Capítulo 22




—Lamento que hayas tenido que presenciar todo eso, Almaraz —la voz de Gael llena mis oídos y mi corazón se estruja por completo al escuchar el tono derrotado que emana.

—No se preocupe —Almaraz responde, en tono afable y neutral—. Sé perfectamente cómo es su padre.

Gael dice algo, pero, debido al lugar en el que me encuentro, y a la manera en la que pronuncia las palabras —como si estuviese diciéndolas entre dientes—, no le entiendo del todo.

—Ya se lo dije —Almaraz habla, en un tono más claro que el de Gael—: No hay ningún problema. No tiene nada de qué preocuparse.

Un suspiro largo y cansado llega a mis oídos.

—Respecto a lo de ayer por anoche... —Gael empieza, pero es interrumpido por Almaraz.

—Tampoco se preocupe por eso. Su padre, por mí, no se va a enterar acerca de lo que pasó.

—Gracias —el magnate suena aliviado y eso envía una punzada dolorosa a mi pecho.

«Va a ocultarte. Así quiera estar contigo, el poder que tiene su padre sobre él es demasiado grande. Lo suficientemente grande como para negarte ante todo el mundo...» Dice la vocecilla insidiosa de mi cabeza, y sé que tiene razón. Sé que aunque no quiera aceptarlo, Gael ahora mismo no puede —quiere— deslindarse del yugo que su padre tiene sobre él.


—¿Señor Avallone? —Almaraz me trae de vuelta a la realidad y parpadeo un par de veces, al tiempo que doy un paso más cerca del borde del primer escalón para escuchar un poco mejor.

—¿Sí?

—No quiero ser entrometido, ni mucho menos, pero... —el hombre se detiene unos segundos, dudoso —creo yo— de la oración que está a punto de formular, pero, pasados unos instantes, la concreta—: ¿Qué ha pasado con la chica? ¿Se marchó a casa? ¿Dejó que se fuera en un auto de alquiler? Debió llamarme para que la llevara de ser así. La muchachita estaba muy alcoholizada y...

—Tranquilo —Gael lo interrumpe—. Tamara... —se detiene para corregirse—: La chica está dormida allá arriba, en mi habitación —hace una pausa aún más larga que la otra y, entonces, añade—: Pero, vale, quita esa cara que no me he aprovechado de ella. Soy un hijo de puta, pero no un gilipollas.

En ese momento, una risotada aliviada escapa de la garganta de Almaraz y, muy a pesar de los sentimientos encontrados que me invaden, esbozo una sonrisa. Muy a pesar de la angustia que me ha dejado la conversación que Gael ha tenido con su padre, la idea de haber pasado la noche en su habitación, me dibuja un gesto dulce en el rostro.

—Yo no dije nada —Almaraz se excusa, pero no ha dejado de reír.

—No ha sido necesario. Tu cara lo ha dicho todo —Gael bromea y mi sonrisa se ensancha, eclipsando un poco la incertidumbre que me escuece las entrañas.

Esta vez, la única respuesta proveniente de Almaraz, es una carcajada limpia y sonora.

—¿Está listo para marcharnos, señor Avallone? —dice el hombre, una vez superado el ataque de risa.

—En realidad, tengo otros planes para ti, Almaraz —Gael responde.

—Ya se me hacía raro que le hubiese pedido a su padre que me liberase de mis obligaciones con él —Almaraz bufa.

—¿Estás diciendo que prefieres pasar el día a su alrededor a pasarlo conmigo? —el magnate suelta, con fingida indignación.

—Por supuesto que no —el hombre responde—. No he dicho eso, es solo que me pareció bastante extraño que requiriera de mis servicios. Sé que detesta la idea de tener chofer o gente de seguridad detrás de usted todo el tiempo —hace una pequeña pausa—. En fin... Dígame, ¿en qué puedo servirle? ¿Qué es lo que necesita de mí, señor Avallone?

—Necesito que te quedes aquí, esperes a que Tamara despierte y la lleves a casa cuando a ella le plazca marcharse —Gael instruye, en tono amable. Casi me atrevo a decir que suena juguetón.

—Pero, ¿y usted cómo va a...?

—Tomaré un coche de servicio —Gael le interrumpe, sin siquiera permitirle terminar de formular su pregunta—, no te preocupes por eso. Solo quiero que estés al pendiente de ella, ¿de acuerdo?, si necesito el auto en el transcurso del día, te llamo. Si mi padre requiere de tus servicios, avísame, para no contar contigo para más tarde.

El silencio que le sigue a las palabras del magnate, me hace querer ver la reacción que ha tenido Almaraz, pero me conformo con imaginarla. Me conformo con pensar que, quizás, el hombre le ha regalado un asentimiento cortés.

—¿Algo más? —dice el hombre.

—No, por el momento —Gael responde—. Si algo surge, recuerda llamarme, ¿vale?

—Cuente con ello, señor Avallone.

—Bien. Yo me retiro, entonces, solo subiré a ver si Tamara sigue dormida —Gael anuncia y, en ese momento, la alarma se enciende en mi sistema. En ese momento, la sangre del cuerpo se me agolpa en los pies y doy un par de pasos lejos de las escaleras solo para escucharlo añadir—: No tardo.

Una punzada de ansiedad, nerviosismo y vergüenza se apoderan de mi sistema en ese instante solo porque acabo de caer en la cuenta de que sigo escuchando a hurtadillas, pero, a pesar de eso, me obligo a espabilar y empezar a moverme. Me obligo a girar sobre mis talones y caminar sobre mis puntas para hacer el menor ruido posible. Entonces, me echo a andar a toda velocidad de vuelta a la habitación de la que salí.


Apenas tengo oportunidad de dejarme caer sobre la cama y cubrirme con el pesado edredón. Apenas tengo oportunidad de acomodarme sobre mi costado, dándole la espalda a la puerta principal, antes de que el sonido del cerrojo siendo abierto, envíe a mi corazón a trabajar a marchas forzadas.

Todo mi cuerpo se estremece cuando los pasos —seguros y deliberados— que Gael da, llenan mi audición; sin embargo, no es hasta que siento cómo la cama se hunde bajo su peso, que me tenso por completo y me obligo a cerrar los ojos.

Dedos largos cepillan mi cabello lejos de mi rostro y reprimo el impulso que tengo de mover la cara en busca de su toque... o en reticencia del mismo. Aún no soy capaz de decidirlo.


—¿Tamara? —dice, en un susurro tan suave, que me cuesta creer que lo escuché casi furibundo hace unos minutos, mientras hablaba con su padre—. Tam... Bonita, debo irme. Tengo un desayuno de negocios en media hora.

Yo me las arreglo para estirarme sobre el colchón y empujar el rostro contra la almohada para que no sea capaz de ver la sonrisa idiota que amenaza con escaparse de mí, solo porque soy plenamente consciente de que me ha dicho «bonita».

En ese momento, siento cómo un beso es depositado en mi cabeza y cómo el aroma fresco de la loción de Gael invade mis fosas nasales.

«¡Maldito sea! ¡Maldito sea él y su delicioso perfume!»

—¿Tam? —insiste—. Mira que no quiero despertarte, pero si me das un beso antes de que me marche, podrías hacer que mi día pase de ser bueno a ser extraordinario en cuestión de segundos.

En respuesta, me remuevo más entre las sábanas, solo para despistarlo un poco más. Una risa suave y ronca es lo siguiente que viene de sus labios y, entonces, otro beso es depositado en mi cabeza.

—Debo irme ya —dice y, en ese momento, estiro mi mano a ciegas para envolverla alrededor de su cuello. En respuesta, él hunde la cara en mi cabello y yo me giro para quedar sobre mi espalda.

Acto seguido, él se aparta un poco de mí y deposita un beso en mi mejilla.

—¿Has dormido bien? —pregunta y su aliento revuelve los cabellos que tengo en la mejilla, provocándome un suave cosquilleo.

Un asentimiento es lo único que logro regalarle en contestación.

—Puedes seguir durmiendo hasta la hora que te plazca —dice, al tiempo que se aparta de mí lo suficiente como para mirarme a los ojos—. Cuando quieras irte a casa, pídele a Almaraz que te lleve, ¿de acuerdo? Si no logras encontrarlo, no te preocupes, aquí en casa están Florencia y Rita, las mujeres que me ayudan con la limpieza, ellas sabrán decirte donde encontrarlo.

Asiento una vez más.

—Si no quieres irte a casa, simplemente, no lo hagas —continúa y me regala una sonrisa anhelante—. Así me das un motivo para querer volver temprano.

Asiento una vez más y el ceño de Gael se frunce.

—¿Te han comido la lengua los ratones? —dice y esbozo una sonrisa que se me antoja incierta. Se me antoja llena de dudas e incertidumbre. De todo eso que me dejó la conversación que escuché a hurtadillas.

El ceño del magnate se frunce un poco más.

—¿Está todo bien? —pregunta y, esta vez, suena ansioso. Suena preocupado...

—¿Hay algo que deba ir mal? —digo y su gesto se suaviza ligeramente. Yo, sin embargo, estoy esperando una respuesta honesta. Estoy esperando que sea capaz de decirme que acaba de tener una discusión con su padre.

—No —dice y la decepción me embarga—, pero luces... inquieta.

—Estoy bien —le aseguro y me las arreglo para sonar tranquila.

—¿Estás segura?

—Completamente —sonrío, pero no estoy conforme con lo que estoy sintiendo en estos momentos. No estoy conforme con la incertidumbre y la sed de respuestas que me invade el cuerpo. Así que, a pesar de que sé que es una terrible idea. A pesar de que sé que puedo toparme de frente con cosas que no me gusten para nada, decido ponerlo a prueba. Decido ponerlo en apuros para orillarlo a ser honesto—: ¿Hacemos algo esta noche?

En ese momento, su gesto se transforma. Su expresión pasa de ser preocupada a horrorizada; sin embargo, dura tan poco, que apenas me atrevo a asegurar que estuvo ahí. Que la angustia se hizo presente en su rostro...

—Esta noche tengo una cena en casa de unos accionistas de Grupo Avallone —dice y el hecho de saber que me ha dicho la verdad, aunque no haya sido la verdad completa, me alivia de sobremanera.

—¿Es cena de negocios? —trato de sonar casual, pero no lo consigo en lo absoluto.

—Si lo que tratas de preguntar es si es una cena sin fines lucrativos, la respuesta es no. Todas las cenas a las que asisto, para mí, únicamente tienen la finalidad de entablar relaciones públicas para los negocios de la empresa —explica, pero no me siento del todo conforme con su respuesta.

—Pero estará tu prometida... —no quiero sonar acusadora, pero lo hago de todos modos.

—Eugenia no es mi prometida.

—Lo es a los ojos de todo el mundo.

—¿Estás celándome? —pregunta, con un tinte juguetón en la voz.

Un bufido irritado se me escapa.

—¿Yo? ¿Celándote a ti? —suelto una risa carente de humor—. Por supuesto que no.

Una sonrisa tira de las comisuras de sus labios.

—Tamara, Eugenia no significa absolutamente nada para mí —dice.

—No tienes que darme explicaciones de nada —mascullo, solo porque no sé qué otra cosa hacer—. No es como si tú y yo tuviésemos algo.

—Y de todos modos quiero que te quede claro que Eugenia no me interesa en lo absoluto —Gael responde—. Y sí: tengo que arreglar el asunto del anuncio del compromiso. De hecho, tengo que arreglarlo pronto, porque no quiero que ese tipo de información se divulgue. No, cuando no es real. Solo necesito un poco de tiempo, ¿vale?... Dame un poco de tiempo y lo resolveré.

Asiento, pero sigo sintiéndome a disgusto con la manera en la que trata de manejar las cosas. Sigo sintiéndome traicionada, a pesar de que, técnicamente, Gael y yo no somos nada...

—Bien —dice él y deposita un beso casto en mis labios—. Te llamo más tarde, ¿vale?

Asiento una vez más y entonces, sin decir nada más, el magnate desaparece por la puerta de la espaciosa habitación.



~*~



En el momento en el que se abre la puerta del apartamento en el que vivo, un chillido agudo inunda mis oídos y, acto seguido, soy envuelta en un abrazo intenso y doloroso.

Victoria —quien es la persona me abraza con violencia— chilla palabras ininteligibles contra mi oreja y yo, medio aturdida y medio divertida, comienzo a susurrar palabras tranquilizadoras de regreso.

Una sonrisa tira de las comisuras de mis labios solo porque no puedo creer lo absurda que es la situación. Solo porque no puedo creer que mi compañera de cuarto esté alterada hasta la mierda por mi culpa.

—¿Estás bien? ¿Ese hijo de puta te hizo algo? —ella habla, al tiempo que se aparta de mí para ahuecar mi rostro entre sus manos e inspeccionar mi cara—. Si es así, te juro por Dios que voy a arrancarle las bolas. Si se atrevió a ponerte un jodido dedo encima, voy a...

—Estoy bien —la interrumpo, mientras trato de reprimir la sonrisa que amenaza con abandonarme—. No ha pasado nada. Gael no me hizo nada.

Una negativa sacude la cabeza de mi amiga y no me pasa desapercibido el gesto enojado y frustrado que esboza.

—No tienes una idea de lo angustiados que estábamos —dice, mientras me deja ir para agarrarse el pelo en un gesto ansioso—. ¡No sabíamos qué demonios hacer! Ir a la policía se sentía como una exageración total —dice y luego acota—: Tomando en cuenta que conocías al imbécil que te llevó a la fuerza —niega con la cabeza—. Pero tampoco queríamos quedarnos de brazos cruzados. De hecho, Alejandro se marchó hace media hora. Va de camino a las oficinas de Grupo Avallone.

¡¿Qué?! —chillo, entre aterrada y divertida—. ¡¿Para qué diablos va camino hacia allá?!

—¡No me mires así! ¡No sabíamos qué hacer! —Victoria chilla de vuelta—. ¡No queríamos llamar a tus padres y preocuparlos! ¡Tampoco queríamos ir a la policía así como así! ¡Fue lo mejor que se nos ocurrió!

—¡¿Pero de qué estás hablando?! ¡¿Qué demonios se supone que fue a hacer?!

—Fue a exigir entrar a hablar con ese idiota prepotente, ¿de acuerdo? —mi compañera de cuarto suelta, avergonzada—. Fue con toda la intención de armar un escándalo hasta conseguir que el imbécil ese decidiera atenderlo o dar la cara.

—Oh, por el amor de... —es mi turno de sacudir la cabeza en una negativa—. ¿Puedes llamarle y pedirle que vuelva? —no quiero sonar como si estuviese a punto de reír a carcajadas, pero lo hago de todos modos.

Victoria asiente, al tiempo que toma su teléfono celular y se aparta de la puerta para dejarme entrar al apartamento.

Acto seguido, disca el número de Alejandro y, luego de unos cuantos segundos, comienza a hablar con él.

Apenas intercambian un par de palabras antes de que ella le anuncie que me encuentro en casa y que no es necesario que haga un escándalo en Grupo Avallone. No sé qué es lo que él dice en respuesta, pero no parece ser demasiado, ya que finalizan la llamada a los pocos segundos.

Luego de eso, lo primero que Victoria hace, es encararme, cruzarse de brazos y mirarme con cara de pocos amigos.


—¿Y bien? —suelta, luego de unos instantes de tenso silencio. Sé que está tratando de contener sus emociones, pero se nota a leguas de distancia que la angustia ha comenzado a abrirle paso al coraje y al enojo—. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué demonios te impidió llamarnos por teléfono y avisarnos que no ibas a llegar a dormir? —niega con la cabeza—. Y de una vez te lo digo: no estoy dispuesta a escuchar ninguna historia sobre ti, teniendo sexo con ese hombre, ¿de acuerdo? No me interesa en lo absoluto saber los detalles sobre lo que pasó, porque ese idiota no merece ni siquiera un minuto de mi tiempo. Solo quiero saber por qué carajos no te comunicaste para avisar que te encontrabas bien.

La incredulidad y el aturdimiento se mezclan en mi interior, pero me las arreglo para soltar una risotada ansiosa antes de ordenar mis ideas para contestar.

—Victoria, necesito que te tranquilices —digo, y trato de sonar calmada en el proceso—. Te juro por Dios que no soy una malagradecida de mierda, ¿de acuerdo? No me comuniqué porque no llevaba mi teléfono conmigo y no me sé de memoria el número de nadie que no sea el de casa de mis padres —explico—. Por obvias razones, no iba a llamarle a mi mamá para contarle que iba a pasar la noche en casa de Gael Avallone —digo, porque es cierto. Porque, en el calor del momento, dejé el teléfono sobre la mesa del lugar en el que nos encontrábamos.

Mi compañera de cuarto no luce para nada convencida con mi declaración.

—¿De verdad crees que me tragaré el cuento del teléfono?

—¡Es que es la verdad! —exclamo y, mientras lo hago, el entendimiento cae sobre mis hombros y se asienta en mi sistema: he perdido mi teléfono. He perdido mi cartera, la tarjeta de la nómina del trabajo y el poco dinero que llevaba dentro del bolso.

«Por favor, que Victoria haya rescatado mi bolso. Por favor, que Victoria haya rescatado mi bolso. Por favor, que Victoria haya rescatado mi bolso...»

—El maldito aparato se quedó sobre la mesa del antro, junto con mi bolso —finalizo, sintiéndome ansiosa y preocupada.

En ese momento, algo se enciende en el rostro de Victoria y, en cuestión de segundos, su expresión pasa de ser molesta a aturdida.

—Oh, mierda... —susurra, al tiempo que algo extraño se apodera de su gesto y, entonces, se cubre el rostro con las manos. No hace falta que diga nada más para saber que, en el calor del momento y la situación, ella también olvidó tomar mis cosas de la mesa. No hace falta que diga nada más para saber que me he quedado sin teléfono celular, sin dinero, sin identificaciones oficiales y sin tarjeta de nómina.

—No pasa nada —digo, porque no sé qué otra cosa decir para hacer que su expresión cambie—. Ya luego me compraré otro teléfono e iré a reponer la identificación.

—No —ella sacude la cabeza—. Es que no lo entiendes... —en ese momento, se gira sobre sus talones y se encamina hasta su recámara. Yo la sigo a pocos pasos de distancia.

Acto seguido, la veo rebuscar algo en el ligero desorden que es su habitación.

No le toma mucho tiempo volverse hacia mí, con algo entre las manos y expresión abochornada. Mi vista viaja rápidamente al bulto que sostiene entre los dedos y, en ese momento, lo reconozco...

Reconozco el bolso negro. Reconozco las hebillas de metal dorado y ese pequeño pompón blanco que le puse en el cierre cuando se le rompió la cuenta de cristal que tenía cuando lo compré.

Ese de ahí es mi bolso. El que llevaba ayer.

En ese momento, el alivio se arraiga en mi sistema y alzo la vista para posarla de nuevo en Victoria, quien me mira con gesto avergonzado y tímido.

—Yo recogí tus cosas —masculla, con gesto abochornado—. Yo guardé tu teléfono aquí y no lo recordé. Estuvimos marcándote como imbéciles hasta que el maldito aparato dejó de enlazar la llamada, y nunca recordé que yo lo había tomado y lo había puesto aquí...

Una risa aliviada se me escapa en ese momento.

—Seguro se quedó sin pila y por eso dejó de enlazar la llamada —digo y ella asiente.

—Y yo, como toda una idiota, creí que habías tenido el descaro de apagar el maldito teléfono solo para no contestarnos —se lamenta—. Creí que había sido una completa perra que no había querido contestarnos el teléfono, cuando en realidad yo lo había tenido conmigo todo el tiempo. ¡¿Por qué demonios tienes el puto teléfono en vibrador?!

—¡Porque siempre lo llevo conmigo! —respondo, en medio de una exclamación exasperada—. No hay necesidad de llevarlo a todo volumen cuando siempre lo tengo en las manos o en los bolsillos de los pantalones.

Ella entorna los ojos en mi dirección. No me cree.

A pesar de eso, no dice nada al respecto. Se limita a dejar escapar un largo suspiro antes de dejarse caer sobre el colchón de su cama. Yo, que aún me encuentro en el umbral de su puerta, me quedo justo en mi lugar.


—¿Y bien? —dice, al cabo de un largo momento— ¿No vas a hablar? Sigo esperando a que me cuentes qué demonios ocurrió entre ustedes. Lo quiero con lujo de detalles.

—Creí que no te interesaba en lo absoluto saber qué había pasado... —observo y ella me mira con irritación.

—Claramente, estaba mintiendo —dice y una sonrisa se desliza en mis labios—. Ven aquí y cuéntamelo todo.

En ese momento, me siento sobre su cama y, empiezo a contarle todo lo que puedo.


No le hablo acerca del pasado de Gael, pero sí hago alusión al hecho de que me contó cosas que me hacen entender un poco más su comportamiento. Trato, sin dar muchos detalles, de hablarle acerca de la situación en la que se encuentra ahora con su antigua novia y la manipulación que su padre ejerce sobre él debido a eso. Trato, también, de explicarle, con mucha omisión de información, el asunto de su falso compromiso; y, finalmente, le hablo sobre el pequeño incidente que me tocó presenciar desde las escaleras de la inmensa casa de Gael. Ese en el que David Avallone dejó más que claro para mí, que tiene un poder inmenso sobre su hijo menor.

No le hablo acerca de los besos. No le hablo acerca de mis sentimientos. No le hablo de absolutamente nada que me involucre con Gael, porque no estoy lista para ello. Porque no estoy lista para afrontar que entre ese hombre y yo hay algo... Aunque aún no sepa exactamente que sea.


Para cuando termino de hablar, me siento un poco más ligera. Liberada de un peso que ni siquiera sabía que me oprimía hasta que me lo quité de encima. No tenía idea de cuán inquieta me sentía respecto a lo que pasó entre Gael y su padre hasta ahora. No tenía idea de cuán intranquila me hacía sentir saber que Gael aún me oculta algo...

—Te juro que no sé qué decirte, Tam —Victoria habla al cabo de unos instantes de absoluto silencio—. Una parte de mí quiere gritar de felicidad por el avance que tuviste con él..., pero otra, simplemente quiere aconsejarte que te alejes de él —niega con la cabeza—. Está claro que el tipo sigue ocultando cosas. Está claro que su padre quiere que se case con la mujer con la que anunció el compromiso... Y también está claro que Gael, ahora mismo, está entre la espada y la pared. Está entre lo que quiere hacer y lo que siente que debe hacer... Tú eres lo que él quiere... Estar contigo, quiero decir. Y lo que siente que debe hacer, es casarse con la mujer que su padre eligió para él —hace una pequeña pausa—. Y el problema aquí, es que tiene que elegir. Tiene que decidir qué es lo que va a hacer, porque no puede tenerlo todo. No puede tener contento a su padre y tenerte a ti. Las cosas no funcionan de esa manera.

—Él no va a elegirme a mí —digo, porque realmente así lo creo. Porque, de verdad, no creo que Gael Avallone esté dispuesto a dejar todo lo que ha construido hasta ahora solo por mí—. Tendría que renunciar a muchas cosas al elegirme. Cosas por las que ha luchado hasta el cansancio. Cosas que, para bien o para mal, ha conseguido a base de mucho esfuerzo... Y yo no estoy dispuesta a pedirle que lo haga. No estoy dispuesta a pedirle que lo deje todo por mí, porque, por más que así lo desee, este no es un cuento de hadas. No es una película romántica donde el protagonista lo deja todo por ella. Eso no pasa en la vida real... —niego con la cabeza—. Y, al mismo tiempo, tampoco estoy dispuesta a ser su secreto. Tampoco estoy dispuesta a verlo pavonearse por ahí con su supuesta prometida, mientras me oculto entre las sombras.

—¿Y se lo dijiste? ¿Le dijiste que no estás dispuesta a ser la otra?

Asiento.

—Y de todos modos, esta noche asistirá a una cena en la que ella estará. Asistirá a una cena en la que tendrá que pretender que está interesado en ella, solo porque su padre así se lo ordenó —sueno frustrada y aterrorizada en partes iguales—. Y, aunque él ha dicho que va a arreglar todo ese asunto, sigo sintiéndome inquieta al respecto. Sigo sintiéndome... incierta.

—Y es lo más natural, Tamara —Victoria estira una mano para colocarla sobre una de las mías y apretarla en un gesto tranquilizador—. Cualquiera en tu lugar se sentiría como tú lo haces. El asunto aquí, es que tienes que tomar una decisión. Tienes que aclararte y decidir qué vas a hacer.

—Es que ni siquiera yo sé cuál es el camino que quiero tomar —suelto, con exasperación—. No quiero mandarlo todo a la mierda sin darle el beneficio de la duda y, al mismo tiempo, la parte de mí que trata de protegerse a sí misma de cualquier clase de daño emocional, no deja de gritarme que debo alejarme de él a la voz de ya.

Un suspiro largo escapa de los labios de Victoria y un silencio largo se instala entre nosotras.


—Sea cual sea la decisión que vayas a tomar, Tam —Victoria habla, al cabo de un rato—, asegúrate de estar completamente convencida de ella. Asegúrate de estar completamente consciente de las consecuencias y repercusiones, ¿vale?...

Asiento, porque no sé qué otra cosa decir, y ella, en respuesta, me aprieta los dedos una vez más.

—Quita esa cara —Victoria me dedica una sonrisa—. Todo va a estar bien. Sea cual sea la decisión que tomarás, tarde o temprano todo va a estar bien.

—Eso espero —digo, luego de dejar escapar un suspiro largo y cansado.

—Así será —me guiña un ojo—. Ya lo verás.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top