Capítulo 21
Mi corazón late con tanta violencia, que soy capaz de sentirlo golpeando contra mis costillas, mis manos tiemblan tanto, que tengo que cerrarlas en puños para aminorar los espasmos involuntarios que las asaltan y todo mi cuerpo —absolutamente todo— se estremece cuando la mirada salvaje de Gael Avallone encuentra la mía. Cuando sus ojos —ambarinos, fuertes y llenos de una emoción desconocida— se clavan en los míos.
Todo dentro de mi cabeza es una revolución en este momento. Todo dentro de mi pecho es un manojo de sensaciones y sentimientos que colisionan con violencia y, por más que trato, no puedo ponerles un orden. No puedo hacer nada para procesar del todo lo que este hombre acaba de decirme.
La imagen arrogante, fría y calculadora que tenía de él se ha esfumado por completo. Ha cambiado y se ha transformado en una que me intriga y me gusta en partes iguales. En una que encuentro tan humana y tan real, que no puedo evitar sentir que he creado una clase de conexión con él. Con su dolor. Con su pérdida... Con todo eso que lo hace tangible e imperfecto.
Trago duro.
—¿Esa es toda la verdad? —pronuncio, con un hilo de voz, pero no sé por qué estoy preguntándolo. Supongo que una parte de mí espera que diga que me ha mentido. Que espera que todo el dolor por el que ha tenido que pasar, no sea cierto; porque, entonces, sería más fácil lidiar con ello. Porque entonces, mirarlo como un hijo de puta, sería más sencillo.
Gael asiente y no me pasa desapercibido el toque ansioso que hay en su gesto. No me pasa desapercibido el tinte nervioso que tiñe su mirada.
Un suspiro largo y pesado escapa de mis labios, y cierro los ojos con fuerza.
En ese momento, todo lo que ha dicho comienza a asentarse sobre mis hombros. Comienza a anclarse en mi cerebro y a aferrarse a cada rincón de mí hasta dejarme aquí, de pie, con un millar de sensaciones en el pecho y un montón de preguntas y dudas en la cabeza.
«¿Qué pretende con todo esto? ¿Qué es lo que espera de mí? ¿Cuál es la finalidad de contármelo todo ahora?» Digo, para mis adentros y eso es, exactamente, lo que sale de mis labios. Lo que pronuncio luego de unos largos instantes de absoluto silencio:
—¿Y qué es lo que pretendes conseguir con todo esto? ¿Qué esperas conseguir de esta conversación? —le agradezco a mi voz por no fallarme. Le agradezco por no delatar cuán inestable me siento ahora mismo—. ¿Por qué has decidido confiar en mí ahora y no hace unas semanas, cuando aún...? —«Cuando aún estaba esperanzada con la idea de tener una explicación tuya. Cuando aún no me dolía como lo hizo...»—. ¿Cuando aún me importaba?
Sé que acabo de sonar como una completa hija de puta, pero ahora mismo no me importa. Ahora mismo, lo único que quiero, es arrancarme del cuerpo esta ilusión que ha comenzado a reptar y a abrirse paso hasta mi pecho. Lo único que quiero, es tratar de sellar el agujero que Gael Avallone le ha hecho a mis defensas. Al caparazón que puse sobre mis hombros el día que decidió mandarme a la mierda.
La decepción tiñe su rostro en ese momento y una punzada de dolor me retuerce las entrañas.
—No lo sé... —dice y la tristeza que se cuela en su tono me estruja por dentro—. Yo solo quería que lo supieras. Yo solo... —niega con la cabeza—. Solo esperaba que entendieras...
Es mi turno de negar con la cabeza.
—Que entendiera, ¿qué? —suelto, y sueno más dura de lo que me gustaría—. ¿El motivo por el cual te comportaste como un completo hijo de puta conmigo durante las últimas semanas? ¿Qué entendiera que estás tratando de justificarte por la mierda por la que me hiciste pasar?
El reproche en mi voz es tanto, que no podría ocultarlo aun cuando quisiera hacerlo.
—Tam...
—No, Gael —lo interrumpo—. No puedes hacer esto. No puedes tratarme de la mierda, decir todo lo que dijiste y esperar que las cosas estén como si nada hubiese ocurrido. Como si no me hubieses dado una patada en el culo.
—Tamara, no podía decírtelo —suena frustrado ahora—. No podía arriesgarme de esa manera.
—¿Y qué cambió, entonces? ¿Qué fue lo que te orilló a querer contármelo todo? —hago una pequeña pausa solo para permitirme a mí misma asentar la revolución de sentimientos que me embarga. Solo para permitirme digerir que sigo molesta. Que sigo herida por todo lo que pasó entre nosotros—. Todo esto es... ¡Maldición! Es que ni siquiera sé qué es lo que es. Que es lo que pretendes...
Gael no responde. Se limita a mirarme fijamente, mientras que yo dejo que el coraje repentino gane terreno en mi interior.
—No sé qué es lo que esperas que haga con todo lo que acabas de decirme —digo, al cabo de unos segundos de silencio, al tiempo que sacudo la cabeza en una negativa—. Pero de una vez te lo digo: si lo que pretendes es que corra a tus brazos y acepte ser una aventura más en tu vida, mientras que vas y te pavoneas con tu supuesta prometida en todos lados, tienes un concepto bastante equivocado sobre mí. Yo no soy como las mujeres con las que acostumbras tratar —mi voz se quiebra ligeramente, pero no quiero llorar. De hecho, estoy muy lejos de hacerlo—. No soy como esas chicas que aceptan el remedo de romance mediocre que estás dispuesto a ofrecer solo porque están locas por ti —sacudo la cabeza en una negativa frenética—. No soy una de ellas. Me niego a ser una de ellas.
Su mirada se oscurece varios tonos.
—¿Qué te hace pensar que eres una de ellas? —dice y mi corazón cae en picada—. Nunca has sido una de ellas, Tamara. ¿Es que no lo ves?
Esta vez, la negativa que le regalo, es ansiosa y desesperada.
—Tampoco puedes pretender que unas cuantas palabras dulces me ablanden —sueno a la defensiva, pero no me importa. A estas alturas lo único que quiero dejarle en claro, es que no puede jugar conmigo de esta manera. Que no puede comportarse como un imbécil un día, para ser dulce y atento al siguiente.
—No espero que lo que te digo te ablande, Tam —Gael da un paso en mi dirección y luego otro—. Lo único que quería, era que supieras la verdad. Lo único que quería, era que...
—Tampoco puedes esperar que haga como si... —trato de interrumpirlo, pero no logro terminar la oración. No logro concretarla porque él ya ha acortado la distancia que nos separa. Porque sus manos se han apoderado de mis mejillas y su rostro se ha acercado tanto al mío, que soy capaz de percibir el olor a alcohol que despide su aliento.
—Tamara Herrán, escúchame —dice en un tono que pretende ser duro, pero que en realidad suena dulce. Tan dulce, que mi corazón se salta un latido—: Sé que me odias. Sé que me he comportado como un gilipollas. Que la he cagado en grande y que estás en todo el derecho de mandarme al carajo por toda la mierda que te he hecho pasar. Sé que no tengo cara para pedirte que no me eches de tu vida todavía... Pero de todos modos voy a ser un descarado y voy a hacerlo. Voy a pedirte una oportunidad. Voy a pedirte que me dejes demostrarte que no soy el hijo de puta que crees que soy.
—Déjame ir —pido, pero no hago nada por apartarlo. Por apartarme...
Los ojos de Gael corren por mi rostro con lentitud.
—Tam —murmura, ignorando por completo mi petición—, lo único que quiero de ti, es la oportunidad de redimirme. Por favor, déjame redimirme...
Cierro los ojos con fuerza.
—No puedes hacerme esto —digo, en un susurro que se me antoja suplicante—. No puedes ilusionarme, para luego dejarme caer en picada. No puedes venir el día de hoy a decirme todo esto... A hacerme creer que de verdad hay algo entre tú y yo, para luego darme una patada en el trasero —sacudo la cabeza en una negativa—. Gael, yo no estoy para esta clase de juegos.
—¿Qué tengo que hacer para que me creas, Tam? —susurra de vuelta—. ¿Qué tengo que hacer para que me des el beneficio de la duda?... —sus pulgares trazan caricias suaves en mis mejillas—. No voy a mentirte y decirte que sé que es lo que siento por ti, porque a estas alturas, aún no lo descubro. Pero sí puedo decirte, que estoy en toda la disposición de averiguarlo. Que estoy completamente dispuesto a explorar cada rincón de esta sensación abrumadora que me embarga cuando estoy contigo... —hace una pequeña pausa—. Sí puedo decirte, Tamara Herrán, que no voy a privarme del placer de desvelar cada parte de ti. No voy a privarme de la oportunidad de llenarme de esa vitalidad tuya que tanto bien me hace...
Siento que el corazón me va a estallar. Siento que mi pulso late con tanta violencia detrás de mis orejas, que él mismo es capaz de escucharlo... Y Quiero besarlo.
Quiero cerrar los ojos y olvidar toda la mierda por la que me hizo pasar y, al mismo tiempo, quiero hacerle pagar. Quiero hacerle sentir lo que yo sentí cuando se comportó como un idiota conmigo.
—Gael...
—Tam, sé que no estoy en posición de pedirte nada, pero, por favor... Por favor, déjame demostrarte que no soy quien crees que soy. Déjame demostrarte que soy más que la sombra de un hombre con dinero... —siento cómo su nariz roza la mía—. Y, por lo que más quieras, déjame besarte. Déjame volver a besarte...
Niego con la cabeza, pero no me aparto. No me alejo. Al contrario, inclino la cabeza, de modo que soy capaz de sentir su respiración sobre mis labios. De modo que soy capaz de sentir la forma en la que su nariz y la mía se tocan.
—Déjame demostrarte que no soy un imbécil. Que no estoy tratando de herirte de nuevo. Que lo único que quiero, es mandar a la mierda a todo el mundo y, por una vez en la puta vida, hacer lo que quiero hacer...
Trago duro.
Sé que voy a arrepentirme de esto. Sé que voy a lamentarlo más delante y que voy a sentirme como una completa imbécil..., pero, ahora mismo, yo también quiero besarlo. Quiero que me bese. Quiero fundirme en él como la última vez y olvidarme de todo: consecuencias, dudas, miedos, frustraciones... Quiero acabar con la quemazón que llevo en el pecho desde aquella primera vez que nos besamos y quiero, por sobre todas las cosas, olvidar que él es Gael Avallone. Que es el hombre que lo tiene todo. El hombre al que no puedo ofrecerle nada, porque nada le hace falta...
Sus labios rozan los míos con lentitud y yo, por instinto, me aparto un poco.
Él espera, paciente y quieto por mi reacción y, cuando nota que no me alejo del todo, vuelve a intentarlo. Esta vez, la presión de sus labios contra los míos es consistente. Tanto, que mi boca se entreabre un poco para recibir su beso como debe de ser.
Entonces, me besa en serio.
Entonces, su boca empieza a moverse contra la mía, y el mundo a mi alrededor empieza a disolverse. Empieza a deformarse hasta convertirse en un escenario ambiguo, extraño y amorfo.
Su lengua encuentra la mía cuando mis manos se apoderan de su camisa desabotonada y tiran de ella para acercarlo todavía más a mí. En respuesta, él deja ir un lado de mi rostro para envolver el brazo alrededor de mi cintura.
Un sonido involuntario escapa de mis labios cuando su abdomen parcialmente desnudo se pega al mío, y un gruñido abandona su boca cuando envuelvo mis brazos alrededor de su cuello.
De pronto, me encuentro aferrándome a él con todas mis fuerzas. De pronto, me encuentro buscando su cercanía y el calor de su cuerpo...
Un sonido gutural escapa de su garganta cuando me hace girar sobre mi eje, sin dejar de besarme, y me hace avanzar en reversa hasta que mi espalda choca contra la isla de su cocina.
Un grito ahogado se me escapa, pero es más debido a la impresión que a cualquier otra cosa y, entonces, sin darme oportunidad de procesar lo que está pasando, y sin apartarse ni un poco, se apodera de la parte trasera de mis muslos y eleva mi peso del suelo para hacerme sentar sobre el material de la isla; sin embargo, no lo consigue. Lo único que logra hacer, es golpearme la espalda baja y la cadera, contra el borde de granito de la mesa.
Un gemido adolorido escapa de mis labios casi al instante y Gael se aparta de mí con brusquedad, solo para dejar escapar una carcajada avergonzada. Su risa es tan contagiosa, que, a pesar del dolor, comienzo a reír también.
Una disculpa es murmurada por sus labios en ese momento, al tiempo que hunde la cara en el hueco que hay entre mi mandíbula y mi cuello.
Yo no puedo dejar de reír, así que lo único que hago para responder a su disculpa, es hundir los dedos en las hebras alborotadas de su cabello.
—Juro que nunca soy así de torpe. Lo que pasa es que estoy demasiado borracho —dice, en voz baja contra la piel de mi cuello, y su aliento, aunado al movimiento de su boca, me eriza todos los vellos del cuerpo.
Yo, a pesar de que ya no me siento tan alcoholizada como hace rato, asiento en acuerdo.
—Yo también lo estoy —digo, en un susurro.
Una negativa sacude la cabeza de Gael, antes de que se aparte de mí un poco más para volver a intentar subirme a la isla.
Esta vez, consigue treparme. Esta vez, consigue acomodarme sobre el material helado antes de asentarse entre mis piernas y volver a besarme con urgencia.
No sé cuánto tiempo pasa antes de que sus manos —grandes y cálidas— se deslicen con lentitud sobre la parte externa de mis muslos hasta introducirse ligeramente debajo del material de la falda del vestido que llevo puesto.
En ese momento, la alarma se enciende en mi sistema, pero no lo detengo. No lo detengo porque una parte de mí ansía su tacto. Porque, ahora mismo, esto... Estar de este modo con él, se siente correcto.
Hacía mucho tiempo que nada se sentía así de bien. Hacía mucho tiempo que no me sentía de este modo con nadie...
Soy plenamente consciente de la presión de sus dedos sobre mis muslos y del sabor a alcohol que tiene su aliento. También, soy consciente del aroma a perfume y cigarrillo que despide su cuerpo; de la manera en la que su cabello alborotado me hace cosquillas en los pómulos; de la presión con la que sus labios mullidos rozan los míos y del modo en el que su cuerpo se inclina sobre el mío en un gesto ansioso y posesivo.
Mi sangre zumba y corre a toda velocidad por todo mi ser. Mis manos —ansiosas y temblorosas— pican por acariciar la piel cálida que ha quedado descubierta en su pecho. Mi cuerpo entero exige su tacto de una manera que me avergüenza... Y, de pronto, me encuentro aquí, entre sus brazos, sintiéndome vulnerable y poderosa al mismo tiempo. Sintiéndome en control de mí misma e inestable e insegura al mismo tiempo...
Un gruñido escapa de los labios de Gael cuando mis dientes se apoderan de su labio inferior para tirar de él con suavidad y, en respuesta a mi caricia brusca, él desliza los dedos por debajo de mi falda hasta anclarse en mis caderas.
Un suspiro entrecortado escapa de mis labios cuando su boca desciende por mi barbilla y deja una estela de besos ardientes por toda la línea de mi mandíbula hasta llegar al punto en el que se une con mi cuello.
Entonces, siento cómo sus dedos, ansiosos y temblorosos, se enganchan en mi ropa interior y tiran de ella con suavidad.
Acto seguido, me aparto de él con brusquedad.
—Espera... —jadeo, cuando él trata de volver a besarme y tan pronto como pronuncio esa palabra, sus manos se apartan de mi cuerpo; dejándome aquí, sobre su mesa, con el corazón latiéndome a toda velocidad y una maraña de ideas inconexas en la cabeza.
No esperaba que se apartara de esa manera. No esperaba que una sola palabra dudosa mía fuese a ponerle punto final a la intensidad de nuestro contacto.
—Lo siento —murmura, pero no suena para nada arrepentido.
Niego con la cabeza.
—Y-Yo...
—Está bien —me interrumpe y suena tan controlado y tan en dominio de sí mismo, que me avergüenza la inestabilidad que estoy segura que puede percibir en mí—. Fue mi culpa. No debí llevarlo así de lejos. No tan pronto...
—Es que...
—Shh... —susurra, al tiempo que acorta la distancia que nos separa y une su frente a la mía—. No pasa nada.
Es hasta ese momento, que noto cuán inestable se encuentra su respiración y cuán entrecortado suena su aliento. Es hasta ese momento, que soy capaz de percibir cómo su pecho sube y baja con agitación.
—Creo que debo irme... —murmuro, porque no sé qué otra cosa decir. Porque estoy tan avergonzada por haber cambiado el rumbo de la situación, que lo único que quiero hacer ahora mismo, es desaparecer.
Él niega con la cabeza.
—No puedes —dice—. Almaraz se fue y se llevó el coche. Además, aunque el auto estuviera aquí, no podría llevarte en el estado en el que me encuentro.
—Puedo pedir un Uber.
Esta vez, el magnate se aparta de mí solo para mirarme a los ojos con una determinación férrea.
—De ninguna manera voy a permitir que te vayas a casa en un maldito Uber —suena tan determinado y tan sobreprotector, que una sonrisa idiota se desliza en mis labios.
—No pasa nada —le aseguro—. Lo he hecho muchas veces.
—No insistas, Tam —esta vez, el gesto de Gael es severo—. No voy a dejar que te vayas en un coche de servicio a esta hora de la madrugada. Mañana por la mañana le llamo a Almaraz y te llevo a casa.
—No voy a pasar la noche aquí —digo, pero lo que realmente quiero decir es: «Luego de lo que acaba de pasar, me aterra la idea de pasar la noche bajo el mismo techo que tú.»
—¿Por qué no? —frunce el ceño—. Hay muchas habitaciones vacías en esta casa. No tengo problema alguno si te adueñas de una por esta noche.
El peso de sus palabras cae sobre mí y me alivia por completo. Me alivia y me llena el pecho de una sensación maravillosa y placentera.
El solo hecho de escucharlo hablar sobre mí, quedándome en una habitación que no sea la suya, me parece sentir increíblemente bien. Por extraño que parezca, el solo hecho de saber que no tiene intención alguna de intentar meterse en mis bragas esta noche, me hace sentir bien de maneras que ni siquiera yo misma puedo explicar.
—Victoria y Alejandro van a estar muy preocupados si no llego a dormir —digo, porque es verdad.
—Dime, por favor, que no acabas de ponerle un nombre al rostro del hijo de puta con el que estabas bailando —Gael cierra los ojos con fuerza, como quien trata de contenerse de cometer una locura. Como quien trata de reprimir una emoción violenta y abrumadora.
Una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios en ese momento.
—Solo es un amigo... —digo, a pesar de que sé que no tengo por qué darle explicaciones de nada—. Y mi compañero de cuarto.
En ese instante, los ojos de Gael se abren de golpe y se clavan en los míos.
—¿Qué?...
Me encojo de hombros, en un gesto que pretende ser despreocupado.
—Comparto la renta del apartamento en el que vivo con él y con Victoria —digo y su gesto pasa de ser contenido a iracundo. Pasa de ser ligero a violento de un segundo a otro.
—Dame un jodido motivo para no encerrarte en una de las habitaciones del piso superior y no dejarte salir hasta que ese imbécil se haya mudado de tu apartamento —dice, en lo que pretende que suene como una broma, pero en realidad no hay humor en el tono en el que lo dice.
—Acabo de decirte que solo somos amigos —digo, porque es cierto.
—¡Amigos y una mierda! —Gael exclama—. Estuviste a punto de besarte con él.
—¡Por supuesto que no! —miento.
—Tamara... —la advertencia en su tono es tan aterradora como divertida, así que, de pronto, me encuentro riendo con nerviosismo. Me encuentro sintiéndome dividida entre la preocupación de sus celos irracionales y la diversión que me da saber que se siente amenazado por Alejandro.
—Te digo que solo somos amigos —insisto, en medio de una risotada ansiosa—. Lo que sea que creíste ver, solo es producto de tu imaginación. Alejandro no me gusta para nada.
Gael no luce muy convencido.
—No te creo una mierda —dice, al tiempo que entorna los ojos en mi dirección.
Me encojo de hombros.
—Esa es la verdad. Si no quieres creerla, es tu problema —trato de sonar aburrida mientras hablo, pero no lo consigo del todo. Sueno más bien encantada con toda la situación.
—No lo quiero cerca de ti.
—Es una lástima, porque eso no va a poder ser. Paga una tercera parte de la renta y de los servicios de mi casa. No puedo darme el lujo de echarlo. Lo siento —niego con la cabeza—. Además, no tengo diez años como para permitir que alguien trate de manipularme con amenazas ridículas. Si no te gusta mi relación con Alejandro, entonces lo mejor es que...
Los labios de Gael encuentran los míos en ese momento y acallan cualquier diatriba o queja que estuviese a punto de formular. Acallan el sermón que estaba dispuesta a darle respecto al modo en el que espero que esto —lo que sea que tengamos— funcione.
No sé cuánto tiempo pasa antes de que nos separemos de nuevo; sin embargo, se siente como una eternidad. Se siente como si hubiesen pasado horas y no apenas unos cuantos minutos.
—Será mejor que te muestre el piso superior para que elijas dónde quieres dormir —dice y la sola idea de navegar con él por esta inmensa casa, me intimida de sobremanera. Aún no sé por qué, pero lo hace.
—Creí que discutíamos sobre mi relación con Alejandro —observo, al tiempo que siento cómo el cuerpo del magnate se tensa en su totalidad.
—Creí que habías decidido ser prudente y no sacarlo a colación ahora que lo había olvidado —Gael suena irritado y divertido al mismo tiempo.
Ruedo los ojos al cielo.
—¿Eres consciente de que actúas como un chico de trece años? —bromeo.
—¿Eres consciente de que me importa un carajo? —bromea de regreso y una risa boba escapa de mis labios en ese momento.
—De acuerdo —digo—. Tú ganas. No más Alejandro por hoy.
—Por el amor de Dios, deja de decir su nombre.
—¡Oh, por el jodido...! —me interrumpo a mí misma a media oración, al tiempo que sacudo la cabeza en una negativa.
—Estás poniéndome muy difícil el ponerme a actuar como alguien de mi edad y no como un chaval de quince años —Gael se queja, pero hay una sonrisa dibujada en sus labios—. Mejor ven aquí —envuelve sus dedos en los míos y tira de mí para bajar del lugar donde me encuentro—, y vamos a conseguirte algo para que duermas cómoda.
Un bufido cargado de fingido fastidio hace que Gael suelte una risotada corta; sin embargo, no dice nada más al respecto, se limita a tirar de mí en dirección a la planta alta de la inmensa casa en la que vive.
~*~
El calor intenso que me golpea la espalda es lo primero de lo que soy consciente a través de la bruma de mi sueño. El sonido de una podadora en la lejanía, es lo siguiente que percibo. Luego de eso, el ladrido estridente de un perro, es lo que llena todo el lugar y, finalmente, el sonido de un niño riéndose a carcajadas me invade los oídos y termina por traerme de vuelta al aquí y al ahora.
Me estiro en el mullido colchón debajo de mí y, acto seguido, abro los ojos con lentitud y parpadeo varias veces para acostumbrarme a la iluminación.
Es en ese momento, cuando la confusión me invade por completo y me incorporo de golpe al notar la extrañeza del lugar en el que estoy.
Me toma unos segundos recordar todo lo ocurrido anoche y me toma unos segundos más recordar que he pasado la noche en una de las tantas habitaciones que tiene la casa de Gael Avallone.
Los muebles en color negro, en conjunto a las tonalidades blancas de las paredes y las grisáceas que tienen todos los edredones y cortinas, me hacen sentir como si me encontrase en una habitación de hotel, y no en la casa de alguien. No en el hogar de alguien...
«Este no es su hogar.» Susurra la voz en mi cabeza y estoy de acuerdo con ella.
Luego de todo lo que aprendí de Gael; luego de haber escuchado de su boca toda la verdad sobre su pasado, me queda más que claro que este lugar no es otra cosa más que una fachada más creada por su padre.
Anoche, luego de nuestra plática en la cocina de su casa, Gael y yo subimos al piso superior y me asenté en la primera habitación que encontré —una que, por cierto, no era esta. Estoy en una completamente diferente ahora—.
Él, luego de asegurarse de prestarme algo cómodo para dormir —un pantalón de chándal y una remera—, se despidió de mí y salió de la estancia.
Pasé la siguiente media hora dando vueltas en la cama luego de eso, hasta que, finalmente, me di por vencida y dejé de dar vueltas entre las sábanas. Hasta que, finalmente, luego de recapitular todo lo que pasó entre nosotros y pasar una eternidad con la mirada clavada en el techo, dejé de pelear contra el insomnio.
Luego de otro largo rato más, la sed me hizo ponerme de pie una vez más, para bajar a la cocina y buscar algo de agua.
Me sorprendió mucho encontrarme con Gael ahí, de camino a la cocina, vistiendo apenas un pantalón de chándal y nada más.
Cuando me preguntó si estaba planeando huir a mitad de la noche, no pude evitar reír a carcajadas. A pesar de la tensión que fui capaz de percibir en él, río conmigo.
Luego de eso, me acompañó por algo de beber y se sentó conmigo en la inmensa sala de su casa a charlar.
Hablamos de muchas cosas. De cosas sin importancia. De trivialidades, gustos, música y demás. Hablamos hasta que me dolió la garganta y, cuando dejamos de hacerlo, nos besamos. Nos besamos mucho. Hasta que los labios me ardieron y pude saciar momentáneamente esa extraña necesidad que ni siquiera sabía que había empezado a desarrollar por él.
Después, cuando los besos fueron suficiente, me acurruqué ahí, en el sillón, con la cabeza recostada en sus muslos y sus dedos paseándose por mi cabello. Me acurruqué ahí, a su lado, hasta que el sueño me venció por completo.
No sé en qué momento llegué a esta habitación. No sé si me despertó para traerme hasta acá y no puedo recordarlo ahora mismo, o si me trajo cargando a cuestas por las escaleras. Me horroriza pensar que la segunda opción es la correcta. No soy una chica delgada. Nunca lo he sido. Así que, la sola idea de pensar que ha tenido que pasar por la tortura de traerme hasta aquí en brazos, me hace sentir avergonzada hasta la mierda...
Cierro los ojos con fuerza y reprimo una maldición, antes de frotarme la cara con las manos en un gesto frustrado.
«Por favor...» Imploro a Dios para mis adentros. «Que no me haya cargado hasta aquí. Que no me haya cargado hasta aquí. Que no me haya cargado hasta aquí...»
Acto seguido, salgo de la inmensa cama y me encamino hasta la salida de la habitación.
En el instante en el que abro la puerta, el sonido de las voces provenientes del piso inferior, hacen que me congele en mi lugar.
La única que soy capaz de reconocer, luego de aguzar el oído durante un largo rato, es la de Gael. La otra, sin embargo, es completamente desconocida para mí.
No logro entender qué es lo que dicen debido a la distancia en la que me encuentro; es por eso que decido acercarme a las escaleras solo un poco, para tener mejor perspectiva de lo que está ocurriendo allá abajo.
—Y de todos modos debiste habérmelo consultado primero —dice la voz de Gael. Suena molesto. Me atrevo a decir que casi furibundo.
—¿Para qué? ¿Para que te negaras rotundamente? —la voz de otro hombre llena mis oídos y de inmediato soy capaz de reconocer el acento extranjero con el que habla.
«Debe ser el padre de Gael...»
—Deberías estar agradeciéndome. Esa mujerzuela que tuviste por mujer no va a poder hacer nada en contra de la coartada que he creado para ti —David Avallone refuta e, inmediatamente, una horrible sensación se mete debajo de mi piel. Escucharlo hablar así de otro ser humano, hace que la aversión que no quería tenerle, se haga cada vez más presente en mi sistema.
—Es que fuiste demasiado lejos —Gael responde y soy capaz de notar la ira contenida que hay en su tono—. ¿Eugenia está al tanto de lo que has hecho?
—Por supuesto que está al tanto —David refuta—. ¿Acaso crees que lo he hecho sin su aprobación primero? Es que yo no entiendo por qué no terminas con toda esta locura de una vez y te casas con ella.
—No voy a casarme con Eugenia. Ya te lo había dicho antes y te lo repito una vez más: lo que hubo entre ella y yo, acabó hace mucho tiempo —Gael suena cada vez menos controlado—. Y la próxima vez, antes de hacer una locura como la que hiciste ayer, hazme el favor de venir a hablar conmigo primero. Soy yo quien debe tomar esa clase de decisiones sobre mi vida. No tú.
—Entonces, si no quieres que tome las riendas sueltas de tu vida, aprende a pensar con la cabeza fría. Aprende a tomar las decisiones correctas cuando se presentan a tu puerta —el tono despectivo que utiliza David Avallone, no hace más que enviar una punzada de coraje por todo mi cuerpo—. La próxima vez, asegúrate de no meterte con locas de mierda. Asegúrate de no embarazarlas y de no complicarte la existencia por meter la polla en el lugar equivocado.
Esta vez, el coraje que me invade es tanto, que tengo que apretar los ojos con fuerza y tomar una inspiración profunda para controlarlo. Que tengo que apretar la mandíbula y morderme la lengua para no cometer una estupidez.
—¿Terminaste ya? ¿O es que aún tienes más mierda qué decirme? —Gael espeta. Esta vez, suena molesto—. ¿O es que aún no te consigues algo mejor que hacer más que hacerme perder el tiempo?
—Cuida mucho la manera en la que me hablas —David advierte—. Te recuerdo que de mí depende que tengas eso que tanto anhelas. Te recuerdo que sin mí, no eres nadie y no vas a conseguir nunca eso que buscas.
Las palabras de David me sacan de balance por completo, solo porque no entiendo de qué habla. Solo porque no sé qué es eso con lo que acaba de amenazar a Gael.
El silencio que lo invade todo luego de eso, no hace más que intrigarme aún más.
—Bien —David suelta, en aprobación, al cabo de unos instantes—. Ya nos vamos entendiendo.
—¿A qué viniste? —Gael urge. Esta vez, en un tono más acompasado. Menos... furioso.
—A recordarte que esta noche tenemos una cena en casa de los Rivera —David dice—. No quiero que, por ningún motivo, vayas a faltar. Antonio y Diana llegarán a la ciudad dentro de unas horas y se quedarán aquí, en esta casa, contigo.
—Estás loco si crees que voy a pasar la noche en el mismo lugar que ellos —Gael refuta—. Prefiero hospedarme en un hotel, a tener que convivir con tus hijos.
—Te recuerdo que son tus hermanos.
—Y yo te recuerdo a ti, que yo no tengo hermanos —Gael espeta y, esta vez, su tono es tan duro, que David Avallone no responde de inmediato. Se queda callado durante unos largos instantes.
—Escúchame bien, Gael —el hombre sisea en respuesta, luego de lo que se siente como una eternidad—: No quiero que por ningún motivo arruines esta cena. Vas a ir, vas a tratar a Eugenia como una maldita reina y vas a comportarte como si toda esta mierda por la que estás haciéndonos pasar a todos, no existiese. Como si realmente esa mujer te interesara y de verdad quisieras hacerla tu mujer, porque si no...
—Porque si no, ¿qué? —el reto que hay en la voz de Gael no hace más que ponerme la piel de gallina.
—Porque si no vas a tener que atenerte a las consecuencias que tu pésima toma de decisiones nos ha traído —David escupe—. Porque si no, yo no voy a volver a meter las manos al fuego por ti. Suficiente he hecho ya. Suficiente te he dado. Así que, deja ya de comportarte como si fueses un adolescente y empieza a hacer las cosas bien.
«¿Atenerse a las consecuencias? ¿Qué clase de consecuencias? ¿Qué está pasando? ¿De qué me estoy perdiendo?»
Entonces, el silencio lo invade todo unos segundos antes de que un portazo retumbe en toda la casa; dejándome aquí, de pie junto a las escaleras de la inmensa casa de Gael Avallone, con una sensación pesarosa asentándose en mi pecho y mil preguntas rondándome en la cabeza.
«¿Qué es eso que no me estás diciendo, Gael?...» Digo, para mis adentros, pero, por más que trato de estrujarme el cerebro para intentar averiguarlo, no consigo hacerlo. No consigo hacer otra cosa más que quedarme aquí, con la mirada clavada en los escalones descendentes y el corazón hundido por el mal presentimiento que ha comenzado a embargarme.
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