Capítulo 5



Ojos ambarinos me miran con intensidad. La expresión en el rostro del hombre frente a mí, es intensa pero indescifrable al mismo tiempo y, no me atrevo a apostar, pero creo que he visto un destello de incredulidad filtrándose en su expresión.

Gael Avallone me mantiene acorralada entre su cuerpo y la puerta de su oficina y la distancia que nos separa es tan pequeña, que puedo sentir el calor que emana su anatomía. El aroma a perfume caro y cigarrillo inunda mis fosas nasales, y lo único que puedo hacer en este momento, es sostenerle la mirada.

Mis rodillas tiemblan, mi corazón late tan fuerte que temo que sea capaz de escucharlo, mi garganta se siente seca y rasposa y, ahora mismo, lo único que deseo hacer, es poner distancia entre nosotros. Tanta como sea necesaria. Tanta como sea posible...

Necesito pensar con claridad y su cercanía me lo impide. Me aturde. Me paraliza...


Gael inclina el rostro ligeramente con curiosidad, como si estuviese observando al ser más extraño del planeta; y su ceño —profundo y duro— se frunce en señal de confusión.

—¿Intentó suicidarse? —su voz suena áspera y ronca y el recelo que hay en ella es tan grande, que me siento un poco ofendida por la manera en la que pronuncia las palabras—, está jugando conmigo, ¿cierto?

El nudo en la boca de mi estómago se aprieta otro poco.

No puedo culparlo por creer que estoy jugando con él. No es la primera persona que reacciona de esta manera; sin embargo, no puedo evitar sentir que se está burlando de mí. Que está tomándolo todo como un chiste.

—¿Tengo cara de estar bromeando? —una sonrisa forzada y carente de humor se apodera de mis labios y tengo que morder la punta de mi lengua para evitar agregar la palabra «imbécil» a mi oración.


La expresión asombrada y horrorizada que se dibuja en su rostro hace que me sienta enferma. Quiero cavar un agujero en la tierra y meterme ahí hasta que todo esto pase. Quiero volver el tiempo al momento en el que accedí a escribir la biografía de este hombre y rechazarlo todo.

La humillación que siento es insoportable. Lo único que me mantiene mirándole a los ojos, es el maldito orgullo de mierda que nunca me ha permitido bajar la guardia con nadie. Que nunca me ha permitido huir de situaciones como estas.

¿Por qué?

La pregunta me saca de balance. Es la primera vez que alguien lo hace y eso me descoloca de sobremanera.

La gente asume que haces ese tipo de cosas por los motivos más erróneos existentes. Te etiquetan como «demente» o «inestable» solo porque no pueden comprender qué fue lo que te orilló a hacer algo así. Nadie es capaz de comprender si no se encuentra en la misma situación que tú. Si no siente de la misma forma que tú.

Nos han dicho una y mil veces que todos los seres humanos somos diferentes, pero que tenemos los mismos derechos. Que todos valemos lo mismo y que, al mismo tiempo, somos únicos e irrepetibles... A pesar de eso, el mundo se empeña en despreciar a aquellos que no piensan o reaccionan de la misma forma que lo haría la mayoría de las personas. Se empeña en odiar lo que no comprende y tacharlo de equívoco solo por ser diferente.

Y así, el ser humano se ha hundido en esta espiral de doble moral de la que es incapaz de salir, porque todo lo critica. Todo lo cuestiona...

Si no crees en el mismo Dios que el resto, tus creencias son están equivocadas. Si no crees en ninguna clase de Dios, vas a ir al infierno. Si tu orientación sexual es distinta a la de los estándares sociales, eres criticado y satanizado. Si tu manera de ver la vida es diferente a la de la persona que está junto a ti, toda tu vida está basada en una filosofía equivocada...

La gente no entiende que todos somos diferentes y que los motivos que pueden llevar a una persona a intentar quitarse la vida, pueden no ser suficientes para otras. La gente no entiende que el peso de la cruz que cargamos sobre la espalda es distinto para todos y que, a unos, a veces esa cruz nos pesa tanto que lo único que deseamos es rendirnos.


—¿Cree que tiene derecho de venir aquí a acorralarme e interrogarme? —las palabras salen de mi boca en un siseo enojado—. ¿Quién demonios cree que es? —escupo—. Agradezca que no he estrellado mi rodilla en su entrepierna. Es lo menos que se merece por entrometido.

—Tamara, solo quiero entender por qué coño...

—No hay absolutamente nada que entender —lo interrumpo—. Deje de actuar como un psicópata y deje que me marche.

—Puedes confiar en mí, Tamara. No voy a juzgarte —la suavidad en el tono de su voz, hace que mi corazón se estruje.

«No voy a ablandarme. No con alguien como él.»

—No somos amigos —cito sus palabras—. No tengo necesidad alguna de hablar de mi vida personal con usted, porque no somos amigos. Tampoco quiero que lo seamos.

—Tamara...

—Déjeme ir —trato de sonar exigente, pero sueno más bien suplicante.

Su mandíbula se aprieta con fuerza en ese momento y un músculo sobresale en su quijada; sin embargo, termina apartándose de mi camino. El alivio que invade mi cuerpo con la distancia que de pronto impone entre nosotros es abrumador.

Odio sentirme vulnerable y Gael Avallone saca a la niña insegura que he luchado por enterrar durante mucho tiempo. No puedo permitir que se dé cuenta de cuánto me afecta tenerlo cerca. No puedo permitir que mis muros se derrumben. No cuando he tardado tanto tiempo construyéndolos a mí alrededor. No cuando he trabajado tanto por ser quien soy ahora.

Me giro sobre mis talones y abro la puerta.

Estoy desesperada por salir de aquí, así que apresuro el paso hasta llegar a la recepción de la enorme oficina, justo donde Camila, su secretaria, se encuentra.

La mirada cautelosa y alarmada que dedica hacia un punto detrás de mi cabeza, me hace saber que el magnate ha venido detrás de mí. Eso solo hace que quiera salir corriendo de este lugar.

—¡Tamara! —el sonido de su voz a mis espaldas, me pone la carne de gallina. Mis ojos se cierran con fuerza en ese momento y, a pesar de que no quiero hacerlo, me obligo a tomar una inspiración profunda para encarar al hombre detrás de mí.

¿Qué? —sueno más dura de lo que pretendo.

—Nos vemos el jueves —dice, pero suena más como una pregunta que como una afirmación.

Quiero decirle que no, que no va a volver a saber de mí, que cruzó una línea que ni siquiera debió atreverse a buscar y que es algo que no voy a pasar por alto..., pero no lo hago. No hago más que mirarlo fijamente durante lo que parece ser una eternidad.

—Nos vemos el jueves —digo, al cabo de unos tortuosos instantes.

Entonces, sin darle oportunidad de decir nada más, le dedico un asentimiento de cabeza. Acto seguido, le regalo una sonrisa forzada a su secretaria y, entonces, me precipito fuera del lugar.


No me siento a salvo hasta que salgo del enorme edificio. Sin embargo, la revolución en mi cabeza apenas empieza.

Los recuerdos amenazan con volver a la superficie y, en ese momento, mi mente comienza a buscar frenéticamente algo en qué concentrarse; sin embargo, nada logra mantener las imágenes aterradoras y tortuosas que se proyectan como flashes en mi subconsciente.

Trato de reemplazarlos con otra clase de memorias y, poco a poco, empiezo a seleccionar todo eso que alguna vez me hizo inmensamente feliz: los abrazos de mi madre, los consejos de mi padre, las desveladas y charlas nocturnas con Natalia, las salidas clandestinas con Fernanda... Poco a poco, me encargo de llenarme los pensamientos de puros recuerdos amables y dulces y, en el proceso, respiro profundo una y otra vez para aminorar el golpeteo del latir desbocado de mi corazón.


No sé cuánto tiempo pasa antes de que sea consciente de mí misma una vez más. No sé cuánto tiempo pasa antes de que vuelva a sentirme cómoda en mi propia piel, pero, cuando lo hago, comienza otra clase de tortura. Esa que es más fácil de sobrellevar, pero que igual es molesta. Esa que implica llenarme la cabeza de las palabras que Gael Avallone pronunció hace unos momentos dentro de su oficina. Esa que no hace otra cosa más que llenarme de vergüenza, arrepentimiento y enojo...

A pesar de que me he empeñado en suprimir los recuerdos extraños, no puedo dejar de pensar en el hecho de que Gael se ha enterado de algo que me hubiese gustado mantener en secreto. Algo que me hace sentir incómoda conmigo misma en muchos niveles.

«Por eso se comportó como lo hizo.»

Mis ojos se cierran con fuerza en ese momento.

De pronto, me siento invadida. De pronto, se siente como si hubiese irrumpido en mi apartamento solo para hurgar entre mis pertenencias. Como si hubiese abierto sin permiso aquella puerta en mi cerebro donde guardo todo eso que deseo enterrar en lo más profundo de mi memoria y, no conforme con ello, como si la hubiese vaciado en el suelo para ver el contenido...

Todo comienza a tomar otro sentido en el momento en el que la realización cae sobre mis hombros. Ahora está más que claro que las miradas extrañas, el ensimismamiento y la atención excesiva eran debido a eso. Eran gracias a lo que traté de hacer hace casi dos años.


Mi mandíbula se aprieta con fuerza, y me obligo a avanzar por la calle atestada de gente. No sé cómo sentirme respecto a Gael Avallone. Quiero estar molesta e indignada, pero en realidad estoy preocupada y angustiada.

Me aterra lo que pueda llegar a pensar de mí ahora que lo sabe. Me aterra que saque conclusiones precipitadas y tenga un concepto equivocado de mi persona.

«¿Por qué mierda te importa lo que ese tipo piense?» Me reprimo mentalmente y sacudo la cabeza en una negativa furiosa.

—Eres una idiota, Tamara —digo, para mí misma y aprieto el paso.

Una inspiración profunda y temblorosa es inhalada por mi nariz y trato de tranquilizarme mientras que me pregunto qué es lo que voy a hacer. No puedo seguir con esto. No puedo seguir reuniéndome con él después de lo que ha pasado.

Sé que no va a pasar por alto lo que pasó hace unos instantes. Va a querer saber más y yo no estoy dispuesta a darle lo que quiere.

No voy a permitir que se entrometa en mi vida. No puedo permitir que traiga a flote todos esos recuerdos. Ese hombre no va a tener el poder de regresarme al pozo del que apenas he logrado salir. Tengo que cortar de tajo con esto. Así tenga que renunciar al libro. Así tenga que arruinar mi carrera...

Tengo que decirle al señor Bautista que no voy a seguir con este proyecto.



~*~



—¿Entonces escribirás un libro? —pregunta mi mamá, por centésima vez en lo que va de la tarde.

En ese momento, tengo que reprimir las ganas que tengo de ponerme a gritar debido a la frustración.

—Básicamente —me las arreglo para decir—. No es lo que deseo escribir, pero podría ser algo muy bueno para mi carrera.

—¿Quiere decir que empezarás a recibir dinero por lo que escribes? —Fabián, el esposo de mi hermana, me mira con escepticismo desde el otro lado de la mesa. Una de sus rubias cejas está alzada con arrogancia y una sonrisa burlona se ha dibujado en sus labios.

Muerdo la punta de mi lengua para evitar hacer un comentario despectivo. Muerdo la punta de mi lengua para no seguir mintiendo como lo hice hace un rato, cuando cometí la estupidez de alardear acerca de la escritura de una biografía a la que voy a renunciar.

No tuve el valor de decirle a mi mamá que no tengo intención alguna de continuar con ese circo. No después de que el imbécil de Fabián dijo que podía ofrecerme un empleo «real» en uno de los restaurantes de su padre cuando descubriera que las letras no van a dejarme nada de provecho.

—Quiere decir que, si el libro se vende, recibiré un porcentaje del dinero de las ventas —asiento, después de beber un sorbo de jugo de uva.

«¿Por qué sigues mintiendo, estúpida?» Digo para mis adentros, pero me las arreglo para lucir despreocupada mientras que meto otro bocado de carne a mi boca.

Fabián suelta un bufido en ese momento.

—¡Eso es maravilloso, Tami! —mi hermana, Natalia, interviene con una sonrisa radiante en el rostro. Ella parece ser la única que no se da cuenta de lo tensa que está la situación y eso me hace querer golpearla y abrazarla al mismo tiempo.

Una media sonrisa avergonzada se apodera de mis labios a regañadientes y agradezco la calidez de su gesto, a pesar de que sé que muy pronto tendré que decirles que la biografía no va a ocurrir. Al menos, no conmigo como escritora.

—¡Eso es ridículo! —Fabián habla, de pronto—. ¿Quiere decir que si el libro no se vende no vas a recibir ni un centavo? ¡Qué desperdicio de tiempo!, te matarás escribiendo sin saber si realmente vas a recibir dinero. Elegiste una carrera horrible, Tamara. Vas a morir de hambre.

Mi mandíbula se aprieta con fuerza y reprimo las ganas que tengo de gritarle que al menos yo no viviré a costa del dinero de mi papá; sin embargo, me concentro en masticar la comida que tengo en la boca. Me concentro en no decir nada que pueda arruinar la comida para las personas que sí me importan de esta casa.


Fabián y mi hermana se conocieron hace unos años, cuando ambos estaban en la preparatoria. La familia del susodicho, es dueña de un restaurante de comida china —lo cual es bastante irónico, tomando en cuenta que ninguno de ellos tiene descendencia oriental—muy famoso aquí en la ciudad. El tipo se pasa el día entero alardeando acerca de cuánto dinero hace en el negocio familiar y cómo de feliz está por el éxito financiero que posee ahora que está al mando de todo.

En mi opinión, es un pobre bastardo que tuvo la fortuna de nacer en una familia holgada económicamente hablando.

Si soy sincera, no sé qué vio Natalia en él. El tipo es un completo imbécil. Me atrevo a decir que Gael Avallone, con todo y su arrogancia, es más agradable que el idiota con el que nos emparentó.


—Es una suerte que tu padre tenga una buena pensión —el idiota insiste, al cabo de unos largos instantes de silencio—. Podrá ayudarte económicamente si tus libros no se venden.

El coraje se apodera de mi cuerpo en un abrir y cerrar de ojos; sin embargo, me las arreglo para no hacérselo notar mientras que alzo la vista para encararlo y le dedico mi mirada más altiva.

—Dame un poco de crédito, Fabián —le regalo una sonrisa hostil y añado, con aire arrogante—: Mis libros van a venderse. Soy buena en lo que hago.

—Buena o no, la gente hoy en día no lee —afirma—. Yo apenas si he leído tres libros en toda mi vida.

—Eso explica por qué eres tan idiota —las palabras salen de mi boca sin que pueda detenerlas.

Se hace el silencio.


—¿Qué dijiste? —sisea él, al cabo de unos segundos.

—Leer no es aburrido, ni tedioso. Quien no gusta de una buena lectura es porque no ha encontrado el libro adecuado para perderse entre sus líneas. Deberías intentarlo. Quizás puedas cultivarte un poco. Con suerte, podrías dejar de ser una mierda ignorante.

«¿Por qué demonios no puedo quedarme callada?»

—¡Tamara! —mi mamá me reprime.

Papá se lleva el vaso de jugo a los labios en ese momento para esconder la sonrisa que lo asalta. Natalia, por su parte, luce más asombrada que nunca. Su rostro se ha enrojecido varios tonos y de pronto luce como si quisiera echarse a reír. Quizás lo que quiere es echarse a llorar. A estas alturas, no sabría decir cuál de las dos opciones es la adecuada.


Mi cuñado se levanta de la mesa en ese momento y estrella los cubiertos sobre su plato. Su rostro pálido se ha enrojecido debido al coraje y la indignación que lo invade. Yo, sin embargo, me encuentro a la mitad del camino entre la satisfacción y la vergüenza.

Odio poner en situaciones así a mi familia. Odio hacer sentir mal a mi hermana... Pero lo que más odio de toda esta situación, es no sentir remordimiento alguno por lo que acabo de decir.

—¡Esto es increíble! —exclama Fabián—. ¿Es que acaso no puedes darme un jodido descanso? ¡Lo único que quiero es tener una comida decente con mis suegros! ¿Es que no puedes dejar de tratar de humillarme a cada oportunidad? —escupe—. ¡Nadie se mete contigo por lo que pasó y por la estupidez que cometiste, pero estás colmándome la paciencia! ¡No eres más que una chiquilla idiota y mimada, y no voy a tolerar más tu actitud!

Una risa carente de humor brota de mi garganta.

—Yo tampoco tengo por qué soportar que me hables así —digo. Trato de sonar tranquila y serena, pero no lo consigo—. Eres el esposo de mi hermana, pero no has hecho nada para ganarte mi respeto. Si tú no tienes ni siquiera un poco de consideración hacia mi persona, no esperes que yo la tenga contigo.

—Tamara, basta... —Natalia interviene, con tacto, pero lo único que consigue es hacerme enojar un poco más.

—¡Mi hermano era demasiado bueno para ti! —escupe un colérico Fabián—. ¡No mereces lo que hizo por ti!

La ira invade mi torrente sanguíneo a una velocidad alarmante y una punzada de dolor me atraviesa el pecho con sus palabras.

—No metas a Isaac en esto —siseo, con la voz temblorosa por las emociones—. No sabes que fue lo que pasó. Tú no estuviste ahí.

—¡TE PROTEGIÓ HASTA EL ÚLTIMO MINUTO! —el esposo de mi hermana estalla—. ¡PUSO TU VIDA ANTES QUE LA DE ÉL Y TÚ TRATASTE DE SUICIDARTE! ¡¿ASÍ ES COMO LO AGRADECES?!

Sus palabras calan tanto en mi interior, que apenas puedo respirar. Las lágrimas arden en mis ojos con tanta fuerza que tengo, que parpadear muchas veces para alejarlas; el dolor dentro de mi pecho es tan intenso, que apenas puedo soportarlo. Estoy a punto de quebrarme. Estoy a punto de perder la compostura por completo y, esta vez, no voy a ser capaz de evitarlo...

«No llores, no llores, no llores, no llores...»

—Vete a la mierda... —digo, en un susurro entrecortado.

—Isaac merecía algo mejor que tú —la amargura en la voz de Fabián, hace que un escalofrío recorra mi espina dorsal.

No puedo soportarlo más. No puedo estar aquí ni un minuto más; así que, sin siquiera pensarlo, me pongo de pie lo más rápido que puedo y me precipito hacia la salida de la casa. Necesito salir de aquí. Necesito poner distancia entre ese idiota de mierda y yo...

—¡Tamara! —la voz de mi papá suena a mis espaldas, pero no me detengo. Ni siquiera lo miro—, ¡Tam, cariño, espera!

Me entretengo unos instantes, mientras recojo mis cosas a toda velocidad y, en el proceso, mi papá no deja de hablar. No deja de decirme que no me marche así de alterada. No deja de pedirme que hablemos; sin embargo, yo ni siquiera lo miro. No hago otra cosa más que encaminarme hasta la entrada principal a toda marcha.

—Tamara, cariño, sabes que...

—Nos vemos después, papá —digo, sin siquiera girarme para encararlo y, sin darle tiempo de responder, me echo a andar en dirección a la calle.

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