Capítulo 12
Fernanda dice algo, pero no logro escucharla a través del barullo en el que está envuelto el bar en el que nos encontramos. Ella parece notar que no he sido capaz de oír lo que ha dicho y, acto seguido, se inclina hacia mí una vez más y habla de nuevo.
—¡No te oigo una mierda! —grito en su dirección cuando, por segunda vez, no soy capaz de escuchar nada.
Mi amiga rueda los ojos al cielo y sacude la cabeza en una negativa; sin embargo, no hace nada por intentar volver a hablarme. Se limita a acomodarse en su asiento para mirar a Omar, el bajista de la banda que toca al fondo del establecimiento en el que nos encontramos.
Hace mucho tiempo que mi mejor amiga está enamorada de él. Tanto, que ya ni siquiera recuerdo haberla escuchado hablar de nadie más.
Una pequeña sonrisa se desliza en mis labios cuando recuerdo aquella ocasión en la que me hizo recorrer todo Chapultepec solo para averiguar el bar en el que su banda tocaba, y se ensancha un poco más cuando recuerdo que, una vez que lo encontramos, no hizo nada por acercase a hablarle. Al contrario, se escondió dentro del baño y no salió de ahí hasta que le aseguré una y mil veces que él y sus amigos se habían marchado.
Ha progresado mucho desde entonces. Ahora él sabe de su existencia y la invita seguido a verlo tocar. Tengo entendido que tienen conversaciones largas por redes sociales y, si no fuese porque ella me ha prohibido hablarle, ya habría averiguado si el tipo está interesado en ella también. No me cabe la menor duda de que es así. El tipo no deja de enviarle textos a todas horas y hacer más que obvio su interés por mi amiga. Sin embargo, y pese a todas las señales que se lanzan el uno al otro, ninguno de los dos ha intentado dar el siguiente paso.
Fernanda es muy dada a la timidez cuando de chicos se trata y él, aparentemente, también es un tanto inseguro al respecto. Yo, a pesar de que me he visto tentada muchas veces a meter mi cuchara donde no me llaman, he tratado de respetar el ritmo que llevan. Solo espero que pronto se dignen a llevarlo al siguiente nivel.
La canción de Maná que la banda interpretaba, termina, y, es en ese momento, cuando aprovecho para llamar la atención de mi amiga, quien no deja de mirar a Omar con gesto soñador. Ella no parece notarme al principio, pero, cuando lo hace, se inclina hacia mí para hablarme —gritarme— al oído.
—¿Estás bien? —dice y se aparta para echarme una ojeada.
Mi ceño se frunce en confusión.
—¿Por qué lo preguntas? —grito de vuelta.
—Te noto... extraña —dice, con gesto preocupado.
En ese momento, mi rostro rompe en una sonrisa solo porque no puedo creer lo bien que me conoce. Lo bien que puede intuir que algo no va como debería, aún cuando ese algo sea tan insignificante como un rechazo por parte de un hombre que ni siquiera me agrada.
—No pasa nada —digo, al tiempo que le guiño un ojo.
Fernanda no luce convencida.
—¿Estás segura? —pregunta—. ¿Pasó algo con aquel hombre que te atormenta cada que lo miras?
—¿Con Gael? —bufo, mientras ruedo los ojos al cielo—. Para nada. Te digo que estoy bien.
—¿De cuándo a acá le llamas por su nombre de pila? —una ceja es alzada, en un gesto inquisidor—. Además, te conozco —me acusa—. Sabes que no puedes mentirme sin que lo note.
Un gesto cargado de fingido fastidio se apodera de mi rostro.
—Le llamo por su nombre porque..., bueno..., no es tan viejo —me excuso. Sé, de antemano, que acabo de dar la justificación más pobre de todas; así que, para evitar que ella insista en el tema, añado—: Respecto a lo otro, deja de agobiarte. Ya te dije que todo está bien.
Mi amiga no luce satisfecha con mi respuesta.
—Gael Avallone no es un hombre viejo y lo sabes —ataja—. También sabes que algo ocurre y que no quieres decírmelo, pero, de acuerdo. Por esta noche lo voy a dejar pasar. No dudes ni un poco que vamos a hablar de eso que te trae de un humor extraño, pero, por hoy, voy a dejarlo estar.
Ruedo los ojos al cielo.
—¡No hay nada de qué hablar, por el amor de Dios! —exclamo, con dramatismo.
—Haré como que te creo —dice, con condescendencia—. Ahora, si me disculpas, tengo otro par de cervezas que tomarme para armarme del valor que necesito para acercarme a Omar.
En el momento en el que termina de hablar, la música lo invade todo de nuevo y, esta vez, es una canción de Enanitos Verdes la que inunda todo el bar.
Saúl, uno de mis compañeros de curso, se ha instalado en la silla alta que se encuentra junto a la mía, así que no le cuesta mucho trabajo envolver un brazo alrededor de mis hombros para tirar de mí y cantar a todo pulmón.
El olor a perfume y alcohol que emana es abrumador, pero no es desagradable, así que, sin más, comienzo a cantar con él.
Ruth, otra de mis amigas de la universidad, menea la cabeza al ritmo de la música, al tiempo que llama al mesero para ordenar otra bebida. Yo aprovecho, también, para encargar otra piña colada sin alcohol y en ese instante, todos mis acompañantes —ocho adultos jóvenes, alcoholizados y eufóricos por la intensidad de la música— comienzan a gritar y a abuchearme por pedir algo así.
Mi única respuesta a su burla, es la seña obscena creada por los dedos medios de mis manos y eso solo hace que rompan a reír a carcajadas.
Canción tras canción, el tiempo pasa.
La música —exultante, enérgica y vivaz— retumba en cada rincón del establecimiento, mis amigos alcoholizados y desinhibidos corean las canciones que Los Hijos de la Victoria —la banda de rock al fondo del lugar—, tocan; el olor a alcohol, cigarrillos y humanidad no hace más que acentuar el ambiente relajado en el que todo el bar se ha envuelto y, aquí, en medio del caos y de la adrenalina, me siento un poco mejor. Un poco menos humillada por lo ocurrido esta tarde y un poco más como yo misma.
No sé cuánto tiempo pasa antes de que me atreva a pedir una cerveza. Tampoco sé cuánto tiempo pasa antes de que pida una más. La tercera, me la tomo casi como agua, pero sé que he llegado a mi límite. No voy a tomar una sola gota más. No voy a alcoholizarme porque, si lo hago, sé que la voy a pasar mal. Siempre que lo hago, la paso muy —muy— mal...
El segundo set de canciones de la banda ha terminado, así que Fernanda está aquí, angustiada ante la idea de levantarse a saludar al chico que la invitó a venir en primer lugar, pero horrorizada ante el pensamiento de ni siquiera hacer el esfuerzo de tratar de conversar con él.
Todas las chicas, las cuales nos hemos apiñonado a su alrededor, hemos pasado los últimos diez minutos tratando de convencerla de acercarse; sin embargo, no hemos tenido éxito alguno. Mi amiga parece estar empeñada en quedarse aquí, mirándolo a la distancia, mientras que otras tres chicas que no conocemos, lo abordan y le sonríen como si tratasen de conseguir meterse en su cama todas al mismo tiempo.
—María Fernanda Martínez Padilla —digo, con toda la severidad que puedo imprimir en la voz—, basta ya. Vas a ponerte de pie y vas a ir a enseñarle a esas zorras quién carajo es quien manda aquí.
—¿Cómo sabes que son unas zorras? —mi amiga ataja, con nerviosismo—. ¿Qué si son chicas lindas, guapas, inteligentes...?
Ruedo los ojos al cielo.
—¡No lo son! ¡Tú eres más linda, guapa e inteligente, así que levanta tu culo de esa silla y ve a hablarle!
—¡Él debería venir a hablarme a mí! —Fernanda se queja—. ¡Él me invitó! ¡¿Por qué no ha venido?!
—Fernanda tiene un punto ahí —Ruth, una de las compañeras con las que venimos, dice y le dedico una mirada cargada de frustración.
—¿Qué si él ni siquiera sabe que estás aquí? —refuto—. ¿Qué si ni siquiera te ha visto? El bar está a reventar. No nos hemos levantado de la mesa en toda la noche. Es imposible que te haya visto. Ve, hazle saber que estás aquí y vuelves a sentarte a esperar a que él haga lo suyo.
Fernanda se muerde el labio inferior.
—¿Y si me trata como si no me conociera? —suena temerosa. Asustada...
Ruedo los ojos al cielo.
—Hemos comprobado una y mil veces que el tipo no es un imbécil —digo—. Es distraído, pero no es un idiota. Si te invitó aquí, fue por algo; así que ve, salúdalo y no te quedes con las malditas ganas de hablarle.
Ella asiente.
—De acuerdo —dice, pero no suena convencida—. Iré.
No se mueve ni un milímetro de su lugar.
—Ve, entonces —la aliento, al tiempo que asiento en dirección a Omar.
—Ya voy —dice, pero sigue sin moverse.
—¡Fernanda! —la reprimo.
—¡Ya voy! —mi amiga chilla, al tiempo que se levanta de la mesa—, ¡Jesús! ¡Ni mi madre me grita así!
Una carcajada se escapa de mis labios en ese momento y ella me regala una seña obscena con el dedo medio antes de girarse sobre sus talones y encaminarse con torpeza en dirección a Omar.
La vista de todas las chicas en la mesa está fija en Fernanda y sé que, internamente, todas estamos rogándole al cielo que el tipo no vaya a comportarse como un verdadero hijo de puta.
Mi amiga se acerca, se queda de pie a pocos pasos de distancia del chico en cuestión y esboza una sonrisa que se me antoja aterrorizada. En ese momento, él sonríe radiante y se acerca a ella para envolverla en un abrazo que, desde el punto en el que me encuentro, luce muy efusivo.
En ese momento, la victoria canta en mi sistema y sonrío yo también.
Estoy a punto de hacer un comentario respecto a cuánta razón que tenía al decir que el tipo no es un imbécil, cuando la voz entusiasmada y eufórica de Susana, otra de las chicas con las que vine al bar, llega a mis oídos.
—¿Ya vieron al tipo sexy que se encuentra en la barra? —dice y toda mi vista se posa en ella casi al instante.
Se ha acomodado en el espacio en el que Fernanda se encontraba hace unos segundos, y mira con entusiasmo a un punto a mis espaldas. Los ojos de Ruth y su hermana, Cinthia, viajan a toda velocidad hasta el mismo lugar donde Susana mantiene fijos los ojos y, acto seguido, la emoción tiñe su rostro.
—¡Santa madre de los hombres sensuales! —Ruth deja escapar en un susurro asombrado y la curiosidad se instala en mi pecho; así que, presa de la curiosidad y con todo el disimulo que puedo imprimir ahora mismo, giro mi cuerpo y miro hacia la barra.
En ese momento, toda la sangre de mi cuerpo se agolpa en mis pies.
—Oh, mierda... —las palabras escapan de mi boca sin que pueda evitarlo y, sin más, mi corazón se acelera.
Algo dentro de mi pecho se revuelve con violencia y, de pronto, lo único que puedo hacer, es mirar al hombre que se encuentra sentado a varios metros de distancia y que desentona por completo con este lugar.
Gael Avallone está ahí, con el cuerpo inclinado hacia adelante contra la superficie de madera, y su impresionante y cincelado perfil, mirando hacia un punto al fondo del bar.
Se ha quitado el saco que llevaba puesto para nuestra reunión y ahora solo viste una camisa de botones blanca y el pantalón azul marino que venía en conjunto con la americana de su traje. Su cabello —que por lo regular siempre está estilizado a la perfección— se ve descuidado. Como si se hubiese pasado los dedos una y otra vez, hasta hacer que su textura natural volviera.
Luce joven, fresco... Atractivo hasta la mierda y, de pronto, me encuentro aquí, mirándole como una idiota. Mirándole como si nadie más en el mundo existiera en este momento.
«¿Qué está haciendo aquí?»
—¡Lo pido para mí! —dice alguien a mis espaldas y antes de que pueda procesarlo, soy capaz de mirar como Ruth, con su precioso cabello rizado, ese corto vestido negro y esa hermosa piel morena, se abre paso hasta la barra y se coloca justo junto a Gael.
Algo se enciende en mi sistema en ese momento y ruge con violencia, pero trato, desesperadamente, de contenerlo. Trato, con todas mis fuerzas, de no hacer nada más que apretar los dientes.
Ruth le dice algo, pero a Gael le toma unos instantes espabilar y dedicarle una mirada. Cuando lo hace, no me pasa desapercibida la sonrisa amplia y coqueta que mi compañera de clase le dedica.
El hombre sentado en el banquillo alto parpadea un par de veces antes de responderle algo que no logro escuchar debido a la distancia a la que me encuentro. La sonrisa de Ruth se ensancha casi al instante, pero esto no provoca nada en Gael. Por el contrario, lo único que consigue es que la expresión del magnate se torne indiferente. Inescrutable...
«¡Tamara, deja de mirar, por el amor de Dios! ¡¿Qué carajo te sucede?!» Grita mi subconsciente, pero sigo sin poder apartar la vista de la escena que se desarrolla justo delante de mis ojos.
—Va a rechazarla —dice Susana a mis espaldas.
—Por supuesto que va a rechazarla —Cinthia habla—, él está muy por encima de su liga. Es obvio que el tipo está acostumbrado a tratar con otro tipo de mujeres.
—¿Qué no supone que tu hermana tenía novio, Cinthia? —Saúl, uno de nuestros compañeros de curso, interviene.
—Ella le pidió un tiempo —Cinthia defiende—. Es libre de coquetear con quien le plazca si están en un tiempo.
—Estoy seguro de que así no es como funcionan los tiempos —Saúl insiste—. Rodrigo va a estar muy enojado cuando se entere.
—Rodrigo no tiene por qué enterarse de nada —el filo venenoso y enojado en la voz de Cinthia hace que mi atención se vuelque hacia ella.
Inmediatamente, soy capaz de notar el gesto cargado de advertencia que la chica le dedica a mi amigo, y eso no hace más que incrementar la punzada de irritación que ha comenzado a invadirme.
Cinthia y Ruth siempre han sido así. Se defienden y se cuidan la una a la otra a capa y espada; aún cuando alguna de las dos esté actuando como una completa idiota. Supongo que ser mellizas las hace tener un vínculo diferente a la que tenemos las hermanas ordinarias.
Lo cierto es que conozco muy poco a Rodrigo y no sabría decir qué clase de persona creo que es. El chico va al mismo campus universitario que nosotros, pero estudia otra carrera. Periodismo, me parece...
Tengo entendido que él y Ruth empezaron a salir cuando ambos estaban en la preparatoria y que la relación que llevan desde entonces, es una bastante tóxica. Ella no habla mucho al respecto, pero se nota a leguas que no está del todo conforme con el tipo de romance que lleva.
Tengo entendido, también, que Rodrigo y Saúl se conocen desde niños y que son muy buenos amigos, así que no me sorprende en lo absoluto la reacción de mi compañero de clases.
—Sí sabes que Rodrigo es uno de mis mejores amigos, ¿no es así? —Saúl sonríe, pero el gesto no toca sus ojos.
—Ya te lo dije —Cinthia trata de sonar despreocupada—: Tu amigo y mi hermana están en un tiempo. Si ella quiere meterse con otro, se mete con otro y ya.
—Tú y tu hermana son unas... —Saúl deja la oración al aire, pero el gesto indignado que esboza termina de hablar por él.
—¿Unas, qué? —Cinthia arquea una ceja con arrogancia.
En ese momento, Saúl niega con la cabeza, al tiempo que se pone de pie y se encamina a la salida del bar.
Ernesto y Víctor, nuestros otros dos acompañantes masculinos, se ponen de pie y lo siguen. No se necesita tener más de dos dedos de frente pasa saber que van a hacer control de daños. Que van a intervenir en favor de las hermanas para que Saúl desee regresar y hacer como si nada hubiese ocurrido.
Llegados a este punto, todas las chicas que nos encontramos en la mesa, nos quedamos muy quietas y muy calladas. La incomodidad se cuela entre nosotras casi al instante, pero nadie se atreve a decir nada. Nadie se atreve a romper la tensión del momento.
No sé cuánto tiempo pasa antes de que Fernanda regrese a la mesa y se dé cuenta de inmediato de que algo ha ocurrido. Tampoco sé cuánto tiempo pasa antes de que Saúl, Víctor y Ernesto vuelvan a la mesa; sin embargo, cuando lo hacen, se limitan a sentarse a escuchar a la banda que ha comenzado a tocar una vez más.
A estas alturas, soy plenamente consciente de que Ruth no ha regresado de la barra. También soy consciente de que la inquietud y la incomodidad no me han abandonado debido a eso.
Me digo a mí misma una y otra vez, que es por Ruth por quien estoy preocupada y no por Gael. Me digo, una y otra, y otra vez, que mi incomodidad con lo que está ocurriendo ahora mismo, se debe a las ideas machistas que el magnate compartió conmigo hace unas horas y trato, con todas mis fuerzas de convencerme de que nada de lo que ocurra entre ellos me importa... Aunque en realidad, lo haga. Aunque en realidad, la angustia esté comenzando a hacer estragos en mi sistema.
—¿Dónde está Ruth? —Fernanda pregunta, inclinándose hacia mí y yo, incapaz de responderle, señalo en dirección a donde se encuentra.
Los ojos de mi amiga viajan hasta el punto indicado.
—¿Ese de ahí no es Gael Avallone? —la confusión pinta la voz de mi mejor amiga y una sonrisa irritada se dibuja en mis labios.
—Él mismo —mascullo, sin siquiera dignarme a mirarla.
—¿Qué demonios está haciendo aquí? ¿Qué hace Ruth con él?
—Eso mismo quisiera yo saber —suelto, en medio de una risa carente de humor y, justo en ese momento, una palabrota se le escapa a Fernanda.
Estoy a punto de preguntar el motivo de su maldición, cuando, de pronto, mi amiga se pone de pie de golpe y se cubre la boca con las manos en un gesto alarmado.
El jadeo colectivo que resuena en toda la estancia me hace volcar mi atención hasta el punto en el que Gael se encuentra y entonces, toda la sangre de mi cuerpo se agolpa en mis pies.
Rodrigo, el novio —o lo que sea que es— de Ruth está ahí, de pie, sosteniendo a Gael por la camisa, mientras que Ruth trata de quitárselo de encima.
— ¡¿Le llamaste a Rodrigo hijo de puta?! —Cinthia chilla en dirección a Saúl, quien responde algo que no soy capaz de escuchar porque ya he empezado a abrir mi camino en dirección a donde la discusión se lleva a cabo.
Mi corazón late a toda velocidad, mis manos se sienten temblorosas y mis oídos zumban debido a la adrenalina y la ansiedad, pero me las arreglo para empujar mi camino hasta ellos, sin sentirme demasiado amedrentada por las circunstancias.
Una vez ahí, cierro la chaqueta de Rodrigo entre mis puños y tiro de él con todas mis fuerzas. Los pasos tambaleantes del chico me dan espacio suficiente para interponerme en el camino que hay entre sus puños y el rostro del magnate, y es hasta ese momento, que permito que el coraje y la frustración que he venido conteniendo desde hace un rato, se refleje en mi cara.
—Quítate de mi camino —Rodrigo espeta. Inmediatamente, soy capaz de percibir el hedor a alcohol que despide su aliento.
—No quieres hacer esto, Rodrigo —digo, con el tono más calmado que puedo imprimir en la voz.
—¡He dicho que te quites, maldita sea! —su voz truena y me encojo en mí misma debido a la impresión.
En ese momento, una mano firme se apodera de mi antebrazo con fuerza y, entonces, soy empujada hasta quedar detrás del imponente cuerpo de Gael Avallone; quien ahora encara al adolescente furibundo que trata de ponerle una paliza.
—Si quieres resolver esto, vamos afuera —Gael suena tranquilo. Sereno.
—¡Yo no voy a resolver una puta mierda contigo, imbécil! ¡¿Esta perra te dijo que yo era su novio?! —Rodrigo escupe.
—Ya te dije que no estoy interesado en tu novia —Gael responde, en tono neutro—. Le invité un trago por cortesía, pero vine aquí con la intención de ver a otra persona.
En ese instante, mi corazón se estruja con violencia.
«Oh, maldita sea...»
—Rodrigo, por favor... —Ruth, quien hasta ahora se había quedado paralizada, interviene.
—¡Por favor, un carajo! —Rodrigo grita—. ¡Eres una zorra! ¡Eres una...!
—Rodrigo, ya basta, hermano —Saúl, quien ahora se encuentra detrás de Rodrigo, interviene—. Detente, hermano. Ha sido suficiente.
—¿Ha sido suficiente? —Rodrigo escupe, en medio de una risotada amarga—. ¡¿Ha sido suficiente?! ¡Este hijo de puta estaba coqueteándole a mi novia! ¡Esta zorra estaba coqueteándole a este imbécil fanfarrón!
—¿Está todo en orden? —la voz masculina que llega a mis oídos, hace que mi atención se pose en el hombre de mediana edad que se ha acercado a nosotros. Viste completamente de negro y lo único que me hace darme cuenta de que trabaja aquí, es el delantal rojo que lleva puesto en la cintura.
—Perfectamente —Gael es quien toma la iniciativa—. Yo me estaba retirando ya. Lamento el escándalo.
—¡Tú no te vas a ningún maldito lado, hijo de perra! —Rodrigo brama, al tiempo que se apodera de la camisa de Gael una vez más y lo empuja con fuerza, de modo que termino trastabillando con banquillo alto que se encuentra a mis espaldas.
—¡Rodrigo, no seas idiota! —Saúl espeta, al tiempo que trata de alejarlo de Gael, quien, a pesar de todo, sigue sereno y tranquilo.
El coraje y la frustración que habían empezado a fundirse en mi sistema, han llegado a un punto crítico para ese momento, así que, sin más doy un paso fuera de la protección que el cuerpo de Gael me provee, para encarar al chico furibundo que no deja de mirar al magnate como si pudiera estrangularlo con el poder de su mente.
—No quieres hacer esto, Rodrigo —digo, con toda la tranquilidad que puedo imprimir en el estado nervioso en el que me encuentro—. No tienes idea de quién es este hombre y de lo que es capaz de hacerte si no te detienes ya mismo.
La vista de todo el mundo se posa en mí en ese momento. La de Gael incluida.
Una risa carente de humor escapa de la garganta del chico agresor.
—Sí, claro —escupe—. ¿Qué demonios puede hacerme un imbécil bien vestido como él?
Una sonrisa tensa y temblorosa se dibuja en mis labios.
—Es Gael Avallone —digo—. El hombre para el que estoy, esencialmente, trabajando. No quieres, por ningún motivo, meterte con él, ¿entiendes? Ya déjalo estar. Ve. Tómate un trago y deja las cosas así.
—No es cierto... —la voz incrédula de Ruth llega a mí—. Tamara, dime por favor, que estás mintiendo...
La vista de Rodrigo se posa en Gael, quien no ha dejado de mirarme fijamente. Yo no le regreso el gesto. Estoy tan preocupada por el caos potencial que puede desatarse, que ni siquiera me molesto en averiguar qué expresión tiene en la cara ahora mismo.
—Mientes —Rodrigo habla, pero no suena convencido de su afirmación.
Niego con la cabeza.
—Lo invité, ¿de acuerdo?, le dije que estaría aquí con unos amigos y lo invité para que viniera —en ese momento, le dedico una mirada rápida al magnate, solo para toparme con un gesto severo—. No tenía idea de que realmente iba a venir.
—No te creo —Rodrigo sacude la cabeza en una negativa.
Me encojo de hombros.
—No lo hagas si no quieres. Solo no digas que no te lo advertí.
—Mierda... —la voz de Ruth vuelve a mí y, esta vez, las ganas que tengo de pedirle que cierre la boca de una maldita vez —a pesar de que no ha dicho mucho—, son casi incontenibles.
—Señores, me temo que tendré que pedirles que se retiren del lugar —el trabajador del bar habla y suena irritado ahora.
Acto seguido, Gael se apodera de las muñecas de su agresor y, de un movimiento brusco y firme, le aparta las manos. Entonces, le regala un asentimiento que irradia advertencia y, sin decir más, comienza a avanzar a la salida del lugar.
—¡Todo esto es por tu culpa! —Rodrigo escupe en mi dirección, y la violencia con la que habla, me saca de balance—, si tantas ganas tenías de meterte en la cama de un idiota con dinero, debiste intentar seducirlo en otro lugar.
Ira, coraje, frustración, angustia... Todo se mezcla en mi pecho con tanta violencia, que no puedo pensar con claridad. Que no puedo conectar mi cerebro con el resto de mi cuerpo y reaccionar como es debido y darle una jodida bofetada.
—Oh, mierda... Rodrigo, basta —Saúl trata de tranquilizarlo, pero el daño ya está hecho. Las palabras de Rodrigo ya han abierto una brecha en mí pecho y han dolido más de lo que deberían.
—¿Qué demonios está mal contigo? —siseo en dirección al chico alcoholizado, sintiéndome más herida de lo que me gustaría.
—¡¿Qué está mal conmigo?! ¡¿Qué está mal contigo, maldita puta?! —Rodrigo grita—. ¡Eres una zorra tú también! ¡Eres una...!
Entonces, el mundo se ralentiza y el caos se desata...
Gael aparece en mi campo de visión unos segundos antes de que ateste un puñetazo contra la cara de Rodrigo. El chico delante de mí cae al suelo con brusquedad y el jadeo colectivo de la gente a nuestro alrededor no se hace esperar.
La música se ha detenido por completo, un círculo se ha abierto alrededor de Gael, un montón de trabajadores del bar se han acercado al lugar para intervenir y, para coronarlo todo, hay sangre brotando de la nariz y la boca del novio —o ex novio— de Ruth.
El pecho de Gael sube y baja con su respiración dificultosa y su gesto, usualmente controlado y sereno, luce descompuesto. Enfurecido y aterrador por sobre todas las cosas.
—¿Es que tu madre no te enseñó a cuidar esa bocaza tuya, poco hombre? —escupe—. Pobre ti, pedazo de mierda, que te atrevas a hablar así de otra mujer, porque te juro que te las ves conmigo, gilipollas.
—Señor, necesito que se retire —el trabajador del bar se dirige a Gael.
—¡Ya te oí! —espeta él y algo dentro de mí se revuelve con violencia al mirar el gesto salvaje e iracundo que le dedica.
Acto seguido, posa toda su atención en mí y hace un gesto brusco en dirección a la salida del bar.
—¿Te quedas aquí, con este remedo de amigos que tienes, o te vienes conmigo? —espeta, con violencia.
Mis ojos viajan rápidamente en dirección a la mesa en la que Fernanda, Susana y el resto de los chicos con los que venía, se encuentran.
Sé, gracias a la expresión angustiada de Fernanda, que lo ha visto todo y no puedo evitar sentirme un poco molesta con ella por no haber intervenido. Por haberme dejado sola en esto...
—Señor, me temo que necesito que se retire ya —la voz de uno de los trabajadores hace que mi ligero ensimismamiento termine y, rápidamente, miro a Gael una vez más.
Él no ha dejado de mirarme. No ha dejado de inquirir con la mirada si deseo o no marcharme con él. No ha dejado de ignorar por completo al hombre que lo mira con gesto severo.
—Me voy contigo —digo, finalmente, y hago un asentimiento en dirección a la mesa donde me encontraba—. Espérame afuera. Iré por mis cosas.
El magnate asiente con dureza y, sin esperar un segundo más, se encamina hasta la entrada del lugar. Yo, lo más rápido que puedo, me dirijo hasta la mesa de mis amigos, tomo mis cosas sin escuchar lo que todo el mundo trata de decirme, y me abro paso entre la gente hasta llegar a la salida.
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