Capítulo 1

El monstruo sonriente.

«El asalto había logrado hacerme sentir lo suficientemente miserable como para guiar mis pasos en dirección al peor escenario que pude haber decidido acudir. Me fue imposible no desear encontrarme entre los fallecidos de mi anterior tierra, así que... ¿Qué importaba?

Los hombres de la villa en la cuál he comenzado a residir por mi cuenta, ya eran suficientemente desagradables, horribles y groseros para hacerme temer con el simple hecho de pasar a su lado, al punto de que mi mente creaba escenarios en los cuales aquellos seres despreciables se aprovecharían de mi debilidad en comparación con su fuerza, y fue gracias a esos pensamientos que decidí comenzar a ignorarlos con la frialdad de un tempano de hielo, actitud que me acarreó una mala reputación entre las mujeres del pueblo que me tachaban de engreída y fácil, pero que resultó, al poco tiempo esos hombres horribles se cansaron de ver como sus comentarios no me afectaban, así que decidieron dejarme en paz. Se habían aburrido de no verme reaccionar.

Y luego sucedió. Efectuado por la persona que menos me hubiese esperado, pretendiera hacerme daño... dirigiéndome la sonrisa más carismática y dulce mientras me arrojaba bruscamente contra el suelo, sometiéndome, con su sonora risa elevándose entre la inmensidad del bosque mientras su rostro se volvía semejante al de un demonio deseoso del placer que causaba el dolor ajeno. Mi llanto cesó al no encontrar salvación de lo que ocurría, mis ruegos por ayuda se detuvieron cuando sus sucias manos invadieron mi piel con un permiso que solo fue obsequiado por su mente animal, y mis oídos se llenaron de sucias palabras de "amor" seguidas por el crujir de mi ropa bajo aquellas garras obscenas. En ese momento él se encontraba desgarrando más que mi ropa, desgarraba mi alma, manteniendo en su rostro una sonrisa llena de cariño distorsionado.

El dolor llegó con un jadeo extasiado de su boca, y luego vinieron esos asquerosos sonidos obscenos mientras disfrutaba de abusar de mi persona. Su éxtasis era mi tormento, su sonrisa y aquellas palabras que susurraba sobre mis oídos dando largas caricias para demostrar el "amor" que sentía por mí, eran mi cárcel. Y al acabar se marchó sin más, sin cuestionar mi estado, abandonó su amor como me abandonó sobre la tierra fría de aquel bosque al borde de la noche, manteniendo una sonrisa sobre sus labios y nada de remordimiento en su mirada angelical, me dejó ahí, tendida y ultrajada, sucia.

El resto de aquella tarde transcurrió con una rapidez fugaz y eterna. Me levanté hasta bien entrada la noche, cuándo un ciervo se acercó olfateando con curiosidad si acaso ya no me encontraba en el mundo de los vivos. Conocía el sentimiento de las noches frías en las entrañas de los bosques, pero mi mente se encontraba tan apartada de mi cuerpo, que no fui capaz de sentir la fría brisa que azotaba duramente a las copas de los árboles, brisa que debía de haber sentido hasta los huesos porque mi ropaje se encontraba hecho tiras. Pero yo simplemente seguí de pie con la mirada perdida, y caminé siguiendo el camino de los desechos, de lo extraño, de lo temido, mientras las hojas bajo mis pies descalzos crujían anunciando mi presencia para cualquier depredador que quisiera terminar con mi sufrimiento, pero nada apareció, aun cuando era consciente de que algunos animales me observaban desde la oscuridad en dónde sus ojos destellaban ante la luz de la luna alta, aun así ellos no se acercaron para terminar con lo que aquel monstruo me había hecho.

Mis pies siguieron adelante, allá dónde no se debía entrar, allá donde sentenciabas tú vida por completo. El lugar prohibido, el único sitio que me daría lo que mi alma herida anhelaba en ese momento. Avancé, deseosa de desaparecer como las leyendas de aquel lugar contaban a los pobladores cercanos. El bosque prohibido. Ahí dónde innumerables vidas humanas habían llegado a su final, justo, dónde deseaba estar.»

Jamás había logrado sentirse realmente querida, no importaba lo mucho que trabajaba sin descanso para no importunar a aquellos que le tendían la mano, aun así, la gente que la recibía tarde o temprano le dejaba muy en claro lo que ella significaba para ellos, lo que era. La huérfana de la cuál estaban "Obligados" a sentir pena. Aquella era una noche de luna llena, era otoño, y aunque había pisado las hojas secas de todo el camino hasta ese lugar, al entrar fue consciente de un notorio cambio bajo sus pies descalzos, aquellas seguían siendo hojas de tonos otoñales entre el marrón y el naranja, pero la sensación era claramente diferente, eran vidrios que no hacían emerger la sangre de sus plantas mientras que las ramas faltas de hojas que se encontraban a su alrededor eran cuchillas afiladas contra su piel blanca. El bosque prohibido era claramente más frio y oscuro en comparación al bosque que había dejado atrás, y los sonidos eran inexistentes, todo era silencio, era como si sus oídos hubiesen dejado de percibir hasta el viento que azotaba tras su espalda, solo había silencio. Ella tomó asiento con las rodillas contra las hojas secas, y permaneció ahí, con los ojos cerrados esperando una muerte inminente, deseando que algún animal terminará con el dolor que sentía, pero parecía que eso no iba a ocurrir, y su cansancio termino arrastrándola al sueño, al desmayo.

Al abrir los ojos, cansados y ardiendo, se encontró con un lienzo en el techo. Había una luna resplandeciente con centenares de pequeños luceros adornando su alrededor sobre aquel fondo azul oscuro que era el cielo nocturno, y debajo de aquella luna se encontraban cinco seres que parecían rendirle tributo manteniéndose de rodillas con las palmas extendidas en su dirección, no podía apreciar la cara de esos seres que le daban la espalda, pero las diferencias entre ellos eran tan obvias que podía asociarlos con sus conocimientos básicos. Había un diablo de cuernos curvados y larga cola, su piel era roja y tenía largas garras negras además de sus orejas puntiagudas, sobre su hombro se encontraba un pequeño ser con alas, claramente un hada, les seguía un humano común y corriente, luego un gigante, y un elfo de piel resplandeciente y blanca como la leche.

Su mirada descendió por las paredes blancas en donde se dibujaban raíces luminiscentes que tenían sus respectivas flores de colores tranquilos y nada llamativos a comparación del resplandor verde, los tallados de aquellas paredes lucían como algo que solo la gente con muchísimo dinero podría poseer, y aquel lugar con muebles gigantes de madera bien tratada y pulida era simplemente inmenso. El techo se encontraba a varios metros de distancia de sus manos, y hasta había un candelabro con cientos de velas que parecían haber sido recién apagadas. Pero se encontraba demasiado aturdida y mareada como para pensar en el hecho de que su cuerpo descansaba sobre una inmensa cama con sábanas de telas suaves y afelpadas que contenían un exquisito aroma a flores, o en el hecho de que tenía una bata de ceda sobre su cuerpo. Sus ojos volvieron a cerrarse sin ser conscientes de demasiado.

Volvió a abrir los ojos ante la sensación fría de una tela que se frotaba contra su brazo derecho, pero antes de poder ver nada parpadeó sacudiendo el rostro con disgusto ante el sueño que había acudido a ella, un sueño en dónde su atacante aparecía sonriéndole en una mañana tranquila con saludos cordiales y su amabilidad usual. Las quejas de la mujer que la atendía cesaron de golpe, al igual que sus movimientos. Sus ojos marrones se abrieron notando la piel color barro brillante de aquella mujer con ropa de servidumbre, de nariz redonda y grande contrastante de sus labios pequeños que se apretaban entre sí tensamente, y luego estaban aquello ojos inquietos que intentaban buscar una salida a su mirada.

—Hola... —fue lo único que pudo salir de su garganta dolorida.

—Hola. —asiente, manteniendo el mentón rígido y la mirada en dirección al gran ventanal a su derecha —Me llamó Francin, soy parte de la servidumbre de esta casa, se me ha encargado que me haga cargo de tus cuidados. —bufa enfadada centrando su mirada en la joven chica —Estoy lavado tú cuerpo ¿Puedo proseguir?

— ¿Servidumbre? —cuestiona aturdida hacia la mujer que asiente con desagrado relamiéndose los labios en muestra de su hartazgo —Yo soy una simple campesina, jamás podría contratar servidumbre.

Riendo en un jadeo incrédulo, tuerce la boca —Tú ¿¡Mi señora!? ¡Por favor! —arroja la franela contra la vasija de agua para cruzarse de brazos con altivez —Claro que no, en tu miserable vida lograrías que alguien de mi raza te sirviera, ustedes son lo más bajo. Traidores. Basura.

—Bueno... —comenta dudosa —lo lamento, no quería ofenderte. No intentaba molestarte, yo solo... —incorpora el cuerpo contra las almohadas de la cabecera, frunciendo el ceño ante el dolor que la invadía —No entiendo la razón para que alguien como tú... se haga cargo de lavarme, soy... menos que nada, no podría pagarte.

—Claro que no podrías pagarme. —exclama más calmada exhalando un suspiro al tomar la franela y exprimirla —Te he dicho que soy parte de la servidumbre de esta casa.

—La casa... —observa los trabajados alrededores — ¿A caso...? ¿He muerto o algo así? El pueblo en dónde yo vivía no tenía gran entrada de dinero, era diminuto, granjeros en su mayoría... —baja la mirada a las cobijas palpándolas con incredulidad —jamás escuché de una mansión en los alrededores, y sé que no llevo mucho tiempo viviendo ahí, pero... —encoge los hombros mostrando una diminuta sonrisa —un palacio como este, no pasaría desapercibido.

—Claro que no lo haría.

Aunque era más que obvio que no era del agrado de aquella dama, fue consciente del cambio de la voz ajena hacia ella y decidió permanecer en silencio al verla con el ceño menos fruncido mientras terminaba de exprimir aquella franela; de pronto los ojos de tono verduzco de aquella dama se cerraron y de su boca escapó una exhalación lenta mientras se encorvaba un poco manteniendo la franela entre sus palmas, un segundo después la mujer se enderezó admirando el rostro de la mujer en cama, admirándola por completo, consciente de los moretones en sus muñecas y las marcas de lucha sobre su piel, quizá era de una raza inferior, pero no podía negar que era hermosa. Y que había sufrido.

—He sido ruda. —confesaba sin bajar el mentón, y relamiendo sus labios continuó —Mi nombre es Francin, fui encargada por el señor Elrond, cuidador de estas tierras y candidato a custodio supremo de las tierras elficas.

— ¿El... elficas? ¿Perdón? ¿Hablas de...? —mantiene la boca abierta buscando respuestas en los alrededores — ¿Las... las criaturas de las cuales las madres inventan historias para hacer dormir a sus hijos? ¿Cómo podría...?

— ¿¡CRIATURAS!? —exclama con enfado arrojando la silla hacia atrás al levantarse — ¿¡Cómo te atreves!? ¡Tú eres una criatura! ¡Ridícula y minúscula! —gruñe entre su enfado como un intento de contenerse — ¡Cierra esa ridícula boca y pon atención a lo que te digo, insignificante humana!

Aturdida por tales gritos, Eleonor bajaba la mirada sintiéndose culpable y estúpida por causarle tantos inconvenientes a aquella mujer que tan solo intentaba hacer su trabajo, fuese cual fuese. La dama de vestimentas blancas con negro de pronto inhalaba profundamente dejando caer su cuerpo en el asiento que anteriormente había arrojado centímetros atrás, su mirada descendió a su falda y comenzó a alisar aquella prenda con cierta furia hasta que finalmente se dignó a ver aquel rostro humano, aun cuando casi destruía a la joven chica con esa mirada.

—Empieza tú. —ordena.

— ¿Perdón?

—Empieza tú. Háblame de lo que recuerdas, humana.

Humana. Su mirada se elevó sobre aquel rostro oscuro y brillante, el enfado en la cara de aquella dama era claramente notorio y no parecía intentar ocultarlo, así que Eleonor simplemente suspiró decidida a hablar.

—Fui al bosque luego de hacer mis trabajos diarios con los cultivos de mis tierras, estaba buscando unas bayas deliciosas que encontré hace algunos días porque tenía la intención de hacer un pastel para los niños del orfelinato más cercano... —observa como la mujer menea la mano con insistencia, pidiendo que omita las partes irrelevantes — ¡Oh! Si, um... —entrelaza sus palmas con cierta inquietud —un... hombre que yo conocía me atacó, abusó de mí y... me quedé en blanco, um... la verdad —desliza sus dedos con cierta incomodidad entre su rubia cabellera —no recuerdo muy claramente lo que ocurrió después.

— ¿Abusaron de ti? Bueno... —comenta con cierto desinterés —ahí tienen la crueldad normal del ser humano, la especie más estúpida.

—Pensé que era mi amigo... —comenta con desanimo manteniendo una sonrisa débil —pero parece que no era así...

—Bueno... —exhala un suspiro —Ahora te encuentras a salvo, creo que el señor Elrond ha... decidido, tomarte como mascota o algo así, supongo que podrás descubrirlo por la mañana. Ahora mismo nuestro señor se encuentra descansando, tuvo un día muy pesado... —observa el cuerpo de la joven — ¿Tienes ganas de comer o algo? Puedo traerte algo sencillo.

—Se lo agradezco, pero yo puedo hacerlo si tan solo me muestra en dónde.

—No. Te he dicho que me han asignado para cuidarte, así que solo quédate quieta. —toma la vasija con agua sucia girándose en dirección a la puerta de salida —Vamos ¿Puedes levantarte?

—Claro que sí... —avanza lentamente a la orilla bajando los pies sobre el mármol del suelo —me duele un poco el cuerpo, pero puedo hacerlo.

—Toma la vasija —señala hacia la mesita de noche con su mentón —y sígueme.

Eleonor encaja sus pies heridos y rojos en unos zapatos de tela y enseguida se lanza a seguir a la mujer de melena ébano; Francin poseía un porte firme y un moño alto del cual escapaban sus sencillos caireles, y era simplemente imponente, alta y robusta. Al cruzar la puerta de tallados delicados en formación de flores y raíces, se encontró con un pasillo apenas iluminado por farolillos que resguardaban velas a cada cierta distancia, su mirada fue hacia los colores de las paredes desde el tono blanco que se arrancaba del suelo hasta la altura de sus rodillas, hasta el tono dorado interrumpido por franjas verticales de tono blanco que llegaban al techo blanco que ante la oscuridad lucia opaco, parecía que esa ala de la casa contenía habitaciones para invitados, pues al lado de su puerta había otra, y tanto al fondo como enfrente de ambas parecían lucirse las habitaciones más grandes, pero ellas caminaron a mano izquierda dónde entre ambas alas se lucia una amplia escalera iluminada por luz natural que emanaba de la planta baja, al otro lado del amplio pasillo se apreciaban dos puertas más y una salida iluminada por luz lunar; en las paredes había algunas pinturas de paisajes, retratos de personas en fiestas de té, pero la luz de los farolillos no le dejaba apreciar por completo aquel arte.

—Ni se te ocurra tocar nada —expresa, manteniendo la mirada al frente.

—No lo haría...

La escalera era amplia, podrían caber al menos cinco personas caminando al lado del otro, y al lado había una baranda tallada de madera para apreciar la parte baja del recibidor, era un espacio pequeño. Francin descendió con gracia por el centro de la escalera mientras la chica admiraba con asombro el enorme recibidor y se aferraba al pasamanos dando pasos lentos en su descenso; a los lados de la enorme puerta había un arco de cristal desde el cual podía apreciar parte del exterior, y un par de farolillos sobre un par de plantas altas con brillante follaje, a cada lado se abrían unos marcos rectangulares que daban entrada hacia dos estancias distintas, a la derecha podía apreciar enormes ventanales iluminando unos sofás que le daban la espalda a la luz nocturna, y a la izquierda por igual había largos ventanales que iluminaban un comedor con una enorme mesa larga. Francin se detuvo ante la puerta de la izquierda y exhaló un suspiro cansado echando la cabeza hacia atrás hasta que se dignó a señalar hacia la derecha.

—De ese lado se encuentra la sala para recibir invitados, obviamente nos encontramos en el recibidor... —señala detrás de la escalera —hacia allá se encuentra una salida hacia el jardín que se ve desde la ventana de tu habitación. Y nosotras... —gira hacia el marco detrás suyo —nos dirigimos al comedor, aunque este sitio de aquí es más para invitados, normalmente nuestro señor recibe a mucha gente para veladas o almuerzos sea en simples fiestas o charlas de importancia para nuestro mundo, por eso... —detiene sus pasos frente a una puerta de tamaño más normal —hay tantos asientos por aquí.

—Entiendo. —deja de mirar los alrededores para seguir a la mujer que abre una puerta cercana a la esquina de la habitación.

—Por acá se encuentra el comedor de la servidumbre —muestra una mesa de ocho ocupas siguiendo adelante hasta señalar una barra central —y allá la cocina en dónde preparamos banquetes, y... —señala a mano izquierda —en el exterior se encuentra el baño de los empleados. —deposita la vasija en el fregadero detrás de la barra central —Deja la vasija en la tina de aquí... —avanza por la barra abriendo una gaveta inferior —haré algo sencillo para que comas rápido, toma asiento. —expone con tono sereno.

Guardando silencio Eleonor asentía siguiendo las instrucciones mientras miraba de reojo toda la estancia, había plantas en todos lados desde macetas grandes de suelo hasta macetas colgantes con plantas de larga caída, y una brisa fresca se colaba por alguna ventana abierta logrando que un dulce aroma impregnara el lugar, era sereno y la cocina era verdaderamente amplía, toda la sala tenía la forma de una L que rodeaba parte del comedor de invitados, y las barras para preparar alimento eran inmensas, la barra central dejaba espacio suficiente para movilizarse mientras la barra de cocina iba de pared a pared contando con todo lo necesario para crear cualquier alimento que ella hubiese podido conocer, un sitio magnifico e irreal.

—Seguramente nuestro señor querrá charlar contigo durante el desayuno por la mañana, acostumbra despertar temprano ya que le gusta pasear por los jardines de la casa... —sonriendo toma condimentos y utensilios de diversas gavetas y ganchos —luego de su paseo acostumbra volver a su oficina para hacer papeleo y finalmente viene a tomar el desayuno con el sol a mitad de su ascenso. Quiero pensar que ya estarás despierta para ese entonces.

—El cultivo me obliga a despertar muy temprano, quizá hasta me despierte antes que él.

—Eso es bueno, así podrás servir de algo. —exhala un suspiro comenzando a revolver huevos en un tazón —Oye... de verdad no puedo comprender la razón para que haya decidido traerte, nos tomó a todos por sorpresa así que no puedo darte gran información sobre ello... solo escúchalo, él no es malo, estoy segura de que no te ha traído para humillarte y hacerte pagar por lo que tú gente nos hizo.

SU gente. No fue hasta ese momento que sus sentidos volvieron a centrarse permitiéndole ver las orejas puntiagudas que aquella dama cargaba al lado de su rostro «Faerys» pensó, maravillada por aquello; todo aquel palacio no debía ser más que un triste sueño que le dejaría muy en claro el hecho de que seguía con vida, así que su mente comenzó a divagar, no sobre la extrañeza de tener ese tipo de sueño que jamás en su vida había tenido, sino... sobre el hecho de que tendría que despertar con el peso de la vergüenza y desdicha sobre sus hombros, con la ropa rota en medio de un bosque solitario y frio, tendría que caminar con el dolor que la aquejaba hasta su pequeña choza, y quizá ese día podría evitar acudir al pequeño mercadillo del pueblo, pero cuando tuviera que ir tendría que enfrentarse a las burlas y acoso de los pueblerinos. Ya la había herido, seguro no se quedaría con su triunfo para si mismo.

—El ser humano es despiadado, brutal.

—Que bueno que lo sabes.

La mujer la acompañó silenciosamente durante su cena, se sentó de frente a ella y cuando no mantenía la mirada sobre sus manos que se sobaban entre sí, se encontraba mirando por las ventanas en busca de evitar reposar su mirada en aquella joven, Eleonor era todo lo contrario y no ocultaba su mirada fija que la analizaba de pies a cabeza tratando de recordar el lugar en dónde había visto unos ojos verduzcos y feroces como aquellos, y más que nada analizando esas largas orejas puntiagudas. Después de la cena guio su camino de vuelta permitiendo que apreciara más lentamente cualquier cosa que le llamara la atención, Eleonor se detenía con cada planta, cada cuadro lleno de colores vivos y con cada tallado de madera que imitaba ramas y flores, era más que obvio que quién viviera ahí era un amante de la naturaleza.

—Que tengas buenas noches. —expone desde el marco de la puerta —Mañana la servidumbre vendrá para traerte ropa limpia y agua para que tomes un baño. Si... es que acaso no te sientes fuerte para salir de la cama... —traga duramente manteniendo la mirada sobre las cortinas inmóviles como un intento de evitarla —puedes pedir que te suban la comida. Yo vendré luego de terminar mis tareas de la mañana.

—Lo entiendo. Muchas gracias.

Después de aquella cena el rostro de la chica parecía mucho más cansado, pero aún a sabiendas de que ese comportamiento no era nada normal Francin únicamente suspiró en un firme asentimiento para finalmente cerrar la puerta que las dejaba separadas, tan solo se detuvo un segundo sin soltar las manijas mientras se permitía sentir pena por aquella mujer, y luego cerró los ojos conteniendo aquellos pensamientos para dar media vuelta y marcharse por el pasillo junto a la luz que anteriormente había bañado la habitación de la chica y los pasillos. Eleonor no duró demasiado despierta, tan solo escuchó los pasos de aquella mujer alejándose y prefirió cerrar los ojos antes de pensar en lo que había ocurrido aquella tarde.

El cantico de las aves no fue lo que había logrado despertarla, sus ojos marrones se centraron sorprendidos sobre un grupo de seis damas que charlaban en susurros dándose quejas entre si mientras cumplían las tareas que Francin le había comentado la noche anterior. Cuatro de ellas, de piel blanca y brillante, se encargaban de cargar cantaros de gran tamaño con dirección al cuarto de baño que se encontraba a la izquierda de su cama, otras dos susurraban del lado contrario mientras acomodaban un vestido blanco en un torso tallado de madera tratando de mantener la prenda pulcra y lisa.

—Debe ser un sueño... —murmuraba atónita.

Aún ante su tono tan bajo todas las presentes se detuvieron apretando los labios y lentamente volvieron sus miradas sorprendidas hacia la chica humana que se incorporaba en la cama con cierta dificultad, lentamente Eleonor se acercó a la orilla de la cama sacando sus piernas rasguñadas de debajo de las mantas hasta poder tocar el frio piso con sus plantas calientes, aquella sensación la atravesó en un escalofrío que viajó por todo su cuerpo, pero ni aquella sensación fue suficiente para hacerle creer lo que veía; sus pasos se deslizaron tambaleantes hacia la ventana al lado de la cama desde dónde observó el paisaje de un inmenso jardín con flores de todos los tipos y colores además de varias estatuas de arbustos cuidadosamente podados, había varias personas trabajando a lo largo del inmenso jardín bañado por un sol suave en pleno asenso. Pellizcó su muslo regresándose a la realidad, y en un tambaleo retrocedió en su confusión para observar a las damas que se mantenían detenidas en su camino hacia el cuarto de baño.

—Francin... ¿En dónde...? Yo... —avanza tambaleante — ¿Cómo? —señala el ventanal sin apartarles la mirada, las damas retroceden temerosas y sorprendidas — ¿Qué es lo que ocurre aquí? Yo... yo... ¿Ustedes qué...? —toca sus propias orejas con prisa y pánico — ¿Cómo podrían?

— ¡Oye humana! —exclama desde el otro extremo de la habitación — ¡Las asustas! ¡No te atrevas a acercarte a ellas y solo vuelve a la cama! —expresa con odio al punto de que las palabras se le escapan entre dientes —Ni se te ocurra tocarnos con tus sucias manos traidoras.

El desagrado de esa mirada la hizo temblar al momento, retrocedió confundida y cabizbaja volviendo hasta el borde de la cama en dónde se sentó totalmente desanimada mientras la dama de trenza azulada les señalaba a sus compañeras para que siguieran con sus labores y espabilaran de una buena vez, las chicas saltaron en sorpresa y salieron a paso rápido hacia el cuarto de baño.

—No nos toques, no nos hables. —exclama a su espalda —No queremos nada contigo y eso no va a cambiar aún si nuestro señor decide mantener como una estúpida mascota.

Una por una fueron saliendo de la habitación siendo la última aquella misma que le había dado órdenes claras, Eleonor apenas destensaba los hombros cuando dos nuevas elfas hicieron acto de presencia en la habitación, una joven de rostro pecoso y lacio cabello recogido en una coleta alta llevaba una bandeja de comida recién hecha mientras que su compañera con caireles cayéndole de su cabello en moño avanzaba con una mesa plegable, colocaron la mesa y la bandeja enfrente de la joven chica y permanecieron ahí invitándose a comprobar el estado de aquella humana. La joven de pecas se inclinó lentamente mostrando una ligera sonrisa.

—Hola.

— ¿He? —retrocede encogiéndose temerosa.

— ¡Oh, no te asustes por favor! —exclama en pánico irguiéndose con ambas palmas arriba —Solo hemos venido a dejarte el desayuno... —observa a la humana asintiendo con miedo y enseguida dirige la mirada a su compañera de raza buscando apoyo.

—Ya debes conocer a la señorita Francin. —inicia con cierto desinterés —Ella dijo que vendría luego de terminar con sus tareas, así que no te sientas asustada por nuestra presencia, que haya mucha gente en una mansión como esta es totalmente normal. —expone con mayor amabilidad —Deberías tomar una ducha, ya han acomodado el cambio de ropa para ti, y el agua debería encontrarse caliente, tibia para cuando termines el desayuno.

—Hay... —expone cuidadosa —mermelada recién fabricada, frambuesa también, todo es recién hecho, y el té es calmante. —abre un pequeño tazón —Azúcar.

—Oh... —analiza precavidamente los ojos de ambas dando una negativa —muchas gracias, todo luce delicioso, yo... ¿Exactamente en dónde me encuentro? ¿Estoy muerta? Yo solo quisiera saber lo que ocurre aquí... —jadeando comienza a temblar aferrando las manos a las mantas mientras sus ojos se cristalizan —no entiendo nada, yo... todo este lugar y ustedes...

—Bueno... ¿Cómo decirlo? —toma asiento junto a ella mostrándose hastiada al tocarle el hombro —Vamos a calmarnos un poco ¿Sí? Solo debes saber que no te encuentran en peligro ni nada parecido.

Niega con insistencia y preocupación —Nadie te hará daño aquí. Estas a salvo. Nuestro señor te protege.

—La señorita Francin ha dicho que ya tuvo una conversación contigo durante la noche, pero que muy posiblemente reaccionarías así. —exhala un suspiro apartando la mano del hombro ajeno —Es comprensible que te encuentres confundida, al parecer tú gente cree que nosotros somos simplemente un mito... —deposita la palma sobre la mano de la joven —pero como puedes ver, no es así. Y... la verdad es que no podemos interferir justo ahora y darte información.

—Nuestro señor debe hablar contigo primero. Cuando te trajo no nos dio mucha información y solo nos ordenó que te mantuviéramos cuidada, así que... —saca un pañuelo del borde de su falda limpiando cuidadosamente las lágrimas que recorrieron las mejillas ajenas — ¿Podrías esperar? Él te explicará todo lo que necesites.

—Ahora debes tomar el desayuno. Si eso te hace sentir más segura, nos quedaremos contigo.

— ¡Te juro que no me molesta tomarme un descanso! —expone con animosidad y una amplia sonrisa —La señorita Francin nos dijo que podíamos quedarnos contigo si acaso lo necesitabas, así que no nos llamarán la atención por quedarnos.

Eleonor pensó un poco la situación hasta finalmente asentir, sus manos tomaron una pieza de pan y su desayuno transcurrió lentamente mientras las damas de piel blanca recorrían la habitación palpando telas y los bordes tallados de las paredes, su primer pensamiento fue que en lugar de sentirse brutalmente afligida ella debería de haberse comportado como aquellas damas, debería haberse sentido curiosa y afortunada mientras merodeaba aquella hermosa habitación admirando las paredes con dibujos y el enorme candelabro circular que colgaba del alto techo con aquella increíble historia.

—Cualquier... —ambas regresan la mirada ante su pronunciación baja y débil —persona normal hubiese actuado como ustedes. —suspira —Luego de haber vivido en la miseria como yo lo he hecho, cualquier persona simplemente hubiese admirado todo con asombro y alegría... —sonríe débilmente soltando una risilla — ¿Quién no pensaría que es afortunado de despertar en una habitación así de grande? —acaricia la cama y sus telas —con tantas comodidades y gente cuidado de su persona.

—Yo pienso que sería mucho más normal despertar confundido. —comenta animosa para tomar asiento en la cama a su lado —Te encontrabas dormida cuando nuestro señor te trajo a su casa, yo estaría muy confundida si me hubiera dormido en cualquier lugar y despertado en sitio completamente distinto.

Ante aquel amigable sonreír y actuar, Eleonor no vio otra opción más que sonreírle a la adorable chica que parecía de una edad menor a la suya, probablemente rondaba los diecisiete o dieciocho pues su rostro parecía bastante infantil mientras sus pecas la hacían ver terriblemente dulce; la otra joven solo las miraba de reojo sin apartar su atención del ventanal que daba hacia el espectacular jardín, sus mejillas se encontraban sonrosadas y su mirada se perdida en el cariño

— ¿Creen que Francin demore mucho?

—No lo creo, debería subir en un rato. —responde la joven a su lado —Lo mejor será que tomes una ducha, que ya te encuentres preparada para cuando ella venga.

—Si eso crees...

Inhalando profundamente se levanta para encaminarse descalza por el suelo pulido hasta poder adentrarse al cuarto de baño, en el interior de la habitación rectangular había una sola ventana que daba la iluminación suficiente y una maravillosa vista del jardín. Su mirada se mantuvo en aquella ventana mientras se despojaba de la bata de seda con la cual había dormido, todo aquel lugar era impecable, y cuando su cuerpo se adentró en la tina con agua tibia de aroma floral no pudo evitar exhalar un suspiro cerrando los ojos, era delicioso e irreal hasta lo más mínimo. Se sentía en una ensoñación que la hacía sentir una reina. Sus ojos se abrieron permitiéndole admirar las pequeñas florecillas en tonos lilas y rosas que flotaban en el agua, y su mano emergió tomando una flor entre la curvatura de su palma, tan pequeña y linda... «Tan pequeña y linda» Los recuerdos emergieron con amargura, y es que aquel dulce chico no había sido el único que había abusado de su persona, aunque era quién más daño le había hecho.

En ese instante, en esa tina de ensoñación, no se permitió llorar, solamente tomó la esponja colgada en un pequeño gancho a su lado y comenzó a tallarse brutalmente la piel, una y otra vez, con la mirada pérdida en sus pensamientos se talló y se talló logrando que el agua se derramará de la tina y que ambas mujeres en el exterior de la habitación se atrevieran a entrar para admirar el enrojecimiento en la piel ajena y la brutalidad con la cuál trataba a su cuerpo, las voces de ellas eran ecos insonoros para la joven humana, pero aquellas manos podían tocarla y detenerla. Luego de la pequeña lucha se quedó totalmente estática logrando causar el miedo de ambas jóvenes que se miraban con insistencia en busca de una respuesta.

—No tengo idea de lo que pudo haber pasado, pero no se encuentra nada bien Agatha, no creo que nos escuché... —muerde sus uñas observando con terror a la joven de mirada perdida — ¿Y si se encuentra bajo un maleficio? Escuché que por las praderas del sur han atacado a mujeres jóvenes, que las han vuelto locas por simple diversión.

— ¿Qué tonterías dices? —exclama en negación —No, claro que no, ella... ella solo... —observa detenidamente a la joven de mirada perdida —debió pasar un mal rato... como todos los que estamos aquí. —inhalando profundamente arremanga por encima del codo sus prendas y toma un banco de madera para acomodarse detrás de la tina —Lavaré su cabello, ocúpate de limpiar su cuerpo.

—Pero ella... —observa los rasguños rojizos de la piel ajena.

—Solo con agua Niniel. Creo que tendremos que ponerle algo de medicina...

Pero la chica no volvió en sí aún después de haberla vestido y peinado. Francin llegó a la habitación encontrándose con sus dos compañeras de trabajo en un estado de preocupación exagerado mientras untaban pequeñas dosis de pomada en la piel herida de aquella chica.

— ¿Qué le pasó?

—No lo sabemos. —comenta la joven de rulos —Sé ha quedado paralizada, tuvo un... percance mientras tomaba un baño, comenzó a... —observa el rostro de la chica —tallarse con bastante fuerza así que tuvimos que intervenir... —analiza las heridas aún rojas —y no ha dicho nada desde entonces.

—Nos permitió bañarla y todo, pero se ha quedado en blanco —comenta con preocupación — ¿Estará bien?

—Ella ha... —ladea el rostro reteniéndose de hablar —pasado por algo traumático, es normal que actué de tal manera. —avanza al lado de la cama dejando un juego grande de llaves sobre la cómoda —Por el momento terminaré con sus curaciones, han hecho un buen trabajo, —suspira sin regresarles la mirada —pueden marcharse.

Sus miradas se encuentran dudosas, por un segundo observan a la chica en cama y luego de pensarlo deciden dejar las curaciones para levantarse, tomar sus cosas, y retirarse, en el marco de la puerta dan una reverencia ante Francin y luego se marchan sin decir nada más. Los ojos verdes de la mujer se dirigen sobre la chica en cama admirando con tristeza aquella mirada pérdida en la nada, la analiza por un segundo y luego de tragar grueso se acomoda en la silla a su lado.

—Mi señor ha dicho que no podrá verte hoy. Deberías salir, pasear, caminar por la mansión si eso te place... iré a buscarte por la tarde, así que, siéntete libre de vagar por las cercanías.

Y de ese modo transcurrió todo un día. La chica no se levantó de la cama después de aquel incidente, no comió lo que le llevaron y no respondió cuando le hablaron, solo se quedó ahí, inmóvil, permitiendo que la movilizaran como una muñeca de trapo cuando debieron cambiarla y acostarla una vez llegada la hora de dormir. Las luces se apagaron. Al día siguiente un herbolario se adentró en aquella habitación, hizo revisiones e hizo preguntas aún cuando ella permanecía en silencio.

—Lo lamento, pero además de las heridas debido a la violación, no parece tener nada. Creo que su dolencia es más mental que física, en todo caso podría dejarles unos brebajes para que logre relajar su mente.

—Con eso me basta... —comenta inquietamente manteniendo el costado de su puño contra sus labios —solo necesito que haga algo. Ni siquiera ha ido a la letrina. No ha comido nada. Eso fue todo el día de ayer.

—Bueno... —ajusta sus gafas en un suspiro —espero que sirvan de algo. —saca un par de botellas de su bolso de cuero —Ya sabes su utilización.

—Sí, muchas gracias. Le acompaño a la salida.

—Sé hacia dónde, no te preocupes querida. De hecho... —detiene su andar en el marco de la puerta, observa a mano derecha y luego de una reverencia vuelve la atención a la elfa — ¿Islang se encuentra en las tierras del señor?

—Sí. Ahora mismo debe encontrarse en el vivero. Puedo...

—No hace falta... —eleva la mano siguiendo por el pasillo —puedo ir solo.

El hombre de avanzada edad sigue adelante bajando la enorme escalera aferrándose al barandal mientras Francin sale dando una reverencia ante el joven de menor estatura que se encontraba nerviosamente recargado de la pared.

— ¿Qué tal se encuentra?

—No ha mejorado en nada, y el herbolario piensa que debe ser un mal mental en lugar de físico. Además de los rasguños que se causó, su estado físico no es malo, las heridas del abuso mejoran gradualmente.

—Haz el encantamiento de intensión para asegurarte de que no vaya a intentar... herirse.

—Entiendo. —observa la inquietud en el rostro ajeno —No puedo prometerte que estará bien Enid, y no podemos obligarla a mejorar.

—Lo sé, solo... —exhala un suspiro frotándose el rostro —me preocupa.

—Siempre tan débil ante las almas heridas.

—Vuelve a tu trabajo Francin, yo volveré al mío.

—Bien, bien.

La casa entera se encontraba susurrante sobre la situación de su invitada, algunas personas de la servidumbre se reían de su situación mientras otros tantos parecían preocupados así fuese únicamente por como su señor se tomaría el estado de aquella humana, pero entre toda la servidumbre tan solo Níniel y Agatha acudieron a la habitación de aquella chica para cerciorarse de su estado y ayudarle a la elfa de mayor rango que se hacía cargo de todos sus cuidados, aún que Francin se encontraba más y más inquieta con las horas que pasaban sin respuesta de la humana causando que su malhumor aflorara por cualquier nimiedad. Durante la noche cuando ya toda la casa se encontraba sumida en el silencio, Eleonor se levantó de la cama con la mirada cristalizada y un gimoteo creciente, inhaló profundamente conteniéndose y se dirigió al cuarto de baño en dónde se detuvo frente al espejo de pared para admirar su rostro blanco rojizo, sus ojos marrones cristalinos, su nariz pequeña y levantada, su rostro finamente tallado por las entrañas de su madre... era hermosa... todo el mundo le había dicho que era hermosa, hermosa al borde de parecer de la realeza en lugar de la simple pueblerina que era, y ella se odiaba por ser hermosa, se odiaba por tener aquellos labios carnosos de tonos rosados, esas pestañas largas, esos ojos grandes, esas curvas asquerosas, esos senos de "Buen tamaño" y ese cuerpo obsceno. Muchas veces había deseado destrozar todo eso, hacerse una gran herida, destrozarse el cuerpo entero para nunca más ser llamada "Hermosa", pero luego pensaba en sus padres que tanto hubiesen deseado que fuese una mujer feliz, y se había detenido.

Salió descalza recorriendo el corto pasillo con la mirada sumida en la oscuridad de un sitio sin ventanas ni farolas encendidas, hasta que fue capaz de encontrarse con la luz lunar que se colaba desde la planta baja comenzando a descender por las amplías y largas escaleras hasta encontrarse frente a la puerta de salida, tomó las manijas metálicas en forma de anillo y jaló con fuerza hasta poder abrir sintiendo la fría brisa del exterior colándose por su cabello suelto y la bata sencilla que le cubría el cuerpo. Salió. Estirando los dedos de sus pies en busca de acostumbrarlos al filoso frio del suelo tallado en piedra, y bajó hasta el adoquín con forma de romboide. La parte delantera de aquella casa no era tan llamativa como el jardín trasero del cual tenía una vista casi completa desde la habitación en la cual la habían hospedado, pero aún sin tanto lujo se veía lindo a la luz de la luna, y era callado. Tomó asiento en las escaleras y en lugar de admirar los arbustos podados como estatuas, o las estatuas mismas de tonos blancos, descansó las manos sobre la fría roca de aquella escalera mientras su mirada se elevaba al cielo nocturno permitiendo que el frio de la noche la envolviera completamente.

Si aquel lugar era el cielo, se sentía enormemente decepcionada. Pensaba que quizá en las entrañas de la nada absoluta, en la muerte, los pensamientos no tendrían que acudir a su mente, pero los pensamientos seguían ahí, los recuerdos estaban presentes y su dolor estaba con ella sentado a su lado tomándole los dedos de la mano. El primer sollozo llegó de golpe, en un hipido sorpresivo, y sus lágrimas fluyeron.

A la mañana siguiente la chica salió de la cama, tomó el desayuno, y se metió en la tina con agua caliente para volver a sollozar abrazándose a sus piernas; se vistió con un suave y cálido vestido de un tono azul profundo permaneciendo en aquella habitación con la mirada pérdida en la nada hasta que a la hora del almuerzo decidió bajar, las elfas le rehuyeron y algunos trabajadores salieron con sus platos de comida en mano, pero ella no tenía fuerza para esos actos así que simplemente comió y agradeció por los platillos para salir al patio trasero en dónde Francin se unió a su caminata después de un rato.

—Ahora ya son tres días y nuestro señor, bueno... —observa de reojo los alrededores —creo que planea dejarte sola un poco más de tiempo ¿Estás bien con eso?... ¿Planeas hablar?

—No hay necesidad.

—Sigues andando por ahí como un simple fantasma. —comenta con cierto enfado —No hablas y no buscas respuestas o formas de huir, solo... solo andas por ahí en silencio, mirando de frente el camino y evadiendo la mirada de la gente. —gruñe enfadada, adelantándose para cerrar el camino de la joven que baja la mirada ante su persona — ¿Qué piensas que haces?

—No lo sé. Tú señor me ha traído aquí.

— ¿Qué significa eso?

—Que no lo sé.

— ¡Pues por los objetos, intenta saberlo! —expresa con desespero atrapando la mirada de los curiosos —Al principio al menos demostrabas ser humana, pensar y hablar, admirar... —toma las mejillas de la joven obligándola a mirar sus ojos —entiendo que te han herido, pero mi señor te abrió las puertas a nuestro mundo, a su casa, eso es algo maravilloso y único, al menos deberías sentirte un poco curiosa sobre tu propio estado. Todos los demás estamos muy curiosos sobre tu posible estadía en nuestro mundo.

—Lo siento...

— ¿¡Qué sientes!? —frota su rostro con ambas palmas totalmente frustrada — ¡Santo mío, ayúdame a comprender a esta chica!

— ¿Crees que realmente tú señor me deje quedar aquí?

— ¿Qué?

Sus miradas se encuentran intencionalmente por primera vez después de tanto y Francin retrocede algo sorprendida al encontrar una pizca de preocupación en los ojos de aquella chica, eleva la ceja izquierda esperando escuchar de nuevo la pregunta de la joven.

—No tengo familia con la cuál regresar, y si vuelvo... me van a atacar.

— ¿Por qué te...? ¿Por qué te atacarían?

—Me han violado, ya no tengo valor. El poco respeto que me tenían se ha esfumado, pensarán que pueden hacerlo cuando les plazca... ya lo habían intentado antes, y logré evitarlo en ese entonces, pero ahora se encuentra hecho. Si vuelvo... —traga duramente agachando un poco el rostro —ya no seré vista como una dama, me tratarán como les venga en gana. No quiero volver.

Una semana completa y la chica seguía vagando como un fantasma. Poco después de aquella platica sobre querer permanecer en aquella mansión Francin dejó de acompañarla dándole completa libertad para explorar la zona a su placer, así descubrió que residía en la casa principal del tan nombrado señor Elrond quién poseía vastas tierras además de esas, y también tenía cientos de admiradores ya que era un salvador para toda su servidumbre; al parecer Francin quien era la ama de llaves principal, y ella, eran las únicas que residían en aquella casa junto a su señor; la casa contaba con un estudio que estaba prohibido para ella tanto como la habitación del señor Elrond, y había una biblioteca en la misma planta alta además de un balcón especial para tomar té y hacer tertulias. En la primera planta la sala para recibir invitados contaba con un pequeño escenario con instrumentos para tener espectáculo en directo, un pequeño espacio para danzar, sofás, mesas de dos o tres ocupas, una barra grande con cientos de bebidas y libreros de pared que contenían una cantidad menos increíble de libros que la biblioteca de la planta superior.

— ¿Cuándo crees que podré verlo? —comentaba calmadamente siguiendo con su comida.

—No lo sé.

La noche había caído y se encontraban solas tomando la cena, no era un secreto que las personas en ese lugar se encontraban nada complacidas con la presencia de una humana en aquella casa, normalmente solo Francin, Agatha y Níniel se atrevían a sentarse con ella a comer, aunque ambas jóvenes se encontraban demasiado ocupadas con sus deberes diarios como para compartir demasiado tiempo con ella.

—No intento sonar desagradecida, me ha vestido, me ha dado de comer y me ha brindado una habitación hermosa, pero... —deja los cubiertos en la mesa para mirar a la mujer de frente —mi cosecha estará perdida a estas alturas, necesito saber si va a aceptarme o si debería estar pensando en que hacer cuando vuelva a mi vida.

—Si llegará a no aceptarte ¿Qué harías?

—Volver. Moverme. —retoma sus cubiertos suspirando mientras cortar la jugosa carne de su plato —Ir a otro poblado en dónde me den ayuda por el poco dinero que pueda ofrecerles. Necesitaré utilizar el hecho de que soy huérfana para que se apiaden un poco de mí, pero sé que con unas semillas lograré hacer algo.

—Y en caso contrario... —toma un bocado — ¿Qué podrías ofrecerle si te quedas?

Deteniendo sus movimientos observa a aquella mujer. Habían transcurrido demasiados días como para que aquello siguiese siendo un sueño, además la comida tenía sabor, los olores eran claros y podía tocar a la gente. Todo seguía siendo irreal, pero... estaba sucediendo.

—Lo que sea. Lavar ropa, limpiar su casa, ayudar en el jardín, en el vivero que tiene...

— ¿Lo viste? —cuestiona con cierta sorpresa.

—Se encuentra un tanto lejos de la casa principal, y cerca de la segunda casa, el lugar al cuál van cuando terminan con su trabajo.

Sonríe de manera sutil dando un asentimiento — ¿Eres buena con los cultivos?

—No me molesta ensuciarme la ropa. Puedo hacerlo.

—Bueno... —limpia su boca con una servilleta blanca —el señor no me ha dicho gran cosa, solo me pidió que te diera lo que necesitarás, bajo esa orden puedes pedirme oro y un carruaje para irte, y te lo daría sin consecuencias.

—Sabes que no deseo irme. —suspirando posa las palmas contra la mesa impulsándose para levantarse —Hoy los lavaré yo. Son solo dos tazones y los cubiertos, puedes subir a descansar.

—Si eso quieres... —comenta levemente sorprendida observándola recoger los trastos y llevarlos hacia el lavabo —ten una buena noche, humana.

—Buenas noches, Francin.

No tenía nada que exigirle a esa mujer sobre la forma en la cuál la llamaba, la forma en que todas esas personas pronunciaban esa palabra. Humana. Era un tono claramente despectivo y nadie intentaba ocultar el desagrado que sentían con tan solo pronunciarlo, con solo verla... pero eso no presentaba un gran problema para ella que había vivido la mayoría de su vida siendo una huérfana sin nombre; sus padres cariñosamente le habían otorgado un nombre, pero después de sus muertes nadie se había preocupado por llamarla por él y simplemente acudían a lo que era, una huérfana, así les llamaban a todos aquellos que habían perdido a sus padres.

Luego de secarse las palmas recorrió la cocina soplando las flamas de todas las velas y farolillos, se adentró al comedor principal y fue apagando las velas observando como gracias a los largos ventanales se colaba luz natural suficiente para iluminar su camino, aunque también existía ese resplandor verduzco que irradiaba de los tallados de raíces que recorrían toda la pared. Sus pasos serenos y calmos eran lo único que resonaba por toda la estancia, al llegar al recibidor dirigió su mirada hacia las escaleras y delicadamente hizo presión sobre los talones de sus zapatos hasta lograr descalzarse, una vez sus medias blancas tocaron el suelo Eleonor dirigió la mirada al frente y se adentró por el marco hacia la siguiente habitación; caminó en silencio posando las yemas de sus dedos sobre las raíces levantadas de la pared, índice y anular mientras respiraba con calma permitiendo que poco a poco la sintonía de sus pulmones se volviera más profunda, pesada, y triste, cerró los ojos sin apartar la mano de la pared, y entonces exhaló alejándose en dirección del enorme piano con teclas blancas y negras, jamás había visto uno de cerca o uno de ese tipo, los pueblos por los cuales había pasado ofrecían espectáculos callejeros en los cuales de vez en cuando acudían músicos, claro que había visto los instrumentos y se había maravillado con su música, pero no parecían iguales; recordaba muy vagamente que su padre alguna vez había tocado la flauta con tonadas alegres y enérgicas, recordaba vagamente su reír mientras bailaba alrededor de él dando saltos con la risa de su madre y los aplausos que les invitaban a seguir divirtiéndose.

—Siempre te paseas por las noches.

Aquella voz profunda la hizo sorprender, pero su actuar fue lento y tranquilo a la hora de regresar la vista hacia la sombra que se adentraba desde el recibidor hacia ella. Era alto, y al verlo bañado por la luz de la luna podía descubrir aquellas orejas puntiagudas escondidas bajo su cabello lacio ondulado de tinte negro, que descansaba sutilmente sobre sus hombros, tenía un pijama suelto de tela blanca.

—Solo... —dirige la mirada sobre las baldosas que los separan —me gusta el frio de la noche.

— ¿De verdad? —sonríe dulcemente —Es lindo. —asiente, deteniendo sus pasos, su mirada vuelve hacia las ventanas a su espalda observando el exterior —La luna y las estrellas lo son, pero ahora te encuentras aquí adentro... —regresa su atención a ella tendiendo la mano en dirección al piano —solo mirando.

—Jamás en mi vida he tocado un instrumento, y no son míos, sería irrespetuoso y... molesto, —aclara con firmeza volviendo la mirada sobre aquel hombre —tocar a mitad de la noche.

—No es tan tarde. —ríe con ternura avanzando.

Era delgado, de rostro fino y blanco, mentón puntiagudo y nariz guía, de ojos alargados y juguetones con cierto filo en su brillo, alto, pero infantil y nada amenazador. Subió al escenario en dónde se encontraba el piano al lado de Eleonor, la observó de reojo manteniendo una carismática sonrisa en sus labios mientras tomaba asiento, y entonces suspiró clavando la mirada en el instrumento; ella se mantenía inerte y tan solo sus ojos buscaban alguna salvación para tal encuentro sorpresivo y extraño, no se había tomado el tiempo para aprender los rostros de las personas que trabajaban ahí, lo único que tenía claro era que esa persona no debería encontrarse en aquella casa con un pijama... a menos que fuese el señor de la casa, pero la dulce melodía del piano la arrancó de sus conjeturas, era una melodía triste, gélida, que le congelaba las entrañas en dolor... su rostro descendió mientras sentía que sus ojos se aguaban en posible llanto, se aferró a sí misma abrazándose los codos mientras se encogía.

La enorme estancia se pintaba en una profunda oscuridad llena de soledad, de tristeza, de dolor, el sufrimiento subía por su garganta dejándola sin aliento mientras las lágrimas le recorrían las mejillas haciéndola cerrar los ojos, incapaz de contenerse. El muchacho la miraba con sutileza, volvía la mirada a las teclas y con cada tonada regresaba su vista sobre ella aun cuando también se hundía en un pensamiento más profundo y propio, en el pasado de un niño dólido que había cometido un error... y la tonada se elevaba con prisa, con brusquedad, con tensión, y disminuía, se calmaba, se ahogaba... en un jadeo el chico detuvo la música de golpe.

—Odio bastante esa canción —confesaba con un suspiro.

—Entonces ¿Por qué?... —negando, se limpia las mejillas — ¿Por qué la has tocado?

—Porque creo que no has llorado lo suficiente. —declara firmemente manteniéndole la mirada —Te he visto paseando por los alrededores, perdida... también te he visto vagar por las noches cuando sales a las escaleras delanteras y tomas asiento, solo te quedas ahí, sin llorar y con la mirada perdida.

—Tu... —cubre su boca en una negativa —Lo siento, usted... ¿Es acaso el señor de la casa?

Él sonríe elevando la comisura izquierda —Lo soy. Pero bueno... —cierra la tapa de las teclas levantándose del taburete —tomemos asiento en los sofás, hablemos.

— ¿Ahora mismo? —cuestiona dudosa observando la estancia solitaria — ¿No sería mejor hacerlo durante la mañana?

— ¿Tienes miedo de mí? —comenta con gracia llegando a la chimenea apagada, su mano se estira sobre la repisa con una charola de plata, y de ahí toma un cuchillo delgado y pequeño —No planeo hacerte nada. —vuelve atrás manteniendo la distancia al tender el arma sobre su palma —Pero si te sientes incomoda, puedes tomarlo.

— ¿Un cuchillo? Yo no podría...

—No planeo hablar contigo mañana, y si no accedes a hacerlo ahora mismo no hablaremos hasta dentro de mucho tiempo... —desliza el cuchillo por su palma hasta tomar el filo y menear el arma en espera de la mano ajena — ¿Hablamos?

Eleonor asiente con cierta duda y desciende del escenario hasta poder tomar el mango del arma, apretujando el objeto con ambas manos contra su pecho mientras el hombre asiente en una inhalación y se encamina a un sofá individual pidiéndole que tome asiento en el sofá más cercano, con una mesita de té entre ambos.

—Soy Elrond Sermil. No me importan los títulos así que eso lo puedes descubrir con quién quieras de mi servidumbre... —une sus palmas manteniendo los codos en los reposabrazos —te encontré en lo que tú gente llama "El bosque prohibido" no es inusual encontrar de tu gente ahí dentro, les gusta retarse estúpidamente a entrar como una prueba de valor, o una simple broma. —analiza el rostro congelado de la joven, su mirada directa sobre el suelo —Pero esa no ha sido tú razón.

—Quería morir. —declara firmemente —Abusaron de mí, la... —sonríe con dolencia —persona que me ayudó desde el primer día que llegue a esa villa... —aprieta los labios cerrando los ojos con frustración —que me daba la mano siempre que lo necesitaba, quién me sonreía, me apoyaba... —eleva bruscamente el rostro manteniendo la mirada al hombre frente a ella —me traicionó de frente, me atacó, me despojó de todo lo que yo era... —aprieta los parpados manteniendo una mínima sonrisa temblorosa —y a pesar de todo el amor que me profesaba durante aquel maldito ataque... se marchó sin más, sin preguntar por mi sentir, por mi salud, me dejó ahí tirada, humillada, ultrajada, abandonada... —abre los ojos enfrentando la mirada ajena —quería morir. Pero en cambio, desperté aquí.

—No es... —exhala profundamente abrumado —usual la estadía de los humanos en nuestras tierras, pero si existen pequeñas excepciones. Aunque... —ladea el rostro de manera dubitativa acariciándose la punta de la oreja —debes saber que muchos de los nuestros sienten un profundo desagrado por tú gente.

Tomando una bocanada de aire se inclina hacia él —Quería creer que era un sueño, que quizá estaba muerta y todo este... —analiza las paredes y el techo blanco —palacio era simplemente el cielo, pero... —tragando grueso vuelve a mirarlo —No es así ¿Cierto? Sigo viva.

—Hace bastante tiempo que ocurrió la separación de tú gente y la mía, así que es comprensible que no conozcas la historia, además los humanos acostumbran a cambiar la historia con el pasar de los años. —sonríe amablemente posando la palma contra su pecho —Mi raza es élfica, soy un elfo, mis orejas lo demuestran. —comenta con gracia palpando las tres perforaciones en ascenso de su oreja derecha —La mayoría de servidumbre que trabaja en mi casa lo es, hay alguna que otra hada, faunos que posiblemente no has visto porque son muy buenos para esconderse, y... algunas otras criaturas.

—Los seres de las historias que se le cuentan a los niños.

—Básicamente —asiente en una risilla —seríamos esos seres. Para resumir la historia... la mayoría de los que vivimos en estas tierras éramos seres mágicos que huimos de una masacre atroz, los elfos logramos crear el mundo que ahora pisamos, un lugar dónde podemos vivir en paz, nuestro propio mundo. Nos encontramos en un sitio diferente a tú mundo, y al mismo tiempo nos encontramos conectados a ese mundo, es... un tanto difícil de explicar. Y pareces bastante confundida. —frota su nuca mostrándose vergonzoso.

—Solo... —sacude el rostro en una negativa — ¿Qué tan lejos del otro mundo? De mí... de mi mundo.

—Un portal de distancia. —aclara con certeza —Tenemos portales para ingresar a tú mundo dispuestos en los cuatro puntos cardinales, custodiados por nuestra gente, pero solo son utilizados para mantenernos al tanto de la situación entre ustedes y los demonios.

— ¿Demonios? Perdón, pero... —frunce el entrecejo, notablemente confundida —creo que es demasiada información para procesarla en una noche.

Riendo con entusiasmo deja ver su blanca dentadura perfecta —No es necesario que lo aprendas, solo que sepas que te encuentras en un mundo verdadero y bastante grande, te encuentras viva. Y si lo deseas de ese modo... si me lo pides o se lo pides a Francin, —asiente calmado —podemos llevarte a tu casa en el mundo humano. No te quiero mentir, te traje aquí porque sentí pena por ti. Soy débil a las situaciones trágicas de la gente.

—Es lo normal, todos sienten pena por mí, y me has encontrado en una situación... —asiente —pero no deseo volver, no tengo razón para volver, no hay nadie esperándome en aquel pueblo... mis padres murieron hace mucho tiempo y mis cosechas deben encontrarse perdidas. ¿Crees que podrías...? —aprieta los parpados con disgusto por sus propias palabras, luego lo observa —perdone, yo quisiera saber si acaso, mi señor, —agacha el rostro con respeto —podría permitirme permanecer aquí, sé que puedo ser de ayuda, se lavar, limpiar, cosechar, haré lo que me pida con tal de mantener un techo sobre mi cabeza y comida en mi plato.

Extiende una sonrisa con gracia mirándose las palmas para finalmente levantarse. Eleonor le sigue con la mirada encontrando un rostro tranquilo y amigable bañado por la luz lunar.

—Francin te pondrá al corriente. Mañana no creo poder estar en casa, así que tendrás que ser informada por ella, y por favor... procura llorar lo que te haga falta, me gusta ver a mi gente siendo sinceramente feliz. ¿Y qué mejor que sacar todo aquello que nos lastima para así mejorar?

—Sí... —responde con cierta duda por tal petición —haré mi mayor esfuerzo, señor Elrond.

—Ten buena noche Eleonor.

—Lo mismo le deseo.

El hombre de porte recto abandonó la sala ysubió por las escaleras con cierto descuido y confianza mientras ella serecordaba el filoso cuchillo que aún mantenía entre sus manos, al dejar deescuchar los pasos ajenos se permitió exhalar un extenso suspiro mientrasdejaba el arma sobre la mesa de té y dirigía la mirada hacia el alto ventanal.Elfos, hadas, gigantes, demonios y humanos. Esa noche mantuvo la mirada sobrela imagen en el techo de su habitación, cuestionándose si de algún modo sumente jugaba con ella, quizá a la mañana siguiente despertaría en su mundo, ensu triste realidad. O quizá todo era real.

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