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c a p ì t u l o
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Reino Helado
Bajo la imponente sombra de una enorme cúpula de hielo, se encontraba una hermosa y cristalina helada. Las bonitas casas de la gente brillaba en su esplendor, igual que las tiendas y el camino de escarcha que recorría hasta el más remoto rincón, hasta terminar a los pies de un hermoso y brillante palacio de hielo y escarcha, imponente que inspiraba respeto a todo aquél que lo viera.
En ese enorme palacio, como es constumbre, vivía la familia real, los líderes de aquél pequeño reino helado. En la entrada, había una larga fila de los habitantes, que empezaba justo en el salón del trono del rey, terminando casi en la salida de la bella cúpula cristalina. El heredero, el príncipe, se encontraba sentado en tan magnífico trono escarchado, vistiendo finas telas de seda azul, siendo aconsejado por su leal duque y conserjero, su mano derecha, quién siempre mantenía la cabeza en alto con la manos hacia atrás.
La verdad es que muy fácilmente sería una escena digna de admirar, el primogénito y heredero del reino encargándose de los asuntos de su pueblo en la ausencia de sus padres fallecidos, pero no había nada más lejos de la realidad. Su cabeza estaba apoyada en un brazo, sus hermosos ojos azules exclamaban aburrimiento, sus albinos cabellos estaban más que rebeldes y su figura desgarbada desacomodaba el hermoso traje hecho a la medida.
Jackson Overald Frost, hijo de Nort y Cristal Frost, primogénito y príncipe heredero de el Reino Helado, se encontraba aburrido atendiendo las necesidades de los habitantes de su reino, consolandose por el simple pensamiento de que esto ocurría solo una vez al mes. El príncipe se preocupaba por su pueblo, si señor, mas veía aquellas audiencias como una perdida de tiempo que solo le dejaban el tracero entumecido, porque, si fuera por él, haría que todas sus quejas fueran por escrito como el resto del mes y así ahorrarse un día entero de tiempo perdido. Él era demasiado práctico, si necesitaban quejarse, que envíen una carta, si necesitaba conocer mejor el pueblo, mejor ir al propio reino y convivir con ellos, sus costumbres.
—Alteza— el hombre ante él hizo una exagerada reverencia, haciendo que su larga nariz casi choque con el suelo. Era un hombre viejo, muy bajito y muy flaquito, con un evidente peluquín en la cabeza —, hay un problema bastante serio— su semblante, junto al de su familia, revelaba que verdaderamente era un problema. Jack pensaba que sería algo ridículo una vez más, como cuando cayó agua del cielo de la cúpula debido al inmenso calor veraniego de afuera, era la primera vez en décadas que "llovía" en el Reino Helado —. La oscuridad— empezó con un tono dramático, llamando la atención del principe, quién frunció en entrecejo —ha llegado a el Reino Helado.
Le hizo una seña a su esposa, quién llevaba una enorme cesta entre sus manos, cubierta por una gruesa tela de cuadros azules. El hombrecillo tomó un extremó, destapando el contenido con dramatismo, pero no fue eso lo que tomó toda la interés de Jack. En la cesta había una pobre gallina muerta, eso se notaba, pero era extraño, parte de su plumaje parecía haber sido teñido por el más negro de los polvos, era como si aquello pudiera absorber hasta la más mínima gota de luz que hubiera al rededor de esa gallina.
Tragó saliva, nervioso, no podía creer que la oscuridad los estuviera alcanzando.
—Llevense a la gallina, la estudiaremos más tarde— ordenó a uno de sus sirvientes —. Alisten mi caballo— se volvió a la familia —. Llevenme al lugar.
El rey salió galopando despavorido de los terrenos del palacio siendo guiado por aquél dramático hombre y escoltado por su guardia. La cola de pueblerinos esperando observando la escena aturdidos y otros ofendidos, sabiendo que cancelarían las reuniones personales por su majestad.
Cruzaron prácticamente el reino entero, hasta llegar a la frontera, dónde finalizaba la cúpula. Cómo era terreno de la granja de aquél hombre, nadie más que ellos había visto lo que había, una enorme mancha de polvo negro, que emanaba desde el borde helado. Parecía que se había estado arrastrando, abarcando muy poco espacio para lo que era el terreno, pero bastante alarmante teniendo en cuenta la situación.
El príncipe Jack hizo una seña para que uno de sus guardias de más confianza se le acercara, mientras analizaba aquella mancha y pasaba su mano por encima, sintiendo sus naturales fuerzas malignas. Un chico alto de anchos hombros, fornido y una cara sonrojada de ancha nariz de lo más adorable, un cabello lacio y sedoso, de un bonito rubio pajoso se le acercó, agachándose a su altura.
—Kris, lleva esto al palacio, debemos revisarlo— señaló la mancha oscura.
Él aceptó, sacando un frasquito y colocar un poco de la nieve negra en ella, con cuidado de no tocarla ni por asomo.
Kristoff Bjorgman es el guardia más cercano a los hermanos Frost. Fue casi que criado a la par de ellos, debido a que su padre también era un amigo muy querido del rey Nort. Para ese momento era el jefe de la guardia, estando a la par de su futuro rey a todo momento, era el más leal de los amigos y también una de las personas bastante pocas personas que podían acercarse a la preciosa princesa helada.
Hablando de ella. En una de las torres más solitarias y altas del imponente palacio, había un amplio saloncito de lectura personal, en donde una bella dama descansaba sobre un escarchado sofá, tomando un poco de chocolate caliente, simplemente por el relajante sabor, y leyendo plácidamente un corto y pequeño libro.
Su larga cabellera rubio platinado estaba atado a una apretada trenza francesa, dejando libre su flequillo, con algunos adornos de copos esparcidos por su cabello. Su piel era tan palida y brillante como la nieve bajo el intenso sol a principios de primavera, con un hermoso tintaje rosado en el área de las mejillas y algunas pecas imperceptibles. Sus ojos eran grandes y del mismo azul intenso que los de su mellizo, brillando de emoción al leer la próxima escena romántica que se avecinaba en su novela. Sus labios eran del más intenso de los rojos, carnosos y apetecibles, mientras su sonrisa era tan blanca y perfecta como la de su hermano. Su hermoso y perfecto cuerpo era cubierto por las más finas telas del mundo, de un hermoso azul brillante, tan similar a los tonos azulados del palacio, con una hermosa y transparentosa capa de tul de brillantes patrones invernales. Sin duda alguna, Elsa Frost era la envidia de muchos y el deseo de otros, siendo considerada como la maga más hermosa que ha pisado la pequeña tierra.
Horas transcurrieron desde que la hermosa princesa se sentó ahí a leer tan sólo un poco, horas que jamás se dió cuenta, pasaron con tan inmediata rapidez. Soltó un respingo en cuanto la pequeña y ligera puerta fue tocada por la mano robusta del caballero que la buscaba.
Sonrió felizmente en cuanto reconoció esa dulce y tímida voz, dejando todo de lado y arreglando su vestido antes de permitirle el paso.
Su enamoramiento con tan simpático caballero era suyo y sólo suyo, nadie más conocía aquella emoción que se asomaba en su mirada cada vez que veía a aquél hombre tan adorable, que había robado su corazón con su honesta sencillez e inevitable transparencia.
—Alteza— saludó con una reverencia, antes de dar largos pasos hasta quedar frente a ella, con la mesita de té marcando distancia.
—Capitán— ella inclinó un poco la cabeza en respuesta, manteniendo su porte y elegancia.
—Su hermano solicita su presencia ahora en la cena— informó. Jugueteó, un poquito nervioso, un poco con los guantes del uniforme, pasandolos de una mano hacia la otra, estrujando la tela con los dedos. Abrió y cerró la boca varias veces, como si quisiera decir algo, bajo la expectante mirada de la bella princesa. Fue entonces que dejó caer sus brazos a los costados y, con una firme reverencia se despidió —. Buenas noches, su majestad— retirándose a grandes y firmes zancadas.
Elsa suspiró fastidiada, se había hecho enormes ilusiones al verlo nervioso ante ella, parecía que quería decirle algo importante y se había ilusionado pensando que Kristoff al fin declararía sus tan obvios sentimientos.
Era un tormento, muchos magos le habían profesado amor eterno y el interés de tomar su mano, otros mucho habían ido directo a una asamblea privada con su hermano para pedir permiso de tomar su mano. Tanto ella como Jack rechazaron a cada uno de ellos a su manera. Elsa murmuraba una tímida disculpa, queriendo salir de esa situación lo antes posibles, mientras Jack, ofendido de que nadie digno de su preciada hermana quisiera su mano, amenazaba con cortarle los genitales si veía cortejandola de nuevo y recibiendo una incómoda respuesta por su parte -algo que sucedía más de lo normal-. Sin embargo, Kristoff Bjorgman era un tema totalmente diferente, era tan cercano a ambos hermanos que la princesa no dudaría en aceptar y hacer realidad sus deseos, mientras que Jack conocía de sobra la valía, honradez y honestidad de dicho caballero, por lo que era completamente digno del intenso amor que su hermana podría darle.
Acomodando su larga capa, bajó las escaleras de la torre, soltando largos varios suspiros lastimeros, dejando en evidencia su descontento con la vergüenza y timidez de su querido caballero. Pasaba sus pálidas y frías manos por su trenza, con la cabeza gacha al cruzar los largos pasillos igual que siempre. Su intensa pena no solo era por el caballero, sino también por el tener que convivir con más de dos personas en una habitación tan amplia como lo era el comedor.
Es cierto que solo hablaba con su hermano, pero habían sirvientes cerca suyo cada dos por tres, parados a sus espaldas tan rígidos y rectos como pulcras estatuas de hielo dignas de admiración. Luchaba por no removerse incómoda cada vez que alguien que no fuera su criada personal le servía la jarra de agua o colocaba un plato de comida cerca de ella, el contacto con personas fuera de su círculo excedía todos sus límites y, todo aquél que excediera sus límites frente a su hermano, sufriría graves consecuencias, por lo que prefería mejor fingir que no quería salir corriendo de una vez por todas y evitar cualquier castigo hacia los demás de parte de su querido hermano.
De cenar había un delicioso caldo de res, con un poco de vino tinto. La realidad era que las puertas que llevaban al exterior no estaban del todo selladas, pues estás se abrían cada tanto para importar alimentos, bebidas y útiles que ellos mismo no podrían crear o conseguir en su paraíso helado, aún así, ningún mano había visto con claridad la luz del sol o la claridad plateada que brindaba la luna durante la noche en décadas.
—Tal vez te preguntes por qué te he mandado a llamar— adivinó Jack, luego de largos minutos de silencio —, después de todo normalmente te dejo comer en tu habitación o saloncito— Elsa asintió desacuerdo, llevando la cuchara llena de sopa a su boca —. No sé cómo decirlo se forma suave, así que disculpa lo directo, pues la oscuridad se hace más fuerte y ha encontrado una entrada a nuestro reino.
Comenzó a toser, ahogándose con el caliente líquido, sintiendo después un ardor en la garganta. Miró sorprendida a su hermano, con sus ojos llorosos, pues aquello que decía no podía ser verdad. La barrera había sido creada por sus ancestros y bendecida por sus antiguos aliados los elfos, no podía haber alguna fisura existente, no podían creer que aquél encantamiento se hubiera debilitado con los años.
—Por esa misma razón— continuó lentamente, queriendo darle tiempo a ella a recuperarse un poco —es que mañana empezaré mi viaje a él Bosque Dorado, retomar la alianza con nuestros vecinos los elfos.
—Pero Jack, nunca hemos salido de la cúpula— recordó ella, temiendo por la seguridad de su hermano.
—Es algo que debo hacer, como futuro rey— dejó escapar una mueca de disgusto —. Sé que el Reino Helado estará a salvo bajo tu mando hasta que regrese.
—Oh, no— negó la princesa con temor. La simple idea de estar rodeada de gente desconocida, de atender problemas durante los meses venideros le causaba enormes náuseas —. Llévame contigo, me portaré bien, apenas y notarás mi presencia.
—Elsa, estarás a salvo aquí.
—Sí, pero seguramente te llevarás a Kristoff y sólo conozco a mi doncella. Sabes sobre mi ansiedad, por favor, no me hagas lidiar con esto— hizo un puchero al ver que su hermano seguía sin convencerse —. Jack, será una buena oportunidad para ambos, para volvernos mejores, tú como futuro rey y yo como princesa— razonó, como última de sus oportunidades.
—Está bien— sonrió su hermano —, pero más te vale no separarte de nosotros, puede ser peligroso.
—Ni en un millón de años— negó con la cabeza con decisión.
Estaba decidido, aquél día los hermanos Frost partirían al hogar de los elfos, dejando el reino bajo las manos del consejero real, quién había demostrado ser digno de confianza durante todos estos largos años.
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