Capítulo 37



—Ten mucho cuidado con lo que haces, Gael —la voz de David suena baja, entre dientes, como quien está tratando de contenerse de gritar—. Ten mucho cuidado con la manera en la que te expones esta noche.

La postura del padre de Gael ha pasado de nerviosa a amenazadora y yo, debido a eso, no puedo hacer otra cosa más que intentar esconderme detrás del imponente cuerpo del magnate. No puedo hacer otra cosa más que esperar a que lo peor suceda ahora que hemos llamado tanto la atención.

—El que debió haber tenido cuidado con lo que hacía, eras tú —Gael escupe, pero ha bajado su tono, de modo que solo su padre y yo podemos escucharlo—. No debiste involucrar a terceros en algo que solo nos correspondía a nosotros. No debiste jugar de esta manera.

—Gael, ahora no es tiempo para...

—¡Me importa una mierda si no es tiempo! —la voz de Gael estalla con tanta violencia, que me encojo sobre mí misma porque jamás lo había escuchado así de enojado. Jamás lo había visto así de molesto—. ¡Tú decidiste que esto fuese de esta manera! ¡Tú la metiste a ella en todo esto! ¡Ahora afronta las consecuencias!

—¡¿Se puede saber qué coño estás haciendo?! —alguien dice en algún punto cercano y mis ojos viajan hacia la persona que se ha acercado. Antonio Avallone aparece en mi campo de visión en ese momento y se interpone entre Gael y su padre. Entonces, los mira con gesto horrorizado e iracundo—. ¡¿Están tratando de dejarnos a todos en ridículo?!

La atención de Gael se posa en su hermano en ese momento, pero no dice nada. David tampoco pronuncia palabra alguna. Se queda ahí, quieto, con los ojos clavados en su hijo menor, y gesto contrariado e iracundo.


—Sea lo que sea que esté pasando, puede esperar —Antonio escupe, en dirección a Gael, al cabo de unos minutos—. Ahora mismo no puedes dejarnos en mal con toda esta gente, Gael.

—¿Y a ti quién carajos te dijo que podías meterte donde no te llaman? —Gael espeta, luego de fijar su atención en su hermano, y el gesto de este se contorsiona en una mueca furibunda casi al instante.

—¡Estoy salvándote la puñetera reputación, imbécil! —Antonio suelta, con brusquedad.

¡Hombre! ¡Qué considerado de tu parte!

—¡Basta ya! —David interviene en ese momento y mira a sus dos hijos varones con gesto airado—. Ahora no es tiempo para estas estupideces.

—Pues yo pienso que este es el momento perfecto para aclararlo todo —Gael interviene—, así que de una vez te lo digo: si no me dices ahora mismo qué coño está pasando y por qué has involucrado a Tamara en esto, acabo con tu maldita farsa.

La mandíbula de David se aprieta con fuerza y eso solo consigue endurecerle el rostro.

Luce colérico ahora. Como si estuviese a punto de estallar; sin embargo, toma una inspiración profunda y deja escapar el aire con lentitud antes de cerrar los ojos unos instantes.

—Está bien —dice, al cabo de unos instantes—. Vamos a hablarlo.

Gael asiente.

—Pero aquí no —David acota y noto como los hombros del magnate se tensan.

—No pienso permitirte un solo segundo para inventarte alguna excusa o justificación. Si no es ahora mismo, no será nunca —Gael refuta y la mirada de su padre se oscurece.

—Estás jugando con fuego —el señor Avallone advierte, al cabo de unos segundos de silencio.

—Hace mucho que lo hago —Gael esboza una sonrisa amarga y mi estómago se estruja cuando noto la aspereza en su tono.


No sé cuánto tiempo pasa antes de que David deje escapar un suspiro largo y pesado, pero se siente como una eternidad.

—De acuerdo —dice, finalmente—. Vamos a un lugar más privado y hablemos.

Gael asiente con brusquedad y, en ese momento, David hace una seña en dirección a uno de los meseros que rondan en el salón.

El chico solicitado se acerca a toda velocidad y se inclina hacia el señor Avallone cuando este le indica a señas que lo haga. Palabras son susurradas en el oído del mesero y, acto seguido, este desaparece de mi vista.

Al cabo de unos minutos, el mesero regresa y susurra algo en dirección a David, y quien hace una seña hacia Gael para indicarle que lo siga.

Antonio, que aún no se ha marchado, hace ademán de empezar a avanzar con ellos, pero su padre lo detiene con un gesto.

—Tú quédate aquí —pide —más bien ordena— y, de inmediato, Antonio se congela en su lugar.

El gesto descompuesto e indignado que esboza es tan propio de su padre, que no puedo evitar compararlos. Que no puedo evitar pensar que son la misma persona, pero en distintas edades.

—Pero, papá...

—Antonio —la advertencia que destila David es tanta, que Antonio se queda ahí, quieto, con gesto abochornado y molesto, mientras su padre lo mira con condescendencia—, por favor, quédate aquí.

Muy a su pesar, Antonio asiente.

Acto seguido, Gael se gira sobre sus talones, envuelve sus dedos alrededor de mi brazo y tira de mí con suavidad, de modo que me coloca a su lado y empieza a caminar llevándome consigo.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —David sisea, cuando se da cuenta de lo que hace su hijo menor, y este lo mira por encima del hombro.

—Ella también tiene qué decirme qué está ocurriendo —Gael espeta y toda la sangre de mi cuerpo se agolpa en mis pies.

Una protesta se construye en mis labios, pero muere en el instante en el que, sin decir nada, el magnate coloca una mano en mi espalda baja y empieza a avanzar empujándome suavemente.

Nos abrimos paso —siguiendo al mesero— por el amplio pasillo que va desde salón hasta la recepción del hotel. Una vez ahí, el mesero nos guía hasta el otro lado de la estancia y, una vez ahí, nos lleva hasta una habitación cuya entrada consiste en dos puertas inmensas.

La habitación que nos recibe en el instante en el que cruzamos el umbral, es enorme y abrumadora; sin embargo, me las arreglo para mantener la expresión serena mientras paseo la vista por todo el espacio en penumbra.

Hay un montón de mesas y sillas apiñadas contra las paredes del complejo. Eso le da la ilusión de ser aún más amplia de lo que en realidad es.

Una vez ahí, el mesero enciende las luces del lugar y masculla algo sobre estar allá afuera por si llegásemos a necesitar cualquier cosa; y, entonces, desaparece por la puerta por la que entramos.

Se hace el silencio.


David Avallone se encuentra ahí, de pie, a pocos pasos de distancia de donde me encuentro y tiene la vista clavada en su hijo menor.

Yo no me atrevo a mirar en dirección a Gael, pero puedo percibir la tensión y el enojo que irradia su cuerpo. Puedo sentir, a pesar de no estar viéndole directamente, cuán furioso se encuentra en estos momentos.

—¿Y bien? —dice, al cabo de unos minutos de tortura silenciosa.

—¿Por qué no le pides a ella que te lo cuente todo? —David suena controlado y sereno cuando habla; sin embargo, la forma rígida en la que hace un gesto hacia mí, me hace saber cuán nervioso se encuentra.

—Porque quiero que me lo digas tú —Gael refuta.

Una sonrisa burlona y cruel se dibuja en los labios de David.

—Ella es la escritora. Seguro eso de inventarse chorradas le sale mejor a ella que a mí —se burla y todo mi cuerpo se tensa en respuesta.

—Tamara —la voz de Gael —furiosa y temblorosa debido a las emociones contenidas— me eriza todos los vellos del cuerpo. A pesar de eso, no me atrevo a encararlo. No me atrevo a mirarlo directamente—, ¿qué fue lo que este remedo de hombre te hizo?

Mis ojos se cierran con fuerza.

—Sí, señorita Herrán —el desafío que se filtra en el tono de David no hace más que asegurarme algo: está amenazándome de nuevo. Llegados a este punto, está bastante claro para mí que está tratando de intimidarme para que no le cuente a Gael lo que me ha estado haciendo—, cuéntele a mi hijo qué le ha hecho este remedo de hombre que soy.

Impotencia, miedo, incertidumbre... Todo se arremolina en mi pecho y me hace difícil respirar. Me hace difícil hacer otra cosa que no sea intentar contener las ganas que tengo de salir corriendo.

—Está bien, Tam —el tono dulce que el magnate utiliza me sobrecoge por completo. Me llena el pecho de una sensación dulce y dolorosa—. Puedes decirme. No voy a permitir que te haga nada.

El nudo que empieza a formarse en mi garganta se aprieta con su declaración, y quiero creerle. Quiero creer que Gael de verdad va a ser capaz de alejarme de la red que, cuidadosamente, su padre ha tejido a mi alrededor.

«Ni siquiera es capaz de desafiarlo con el asunto de su compromiso. ¿Crees que va a hacer algo para detenerlo? ¿Para impedir que te trate como lo hace?». Susurra la insidiosa voz en mi cabeza, pero trato de empujarla lo más lejos que puedo.

—Tam —Gael insiste y me obligo a encararlo—, por favor, habla conmigo.

El hombre que pone mi mundo de cabeza está completamente vuelto hacia mí. Su cuerpo está direccionado hacia donde yo me encuentro, dándole la espalda a su padre, y sus ojos —suplicantes y anhelantes— están fijos en los míos ahora; y, por un doloroso instante, se siente como si en esta habitación solo nos encontráramos nosotros. Como si no estuviésemos a merced de David Avallone.

Aprieto los puños.

—Y-Yo...

Trago duro.

—Está bien —David interviene, justo cuando mi voz está buscando su camino hacia afuera, y me detengo de golpe—. Si la señorita Herrán no quiere hablar, lo haré yo.

Aprieto la mandíbula en ese momento y la atención de Gael se posa en su padre.

Un brillo malicioso tiñe la mirada de David y genuino pánico me atenaza las entrañas.

—Para ponértelo en palabras sencillas —dice, con aquel tono condescendiente que, empiezo a creer, es permanente en su voz—: Estoy al tanto de todo. Estoy al tanto de la aventura que mantenías con la señorita Herrán y del poco respeto que le tenías a tu compromiso con Eugenia.

Los hombros de Gael se tensan y mi estómago cae en picada ante todas las posibles reacciones que puede llegar tener.

—Yo, en el afán de hacer entrar en razón a la señorita aquí presente, le pedí que se reuniera conmigo —David continúa—. Ya te imaginarás la sorpresa que me llevé cuando se negó a alejarse de ti. Cuando me pidió una compensación monetaria para dejarte tranquilo.

Toda la sangre del cuerpo se me agolpa en los pies en ese preciso instante.

Estoy a punto de protestar. Estoy a punto de replicar que eso es una horrorosa mentira, cuando Gael escupe:

—Y pretendes que te crea, ¿no es así? —se burla, pero su voz destila enojo y coraje—. Pretendes que te compre el papel de caballero de blanca armadura. Pretendes que crea que no trataste de chantajear a Tamara, así como chantajeas a todo aquel que no hace lo que tú quieres que haga.

—¡Te estoy diciendo la verdad! —David suelta y, por primera vez desde que entramos a esta habitación, su tono se descompone—. Esta muchachita es una vividora. Una aprovechada que lo único que quiere es engatusarte para que le des todo lo que con tanto trabajo has conseguido.

Una carcajada carente de humor abandona los labios del magnate.

—¡¿Es que acaso crees que me chupo el dedo?! —Gael estalla—. ¡De una puñetera vez dime con qué cojones la amenazaste! ¡Dime qué coño le hiciste o te juro que ahora mismo acabo con tu maldito circo!

—¡Yo no le hice absolutamente nada! —David iguala su tono—. ¡No estoy amenazándola! ¡Pregúntale! ¡Pregúntaselo a ella!

En ese momento, Gael se gira sobre sus talones para encararme y el gesto con el que me recibe es tan desencajado como furibundo que yo, por acto reflejo, doy un paso hacia atrás.

—Tamara, por favor, di algo —Gael suplica, pero suena desesperado. Suena al borde de la histeria—. Dime qué fue lo que este hijo de puta te hizo.

qué es lo que realmente quieren decir sus palabras. que, en realidad, lo que quiere preguntarme, es si lo que dice su padre es cierto... Y duele. Duele mirar las preguntas implícitas en su mirada. Duele mirar la angustia en su rostro.

Lágrimas inundan mis ojos en ese momento y tengo que tragar un par de veces para deshacerme del nudo que tengo en la garganta.

Sé que David espera que yo mienta. Sé que espera a que admita algo que nunca ocurrió, para que Gael se decepcione de mí. Sé que lo que debo hacer, es seguirle la corriente al hombre que ha amenazado con destruir a mi familia hasta los cimientos..., pero no puedo. No puedo seguir así. No puedo seguir mintiendo de esta manera.

—É-Él arruinó el negocio de mi cuñado y el matrimonio de mi hermana —digo, en un susurro tembloroso y apenas audible—. Dijo que... —trago duro una vez más—. Dijo que iba a destruir a toda mi familia si no me alejaba de ti. Dijo que... —no puedo continuar. No puedo decir nada más porque las lágrimas me han alcanzado y el nudo en mi garganta no me permite emitir ninguna clase de sonido.

Cierro los ojos y reprimo un gemido.

De pronto, no soy capaz de escuchar nada más que el sonido de mi respiración dificultosa. Más que los sollozos ahogados que se me escapan. Entonces, cuando me atrevo a encarar al hombre que se encuentra frente a mí, verdadero horror se asienta en mis huesos.

El gesto inexpresivo de Gael es tan aterrador, como preocupante. Tan frío, como iracundo...

—Gael... —David habla, pero el magnate ya se ha girado sobre sus talones y ha comenzado a acortar la distancia que los separa.

En ese momento, el magnate se apodera de las solapas del saco de su padre, y lo empuja con fuerza contra una de las mesas cercanas a la entrada.

Un sonido horrorizado escapa de mis labios en ese momento y un gemido dolorido brota de la garganta de David.

—¡Gael! —medio grito, al tiempo que acorto la distancia que me separa de ellos y trato de apartarlos.

—¡Eres un desgraciado hijo de puta! —Gael espeta—. ¡¿Qué tan pocos cojones tienes que sientes que debes involucrar a terceros en tus malditos juegos de manipulación?! ¡¿Qué tan jodida debe ser tu vida para que trates de hacer imposible la de otros?! ¡¿No te basta con lo que le haces a tu propia familia?! ¡¿No es suficiente para ti, cabrón de mierda?!

—¡Gael, detente! —chillo, al tiempo que envuelvo mis manos alrededor de uno de sus brazos.

—¡Ten mucho cuidado con lo que haces, Gael! ¡Atrévete a ponerme un dedo encima y verás cómo te quito todo el apoyo que te he dado! ¡Verás cómo todo por lo que has trabajado, cae a pedazos delante de tus ojos! —David refuta, pero suelta otro gemido de dolor cuando su hijo lo aplasta con aún más brusquedad.

—A estas alturas del maldito partido, perder tu apoyo sería lo mejor que podría pasarme —Gael responde, con la voz enronquecida por las emociones.

—¡Gael, basta ya!

—Ten cuidado con lo que deseas —David sisea.

—No te tengo miedo —su hijo replica.

—Deberías hacerlo.

—¿Me estás amenazando? —Gael escupe.

—Estoy advirtiéndote.

—Hijo de puta —el magnate escupe, con sorna y, entonces, alza un puño, dispuesto a golpearlo.

—¡GAEL! ¡NO! —grito, pero él ya está listo para atestar contra el rostro de su padre.

—¡GAEL, DETENTE YA! —otra voz —una aguda, pero autoritaria— llena mis oídos, y tengo que girarme sobre mi eje para encontrarme de frente con la imagen una mujer que bien podría doblarle la edad a Gael.

No me toma mucho tiempo reconocerla. No me toma mucho tiempo recordarla haber entrado al salón de eventos junto con la familia Avallone y, en ese momento, me pregunto quién será: si la madre de Diana o Antonio, o la de Eugenia.

La mujer, sin ceremonia alguna, avanza a toda marcha en dirección hacia donde nos encontramos.

—Basta ya, Gael. Sabes que no vale la pena —la mujer habla, pero Gael no se aparta ni un poco de su padre. Al contrario, afianza su agarre con más fuerza.

—Gael, por favor... —suplico y noto cómo su mandíbula se tensa.

—Atrévete a ponerme un dedo encima —David lo reta y, en respuesta, Gael lo empuja otro poco. En ese momento, la mesa cruje bajo el peso impuesto, pero no da de sí.

—¡Gael, por el amor de Dios! ¡Detente! —la mujer aprieta el paso, de modo que termina instalada frente a Gael, justo a un lado de la mesa contra la que presiona a David. Su gesto alarmado y preocupado no hace más que estrujarme el pecho, pero en realidad no sé por qué lo hace. No sé por qué la angustia de esta mujer le hace esto a mi sistema—. No vale la pena. Lo mejor que puedes hacer es guardar la compostura.

Acto seguido, ella sostiene la cara de Gael entre sus manos y sacude la cabeza en una negativa.

—Yo no te crie de esta manera —dice y sus palabras caen sobre mí como baldazo de agua helada, pero no es hasta ese momento, que lo noto...

Los ojos ambarinos, el parecido en el color de cabello, el semblante amable y ese «algo» que comparte la gente con sus padres. Eso que no se puede describir a ciencia cierta, pero que ahí está; latente en las facciones de cada persona. Latente en las posturas de cada uno de nosotros...

«Es su mamá».

En ese instante, un gruñido frustrado escapa de los labios del magnate; pero, presa de un instinto aún más grande que el asesino que ahora lo dominaba, se aparta de David.


El padre de Gael da un par de pasos lejos de su hijo y, una vez que ha puesto distancia suficiente, comienza a alisarse las arrugas del traje. Comienza a acomodarse las solapas del saco, el cuello de la camisa y la corbata que lleva puesta.

—Vas a pagar caro este altercado —espeta, en dirección a Gael y, entonces, clava su atención en mí—. En cuanto a ti —me mira de pies a cabeza con repulsión—, lo mejor es que te vayas. Lárgate de aquí antes de que olvide ser benevolente y acabe contigo.

—Tamara no va a irse a ningún lado —Gael refuta.

—Oh, claro que va a irse —David ríe—. Llamaré a seguridad si no lo hace por las buenas.

—Si se va, yo me voy con ella —Gael responde.

David, recompuesto ahora, mira a su hijo de pies a cabeza.

—Si te marchas con ella, puedes irte olvidando de nuestro acuerdo —David suelta, con aire sombrío y amargo—. Puedes irte olvidando de toda mi ayuda.

En ese momento, el padre del magnate se encamina hacia la salida del lugar sin dedicarnos una sola mirada más.

Acto seguido, algo en la mirada de Gael —quien no ha dejado de seguir a su padre con los ojos— cambia. Algo en él parece encenderse y, de pronto, su semblante se torna diferente. Angustiado...

Eso es todo lo que necesito para saber que hay más de lo que realmente sé de esta situación y que, ahora que conozco la manera de actuar de David, debe ser algo importante. Algo con lo que, estoy segura, está chantajeando a su hijo.

—Vámonos de aquí —Gael pronuncia, a pesar de que su rostro dice que no quiere hacerlo.

—Gael —digo, con la voz enronquecida, al tiempo que poso mi mano sobre uno de sus brazos para llamar su atención. Él, de inmediato, me mira—. Quédate aquí.

que estoy, una vez más, dejando que David Avallone gane. que, si me marcho, las cosas van a quedar inconclusas otra vez; pero no puedo permitir que Gael tome una decisión de esta magnitud en el estado de ánimo en el que se encuentra. Porque, si David está amenazándolo con algo importante como lo estaba haciendo conmigo, nunca voy a perdonármelo. Nunca voy a dejar de culparme por el hecho de que me eligió a mí, por encima de algo que, seguramente, es trascendental para él.

—No —el magnate refuta, tajante.

—Por favor —pido—, no compliques las cosas. Quédate aquí.

—Ya una vez puse mis intereses por encima de ti, Tamara, no volverá a pasar.

—Tienes que ser prudente —suplico—. Por favor. Quédate aquí. Termina la noche como debes de hacerlo. Tú y yo podemos hablar de todo esto luego.

—No, Tamara.

—La chica tiene razón, Gael —su madre interviene—. Sé inteligente. No puedes tomar decisiones en el calor del momento. Y, por mucho que yo no esté de acuerdo con este circo, lo mejor que puedes hacer es acabar la noche y pensar cuidadosamente cómo vas a actuar respecto a lo que sea que esté ocurriendo.

Gael se gira para encararme y la angustia que noto en su mirada es tan abrumadora, como el tropiezo que da mi corazón cuando, con los nudillos, acaricia mi mejilla.

—¿Por qué no me lo dijiste? —dice, torturado.

—Tenía miedo —me sorprende lo vulnerable que sueno. Lo aterrorizada y aliviada que me escucho.

Gael niega con la cabeza.

—No habría permitido que te hiciera daño —asegura y lágrimas nuevas se acumulan en mis ojos—. No hay nada qué temerle a ese hijo de puta.

—N-No tenía miedo de él —digo, con un hilo de voz.

—¿Entonces? ¿A qué le temías?

—A decírtelo todo y que... —me quedo sin aliento y tengo que detenerme un segundo antes de continuar—: Y que decidieras ponerte de su lado.

Genuino dolor atraviesa la expresión del magnate y cierra los ojos con fuerza.

—Tamara, jamás me pondría de su lado.

—Te manipula a su antojo —no pretendo que mis palabras suenen como un reproche, pero lo hacen—. ¿Cómo creer que ibas a ayudarme cuando haces todo lo que te pide?

La mirada de Gael se abre y se clava en mí casi al instante.

Angustia, vergüenza e impotencia se mezclan en la manera en la que clava su vista en mí, pero no desvío la mirada. No hago nada más que mostrarle cuán agobiada estoy ahora mismo. Cuán atormentada me he sentido los últimos meses.


—¿Desde cuándo? —pregunta, y sé que habla sobre el momento en el que su padre empezó a chantajearme.

Niego con la cabeza.

—Desde hace tanto que no puedo recordar exactamente cuándo empezó.

—Tamara, lo siento tanto... —su voz se quiebra tanto en el proceso que, de no estarlo viendo a la cara, creería que está a punto de echarse a llorar.

Niego una vez más.

—No pasa nada —digo, y me sorprende escuchar cuán temblorosa e inestable sueno.

Gael está a punto de responder. Sus labios se han abierto para pronunciar algo, pero no llega a decir nada. No llega a pronunciar nada porque, en ese momento, las puertas dobles de la estancia se abren y uno de los meseros se adentra con aire avergonzado.

—Disculpe, señor, pero me han mandado a buscarlo —dice el chico—. Están a punto de abrir la pista de baile y su prometida lo espera para bailar la primera canción.

Una punzada de dolor me atraviesa el pecho, pero me las arreglo para lucir serena cuando poso mi atención en Gael una vez más.

—Anda. Ve —digo—. Yo iré a casa.

—No —Gael niega con la cabeza—. Me rehúso a dejarte ir una vez más.

—No estás dejándome ir —digo, al tiempo que esbozo la mejor sonrisa que puedo—. Hablaremos de esto luego.

—Mañana —Gael pide.

—Mañana —le aseguro.

Él, en respuesta, asiente y traga duro.

—Le pediré a Almaraz que te lleve, entonces.

—No es necesario —insisto—. Pediré un Uber.

—Tam...

—Gael, estaré bien. Pediré un Uber e iré a casa —lo interrumpo, antes de que pueda quejarse una vez más sobre mi toma de decisiones.

—Estoy tan paranoico ahora mismo, que me aterra pensar que mi papá puede estar planeando hacerte algo en el trayecto a tu casa —Gael admite y, muy a mi pesar, esbozo una sonrisa un poco más sincera. Llena de humor.

—Estaré bien —digo—. Te mandaré un mensaje en cuanto llegue a casa.

—Vas a acabar con mis nervios, Tamara —dice, con frustración—. Por favor, en el instante en el que pongas un pie en tu apartamento, márcame.

Asiento.

—Lo haré —aseguro y él toma una inspiración profunda antes de posar su atención en su madre, quien nos mira a una distancia prudente.

—¿Vamos? —pregunta en su dirección, pero ella niega con la cabeza.

—Ve tú —dice—. Yo acompañaré a la chica hasta que su coche de servicio esté aquí —le guiña un ojo—. Me aseguraré de que suba sana y salva.

Algo cálido se apodera de la mirada de Gael y una punzada de algo dulce se apodera de mi pecho con su declaración.

—Gracias —Gael le dice a su madre y, entonces, posa su atención en mí para decir—: Nos vemos mañana, ¿verdad?

No me pasa desapercibido lo anhelante de su mirada y mi pecho se calienta solo por ese motivo.

—Nos vemos mañana, Gael —digo y, entonces, Gael acorta la distancia que nos separa para besarme en la mejilla.

Acto seguido, me deja ir y se echa a andar en dirección a la salida del lugar.

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