Capítulo 1

Por mucho que tuviera trabajo acumulado, aquella noche, como la de todos los años de su vida desde que era pequeño. Lo abandonaba todo para acudir a casa de su abuela.

Aquella era la noche de haloween, con las historias de miedo que contaba la mujer. Sus sobrinos, iban encantados por mucho que ya fueran unos adolescentes.

Había que decir, que su querida abuela Simona, no era una mujer de setenta años muy normal. Para empezar, tenía aún una vitalidad increíble. Y desde siempre, había sido especial... ¿Cómo decirlo?

Creía en la magia del universo y la naturaleza. Y siempre decía, que nunca había que dejar de creer en las cosas. Uno tenía que hacerse adulto, porque era ley de vida. Pero tenía que procurar siempre que en su corazón tenía que anidar la inocencia de un niño.

Había que creer en las hadas, las brujas, los duendes... Y los monstruos dentro del armario. No había nada de malo por hacerlo aún a tus treinta años.

Y todos los que la conocían, la respetaban a ella y lo que decía. Nadie ponía en duda sus palabras. Confiaban en ella, en su intuición y su sabiduría con las plantas, para los pequeños males.

Miró el reloj que tenía sobre el escritorio de su oficina, comprobando que solo quedaba media hora para el comienzo de la cena. Debía de apresurarse, sino quería llegar tarde al cumpleaños de ella y recibir una buena reprimenda.

Apagó el ordenador, para ponerse en pie y acercarse al perchero a coger su abrigo. Cuando al abrir la puerta, se sorprendió de encontrarse a Ashley, ordenando unas carpetas. No pudo evitar el sonreír ante la dedicación de su secretaria.

-¿Aún te hallas aquí­ Ash? -Renegó un poco.

La chica dejó lo que estaba haciendo para enderezar la espalda con los brazos en jarra. Y hablarle con tono cansado.

-Sí­ -Resopló-. El Lunes, viene la chica que me va ha sustituir y quiero tenerlo todo listo.

-Querida Ashley -Sonrió-. Solo van a ser tres meses -Se encogió de hombros, para restarle importancia-. Todo va a ir bien.

Se acercó a ella, para agarrarla de los hombros con cariño y alejarla del escritorio.

-Como no te vayas a casa -Empleó un tono burlón-, estoy seguro de que tú marido me mata por dejarte estar un sábado en la oficina trabajando hasta tan tarde, cuando prácticamente te queda una semana para salir de cuentas.

Ashley sonrió, aceptando que era tarde y tenía que descansar. Cogió su abrigo y el bolso, para dirigirse al ascensor con su jefe. Quien al enterarse que iba ha coger un taxi, la obligó a bajar hasta el parquin y subirse en su coche. No sin abandonar la idea de soltarle una reprimenda.

-¿Cómo es qué viniste a la oficina en autobús? –Señaló molesto-. Haberme llamado para que te fuera a buscar. Sabes que lo habría hecho encantado.

-No quería resultar una molestia -Suspiró-. Y vine en autobús, porque ya no entro tras un volante -Rió feliz, acariciándose la barriga.

-No tenía que haber aceptado tu ofrecimiento de venir hoy sábado y menos, a trabajar hasta que tú te hallaras cómoda con tu enorme barriga -Soltó un pequeño gruñido-. Has aguantado todo el embarazo.

Dijo renegando, encendiendo el vehículo para comenzar a conducirlo en dirección a la salida.

-No me seas igual de pesado que Víctor -Gruñó aquella vez ella, girándose a mirarlo con cierto enfado-. Solo estoy embarazada, no enferma...

Albert solo supo soltar una risa algo tosca, tras girarse a mirarla por un momento, antes de introducirse en la circulación de la carretera.

-¡Pero tu te has visto en un espejo! -Recriminó-. Tienes una enorme barriga. Y apuesto que no puedes ponerte tu sola las medias o calcetines -Volvió a gruñir-. No me explico como tu marido ha sido tan inconsciente de dejarte salir hoy de casa para trabajar.

Ante aquella crítica, Ashley se quedó callada mirando por la ventanilla del vehículo las calles de personas disfrazadas, listas para disfrutar aquella noche.

-¿Ashley?

Se giró a mirarla con el ceño ligeramente fruncido, al verla tan callada. Cosa poco habitual en ella.

-Te estoy hablando... -Soltó con cierto mosqueo, al comenzar a sospechar que su secretaria y amiga, se estaba callando algo importante.

Ella, se giró a mirarlo por un segundo. Pues en verdad, no le aguantó por más tiempo la mirada. Y comprobando que al desviar su rostro, lo hacía mordiéndose el labio inferior. Era un gesto claro de nerviosismo.

-Ashley... -Volvió a repetir su nombre, con cierta impaciencia.

-En verdad, se supone que ésta semana no tendría que estar trabajando –Confesó con cierto temor a que Albert, se girara a gritarle.

-¡Que tú qué! –Exclamó deteniéndose en un semáforo en rojo, completamente en seco. Logrando recibir algún que otro pitido del coche de atrás, al hacerlo a cinco metros del lugar indicado.

-Victor, ha tenido que irse de viaje a Washington por una operación delicada que tenían que hacer, y le han pedido su ayuda... -Explicó de carrerilla con los ojos medio cerrados-. Le prometí que haría reposo para no estar bajo ningún stress, para que el parto no se me adelantara...

En los ojos del hombre, solo se vislumbraba el brillo de furia.

-¡Joder Ash, la has hecho bien buena! –Estalló reanudando la marcha, al cambiar el semáforo de color-. Te imaginas, si te pones de parto en la oficina. Tú marido me mata, por pensar que te obligué a trabajar hasta el último momento.

Ashley, se cruzó de brazos con los labios fruncidos por la reprimenda que le estaba dando éste.

-Si me quedo sola en casa, sin nada que hacer me estreso aún más –Protestó en su defensa.

Ante aquella pobre excusa, él solo supo reírse de ella, al tiempo que accionaba el intermitente para girar en la siguiente esquina.

-Eso son tonterías –Dijo entre dientes-. Y estoy muy decepcionado por éste engaño. Además, pienso informar de ello a tu marido.

-¡Qué! –Soltó un chillido agudo, mostrando total desacuerdo.

-Y pasado mañana, ni se te ocurra presentarte a la oficina –Continuó con tono duro.

-Pero...

Fue a protestar, teniendo que callarse al ver como él la miraba furioso.

-Me las arreglaré como sea. Estoy completamente seguro, que todo se halla adecuado para la sustituta.

Ella volvió a intentar decir algo, al abrir sus labios. Pero en segundo, éstos volvían hallarse cerrados.

-Cuando surja algún problema, que no vea solución por ninguna parte, prometo ponerme en contacto contigo –Dio como alternativa.

-Se que no lo harás –Gimió en un quejido de fastidio.

-Prometo llamarte todos los días y, darte un informe de tu sustituta –Señaló como tregua, con una sonrisa en sus labios, logrando que ella también lo hiciera.

Ashely soltó un suspiro derrotada.

-Es lo único que voy a obtener ¿Verdad?

-Sí –Rió, tras dar su escueta respuesta.

-Muy bien –Aceptó, mostrando seguidamente una sonrisa pícara, al tiempo que alzaba una ceja-. Con la condición, de que me lleves al cumpleaños de tú abuela.

Aquella vez, al hombre se le escapó una sonora carcajada por su atrevimiento.

-Ni hablar –Negó con un movimiento de cabeza-. Tienes que descansar. Y precisamente hoy en casa de mi abuela, no lograrás hacerlo.

-Entonces no hay trato –Soltó con cierto tono de retintín.

-Por lo menos, vamos a ser unas treinta personas como bien sabes –Comenzó a protestar-. Con niños corriendo por todos lados, por no decir sus gritos y...

-Albert –Le puso una mano en su brazo al tiempo que le sonreía con cariño-, Se lo que es el cumpleaños en casa de tú abuela. Te recuerdo, que fui al del año pasado –Rió divertida-. Fue increíble y me encanta tú abuela.

-No vas a poder estar relajada –Intentó señalar, con tono no muy convencido de sus ordenes.

-Estaré bien –Suspiró-. Míralo de ésta manera – se alzó de hombros-. Si me pongo de parto, no lo haré sola en mí casa.

Acertó con sus palabras.

Al momento, su jefe cambiaba de rumbo, conduciéndola hacia las afueras de la ciudad.

-Me alegra poder asistir nuevamente. Se que voy a disfrutar un montón –Juntó las palmas de su mano, con un brillo de diversión en sus ojos-. Podré ver a quien le toca éste año, que Simona le acierte su destino.

-Dios –Se quejó con cierta frustración-. No vas a sentarte en un rincón a estar relajada.

-Que sí, tonto –Le guiñó un ojo-. Es solo que me siento muy excitada. El año pasado, me llevaste y me tocó a mí por sorpresa de todos –Soltó una carcajada-.Te acuerdas de la cara que pusimos los dos, cuando me dijo que éste año iba a casarme y ser madre...

Los dos soltaron fuertes carcajadas por los recuerdos.

-Sí, recuerdo como toda mi familia me miró de forma acusadora, pro si me había acostado contigo y te hallabas embarazada –Dijo riéndose.

-Sí –Soltó una carcajada, limpiándose las lagrimas que fluían de sus ojos-. Y tú padre, ya iba en busca de la vieja escopeta colgada en la pared.

-Ni me lo recuerdes –Dijo cogiendo aire-. Suerte que no estamos en las vegas, porque no nos habría dado tiempo a explicarnos.

-Me gustaría que éste año, fueras tú. En serio.

Soltó de sopetón, causando que el hombre abandonara toda risa de su rostro, para mirar al frente serio.

-El amor, no tiene cabida en mi vida –Respondió con cierto tono amargo y girando el volante hacia la izquierda, en una gran avenida arbolada por grandes sauces, donde predominaban un montón de grandes casas estilo inglés.

Y en la tercera casa del final de la avenida, Albert detuvo el coche.

-Yo no estoy del todo de acuerdo –Dijo Ashley, abriendo la puerta con tono risueño.

Albert, se bajó también y caminó hacia ella para agarrarla por la cintura con cariño.

-Lo que me preocupa ahora, es que no me maten por traerte aquí en tú estado –Gimió en una protesta.

-Tonterías –Rió la chica divertida, restándole importancia a lo dicho.

***

Aquella vez, había ido de maravilla que el cumpleaños cayera en viernes. Eran la una de la madrugada y nadie quería abandonar el lugar. Aún esperaban la predicción de aquel año.

Menos él.

Quería marcharse ya a su piso. Notaba como cierta inquietud, burbujeaba en alguna parte de su interior.

¿Tal vez en su estomago? ¿Ho era su corazón?

Donde fuera, le importaba un comino. Solo quería que despareciera, no tenía ganas de detenerse analizarlo. Había algo en el ambiente aquella vez, que no le dejaba disfrutar de la velada como siempre había hecho.

Agarró su copa de cava medio vacía y de un solo movimiento, la apuró entera. Fue entonces, cuando lo supo.

Su querida abuela, lo estaba mirando fijamente desde un sillón al lado de la chimenea. Y su mirada, tenía aquel brillo especial.

Sabía que le estaba pidiendo que se acercara a ella. Pero no podía, él no...

Movió su cabeza con gesto negativo y mirada de súplica, hacia la mujer mayor. Antes de ponerse en pie.

Tenía que alejarse de allí y de ella, lo antes posible.

Pero cuando estaba a punto de cruzar la puerta del salón, frenó en seco al recordar que no había venido solo.

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