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Porque uno no es ninguno.

Exhaló relajando los hombros, definitivamente ésas vacaciones le caerían de maravilla; bueno, en realidad no podía llamarse vacaciones al periodo en el cual estaría desempleado, y todo a causa de ésa joven lambiscona. Dejó escapar un suave gruñido mientras tomaba asiento en el columpio que pendía del viejo árbol y llevaba la lata de cerveza a sus labios.

Había pasado por un arduo periodo de prueba en aquella empresa, la cual se dedicaba al medio del espectáculo. Años atrás firmó un buen contrato teniendo un lugar en el equipo que se encargaba de los presupuestos, pronósticos de ventas y proyecciones, pero justo cuando iba a cumplir un año ella le había robado el puesto. Ésa chica de ojos pequeños que tenía un nombre un poco extraño pero que prefería un sobrenombre más corto: Kerelli, alias Kelly, había llegado con un currículo que dejaba mucho qué desear para ése puesto, pero conocía a mucha gente que se movía en ése ámbito. Lo único que agradeció era la jugosa compensación que había recibido.

Ahora se hallaba en la casa que sus padres le habían heredado, la que había pertenecido a sus abuelos y que se encontraba a varios kilómetros fuera de la ciudad. El patio trasero era enorme, donde sus abuelos se dedicaba a sembrar y cosechar frutas pero que ahora estaba llena de hierba, no era excesivamente alta pero se notaban descuidada; también estaban los árboles viejos que lo acompañaron durante parte de su infancia y ése columpio que su abuelo había hecho para él. Desde hacía ya varios años que se había mudado a la capital y había olvidado lo que era estar entre la naturaleza; y ahora estaba allí, balanceándose y mirando sus pies hacer surcos en la tierra.

¿Quién diría que la pérdida de su empleo lo habría hecho sentirse muy mal? Por no decir que le había bajado el auto estima. Sus enormes ojos ya no parecían brillar, su cabello azabache ahora no parecía tan sedoso y su pose ahora encorvada hacía que su metro ochenta pasada desapercibido.

—Relájate Johan y tómate un fin de semana libre, desaparece; verás que cuando regreses estarás como nuevo—; le había aconsejado su amigo, y vecino de apartamento, Armando.

Y eso hizo, decidió regresar a su viejo hogar; porque ahora que ni sus padres ni sus abuelos estaban ése lugar parecía abandonado.

Dio un trago largo hasta acabar con el líquido amargo y luego lanzó un suspiro; movió el cuello de lado a lado hasta que escuchó un suave crujir de sus huesos, sonrió instintivamente al estar un poco más relajado.

Aplastó la lata de aluminio con ambas manos y luego la lanzó a unos metros, después la recogería. Balanceó un poco su asiento y luego bajó de un salto, por unos instantes dejaría de pensar en eso y se dedicaría recodar viejos tiempos, así que se encaminó hacia la antigua bodega en busca de algo que llamara su atención, entonces se encontró con unos recipientes de vidrio, su abuela se dedicaba a hacer mermelada casera.

Tomó uno entre sus largos dedos y sonrió como tonto cuando las imágenes de su madre untando un poco de mermelada en un pan tostado llegaron a su mente, en ese entonces los frascos parecían enormes, ahora cabían en una sola de sus manos. Sin dejar aquél recipiente caminó hacia donde recordaba que estaba el plantío favorito de sus abuelos: el de fresas.

Aún habiendo un poco de luz de sol, le costó encontrar el lugar pero por fin lo halló; miró nostálgico las destruidas vallas de madera que él y su abuelo habían hecho, apenas tenía memorias sobre aquello. Tal vez estaba muy joven o hasta ése día le daba la debida importancia. Se acuclilló para mirar mejor el trabajo rústico de la cerca, dejó en el suelo el recipiente que hasta ese momento no había soltado y con la diestra movió algunas hojas de la maleza; entonces le pareció ver un tenue brillo.

Usó la otra mano para remover mejor la hierba y tener mayor visibilidad; hasta que repentinamente cayó sobre su trasero al notar un pequeño ser enmarañado en las finas lianas de una enredadera.

¿Sería el alcohol el responsable de sus alucinaciones? ¡Pero si solamente había sido una cerveza!

Tragó saliva de manera pesada y se armó de valor para incorporarse y acercarse de nuevo; inhaló profundo y exhaló antes de dirigir sus manos hacia las hierbas y removerlas.

Parpadeó innumerables veces tratando de asimilar lo que estaba ante sus ojos; era una personita, con cabello castaño y corto, dejando ver sus puntiagudas orejitas y blanco rostro, vestía algo así como un blusón azul cielo, pantaloncillos negros y diminutos zapatos cafés. La criatura tiraba y tiraba y por más que se esforzaba no podía liberarse de la liana que lo tenía atrapado, al parecer no había notado la presencia de Johan, hasta que este dejó escapar un leve "wow".

Fue entonces que el pequeño ser detuvo sus movimientos y fijó su mirada en el humano.

Los ojos de la criatura eran almendrados y color café, eran bonitos y curiosos; en instantes estos se entrecerraron para dar lugar a una mueca, tal vez de miedo.

—Calma, no voy a hacerte daño— musitó Johan. Tras unos segundos el pequeño suavizó su expresión y asintió casi imperceptiblemente.

Algo nervioso estiró la mano y con mucho cuidado desenredó la liana; entonces notó que el pequeño ser poseía alas iridiscentes, las cuáles intentó usar pero no tuvo éxito.

Johan estaba embelesado observando los intentos de ésa criatura por levantar el vuelo, hasta que se sentó en la vieja madera de la cerca rota, cruzó los brazos sobre su pecho e infló las mejillas; era un acto tan infantil y lindo a la vez que hizo que Johan sonriera y tuviera una idea.

Tomó el frasco de cristal que tenía a su pies, le quitó la tapa y lo acercó a la criatura.

—Tal vez yo pueda ayudarte a salir de aquí—, se refería a la maleza en la cual se encontraban.

Elpequeño miró a Johan, parecía estarlo analizando y tras unos instantes él mismose introdujo al recipiente. 

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