Capítulo 36



Mi relación con Gael —si es que así puede llamársele a lo que teníamos— ha terminado hace ya varias semanas; sin embargo, eso no ha impedido que la tortura de verlo se haya hecho presente a lo largo de todo este tiempo.

A pesar de las pocas ganas que tengo de interactuar con él y de lo incómodo de nuestra situación, hemos tenido que vernos las caras, ya que nuestras reuniones semanales no se han detenido en lo absoluto.

Luego de la última conversación que tuvimos respecto a lo nuestro en el apartamento en el que vivo, tuve que amarrarme el orgullo al cuerpo para volver a buscarlo y solucionar todo ese asunto de la biografía que aún tengo que escribir. Después de todo, yo aún tengo un compromiso con Editorial Edén.

Fue por eso que acordamos a seguir reuniéndonos hasta que yo tenga el material suficiente para completar el libro. No obstante, ambos hemos guardado nuestras distancias durante estas citas de trabajo. Es como si una especie de convenio del que no hemos hablado en lo absoluto, pero que ambos respetamos, hubiese sido pactado. Es como si hubiésemos impuesto una serie de reglas de convivencia para hacer más llevadero todo esto.

Así pues, ambos nos comportamos como si nada entre nosotros hubiese ocurrido jamás. Como si las noches que pasamos en mi apartamento, las que pasamos en su casa, nuestras salidas clandestinas, los besos, las palabras y las promesas, jamás hubiesen existido. Como si lo que siento cada que lo tengo cerca, hubiese nacido de alguna especie de fantasía que yo misma me he creado en la cabeza. De alguna clase de sueño extraño que mi subconsciente se ha armado y, aunque no quiera aceptarlo, ha sido un completo martirio.

Verlo, hablar con él, hablarle de «usted»... Todo se siente tan extraño ahora, que no puedo hacer otra cosa más que desear marcharme cada que estoy en su oficina.


He pasado las últimas cuatro semanas de mi vida tratando de sobrellevar toda esta locura en la que me he metido. He pasado las últimas cuatro semanas tratando, desesperadamente, de sacarme a Gael Avallone de la cabeza. De quitarme de encima el peso que conlleva haber formado parte de su vida del modo en el que lo hice.

Es por eso que, desde hace aproximadamente dos semanas, no he dejado de armar el esqueleto de su biografía. No he dejado de intentar ensamblar una historia creíble que oculte todo el pasado del magnate y que, al mismo tiempo, me libere de la tortura que supone verlo.

Lo más irónico de todo esto es que, a pesar de que estoy tratando de salvarle y de que estoy haciendo todo lo que está en mis manos para cubrir su pasado, no hay día en el que no reciba una llamada de su padre exigiéndome que cumpla con lo que pactamos. Que escriba el texto que puede destrozar la vida de su hijo si este llega a ver la luz del día.

Contrario a lo que creía que ocurriría cuando terminé mi relación con Gael, David no ha dejado de presionarme para que escriba su bendita biografía real. No ha dejado de amenazarme y de hostigarme para que le entregue en bandeja de plata a su hijo.

Una parte de mí esperaba que, luego de que lo mío con su hijo terminara, me dejara en paz; sin embargo, no podía estar más que equivocada. David no se ha detenido. A estas alturas, dudo mucho que lo haga...

Es por eso que ahora me encuentro aquí, sintiéndome acorralada pese a todos mis esfuerzos y mis decisiones por intentar mantener los daños a un nivel bajo. Sigo aquí, con el corazón hecho trizas, siendo el títere de un hombre que cree que puede intimidar al mundo solo porque tiene dinero.


No he podido escribir nada debido a la presión que siento sobre mis hombros. A pesar de que he estado armando el esqueleto final del proyecto de Gael, no he podido sentarme a fraguar nada: ni la biografía que —se supone— será publicada, ni la que me ha pedido David Avallone. Y no porque no quiera, sino porque, de verdad, no puedo. No puedo escribir absolutamente nada.

Cada vez que me siento frente a la computadora y lo intento, termino haciendo de todo, menos lo que realmente debo. Termino perdiendo horas y horas en sabrá-Dios-qué.

Eso está volviendo loco a David. No ha habido un solo día, desde que firmé el contrato en su oficina, que no me haya llamado para presionarme. Para exigirme que le entregue un adelanto del texto que me pidió; y yo, por más que trato de hacerle entender que me siento abrumada con toda la presión que ejerce en mí, no consigo hacerlo entrar en razón. No consigo hacer que me dé algo de calma para poder ponerme a trabajar...

Es por eso que hoy he decidido intentar algo diferente. Algo nuevo...

No estoy muy segura de cómo lo haré, pero, llegados a este punto, es la única opción que se me ocurre, que no he tratado antes. La única alternativa que tengo para intentar hacer algo por este bloqueo que siento y que no me deja sola ni a sol ni a sombra.

Así, pues, luego de volver de mi reunión con el magnate, decido sentarme, abrir un documento nuevo. Luego de eso, cierro los ojos durante unos instantes, tomo unas cuantas inspiraciones profundas y fijo la vista en la pantalla de mi computadora para empezar a escribir.

No estoy redactando una biografía.

No estoy redactando una línea de tiempo.

Estoy escribiendo el primer capítulo de una novela.

Una que trata de una chica estudiante de letras, que se ve envuelta en la engorrosa tarea de escribir la biografía de un hombre adinerado y poderoso. Una que trata de un hombre lleno de secretos oscuros que podrían destruirle si salen a la luz. Una que habla sobre un romance entre dos personas que pertenecen a mundos diferentes y que, a pesar de vivir en una época en la que el mundo predica sobre igualdad, los separa un abismo. Los separa un mar de circunstancias que les hace imposible avanzar. Les hace imposible encontrarse el uno al otro y, simplemente, estar juntos...

Estoy escribiendo una historia que me sé de principio a fin, porque la conozco a la perfección. Porque la he vivido de una manera tan abrumadora, que todo fluye de una manera intensa y dolorosa. Que todo se desliza en el documento, a través de mis dedos, con una facilidad aterradora...



~*~



Ayer fue mi última cita de trabajo con Gael.

He decidido, luego de terminar el esqueleto de su biografía —del libro que planeo entregar al señor Bautista—, que ya tengo suficiente información para escribirla y que, si acaso, lo único que haré para complementar todo lo recabado, será llamar por teléfono a su familia directa —con el permiso de Gael, claro está— para entrevistarme un poco con ellos.

Hace ya casi dos meses que mi relación con el magnate terminó en definitiva y, a pesar de que verlo todo este tiempo ha sido un completo martirio, no he dejado de agradecer la prudencia que ha tenido hacia conmigo.

En cuanto a la novela que empecé a escribir aquella noche hace ya unas semanas, está casi terminada. Jamás en mi vida había escrito algo en tan poco tiempo. Jamás había sido capaz de plasmar algo en apenas dos meses, mucho menos trabajando y estudiando.

Debo admitir, sin embargo, que hacerlo, ha sido de lo más terapéutico que he hecho en mi vida. Más catártico que nada.

Expresar, a través de la voz de otra persona, sobre lo que siento por el magnate ha sido tan liberador, que no puedo parar. No puedo detenerme...


No le he enviado nada a David Avallone. De hecho, estoy buscando la manera de evitar que venga detrás de mí cuando se entere de que no planeo entregarle una mierda de lo que estoy escribiendo; sin embargo, las insistencias y las amenazas que ejerce en mí, son cada vez más abrumadoras. Han llegado hasta un punto insoportable y no dejan de hacer mella en mis nervios. No dejan de alterarme cada vez que son lanzadas en mi dirección a diestra y siniestra.

A pesar de eso, lo único que puedo sentir por ese hombre ahora mismo, es lástima. Lástima cruda y pura.

No hace más que provocarme una profunda tristeza, y no por mí, o por Gael, o por mi familia... Sino por él. Por ese vacío tan hondo que tiene y que cree que va a llenar controlando todo lo que le rodea.

No me cabe en la cabeza cuán infeliz debe sentirse para tener qué destrozarle la existencia a los demás y solo así poder obtener algo de satisfacción propia. No me cabe en la cabeza cuán a disgusto debe de estar con su propia vida, que tiene que tratar de controlar la de su hijo, para así sentir que podrá remediar todo lo que hizo mal en su pasado.


Hace un rato ya que me llamó por teléfono. Me ha dicho que aún debe terminar de contarme la historia de su hijo. Que aún hay algo de lo que tiene que hablarme y que es imperativo que nos reunamos cuanto antes. Yo, dándole largas —como siempre—, he accedido a reunirme con él en algún punto de la próxima semana. Le he dicho que este fin de semana me será imposible porque tengo que empezar a trabajar en un proyecto escolar y él, no muy contento con mi respuesta, ha aceptado mis términos y condiciones una vez más.

Debo admitir que, durante unos instantes, me vi tentada a aceptar verlo el día de mañana, porque, llegados a este punto, lo único que quiero es salir de todo esto; sin embargo, decidí aferrarme al poco orgullo que me queda y negarme a sucumbir ante sus demandas.

Así, pues, he pasado toda la tarde de mi viernes aquí, encerrada en mi habitación, con un documento inconcluso abierto en la pantalla del ordenador, la vista clavada en una página casi en blanco que solo cita «Capítulo 44» en la parte superior y la mente hecha una maraña de pensamientos que sé que no me van a llevar a ningún lado. Pensamientos que no van a cambiar la situación en la que me encuentro y que la única finalidad que tienen es la de torturarme. La de hacerme perder la paciencia y la cordura.

«Han pasado casi dos meses, Tam. Debes dejarlo ir ya. No puedes aferrarte a él de esta manera». Susurra la voz de mi cabeza y mis ojos se cierran con fuerza en ese momento.

que tiene razón. que tengo que dejar de aferrarme a Gael y a lo que me hace sentir, pero no puedo hacerlo. No, cuando lo veo tan a menudo. No, cuando su padre no deja de atosigarme todo el tiempo. No, cuando cada que lo veo, mi corazón se rasga un poco porque sé que no voy a poder tenerlo nunca. Porque sé que nunca vamos a poder ser...


El sonido de mi teléfono vibrando en la madera de mi escritorio me hace pegar un salto en mi lugar debido a la impresión. Un grito ahogado se me escapa de la garganta en ese momento, y suelto una palabrota mientras tomo el aparato entre los dedos para mirar la pantalla.

El nombre de mi jefe aparece en mi campo de visión en ese momento y mi ceño se frunce en confusión casi al instante.

Hace meses que Gael dejó de recurrir a mi jefe para intentar conseguir algo de mí. Hace meses, incluso, de la última vez que mi jefe se comunicó conmigo por este medio. Por lo regular, recurrimos a los correos electrónicos para mantenernos al tanto del proceso de la biografía.

—¿Diga? —pronuncio, una vez que presiono la tecla de respuesta.

—Buenas noches, Tamara, ¿cómo estás? —la voz ligera y amable del señor Bautista llega a mis oídos y el tono relajado que imprime envía una oleada de alivio a mi sistema.

—No puedo quejarme —digo, porque es cierto—. ¿Y usted?

—Tampoco me quejo —dice, en ese tono afable que lo caracteriza—. ¿Te encuentro ocupada?

—Para nada. Dígame, ¿en qué puedo ayudarle?

—En realidad, necesitaba saber cómo de ocupada estarás el día de mañana por la noche.

Mi ceño se frunce una vez más.

—¿Mañana por la noche? Estoy libre, ¿por qué?

—Pasa que el señor David Avallone acaba de comunicarse conmigo para comentarme que el día de mañana, por la noche, se realizará la fiesta de anunciación de compromiso del joven Avallone —sus palabras me caen como balde de agua helada, pero ni siquiera me da tiempo de procesarlas, ya que continúa—: El evento será bastante privado, según me comentó. Por eso no se le ha dado difusión mediática; pero me comenta que estará aquí toda la familia Avallone. Incluso, su ex esposa, Nicole Astori, ha viajado desde España para la fiesta de compromiso de su hijo.

En ese momento, trato desesperadamente de evocar algún recuerdo de Gael hablándome sobre dicha fiesta, pero no consigo traer a la superficie absolutamente nada. Lo único que viene a mi cabeza ahora mismo, es el modo distante y distraído en el que se comportó ayer que nos reunimos por última vez, y el semblante preocupado que le pintaba el rostro.

«¿Era eso lo que tenía? ¿Qué está a punto de montar otro circo para su padre?...»

—... Se nos ocurría, entonces —la voz de mi jefe me saca de mis cavilaciones de manera abrupta—, que quizás sería buena idea que te presentaras a dicha fiesta y mantuvieras conversaciones breves con la señora Astori y los hermanos del joven Gael, para completar la información que necesitas para la biografía. Ya todos han dado su visto bueno para que los entrevistes durante dicho evento, así que, encontramos una oportunidad ideal para ti. Única en su tipo.

—Señor Bautista, yo... —comienzo, al tiempo que mi mente busca con rapidez alguna clase de excusa para no presentarme a esa fiesta. Para no tener que torturarme a mí misma con la visión de Gael, festejando un compromiso que, hasta hace unos meses, creía que era falso—, no creo que sea buena idea. Es un evento muy íntimo. Algo que, seguramente, el joven Avallone quiere mantener tan privado como sea posible —digo, pero no sueno convincente—. Seguramente la señora Astori y los hermanos Avallone desean disfrutar de la velada sin tener que dar declaraciones a una completa desconocida. ¿No cree que lo mejor es que haga dichas entrevistas vía telefónica?

—Eso mismo le he dicho yo al señor David, pero ha insistido tanto, que decidí llamarte para ver qué podíamos hacer. El señor Avallone realmente quiere tenerte ahí esa noche —el señor Bautista insiste y mis ojos se cierran con fuerza.

«Por supuesto que quiere tenerte ahí esa noche». Susurra mi subconsciente. «Quiere que, de una vez por todas, termines de desilusionarte de Gael. Quiere que, de una vez por todas, lo odies por haberte mentido respecto a su compromiso...»

No quiero hacer esto. No quiero seguir más con toda esta locura. No quiero tener que seguir soportando las ridículas exigencias de un hombre que es tan infeliz con la vida que lleva, que tiene que destrozar la de otros para sentirse un poco menos miserable.

«No. Puedo. Más».

—Señor Bautista, yo de verdad no encuentro prudente asistir a esa fiesta —digo, con todo el tacto que puedo imprimir en la voz.

—Tamara, solo será un rato —el señor Bautista insiste y quiero golpearlo. Quiero tomarlo por los hombros y sacudirlo hasta que se dé cuenta de que el pánico que le tiene a David Avallone lo está llevando a tomar decisiones horrorosas. Lo está llevando a empujarme hasta mis límites.

Una punzada de coraje me atraviesa en ese momento, pero me las arreglo para contenerlo apretando la mandíbula.


—De acuerdo —digo, al cabo de un largo momento, porque a estas alturas estoy convencida de que, si me niego, David hará cualquier cosa para conseguir que asista. Porque, llegados a este punto, estoy cansada de sentirme aterrorizada cada que tomo una decisión que le lleva la contraria a la del padre de Gael—. Iré.

—Muy bien —Román Bautista suena satisfecho ahora—. Recuerda, entonces, que la fiesta es mañana a las nueve de la noche, en el salón de eventos del Hotel Riu. Hay que ir de gala porque la ocasión lo amerita.

Asiento, a pesar de que sé que no puede verme.

—Está bien —sueno cansada y fastidiada mientras hablo, pero ni siquiera me molesto en ocultarlo—. Ahí estaré el día de mañana.

—Yo también asistiré, así que quédate tranquila, que no estarás sola, ¿vale? —sé que trata de alentarme, pero no lo consigue. Al contrario, solo logra poner otra clase de presión sobre mis hombros—. Ahora sí, te dejo descansar, Tamara. Nos vemos mañana.



~*~



Estoy temblando de pies a cabeza.

Mi corazón late a toda marcha dentro de mi caja torácica y golpea tan fuerte contra mis costillas, que temo que sea capaz de hacer un agujero para escapar lejos. Me sudan las manos, mi respiración se atasca en mi garganta cada pocos minutos y un nudo hecho de ansiedad y nerviosismo me hace trizas el estómago.

No puedo dejar de estrujar la correa del bolso que Natalia me prestó para esta noche. No puedo dejar de desearle al universo que algo ocurra en mi trayecto hasta el hotel donde la fiesta de compromiso de Gael se llevará a cabo, porque no sé si mi pobre alma torturada será capaz de soportar la idea de mirarlo ahí, sosteniendo a Eugenia; gritándole a los cuatro vientos que él es suyo y que ella es solo para él...

Cierro los ojos y tomo una inspiración profunda.

«Tienes que dejarlo ir. Tienes que dejar de hacerte esto a ti misma. Gael no siente lo mismo que tú. Él no siente lo suficiente. Entiéndelo ya...» Me digo a mí misma, pero es inútil. Mi idiota corazón no se detiene. El temblor de mi cuerpo no merma ni siquiera un poco. Las ganas que tengo de echarme a llorar no se mueven ni un segundo.


El coche de servicio en el que vengo se detiene justo frente a la entrada principal del hotel y yo, luego de pagar la cuota marcada, bajo del vehículo con toda la torpeza que el vestido que llevo puesto —ese que también me prestó mi hermana— me permite.

Es largo —tan largo que, de no ser por los zapatos altos que llevo, arrastraría en el suelo— y de un color de rosa precioso. Ese que es similar al que tienen los palos de rosa.

Mamá tuvo que hacerle unos cuantos arreglos a la parte superior, ya que Natalia es notablemente más delgada que yo; sin embargo, la parte de abajo, al ser de un material que da de sí y que se amolda a la perfección a las curvaturas prominentes de mi cuerpo, ha quedado intacta.

Así pues, el vestido que mi hermana alguna vez usara para su propia fiesta de compromiso, fue modificado ligeramente para que mi cuerpo lleno cupiera en él. Para que no pareciera como si estuviese a punto de deshacerse gracias a los kilos que llevo encima.

En lo que a mi cabello respecta, Victoria se encargó de ayudarme a arreglarlo en un bonito moño hecho a base de ondas suaves y sueltas que le dan un aspecto desarreglado y elegante al mismo tiempo. El maquillaje, por otro lado, lo hice yo misma y debo decir que no quedó para nada mal. De hecho, me atrevo a decir que nunca en mi vida había estado tan conforme con la imagen que vi en el espejo.


Al llegar a la recepción del imponente edificio, un hombre enfundado en un precioso traje de gala me recibe y, cuando muestro la invitación que el señor Bautista hizo llegar a mi domicilio, guía mi camino en dirección al salón donde la fiesta se llevará a cabo.

La música suave y delicada va en aumento conforme nos acercamos al lugar, pero no es hasta que nos encontramos de frente con la preciosa decoración exterior que han colocado justo en la entrada, que me percato de la preciosa melodía que resuena en todo el lugar.

Estoy aterrorizada. Nerviosa hasta el grado de poder escuchar el latir de mi pulso justo detrás de mis orejas y, a pesar de eso, me las arreglo para dar unos cuantos pasos hacia el interior de la inmensa estancia.

«No quiero hacer esto. No quiero estar aquí. No quiero. No quiero. No quiero...»

El joven de la recepción me ha dejado sola e, inevitablemente, las ganas que tengo de volver sobre mis pasos se vuelven insoportables; sin embargo, no lo hago. Al contrario. Me quedo aquí, quieta, mientras barro los ojos por toda la extensión del lugar.

Telas blancas y delicadas cubren todo el techo del lugar y eso, aunado a la luz que emiten los candelabros, le da un aspecto cálido al espacio. Las mesas redondas que se encuentran dispersas en todo el salón, son cubiertas por impecables manteles blancos y los arreglos de rosas blancas que abarcan casi todo el espacio de la mesa, decoran maravillosamente cada una de ellas. La duela de madera está pulida a la perfección, las rosas en tonalidades blancas abundan por todos lados y, al fondo, justo donde se encuentra una tarima que simula un escenario, un grupo musical armoniza la velada.

Un centenar de personas vestidas para la ocasión se pavonean por todo el lugar y, durante un largo y doloroso momento, me siento abrumada. Me siento fuera de balance. Fuera de lugar...


No me toma mucho tiempo localizar al señor Bautista. Tampoco me toma demasiado llegar hasta la mesa en la que se encuentra para sentarme a su lado; sin embargo, una vez que me encuentro junto a él, comienza a hablar respecto al retraso que tuvo el flamante novio y de como toda la agenda programada para el evento, se desplazó debido a eso.

Así, pues, gracias a esto, me he enterado de que Gael aún no se encuentra aquí y que, afortunadamente, podré entrevistarme con sus hermanos con la tranquilidad de saberme segura y lejos de la tortuosa imagen de él, festejando su compromiso con alguien más... al menos por ahora.


Mis conversaciones con Antonio y Diana son superficiales y vagas. Se nota a leguas que no están muy conformes con la escritura de la biografía de su medio hermano menor, pero han respondido a todas mis preguntas sin quejarse en lo absoluto.

Antonio es un hombre insufrible. Arrogante a morir. Del tipo de persona que cree que solo porque tiene dinero, puede hacer lo que le plazca. Muy similar a su padre.

Diana, sin embargo, es otro cantar. A pesar de que se nota a leguas que ha pasado mucho tiempo siendo influenciada por su padre y por su hermano mayor, su personalidad es más cálida y amable. Más... real.

Una vez terminadas mis interacciones con ambos, decido volver a la mesa con el señor Bautista, para preguntarle sobre el paradero de la señora Astori; sin embargo, justo cuando me encuentro a medio camino, el caos se desata...

El sonido atronador de las palmas es lo primero que viene. Luego, lo hace la ovación de pie. La gente se arremolina alrededor de las figuras que han entrado al salón de eventos, y es en ese momento, cuando lo veo...

Gael ahí está. Ahí está, con Eugenia tomada de su brazo y un traje que bien podría pagar unos cuantos meses de renta en el edificio en el que vivo.

Una punzada de dolor me atraviesa de lado a lado y no puedo hacer nada para impedirla. No puedo hacer nada más que mirarlo entrar junto a una mujer abrumadoramente bonita. Esa que, dentro de poco, será su esposa.

Algo se rompe dentro de mí en ese momento. Algo se hace pedazos en mi interior y me hace sentir miserable a un punto sin retorno. Me hace sentir como la más grande de las idiotas por anhelar algo que sé que no puedo tener.

—¡Un fuerte aplauso para los futuros esposos! —vocea el cantante del grupo que ameniza y todos los presentes estallan en aplausos y murmullos aprobatorios. Entonces, la música cambia hasta convertirse en una más alegre. Más... festiva.

Todo el mundo trata de acercarse a Gael y a Eugenia y yo, aprovechando el barullo, trato de escabullirme hasta la mesa del señor Bautista para no ser notada por él.

Los meseros se apresuran hacia la gente y ponen en las manos de todos, una copa alta y delgada con —asumo— vino.

Acto seguido, los flamantes prometidos, seguidos de los hermanos Avallone —Diana con su respectivo esposo—, los padres de Eugenia, David Avallone y una mujer completamente desconocida para mí, se encaminan hasta la mesa principal.

Una vez ahí, David les dedica unas palabras a Gael y a Eugenia y, luego de un breve brindis por los futuros esposos, se da por inaugurada la celebración.

Para ese momento, yo ya estoy en la mesa junto a mi jefe, preguntándole cuándo podré entrevistarme con la madre de Gael. Él, sin embargo, solo me responde que lo haré cuando el señor David indique que puedo hacerlo.


La velada transcurre sin muchas novedades.

David no se ha levantado de la silla en la que se encuentra y Gael —quien ha pasado la noche entera deambulando de un lado a otro por el salón saludando gente—, sigue sin percatarse de mi presencia en este lugar; cosa que agradezco.

La cena se sirve un poco antes de las once de la noche y, a pesar de que todo está delicioso, no puedo más que probar unos cuantos bocados. Luego de eso, cuando los meseros retiran los platos de nuestra mesa, el señor Bautista recibe una llamada telefónica de David Avallone. Una llamada breve en la que indica que él en persona me esperará en la entrada del salón para llevarme con la madre de Gael; quien, asumo, es la mujer que entró con ellos al salón y que se encuentra ahora instalada en la mesa principal.

Acto seguido, y sin perder el tiempo, me pongo de pie y me abro paso en dirección a la salida del lugar mientras que, por el rabillo del ojo, veo cómo David Avallone se pone de pie de la silla en la que se encontraba para encaminarse en dirección al lugar acordado.

He llegado. Estoy aquí, de pie junto a la puerta principal, con la mirada clavada en David Avallone, cuando un brazo fuerte, cálido y firme se enreda en mi antebrazo.

Mi corazón da un vuelco, un escalofrío me recorre entera y los vellos de mi nuca se erizan solo porque quién está detrás de mí. , mucho antes de girarme sobre mi eje, quién es el que me sostiene de esta manera...

No quiero mirarlo.

No puedo hacerlo.

Estoy tan avergonzada ahora mismo, que lo único que quiero hacer, es echarme a correr y no volver a salir de mi cama nunca.


Gael, de un movimiento firme pero suave al mismo tiempo, me hace girar sobre mis talones y, de pronto, me encuentro mirando esos ojos ambarinos tan suyos. Me encuentro percibiendo el aroma fresco de su fragancia y la fuerza que irradia todo su cuerpo.

Vergüenza, pánico, ansiedad, horror... todo se arremolina en mi pecho y me hacen difícil respirar. Me hacen difícil articular nada.

—¿Se puede saber qué estás...? —la pregunta muere en los labios del magnate en el instante en el que sus ojos se posan en un punto a mis espaldas. Es en ese momento, que la realización tiñe sus facciones. Es hasta ese preciso instante, que todo parece encajar en su mirada.

Sus ojos encuentran los míos y, así, sin más, el entendimiento surca sus facciones.

—Oh, mierda... —murmura y yo cierro los ojos con fuerza—. Él sabe... —no es una pregunta. Gael no está preguntándome si su padre sabe acerca de lo que hubo nosotros. Está afirmándolo.

Yo no respondo. Me limito a encararlo una vez más. Me limito a tratar de contárselo todo con la mirada.

—Gael, regresa a la mesa con Eugenia —la voz a mis espaldas suena baja, ronca y siseada, y me pone la carne de gallina.

—¿A esto estás jugando ahora? —Gael sisea de vuelta, al tiempo que, de un movimiento firme pero suave, se interpone entre su padre y yo—. ¿De verdad creías que no me iba a dar cuenta?

—No se supone que esta mujerzuela te dijera acerca de...

—Tamara no me ha dicho absolutamente nada —Gael lo interrumpe. Suena furioso ahora, pero no ha elevado su tono para nada—. No ha sido necesario que hable para saber que algo le has hecho; así que más te vale decirme qué cojones está ocurriendo si no quieres que ahora mismo termine con tu maldita farsa del compromiso.

—Gael... —David suelta, con cautela. Genuinamente molesto y... ¿horrorizado?

—¡Gael y una mierda! —la voz del magnate truena en ese momento y, de inmediato, atrae una docena de miradas—. ¡Vas a decirme con qué puñetera estupidez has salido ahora si no quieres que todo este circo acabe ahora mismo!

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