Una Aventura Mágica
Andrómeda le preguntó:
Si te perdieras en alguna parte del mundo... ¿Qué personaje masculino de Harry Potter elegirías como compañía?
¿Y qué había respondido?
Fred Weasley, porque le gustaba el personaje, su muerte fue muy injusta e incluso perderse con él sería más que divertido. Pero claro, debió decir que le gustaría un Fred consciente y que supiera que era mago.
Ahora estaba perdida en quien sabe donde, bueno era un bosque de pinos, con setos en las raíces, no había aroma puro, era más como raíces podridas y con el mago frotando su propia cabeza.
— ¿Entonces tú me secuestraste, Rocío? — el pelirrojo frotaba la parte parietal de su cabeza, tenía una protuberancia a causa de algún golpe — ¿cómo se secuestra a un personaje de un libro?
Rocío miró al mago que estaba sentado sobre las hojas y moho. — ¡Por décima vez! ¡No te secuestré! Es más yo quiero saber como lo logró...
Fred río un poco — ¿y a quién secuestrarías? No me digas... En mi humilde opinión, si llegas a hacerlo no uses un bate o una piedra para dejarlo inconsciente . — frotó su cabeza algo más lento — Creo que me saldrá un cuerno y seré un unicornio.
— o un fantasma — Susurró Rocío, luego usó un tono más amable — Es mejor si tratas de recordar que usas magia y puedes sacarnos de aquí....
— ¿Soy un personaje del libro que usa magia? — Fred seguía sin creer lo que le decía, hasta le causaba curiosidad — ¿y qué tipo de mago soy? ¿Héroe, villano o secundario?
Rocío suspiró, empezó a hacer ejercicios de respiración por la frustración que sentía... Pero Andrómeda se las pagaría, no sabía cómo, pero ya encontraría la Manera de hacerle una broma de este tipo. Siempre hay maneras de engañar a un Slytherin ¿cierto? ¡Cierto!
— Ponte en pie, Fred, saldremos de aquí caminando... Si puedes mira bien la tierra, podría haber una serpiente — farfulló la última frase.
Caminaron lo que parecía ser una eternidad, tal vez fue media hora o dos horas, ni siquiera podría saber la hora por lo espeso del follaje que no dejaba ver el sol para saber hacia dónde iba a ocultarse, aunque lo supiera ¿a donde iría? Tras horas caminando consiguieron vislumbrar entre el follaje lo que parecía ser un pintoresco pueblito.
Las casas estaban hechas de piedra y madera, con techos de tejas rojas que brillaban bajo el sol de la tarde. Los jardines estaban llenos de flores de colores, y se podía oír el sonido de los niños jugando en la distancia.
En el centro del pueblo, encontraron una posada acogedora llamada "El Unicornio Plateado". La posada era una estructura de dos pisos hecha de madera envejecida, con ventanas de vidrio emplomado y una gran puerta de roble. Un cartel de madera colgaba sobre la entrada, con la imagen de un unicornio plateado tallado en él.
Al entrar, fueron recibidos por el calor de una chimenea y el olor a pan recién horneado. El interior de la posada estaba iluminado por la luz de las velas, creando un ambiente acogedor. Había varias mesas de madera repartidas por el lugar, y en una esquina, un hombre tocaba una melodía suave en un viejo piano.
La posadera, una mujer de mediana edad con una sonrisa amable, les dio la bienvenida. Les mostró una habitación en el segundo piso, con dos camas cómodas y una ventana que daba al bosque.
Mientras comían la mujer les empezó a contar las atrocidades de una mujer, de nombre Anabella, que se hacía llamar la dueña del pueblo.
Rocío sentada en una de las mesas de la posada, su rostro reflejaba preocupación tras lo contado. Fred, que estaba sentado frente a ella, notó su inquietud.
— ¿Qué te preocupa, Rocío? — preguntó Fred, su tono era suave.
Rocío suspiró profundamente antes de responder. — Hay una bruja malvada que quiere quemar este pueblo y a todos sus habitantes.
Fred se quedó en silencio por un momento, luego sonrió. — ¿Y qué tipo de mago sería si dejara que eso sucediera?
Justo en ese momento, un grito resonó desde el exterior. se apresuraron a salir de la posada y vieron a la villana en medio del pueblo, con una bola de fuego en sus manos, lista para lanzarla.
Fred no dudó. Se puso de pie, extendió la mano hacia la villana y, sin decir una palabra, una ráfaga de agua salió de su mano, apagando la bola de fuego y empapando a la villana que se derritió a ka vista de todos.
El pueblo entero se quedó en silencio, asombrado. Luego, estallaron en aplausos. Fred, el personaje de un libro, había salvado el día con su magia no verbal.
Rocío sonrió, aliviada. Aunque todavía estaban perdidos, al menos habían logrado salvar el pueblo.
— Fred, tenemos que irnos — dijo Rocío, mirando alrededor del pueblo con preocupación.
Fred asintió, comprendiendo la gravedad de la situación. — Tienes razón, Rocío. No podemos quedarnos aquí, sería demasiado peligroso.
Con eso, ambos se adentraron en el bosque, dejando atrás la seguridad del pueblo. El bosque estaba oscuro y silencioso, con solo el sonido de sus pasos rompiendo el silencio.
De repente, escucharon risas de niños. Al acercarse, vieron a un grupo de niños jugando. Pero al acercarse más, se dieron cuenta de que no eran niños normales, sino poltergeist.
Antes de que pudieran reaccionar, los poltergeist les lanzaron bombas fétidas. Rocío gritó, cubriéndose la nariz del olor.
— ¡Eso no es gracioso! — exclamó, frunciendo el ceño hacia los poltergeist.
Fred, por otro lado, se echó a reír. — ¡Oh, Rocío! ¡Es solo una broma! — dijo, todavía riendo mientras se alejaban de los poltergeist y continuaban su camino a través del bosque. — A veces solo tienes que reírte de las situaciones malas que te ocurren, si te enojas por todo no vas a disfrutar la vida.
Ella asintió. Continuaron su camino por la rivera de un río que en lugar de tener piedras tenía rubí y esmeraldas qué brillaban a la luz de la luna.
— Rocío, no me gusta esto — dijo Fred, mirando nerviosamente, ya que ese tipo de cosas debían significar problemas. — Deberíamos irnos.
Rocío, sin embargo, estaba fascinada por la belleza de las gemas. — No, Fred. Es hermoso. No hay nada de qué preocuparse.
Fred frunció el ceño, claramente no estaba de acuerdo, pero no insistió más, no siquiera recordaba quien era fácilmente se perdería. Continuaron su camino, siguiendo la rivera del río hasta que llegaron a un lago. Allí, vieron a un viejo barquero en un bote.
— Buenas noches — saludó Rocío al barquero.
El barquero asintió con la cabeza. — Buenas noches, jóvenes. ¿Necesitan cruzar el lago?
— ¿Qué hay al otro lado del lago? — preguntó Fred, curioso.
El barquero sonrió. — Al otro lado del lago hay un castillo. Allí vive el hipogrifo.
Fred y Rocío se miraron. ¿Un hipogrifo? Eso definitivamente no era algo que esperaban encontrar. Pero, después de todo, ya habían visto tantas cosas extrañas en ese lugar, ¿por qué no un hipogrifo?
El castillo, según el barquero, era una antigua fortaleza que se alzaba majestuosamente en una colina al otro lado del lago. Estaba rodeado por un bosque denso y oscuro, y la única forma de llegar a él era cruzando el lago.
El castillo había sido hogar de muchos señores y damas a lo largo de los siglos, pero ahora estaba deshabitado... excepto por el hipogrifo. El barquero contó historias de cómo el hipogrifo había llegado al castillo hace muchos años, buscando refugio. Desde entonces, había hecho del castillo su hogar.
Pero el castillo tenía su propio misterio. Se decía que en sus profundidades se escondía un tesoro perdido, protegido por enigmas y trampas mágicas. Muchos habían intentado reclamar el tesoro a lo largo de los años, pero ninguno había regresado para contarlo.
Fred y Rocío se miraron, sus ojos brillando con emoción y curiosidad. ¿Deberían aventurarse en el castillo y enfrentarse a sus misterios? ¿O deberían seguir buscando una manera de volver a casa?
La decisión no fue fácil, pero sabían que, sin importar lo que eligieran, la aventura los esperaba. Y tal vez, solo tal vez, el misterio del castillo podría ser la clave para resolver su propia situación.
Con una mezcla de emoción y nerviosismo, Rocío y Fred subieron al bote del viejo barquero. El lago era tranquilo, y las esmeraldas y rubíes en la rivera brillaban bajo la luz de la luna, iluminando su camino. Cruzaron el lago en silencio, observando cómo el castillo se hacía cada vez más grande a medida que se acercaban.
Al llegar a la orilla, bajaron del bote y se dirigieron hacia el castillo. La puerta de roble estaba abierta, invitándolos a entrar. Al cruzar el umbral, una sensación de asombro los invadió. El interior del castillo era tan majestuoso como su exterior, con altos techos, antiguos tapices y una gran escalera que conducía a los pisos superiores.
— Esto es increíble — murmuró Fred, mirando a su alrededor con asombro.
Rocío asintió, igualmente impresionada. — Nunca pensé que vería algo así en persona.
De repente, escucharon un ruido proveniente de las profundidades del castillo. Se miraron el uno al otro y, sin decir una palabra, se escondieron detrás de una de las grandes columnas de piedra.
El sonido se hizo más fuerte, y pronto pudieron ver la silueta de un gran hipogrifo emergiendo de las sombras. Rocío y Fred se quedaron en silencio, observando al majestuoso ser mientras se movía por el castillo. Aunque estaban asustados, no pudieron evitar sentir una sensación de maravilla.
El hipogrifo que Fred y Rocío vieron era una criatura verdaderamente majestuosa. Tenía la cabeza y las garras delanteras de un águila, con plumas doradas que brillaban bajo la luz de la luna. Sus ojos eran agudos y penetrantes, llenos de una inteligencia antigua.
El cuerpo del hipogrifo, sin embargo, era como el de un caballo. Su pelaje era de un color marrón oscuro, suave y brillante. Sus patas traseras eran fuertes y musculosas, terminando en pezuñas negras y brillantes, lo más impresionante eran sus alas. Eran enormes, con plumas que iban desde el dorado más puro hasta el marrón más oscuro. Cuando las extendía, parecía que podía abarcar todo el cielo nocturno.
El hipogrifo se movía con una gracia y elegancia que desmentían su tamaño. Cada paso que daba, cada batir de sus alas, era un espectáculo para la vista.
Fred y Rocío se quedaron allí, escondidos detrás de la columna, observando al hipogrifo con asombro y admiración. A pesar de la extraña situación en la que se encontraban, no pudieron evitar sentirse afortunados de poder presenciar tal criatura en todo su es plendor.
De repente, para sorpresa de Fred y Rocío, el hipogrifo habló. Su voz era profunda y resonante, llenando el aire con un poder que parecía vibrar en sus huesos.
— Huele a carne humana — dijo el hipogrifo, mirando a su alrededor con sus ojos penetrantes.
Fred y Rocío se quedaron inmóviles, conteniendo la respiración. Pero, a pesar de su agudo sentido del olfato, el hipogrifo no logró encontrarlos. Después de un rato, se alejó, dejándolos solos una vez más.
— Eso estuvo cerca — susurró Fred, saliendo de su escondite.
Rocío asintió, todavía temblando. — Sí, demasiado cerca.
Decidieron explorar el castillo, moviéndose silenciosamente por las salas mágicas. A medida que avanzaban, comenzaron a escuchar susurros. Eran voces suaves y etéreas, casi como si estuvieran soñando.
— ¿Escuchas eso? — preguntó Fred, mirando a Rocío con asombro.
— Sí, son... susurros — respondió Rocío, su voz apenas audible.
Por más que buscaron, no encontraron nada. Las salas estaban vacías, solo llenas de los ecos de sus propios pasos.
Finalmente, llegaron al sótano del castillo. Allí, en medio de la oscuridad, vieron algo que brillaba. Al acercarse, descubrieron que era oro. Montañas de monedas de oro, joyas y otros tesoros, todos brillando bajo la débil luz que se filtraba desde arriba.
Fred y Rocío se quedaron allí, boquiabiertos ante la vista del tesoro.
se quedaron un momento en silencio, asombrados por la magnitud de lo que habían encontrado. El brillo del oro y las joyas iluminaba el sótano oscuro, creando un espectáculo deslumbrante.
— Nunca he visto tanto oro en mi vida — murmuró Fred, sus ojos brillando con la luz reflejada.
Rocío asintió, igualmente impresionada. — Ni yo. Es... es increíble.
A pesar de la emoción del descubrimiento, ambos sabían que no podían quedarse allí para siempre. Tenían que encontrar una manera de volver a casa.
Intentando salir del castillo, Rocío y Fred se encontraron cara a cara con el hipogrifo. La criatura los miró con sus ojos penetrantes, y por un momento, el tiempo pareció detenerse.
— ¡Corre! — gritó Fred, agarrando la mano de Rocío y tirando de ella hacia las escaleras.
Corrieron escaleras abajo, el sonido de las garras del hipogrifo resonando detrás de ellos. Pero el camino estaba bloqueado, así que tuvieron que dar la vuelta y correr escaleras arriba, con el hipogrifo pisándoles los talones.
Justo cuando parecía que estaban atrapados, Fred se detuvo y se volvió hacia el hipogrifo. Extendió la mano y, sin decir una palabra, una luz brillante salió de su palma.
El hipogrifo se encogió, reduciéndose hasta tener el tamaño de un conejo. Miró a Fred y Rocío con sorpresa, luego se alejó, saltando por el castillo con sus pequeñas alas aleteando, se quedaron allí, jadeando y riendo aliviados. Habían escapado del hipogrifo.
Al regresar al pueblo, Fred y Rocío se encontraron con una sorpresa. Para los aldeanos, habían pasado semanas desde la última vez que los vieron. El tiempo parecía moverse de manera diferente en el castillo, lo que les hizo darse cuenta de que debía estar encantado.
A pesar de la confusión y el desajuste temporal, Fred y Rocío fueron recibidos con alegría y alivio por los aldeanos. Habían estado preocupados por su desaparición y estaban encantados de verlos de vuelta sanos y salvos.
Fred y Rocío decidieron compartir su descubrimiento del tesoro con los aldeanos. Sabían que el oro y las joyas no les serían de utilidad en su mundo, pero podrían hacer una gran diferencia para la gente del pueblo.
Así, con la ayuda de los aldeanos, transportaron el tesoro desde el castillo hasta el pueblo. La alegría y la gratitud de los aldeanos al ver el tesoro fue un espectáculo para la vista. Aunque Fred y Rocío no pudieron usar el tesoro para sí mismos, se sintieron satisfechos al ver cómo su descubrimiento ayudaba a mejorar la vida de los aldeanos.
Con el tesoro repartido y la seguridad de los aldeanos asegurada, Fred y Rocío finalmente pudieron descansar. Ambos se abrazaron.
Rocío se retiró a su habitación en la posada. Exhausta, se acostó en la cama y pronto cayó en un sueño profundo. Pero su sueño no fue tranquilo. Una y otra vez, tenía pesadillas. En sus sueños, revivía todo lo que había ocurrido. El encuentro con el hipogrifo, la carrera por el castillo, el descubrimiento del tesoro... Todo se repetía en su mente, como un eco persistente.
Hablaba dormida, murmurando palabras incoherentes mientras su mente luchaba con los recuerdos. Las imágenes de su aventura se entrelazaban con las sombras de su sueño, creando un torbellino de emociones.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Rocío despertó. Parpadeó, confundida, mientras miraba a su alrededor. Estaba en su cama, en su habitación, en su mundo. No había viajado a ningún lugar mágico, no había encontrado ningún tesoro, no había conocido a ningún hipogrifo.
Se sentó en la cama, todavía tratando de procesar lo que había soñado. ¿Había sido todo un sueño? ¿O había algo más en ello? no estaba segura. Pero una cosa era cierta: aunque solo hubiera sido un sueño, había sido una aventura increíble.
Esa misma tarde, Andrómeda se acercó a Rocío con una sonrisa enigmática en su rostro.
— ¿Cómo la pasaste en el sueño? — preguntó Andrómeda, su voz llena de curiosidad.
Rocío la miró, sorprendida. ¿Cómo sabía Andrómeda sobre su sueño? había asumido que fue solo eso, un sueño. Pero la pregunta de Andrómeda, y la forma en que la hizo, le hizo dudar.
— ¿Cómo... cómo sabes sobre mi sueño? — preguntó Rocío, su corazón latiendo con fuerza.
Andrómeda se encogió de hombros, su sonrisa se ensanchó. — Tal vez no fue solo un sueño, Rocío.
Fue entonces cuando Rocío cayó en cuenta. Todo lo que había experimentado, el mundo mágico, el hipogrifo, el tesoro... No había sido un sueño. Había sido real. Y de alguna manera, Andrómeda lo sabía.
Rocío se quedó allí, atónita, mientras la realidad de lo que había experimentado se asentaba en ella. No había sido un sueño. Había sido una aventura increíble en un mundo mágico. Y aunque todavía tenía muchas preguntas, una cosa era segura: nunca olvidaría su viaje al mundo de los sueños.
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