Capítulo 19



No hablo. No me muevo. Me atrevo a decir que ni siquiera respiro.

Estoy tan aturdida y abrumada ahora mismo, que ni siquiera puedo conectar los puntos y espabilar un poco. Ni siquiera puedo procesar correctamente el hecho de que Gael Avallone está aquí, justo delante de mí, luciendo salvaje, aterrador e iracundo.

Mi corazón late con tanta fuerza, que duele; mis manos se sienten temblorosas e inestables, mi garganta se siente seca y un puñado de piedras se ha instalado en mi estómago en cuestión de segundos solo porque su presencia es demasiado abrumadora. Demasiado imponente...

Se siente como si pudiese vomitar en cualquier momento. Como si pudiese salir corriendo de este lugar solo para escapar de ese gesto siniestro y furioso que está tallado en sus facciones, y de la intensidad de su mirada.

Viste un traje negro en su totalidad, pero la corbata ha sido olvidada en algún lado y el primer botón de su camisa se encuentra deshecho. Su cabello —normalmente estilizado a la perfección— luce desordenado; como si hubiese pasado los dedos entre las hebras una y otra vez hasta dejarlo en ese estado; su mirada —por lo regular fría, calculadora y analítica— luce llena de emociones. Llena de enojo. Nublada por el coraje que refleja su gesto.

Luce diez años más viejo. Diez años más joven. Luce tan diferente al hombre al que estoy acostumbrada, que la sola visión de esta fase suya tan extraña, me hace querer desmenuzarlo de pies a cabeza. Me hace querer taladrar en su cerebro para saber qué demonios es lo que está pensando ahora mismo. Para saber por qué, en el jodido infierno, ha decidido venir a aquí en primer lugar.

—¡¿Pero qué carajos...?! —la voz de Alejandro llena mis oídos y, justo en ese momento, algo se acciona en mi cerebro. Algo dentro de mí se enciende y la resolución de lo que está ocurriendo cae y se asienta en mi sistema.

Acto seguido, tiro de mi brazo con violencia para deshacerme del agarre del magnate y doy un paso hacia atrás.

Mi boca se abre para decir algo, pero nada viene a mí. Estoy tan aturdida —tan alcoholizada—, que no sé qué decir. Que no logro hacer que mi lengua conecte con mi cerebro para espetar el millar de cosas que han comenzado a acumularse en mi cabeza.

Alejandro dice algo, pero no soy capaz de escucharlo. No soy capaz de ponerle atención porque estoy demasiado ocupada tratando de ordenarme los pensamientos. Tratando de descifrar al hombre que me mira con una intensidad abrumadora a pocos pasos de distancia...


En ese momento, y sin decir una palabra, Gael da un paso más cerca de mí y se apodera de mi muñeca para tirar de mí.

—¡No! —me las arreglo para articular, en medio de mi confusión; mientras lucho para liberarme de su agarre. Él ni siquiera parece inmutarse, ya que tira de mí con más insistencia, haciéndome dar un par de pasos más cerca de él y más lejos del chico con el que me encontraba en la pista de baile.

—¡Oye! —alguien grita a mis espaldas—. ¡Oye, enfermo! ¡Suéltala!


Gael no responde, pero algo violento y aterrador se dibuja en sus facciones cuando, sin delicadeza alguna, deja ir mi muñeca solo para tomarme por el brazo y empezar a andar a paso apresurado en dirección a la salida del lugar.

—¡Suéltame! —escupo, al tiempo que trato de liberarme de su agarre una vez más, pero, esta vez, la manera en la que me sostiene es tan firme y fuerte, que no logro hacer otra cosa más que retorcerme lastimosamente mientras me arrastra fuera de la pista de baile.

La falta de respuesta de mi cuerpo —anestesiado y aletargado por el alcohol— no ayuda demasiado a mi lucha.

—¡Déjame ir! —chillo—. ¡Gael, suéltame ya!

—¡Oye! —la voz de hace unos instantes resuena una vez más a mis espaldas—. ¡Déjala ir, psicópata!

Gael nos ignora por completo. No hace otra cosa más que seguir avanzando conmigo a cuestas.

Mis piernas, traicioneras y débiles, no hacen más que tratar de seguirle el paso. No hacen más que dar traspiés débiles y torpes, mientras que el mundo empieza a dar vueltas a mi alrededor. Mientras que el alcohol empieza a hacer de las suyas en mi sistema, hasta convertirme en un manojo inestable y tembloroso.

No me había dado cuenta de cuán borracha me encontraba hasta ahora.

—¡¿Qué demonios está mal contigo?! ¡Suéltala! —la voz suena cada vez más cerca—. ¡Te estoy hablando, hijo de puta!

Esta vez, como accionado por un interruptor, Gael detiene su andar apresurado y se gira para encarar a la persona que está confrontándolo.

—¡Hijo de puta y una mierda! —Gael escupe, al tiempo que trato de apartarme sin tener éxito alguno—. ¡Lárgate de aquí si no quieres tener un puto problema real!

—¡No voy a dejar que te la lleves en ese estado! —llegada a este punto, soy capaz de reconocer la voz de Alejandro, quien suena asustado y enojado en partes iguales.

Acto seguido, trato de dar un paso en dirección a mi compañero de cuarto, pero el mareo repentino que me asalta, me hace aferrarme al saco del hombre que tanto daño me ha hecho las últimas semanas para no caer de rodillas al suelo.

Una palabrota sale de mis labios.

—¡¿Y se supone que debo dejar que seas tú el que la lleve en este estado?! —una carcajada cruel y carente de humor escapa de los labios del magnate—. Buen intento, imbécil.

—¡¿Crees que quiero aprovecharme de ella?! —Alejandro espeta, con indignación—. ¡Eres el que trata de sacar provecho de la situación! ¡Y de una vez te lo advierto: Si das un paso más con ella a rastras, voy a llamar a la policía! ¡Estás secuestrándola! ¡Es claro para todos aquí que Tamara no quiere ir contigo!

—¡Me importa una reverenda mierda si quiere venir conmigo o no! ¡No se va a quedar aquí! ¡No se va a quedar con un imbécil como tú! —Gael estalla y el tono violento e iracundo que utiliza me saca de balance por completo.

—Señor Avallone —alguien dice a mis espaldas, y trato, pese a que apenas tengo control de mí misma, de girarme para encarar a quien sea que esté dirigiéndose a Gael—, ha sido suficiente. La chica está pasada de copas.

¡¿Pasada de copas?! —Gael espeta—. ¡Yo estoy pasado de copas! ¡Ella está curtiéndose en alcohol!

—Por eso mismo, señor Avallone, yo le sugiero que...

—No necesito que me sugieras nada, Almaraz —Gael interrumpe al hombre de aspecto preocupado que se ha acercado a nosotros—. Voy a asegurarme de que ningún hijo de puta se aproveche de ella.

—¡Eres tú el que trata de aprovecharse de ella! —Alejandro grita detrás de mí.

—¡CIERRA LA PUÑETERA BOCA DE UNA MALDITA VEZ, IDIOTA! —la voz de Gael truena y yo me encojo sobre mí misma, al tiempo que una náusea violenta provocada por el mareo de mi cuerpo, me asalta.

«¡Haz algo, Tamara! ¡Por el amor de Dios, haz algo!» Grita la voz insidiosa de mi cabeza, pero apenas puedo concentrarme en mantener lo que he consumido dentro de mi cuerpo. Apenas puedo levantar la cabeza para observar cómo Alejandro se encoge ante el tono violento de Gael.

—¡¿Qué demonios está pasando?! —la voz femenina que llena mis oídos en ese momento, es tan familiar, que corro la vista por todo el espacio solo para localizar a la dueña.

Es en ese instante, cuando logro visualizar a Victoria, quien se ha abierto el paso para llegar hasta nosotros.

—¡Dios mío! ¡Tamara! —dice, al tiempo que hace ademán de acercarse; sin embargo, Gael me empuja detrás de él y se interpone entre nosotros.

—Ella se va conmigo —dice, tajante y una punzada de coraje se abre camino entre la bruma provocada por el alcohol.

—¡¿Y tú quién diablos eres?! —mi compañera de cuarto escupe—, ¡apártate de mi camino o voy a llamar a seguridad!

«¡Tamara, maldición! ¡Muévete! ¡Haz algo!»

—Señor Avallone, vámonos de aquí. Ha sido suficiente —dice el hombre que, al parecer, viene acompañando a Gael.

—¿Estás amenazándome? —el magnate sisea en dirección a Victoria, ignorando por completo a su acompañante.

«¡AHORA! ¡MUÉVETE, MALDITA SEA! ¡DETÉN ESTA LOCURA!»

—¡Por supuesto que estoy amenazándote! ¡Aléjate de mi amiga! —Victoria chilla y, justo cuando ella da un paso en la dirección en la que me encuentro, el caos se desata...

Un empujón me hace trastabillar un par de pasos antes de caer al suelo con brusquedad. El impacto es tan doloroso, que un gemido se me escapa y todo el aire escapa de mis pulmones.

Acto seguido, un montón de manos aparecen en mi campo de visión y se apoderan de mis brazos para tratar de tirar de mí y levantarme.

—¡Yo puedo sola! —exclamo, pero nadie parece escucharme—. ¡Déjenme! ¡He dicho que yo puedo hacerlo sola!

El coraje, la impotencia, la vergüenza y la ira se arremolinan dentro de mí en ese momento y trato, desesperadamente, de deshacerme de todo aquel que trata de ayudarme; sin embargo, alguien logra ser más fuerte que yo y, de un jalón firme, me pone de pie a la fuerza.

Es hasta ese momento, cuando mis pies logran plantarse en el suelo, que logro empujar a quien sea que me haya ayudado y doy un par de pasos lejos de todo el mundo.

—Tamara... —alguien trata de alcanzarme, pero me deshago del roce de sus dedos de un movimiento furioso.

—¡No me toques! —escupo, a quien sea que trata de llegar a mí—. ¡Nadie me toque!

Soy plenamente consciente del tono arrastrado y ronco de mi voz, pero a estas alturas no me importa en lo absoluto. Estoy tan furiosa ahora mismo, que no me importa que todo el mundo sepa que estoy borracha.

—¡¿Qué demonios está mal con todos ustedes?! —espeto, al tiempo que trato de enfocar la vista en las personas que me miran con cautela a pocos pasos de distancia de donde me encuentro. Sin embargo, cuando mis ojos se fijan en Gael, todo el coraje reprimido estalla—: ¡Especialmente contigo! ¡¿Qué carajos está mal contigo?! ¡No puedes venir aquí a armar un escándalo! ¡¿Qué clase de chiste crees que soy?! —cito las palabras que alguna vez él utilizó conmigo, y la reacción instantánea que veo en su rostro es tan satisfactoria, que me tomo unos instantes para saborearla.

—Tamara...

—¡Tamara y una puta mierda! —mi voz suena una octava más arriba de lo habitual—. ¡Estoy harta de ti, Gael Avallone! ¡De esta necedad tuya de tratar de controlar todo lo que te rodea! ¡Estoy cansada de que te tomes atribuciones que no te corresponden y de que trates de venir aquí a jugar al caballero de blanca armadura, cuando eres el hijo de puta más grande que he conocido en mi vida!

—Estás muy equivocada si crees que vine aquí en plan salvador. Tú a mí no me interesas en lo absoluto. Vine a hablar contigo porque, claramente, no eres lo suficientemente profesional como para...

Una carcajada histérica se me escapa.

—¡Oh, vete a la mierda! —digo, en medio de las risotadas y luego, con sarcasmo, añado—: Viniste a buscarme a un antro para discutir algo del trabajo —un bufido irónico se me escapa—. Ve a decirle ese cuento a alguien que quiera creértelo —sacudo la cabeza en una negativa furiosa—. Hazte un favor a ti mismo y vete de aquí, Gael. Deja de hacer el maldito ridículo.


Algo denso y salvaje se apodera de la mirada del hombre que tengo enfrente, pero no dice nada. Se limita a mirarme durante un largo momento.

La decepción y el coraje que se han ido acumulando en mi interior durante las últimas semanas, se hacen cada vez más grandes y, de pronto, me encuentro negando con la cabeza una vez más.

No puedo creer que esté haciéndome esto. No puedo creer que piense que puede venir a hacer esta mierda cuando acaba de anunciar su compromiso...

La mandíbula de Gael se tensa y la indecisión se filtra en su mirada. Luce como si estuviese teniendo una batalla interna. Como si, dentro de su cabeza, estuviese llevándose a cabo una batalla campal.


—No voy a irme de aquí sin ti —dice, luego de un largo momento, pero no suena tan determinado como hace unos instantes—. Sin hablar contigo...

Otra risotada corta y amarga se me escapa.

—¿Sobre qué carajos quieres hablar conmigo, Gael? —bufo—. Tú y yo no tenemos absolutamente nada de qué hablar. Lo que tenía qué decirte ya lo dije hace mucho tiempo.

—Yo aún no te he dicho todo lo que quiero decirte, Tamara.

—El problema, Gael, es que a mí ya no me interesa escucharlo. Hace unas semanas, estaba deseosa de oírte. De tener una maldita explicación a toda la mierda por la que me hiciste pasar..., pero ya no. Ya no me importa en lo absoluto.

—Tamara, las cosas no son como tú crees que son.

—¿Y cómo son, Gael? —espeto, cada vez más exasperada. Cada vez más irritada...

—Ven conmigo y te lo explicaré todo.

Una carcajada carente de humor se me escapa.

—¿De verdad pretendes que te siga? ¿Qué vaya tras de ti como si fuera un maldito perro faldero? —espeto.

—Tamara, lo único que te estoy pidiendo, son unos minutos de tu tiempo.

—¿Para qué? ¿Para decirme que no te ha gustado lo que escribí en tu biografía? ¿Para echarme en cara lo mediocre que es mi trabajo?... —lo miro con aprehensión y, sin que pueda evitarlo, un nudo empieza a formarse en mi garganta—. Eso ya me lo has dicho, Gael. Ya lo escuché y ya te dije mi posición al respecto: Si no te gusta, busca a alguien más —en ese momento, le echo una mirada fugaz a mis compañeros de cuarto—. Ahora si me disculpas, tengo mejores cosas que hacer que estar perdiendo mi tiempo contigo.

—Tamara, por favor...

—Felicidades, por el anuncio de tu compromiso —lo interrumpo y, entonces, comienzo a avanzar en dirección a Victoria y Alejandro.


Le agradezco a mis piernas por no fallarme en el trayecto. Le agradezco a mi estómago y al mareo que se ha apoderado de mí, por no dejarme hacer el ridículo cayendo al suelo.

Estoy a punto de llegar a ellos. Estoy a punto de ponerme a la par de mis dos compañeros de cuarto, cuando un par de manos se anclan a mis caderas y tiran de mí con fuerza.

Mi cuerpo golpea contra algo firme y blando al mismo tiempo y, antes de que pueda procesar lo que ocurre, mi cuerpo es girado sobre su propio eje con brusquedad. Acto seguido, mis pies dejan de tocar el suelo y un chillido agudo se me escapa de los labios cuando el mundo entero se pone de cabeza.

Me toma unos instantes darme cuenta de lo que está pasando, pero, cuando descubro que Gael Avallone me ha echado sobre su hombro y se ha echado a andar conmigo a cuestas, empiezo a gritar y a patalear.

Mis manos golpean su espalda con violencia, al tiempo que siento cómo su antebrazo se engancha en la parte trasera de mis rodillas para terminar de afianzarme en mi lugar. Acto seguido, su mano libre me baja el vestido con brusquedad para que mi trasero no quede expuesto y, así, humillándome de otro modo más aterrador que el anterior, comienza a avanzar conmigo a cuestas.

Gritos escandalizados se mezclan con la música que retumba en todo el lugar, pero no logro comprender qué es lo que dicen. No logro entenderles porque mis propios gritos los amortiguan. Porque el magnate se mueve a toda velocidad y no deja que lleguen a mí.


El cambio brusco en el clima, aunado a la disminución del volumen en la música, me hace saber que estamos en la calle.

El frío me eriza la piel de todo el cuerpo cuando una ráfaga de aire helado nos azota y un escalofrío me estremece el cuerpo. A pesar de eso, no dejo de luchar. No dejo de pelear contra el hombre que me carga como si mi cuerpo se tratase de un costal de patatas.

—Señor Avallone, va a meterse en muchos problemas —la voz del hombre que acompaña a Gael suena horrorizada. Escandalizada hasta la mierda.

—Me importa un carajo —Gael gruñe, ignorando por completo el modo en el que grito exigiéndole que me baje—. Trae el auto.

—Pero, señor....

¡Ahora!

Acto seguido, el sonido de unos pasos alejándose a toda velocidad, inundan mis oídos.


No sé cuánto tiempo pasa antes de que alguien grite mi nombre en la lejanía, pero se siente como una eternidad. Para este punto, me mareada y nauseabunda; sin embargo, a pesar de eso, no he dejado de forcejear contra Gael ni un solo minuto.

Una palabrota escapa de los labios del magnate cuando alguien grita algo que no logro entender del todo y, justo en ese momento, el sonido de un coche acercándose a toda velocidad me llena los oídos.

Acto seguido, el sonido se detiene y, luego de unos segundos, soy depositada con brusquedad sobre el cuero de un asiento. Entonces, sin previo aviso, Gael se acomoda justo a mi lado y azota la puerta, encerrándome dentro de un vehículo.

—Vámonos —ordena, en dirección al asiento del conductor, donde el hombre que lo acompañaba, se encuentra ahora.

—¡¿Qué demonios te sucede?! —chillo, al tiempo que el coche arranca y empieza a moverse a toda velocidad. Es hasta ese momento, que el pánico empieza a colarse en mi interior—. ¡¿Estás loco, acaso?!

—¡Sí! —Gael estalla y suena furioso. Exasperado e irritado hasta la mierda—. ¡Estoy loco! ¡Estoy hasta los cojones de puto loco! ¡Ahora, cierra la boca y escúchame! ¡¿De acuerdo?!

El sonido estridente e iracundo de su voz, me hace encogerme en mi lugar. Un escalofrío de puro terror me recorre de pies a cabeza ante la dureza de su expresión y todos los vellos de mi nuca se erizan debido al miedo que empieza a llenarme el cuerpo.

Trago duro.


—Si no me bajas del coche ahora mismo, Gael, te juro por Dios que voy a denunciarte por intento de secuestro —digo, al cabo de un largo rato. Mi voz suena más ronca que nunca. Más aterrorizada que nunca...

—Bien —Gael dice, con la voz inestable por las emociones contenidas—. Será lo justo. Por lo pronto, vas a tener que escucharme, Tamara Herrán.

Niego con la cabeza.

—Nada de lo que digas va a hacerme creer que eres una buena persona —digo, porque es cierto. Porque, a estas alturas del partido, estoy segura de que este hombre es detestable.

—Mi intención no es que creas eso de mí —la mirada que me dedica es tan intensa, que casi me hace apartar la vista... Casi—. No estoy interesado en quedar como un buen hombre ante tus ojos, porque no lo soy, Tamara. Eso métetelo en la cabeza.

—¿Entonces qué es lo que quieres? ¿Con qué maldito objeto haces estas cosas? —sueno cada vez más desesperada. Más enojada...—. Primero me besas, luego te comportas como un verdadero idiota y, después de eso, vienes y haces este tipo de escenas. ¿A qué carajos juegas? ¿Qué es lo que quieres obtener de todo este sinsentido?

La mandíbula del magnate se aprieta.

—Es que no estoy jugando. Es solo que... —se detiene abruptamente.

—¿Es solo que, qué?

—Tamara, las cosas no son como tú crees.

—¿Entonces cómo son? —niego con la cabeza, pero sueno venenosa—. Déjame adivinar: Tu padre te ha obligado a comprometerte con la pobre chica con la que vas a casarte. Te ha amenazado con quitarte todo lo que tienes si no lo haces, y tú, para tenerle contento, has accedido —un bufido irritado se me escapa, pero continúo—: O tal vez, no sea cosa suya todo esto. Tal vez seas tú quien ha decidido casarte con ella porque, seguramente, es hija de algún accionista de Grupo Avallone y te conviene tener ese tipo de relación con ella —la decepción tiñe mi voz—. Sea como sea, Gael, es retorcido. Es horrible. No vas a quitarme eso de la cabeza.

—¡Deja de tratar de hacer asunciones sobre mi persona, maldición! —él escupe—. Ya te lo dije: las cosas no son como crees.

Una risa amarga se me escapa.

—¿Cómo son, Gael? Explícamelo de una vez, para así poder continuar con mi vida —sueno amarga, pero no me interesa—. Dímelo todo, para que así me lleves a casa y toda esta mierda termine.

Los ojos del magnate se tiñen de una emoción desconocida e intensa, pero no dice nada. Se limita a mirarme durante un largo rato.

—De acuerdo —asiente—. Te lo diré todo... Pero en mi casa.

Niego con la cabeza.

—De ninguna manera voy a poner un pie en tu casa —suelto, tajante.

—No estoy preguntándote si quieres o no —Gael responde, con aire severo—. Tiene que ser allá. No hay otro modo.

—No —niego con la cabeza—. Me rehúso completamente. No lo haré.

—Voy a llevarte de todos modos, Tamara —él suelta, pero no suena molesto. Suena más bien... ¿resignado?

Entonces, antes de darme tiempo alguno para responder, le da indicaciones al hombre que viene manejando.



~*~



Nos toma alrededor de cuarenta y cinco minutos atravesar la ciudad para llegar al residencial en el que vive, y, de inmediato, me saca de balance el hecho de que vive en una casa y no en un departamento, como asumí todo este tiempo.

Al pasar la caseta de vigilancia de la entrada, lo primero que noto, es la ostentosidad de todo lo que nos rodea. A pesar de que no hay luz de día, es imposible no notar lo preciosos que están los jardines en el camellón de la calle principal, o los bonitos acabados de las casas inmensas, o los preciosos árboles podados en los jardines de cada una de ellas. Es imposible no notar, tampoco, todos esos pequeños detalles que te hacen saber que mantener una casa en este lugar, es un completo lujo.


El coche de Gael gira un par de veces hasta llegar a una inmensa colina, donde, al fondo, se encuentra una construcción particularmente grande rodeada por árboles estilizados y bien tratados, y repleta de ventanales grandes e imponentes.

Acto seguido, el auto se clava en la entrada de la casa y, entonces, cuando este reduce la velocidad, el inmenso portón del garaje a desnivel se alza para dejarlo pasar.

El vehículo se introduce en la cochera de la casa sin ceremonia alguna y, una vez ahí, la puerta se cierra con lentitud detrás de nosotros; dejándonos aquí, dentro del coche, con todo a nuestro alrededor en penumbra.

Gael abre la puerta y sale del auto. El hombre que venía conduciendo; sin embargo, no se mueve de su lugar. Se limita a mirarme por el espejo retrovisor, en la espera de que yo también baje.

Así, pues, a regañadientes, y tomando la mano de Gael para no tropezar, salgo del vehículo.


El magnate, una vez que me encuentro de pie sobre el suelo de su cochera, se inclina hacia la ventana, en dirección a su acompañante.

—Gracias, Almaraz —le dice, en tono amable—. Puedes ir a casa. Lamento haberte molestado a esta hora.

El hombre niega con la cabeza.

—No se preocupe —dice, y luego de pensarlo, añade—: Señor Avallone, no creo que sea buena idea lo que está haciendo. Si su padre se entera...

—Lo sé —Gael asiente—. No te preocupes por mí. No se enterará. Llévate el coche y mañana lo traes.

Un largo momento de silencio hace que otro destello de nerviosismo me asalte.

—De acuerdo —dice Almaraz—. Llámeme si necesita algo más.

Entonces, sin decir nada más, la puerta de la cochera comienza a abrirse de nuevo y el auto se echa en reversa, encandilándome con la luz de sus faros durante unos segundos, antes de que el portón comience a cerrarse de nuevo.


El silencio se apodera del ambiente luego de eso.

Los pasos de Gael son lo único que parece perturbar la tranquilidad de la espaciosa estancia y, cuando estoy a punto de pedirle que hable de una vez sobre lo que tiene qué hablar, la luz de la estancia se enciende y me ciega durante unos segundos.

No sé cuánto tiempo me toma acostumbrarme a la nueva iluminación, pero, cuando lo hago, lo que veo me deja sin palabras. Lo que veo me saca tanto de balance, que casi podría jurar que entramos a la casa de la persona equivocada...

Giro sobre mi eje con lentitud solo para absorber la imagen que me llena los ojos y sacudo la cabeza en una negativa.

No puedo creer lo que veo. Simplemente, no puedo hacerlo...

—¿Te gustan? —Gael dice. Trata de sonar casual, pero suena más bien nervioso. Vulnerable...

No respondo. Me limito a mirar con asombro la docena de motocicletas aparcadas que llenan casi por completo el garaje del magnate.

De pronto, la imagen que me llena la cabeza es tan atractiva, como irritante. De pronto, no puedo evitar imaginármelo a él, montado en una de estas motocicletas, corriendo a toda velocidad, luciendo tan atractivo como siempre. Tan insoportable como nunca...

Un escalofrío me recorre el cuerpo, pero me las arreglo para encogerme de hombros y encararlo.

—¿Me trajiste aquí para presumirme tu colección de motocicletas o para hablar conmigo? —no quiero sonar como una completa perra... pero lo hago.

Un destello herido se dibuja en el gesto de Gael, pero, en lugar de responderme, hace un gesto en dirección a unas escaleras ascendentes al fondo de la estancia.

Entonces, se echa a andar en su dirección. Yo, luego de unos instantes de duda, lo sigo.

Gael abre la puerta de servicio que da a la cochera de manera metódica y, una vez que nos introducimos en —lo que asumo que es— la casa, enciende la luz más cercana.


Lo primero que me llena la vista cuando las lámparas se encienden, es la impresionante cocina en tonalidades oscuras. Lo primero que me llena la vista, son los muebles de su cocina y de la pulcritud que hay en todos y cada uno de ellos.

Acto seguido, cuando corro los ojos por la estancia, tengo una pequeña mirada del comedor y, muy al fondo, soy capaz de visualizar un poco de la sala. Quiero suponer que de aquel lado se encuentra la entrada principal de la casa. Quiero suponer que de aquel lado, es donde se encuentran los impresionantes ventanales que se apreciaban desde afuera.

Es hasta ese momento, que la resolución del lugar en el que me encuentro cae como balde de agua helada sobre mí. Es hasta ese momento, que la sensación de estar en un lugar en el que no me corresponde estar, me invade por completo.

Es aquí, justo en este lugar, donde me doy cuenta del abismo que separa su mundo del mío. De lo diferentes que son y de lo poco que encajan el uno con el otro...


—Siéntate —la voz de Gael invade mis oídos, y me trae de vuelta al aquí y al ahora.

En ese momento, mis ojos viajan en dirección a donde él se encuentra y, de pronto, me encuentro mirándolo abrirse paso hasta una de las alacenas de su cocina. Yo me quedo quieta durante unos instantes, antes de decidir que necesito sentarme. Antes de decidir que debo darle algo de estabilidad a mis piernas temblorosas.

Así, pues, dudosa y cautelosa, avanzo hasta la isla al centro de la cocina y me siento sobre uno de los banquillos altos. Me aseguro de acomodarme del lado contrario a donde Gael se encuentra, solo porque el espacio entre nosotros me hace sentir un poco más segura de mí misma. Solo porque la isla en medio de nosotros, me hace sentir un poco más a salvo dentro de su territorio.

—¿Y bien?... —digo, con impaciencia.

No dice nada. Se limita a buscar en las gavetas hasta tomar algo de dos de ellas. Luego de eso, se gira sobre sus talones y deja el contenido de sus manos sobre la isla.

Es un vaso para coctel y una botella de whisky.

Acto seguido, y sin ceremonia alguna, Gael abre la botella y vierte parte del contenido ambarino en el vaso, para luego echárselo a la boca de golpe. La alarma se enciende en mi sistema cuando, luego de habérselo bebido todo de una sentada, deja el vaso en la barra y vuelve a llenarlo de whisky.

—Gael... —la advertencia tiñe mi voz, pero no digo nada más. Él, en respuesta, hace un gesto en mi dirección, ofreciéndome un poco. Yo, sin embargo, declino su oferta con una negativa de cabeza que se me antoja aterrorizada.

Él se encoge de hombros y, de nuevo, se bebe el alcohol casi de un trago una vez más.

—Gael, de verdad, quiero irme a casa —sueno impaciente, ansiosa y nerviosa ahora—. ¿Puedes terminar con todo esto ya para que así pueda irme a dormir, por favor?...

Sigue sin hablar conmigo; sin embargo, al escucharme hablar, deja el vaso en la isla y, entonces, se gira sobre sus talones, dándome la espalda.

La confusión se apodera de mi sistema en ese momento, pero no es hasta que lo veo deshacerse del saco que lleva puesto y llevarse las manos al pecho, que la alarma me invade de pies a cabeza.

«¡¿Se está desnudando?!»

—¿Gael? —digo, con la voz entrecortada por la impresión, pero él no dice nada. No hace nada más que continuar con su tarea.

Metódica y lentamente, las manos de Gael bajan por todo su torso y, a pesar de que está dándome la espalda, sé que está desabotonándose la camisa. Sé que está desnudándose aquí, a mitad de su cocina, conmigo como espectadora.

—¡¿Qué demonios...?! —comienzo, pero, en el instante en el que el material ligero de su camisa desciende hasta dejarle la espalda completamente desnuda, enmudezco.

El aliento se me atasca en la garganta; la impresión, la confusión y el asombro total me llenan el cuerpo.

De pronto, me quedo quieta. Muy, muy quieta, mientras trato de absorber la imagen que tengo delante de mí. Mientras trato de absorber el hecho de que la espalda y los brazos de Gael Avallone están cubiertos en tatuajes, y que apenas hay muy pocos espacios de su piel que no están cubiertos en tinta.

Niego con la cabeza.

En ese momento, trato, desesperadamente, de recordar alguna vez haberle visto con la camisa arremangada, pero no logro hacerlo. No logro hacerlo porque la realidad, es que nunca lo he visto así de informal. Nunca lo he visto así de expuesto.

La única vez que lo vi de esa manera, fue en mis pensamientos. La única vez que lo visualicé mostrando más piel que la de sus manos y su rostro, fue en mis fantasías. En mis odiosas —y maravillosas— fantasías.

—Oh, mierda... —suelto, sin poder evitarlo y, justo en ese momento, el hombre delante de mí, me mira por encima del hombro con una intensidad tan salvaje, que me quedo sin aliento. Con una ferocidad tan abrumadora, que me pone a temblar de pies a cabeza.

Se gira sobre sus talones solo para darme una visión —una impresionante visión— de su torso firme y fuerte. En él —en parte de uno de sus pectorales—, apenas hay unos cuantos tatuajes, así que soy capaz de notar las ondulaciones suaves provocadas por el ejercicio que, claramente, hace.

—Hay cosas sobre mi pasado que, si llegasen a ser descubiertas, terminarían con todo lo que tengo, Tamara —dice el hombre delante de mis ojos y, en ese momento, mi vista encuentra la suya.

—¿Qué clase de cosas? —pregunto en voz baja y casi sin aliento.

Él —salvaje, imponente y aterrador— da un paso en mi dirección y luego otro. Entonces, se inclina en la isla, colocando el peso de su cuerpo sobre sus codos flexionados. El olor a alcohol de su aliento me da de lleno en la cara, pero, por alguna extraña razón, no me incomoda en lo absoluto.

—Primero tienes que prometerme que no vas a decirle nada de esto a nadie —dice, con la voz enronquecida y un escalofrío me recorre la espina dorsal.

Asiento, incapaz de confiar en mi voz para hablar.

—Promételo, Tamara —dice y, esta vez, sus ojos ambarinos se clavan en los míos y me miran con aprehensión.

—L-Lo prometo —digo, con la voz inestable.

Él, un poco más satisfecho, asiente y, sin más, se aleja de mí y toma la camisa del suelo para volver a colocarla sobre sus hombros.

Acto seguido, se sienta delante de mí y me mira directo a los ojos antes de empezar a hablar.

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