Capítulo 17




El resto de la reunión con Gael fue una completa tortura.

Estar ahí, en su oficina, fingiendo que nada importaba; fingiendo que lo que dijo no abrió una brecha profunda en mí, fue un martirio total. Un completo calvario.

A pesar de eso, me las arreglé para no lucir amedrentada o afectada en lo absoluto.

No fui capaz de ponerle atención a la mitad de las cosas que dijo, pero traté de mostrarme atenta y fría mientras él, con aire ausente, relataba cosas de su vida que se me antojaron rebuscadas y sin relevancia.

Con todo y eso, me obligué a tomar nota de lo que consideré medianamente importante y, luego, cuando por fin se llegó la hora de marcharme, me obligué a despedirme de la manera más formal y profesional que pude encontrar.

Salí de su oficina con la frente en alto. Con el corazón hecho un manojo de sentimientos, pero con el orgullo alzado como una barrera impenetrable entre Gael y yo.


No recuerdo mucho de mi trayecto a casa. Estuve tan absorta en mis pensamientos todo el camino, que ni siquiera sé cómo hice para llegar hasta la parada del autobús que se encuentra cerca del edificio de Grupo Avallone. Tampoco recuerdo mucho de cómo fue que llegué a la estación del tren ligero en la que suelo abordar para ir a casa. He estado tan ensimismada, que siento que me muevo de manera mecánica. Casi por inercia o por costumbre; mientras que mi mente corre a mil por hora en un universo en el que el magnate es el centro de todo...

Estoy decepcionada. Herida en un modo en el que nunca creí que alguien como Gael Avallone podría herirme y, a pesar de eso, me siento... tranquila.

Por extraño que suene y por bizarro que parezca, me siento aliviada ahora. Liberada de toda esa ansiedad que me había acompañado las últimas dos semanas.

Me siento miserable. Dolida. Abrumada por todo lo que descubrí sobre él... Y, al mismo tiempo, se siente como si hubiesen arrancado un bloque de concreto fuera de mis hombros. Como si toda la tensión acumulada los últimos días, se hubiese fugado con saber la verdad.

Francamente, no sé por qué me sorprendió tanto descubrirlo. Ya había visto venir —desde hace mucho tiempo— la clase de hombre que era. Fue culpa mía el haber creído que era un hombre blando debajo de esa armadura de rectitud que siempre lleva puesta. Fue culpa mía el haber creído que le habían roto el corazón y que por ese motivo se comportaba como un completo hijo de puta.

Supongo que la necesidad que tenía de creer en él, me cegó por completo. Supongo que esa actitud suya de preocupación hacia mí, me hizo idealizarlo de una manera errónea...

Un suspiro se me escapa.

La pesadez que me invade el cuerpo es abrumadora y dolorosa, y quiero golpearme por ser así de estúpida. Por sentirme de este modo cuando se supone que él ni siquiera me importa...


La voz en los intercomunicadores del tren llega a mí en ese momento y aguzo el oído justo a tiempo para escucharla anunciar el nombre de la estación en la que tengo que bajarme. Solo eso es suficiente para sacarme del estado de aturdimiento en el que me encuentro y, acto seguido, me levanto del asiento y me acerco a las puertas para descender del transporte.

Recorro las calles que separan el apeadero del edificio en el que vivo en cuestión de minutos y, cuando menos lo espero, ya me encuentro aquí, afuera del departamento, con las llaves en la mano y el corazón adormecido.

Tomo una inspiración profunda y cierro los ojos unos segundos. Me repito a mí misma una y otra vez que debo dejar de actuar como si me hubiese ocurrido algo horrible, porque no fue así. Porque se supone que él ni siquiera me gusta.

«Pero es que si te gusta...»

Aprieto los ojos y me obligo a inhalar profundo una vez más. Entonces, luego de controlar un poco el torrente de emociones encontradas que me embarga, abro la puerta.

En el momento en el que me introduzco en la estancia, me congelo.

La imagen que se desarrolla delante de mis ojos es tan surreal, como la cantidad de sentimientos que me han aprisionado el pecho desde que salí de las oficinas de Gael Avallone. Es tan extraña y atípica, que tengo que observarla a detalle solo para cerciorarme de que realmente está ocurriendo.

Victoria y Alejandro —los chicos con los que comparto la renta— están ahí, instalados en la mesa del comedor, cada uno con una lata de cerveza en la mano.


—¿Están haciendo un complot en mi contra? —bromeo, para aligerar el ambiente. Para romper con el silencio repentino que se ha creado con mi llegada—. Tratan de echarme del departamento, ¿no es así? Es por eso que se han reunido sin decirme nada.

La sonrisa que se dibuja en los labios de ambos hace que la pequeña punzada de ansiedad que había empezado a invadirme, desaparezca por completo; sin embargo, no me muevo de donde me encuentro. Me limito a mirarlos de hito en hito, en la espera de una respuesta.

—En realidad, estamos brindando —Victoria es quien rompe el silencio y hace un gesto en dirección al refrigerador—. ¿Quieres unírtenos?

Entorno los ojos, pero me introduzco en la estancia y cierro la puerta detrás de mí. Acto seguido, dejo mi bolso sobre uno de los sofás y me encamino hasta la nevera para tomar una cerveza.

No me pasan desapercibidos los cuatro six-packs de cerveza que se encuentran distribuidos de manera uniforme en una de las parrillas superiores del refrigerador.

—¿Por qué estamos brindando? —digo, sentándome junto a Victoria.

—Por las novias infieles a distancia —Alejandro masculla, con una sonrisa amarga pintada en los labios.

—Y por los profesores que te dicen que son solteros, cuando en realidad son casados y tienen tres hijos —Victoria añade, con sorna.

Una sonrisa se desliza en mis labios y niego con la cabeza.

—¿Podemos brindar, también, por los hombres que te besan para luego decirte que están comprometidos? —digo, con ironía y ambos rompen a reír con amargura antes de llevarse las cervezas a la boca. Yo los imito y le doy un trago largo a la que tengo entre los dedos.


—Jodida depresión. Eso es lo único que hay en este departamento —bufa Alejandro, al cabo de unos instantes de silencio.

—Jodida humanidad es lo que hay hoy en día. Ya nadie tiene respeto por nada en este mundo —Victoria suelta, para luego darle otro trago largo a la bebida entre sus dedos.

—¿Se puede saber desde hace cuánto tienen estas sesiones de alcoholismo y depresión? —pregunto, luego de darle otro sorbo a la cerveza.

—Desde hoy —Alejandro dice, al tiempo que acomoda el armazón de sus lentes, los cuales se habían deslizado por el puente de su nariz hasta hacerle lucir casi ridículo.

Victoria asiente.

—Llegué a casa con dos six-packs de cervezas justo a tiempo para escuchar a Alex romper con su novia por teléfono —dice—. Yo, por cierto, acababa de enterarme del matrimonio del imbécil de mi maestro de teatro. Decidimos deprimirnos juntos luego de eso.

—Ni siquiera sabía que tenías novia —digo, en dirección a mi compañero de cuarto.

Un suspiro largo y pesado escapa de sus labios y, entonces, empieza a contarme sobre esta relación que mantuvo con una chica de su ciudad natal. Me cuenta, también, sobre cómo decidieron seguir con su relación a distancia cuando se vino a estudiar a Guadalajara y sobre cómo todo estuvo bien los primeros semestres que él estuvo aquí.

No le tomó mucho tiempo llegar a la parte en la que ella empezó a evadirlo. A comportarse diferente...

Al parecer, ayer por la noche, su ahora exnovia subió una fotografía de ella misma, en brazos de otro chico.

Alejandro, al confrontarla, se enteró de que había estado viendo a este otro chico desde hace ya casi un mes. Por supuesto, luego de eso, terminaron.

—Tuvo el descaro de decirme que trató de contármelo, pero que nunca pudo hacerlo por mi falta de tiempo. Por mi falta de atención hacia ella —dice Alejandro, para luego bufar con irritación—. ¡No hacía nada más que hablarle cuando podía mientras estaba clases, para luego correr a casa y hacer videollamadas con ella! —sacude la cabeza en una negativa furiosa—. Le dediqué más tiempo del que realmente tenía... y, de todos modos, tuvo el descaro de decir que fui yo el culpable de su maldita infidelidad. De su maldita falta de compromiso.

Se hace el silencio.


—Es una perra —Victoria sentencia, al cabo de un largo rato de silencio y eso solo hace que Alejandro y yo soltemos una carcajada.

Acto seguido, el chico sentado frente a mí se levanta por otra cerveza y me trae una porque me ha visto juguetear con la lata de la que acabo de terminarme.


—¿Qué me dices de ti? —miro a Victoria, luego de beber en silencio otros instantes.

Para este punto, ya tiene los ojos nublados por el alcohol.

La chica suelta una carcajada amarga luego de mi comentario y, entonces, se enfrasca en este relato acerca de cómo uno de sus profesores de teatro comenzó a coquetear con ella. De cómo fue que, poco a poco, fue envolviéndola. Enamorándola... Y de cómo, luego de un par de meses de promesas, ilusiones y sexo, recibió una llamada de una mujer histérica que la llamaba zorra. De una mujer destrozada, madre de tres pequeños, que acababa de enterarse de que su marido, un profesor de teatro de la Universidad de Guadalajara, le engañaba con una de sus estudiantes.

Luego de eso, nos habla acerca de cómo enfrentó al imbécil ese, solo para descubrir que es un cobarde de mierda incapaz de decir la verdad, aún cuando lo hayan encontrado con las manos en la masa...

Para cuando termina de hablar, está llorando; sin embargo, cuando Alejandro trata de consolarla, ella le retira diciendo que no lo necesita. Que llora del coraje y la impotencia; no de la tristeza.

Así, pues, luego de escucharla contarnos acerca de cómo le llamó a la mujer de su profesor para disculparse con ella, nos quedamos en silencio otro largo rato luego.


—¿Qué hay de ti, Tamara? —dice Alejandro, luego de lo que se siente como una eternidad, y, mi vista, la cual estaba clavada en la mesa, se alza de golpe.

—¿A qué te refieres? —digo, fingiendo demencia.

Él rueda los ojos al cielo.

—No puedes venir a escuchar nuestros dramas amorosos sin contar el tuyo también. Háblanos sobre ese hijo de puta. Vamos.

Una sonrisa amarga se dibuja en los labios y sacudo la cabeza en una negativa.

—Ni siquiera vale la pena mencionarlo —digo, porque es cierto. Porque Gael Avallone no merece la pena en lo absoluto.

—¡Oh, vamos! —Victoria interviene—. No puedes venir aquí a brindar por un tipo y luego decir que no vale la pena. Algo debió haber pasado con él para que te nos hayas unido en depresión.

Una pequeña risa se me escapa.

—El problema es que nunca hubo «algo» —me encojo de hombros, sin dejar de sonreír. Sin dejar de sentirme patética por la revolución emocional que llevo dentro—. No hubo nada. Ni siquiera un inicio. Mucho menos un cierre —niego con la cabeza—. Estoy empezando a creer que todo lo que creí que pasó, fue producto de mi imaginación.

—Admites, entonces, que si hay alguien —Alejandro inquiere, al tiempo que entorna los ojos en mi dirección.

En ese momento, Victoria se pone de pie.

—Espera un segundo —dice—. Necesitamos otra cerveza si vamos a empezar a hablar de hijos de puta incapaces de comprometerse. Esos son los peores.

Acto seguido, la observo avanzar hasta el refrigerador, abrirlo y volver con tres cervezas más. Luego de eso, nos ofrece una a Alejandro y a mí y se acomoda de nuevo en su lugar.

—Ahora sí —dice, al tiempo que abre la bebida—. Cuéntanoslo todo.

Alejandro la imita y le da un trago largo a la lata que tiene entre los dedos. Yo, sin embargo, me quedo con la lata entre los dedos, sin siquiera destaparla durante un largo rato antes de decidirme a abrirla y beber un trago.

Entonces, luego de hacer una mueca asqueada por el regusto amargo que me queda en la boca, empiezo a hablar.


Les cuento todo. Absolutamente todo.

Desde el momento en el que lo conocí, hasta la forma en la que me besó y cómo terminó confesándome que era un hombre comprometido. Les hablo de detalles. De la manera en la que poco a poco empezó a abrirse paso en mi vida. De las intensas conversaciones, de lo que hizo para mantenerme dentro del proyecto de su biografía; del coqueteo... Les hablo de la manera en la que me consoló en su oficina durante una de mis crisis nerviosas y de cómo me trajo a casa luego de eso. Les cuento acerca de cómo fue a dar al bar en el que estaba con mis amigos y la forma en la que golpeó a Rodrigo por defenderme. Hablo, también, sobre nuestra fatídica cita y de cómo terminó todo aquello. De la manera en la que intenté confrontarlo sin éxito alguno la semana pasada y de cómo, luego de esa llamada misteriosa, su actitud hacia conmigo cambió por completo.

Se los digo todo y, cuando termino de hablar, me siento más ridícula que nunca. Más idiota de lo que jamás me sentí, porque no es hasta ese momento, que me percato de la importancia que le di a todos nuestros insignificantes incidentes. Del significado que tuvieron en mí.

No es hasta ese momento, que me percato de todas las pequeñas ilusiones que habían empezado a formarse en mi interior y de lo mucho que me dolió enterarme de la verdad...


—Hay algo que no entiendo... —Victoria habla, una vez que he terminado con mi relato. Mi vista se posa en ella. Para ese punto, lleva el entrecejo fruncido y una mueca inconforme en la boca—. ¿Por qué, si estaba comprometido, permitió que las fotografías contigo en el McDonald's fueran publicadas? ¿Por qué, si estaba comprometido en ese entonces, dejó que la prensa hiciera de las suyas solo para retenerte?

En ese momento, la resolución cae sobre mí como balde de agua helada. En ese momento, las palabras de Victoria se asientan en mi cerebro y me cambian la perspectiva por completo.

No lo había pensado de esa manera. Estaba tan abrumada por los más recientes sucesos, que no me había detenido a analizar un segundo la situación.

—Ese de ahí es un buen punto —dice Alejandro, en acuerdo—. Yo, estando en sus zapatos, no arriesgaría mi compromiso solo por hacer que una chica cualquiera escribiera mi biografía.

—Es estúpido pensar que se jugó tanto solo por un libro que pudo haber escrito cualquiera —Victoria asiente.

—Ese hombre miente, Tamara —Alejandro insiste.

—Casi puedo apostar a que no estaba comprometido en ese entonces —Victoria dice en acuerdo—. También, dudo mucho que lo haya estado cuando lo encontraste follando con su secretaria o cuando te besó. Si realmente estaba comprometido y le preocupaba tanto el hecho de que tú lo encontraste con su secretaria, no te habría besado en un lugar así de público. Se habría escondido para hacerlo y...

—No lo hizo —musito, abrumada y aturdida ante las nuevas revelaciones.

—Exacto —Alejandro asiente—. Además, ¿qué no se supone que te dijo que no quería casarse? ¿Qué no te digo, incluso, que él no tiene nada serio con ninguna mujer? —niega con la cabeza—. Aquí no hay más que dos opciones: o el tipo está mintiéndote y no está comprometido, o su compromiso es reciente. Muy reciente.

—De la llamada a acá... —murmuro, al tiempo que trato de procesar toda la información.

—Podría tratarse de un matrimonio arreglado —Victoria sugiere.

—Lo dudo mucho —sacudo la cabeza en una negativa—. Gael se jacta de no actuar bajo los mandatos de su padre. No creo que un matrimonio orquestado sea algo a lo que él accedería.

—¿Un matrimonio por compromiso, quizás? —Alejandro pregunta.

—¿Por compromiso? —Victoria bufa.

—Podría suceder —dice Alejandro, tratando de defender su argumento—. No lo conocemos. Hasta donde sabemos, el tipo podría ser un hombre interesado. Podría querer casarse con alguien proveniente de alguna familia rica, solo por el dinero que ese matrimonio pudiera añadir a su fortuna. La gente adinerada es bastante ambiciosa. Nunca tienen suficiente.

—No me convence tu teoría —mi compañera de cuarto refuta—. Siento que hay algo más allá de un simple matrimonio por compromiso...

—Sea como sea —es mi turno para hablar—, cualquiera de las opciones suena horrible. Tanto si su matrimonio es arreglado, como si es por interés, suena como algo muy bajo y desleal... ¿Quién nos dice que la mujer con la que va a casarse no está enamorada? ¿Quién nos dice que Gael no está jugando con ella? —niego una vez más—. Definitivamente, no quiero involucrarme en algo como eso. No quiero terminar en medio de una relación, ya sea por conveniencia o por amor verdadero.


El silencio que le sigue a mis palabras es largo y tirante, pero no es incómodo en lo absoluto. Se siente, más bien, como si los tres estuviésemos tratando de digerir lo que acabamos de hablar. Como si tratásemos de llenar los huecos vacíos en mi historia, para así entender un poco mejor la situación. Entender un poco mejor el comportamiento del magnate...

—¿Qué es lo que vas a hacer, entonces? —Alejandro es el primero en hablar.

—¿Respecto a qué? —inquiero.

—A la biografía que tienes que escribir —dice—. ¿Vas a renunciar a ella?

Un suspiro largo se escapa de mis labios.

—No puedo renunciar —digo, en voz baja e inestable—. Firmé un contrato que podría joderme por completo si lo hago. El único modo que tengo de librarme de todo esto, es escribiendo la biografía o haciendo que Gael ya no quiera que yo la escriba...

—¿Entonces planeas hacerle la vida imposible para que desista de tus servicios? —Victoria interviene.

Sacudo la cabeza en una negativa.

—Ni siquiera tengo la energía para eso, ¿sabes?... Francamente, no le veo caso alguno a intentar hacerlo caer en un juego que bien podría terminar jugando yo si no logro manejarlo de manera adecuada.

—¿Vas a escribir la biografía, entonces? —mi compañera de cuarto suena preocupada.

Asiento.

—Lo haré lo más pronto que pueda. Mientras más rápido termine, mejor —digo—. Ya ni siquiera voy a empeñarme en hacer bien mi trabajo. Si el hombre no quiere hablar sobre su vida personal, por mí mejor. Escribiré el libro más aburrido de la historia, diré lo que él quiera que diga y saldré de esta situación de mierda lo más pronto posible.

Alejandro no luce convencido con mi declaración.

—Tamara, ¿estás segura de eso? —Alejandro es quien habla ahora—. Si sigues con este circo, vas a tener que enfrentarlo. Vas a tener que verlo seguido y...

—¿Qué otra cosa puedo hacer? —lo interrumpo—. Definitivamente, no tengo el dinero suficiente como para pagar la penalización por la recisión del contrato que firmé. Mi familia mucho menos. No puedo darme el lujo de desertar así como así y tampoco voy a huir de él. Si escapo... Si salgo corriendo, él gana. Él es quien queda como el rompecorazones. No puedo darle el privilegio de saber que me ha herido de alguna u otra manera. No quiero dárselo.

Un suspiro largo escapa de los labios de Victoria.

—Va a ser una tortura para ti —dice—. ¿Estás dispuesta a soportarla?

Me encojo de hombros, en un gesto que pretendo que sea despreocupado, pero que en realidad luce aterrado.

—No tengo otra opción —digo, porque es cierto.

—No cabe duda de que tienes unas bolas inmensas. No sé si yo podría hacer algo así —Alejandro dice, con incredulidad.

«Ovarios» —Victoria interviene.

¿Qué? —mi compañero de cuarto frunce el ceño, en confusión.

—Las mujeres tenemos «ovarios» —dice ella y una sonrisa se desliza en mis labios.

Alejandro rueda los ojos al cielo.

¡Dios! Entendiste lo que quise decir, ¿no es así? —masculla, con irritación y eso solo consigue que mi sonrisa se ensanche, y que el gesto suficiente de Victoria se tiña de socarronería.

—Tamara... —Victoria se dirige hacia mí, ignorando por completo el gesto enfurruñado de Alejandro.

—¿Sí?

—No sé qué tanto daño vaya a hacerte mi comentario, pero quiero que sepas que estoy muy contenta de tu decisión —dice—. Estoy muy contenta de que no vayas a dejar que ese hombre te arruine, ni te detenga de hacer nada.

Mi sonrisa no desaparece de mi rostro, pero una punzada de dolor me atraviesa el pecho. A pesar, de eso, me las arreglo para encogerme de hombros de manera despreocupada.

—Tampoco es como si estuviese enamorada —digo, pero la punzada no desaparece—. No es el primer hombre que me atrae y tampoco será el último.

La sonrisa de Victoria es radiante ahora.

—Entonces, demuéstrale que no tiene poder alguno sobre ti —me alienta—, y hazle sufrir un infierno si trata de volver a acercarse.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top