Capítulo 4



Mis dedos presionan las teclas de mi vieja computadora, al tiempo que trato de plasmar por escrito todo aquello que Gael Avallone me contó. Trato, también, de asegurarme de no pasar por alto todos aquellos gestos y expresiones que suele hacer una y otra vez sin percatarse.

Trato de describir, de manera fresca y fácil, la forma en la que retira el cabello lejos de su rostro a pesar de que está perfectamente estilizado; la postura erguida y elegante que suele tener todo el tiempo, la sonrisa torcida e imperfecta de sus labios, mirada curiosa que suele poner cuando te presta especial atención, la forma en la que inclina la cabeza cuando captas su interés con algún comentario, la manera en la que frota su barbilla de manera descuidada, como si tratase de rascar una fina capa de vello que no existe...

Trato de dibujar con palabras todos esos pequeños gestos que hace sin darse cuenta y que resultan extrañamente encantadores. Humanos... Reales.


Cuando termino, leo los párrafos escritos y hago un par de cambios en el proceso. No estoy empezando a escribir el libro todavía, pero, de todos modos, trato de ser meticulosa y exigente con esto. Necesito que la información sea lo más clara posible. Soy un desastre andando, así que debo ser muy organizada para facilitarme el trabajo más delante. No creo ser capaz de recordar todos los detalles cuando necesite traerlos de vuelta a la superficie, así que debo plasmarlos ahora antes de que se vuelvan borrosos e imprecisos.

Me encantaría que, quien lea esto, se dé cuenta de la esencia de Gael desde el inicio. Quiero que este libro sea lo más honesto posible, en todos los aspectos imaginables. Quiero que el mundo entero sea capaz de visualizar al magnate desde un punto de vista más tangible y, para conseguirlo, no puedo pasar nada por alto.


Al terminar mi exhaustiva revisión, abro el buscador de internet en mi computadora y tecleo: «Gael Avallone» en él. El desplegado de información que aparece al instante, me abruma un poco, pero no dejo que eso me intimide.

Abro el primer link y leo el artículo. Habla acerca del exitoso negocio que ha cerrado con una de las compañías petroleras más importantes del mundo y de cuán entusiasmado se siente acerca del nuevo mercado en el que incursiona.

Otro artículo es abierto.

Este habla sobre la corta —pero exitosa— trayectoria del magnate al mando de Grupo Avallone. No dice mucho en realidad. Solo hace un resumen de todo lo que ha logrado en sus años a la cabeza del emporio que maneja.

Más artículos aparecen y todos ellos hablan de lo mismo. No hay otra cosa más que reportajes que hablan acerca de trivialidades, negocios, éxitos, dinero y acciones. Me queda claro que el tema de su vida personal no puede ser tocado por nadie, ya que no hay ni un solo párrafo dedicado a hablar sobre eso en ningún lado.


Un suspiro agotado brota de mis labios, y selecciono el apartado que cita «imágenes» en el recuadro del buscador.

Cientos de fotos aparecen en ese momento: él estrechando la mano de otro hombre enfundado en un traje caro, él con la mirada fija en la cámara, él con decenas de empresarios...

Su rostro luce extraño en la pantalla. Como si fuese un completo desconocido. Una persona que luce como alguien que conoces y, al mismo tiempo, como alguien a quien nunca has visto en tu vida.

Deslizo el cursor poco a poco por encima de las tomas y, mientras lo hago, me doy cuenta —con una mezcla de irritación y decepción— de que la cámara no le hace justicia en lo absoluto. No logra captar la fuerza de sus impresionantes ojos castaños y la seguridad que emana de cada poro del cuerpo. Incluso, me molesta el hecho de que la sonrisa que hay dibujada en esas imágenes, luce ensayada y falsa.

La rigidez de su cuerpo, dista mucho de ser parecida a la postura desgarbada y cómoda que mantuvo mientras caminábamos por la calle y eso no hace más que llenarme el pecho de sensaciones contradictorias.

Una parte de mí se siente satisfecha por haber logrado sacarlo de ese aire arrogante que suele tener. No creo que muchas personas sean capaces de conocer ese lado del magnate; sin embargo, otra parte, esa que detesta las apariencias, está indignada con él por fingir ser alguien que no es delante de las cámaras.

«Quizás esa es su verdadera esencia. Quizás sea contigo con quien fingió, para así ganarse tu confianza y que cedas a sus peticiones...» Digo, para mis adentros, pero deshecho el pensamiento tan pronto como llega. Es absurdo pensar de esa manera. Es absurdo pensar que alguien puede ser así de cuadrado.


Así pues, sin saber muy bien qué es lo que estoy buscando, indago un poco más sin encontrar nada que llame demasiado la atención.

Estoy a punto de darme por vencida a encontrar algo que me sea de utilidad para la escritura del libro, cuando, de pronto, la veo...

Es una fotografía... Una fotografía diferente al resto.

La imagen ha sido capturada desde un ángulo extraño, con un celular de muy poca resolución; pero, a pesar de eso, soy capaz de distinguirlo...

La figura de Gael Avallone se dibuja delante de mis ojos y , por sobre todas las cosas, que se trata de él.

Luce como si caminara. De hecho, me atrevo a apostar que esa fotografía fue tomada mientras el hombre avanzaba por la acera en dirección a lo que, parece ser, un restaurante. Viste uno de sus elegantes trajes y es escoltado por lo que parece ser una docena de hombres.

A pesar de todas las cosas que parecen ocurrir en una sola imagen, solo hay una en particular, que hace que no pueda dejar de mirarla...

—¿Qué tenemos aquí?... —musito, para mí misma, al tiempo que una pequeña sonrisa se desliza en mis labios.

En ese momento, enfoco toda mi atención en la mujer —parcialmente oculta por los hombres que los escoltan— que va con él.

Es tan rubia como su secretaria, pero que no es ella. Esta mujer luce más elegante. Más... pretenciosa. Todo esto sin contar que su postura es más estilizada que la de la chica de la recepción de Gael, y que lleva un vestido que podría costar cuatro meses de renta en el edificio donde vivo.

«A menos que Gael le haya hecho un regalito a su aventura laboral...»

Mi sonrisa se ensancha con el mero pensamiento y sacudo la cabeza, al tiempo que aumento el tamaño de la imagen para verla un poco mejor.

—No es su secretaria —musito, al tiempo que niego con la cabeza—. que no es su secretaria...

Mis ojos viajan por la pantalla en ese momento y se posan en el hipervínculo que abre la página donde fue subida. En ese momento, guío mi cursor hasta él y presiono hasta que se abre en una ventana adjunta.

Un artículo se despliega ante mis ojos, y leo rápidamente. El reportero amarillista habla acerca de cómo siguió a Gael Avallone hasta un prestigioso restaurante y lo fotografió con esa hermosa mujer; quien, aparentemente, es una modelo famosa o algo por el estilo.

Se especula demasiado acerca de un romance entre ellos, pero la fuente no es capaz de afirmar nada.

En ese momento, y sin terminar de leer lo que el reportero ha escrito, me apresuro deslizar el cursor hasta la parte inferior del desplegado y comienzo a leer los comentarios.

Todos ellos son de mujeres opinando. Unas parecen encantadas con la idea, mientras que otras más parecen repudiarla por completo.

Una pequeña sonrisa incrédula se dibuja en mis labios y niego con la cabeza, al tiempo que hago una nota mental para preguntar acerca de esto mi próxima reunión con él.

Este será un muy buen tema de conversación para mantener la próxima vez que nos veamos.

Entonces, sin más, cierro la ventana.


Mi teléfono celular suena a los pocos segundos, así que me estiro en la cama para alcanzar el aparato. Ni siquiera me molesto en mirar la pantalla cuando respondo.

—¿Diga?

—¡Tamara, cariño! —la voz de mi madre llena el auricular—, ¿cómo estás?

—Hola, mamá —presiono el aparato entre mi hombro y mi oreja mientras apago mi computadora—, todo en orden por aquí, ¿qué tal todo por allá?

—Todo excelente —dice—, tu papá está encantado con la idea de quedarse otra semana en el pueblo, pero yo muero por volver a la ciudad. Es una lástima que no hayas podido acompañarnos.

Una sonrisa se dibuja en mis labios y me recuesto sobre las almohadas de mi cama.

—¿Cuándo regresan?

—El sábado por la tarde. Estaba pensando en organizar una comida; ya sabes, para invitar a Natalia y a Fabián, y convivir un rato —parlotea.

Ruedo los ojos al cielo.

—Sí —el sarcasmo tiñe mi voz—, como si fuese sencillo convivir con Fabián.

—¡Tamara! —la reprimenda en el tono de su voz, hace que mi sonrisa se ensanche—, ¡es el esposo de tu hermana!

—¡Y es un imbécil! —exclamo, con fingida indignación—. Ser el esposo de mi hermana, no le quita lo idiota.

La risa de mamá estalla del otro lado de la línea y no puedo evitar reír con ella.

—Nunca cambiarás, ¿no es cierto?

—Me temo que no —admiro—. Como sea..., tengo algo que hacer el sábado al mediodía —cambio de tema rápidamente, antes de que trate de convencerme de darle otra oportunidad al asno que mi hermana tiene por marido—; cosas del trabajo. La buena noticia, es que me desocuparé temprano. Puedo ir a verlos un rato en cuanto esté libre.

—De acuerdo —dice y puedo imaginarla sonriendo con satisfacción—. Te esperaremos, entonces.

En ese momento, el silencio se apodera de la línea durante unos instantes porque no sé qué decir. No sé cómo llenar el espacio extraño que comienza a crearse entre nosotras...


—Tamara, sé que no te gusta hablar de esto, pero necesito saber...

Mamá... —la advertencia en mi voz es palpable y, por unos instantes, me veo tentada a colgar al teléfono.

—Tamara, por favor... —suplica—. Solo necesito saber si has estado tomado tus medicinas.

¡Jesús, mamá! —La irritación invade el tono de mi voz. Todo el buen humor se esfuma en cuestión de segundos y, de pronto, la idea de finalizar la llamada no suena tan descabellada.

—¡Solo pregunto, cariño! ¡Me preocupo por ti! —la angustia tiñe su voz—. Solo quiero saber si estás cuidándote como se debe. Si has estado tomándote el medicamento.

Un nudo se instala en la boca de mi estómago y mis ojos se cierran con fuerza, mientras inhalo y exhalo con lentitud.

que se preocupa por mí. que yo tuve la culpa de que la sobreprotección se hiciera presente en nuestras vidas..., pero no puedo evitar sentirme enojada y molesta con sus confrontaciones constantes.

—Lo he tomado, mamá —digo, finalmente. Trato de sonar serena, pero un filo tenso se filtra en mi voz.

—Bien —el alivio con el que habla, no me pasa desapercibido—. El doctor Madrigal dice que ha visto mucha mejoría en ti. No sabes lo felices que estamos tu papá y yo.

—Mamá, deben dejar de preocuparse por eso —sueno más desesperada de lo que pretendo—. No voy a volver a hacerlo. Lo juro. No sé en qué diablos pensaba.

El silencio me hace saber que no me cree y eso solo me hace querer estrellar la cabeza contra el muro una y otra vez hasta quedar inconsciente.

—Mamá, lo prometo —mi tono de voz se suaviza, de modo que sueno casi como ella cuando trata de tranquilizarnos—. Confía en mí. Por favor...

Un suspiro entrecortado brota de sus labios.

—Confío en ti, cariño —dice, al cabo de unos instantes, pero no le creo en lo absoluto. Sé que no confía en mí—. Te amo.

—También te amo, mamá —digo, a pesar de la extraña opresión que tengo en el pecho—. Te veo el sábado, ¿de acuerdo?

—Hornearé algo para ti —el tono cariñoso en su voz, hace que mi coraje merme un poco.

—Estaré ansiosa por comerme tu despensa, entonces.

Una risita aliviada resuena del otro lado de la línea y toda la tensión se esfuma de mi cuerpo en ese instante.

—Hasta el sábado, cariño.

—Hasta el sábado, mamá.

Sin decir más, finalizo la llamada.


La pesadez dentro de mi pecho es insoportable y tengo que decirme a mí misma una y otra vez que ella solo se preocupa por mí; pero no puedo evitar sentirme asfixiada con sus constantes preguntas.

A pesar de eso, no la culpo. Le di un susto de muerte hace un tiempo y sé que ha sido realmente duro para ella.

Nadie en casa me mira del mismo modo desde entonces y fue por eso, precisamente, que decidí mudarme cuando hubo oportunidad de hacerlo.

Pasó mucho tiempo antes de que mi familia recuperara la confianza en mí. Mamá me hablaba a cada hora, y se ponía como loca cuando no respondía el teléfono por alguna u otra razón. Papá venía casi a diario a verificarme y Natalia, mi hermana, me escribía textos todo el día.

No fue hasta que el psiquiatra les pidió que se detuvieran, cuando tuve oportunidad de respirar un poco. Estaban volviéndome loca...


Mis ojos se aprietan con fuerza y tomo una inspiración profunda, mientras trato de ahuyentar los recuerdos oscuros lejos de mi sistema.

«Ya no eres esa chica, Tamara. Eres mejor que eso. Eres mejor que cualquier cosa que alguna vez fuiste. Eres más fuerte que nunca. Eres más fuerte que nadie...» Me repito por centésima vez esta semana y eso aminora la opresión dentro de mi pecho.

Una vez calmada la sensación de desazón que me invade, dejo mi computadora sobre la mesa de noche, y me levanto de la cama para apagar la luz de la habitación.



~*~



Gael Avallone me mira fijamente desde el otro lado de su escritorio.

Desde que llegué a su oficina, lo único que ha hecho es observarme como si estuviese delante de una completa desconocida.

He tratado de hacerlo enojar con comentarios sarcásticos y preguntas fuera de lugar, pero no he obtenido el resultado deseado. La frustración se ha apoderado de mi sistema poco a poco, pero he mantenido mi expresión en fresca en todo momento.

El hombre me ha hablado acerca de su familia, su infancia y su adolescencia sin objetar ni una sola vez. Me ha contado más cosas de las que esperé que me contara y no se ha negado ni un solo momento a responder a mis preguntas.

Sé que debería de sentirme feliz por tener su cooperación. Sé que debería estar encantada con el progreso obtenido el día de hoy..., pero no lo hago.

Hay algo erróneo en la forma en la que me mira. Hay algo incorrecto debajo de esa capa de serenidad que lo envuelve.

Es como si me mirara con ojos distintos. Como si no pudiese ver en mí a la chica con la que comió una hamburguesa de McDonald's.


Garabateo la respuesta que me dio acerca de la pregunta que acabo de hacerle y golpeo el bolígrafo en la hoja repleta de anotaciones que se extiende frente a mí, antes de mirar el reloj en mi teléfono. Nos quedan aproximadamente cinco minutos de sesión y me siento decepcionada por eso. Esta reunión, en definitiva, no ha sido tan interesante como creí que sería.

—Creo que esto sería todo por hoy —anuncio, sin despegar la vista de los garabatos en mi libreta. No trato de sonar decepcionada, pero lo hago de todos modos.

Coloco mi cabello detrás de mis orejas y alzo la vista para encararlo. De pronto, su expresión serena se tiñe de algo que no soy capaz de distinguir.

— ¿Puedo preguntarle algo, señorita Herrán? —dice, tras un silencio largo y tirante.

—Claro —respondo, vagamente. Guardo mis cosas dentro de mi bolso de manera descuidada, mientras espero por su cuestionamiento.

— ¿Me puede decir porqué estuvo en un hospital psiquiátrico?

Toda la sangre se drena de mi rostro en el momento en el que las palabras abandonan su boca. Un ligero temblor se apodera de mis manos y aprieto los dientes con fuerza. Mi corazón se detiene una fracción de segundo para reanudar su marcha a una velocidad antinatural y, por un segundo, creo que voy a vomitar.

«No, no, no, no, no... Esto no está pasando. Esto. No. Está. Pasando...»

A pesar de la revolución de mi cuerpo, trato de lucir casual cuando alzo la vista para encararlo.

Apenas puedo respirar.

Apenas puedo mantener el temblor de mis manos a raya.

—Muy gracioso —trato de fingir demencia, y agradezco a mi voz por no fallarme—. Nunca he estado en un psiquiátrico aunque así lo parezca.

—Tamara, estoy hablando en serio —la severidad en su expresión, hace que mis entrañas se revuelvan—. Sé que estuvo en un psiquiátrico durante casi dos meses, hace más de un año.

No sé qué decir. No sé cómo demonios voy a salir de esta sin parecer una completa imbécil. No se supone que él deba saber algo así.

«¿Cómo se enteró, de todos modos?...»

—¿Me investigó? —las palabras me abandonan antes de que pueda detenerlas y sueno más indignada de lo que pretendo.

Ahora es él quien luce fuera de balance.

Su mandíbula angulosa se aprieta, pero su expresión se mantiene inescrutable.

—Investigo a todo el que trabaja para mí, Tamara —dice, al tiempo que coloca sus codos encima del escritorio.

—Yo no trabajo para usted —escupo, con más brusquedad de la que espero.

Sus cejas se alzan con incredulidad.

—¿Está a la defensiva?

—¡Por supuesto que estoy a la defensiva! —espeto y me pongo de pie—. ¡Dios!, ¿qué está mal con usted?, no puede ir por la vida invadiendo mi privacidad. ¿Con qué derecho lo hizo?

—¿Por qué se altera de esta manera? —se levanta y comienza a rodear el escritorio—. Si está aquí ahora es por algo. No pienso que esté fuera de sus cabales ni nada por el estilo. Solo trato de entender qué demonios hacía una chica como usted en un maldito hospital psiquiátrico.

El pánico se arraiga en mi sistema, pero me aferro a todo el coraje que ha invadido mi cuerpo para mantener todas mis piezas juntas.

—Exige que respete su vida personal, pero usted va y se inmiscuye en la mía —una risa cruel se me escapa de la garganta—. No voy a decirle absolutamente nada sobre los motivos por los cuales pisé ese sanatorio mental. No es de su incumbencia.

Me giro sobre mis talones y me precipito hacia la puerta. Necesito salir de aquí. Necesito un poco de aire. Necesito escapar de la oleada de recuerdos que me amenaza con desgarrarme a pedazos.

«¿Es que acaso siempre tienes que salir huyendo de este hombre?» Me reprimo internamente, pero me las arreglo para seguir avanzando.

Mi mano se cierra en el pomo de la puerta, y la abro. De pronto, un par de manos se estrellan en la madera a mis costados, cerrando la oficina con brusquedad. Un chillido asustado brota de mi garganta, mis ojos se aprietan con fuerza y mi respiración se acelera ligeramente.

Aliento caliente golpea mi oreja y un escalofrío recorre mi espina dorsal. El aroma a perfume y loción para afeitar, invade mis fosas nasales en ese momento.

Manos grandes y fuertes se aprietan contra la puerta y todo mi cuerpo se estremece ante la oleada de calor que se apodera de mi cuerpo con la cercanía de Gael Avallone.

—No vas a salir de aquí hasta que me lo digas, Tamara —susurra. Su voz ronca, pastosa y profunda llena mis oídos y mis entrañas se estrujan con violencia. No puedo pasar por alto que ha dejado de hablarme de «usted».

—No tiene derecho de hacerme esto —quiero golpearme por sonar así de insegura. Quiero golpearme por sonar así de vulnerable...

—Solo quiero saber por qué —la frustración tiñe su tono—. No saberlo me está volviendo loco.

Lágrimas reales queman en la parte posterior de mi garganta y no puedo hacer nada para deshacer el nudo en la boca de mi estómago.

«Estoy jodida. Completamente, jodida...»

Giro sobre mi eje, de modo que quedo justo frente a él.

Su cuerpo se encuentra ligeramente inclinado hacia adelante, sus manos me aprisionan contra la puerta y me siento intimidada por la corta distancia que separa nuestros cuerpos.

Es entonces, cuando me doy cuenta de cuán alto es. Me siento pequeña cuando me acorrala de este modo y, al mismo tiempo, no puedo dejar de sentirme fascinada por este hecho. Hacía mucho tiempo que no me sentía así de... indefensa.

—Es un ser detestable —digo, en un susurro.

—Tú también eres un dolor en el culo, Tamara —una media sonrisa tensa se dibuja en sus labios—. Ahora dime: ¿Por qué?

No quiero decírselo. No quiero contarle porque va a haber más preguntas. Va a intentar saber más, y yo no quiero que lo haga. Lo único que quiero, es enterrar esa parte de mi vida en lo más profundo de mi memoria.

—No puede obligarme a decírselo —mi voz sale en un susurro ronco e inestable.

—Prometo que no voy a juzgarte —dice, en un susurro amable y la calidez de su tono invade mi pecho—. Solo necesito saber...

Me obligo a mirarlo a los ojos. Su expresión serena luce cada vez más descompuesta y la fascinación y el miedo aumentan otro poco.

Una inspiración profunda es inhalada por mis labios, y hago acopio de toda mi dignidad para no apartar la mirada mientras que, por primera vez desde que salí del sanatorio mental, digo:

—Traté de suicidarme hace casi dos años, señor Avallone. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top