Capítulo 39



El sonido de mi respiración agitada invade todo el lugar en el instante en el que Gael se aparta de mí y une su frente a la mía. Yo, sin embargo, no abro lo ojos. No me permito volver a la realidad todavía. No cuando Gael me sostiene de la forma en la que lo hace. No cuando el mundo entero parece haber ralentizado su andar apresurado...

Un suspiro se me escapa en el instante en el que los brazos del magnate se cierran a mi alrededor con más fuerza que antes, pero no es hasta que se aparta de mí y me ahueca un lado de la cara con su palma abierta, que me atrevo a encararlo.

Las tonalidades amarillentas, doradas y cafés de sus ojos me reciben en el instante en el que abro los míos y, a pesar de que las he contemplado un montón de veces, me dejan sin aliento una vez más. La tormenta de miel que conforma su mirada es tan abrumadora e intensa, que lo hace lucir intimidatorio.

Un escalofrío me recorre de pies a cabeza cuando su vista se clava en mi boca, pero no es hasta que su pulgar traza una caricia en mi labio inferior, que la anticipación empieza a formar un nudo en mi estómago.

—No tienes idea de cuánto te eché de menos —susurra, y su voz suena tan ronca y profunda, como la de alguien que no ha hablado durante mucho tiempo—. No tienes idea de cuán difícil fue para mí el mirarte en mi oficina y tener que obligarme mantener mis sentimientos a raya.

Sus ojos se clavan en los míos y me quedo sin aliento durante unos segundos.

Yo no respondo. No puedo hacerlo.

—Tamara... —murmura, al cabo de unos segundos—. Necesito que me prometas algo...

—Gael... —comienzo, pero él niega con la cabeza para hacerme callar.

—Necesito que me prometas que nunca más va a haber secretos entre nosotros —dice—. Que nunca más vas a ocultarme algo como lo que te hizo mi padre.

—Gael, yo...

—Promételo, Tamara.

Enmudezco por completo.

No puedo responder. No soy capaz de hacerlo. No cuando que no he sido honesta del todo. No cuando que él me oculta algo...

—Prométeme que no vamos a permitir que terceras personas, intrigas o cualquier mierda ajena a nosotros, nos destruya —dice y algo dentro de mí se estruja con violencia—. Promételo...

No puedo hacerle esa clase de promesa.

No todavía.

No aún...

«Solo... bésalo». Susurra la voz insidiosa de mi cabeza y yo, abrumada y horrorizada por lo que pueda ocurrir, la escucho. La escucho y planto mis labios sobre los de Gael en un beso más urgente que el anterior. Más vehemente.

Un gruñido ronco retumba en el pecho del magnate y, en ese momento, sus brazos se envuelven alrededor de mi cintura con mucha fuerza.

Acto seguido, eleva mi peso de modo que mis pies dejan de tocar el suelo y, en el proceso, un grito ahogado se me escapa. A él no parece importarle en lo absoluto. No parece molestarle para nada ni mi protesta, ni mi peso, ya que ha empezado a caminar conmigo a cuestas.


No sé cuánto avanzamos antes de que me deposite en el suelo una vez más y, empecemos a andar a ciegas —porque no hemos dejado de besarnos— por la estancia; sin embargo, en el momento en el que mis talones chocan con el primer peldaño de la escalinata que lleva al piso superior, otro sonido ahogado se me escapa.

Una sonrisa boba se dibuja en los labios del magnate, pero no deja de besarme.

Otra protesta brota de mi garganta en el instante en el que doy un traspié y, así como así, y de la manera más repentina posible, el equilibrio me abandona y empiezo a caer. Gael, sin embargo, es más rápido y envuelve uno de sus brazos alrededor de mi cintura para detener mi caída. En el proceso, da una zancada larga para cuadrar el cuerpo y no caer junto conmigo, y yo quedo aquí, aferrada de su cuello y suspendida a medio camino entre el suelo y su anatomía.

Una carcajada escapa de mis labios cuando, con cuidado soy depositada sobre uno de los escalones. Gael, quien también ríe, hunde el rostro en mi cuello mientras masculla algo que no entiendo del todo.

Un balbuceo incoherente es lo único que puedo darle en respuesta, pero él ni siquiera se molesta en averiguar qué he dicho, ya que ha comenzado a besar la piel sensible de mi cuello.

Un sonido ahogado escapa de mis labios en el instante en el que sus dientes raspan un punto especialmente sensible y un escalofrío de puro placer me eriza todos los vellos del cuerpo.

Por acto reflejo, mis manos hacen puños el material del saco que lleva puesto y él, en respuesta, deja escapar un gruñido cargado de aprobación.

Una estela de besos ardientes hace su camino hasta llegar al punto en el que mi mandíbula se une con mi cuello y, una vez ahí, traza una nueva trayectoria hasta mi barbilla. Entonces, un beso ávido es depositado en mis labios.

La lengua de Gael hace su camino hasta encontrar la mía y otro estremecimiento me recorre entera, pero no es hasta que sus manos inquietas se posan en mis muslos —vestidos por los vaqueros—, que todo pensamiento coherente empieza a drenarse fuera de mi cerebro.

Mi pulso late a toda marcha, la sangre me zumba en todo el cuerpo, los labios me arden por el contacto urgente, las manos me tiemblan debido a la ansiedad y, a pesar de todo eso, no puedo —quiero— parar. No puedo —quiero— dejar de besarlo. De dejar de intentar absorber absolutamente todo lo que me ofrece.


Mis dedos torpes y ansiosos viajan hasta el nudo de su corbata y tiran de él hasta que se deshace. Entonces, me entretengo unos instantes deshaciendo los botones superiores de su camisa.

Gael, por su parte, no deja de besarme. No deja de saquear fuera de mi boca todo aquello que tanto tiempo le negué. Que tanto tiempo nos negamos el uno al otro.

Mis manos se apoderan de las solapas de su saco y tiro de él para quitárselo. Gael, cooperando conmigo, me ayuda a sacarlo fuera de su torso, y es en ese momento, que vuelvo a los botones de la camisa.

Para el instante en el que he deshecho la mitad de la botonadura, deslizo las manos dentro del material para acariciarle el pecho. Para sentir las ondulaciones de su abdomen y la firmeza de los músculos debajo de su piel.

Un escalofrío me recorre entera en el instante en el que las manos del magnate se acunan en mis caderas y eso no hace más que envalentonarme otro poco. No hace más que darme el valor para deslizar las manos y sacarle la camisa fajada del pantalón, para luego posarlas sobre el cinturón que lleva puesto.

En ese momento, Gael se aparta de mí con brusquedad y une su frente a la mía.

—Tamara, si no te detienes ahora... —dice, en un resuello, pero no concluye la oración. No termina de hablar. Se queda aquí, quieto, con los ojos cerrados y el ceño fruncido en un gesto torturado y vulnerable. En un gesto tan fascinante, como salvaje.

—Tócame —pido, con un hilo de voz, sintiéndome valiente.

—Tam...

—Gael —lo interrumpo—, tócame...

Una emoción salvaje se apodera de su mirada cuando nuestros ojos se encuentran, y un escalofrío de anticipación me recorre la espina.

—Tamara, si te toco... —dice—, si te pongo una mano encima... No sé si voy a poder detenerme.

—¿Y quién te ha dicho a ti que quiero que te detengas?

Los ojos del magnate se oscurecen en ese instante y, sin decir una palabra más, planta sus labios sobre los míos en un beso lento, pausado y profundo. Del tipo de beso que es capaz de robarte el aliento y colarse entre tus huesos. Del tipo de contacto que cala hondo en el alma y te hace mella en el corazón.

Mis dedos ansiosos y torpes se han enredado en las hebras onduladas de su cabello y sus manos están ancladas en mis caderas. Mi espalda se arquea hacia él cuando siento como envuelve uno de sus brazos alrededor de mi cintura; y, acto seguido, tira de mí para ayudarme a ponerme de pie. Yo, como puedo, me empujo a mí misma para no dejar de besarle mientras maniobramos para reincorporarnos.


En el instante en el que me encuentro de nuevo sobre mis pies, Gael se aparta de mí una vez más, para encaminarse escaleras arriba. En el proceso, envuelve sus dedos largos alrededor de una de mis muñecas y tira de ella con suavidad para llevarme tras él.

Mi corazón no deja de latir como loco durante todo nuestro trayecto hasta su habitación, pero no es hasta que estamos ahí, de pie a mitad de la estancia casi en penumbra, que el peso de lo que está a punto de ocurrir se asienta en mis huesos.

Solo he estado con una persona en mi vida. Solo he compartido esta clase de intimidad con alguien más y, ahora que estoy aquí, con la figura imponente de Gael Avallone de pie frente a mí, no puedo evitar sentirme cohibida; abrumada por la ansiedad y el nerviosismo que me embargan.

Sé que Gael ha estado con muchas mujeres antes. Sería una tonta si no estuviera completamente convencida de que, en experiencia, él me lleva bastante ventaja; sin embargo, no puedo dejar de pensar en ello como si fuese la cosa más relevante ahora mismo. No puedo dejar de pensar en la cantidad de cuerpos desnudos que ha visto y en los sentimientos que puede —o no— haber involucrado con todas y cada una de esas mujeres.

Algo vicioso y doloroso se apodera de mi pecho en ese momento y la sensación es tan apabullante que, por un momento, las ganas que tengo de salir corriendo se vuelven insoportables. Agobiantes...


—¿Estás segura de que esto es lo que quieres? —pregunta, al cabo de un largo rato de absoluto silencio.

—¿Tú lo estás? —sueno más nerviosa de lo que me gustaría.

—No tienes idea de cuánto he fantaseado con este momento, Tamara —confiesa y, de inmediato, siento como mi rostro se calienta. Estoy segura de que me estoy ruborizando hasta la médula—. Así que, sí; estoy bastante seguro... —hace una pequeña pausa—. ¿Tú? ¿Quieres detenerte?

Niego con la cabeza.

—Quiero que me toques. Quiero que me hagas tuya. Quiero hacerte mío y que seamos el uno del otro. Como siempre tuvo que haber sido.

—Entonces, ven aquí —pide, con esa voz suya tan ronca y un escalofrío de pura anticipación me recorre la espina.


Mis pasos son lentos, dubitativos, pero constantes, y no se detienen hasta que quedo delante de Gael. No dejan de avanzar hasta que su figura queda posicionada frente a mí.

Entonces, lo miro a detalle.

Su cabello —revuelto por las caricias de mis manos— cae sobre su frente en una imagen fresca y desgarbada; su camisa —media deshecha y arrugada— deja a la vista la tinta que tiñe parte de sus pectorales y su postura imponente, no hace más que acentuar aquellas partes de su cuerpo —sus caderas estrechas, sus hombros anchos, su figura delgada pero atlética, su complexión fuerte y aerodinámica...— que, en otro momento, quizás quedarían eclipsadas por el disfraz de hombre de negocios que suele ponerse a diario, Todas esas cosas que, a simple vista, y debajo de aquellos trajes caros que utiliza, nunca salen a relucir.

Aprieto los puños y trago duro.

Hay algo indómito en su mirada. Algo agreste, fuerte y abrumador, y no puedo descifrar del todo qué es. Tampoco puedo ponerle un nombre a la emoción que surca su rostro cuando sus ojos barren la extensión de mi cuerpo de pies a cabeza. Lo único que puedo hacer ahora mismo, es sentir como mi cuerpo se calienta ante la forma en la que me mira.


No sé cuánto tiempo nos quedamos aquí, el uno frente al otro, sin movernos; sin embargo, cuando él lo hace, es para llevarse las manos a la camisa y deshacerse de los botones que dejé a la espera de trabajo. Entonces, sin dejar de verme directo a los ojos, se quita el material para dejarlo caer en el suelo.

La tinta en sus brazos es lo primero que atrae mi atención, y luego lo hace la firmeza de los músculos de su abdomen. Finalmente, mis ojos se deslizan un poco más abajo y todo pensamiento coherente es drenado de mi cabeza en el instante en el que miro las depresiones de sus caderas.

Una mano grande se apodera de mi barbilla y me obliga a mirar hacia arriba; hacia los ojos del magnate. Hacia aquella mirada intensa que me deja sin aliento. Entonces, sus labios encuentran los míos en otro beso parsimonioso.

Mi corazón se detiene durante una fracción de segundo para reanudar su marcha a una velocidad inhumana, pero no es hasta que la mano libre de Gael se desliza por debajo del material de la blusa que llevo puesta, que comienza a latir a un ritmo alarmante.

La aspereza de su tacto envía escalofríos por toda mi espalda y, de pronto, me encuentro tratando de concentrarme en la forma en la que sus yemas trazan patrones suaves en mi piel.

La mano que se encontraba en mi barbilla se retira en ese momento y, al cabo de unos segundos, se ancla en mis caderas. Entonces, Gael, con ambas manos puestas sobre esa curvatura de mi cuerpo, se apodera del borde de mi blusa para sacarla por encima de mi cabeza.

Tiene que apartarse de mí mientras lo hace, pero vuelve a besarme una vez que el material abandona mi torso. Acto seguido, envuelve un brazo alrededor de mi cintura y pega mi abdomen blando, al suyo firme y fuerte.

Un suspiro ahogado se me escapa al instante, pero es amortiguado por la avidez de su beso. Entonces, una de sus manos hace su camino hasta el broche de mi sujetador y, de un solo movimiento, lo deshace.

Un estremecimiento me recorre la espalda y yo, en el afán de hacerle sentir todo eso que siento ahora mismo, deslizo mis manos sobre su pecho y sus costados.


Avanzamos sin dejar de besarnos hasta que la parte trasera de mis pantorrillas golpea contra la base de la cama, y es hasta ese momento, que Gael se toma unos segundos para dejar de besarme y deslizar los tirantes de mi sujetador por mis brazos.

Besos cortos, húmedos y ávidos trazan su camino desde mi mandíbula hasta la base de mi cuello y, una vez ahí, siguen su trayectoria hasta llegar a mis clavículas. Entonces, sin previo aviso o advertencia, sus manos —las cuales estaban en mis caderas—, se deslizan por mis costados hasta llegar a mis pechos. Entonces, los ahueca entre sus manos.

Un suspiro escapa de mi garganta en el instante en el que sus pulgares empiezan a trazar caricias en la piel sensible de la zona, pero no es hasta que su boca desciende otro poco y se apodera de uno de ellos, que un escalofrío de puro placer me corre por el cuerpo.

Mis dedos se enredan en las hebras castañas de su cabello en ese momento y no sé si quiero apartarlo o acercarlo un poco más. No sé si quiero pedirle que pase o que no se atreva a detenerse.

Entonces, justo cuando creo que no voy a poder soportarlo ni un segundo más, su boca me abandona unos instantes, solo para apoderarse de la cima del otro de mis pechos.

Mi cabeza se echa hacia atrás casi por inercia en ese momento y, sin que pueda evitarlo, mi espalda se arquea hacia él; quien, en respuesta, deja escapar un gruñido ronco que reverbera en toda la estancia.


No sé cuánto tiempo pasa antes de que deje de torturarme de esa manera y vuelva a besarme en los labios, pero, para el momento en el que lo hace, todo mi cuerpo es una masa temblorosa de terminaciones nerviosas. Todo mi ser se ha convertido en líquido, calor y sensaciones intensas.

Un sonido estrangulado escapa de mi garganta cuando Gael me empuja ligeramente, de modo que tengo que recostarme sobre la cama; pero no es hasta que sus manos expertas buscan el botón de mis vaqueros, que otra oleada de ansiedad y nerviosismo me golpea.

El cierre de mis pantalones baja casi por si solo cuando los dedos de Gael deshacen la botonadura, y un nudo de anticipación se forma en la boca de mi estómago cuando sus pulgares se enganchan en las presillas de la prenda.

El material áspero de los vaqueros desciende por mis caderas, pero se detiene unos segundos solo porque necesito levantarme un poco para que él pueda sacarlos; sin embargo, en el instante en el que lo hago, el material se desliza con facilidad hasta que queda enroscado alrededor de mis Converse.

Una maldición escapa de los labios del magnate y yo, para ayudarle, empujo los tenis fuera de mis pies sin siquiera molestarme en desatar los cordones. Acto seguido, él desliza el pantalón fuera de mi cuerpo y, en el proceso, pierdo los calcetines que llevaba puestos.

Las manos de Gael se posan sobre mis muslos y, entonces, se aparta para arrodillarse frente a mí. Yo tengo que elevarme sobre mis codos para tener un vistazo de su cabeza.

Acto seguido, su tacto se desliza hacia arriba, sobre la parte externa de mis piernas desnudas y se detiene justo cuando se introduce debajo del material de mis bragas de algodón.

Los ojos de Gael viajan hasta los míos en ese momento, como si tratase de pedirme permiso para hacer algo; sin embargo, no es hasta que sus pulgares cierran en ganchos el material de mi austera ropa interior, que el peso de lo que quiere hacer cae sobre mí como balde de agua helada.

El magnate tira de la prenda ligeramente, de modo que tengo que volver a elevar las caderas para dejarlo retirar el material; pero no es hasta que estoy completamente desnuda, con él asentado y arrodillado entre mis piernas, que mi corazón da un tropiezo monumental.

Gael no deja de mirarme a los ojos. No deja de encararme con aquella expresión salvaje y deseosa mientras que, con mucha delicadeza, traza caricias sobre el interior de mis muslos para detenerse peligrosamente cerca de mi feminidad.

Es en ese momento, cuando, con mucho cuidado, desliza uno de sus pulgares entre mis pliegues húmedos. Un escalofrío de puro placer me invade de pies a cabeza cuando su caricia alcanza mi punto más sensible y, casi por acto reflejo, mis piernas hacen ademán de cerrarse.

Una sonrisa lasciva tira de las comisuras de sus labios en ese momento, y la vergüenza se mezcla con la sensación abrumadora que me provocan las caricias que ha empezado a trazar en mi centro.

Mi corazón no ha dejado de latir a una velocidad inhumana, mis manos no han dejado de temblar, mi respiración es dificultosa y entrecortada, y se siente como si mi cuerpo entero estuviese a punto de estallar.

Es en ese preciso instante, cuando siento cómo mis caderas se elevan para encontrar el tacto dulce, que mis ojos se cierran y mi cabeza se echa hacia atrás.

Un sonido suave escapa de mi garganta cuando el ritmo de sus caricias cambia; sin embargo, no es hasta que siento cómo uno de sus dedos se desliza en mi interior, que otro más intenso se me escapa.

Un gemido quejumbroso brota de mi garganta en el instante en el que su toque me abandona y, casi de inmediato, mi vista se abre de nuevo para encararlo. Gael, sin embargo, no dice nada. Se limita a mirarme fijamente mientras que, con lentitud, se acerca a mí.

La confusión me invade casi de inmediato, pero desaparece cuando me doy cuenta...

«Oh, por el amor de...»

Todo pensamiento coherente se ha drenado de mi cabeza.

Toda clase de razonamiento sensato se ha fugado fuera de mi sistema porque está besándome. Porque está besándome... ahí. Y yo no puedo hacer otra cosa más que intentar apartarlo. Intentar acercarlo. Intentar absorber la sensación abrumadora y arrolladora que se ha apoderado de mi cuerpo...

Un sonido particularmente ruidoso escapa de mi garganta en ese instante y mis dedos se aferran a su cabello en un desesperado intento por... ¿acercarlo? ¿Apartarlo? Aún no lo sé. Lo único que sé, es que el mundo ha perdido completamente su forma. Que el universo a mi alrededor ha dejado de moverse y ha comenzado a difuminarse entre las intensas oleadas de placer que me embargan.

Mi sangre zumba y canta en mis venas, los músculos de mis piernas se sienten agarrotados y tensos; mi pulso late con tanta fuerza, que se siente como si estuviese a punto de estallar, y yo estoy aquí, aferrándome a él como puedo, tratando de contener la erupción que está a punto de llevárselo todo a su paso.


Un gemido intenso escapa de mi garganta cuando el ritmo de su caricia constante se vuelve más urgente, y yo, sin poder sostenerme más sobre mis brazos, me dejo caer sobre el colchón.

Tengo calor. Mi cuerpo entero ha comenzado a abochornarse y no puedo dejar de morder la parte interna de mi mejilla para evitar gritar. Para evitar hacer otra cosa que no sea temblar ante la intensidad de sus caricias.

Las manos de Gael se clavan fuerte en la carne blanda de mis caderas y, justo cuando estas se alzan de manera involuntaria, él envuelve un brazo sobre ellas para mantenerme quieta en mi lugar; para impedir que me aparte.

Algo se construye en mi vientre.

Algo intenso, abrumador y placentero forma un nudo en mi abdomen y un escalofrío me eriza los vellos del cuerpo casi al instante.

Un espasmo me recorre de pies a cabeza y reprimo el grito que ha comenzado a construirse en mi garganta.

Estoy es demasiado. No puedo contenerlo más. Voy a estallar. Voy a...

Un sonido —mitad gemido, mitad grito— escapa de mi garganta en el instante en el que el orgasmo demoledor me golpea de lleno. Un estremecimiento que nace desde mi centro me recorre entera y un espasmo, seguido de otro y otro más, me llenan el cuerpo y se cuelan entre mis huesos hasta hacerme imposible pensar con claridad. Hasta hacerme completamente inverosímil la posibilidad de concentrarme en otra cosa que no sea en lo que estoy experimentando.


Soy vagamente consciente de cómo Gael se aparta de mí. De hecho, apenas sí me doy cuenta de cómo se levanta del suelo para recostarse a mi lado; sin embargo, una vez que soy un poco más consciente de mí misma —y que he recuperado el control de mi cuerpo—, me obligo a incorporarme para acomodarme a horcajadas sobre sus caderas.

Una sonrisa juguetona se apodera de los labios del magnate en ese momento y yo, aprovechando mi posición ventajosa, deslizo las manos por su pecho y abdomen hasta detenerme sobre el cinturón que lleva puesto.

Las cejas de Gael se disparan hacia arriba, en un gesto arrogante, burlón y retador; y yo, sintiéndome un poco más valiente que hace unos instantes, trabajo en la hebilla con dedos torpes.

—¿Quieres que te ayude? —pregunta, con aire juguetón.

—Lo tengo todo bajo control —balbuceo, concentrada en la tarea impuesta.

—Es una hebilla difícil —Gael acota.

—Puedo hacerlo —sueno como una niña pequeña renegándole a sus padres, y eso solo consigue que una risa suave se le escape, pero no dice nada más. Se limita a dejarme trabajar en silencio.

Me toma apenas unos instantes retirar el seguro y, cuando lo hago, le dedico una mirada triunfal. Él me responde con una rodada de ojos y una sonrisa burlona.

—Yo lo habría hecho en la mitad del tiempo —fanfarronea y es mi turno de rodar los ojos al cielo.

—¿Es que siempre tienes que puntualizar lo superior que eres al ser humano promedio? —bromeo. Trato de sonar fastidiada, pero en realidad sueno divertida hasta la mierda.

Una carcajada escapa de la garganta del magnate en ese momento, y yo aprovecho esos segundos de distracción para empezar a trabajar en la botonadura de sus vaqueros.


En el momento en el que el cierre se desliza hacia abajo, un trozo del material elástico de su ropa interior me recibe.

Acto seguido, las manos de Gael se anclan en mis caderas desnudas para alzar las suyas. Un nudo de anticipación se forma en mi vientre cuando me percato del bulto creciente en su entrepierna y, en respuesta, deslizo las yemas de mis dedos sobre la tela de su bóxer.

Un sonido gutural escapa de su garganta en ese momento y el nudo se aprieta otro poco.

La sensación vertiginosa que me provoca la situación en la que nos encontramos, es casi tan intimidatoria, como abrumadora; pero, a pesar de eso, no permito que me amedrente. No permito que me acobarde porque esto es lo que quiero. Porque estoy cansada de huir de lo que siento por este hombre. Porque, si permito que el miedo me paralice una vez más, sé que voy a lamentarlo...


Mis ojos encuentran los de Gael cuando sus caderas descienden al colchón una vez más y, en ese momento, algo salvaje me atenaza el pecho. Algo poderoso y... dulce.

—Eres tan hermosa —Gael suelta en un susurro ronco y mi corazón se calienta con una emoción apacible y abrumadora al mismo tiempo. Una emoción que, por más que tratase, jamás podría describirla con palabras.

No soy capaz de decir nada.

No soy capaz de formular una oración que sea capaz de describir todo esto que siento ahora mismo. Todo lo que su mirada —lo que ella me dice— me hace sentir; es por eso que decido besarle. Decido inclinarme sobre él para plantar mis labios sobre los suyos en un beso dulce. Un beso pausado, lento y largo.

Las manos de Gael se apoderan de mi rostro y me besa de vuelta. Me besa como tuviese todo el tiempo del mundo para hacerlo y yo hago lo mismo. Hago lo mismo porque hacía mucho que ansiaba su cercanía. Hacía mucho que la tortura que suponía estar lejos de él, estaba acabando conmigo.


—Te eché tanto de menos —Gael susurra contra mi boca, cuando nos apartamos ligeramente.

—No tienes idea de cuánto yo te eché de menos —digo, con un hilo de voz y él vuelve a besarme.

En ese momento, y presa de un impulso envalentonado, deslizo una mano entre nuestros cuerpos solo para colocarla encima del material de su bóxer; justo donde su deseo por mí se encuentra.

Un gruñido retumba en el pecho de Gael y reverbera en el mío, pero no permito que eso me detenga. Al contrario, me obligo a continuar con la tarea impuesta y deslizo mis dedos hasta el elástico de su ropa interior para tirar de él, de modo que soy capaz de introducir mi mano.

La piel suave de la zona hace que mi corazón dé un tropiezo, pero no dejo que eso me acobarde. No dejo que el repentino nerviosismo me haga detenerme. Al contrario, me obligo a envolverlo entre mis dedos para acariciarlo.

Es grande. Tan grande, que la mano no me alcanza para envolverlo; sin embargo, no dejo que eso me amedrente o me intimide. De hecho, trato de no pensar mucho en ello; porque, si lo hago, voy a acobardarme. Voy a querer salir huyendo de aquí...


Otro sonido ronco y profundo escapa de la garganta de Gael y yo aprovecho esos instantes para empezar a bombear a través de su longitud. Mi labio inferior es atrapado entre sus dientes cuando mi caricia se vuelve constante y, justo cuando cambio de ritmo, Gael posa una mano en la parte trasera de mi nuca y tira de mí hacia él para besarme con más urgencia.

Una palabrota escapa de sus labios cuando, con mi pulgar, presiono su punta y, en ese momento, nos hace girar sobre el colchón; de modo que quedo aquí, recostada sobre la cama, con él asentado entre mis piernas y una mano dentro de su ropa interior.

Gael, en ese momento, y sin decir una sola palabra, se aparta de mí y se deshace del resto de su ropa sin ceremonia alguna.

La imagen que me recibe luego de eso es tan imponente, que me quedo sin aliento. Tan abrumadora, que mi estómago da un vuelco de la anticipación...

La tinta que tiñe sus brazos fuertes, solo lo hace lucir más intimidatorio de lo que en realidad es y la dureza de su abdomen firme solo consigue que el nudo en mi vientre se apriete otro poco. No me pasan desapercibidas las marcadas depresiones de sus caderas o lo estrecha que esa parte de su cuerpo es en comparación a su espalda amplia y fuerte... Y, a pesar de todo eso; a pesar de lucir como si acabase de salir de una revista, no deja de parecerme... mundano. Vulnerable...

No sé a qué se deba. No sé si sea lo deshecho que luce su cabello, o lo hinchados que tiene los labios; quizás solo es el hecho de que su respiración es casi tan dificultosa como la mía... No lo sé. Lo único que sé en estos momentos, es que quiero besarle de nuevo. Es que quiero fundirme entre sus brazos y guardarle en mi memoria así: vulnerable. Expuesto... Real.


—No puedo creer cuán hermosa eres —dice, con aquel tono enronquecido tan suyo y un nudo de emociones se apodera de mi garganta.

—Ven aquí... —pido, pero él sacude la cabeza en una negativa.

—Necesito mirarte otro poco —dice, y yo, sintiéndome cohibida, trato de cubrirme.

Una sonrisa dulce tira de las comisuras de sus labios en ese momento, pero no dice nada más. Se limita a barrer la extensión de mi cuerpo con su vista antes de dar un par de pasos en mi dirección.

Se detiene cuando queda justo frente a mí. Yo, para ese momento, ya me he incorporado en una posición sentada; de modo que él puede apoderarse de mi barbilla con facilidad para plantar sus labios en los míos en un beso largo y profundo.

Entonces, cuando se aparta de mí, susurra:

—Ahora regreso.

Acto seguido, se encamina al baño de la habitación y desaparece detrás de la puerta solo para volver al cabo de unos momentos con un pequeño paquete de aluminio entre los dedos.

Mi estómago cae en picada cuando caigo en la cuenta de que se trata de un preservativo, pero trato de no hacerlo notar. Trato de no hacerle ver que la sola idea de lo que está a punto de suceder me pone los nervios de punta.

Una sonrisa que se me antoja infantil y ansiosa se desliza en los labios del magnate cuando alza la vista para mirarme; pero yo no puedo hacer otra cosa más que corresponder su gesto con otro igual de nervioso.

—¿Tienes una idea de hace cuánto tiempo no hago esto? —dice, con la voz enronquecida.

Niego con la cabeza.

—Tampoco quiero saberlo —digo, con toda honestidad y él suelta una carcajada.

—La última vez que follé con una mujer, fue unas semanas antes de conocerte —dice.

—¡Te dije que no quería saber! —chillo, al tiempo que hago ademán de cubrirme los oídos—. Además, ¿a quién quieres verle la cara de idiota? Te conocí con los pantalones abajo a punto de tener relaciones con tu secretaria.

Otra risa brota de la garganta del magnate, quien sacude la cabeza en una negativa.

—Esa fue la última interacción íntima que tuve con una mujer antes de que una chiquilla irritante se me metiera en los pensamientos —dice, una vez superado el ataque de risa y hace una pequeña pausa antes de continuar—: Compré estos —juguetea con el pequeño envoltorio de aluminio entre sus dedos—, luego de lo que pasó aquella primera ocasión en la sala; pero nunca tuve el valor de decirte que los tenía porque no quería que pensaras que solo buscaba eso de ti.

Mi corazón da un vuelco con sus palabras, pero trato de no hacérselo notar. Trato, desesperadamente, de lucir serena y de seguir con el hilo juguetón que había tomado nuestra conversación hasta hace unos instantes.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no quiero detalles de tu vida sexual? —me quejo, a manera de broma, al tiempo que me cruzo de brazos—. Haces que quiera vestirme solo para probarte que no soy una más.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no eres una más? —Gael responde, con seriedad, y sus palabras me estrujan el pecho—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que estoy enamorado de ti para que te entre en esa cabeza terca que tienes?

No soy capaz de decir nada. Temo que, si lo hago, voy a arruinar el momento, así que, en su lugar, me quedo aquí, quieta, sentada sobre la cama; mientras que él me contempla durante lo que se siente como una eternidad.


No sé cuánto tiempo pasa antes de que Gael se acerque a la cama y se incline sobre ella solo para volver a besarme; pero, cuando lo hace, estoy lista para recibirlo. De hecho, cuando me besa, lo primero que hago es envolver mis brazos alrededor de su cuello para atraerlo hacia mí.

—¿Estás segura de que esto es lo que quieres? —Gael pregunta una vez más y yo, incapaz de confiar en mi voz para hablar, asiento.

Es hasta ese momento, que las palabras se acaban.

Es hasta ese instante, que todo pasa a segundo plano y que, lo único que existe, es él...

Sus besos. Sus caricias. El olor de su piel. El tacto de su cabello alborotado entre mis dedos. El latir desbocado de mi corazón contra mis costillas...

Es en ese preciso instante, que solo existe la forma en la que me sostiene. La forma en la que sus labios recorren cada centímetro de mi piel y la manera en la que mis manos trazan cada figura de tinta que hay su cuerpo. Cada ondulación de sus músculos...

Gael se encarga de colmarme el cuerpo de caricias dulces, de besos —algunos eternos y otros fugaces—, y de sensaciones que jamás creí que volvería a sentir. De sentimientos que hacen que mi pecho se sienta a punto de estallar.

Y es hasta es entonces, que se aparta de mí. Que se aleja y empieza a trabajar en el preservativo.

Llegados a este punto, se siente como si mi corazón estuviese a punto de escapar por mi garganta. Como si la sangre pudiese fugarse por cada poro de mi cuerpo. Como si mi cabeza estuviese a punto de desconectarse de mi cuerpo para siempre.


Gael se arrodilla sobre la cama y se asienta entre mis piernas, al tiempo que se apodera de mi barbilla y planta un beso rápido en mis labios.

Acto seguido, se apodera de mis muslos y tira de ellos, de modo que me hace caer de la posición sentada en la que me encontraba hasta hace unos instantes.

Entonces, se posiciona todavía más cerca —de modo que soy capaz de sentirlo en mi entrada— y una de sus manos se desliza entre nuestros cuerpos para buscar entre mis pliegues húmedos.

Un suspiro entrecortado se me escapa en el instante en el que su toque me abandona y es reemplazado por algo diferente. Por algo suave y firme rozando mi entrada.

Mi respiración es superficial ahora y lo único que puedo hacer, es mirarlo. Mirar como su cabello cae hacia enfrente mientras se frota en mí y trata de guiar su camino en mi interior.

Entonces, cuando está justo en el lugar indicado, empuja con suavidad.

Un sonido estrangulado brota de mi garganta cuando siento cómo mis músculos se abren para recibirlo. Otro empujón suave viene a mí en ese momento y siento cómo mi mandíbula se aprieta, en un desesperado intento por reprimir el gemido que amenaza con escaparse de mis labios.

Un último movimiento de sus caderas contra las mías hace que entre completamente en mí y, esta vez, no soy capaz de reprimir el quejido que se había estado construyendo en mi garganta.

Mi respiración es temblorosa, mi corazón late a toda marcha, mis piernas se sienten tensas y acalambradas y los músculos de mi centro luchan por adaptarse a su tamaño.

No soy una chica virginal. Mucho menos soy una chica carente de experiencias. Había estado ya antes con alguien —con Isaac—; pero jamás había estado con alguien como Gael. Con alguien así de... imponente.


No sé cuánto tiempo pasa antes de que la incomodidad que se había hecho presente en mi sistema, disminuya lo suficiente como para permitirme no prestarle demasiada atención; y es solo hasta ese momento, que me obligo a encararlo.

Su cabello cae alborotado sobre su frente, sus ojos están nublados por el deseo, su respiración es casi tan superficial como la mía y sus labios —enrojecidos por nuestro contacto previo— están entreabiertos.

Nuestros ojos se encuentran.

La pregunta que baila en su mirada es tan clara, que lo único que tengo qué hacer para responderla, es asentir.

que está preocupado por mí. que está preguntándome si deseo que continúe. Es por eso que, solo hasta que ve el movimiento de mi cabeza, ancla sus manos a mis caderas y empieza a moverse.


El ritmo que impone es lento, pausado, pero constante; y le permite a mi cuerpo adaptarse a él. Le permite a mis músculos agarrotados relajarse y dejarse llevar por la sensación placentera que ha comenzado a construirse en mi interior.

Un sonido tembloroso y débil escapa de mis labios cuando Gael se inclina hacia adelante y cambia el ángulo de sus envites.

Otro sonido roto brota de mi garganta en el instante en el que el ritmo impuesto cambia una vez más; de modo que ahora soy capaz de sentir el choque de sus caderas contra las mías.

Un escalofrío de puro placer me recorre el cuerpo en ese momento, y no puedo hacer otra cosa más que alzar la parte inferior de mi cuerpo para encontrarme con él en el camino. No puedo hacer nada más que sentir...

Un gruñido brota de la garganta de Gael cuando envuelvo mis piernas alrededor de sus caderas y él, casi de inmediato, envuelve un brazo alrededor de mi cintura. Yo enredo los míos alrededor de su cuello y él, enseguida, tira de mí hacia arriba.

Un grito ahogado se me escapa cuando soy incorporada y quedo aferrada a su torso, con él aún en mi interior.

Es en ese momento, que Gael deja de moverse.

—Baja los pies —instruye contra mi oído, y así lo hago.

Entonces, cuando me doy cuenta de que soy yo la que debe moverse, empiezo a hacerlo.

La posición es complicada y, al principio, me siento torpe y lenta; sin embargo, al cabo de unos minutos, la encuentro tan abrumadora y placentera, que no puedo reprimir los sonidos que me abandonan.


Todo mi cuerpo se siente caliente, abochornado y tembloroso, pero no me detengo. No, hasta que Gael, me da una palmada suave en el trasero y murmura algo acerca de envolver mis piernas a su alrededor una vez más.

Cuando lo hago, él se despereza de mi abrazo y me empuja con suavidad contra la cama, de modo que quedo con las caderas alzadas y las piernas envueltas en sus caderas. Entonces, empieza a moverse una vez más.

Esta vez, el ritmo es más urgente que el anterior. Más intenso. Más... abrumador.

El sonido del choque de sus caderas contra las mías no se hace esperar ahora y yo no puedo hacer nada más que concentrarme en la sensación vertiginosa y placentera que ha comenzado a construirse en mi vientre.

Pequeños sonidos escapan de mis labios sin que pueda evitarlo, y mi espalda se arquea aún más cuando los dedos de Gael se frotan contra mi punto más sensible.

Un gruñido estridente escapa de sus labios en ese momento y, entonces, se deja caer hacia adelante. De modo que nuestros rostros quedan a centímetros de distancia.

Aliento caliente se mezcla con el mío y yo no puedo dejar de mirarle a los ojos. No puedo dejar contemplar cómo las venas de sus sienes sobresalen debido al esfuerzo físico. No puedo dejar de mirar cómo su cuello se tensa y su cabello húmedo se enrosca —alborotado y desastroso— sobre su frente...

Un gemido particularmente intenso se me escapa cuando Gael cambia el ángulo de sus envites una vez más y, esta vez, ni siquiera me molesto en intentar contenerlo. Ni siquiera me molesto en quedarme callada porque estoy demasiado concentrada en lo que estoy sintiendo. Estoy demasiado concentrada en la sensación vertiginosa que amenaza con arrollarlo todo a su paso...

Un sonido gutural escapa de la garganta de Gael cuando el ritmo impuesto incrementa otro poco y, en respuesta, mi espalda se arquea.

Otro sonido estrangulado brota de mi garganta casi al instante y, entonces, el mundo pierde enfoque. El universo entero se difumina y yo, en lo único en lo que puedo concentrarme, es en la sensación abrumadora y arrolladora que está a punto de consumirme.


—Tam —Gael suena suplicante—. Tam, voy a... —suelta en un resuello—. N-Necesito que...

Ni siquiera puedo terminar de escucharle. No, porque el mundo se fragmentado en mil pedazos. No, porque el cielo ha estallado y yo estoy siendo presa de un espasmo violento e incontrolable.

Es hasta ese momento, que dejo de pensar en todo lo que me rodea y me dejo ir. Me dejo llevar por la espiral de placer que me envuelve y me llena el pecho de una sensación maravillosa y agobiante.


Gael suelta una maldición en medio de un gruñido y soy vagamente consciente de cómo embiste con fuerza un par de veces antes de clavarme los dedos en las caderas y echar la cabeza hacia atrás.

También, soy vagamente consciente de cómo se deja caer sobre mí luego de eso, y de cómo su respiración entrecortada lucha por acompasarse poco a poco.

Ninguno de los dos dice nada.

Ninguno de los dos se mueve.

Nos limitamos a quedarnos aquí, hechos un manojo de extremidades, mientras descendemos de aquel lugar al que fuimos juntos.


—¿Gael? —susurro, con la voz entrecortada, al cabo de lo que se siente como una eternidad. Él no responde. Se limita a alzar el rostro —en el cual lleva pintado un gesto derrotado— para verme. Es por eso que continúo—: Estoy loca por ti.

Una sonrisa radiante y agotada se dibuja en los labios del magnate.

—Y yo estoy completamente perdido por ti, preciosa —suelta él, con la voz áspera y ronca. Entonces, sin darme tiempo de nada, planta sus labios en los míos en un beso lento y profundo.

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