Capítulo 18




El sonido de la puerta siendo golpeada me saca de mis cavilaciones de manera abrupta, pero me toma unos segundos espabilar y ponerme de pie de mi cama para abrirle a quien sea que está llamando a mi habitación.

En el instante en el que lo hago, la figura esbelta y alta de Victoria aparece en mi campo de visión. Lleva un vestido azul marino que se ciñe a su figura de manera provocativa y una toalla en la cabeza que me hace saber que apenas ha empezado a arreglarse. No hace falta que diga que va a salir. Es obvio que lo hará. No me quedan dudas sobre eso.

—Arréglate que salimos en una hora —dice, sin ceremonia alguna y mi ceño se frunce ligeramente.

—¿Qué?

—Tú y Alejandro van a ir conmigo y mis amigos a La Santa [2]. Alístate, que salimos en una hora —dice, con aire autoritario y una sonrisa incrédula se dibuja en mis labios en ese momento.

—Agradezco la invitación, pero la verdad es que...

—¡No te atrevas a rechazarme, Tamara Herrán! —Victoria me señala de manera amenazadora—. No estoy preguntándote si quieres ir o no. Has pasado las últimas semanas encerrada en estas cuatro paredes escribiendo la biografía del hijo de puta que jugó contigo. Te mereces una noche de diversión. Vamos. Arréglate, que vamos a bailar hasta que los pies nos duelan y vamos a beber hasta que Alejandro tenga que sostenernos el pelo mientras vomitamos.

Niego con la cabeza, pero mi sonrisa no se desvanece.

Lo cierto es que Victoria tiene razón. Las últimas tres semanas de mi vida han sido un completo calvario.

Desde mi reunión con Gael —esa en la que me dijo a gritos que estaba comprometido—, no he podido darle algo de paz a mi mente. Mucho menos al idiota de mi corazón, que sigue empeñado en albergar esperanzas de que voy a recibir otra explicación de lo que pasó cada que voy a verlo a su oficina.

Nuestras reuniones durante estas últimas tres semanas, han sido tan frías y tan impersonales, que he llegado a preguntarme si realmente ocurrió algo entre nosotros. Si de verdad existió un poco de aquello que nos llevó a besarnos de la forma en la que nos besamos...

Mis interacciones con Gael Avallone han pasado a ser un monótono ir y venir de preguntas y respuestas que se me antojan poco interesantes. Se han reducido a un montón de historias sin relevancia acerca de cómo Grupo Avallone fue creciendo desde que él tomó las riendas del emporio de su padre y de cómo es que fue abriéndose paso en los mercados internacionales hasta que llevó a las empresas al punto climático en el que se encuentran.

Deliberadamente, he evitado a toda costa tocar el tema de su vida personal, porque no quiero escuchar nada más sobre su prometida y porque él mismo me pidió, durante nuestra primera reunión, que me limitara a escribir acerca de su éxito financiero. Eso es, precisamente, lo que estoy haciendo. Estoy enfocándome al cien por ciento en lo que tiene que decir sobre su caminata hasta la cima del éxito en el que se encuentra.

Así, pues, con todo esto en mente he comenzado ya con la escritura del primer borrador de la biografía.

Me encantaría decir que estoy conforme con lo que estoy haciendo y que todo lo que he dicho respecto a este hombre me satisface de sobremanera..., pero la verdad es que lo odio. Odio todo lo que he escrito.

Es tan impersonal, tan carente de emociones, que no puedo evitar sentir como si estuviese escribiendo una lista del supermercado. Una línea de tiempo sobre un tema poco interesante.

No hay voz narrativa alguna que haga de la lectura algo interesante, no hay relatos que se me antojen entrañables o que me hagan imaginarme a Gael como alguien humano y real. Alguien fuera de esa imagen fría y distante que le muestra al mundo y, francamente, tampoco estoy dispuesta a tratar de hacer algo al respecto.

Si ese hombre quiere proyectarse ante el mundo como este hombre pragmático que dice ser, adelante. Que lo haga. A mí ya me da igual.

Ahora mismo mi única prioridad, es terminar este proyecto lo más pronto posible. No me importa el resultado final. Mucho menos me importa hacerlo quedar como un hombre calculador y carente de emociones, porque eso es lo que él quiere. Es lo que siempre quiso decir sobre sí mismo.


Esta mañana le envié al señor Bautista el avance de este bimestre. Se supone que todavía me quedaba una semana para que el primer periodo de dos meses estipulado en el contrato, termine; pero decidí enviarle el documento desde ya, porque quiero darle un poco de agilidad a todo esto.

Sé que es basura. Sé que es una redacción que deja mucho que desear y, a pesar de eso, no estoy dispuesta a cambiarla. Me niego rotundamente a hacer algo por ella. No voy a invertirle un tiempo que no se merece.


—En una hora no voy a estar lista —digo, porque es cierto—. Además, soy perfectamente capaz de conseguir mis propias salidas. No tienes que invitarme a ningún lado por lástima.

Victoria rueda los ojos al cielo.

—No te invito por lástima, idiota —sé que trata de sonar indignada, pero no lo hace. Más bien, suena divertida—. Te invito porque la pasé bien contigo y con Alejandro la otra noche.

Es mi turno de rodar los ojos al cielo.

—¿Estás haciendo tanto drama por una noche que no significó nada? —bromeo y ella esboza una mueca cargada de fingida indignación.

En respuesta, me muestra el dedo medio de su mano derecha.

—¿Vas a ir o no? —suelta, con irritación, al tiempo que se cruza de brazos.

Niego con la cabeza.

—No tengo ganas —digo.

—¡Tamara!

—¡Quita esa cara! ¡He dicho que no! —exclamo, al ver el puchero que esboza.

—¡Por favor! ¡Te presentaré a algún chico guapo!

—No necesito que me presentes a nadie —refuto—. Soy perfectamente capaz de conseguir una cita con el hombre que me plazca.

Victoria arquea una ceja.

—Pruébalo.

—No tengo nada que probarte —imito su postura arrogante, cruzándome de brazos y alzando una de mis cejas.

—Cobarde —ella sentencia y, sin que pueda evitarlo, me hiere el orgullo.

—No voy a caer en tu juego —digo, a pesar de las ganas que tengo de probarle que no necesito de la ayuda de nadie para conseguir el número de algún chico.

—¡Tamara, por favor! —dice, al tiempo que hace un mohín y golpea los pies en el suelo un par de veces, cual niña haciendo berrinche.

Un suspiro largo escapa de mis labios en ese momento.

La posibilidad de salir a divertirme un rato luego de los días de mierda que he tenido, es tan tentadora como las ganas que tengo de quedarme encerrada viendo alguna serie en Netflix.

Una parte de mí desea salir de casa y hacer algo diferente a lo que he hecho las últimas semanas, pero otra, simplemente quiere quedarse a hacer nada.

«Solo... ve.» Susurra la voz en mi cabeza, y dudo un poco. «Has pasado todas las vacaciones encerrada aquí. Solo sales a tus citas con el idiota de Avallone y a casa de tus padres porque Fernanda ya está trabajando y no tiene tiempo de nada. ¡Ve, diviértete, un rato y besa a un chico, por el amor de Dios!»

De pronto, la posibilidad de abandonar el apartamento, se siente cada vez más tentadora. Más... atrayente.

«Se tonta por una noche, Tamara. Lo mereces. Lo necesitas...»

Muerdo la parte interna de mi mejilla y observo el gesto suplicante de Victoria.

En ese momento, otro suspiro se me escapa y niego con la cabeza.

—En una hora no estaré lista —digo una vez más.

—Te esperamos el tiempo que necesites —dice mi compañera de cuarto, con una sonrisa radiante dibujada en los labios.

Muerdo mi labio inferior.

—¿Irás? Dime, por favor que si irás... —Victoria me mira con gesto suplicante y ruedo los ojos al cielo.

—Solo porque parece que necesitas de mi presencia para divertirte —bromeo y ella me muestra el dedo medio de su mano derecha.

—Vete al infierno.

—Luego de que tú te vayas de mi habitación y me dejes tomar una ducha —refuto y la veo entornar los ojos en mi dirección.

—Eres irritante, Herrán.

—Gracias —asiento—. Me lo dicen todo el tiempo. Ahora vete, que tengo que tomar una ducha.

Una risa entusiasmada escapa de los labios de la chica frente a mí, pero termina asintiendo.

—Date prisa —dice y le dedico una mirada irritada, pero ella la ignora—. No quiero llegar muy tarde.

—Acabas de decirme que me tomara mi tiempo —sueno exasperada, pero una sonrisa ha comenzado a tirar de las comisuras de mis labios.

Victoria reprime una sonrisa.

—Cambié de opinión —dice, con aire arrogante y juguetón—. Apresúrate.

Entonces, sin darme tiempo de decir nada más, se echa a andar hacia su habitación.



~*~



El club nocturno al que Victoria nos lleva está a reventar.

No cabe una sola alma más y la música electrónica retumba en mi pecho con violencia mientras nos abrimos paso entre la gente para llegar al espacio que, según dijo, reservó uno de sus compañeros de la universidad.

No me sorprendió en lo absoluto que mi compañera de cuarto tuviese influencias y nos dejaran entrar sin siquiera formarnos en la inmensa fila que hay en la entrada. Tampoco me sorprendió verla saludando a algunos de los meseros del lugar.

Victoria es una chica que sale mucho a divertirse. Es una chica que conoce de bares y clubes nocturnos, así que nada de esto me saca de balance. Alejandro, por el contrario, luce más allá de lo asombrado. Es obvio que no esperaba que Victoria fuese así de popular en este tipo de lugares.

De hecho, ahora que lo pienso, Victoria y Alejandro son polos completamente opuestos. Ella es una chica extrovertida, irreverente... Sabe que es guapa y lo utiliza a su favor todo el tiempo. Alejandro, en cambio, es serio y reservado. Incluso, tímido... Es el tipo de chico que puede pasar el día entero jugando videojuegos o estudiando, sin importarle de qué clase de diversión o entretenimiento pueda estar perdiéndose más allá de las cuatro paredes de su habitación.

Mis compañeros de cuarto pertenecen a mundos completamente diferentes y, aquí, mirándolos caminar el uno junto al otro, no puedo evitar pensar que, si no vivieran bajo el mismo techo, no se hablarían jamás. No entablarían nunca una amistad porque son demasiado diferentes. Porque no congeniarían de ninguna manera...


Los amigos de Victoria ya se encuentran instalados en las mesas reservadas cuando llegamos a ellas y nos reciben con una sonrisa cuando nos presenta.

Una vez instalados, no pasan más de cinco minutos antes de que un mesero se acerque a tomar nuestra orden. Yo pido vodka con jugo de piña, Victoria pide un mojito y Alejandro una cerveza.

Entonces, luego de esperar y recibir nuestras bebidas, Victoria se levanta a bailar.

Alejandro y yo nos quedamos en la mesa, al tiempo que bebemos y tratamos de conversar por encima del sonido de la música.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que Victoria vuelva y trate de sacar a bailar al chico con el que estoy, pero este se niega rotundamente a hacerlo y yo no puedo dejar de reír al ver cómo Victoria se enfurruña debido a eso. Cuando nota que no va a poder convencer a Alejandro, se dirige hacia mí y trata de llevarme a la pista a mí también. Yo, sin embargo, aún no estoy lo suficientemente alcoholizada como para que no me importe en lo absoluto mi falta de habilidad para bailar, así que también declino su oferta.

Finalmente, luego de un largo rato de insistencia, se marcha de nuevo y nos deja aquí, el uno junto al otro, con una sonrisa avergonzada pintada en la cara.

Al cabo de un rato, y vodka tras vodka, voy armándome lo suficiente de valor como para acercarme a uno de los amigos de Victoria e intentar conversar con él; sin embargo, cuando me doy cuenta de que es del tipo de hombre que solo habla de las horas que le dedica a su imagen yendo al gimnasio, me aparto y pido otra bebida.


—Estás borracha —Alejandro dice, cuando me termino el contenido del vaso que tengo entre los dedos. El tono divertido y acusador que utiliza me hace esbozar una sonrisa satisfecha.

—No lo estoy —miento —porque en realidad si estoy un poco pasada de copas—, al tiempo que rebusco en mi bolso por mi teléfono solo para ver la hora. Al mirar la pantalla, me encuentro de lleno con el ícono de las llamadas perdidas brillando en la esquina superior izquierda y mi ceño se frunce ligeramente cuando desplazo las notificaciones hacia abajo solo para leer el nombre del señor Bautista junto a ella; sin embargo, a pesar de la confusión momentánea, me obligo a responder—: No todavía.

Una sonrisa se dibuja en sus labios, pero el gesto se me antoja triste. Melancólico...

—Tu no luces muy divertido que digamos —observo, al cabo de unos instantes.

Su sonrisa se ensancha.

—No la paso mal —dice, pero sé que miente—, pero debo admitir que este tipo de lugares no van conmigo.

Es mi turno de sonreír.

—Te entiendo —asiento—. Tampoco van mucho conmigo.

Él hace una mueca irónica.

—No luces como pez fuera del agua, debo decir —masculla y una risita boba se me escapa.

—Trato de adaptarme.

—Yo también lo hago —se defiende—. No tengo éxito, que es otra cosa —niega con la cabeza—. No estoy hecho para la vida social. Cuando vivía en Baja California, era con Dulce con quien salía. Todos los amigos que tenía los conocí gracias a ella y, ahora que terminamos, se siente erróneo buscarlos y frecuentarlos... —hace una pequeña pausa y, al cabo de unos segundos, suelta un bufido—. Y ahora estoy aquí, como un imbécil, recordándola y hablando de ella, cuando debería estar divirtiéndome... Soy patético.

Inmediatamente, mi mano se posa sobre la suya y le doy un apretón para consolarlo.

—No lo eres—le dedico una sonrisa tranquilizadora—. Es parte del proceso. Recordar es parte del duelo, así que no te desesperes. Cuando menos lo esperes, estarás sintiéndote en las nubes por alguien más.

Un suspiro largo escapa de sus labios.

—Eso espero —dice, pero no suena convencido.

—Dale tiempo y date tiempo a ti mismo. Verás cómo las cosas mejoran.

Él asiente, al tiempo que esboza otra sonrisa triste.

En ese momento, justo cuando estoy a punto de hacer un comentario burlesco para aligerar el ambiente, una vibración proveniente del aparato que aún tengo en la mano me hace saltar en mi lugar.

Una carcajada escapa de los labios de Alejandro luego de eso y le dedico una mirada irritada antes de observar el nombre que vibra en la pantalla. Es un mensaje de texto de Fernanda, así que tecleo la contraseña de mi teléfono para abrirlo.

En él, hay una captura de pantalla de un artículo que muestra una fotografía de Gael Avallone y, debajo de ella, hay un mensaje que cita:

«¡¿Comprometido?! ¡¿Te besó y está comprometido?! Dime, por favor, que no sabías nada sobre esto.»

Mi corazón da un vuelco furioso en ese instante y vuelvo a la imagen para abrirla y echarle un vistazo.

El artículo es de hace apenas unas horas y habla acerca del compromiso del magnate. Es básicamente, el anuncio público de este y, a pesar de que ya lo sabía desde hace semanas, leerlo me hace sentir miserable. Me hace sentir como cuando Gael mismo me lo dijo.

«No vayas ahí...» Susurra mi subconsciente y trato, desesperadamente, de escucharlo sin éxito alguno. Trato, de todas las maneras habidas y por haber, de mantener los sentimientos oscuros a raya, sin conseguirlo en lo absoluto...

El teléfono vibra de nuevo y una nueva imagen aparece en mi conversación con Fernanda. En ella, hay una fotografía de una mujer rubia a la que reconozco de inmediato.

«¡Es la mujer de la fotografía del blog que encontraste hace muchísimo tiempo!»

La realización se cuela en mis huesos en ese momento y algo pesado se instala sobre mis hombros. Casi de inmediato, un nudo comienza a formarse en mi garganta y una bola de puros sentimientos me impide respirar correctamente y me atenaza el pecho con violencia.

Me quedo quieta con la vista clavada en el teléfono y el corazón acelerado.

No sé qué responderle. No sé qué decirle a Fernanda porque no quiero hablar de eso. Porque no quiero tener que volver a abrir la brecha que la verdad sobre Gael me hizo en las entrañas...

—¿Estás bien? —La voz de Alejandro me inunda los oídos y logra espabilarme unos instantes; pero, justo cuando estoy a punto de responderle, el teléfono empieza a sonar en mi mano y mi vista cae al aparato una vez más.


El nombre que aparece en la pantalla hace que toda la sangre de mi cuerpo se agolpe a mis pies y mi corazón, abrumado y aterrorizado, se salta un latido antes de reanudar su marcha a una velocidad inhumana.

«Oh, mierda...»

Por unos instantes, considero no responder. Por un largo y tortuoso momento, considero la posibilidad de ignorar la llamada y apagar el teléfono porque soy una cobarde y porque, por ningún motivo, quiero hablar con él...

El aparato deja de sonar y, al cabo de unos segundos, vuelve a hacerlo.

La ansiedad, que se había mantenido a raya los últimos minutos, se detona en mi sistema y lucho con todas mis fuerzas para tratar de pensar claro y decidir qué demonios debo hacer.

—¿Tamara?... —Alejandro insiste, pero yo no puedo dejar de mirar el nombre de Gael Avallone en la pantalla de mi teléfono.


Se siente como una eternidad cuando el aparato deja de sonar, pero el alivio no dura demasiado, ya que vuelve a timbrar por tercera vez.

Una palabrota escapa de mis labios en ese momento y, entonces, luego de otros largos segundos, me armo de valor y presiono la tecla para responder.

Apenas tengo tiempo de poner el aparato en mi oreja, cuando la voz de Gael llena el auricular. Yo, sin embargo, no soy capaz de escucharle una mierda.

¡¿Qué?!... —chillo, al tiempo que me cubro el oído libre para escucharlo mejor.

Gael vuelve a hablar, pero sigo sin escuchar nada debido al sonido atronador de la música.

—No escucho una mierda —medio grito—. Llámeme en cinco minutos.

Entonces, finalizo la llamada.

—¿Todo bien? —la voz de Alejandro me hace mirarlo, pero ya estoy poniéndome de pie—. ¡Hey, Tamara! ¿Qué ocurre?

—Tengo que contestar —digo, a pesar de que realmente no quiero responder la llamada y hago un gesto en dirección a los baños del establecimiento—. Ahora regreso.

Entonces, sin siquiera darle tiempo de responder, me echo a andar a toda velocidad. No es hasta ese momento que me percato de cuán alcoholizada me encuentro; sin embargo, y pese al mareo que apenas me deja moverme, me abro paso lo más rápido que puedo hasta el área de los sanitarios.


No me toma demasiado llegar a mi destino y, justo cuando entro a la espaciosa estancia, el teléfono comienza a sonar en mi mano una vez más.

—¿Sí? —respondo, casi de inmediato.

—¿Dónde estás? — Gael Avallone escupe con violencia.

No me pasa desapercibido el tono furibundo y arrastrado con el que espeta las palabras. Tampoco lo hace el hecho de que ha dejado de hablarme de «usted» una vez más.

¿Perdón?

—¿Dónde coño estás?

En ese momento, un millar de sentimientos oscuros se arremolinan en mi pecho.

«¿Quién demonios cree que es para hablarte así? ¿Con qué derecho se siente de pedirte cuentas cuando acaba de anunciar públicamente su compromiso?» Sisea la voz de mi cabeza y eso no hace más que alimentar la irritación que ha comenzado a invadirme.

—¿Qué le importa? —espeto, envalentonada por el alcohol ingerido e indignada por el tono en el que está hablándome—. ¿Qué diablos quiere?

—Román Bautista acaba de enviarme el remedo de adelanto de biografía que has escrito —escupe, con brusquedad, y la dureza de su tono solo hace que la ira incremente dentro de mí—. ¿Qué demonios fue eso? ¿Crees que ese es un buen texto, Tamara? ¿De verdad crees que voy a aceptar que trabajes de esa manera tan... mediocre?

¿Mediocre? —mi voz suena más aguda de lo normal—. ¡Escribí exactamente lo que usted quería que escribiera! —estoy a punto de perder la compostura. Estoy a punto de estallar—. Algo enfocado cien por ciento a su éxito financiero. Sin sentimentalismos, ni dramatismos, ni ningún detalle acerca de su vida personal. Eso fue lo que me pidió desde el primer día, así que no me venga ahora con que no le gusta.

—Ese texto es basura y lo sabes, Tamara —la manera en la que arrastra las palabras me saca de balance unos segundos, pero no lo suficiente como para aminorar el coraje abrumador que ha comenzado a crecer en mi interior.

«¿Está borracho?» Susurra mi subconsciente, igual de asombrado que yo, pero trato de no escucharlo ahora mismo. Trato de enfocarme en la ira que siento.

—Pues si no le gusta lo que hago, vaya consígase a alguien más. A alguien que le llene completamente y no haga basura como yo.

—Tamara...

—No, señor Avallone —lo interrumpo, cada vez más enojada—. No estoy de humor para atenderlo. No me venga a arruinar la noche, que vine a La Santa a divertirme y a pasarla bien. Ya se lo dije, si no le gusta mi trabajo, es libre de ir a buscar a alguien que si llene sus expectativas. Ahora si me disculpa, tengo mejores cosas que hacer, que estar perdiendo mi tiempo con usted.

—Tamara, no te atrevas a...

—Buenas noches —lo interrumpo y, entonces, finalizo la llamada.

Estoy temblando incontrolablemente. Todo mi cuerpo es un espasmo violento de ira contenida, resentimiento e indignación y, de pronto, en lo único en lo que puedo pensar, es en cómo puedo hacer para vengarme de él. En cómo diablos puedo hacer para que, en mi cabeza, Gael Avallone y yo estemos a mano.

«No hagas una estupidez, Tamara. No te atrevas a...» La vocecilla en mi cabeza comienza, pero ni siquiera le pongo atención.

Me limito a hacerle caso a mis impulsos y salgo del baño sintiéndome más determinada y resuelta que nunca.

Me encamino de vuelta a la mesa donde me encontraba instalada con Alejandro. Acto seguido, y sin saber muy bien qué estoy haciendo, me tomo de un trago largo la bebida que acaba de dejar el mesero para mí. Entonces, luego de que el alcohol me calienta la garganta y envía un escalofrío por mi espina dorsal, envuelvo los dedos alrededor de la muñeca de mi compañero de cuarto y tiro de él.

—Tamara, ¿qué demonios...?

Ni siquiera le permito terminar la oración. No le permito hacer nada más que hacerlo levantarse de su silla y guiar nuestro camino hasta la pista de baile.

No es hasta ese momento, en medio de las luces danzantes y los cuerpos sudorosos que nos rodean, que me doy cuenta de que estoy más borracha de lo que me gustaría; sin embargo, eso ahora no me importa. Lo único que me importa es aprovechar el resto de mi noche al máximo.

Así, pues, con esto en la cabeza, comienzo a moverme al ritmo de la música.

Alejandro dice algo que no logro escuchar, pero lo ignoro por completo mientras que, sin dejar ir su mano, tiro de él y empiezo bailar cerca de su cuerpo. Muy cerca.

—Tamara, yo no sé bailar —Alejandro dice —grita— en mi oído y yo me acerco al suyo en ese momento para responderle.

—Yo tampoco —digo, para luego envolver los brazos alrededor de su cuello y moverme al ritmo de la música.

—Estás loca —dice él, con incredulidad, pero una sonrisa eufórica ha comenzado a dibujarse en sus labios.

Yo correspondo su gesto y, entonces, empezamos a movernos juntos.


No sé cuánto tiempo paso aquí, bailando con Alejandro. Tampoco me importa averiguarlo. De hecho, estoy tan concentrada en el sonido de la música, que ni siquiera miro quién está a nuestro alrededor. Estoy tan concentrada en demostrarme a mí misma que no me ha afectado en lo absoluto lo que Gael me ha hecho, que no pongo atención a nada más que al hecho de que estoy tratando de divertirme. Al hecho de que estoy tratando de seducir a mi compañero de cuarto para tener una especie de venganza, así Gael nunca vaya a enterarse. Así este mano a mano solo sea para mí misma...

Estoy mareada. Aletargada por todo el alcohol que he ingerido y, de todos modos, no quiero detenerme. No puedo hacerlo. Si lo hago, voy a recordar todo lo que pasó entre el magnate y yo y voy a sentirme miserable. Es muy probable que vaya a ponerme a llorar una vez más...


Me arden las plantas de los pies de tanto bailar, el vestido entallado que llevo puesto se eleva de su posición cada pocos minutos y tengo que reacomodarlo constantemente, los cabellos en mi nuca se pegan de manera incómoda en mi cuello y, a pesar de todo eso y de que algo dentro de mí me grita que ha sido suficiente, no me detengo. Me niego a hacerlo...

Me acerco un poco más a Alejandro, quien ya ha colocado sus manos en mis caderas y se mueve al ritmo que impone la música y, presa de un impulso salvaje y vengativo, envuelvo mis dedos en los cabellos de su nuca para atraerlo aún más en mi dirección.

«¡BASTA, TAMARA! ¡NO LO HAGAS! ¡NO LO HAGAS, MALDITA SEA!» Susurra la voz en mi cabeza, pero no puedo detenerme. No quiero...

Me acerco otro poco.

«¡TU NO ERES ASÍ, MALDICIÓN! ¡YA BASTA!»

Dudo y me aparto ligeramente; sin embargo, la parte impulsiva dentro de mí no deja de exigirme que lo haga. Que lo bese de una maldita vez y tenga mi jodida venganza...

Entonces, justo cuando estoy a punto de acercarme de nuevo, una mano se envuelve en mi brazo con fuerza y tira de mí, de modo que un chillido asombrado se me escapa y doy un traspié, antes de recuperar el equilibrio para encarar a la persona que se ha atrevido a ponerme un dedo encima.

En ese instante, toda la sangre de mi cuerpo se agolpa en mis pies. Todo el mundo empieza a perder el enfoque porque Gael Avallone está aquí, justo frente a mis ojos, con los dedos envueltos en mi brazo y expresión salvaje y furibunda.


[2] N/A: La Santa es un club nocturno muy popular en Guadalajara.

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