♠ 20. FIN DEL MUNDO ♠
Continuamos hasta subir el Monte.
Pasamos estatuas que implican pasajes bíblicos hasta dar con una inmensa cruz de piedra en la cima.
—Esto es aún más impactante—le digo, formulándome cómo carajos subieron semejante cruz hasta aquí.
Oscar no responde y seguimos caminando.
Se extiende imponente un enorme valle de hierba y césped que crece por lo menos con unos sesenta centímetros por encima del nivel del suelo. El paisaje de rocas es inmenso. Hasta que recuerdo mi móvil y caigo en la cuenta de que aquí podría tener señal. ¡Ni siquiera lo recordé!
Lo busco y palpo cada uno de mis bolsillos hasta que Oscar (quien por suerte ya ha guardado las horribles mascotas que se le meten por los músculos de la espalda) se percata de lo que hay y dice:
—Hasta que te acordás del celu. Te lo quité. Atraería a la policía si tenías puesto un localizador. Tu padre ha de estar muy preocupado.
—¿Lo...volveré a ver?
Me arroja una de sus miradas típicas al estilo "¿en verdad querés que te responda eso?"
Seguimos con la caminata hasta que se logra vislumbrar entre el valle rocoso, metros antes del acantilado, una cabaña de tentador aspecto cálido, es pequeña pero confortable luego de tanto caminar.
—Allá es—me señala lo evidente.
Pero no hay nada.
Sólo esa casita. Nada más.
—¿Qué va a pasar aquí? —le pregunto.
Él traga saliva y los músculos de su rostro se tensan. Sus labios se abren para articular tres palabras que paralizan el corazón de tan solo oírlas:
—El final de todo.
Al salir de la ducha, creo verme obligada a ponerme la misma ropa que antes, sin embargo Oscar me presta un pantalón de joggin que me queda suelto y lo ato con tiras en la cintura; también un buzo con capucha que me queda enorme y me cubre completamente los muslos.
Mi acompañante me llama desde la cocina y sirve un delicioso almuerzo a base de vegetales picados y carne enlatada. En verdad no es tan delicioso, pero luego de las últimas horas, cualquier cosa me parece bien.
—¿Aquí vivís?—le pregunto, un poco confusa. Si tiene que hacerse todo este viaje cada día para ir y volver de mi casa sin tener automóvil...
—No—responde y se sienta en la mesa, frente a mí, con otro plato de comida—. Es una especie de guarida.
—¿Para vos?
—Para nosotros.
—¿Malena, vos...y la chica rubia?
—¿Qué chica rubia? Ah... la viste anoche.
—Sí.
—Se llama Eileen. Es la dueña original del lugar donde estamos parando. Fue quien empezó todo.
Cuando la vi me impresionó de mayor edad pero de Oscar me esperaría cualquier cosa. Literalmente.
—¿Qué edad tiene?
—Unos tres mil doscientos veinte.
La comida se me atraganta y debo pasarla con un trago de agua.
—¿Qué...?
—Parece de treinta. Se trata de un maleficio para conservar la edad. No todos somos bestias con serpientes. Algunos usan magia. Digo... otro tipo de magia.
—¿Por ejemplo?
—Male conoce de eso mejor que yo. Es bruja. Como Elieen. Ellas son una bestia.
—¿Ellas una sola bestia? Dale, hablá en serio Oscar.
—Te hablo en serio: Somos siete razas de bestias diferentes. Cada uno de nosotros pertenece a una raza. Por desgracia, con Maxi compartimos la misma...
—¿Y su padre? ¿Kaneki también es uno de ustedes?
—No. Él es peor.
—¿Por qué?
—Es humano. De los peores, quiero decir.
—Mmm...
Se produce un ligero silencio hasta que capto que me he terminado toda la comida. Creo que ni a mi madre le doy ese gusto.
—Estuvo delicioso—le digo con dificultad de proferir alguna intención de adulación frente a este hombre. O bestia. U hombre-bestia-PadreDeSerpientes o como quiera que se le deba llamar.
—Gracias—señala—. La costumbre de comer enlatado.
—¿Por qué lo decís?
—Vivir sabiendo que La Batalla Final podría desatarse en cualquier momento te pone un poco paranoico respecto de guardar provisiones para no morir de hambre en los días que eso ocurra.
—Ay, Oscar—pongo los codos sobre la mesa y me sostengo el rostro como si me pesase demasiado—. Te juro que no me puedo terminar de creer todo esto. ¿Podrías al menos terminar de responder a mis preguntas? Bah, son un millón, pero me interesa dilucidar algo para que empiece a figurarme mejor cómo son las cosas.
—Dispará, bonita.
Levanto una ceja. Creo que extrañaba al Oscar seductor.
—¿Por qué le debés dinero al padre de Maxi?
Mi interlocutor pone los ojos en blanco y se cruza de piernas.
—Porque es un imbécil con mucho dinero—señala—. Suele dar préstamos a las bestias. Todos los que hemos nacido con nuestras condiciones, solemos ser unos marginados de la sociedad y nos cuesta encontrar un sustento para vivir. Por ejemplo, pensá por qué estamos en un pueblo apartado. Amo Tandil, pero eso es demasiada exposición. Ahora nos hemos acercado ya que el Monte Calvario se trata de un lugar cercano a La Batalla. Y con gente tan cerrada que nadie les creería si a uno se le suelta un tornillo y empieza a decir que vio un hombre devorarse una chica desde su interior con una serpiente como nexo. Digo, uno o una...
Me guiña un ojo.
—Gracias pero después de todo, resulta que no se me había aflojado ningún tornillo—le contesto y una parte de mí desea que ojalá se me hubiese aflojado y nada de lo que estuviese ocurriendo fuera cierto.
—Segunda pregunta—insiste.
—Aquí va: ¿por qué Malena, Eileen, Lalo y tú no están del mismo bando que Kaneki, Maxi y todo ese clan?
—Porque no coincidimos con su posición. Una vida de marginación no implica tener que seguir siempre por las vías erróneas. Se supone que vinimos al mundo con otro objetivo pero no carecemos de libre albedrío: aunque la mayoría elija hacer el mal, nosotros optamos por una vida en paz. Así de simple.
—Y en ese punto, no distan mucho de ser como los humanos.
—Ejem...algo así.
Entonces las ideas cuadran dando lugar a una tercera pregunta y derribando una vieja hipótesis:
—Vos... No me odiás por llevar una supuesta vida perfecta—le digo como si tuviese una lámpara encendida en la cabeza—. Me odiás por ser humana. Por no tener esas...cosas en la espalda ni en la boca. O hacer magia. O comerme personas.
Pienso en Elena. Ella no es como Maxi ni como Male. Elena parece más un depredador con todas las letras: ella es una tercera raza de bestias.
—Has ganado la lotería, belleza—contesta con una sonrisa en sus labios. Mierda, se lo ve tan hermoso con esos dientes blancos haciendo contraste en su piel tostada y sus ojos verdes.
Concentrate Lucy, concentrate.
—Por eso me trataste mal desde que llegué. Odiás a todos porque son humanos pero más a mí porque debes soportar que soy la hija de tu jefe a quien creías perfecta. Porque mi padre me cree perfecta.
—Pero no lo sos en absoluto.
—¡Hasta que lo descubriste!
Oscar se encoge de hombros.
Lo perfecto es aburrido. La sola idea de la perfección ya es imperfecta.
—¿Siguiente pregunta?—murmura—. Y la última, empieza a agotarme el interrogatorio.
Bien. La pienso varias veces y selecciono entre un par largo que se me pasan por la cabeza hasta que logro tomar sólo una:
—¿Por qué le debés dinero al padre de Maxi y por qué necesitás tan desesperadamente el trabajo de mi padre?
—Hey, esas son dos.
—Las simplifico: ¿por qué buscás desesperadamente dinero?
El rostro de Oscar parece decaer y evidenciar pena hasta que dice sin más su verdad:
—Porque envío a mi familia natal del Norte. En verdad, no natal natal pero sí algo parecido. Cuando nací, mi familia pensaba que era algo similar a un demonio (¡y no se equivocaban!) o bien, un error de la naturaleza. Así que encargaron a un sujeto que me pierda en medio de un desierto para ser alimento de los animales silvestres o del viento caliente. Sin embargo, el sujeto me entregó a un matrimonio campestre que no podía tener hijos y ellos me recibieron pese a mi...condición. Me refugiaron y me protegieron. Tuve dos pequeños hermanos luego, que vinieron de manera sorpresiva al vientre de mi madre adoptiva. Hasta que un día, me enteré de toda la verdad por la visita inesperada de Eileen. Explicó a mi familia mi condición y me trajo consigo a Tandil. Para ese entonces, yo tenía dieciocho años, mis hermanos tenían siete y mi padre estaba postrado en una cama por una enfermedad cardíaca. Era el único ahí que podía trabajar mientras mi madre se hacía cargo de tres personas. Así es que llegué a este sitio y les envío dinero todos los meses para que puedan subsistir.
—Pero lo gastás en PUERTA ABIERTA.
—No, Lucy. Ahí te equivocás y te dejás llevar por ese enorme velo de prejuicios con el que andas encima todo el maldito tiempo.
—¿Entonces...?
—Male es mi mejor amiga. No me cobra por los tragos y es una de las dueñas del bar. Ese sitio no es un gasto, no soy un alcohólico crónico. Es un refugio para las bestias como nosotros.
—Oh...
Parece un delirio de dos. O un juego. O un lindo chiste al cual decido consentir. Pero ninguna de las opciones es correcta: Oscar está hablando muy en serio y yo debo creerle tal cual porque no me quedan más opciones.
Además, acaba de abrirse relatándome uno de los puntos más oscuros de su vida: su origen.
—Perdón—me veo en la obligación de darle una disculpa.
Y él emite una risita socarrona.
—Resultaste un poco intensa—murmura—. Pero me divertís. En el buen sentido de la palabra. Creí que te odiaría mucho más, pero con el tiempo me di cuenta de que sos bastante testaruda. Creo que por eso no dejé que Maxi y su padre te mataran.
—¿Te divierte que sea testaruda? Que por cierto, no lo soy. Ese sos vos. Ah, y también "intensa".
—Ves que sí lo sos.
—Lo somos.
—Tenemos un trato—asimila y tiende una mano por encima de la mesa.
Yo se la estrecho.
—Tenemos un trato—convengo.
De pronto, la luz de la casa tintinea.
Le sigue la mesa, los platos, los cubiertos, los vasos. Parece que un temblor comienza a azotar el lugar.
Empiezo a hacer memoria recordando las clases de Geografía: ¿Tandil es zona sísmica y no lo sabía?
Oscar se pone de pie y salgo tras él. Atravesamos la puerta y el corazón se me encoge al ver el cielo en toda su magnificencia, hecho un revoltijo de nubes huracanadas. El viento me azota el rostro, el pelo, el cuerpo. Ambos nos colocamos a orillas del acantilado observando el modo en que los colores naranja y azul del cielo se mezclan con las olas embravecidas del mar a pocos kilómetros de distancia.
Entonces miro hacia abajo.
Oscar no me ha soltado la mano. Yo tampoco a él.
Pero...por algún motivo, no quiero dejar de hacerlo.
Él me mira preocupado. Hay un halo de horror perturbando su hermoso rostro.
—Es Él...
Un ligero cosquilleo me produce escalofríos.
—¿Qu...qué?
Oscar traga saliva.
Y todo ocurre muy rápido.
No soy capaz de prever el momento en que sus labios se pegan a los míos y me envuelven. Su aliento fresco inunda mi boca y saboreo con pasión cada centímetro. Sus dientes, su lengua, su respiración agitada al igual que la mía. Quizás Oscar se ponga un poco ansioso por otro motivo, yo estoy hiperventilando por semejante beso.
Un beso que ansío desde la primera vez que lo vi.
Un beso que expresa cada motivo de vivir en mí y en él.
Un beso que anticipa la unión del bien y el mal.
Después de todo, si los humanos no somos la séptima bestia, debemos acercarnos demasiado a ello. Hasta puede que seamos la cuarta.
Oscar se aparta y sus ojos verdes cristalinos me conmueven el alma. Hay lágrimas en su mirada. Hay lágrimas en la mía.
—¿P...por qué lo hiciste?—le pregunto; en verdad debería agradecerle. Sabe que lo disfruté y sé que él también lo hizo.
—Lo necesitaba, Lucy. Necesitaba un beso tuyo. Hemos llegado al final de nuestro mundo.
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