Esperemos que se mantengan así durante un tiempo.
—¿Qué va mal? —preguntó; sus alas lanzaron chispas a nuestro alrededor. Impaciente, me maravillé una vez más con ellas, con lo bellas y hermosas que eran.
—¿Qué sabes de Eide y Amélie? —pregunté y ambos detuvimos nuestros pasos. Ker me miró.
—No había nacido siquiera cuando las islas gemelas estaban despiertas. —Se estremeció.
—Todos eran demasiado jóvenes o no habían nacido todavía en aquella guerra, sin embargo, todavía quiero creer que existe alguien quien pueda recordar el horror que las islas gemelas causaron en el mundo.
—Pero lo sabemos...
—No, han oído historias sobre ellas, pero nunca vieron lo sedientas de sangre que eran Kareenav y Kyllönen. —Suspiré, me froté las sienes, necesitaba dormir.
—¿Por qué me dices esto, Kiv?
—¿No lo sientes? —pregunté mirándolo; él sonrió de lado y negó con la cabeza.
—Están despiertas de nuevo, Kareenav y Kyllönen, las islas gemelas —dije en voz baja; él se congeló.
—No es posible... Eso no es posible.
—Puedo sentirlo en cada parte de mi cuerpo, en cada hueso y en la forma en que Vilém susurra bajo mis pies y en mi sangre. Freyr lo sabe también.
—¿Cómo es que nosotros no podemos sentirlo? —preguntó; sus alas se estremecieron y su brillo pareció menguar un poco.
—Este poder, el que ellas tienen, es diferente, es eterno, letal, demasiado viejo y estoy seguro que solo vive en las memorias de aquellos que pusieron sus pies en el campo de batalla cuando ellas bajaron de sus tronos para matar.
—¿Estás seguro, Kiv? —Su voz flotaba con incertidumbre.
—Lo estoy. Estoy seguro que fue ella, Magne, quien las despertó —dije y suspiré. Mis hombros, más bien mi cuerpo entero, estaban tensos, demasiado cansados.
—Dime de nuevo, ¿por qué está aquí?
—Porque si la dejamos ir, probablemente, sean las islas gemelas quienes la reclamen y se la lleven para ser una esclava más, o peor aún, un arma contra Herleit.
—¿Les dirás? ¿Les dirás a los demás Lores lo que sabes?
—No. Por ahora no.
—¿Por qué? ¿No son las Islas Gemelas una amenaza de muerte para todos?
—Lo son, Ker, pero... ellos son también muy jóvenes para recordar el horror que son Kareenav y Kyllönen.
—Bien —dijo de forma pensativa, y sonrió a medias—. Iré a dar una vuelta por las fronteras, hablaremos después, Kiv —se despidió.
—Espera, Ker —susurré, él me miró y enarcó una ceja oscura—. ¿Puedes entrenarla?
—¿A quién? —preguntó, aunque, claramente, sabía a quién me refería.
—Magne, no me sirve mucho que esté encerrada entre esas paredes —dije señalando la casa.
—¿Me lo pides como amigo o como lord?
Sonreí.
—Ambos.
—Lo haré, Kiv, sabes que sí. Vendré mañana por ella —dijo y sin más abrió sus alas por completo, dio un par de pasos y se lanzó al aire. Lo vi desaparecer entre las altas copas de los árboles, y cuando desapareció por completo caminé hacia la casa.
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—MAGNE—
Escuché los pasos de Kivelä por el corredor, pero no se detuvo y siguió caminando; escuché entonces la puerta de su habitación abrirse y cerrarse y luego solo silencio.
Bella brilló suavemente y parecía como si tuviera urgencia por salir. Abrí la puerta para ella y, aunque estaba segura que podía atravesar paredes y madera, suspiré cuando la vi perder por el pasillo. El olor suave de Kivelä todavía flotaba en el aire. Era suave y fresco y al mismo tiempo cálido como una tormenta de verano.
Me preguntaba, ¿a dónde había ido? No había llegado a casa al anochecer y los lobos de fuego y el guerrero de alas en llamas habían estado recorriendo los jardines y los bosques. Suspiré de nuevo. Nadie parecía dispuesto a hablar conmigo si Kivelä no estaba cerca de mí. No eran groseros, pero se escabullían tan pronto notaban mi presencia. O al menos, había sido con Niels y otro par de hadas en las cocinas, y el guerrero que parecía más interesado en afilar su espada que en contestar mis preguntas.
Respiré hondo. No podía ir simplemente a la habitación de Kivelä solo para tratar de entablar una mediocre conversación o lo que fuera. Me tiré a la cama y esperé. Quizá él vendría luego de un rato.
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—KIVELÄ—
"¿Puedo pasar?", susurró la voz; era suave y amable; gruñí, pero dejé que entrara. Parpadeó un poco cuando me vio en la bañera, pero no se marchó.
—¿Qué pasa? —pregunté y cerré de nuevo los ojos con fuerza; la escuché moverse torpemente por la habitación.
"Magne", dijo; había melancolía y dolor en el nombre.
—¿Qué pasó con ella? —Sentí la llama ondular y una brisa fresca inundó la habitación. Abrí los ojos cuando su dolor me golpeó como un puñetazo y apreté los dientes con fuerza.
—Dime lo que sucede, Bella. —Mi voz sonó dura y un poco fría; no me molestaba que estuviera ahí tratando de hablar conmigo, no, nada de eso me molestaba; era mi propio dolor después de dejar a Freyr lo que me molestaba y atormentaba, lo que me hacía querer gritar y romper todo a mi paso.
Suspiré; Bella, la pequeña flama verde que albergaba el alma de lo que antes era un elfo hermoso y fuerte, parecía indecisa. Cerré los ojos de nuevo y lancé una suave onda cálida por la habitación; la chimenea se prendió con suavidad.
"No la dejaras sola, ¿verdad?", preguntó.
¿Dejarla sola? No solo quería hacer eso, quería matarla por haber despertado a las islas gemelas, sin embargo, sabía que ella no era la culpable...
—...No —gruñí con renuencia; Bella parpadeó de nuevo; había melancolía y mucho más de aquella inseguridad cuando habló de nuevo.
"Magne solo nos tenía a nosotros", susurró. Apreté una vez más los dientes. Lo menos que quería en ese momento era escuchar algo como eso; respiré hondo y volví a abrir los ojos con hartazgo.
—¿Recuerdas cuando la encontraron? —pregunté. La llama verde titileó y guardó silencio, un silencio que me confirmaba que lo recordaba.
"Era tan pequeña". "Estaba sola". "Se moría de hambre".
El sabor de su dolor inundó mi boca, aclaré mi garganta y me moví incómodo en la bañera, y el agua azul se derramó por los bordes.
—Dime... Cuéntame cómo la encontraron. Como la conocieron —susurré. La llama verde brilló con intensidad y su voz inundó la habitación.
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