Capítulo 2

Ashley también estaba allí. Y en el estado en que se hallaba, no iba a ser tan rápida como una gacela, para salir de aquella casa.

-Huyendo, solo vas a traer desgracia a ti –Habló su abuela cerca de él.

Se giró sorprendido a mirarla, pues no había observado que ésta se hubiera levantado y menos, caminado tan rápido.

Pero al parecer, había sido el único. Porque toda su familia estaba pendiente de ellos dos, incluyendo a Ashley que lo miraba con el ceño fruncido.

-Por mí culpa, hay una familia que ya lo es –Soltó con tono amargo-. No me merezco lo que hayas visto –Cogió aire un segundo y con cierto odio, soltó las siguientes palabras sabiendo que iba a decepcionar a la mujer que más admiraba-. Reniego de mí bonito destino.

-¡Que hay qué hacer, para que veas que no fue tu culpa aquella fatídica desgracia! –Sollozó su madre dolida desde donde estaba, al ver que su hijo rechazaba a conocer la felicidad.

-Pero tal vez, si hubiera hecho caso –suspiró-. Ella, estaría viva y feliz.

-Y tú serías un amargado –Volvió a reprocharle su madre.

-Lo mismo que ahora ¿No? –Soltó con cierta sonrisa irónica en su expresión y alzando un momento sus anchos hombros.

Enfadada por aquella negatividad, Simona dio un paso más hasta posicionarse enfrente de él. Sus miradas estuvieron cruzadas por unos segundos en un tenso silencio. Después, para sorpresa de todos la mujer alzó su mano derecha y la condujo hacia la frente de él, para darle un ligero golpe. Al tiempo que pronunciaba algo rápido en un siseo.

No se esperaba aquello, después de haberle dicho claramente que no lo quería. Por ello, que había reaccionado demasiado tarde en alzar su propia mano, para apartar la de su abuela.

-¿Qué has hecho?

Demandó completamente pactado por la acción de la mujer, en una habitación repleta de familiares que se hallaban conteniendo el aliento, por lo que acababa de ocurrir ante sus narices.

Menos Simona, quien lo miraba con enfado alzando su pequeña nariz respingona.

-Lo que debía –Afirmó con tono tajante.

El mismo que emplea el más mayor y sabio, de cualquier clan que hubiera en el universo.

El rostro de Albert, se ensombreció a causa de la furia que estaba creciendo en su interior. Dando un paso al frente, con los puños blancos por la fuerza que estaba haciendo.

-Deshazlo.

Gruñó en una orden, sin ninguna súplica en su tono de voz o mirada.

-No –Respondió Simona, cruzándose de brazos y alzando aún más su barbilla.

-¡Pues pienso resistirme con todas mis fuerzas! –Vociferó en el rostro de la mujer mayor-. Mando yo sobre mí vida, ni tú, ni la magia, ni el destino tenéis derecho alguno a moverme sobre vuestros antojos.

-¡Eres un idiota!

Exclamó Simona, el insulto con gran dolor en la voz. Mirando un momento a toda su familia, para después volver a posar la mirada vidriosa en su nieto.

-Lo has arruinado todo –Dijo con tono triste-. Me han obligado a castigarte, por rechazar lo que te pertenecía.

Tras aquella confesión, la familia no pudo ocultar su asombro al soltar gemidos de sorpresa y murmurar en completo desacuerdo.

Albert, se puso aún más rígido al tiempo que sus ojos mostraban un tono frío. Siendo una coraza que llevaba con él, más del tiempo debido.

-Bien –Respondió sin cariño alguno-. Por una vez, veo que el universo empieza a compartir mí punto de vista.

Su abuela, lo pilló desprevenido a él y a todos. Al soltar una carcajada, digna de una bruja en una noche como aquella.

-Te dije que eras idiota –Sus ojos brillaron con furia-. Nunca se esperaban, que fueras a rechazar un mundo que está vinculado a tú vida. Y no les ha gustado nada.

-No creo que mí condena, pueda ser aún peor que la qué cargo sobre mis hombros –Se burló empleando gran sarcasmo en sus palabras.

-Será una noche –Comenzó a revelar la mujer-. Hoy comienza ... Tu cuerpo, se desvanecerá para pasar a un estado de energía.

-¡Qué!

Exclamaron todos los allí congregados. Pero su abuela, ignoró toda indignación y protesta, provenientes de sus seres queridos al seguir explicando el castigo.

-Serás llevado a ella –Allí sus ojos brillaron diferentes-. Conquístala, porque sino te perderás para siempre.

-¡No! –Corrió su madre junto a su abuela-. ¡No, Simona! –La agarró por los hombros y volvió a suplicar por su hijo-. Eso no.

-Yo no puedo hacer nada –La miró con dolor-, es cosa de él.

-¡Pero sabes que él no hará nada! –Sollozó la mujer.

Albert, seguía quieto. Sin apartar la mirada del rostro de la mujer mayor. Asimilando aún, el castigo o maldición que le había sido concedido.

¿Qué era aquello? ¿Acaso, el universo le estaba concediendo la oportunidad de realizar un deseo oscuro, que tantas veces había deseado desde el fondo de su alma?

Morir, para no disfrutar del amor.

Porque realmente, no merecía ni un segundo más de vida si en ella iba a entrar su amor.

No se merecía aquel placer de la vida, cuando por su culpa una joven amiga, se había arrancado la suya al no ser aceptado su amor por él.

Todos le decían que no era culpa suya. Que aquella chica, no estaba bien mentalmente... Y él lo sabía, pero si hubiera quedado tal vez algún día con ella, llevarla de paseo, al cine, cualquier cosa... Tal vez, al no ver su indiferencia como la de todos, que no se habría quitado la vida.

Apenas era una joven, que comenzaba a vivir la vida. Solo tenía dieciséis años, mientras que él rondaba los veinte ocho años... Los padres de ésta, se estaban divorciando. Por ello, su pequeña vecina se hallaba en estado de depresión. Acabando derrotada, cuando el día que él cumplía años se le acercó a su casa con un regalo, confesando con timidez sus sentimientos por él.

Pero nuevamente, volvió a sufrir otro rechazo. Su pequeño corazón ya no aguantó que nadie más la quisiera. Era frágil. Algo, que él tenía que haber visto. Y puede, que la hubiese ayudado de alguna manera.

-¡Mamá! –Exclamó horrorizada una de sus sobrinas cuando comenzó a notar algo raro en su tío.

Él, se giró a mirarla. Para descubrir en su mirada un frío miedo. Girando sobre sí, paseó la vista por todos los demás, para hallar la misma expresión de terror.

Con el ceño fruncido, bajó la vista hacía así mismo para descubrir, que sus piernas se iban desvaneciendo en el aire.

El momento había llegado.


Se sentía como si se acabara de despertar, después de una larga noche de sueño. Pero no era así, dado que recordaba a al perfección, todo lo ocurrido en casa de su abuela.

Y decía, lo ocurrido en casa de su abuela porque en aquel momento, ya no se hallaba allí.

No señor, aquel pequeño salón era la primera vez que lo veía.

Las paredes, eran blancas, con muebles del mismo color. Lo único, que daba un toque de color aquella habitación. Era el sofá color gris, con alegres cojines color malva. Que había junto a una chimenea con el fuego encendido.

Dio varias vueltas sobre sí mismo, atento a todo, pero no vio nada que le llamara la atención o que le resultara conocido. Como tampoco, escuchó ningún sonido proveniente de laguna otra habitación de la casa.

¿A quién pertenecía?

¿Era cierto, lo que Simona le había dicho? Iba a conocerla a ella, a su amor... Bueno, para ser más precisos ha quien tenía que ser su amor en un futuro. Solo que ahora, le habían quitado el futuro y lo habían convertido en demasiado próximo. Dándole un limitado plazo para conquistarla.

Perdido en sus pensamientos, no escuchó como la puerta del salón se habría dando paso a una joven con el cabello negro azabache por la cintura, llevando una taza y un libro en sus manos. Para detenerse a mirarlo con gran furia en sus ojos verdes esmeralda.

Dios, era bellísima.

-Lárgate de mí casa –Escupió sin miedo alguno, al tener en medio de su salón a un hombre desconocido.

-¿Perdona? –Preguntó sorprendido porque realmente, se había dirigido hacia él, como si ya lo conociera.

-¡Que te largues! –Volvió a ordenar con gran enfado, reanudando sus pasos para dirigirse al sofá. Donde se sentó, con las piernas cruzadas y apoyando en ellas el libro que antes llevaba en la mano.

-¿Me conoces? –Dio un paso hacia ella, achicando sus ojos en espera de su respuesta.

-No –Resopló la chica-. Y ni quiero hacerlo –Concretó con seriedad, dando un sorbo al contenido de su taza.

-Espero que entiendas mi confusión y sorpresa, al ver que no me lanzaras ninguna de las cosas que llevabas en las manos –Mostró una leve sonrisa en sus labios-, al hallarte a un desconocido en el salón de tú casa.

-No soy idiota –Volteó los ojos al techo, volviendo a bajar sus manos hasta sus piernas, con la taza en ellas-. Se que eres mí regalo de cumpleaños. Que has entrado por la puerta, porque la idiota de mi hermana te ha contratado para que me des un buen revolcón, por cumplir treinta años.

-Tu regalo de cumpleaños –Repitió primero algo confundido, para después echarse a reír, al ver que la chica estaba equivocada-. Creo que vas mal encaminada –Se atrevió a señalar con cierta diversión.

-No lo creo –Se rió-. Solo hay que mirarte. Eres un hombre alto, moreno y muy atractivo, con un cuerpo atlético... Vamos, todo un bomboncito. Precisamente, como a mí me gustan –Le guiñó un ojo divertida-. Pero dile a mí hermana, que no pienso practicar sexo y encima, pagando por él. No estoy tan necesitada.

Albert no pudo más y rompió en una dulce carcajada, captando aún más la atención de ella sobre él.

-No quiero que te sientas insultado –Se disculpó con sinceridad-. Creo que debes de ser un buen amante en la cama –Se mordió el labio un poco nerviosa, por lo que le estaba diciendo a un completo desconocido, en la noche de su cumpleaños y en su casa, vestida únicamente con un pijama que había visto mejores días-. Bueno, eso es lo que pienso con... -Calló completamente abochornada.

Pero él, no estaba para nada abochornado. Al revés, estaba completamente encantado con la joven que tenía delante, quien se suponía era su amor verdadero.

Comprendiendo por fin, la rabia de su abuela cuando dijo en alto, que rechazaba al amor de su vida.

Ella le pertenecía, como él a ella.

Desde el primer momento, se había sentido cómodo en su presencia. Volviendo a sonreír con calidez, después de tanto tiempo.

Aquella joven, era la que lo complementaba. No hacía falta cuestionar aquel dato, lo sabía con solo mirarla.

Y ella sin saberlo aún, también lo notaba. Aunque lo estuviera rechazando, su cuerpo no le mandaba aquellas señales.

Sentía un gran impulso por acercarse y acariciar su largo cabello, apostando a que sería suave como la seda. Y poder besar, aquellos carnosos labios que debían esconder un dulce placer.

Y también estaba seguro, que cuando la envolviera con sus brazos, sus cuerpos encajarían como las piezas en un puzle.

Lo reconocía. Él, también seguía con la tradición de su familia...

Se había enamorado, en menos de quince minutos de su futura esposa.

-No me estas ofendiendo para nada –Confirmó Albert empleando un tono algo más ronco de lo habitual-. Tampoco me gusta ser un maldito pretencioso. Pero puedo asegurar, que no te equivocas en esa observación. Me gusta creer, que soy un buen amante, dado que me gusta satisfacer a la mujer que está conmigo. En ningún momento, actúo como un egoísta, dedicándome solo a satisfacer mí placer sexual.

Ella, después de aquellas palabras suyas dichas con tanta seguridad, aún se sintió más cohibida por hallarse sola con él en su casa.

-¿Te ha pagado ya mí hermana por tus servicios? –Preguntó carraspeando un poco.

Albert hizo un gesto negativo con su cabeza, pero con una sonrisa sexy en su rostro.

La chica, reclinándose hacia delante dejó la taza y el libro, en el suelo en un lado del sofá. Para ponerse en pie con cierta agitación y pasar por su lado sin rozarlo.

-Deja que coja mi cartera y te efectúe un pago por las molestias causadas, al venir aquí para nada al fin y al cabo –Habló con cierto nerviosismo por estar viviendo aquello, por culpa de su joven y alocada hermana.

-No debes pagarme nada –Indicó él, dando un par de pasos hacia ella-. Ya te avisé, que te hallas muy equivocada de la realidad –Volvió a exponer con una enigmática sonrisa.

Aquella vez, si que vio cierta confusión y desconfianza en la mirada y gestos, por parte de la joven.

-¿No tienes ninguna conexión con mi hermana? –Inquirió con cierto recelo.

Albert volvió a negar con un gesto de cabeza. Y ella, dio un paso atrás parando enfrente de la puerta del salón, para alzar su mano y agarrar el picaporte de ésta.

¡Mierda!

Pensó con gran fastidio, al ver que la cosa podía torcerse a partir de aquel momento, si no iba con cuidado.

-¿Vienes de parte de algún conocido mío? –Volvió a preguntar, aquella vez con cierto temblor en la voz y abriendo, de forma disimulada un poco la puerta, que al parecer conducía al resto de la casa.

Cogió aire, para expulsarlo con cierta fuerza al ver que le iba a resultar muy difícil, el que la chica no saliera corriendo a llamar a la policía.

¡Hurra por su abuela y sus malditos amigos! Masculló en silencio.

-No –Respondió serio-. Realmente, es un poco difícil de explicar –Comenzó con poca seguridad y dando un paso hacia ella.

-¿Cómo entraste en mí casa? –Demandó en un estado de alerta y cierto tono histérico.

Allí, Albert hizo una mueca con sus labios al tiempo que se hundía de hombros.

-Vaya, esa pregunta me va ha resultar un tanto difícil de explicártela, sin que tú...

-¡Quién eres!

Demandó con cierto chillido y algo de desesperación.

-Y esa, también te va ha resultar algo curiosa en un principio –Respondió no pudiendo evitar el reírse un poco por todo aquel lío.

-¡Fuera de mí casa!

Gritó a pleno pulmón, sorprendiendo al hombre al ver que blandía en sus manos un enorme paraguas, con una afilada punta de hierro.

Sí, precisamente aquello, es lo que había temido que podía acabar sucediendo en un principio.

Alzó sus manos al aire, para que viera que estaba libre de cualquier objeto amenazador. Y respiró con calma, para no sonar tosco.

-Puedes estar tranquila, que lo último que se me ocurriría, sería hacerte daño cariño.

¡Y vuelta a fastidiarla, al emplear aquel apelativo cariñoso! Que idiota, Albert.

La joven, ante aquello abrió los ojos como un cervatillo al notar peligro y alzando su brazo al aire, corrió hacia él para atizarle con la punta punzante del paraguas.

-¡AHRG! –Gritó como una guerrera en medio de un campo de batalla.

-¡No, espera! –Intentó detenerla él, alzando sus dos brazos hacia el frente.

Pero todo sucedió demasiado deprisa para los dos. Quedándose en silencio por un momento, y con expresión paralizada en sus rostros.

No se veían, se daban la espalda mutuamente. Algo, que técnicamente era imposible. Pero había ocurrido...

Ella, lo había atravesado como sí de una capa de niebla se tratara.

Otro punto negativo para él y su objetivo.

Aquello, debía de tratarse de una broma de muy mal gusto. Pensó con gran sarcasmo... ¿cómo iba ha conquistarla si no podía tener contacto físico con ella?

Lo máximo que había notado, era todo un cosquilleo por su cuerpo.

Realmente, aquellas mentes no se lo estaban poniendo nada fácil. Bien mirado, sí que resultaba un castigo.

-¡AH! –Chilló la joven con una reacción tardía, soltando el paraguas al suelo y girándose hacia él, con una expresión de terror en su rostro.

Se dio la vuelta, con calma para no asustarla más. Aunque no creía, que fuera posible aumentar más le medidor del miedo.

-Por favor –Habló con tono suave, casi melódico-. Cálmate, no voy hacerte daño. Lo digo en serio.

-¡Te atravesé! –Señaló incrédula-. Pude notarte. Fue algo... Raro –Dijo entrecerrando sus ojos, para observarlo más detenidamente-. Eres un fantasma. ¡Estas muerto!

Albert, soltó un quejido en protesta a aquella idiotez.

-¡Ni hablar! ¡No estoy muerto! –Señaló con gran firmeza.

-Creo que eres un espíritu de esos, que no aceptan el hecho de abandonar su vida aquí –Comenzó argumentar con gran agitación.

-¡Que no es eso! –Exclamó comenzando a impacientarse por todo lo que iba a complicarse aquello-. Malditas series de televisión...

Ella, se encogió levemente por su grito.

-Pues entonces, explícate... -Soltó con cierto enfurruñamiento, poniendo sus brazos en jarra.

La miró un momento con el ceño fruncido, para resoplar con cierto agobio, al no saber como se iba a tomar sus siguientes palabras.

-No estoy muerto –Aseguró nuevamente con las cejas fruncidas-. Estoy vivo, solo que no se si ahora mismo me hallo, en mí presente o en un futuro cercano...

-Sí, claro –Volteó ella los ojos-. Que yo sepa, en todos los libros y películas que he conocido. Uno, no es una especie de niebla andante, si no es que resulta estar muerto.

-¡Y dale! –Refunfuñó Albert con un gran resoplido-. Créeme, cuando te digo que no estoy muerto ¿Hoy qué es? –Preguntó tratando de dar un paso hacia ella.

-Halowen, mí cumpleaños... -Se alzó de hombros-. Pero no des ni un paso más, guapito –Se cruzó de brazos, alzando una ceja.

-Bien –asintió con la cabeza-, creo que estoy en mí presente y también el tuyo –Comenzó a explicar, pero ella lo interrumpió al soltar una corta carcajada.

-Yo te aseguro que sí –Paró de reír-. Mí taza de chocolate, no contiene nada raro. Pero tú –Meneó la cabeza negativa-. No se que habrás...

-Nada –Gruñó molesto-. Absolutamente nada, salvo que enfadé a mí abuela y sus amigos, en el día de su cumpleaños.

Ésta juntó sus cejas, mostrando lo confundida que se hallaba ahora.

-No comprendo –Se mordió por un segundo el labio inferior-. ¿Qué pinta tú abuela? –Abrió sus ojos de sopetón-. ¡No te habrás escapado de un psiquiátrico! –Cuestionó dando un paso atrás.

Albert, volvió a gruñir en una muestra de su estado exasperado, girándose y yendo a sentarse en el sofá.

¡Vaya! Se detuvo un momento para observarse, al menos podía sentarse... No atravesaba los objetos.

-No –Alzó la mirada hacia ella.- Y espero, que realmente mí aspecto no te infunda esa inquietud.

Silencio, mientras ella lo miraba detenidamente con la cabeza algo ladeada hacia la derecha.

-No se que responderte –rió seguidamente, mostrando cuan nerviosa se hallaba-. Dado que realmente me has infundido una gran mezcla de sentimientos, en un tiempo récord –Hizo un puchero con sus labios-. Algo, que no creo que sea muy bueno para mí sistema nervioso.

Albert sonrió, ante aquella conjetura.

-Yo solo quiero, que me escuches –Pidió con tono de súplica-. Pidiéndote, que cuando te explique mí presencia, no hagas nada raro...

Su mirada era fija, cargada de ternura. Algo que la estaba poniendo nerviosa.

Bueno, a decir verdad, desde que lo había sorprendido en medio de su salón. Su estado de ánimo, había vuelto a resurgir de forma brutal. Notando como todas sus terminaciones nerviosas, burbujeaban de deseo.

Un deseo dirigido únicamente a él.

Algo, que llevaba mucho tiempo sin sentir y que echaba de menos.

Pero entristeciéndose un poco al principio, cuando comprendió que era imposible. Dado que se trataba de un hombre de compañía. Que su hermana en un loco impulso, había pagado para su uso, en su noche de cumpleaños, ya que no quería salir a celebrarlo con ella y sus amigas.

Que lástima, que una vez que volvía a sentirse viva a causa de un hombre sexy, como lo era él. No fuera apto para ella y sus planes de futuro.

Ella, solo quería conocer a alguien serio. Que quisiera tratar de tener una vida normal, junto a ella. Nada de locos que solo querían divertirse entre las sábanas, sin ninguna responsabilidad fuera de ellas.

¿Tan difícil era, el encontrar a alguien que creyera en el matrimonio, como lo hacia ella?

-Aunque te parezca una locura –Volvió hablar el bomboncito, sacándola de sus conjeturas-. Han acelerado mí vida sentimental a una noche. Para ser precisos, a ésta noche.

Su suave voz ronca, la tenía completamente hipnotizada. Haciendo que estuviera callada, siendo toda oídos mientras se emborrachaba de él.

-Por renegar del amor, en un momento algo gris de mí vida, que se me ha castigado –Calló un instante por si ella, quería intervenir. Pero no fue así, al permanecer con sus labios sellados y observándolo con atención-. Debo indicar, que mí familia es algo peculiar respecto al matrimonio –Se pasó la mano por la nuca como acto nervioso-. Reconocemos al amor de nuestras vidas, casi justamente al instante de toparnos con él.

Vio como ella soltaba un suspiro, ante una confesión tan romántica.

-Y además, hay que sumar a mí abuela a esa ecuación, con un toque especial –Cogió aire con profundidad-. Ella, por castigo ante una actitud no permitida para mi familia, me soltó como una especie de encantamiento.

-¿Cómo? –Despertó de la hipnotización de su voz, moviendo de forma repetida su cabeza de lado a lado-. ¿Dijiste encantamiento?

Albert asintió con la cabeza, alerta a cualquier reacción en ella.

-Espera... -Rió algo crispada, moviéndose un poco hacia otro punto del salón-. Acaso me crees idiota –Expuso con actitud enérgica.

-Por favor –Suplicó-. Déjame acabar...

-Pero es que eso resulta algo... -Calló, para coger aire-. Me estáis tomando el pelo.

-No –Se puso en pie Albert-. Estoy hablando con toda la sinceridad de mí alma –Expulsó el aire contenido-. Tú misma, lo comprobaste hace un momento al atravesarme.

Consiguió callarla y volver a captar su atención.

-Me condujeron a conquistar en una sola noche, a quien se supone que en un futuro iba conocer. Llegando a convertirla en mí esposa... Si no lo logro, toda mi existencia se evaporará en el universo.

Ya está, lo había dicho.

Se había desnudado con sinceridad ante ella, dejando todo su futuro en manos de aquella joven. Algo, que jamás se habría visto capaz de hacer. Pero que con ella, así lo sentía.

Una fuerte energía que los envolvía con una capa de compenetración, que lo tenía sediento de deseo por poder tocarla, hacerla suya...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top