03

C a p í t u l o
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El Bosque Dorado





Podría decirse que el viaje fue relativamente corto, pues había durado aproximadamente una semana, pero lo cierto era que a los hermanos les había parecido una eternidad. Nunca antes había tenido la necesidad de viajar tan lejos, generalmente duraban, a lo mucho, una hora de ir a un extremo a otro de su pequeño reino en caballo. Aunque se encontraban fascinados y enamorados por semejantes vistas, mientras bajaban la montaña, la verdad era que se aburrían ahí dentro, especialmente el mellizo mayor, quien salía a cada rato de la carroza para unirse al chófer y Kristoff, la menor, por otro lado, se dedicó a leer uno de los pocos libros que tenían sobre las demás criaturas, aprendiendo la información dicha sobre los elfos.

No eran tan diferentes a los magos, por lo que no le llamaba tanto la atención aquello que leía, mas podía llegar a entender por qué eran sus aliados y no otras criaturas, al tener costumbres tan parecidas era natural que hubiera cierta confianza, contrario a otras criaturas que eran tan distintas e inferiores en la mayor parte de los aspectos.

Jack apoyaba su cabeza contra la carroza, aburrido y acalorado. A primeras cuentas el sol le había parecido algo maravilloso y extraordinario, pero conforme bajaban más la montaña sentía un inmenso calor golpeándolo fuertemente, no estaba acostumbrado a todo aquello, al exterior y los climas un poco más cálidos a cero grados. Había dejado varias capas de ropa en el interior del carruaje, quedando solamente con una franela en la parte superior y su elegante pantalón, desentonando bastante. Kristoff y el cochero estaban en las mismas, igual que los demás guardias, todos se habían quitado sus pesados abrigos de piel, cansados y agotados debido al inmenso calor. La princesa pasaba por algo similar, estaba un poco más fresca debido a la sombra del techo y el no hacer mayor esfuerzo físico, mas todavía sentía la oleada de calor pegarle, haciéndola sudar más de lo que jamás lo había hecho en su reino, aún así, jamás se atrevería a despojarse si quiera de su capa.

Unos días antes de llegar al reino de los elfos, se encontraban ya en el bosque, el cuál era extremadamente fresco a comparación de el intenso calor a media montaña. El follaje de los árboles era denso, por lo que muy pocos rayos de luz lograban pasar por ellos, la mayoría de la fauna era extremadamente verde, con varias piedras el rededor cubiertas de musgo, bastante cerca de la humedad del río que cortaba el bosque y entraba en una pequeña cueva en la montaña.

El príncipe ya se veía más recuperado y presentable, luego de hidratarse un poco con el agua del río logró crear una pequeña ventisca invernal para ellos, que soplara tan suavemente durante tan sólo unos minutos, deteniéndose tan gradualmente que apenas y sintieron cuando volvieron al clima original del bosque.

Las vistas eran realmente preciosas. Los árboles, que parecían pequeños en el pico se la montaña, se alzaban imponentes y majestuosos, cubriendo el cielo con su denso follaje y llegando a tocar rama con rama a su compañero. El suelo era tierra pura, con un poco de grama y un irregular tapete de hojas secas y ramas caídas. Habían arbustos y algunos claros donde la luz del sol entraba con naturalidad debido a la separación de los árboles. El suelo era bastante irregular, con pequeñas piedras también, haciendo bastante dificultoso lo poco que quedaba de viaje.

A pesar de la enorme admiración de Elsa por la nueva flora que sus ojos veían, se encontraba disgustada por los constantes temblores del carro debido a la irregularidad del terreno, no podía ni leer bien su libro debido a aquello. Cerró su libro de forma brusca, dejándolo sobre su regazo, soltando un fuerte resuplido de disgusto. Se dedicó a admirar el paisaje, aunque tampoco era muy recomendable, se mareó al poco tiempo debido a los temblores. Recostó su cabeza del asiento, cerrando los ojos, tal vez se sentiría mejor luego de descansar.

Tanto el príncipe como los guardias volvieron a su esplendor original, luego de esa ventisca reparadora se habían sentido infinitamente mejor. Habían tenido que sacar el mapa para ubicarse mejor y seguir con la ruta, aunque algunos curiosos se alejaban tan sólo un poco del carro, aprovechando para ver más todo lo nuevo. Jack y Kristoff eran uno de ellos, siendo Kristoff arrastrado contra su voluntad.

—Quita esa cara de preocupación, Elsa estará bien sin tí— repitió Jack, tomando una piedra blanca y cristalina de la orilla del río. Estaba lisa, suave, era preciosa.

—Sabe que me siento más aliviado cuando...

—Cuando ella está contigo— rodó los ojos con una sonrisa divertida —. Deberías disimular mejor tus sentimientos, Kris, te ví mirándola allá arriba.

Lo cierto era que, mientras los hermanos Frost admiraban lo hermoso del nuevo paisaje, Kristoff detallaba la cara de la princesa. Su delicado rostro tenía una amplia sonrisa dibujaba, una sonrisa tan feliz y contenta que jamás había visto en su vida, ni siquiera cuando ella leía sus libros. Sus ojos se encontraban tan iluminados que podían hacerle competencia hasta al más hermoso zafiro, saliendo victorioso. Era simplemente una magnífica obra de arte que no había podido evitar detallar cuidadosamente para tenerla guardada por siempre.

El capitán se sonrojó, enseriando su expresión. Era gracioso de ver, pues aquella expresión descuadraba totalmente de sus rojas mejillas y orejas.  No podía creer que su majestad dijera esas cosas con tanta naturalidad, especialmente tratándose de su hermana, la chica que protegía a más que nadie en ese reino, la chica por la que ha amenazado con mutilar a quién se atreva a hacerla sentir mal e incómoda.

—Alteza, no debería tomar aquello tan a la ligera.

—Tonterías— hizo un ademán con la mano, quitándole importancia. Le lanzó la bella roca a Kristoff, quién la atrapó cin inmutarse, antes de acercarse a él y colocarle una mano en el hombro —. Ella te adora, y tú has demostrado ser de fiar desde que somos niños. Kristoff, eres el único que la merece, no conozco a nadie más que ha demostrado un afecto de lo más puro por ella— luego de aquellas palabras, Jack sintió que el asunto había quedado hasta ahí, por lo que señaló el carro, que ya se estaba alejando, antes de ir tras él.

Siguieron el viaje sin más contratiempo, descansando un poco durante la noche antes de retomar camino durante la madrugada. No fue hasta que aparecieron los primeros rayos de sol, junto a los colores rosados del amanecer, que llegaron a dónde el mapa indicaba. Todo era igual, no había diferencia alguna en comparación a lo demás. Por un momento pensaron que se habían equivocado estrepitosamente leyendo el mapa, hasta que Elsa le dijo a su hermano, en un leve susurro, que había leído que los elfos acostumbraban a vivir en los árboles.

Mandaron a dos guardias a escalar aquellas imponentes torres de madera, perdiendolos de vista casi bastante rápido por culpa del denso follaje. No pasó mucho tiempo antes de que sus hombres bajaron casi a tropezones del árbol, con expresión asustada. Entonces, del árbol, apareció una hermosa criatura, amenazandolos con flechas.

Era una hermosa mujer de orejas puntiagudas, Su cabello era largo y sedoso, de un lindo tono rubio, apretado en una complicada trenza y dejando su fleco suelto, casi tapándole un ojo. Llevaba una diadema de cuero bajo el flequillo, que se perdía por el resto del peinado, un apretado traje azul con hombreras y pechera de cuero, con una falda igual de resistente y unas botas que le llegaban a la rodilla. En sus manos había unos guantes que dejaban sus dedos al descubierto, los cuales mantenían la cuerda del arco bastante tensada. Sus ojos eran de un intenso azul, brillando de forma amenazante. Si era hermosa dama era lo último que verían en sus vidas, morirían complacidos, pensaron la mayoría de los guardias.

Kristoff, que era uno de los pocos no deslumbrados por su belleza, desenvainó su espada, posicionándose delante del heredero, haciendo que la hermosa mujer lo apuntara directo al corazón.

—Eh, ¿no creen que esto e las armas es demasiado?— bromeó Jack, un poco tenso por la situación. La fulminante mirada de la elfa cayó sobre él, tenía que arreglar esto rápido —. Me presento— colocó una mano en la espada de Kristoff, bajandola, quedando a merced de la elfa —, soy Jackson Overald Frost, príncipe heredero de el Reino Helado, hijo de Nort y Cristal Frost y mago real, encantado— extendió una mano a la mujer, con tanta naturalidad y simpleza, como si no fuese un futuro rey y como si no le estuvieran amenazando, como si fueran amigos de toda la vida.

—Astrid Hofferson, Capitán de la guardia real de los reyes. ¿Qué hacen los magos por estos lados?— cuestionó.

—Hemos venido desde la montaña con un mensaje para sus majestades. Es un tema verdaderamente serio.

—¿Puedo saber de qué trata?

—La oscuridad.

Astrid apretó los labios, bajando el arco y guardando la flecha en su carcaj.

—Siganme, enviaré a unos elfos para que suban su equipaje.

Sin más comenzó a escalar aquellos árboles con una facilidad realmente envidiable. Se le daba natural y se veía extremadamente deslumbrante aún haciéndolo, sin duda los elfos eran cristuras realmente llamativas.

Apenas si quiera antes de que alguno tuviera la oportunidad de acercarse al árbol, apareció una escalera hecha con cuerdas y madera. Jack se encogió de hombros, señalandole a Kristoff el carro, dónde yacía su hermana agazapada en un rincón, intentando regular su respiración luego de lo vivido con la elfa. El capitán entendió, indicándole al resto de los guardias ir tras el futuro rey.

Elsa se había pegado un susto de muerte, por un momento consideró en salir corriendo, aún sabiendo que posiblemente esa única flecha acabaría atravesando su espalda, mas el miedo puso con ella y terminó ahí paralisada, intentando esconder su pequeño cuerpo con las paredes. Dejó soltar un pequeño chillido en cuanto la puerta del carro se abrió, haciéndola sentir verdaderamente apenada una vez vió que era Kristoff.

—Lo lamento— se disculpó, con las mejillas encendidas debido a la vergüenza.

—No hay nada qué disculpar, alteza, yo igual me he pegado un buen susto— sonrió de forma tranquilizadora, extendiendole una mano —. Hay que subir, nos esperan.

Aceptó su mano, sintiendo su frío tacto abrazando la de ella. Elsa se sintió en el suelo, olvidando casi por completo su vergüenza, le gustaba cada vez que la cuidaba e intentaba a medida de lo posible de hacerla sentir bien.

Subieron las escaleras con bastante cuidado, Kristoff detrás de la princesa para cuidarla por si daba algún paso en falso. Cruzaron el denso follaje hasta estar en un lugar que parecía estar dentro de las hojas y ramas de los árboles. El follaje no era tan denso, por lo que podían ver el exterior con facilidad y la luz del sol se filtraba, había una superficie de madera cubriendo todo el suelo, por lo que era verdaderamente facil caminar por ahí, las casas estaban ordenadas y perfectamente apiladas, formando un pasillo amplio hasta llegar a un hermoso castillo que parecía estar hecho de oro y mármol. Ahí era donde se dirigían.

Todos los habitantes eran criaturas excepcionalmente bellas, sin excepción, pero la realidad era que la familia real era de lo más hermoso que jamás podrían llegar a ver en sus vidas.

El rey era un hombre alto y, de una rara forma, imponente, sus fracciones eran delicadas, su piel parecía porcelana, su cabello era largo y sedoso, de un hermoso color dorado y sus ojos eran dos diamantes tan brillantes que no había comparación. Su esposa no era muy diferente, tenía la piel más dorada, llena de pecas, un larguísimo cabello castaño ondulado, brillantes ojos verdes y la misma mirada de indiferencia hacia aquellos magos que consideraba inferiores, pero lo suficientemente dignos como para estar ahí.

Como fruto de su amor, se encontraba su hija, al lado izquierdo de su padre. Su piel era tan bronceada y llena de pecas como la de su madre, su cabello de un hermoso color dorado, largo hasta sus rodillas y ondulado, sus ojos eran enormes, llenos de curiosidad, con de un hermoso tono de verde tan brillante y lleno de vida. Sus ropajes no hacían más que destacar su estatus, su largo vestido lila de escote corazón, con unas mangas tan largas que iban descendiendo hasta sus muslos, una hermosa corona dorada y sus puntiagudas orejas adornadas de mariposas de oro. Ni siquiera el propio Kristoff, quién ya tenía el corazón en alguien más, pudo evitar pensar en lo simplemente deslumbrante que era la princesa del bosque, maldiciendose internamente al darse cuenta de sus pensamientos.

Los hermanos reverenciaron a la familia, haciendo gala de los modales que les obligaron a aprender desde que eran unos críos. Jack se presentó a sí y a su hermana, disculpándose por la repentina llegada e intrusión a su reino, pidiendo así una audiencia con los reyes. El elfo alzó una ceja, cuestionando por qué debería perder su tiempo con un mago que ni siquiera era un rey aún.

—La oscuridad, señor, amenazó con invadir mi reino y temo que seguirá con su bosque. Aunque piense que no, vivimos demasiado cerca el uno del otro, la oscuridad es rápida y tan sólo tardaría unas horas en llegar acá luego de invadir mi reino.

Así fue como el rey tomó la decisión de reunirse en privado en su oficina, dejándole a uno de sus sirvientes la tarea de prepararles una habitación a los príncipes helados y a otro que les diera un recorrido por el castillo a la princesa y su guardia, para que no se perdiera o se metiera donde no la llamaban.

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