02
C a p í t u l o
02
Partida
Apenas y había logrado conciliar el sueño aquella noche. Se removía en su cama de un lado a otro, cerrando y abriendo los ojos con frustración al ver que no podía caer dormida como cualquier persona normal. Estaba molesta, golpeaba la almohada cada vez que cambiaba su postura y pateaba las sábanas si éstas no la dejaban moverse con facilidad.
Verdaderamente se encontraba nerviosa, apenas y podía salir del palacio durante los desfiles, salir de la cúpula le causaba entonces la mayor de las ansiedades. No lo había pensado con claridad en cuando Jack mencionó que podía ser el gobernante suplente en su ausencia, por lo que ahora estaba metida en un problema más grande.
Mordió sus uñas, a la par que acariciaba su brazo con la mano libre. Iba a ser una noche extremadamente larga, lo veía venir a lenguas. Cerró sus ojos e intentó imaginarse en su pequeña biblioteca helada, en su rincón, sonriendo llena de paz al transportarse a aquél mundo tan relajante y lleno de confort, siendo interrumpida su paz por una bellísima flor creciente en el alféizar de la ventana. Se acercó con cautela, rozando apenas sus dedos con los húmedos pétalos amarillos de aquél hermoso narciso.
De pronto un temblor y sus seguras paredes de hielo comenzaron a caer y a despedazarse, dejando solamente a la vista un oscuro y despiadado bosque. Tembló de pies a cabeza, esto no le gustaba para nada, se sentía observada, mas no de un punto fijo, sino por cada rincón, cada árbol, arbusto que había al rededor del pequeño claro en dónde ella se encontraba, tan pequeño que con tan sólo un paso saldría de él y entraría en la fría oscuridad del busca.
Se abrazó a sí misma, callendo de rodillas, su corazón estaba acelerado y sus ojos comenzaban a arder, le costaba conseguir el aire, quería que la sensación acabara de una vez por todas, que no la siguieran observando, quería que llegara su hermano y le hiciera una pequeña cúpula, o que los enormes brazos de Kristoff la envolvieran en un abrazo, brindándole un lugar seguro en el cuál estar.
La ansiedad no hacia más que aumentar, deseaba con todas sus fuerzas que aquella horrible sensación terminara, que ya no la miraran. Apretó aún más el agarre de sus brazos, se venía algo malo, podía sentirlo, no debía dejarlo salir, debía controlarlo. Sin embargo con cada segundo sentía más presión, hasta el punto en el que se volvió prácticamente imposible seguir controlando su magia, magia que salió disparada, rodeándola de varios picos de hielo en protección.
Lloró unos segundos, intentando calmarse, intentando respirar otra vez. Temblaba de pies a cabeza y su corazón retumbaba contra su pecho. Pensó que al fin podía estar en paz.
¿Cuán equivocada estaba?
Aquellas miradas volvieron de golpe, más fuertes, más potentes, pero ya no eran simples miradas espectantes, no, la estaban juzgando.
«Sólo quería protegerme» se repetía una y otra vez, en voz alta por si aquellos que la veían la escuchaban y dejaban de juzgar. Sólo quería protegerse, no había podido controlar su poder, si tan sólo su hermano hubiera estado ahí...
Despertó de golpe al sentir el suave chirrido de la puerta de su habitación. Su respiración era agitada, su frente se encontraba levemente sudada y su rostro estaba empapado en lágrimas. Krista, la criada, observó el desastre que era la habitación, llena de picos helados que transpasaban algunos muebles, incluso algunos que casi lograron herirla.
Se sintió avergonzada, no había sido más que un mal sueño, sueño que pasó a la realidad y terminó asustando a su pobre criada con sus inestables poderes. Suspiró, pasando una mano por su cara hasta su cabello, observando todo ese desastre, lo difícil que sería para ella deshacerlo y lo agotador que sería para Krista.
—Alteza, ¿se encuentra bien?— preguntó algo alterada, con una mano en su desenfrenado corazón.
—Sí, lo lamento, Krista.
—No se preocupe, Alteza— negó con la cabeza, comenzando a caminar hacia la cama, maniobrando para esquivar los picos de hielo —. Debemos prepararla para su viaje, mientras usted está en la tina yo arreglaré todo.
Elsa se sintió mal y realmente avergonzada de su magia inestable, no sabía cómo controlar el hielo y la nieve, contrario a su hermano que era bastante habilidoso. Ella es de la familia real, el linaje más poderoso de magos del Reino Helado, su magia no se limitaba sólo a la nieve y escarcha, sólo los pueblerinos más experimentados podrían hacer algo con el hielo. Para Krista, desaparecer todo ese hielo seria un tormento, pues sí bien los criados personales del palacio vienen de un linaje noble -por lo que son un poco más poderosos que la media-, ella se encontraría enormemente agotada luego de arreglar su desastre, debido a que sólo alguien de la familia real podría derretir aquél hielo y no haber gastado energía.
Krista llenó la tina con agua, agregándole algunos cubitos de hielo y pétalos de flores invernales. Salió del cuarto de baño con una agradable sonrisa, cerrando la puerta tras de sí.
Desabrochó su túnica para dormir de forma lenta y calmada, dejándole a sus temblorosas manos la oportunidad de calmarse después de aquella pesadilla y lo que se avecinaba. Ya desnuda, se metió al agua poco a poco, sintiendo una corriente de alivio recorrer todo su cuerpo. Jugueteó un poco con los cubitos de hielo, tratando de hacer que se hundan por completo, algo que no funcionaba porque siempre emergian de nuevo. No le molestaba tener que esperar a Krista para terminar el baño, al contrario, valoraba el rato a solas que tendría durante la próxima hora, sabía que lo iba a extrañar apenas ponga un pie fuera de ese castillo.
Cuándo su criada llegó, estaba sudorosa, cansada y temblaba un poco, aún así, sacó fuerzas para tomar la esponja y tallarla contra su cuerpo, de masajear su larga cabellera platinada y dejarla tan pulcra y reluciente como siempre. La secó con delicadeza, cepillandole el cabello tarareando una dulce canción y colocándole la bata de baño con un ligero nudo.
La habitación volvía a su estado natural, ya no habían picos de hielo por todos lados, atravesando su cama, paredes y demás muebles, ya no había peligro.
Elsa salió de ahí igual de hermosa que siempre. Llevaba un vestido verdoso con corte corazón, con mangas largas y cuello alto color negro, bonitos decorados en la falda y corset de colores morados y una bella túnica violeta con capucha y un pequeño zafiro como broche. Si cabello iba recogido en un elegante moño, dejando su fleco peinado hacia un lado, con ligeras cintas azules decorando su cabello. Como el viaje sería un poco largo, su calzado era ligero, de color negro, unas bonitas zapatillas de pequeños detalles dorados.
Se reunió con su hermano a las puertas del palacio, siendo un manojo de nervios. Jack, entendiendo su ansiedad, tomó su mano, apretándola un poco y dedicándole una sonrisa tranquilizadora. Él también estaba nervioso, nunca antes había salido de la cúpula, pero no se imaginaba lo ansiosa que debía de estar su melliza que casi no salía del palacio.
El príncipe Frost estaba casi tan o más deslumbrante que la princesa. Su traje era del blanco más puro y pulcro, con detalles plateados en la raya del pantalón y botones del traje. Su túnica era de un intenso azul rey, con un copo de nieve como broche. Su postura era recta, seria, tan impropio de él, demostrando así la serenidad que ambos necesitaban en ese momento.
No sabían cómo era el mundo allá afuera, no sabían cómo era el sol y las estrellas más allá de las ilustraciones hechas hace siglos, no sabían cómo eran los bosques, los lagos, los campos, sólo conocían aquél eterno invierno en el que se habían encerrado años atrás.
Se montaron en el majestuoso carruaje de cristal, saliendo de los terrenos del palacio. Las calles estaban llenas de gente, quienes saludaban efusivos a sus actuales gobernantes, el rumor de su partida se había extendido bastante más rápido de lo que cualquiera pensaría. Todos les deseaban suerte en su viaje y buenos deseos.
Debido a la multitud, el viaje a las puertas de la cúpula se le hicieron eternos a la princesa. Tenía inmensas ganas de cerrar las cortinas del carro de una vez por todas para que no la estuvieran viendo, sin embargo tenía que controlarse, por lo que estuvo saludando y sonriendo por la ventana durante todo el viaje, rogando por que se acabara ya.
Al llegar a la entrada de la cúpula, el carro paró unos segundos, segundos suficientes para que los mellizos y todos los que irían en aquél viaje se mentalizaran y prepararan para lo que se aproximaba, para lo que sea que hubiera afuera. Las puertas se abrieron y el carruaje tan sólo recorrió unos cuantos metros antes de detenerse de nuevo por órdenes de Jack.
El príncipe se bajó de su vehículo, con la intención de ver lo que había afuera.
—Elsa— llamó a su hermana con evidente emoción en su voz —, tienes que ver esto.
La princesa, temerosa de lo que pudiera ver, bajó del carruaje con ayuda de Kristoff, que no permitiría que la dama bajara si sola del vehículo. Observó sus alrededores, disipando su ansiedad, era un lugar hermoso, el exterior era precioso.
El sol irradiaba una intensa luz que hacía brillar toda la nieve y escarcha como nunca antes la había visto brillar, el cielo era de un hermoso tono azul, tan intenso y despejado, las nubes parecían algodón. Más allá, al pie de la montaña donde estaban, acababa la nieve y el frío, siendo el principio de un hermoso bosque lleno de árboles de todo tipo, tan juntos que su follaje hacia una verdosa capa de techo verde. Y mucho más allá, se veía el indicio de un cristalino río con campos abiertos y florales, era una vista preciosa y maravillosa.
Los ojos de la princesa se llenaron de lágrimas, al fin podía ver en persona lo que tanto había estado leyendo en sus libros, al fin podía ponerle imagen a la belleza más grande, porque aquél paisaje lo era.
—¡Oh, Jack!— exclamó emocionada, yendo a darle un fuerte abrazo a su hermano —, es todo incluso más hermoso que en las pinturas.
—Lo sé— río emocionado —. Será mejor que volvamos adentro, tenemos mucho camino qué recorrer y más lugares que ver— guiñó un ojo, sonriendo levemente.
El viaje fue reanudado al poco tiempo, para así poder llegar al Bosque Dorado en unos pocos días. Durante la próxima hora, la princesa no dejó de llorar emocionada, viendo cómo se acercaban más al pie de la montaña y por ende, a esa obra de arte que había tenido el placer de contemplar al fin con sus propios ojos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top