Epílogo
Enero 2008
Esa tarde en el Hotel Transylvania, el ambiente estaba lleno de alegría. Desde que Mavis nos había revelado, con nervios y una gran sonrisa, que ella y Sam estaban esperando un bebé, la emoción había sido palpable. Drac, Murray, Frankie, y hasta Wayne el hombre lobo, parecían estar flotando de felicidad. Sam, en su habitual silencio protector, no dejó de sonreír mientras rodeaba a Mavis con un abrazo fuerte, orgulloso y tierno a la vez. Griffin y yo compartimos un vistazo divertido, maravillados por la noticia y cómo un simple almuerzo se había transformado en una celebración.
Pero al caer la noche, la emoción y las luces comenzaron a hacer que mi cabeza diera vueltas, una sensación de mareo que no me abandonaba. Pensé que quizás era solo el jetlag, o el cansancio de estar tan lejos de casa. Me excusé temprano de la celebración y subí a la habitación. Griffin me siguió en silencio, notando mi cambio de ánimo, con esa forma única de entenderme sin palabras.
—Oye, ¿te sientes bien, Leah? —preguntó con suavidad, sus ojos azules llenos de una preocupación auténtica.
Lo miré y me encogí de hombros, restándole importancia al malestar.
—Debe ser el viaje —contesté, pero mi voz sonaba débil, y un pequeño temblor me recorrió el cuerpo.
Griffin observó mi expresión, sus ojos brillando con esa chispa divertida que lograba calmarme. Pero, en ese momento, había algo más: una intensidad diferente, una especie de ternura que nunca le había visto antes.
—¿Y si no es solo el jetlag? —me dijo en tono bajo, tan gentilmente que casi no lo escuché.
Lo miré, un poco sorprendida, pero al ver su expresión cálida, me di cuenta de que ya tenía algo en mente. Algo que me parecía imposible… y, al mismo tiempo, lógico. Mi respiración se aceleró. Griffin deslizó su mano sobre la mía, entrelazando nuestros dedos mientras una mezcla de nervios y emoción se apoderaba de mí.
Minutos después, los dos estábamos en el baño de nuestra habitación, sosteniendo una prueba de embarazo entre nosotros como si fuera una pequeña bomba de tiempo. Griffin, por una vez, estaba tan serio que me hizo sonreír nerviosa. Sus ojos azules miraban fijamente el pequeño dispositivo en nuestras manos, sin dejar de sostener mi otra mano. Podía sentir el sudor frío en mi piel y, curiosamente, una paz reconfortante solo por su presencia a mi lado.
—¿Listos? —preguntó en un susurro, sin apartar la mirada de mí.
Asentí, y ambos inclinamos la cabeza para ver el resultado que, con cada segundo, hacía que mi corazón latiera más fuerte. Unos segundos después, los dos nos quedamos sin aliento. Allí, en letras claras y simples, estaba la respuesta que tanto habíamos deseado y que, hasta ese momento, apenas nos habíamos atrevido a imaginar.
Positivo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, y antes de que pudiera siquiera procesarlo, sentí los brazos de Griffin rodeándome con fuerza, como si no quisiera dejarme ir nunca. Él estaba temblando un poco, su voz quebrada por la emoción.
—Leah, esto es… No puedo… —se detuvo, riendo entre lágrimas y volviendo a mirarme, una expresión de dicha que nunca había visto en su rostro—. No sé cómo agradecerte, de verdad.
Me reí, pero era una risa entrecortada por mis propias lágrimas, incapaz de expresar todo lo que sentía en ese momento. Nunca había creído en el destino ni en los cuentos de hadas, pero tener a Griffin allí, abrazándome, riendo y llorando conmigo… era más de lo que alguna vez había imaginado.
—Eres tú, Griffin. —Mis palabras salieron apenas como un susurro—. Siempre has sido tú.
Sus dedos encontraron los míos, entrelazándose en silencio mientras nuestras miradas se encontraban en un pacto silencioso. Un lazo eterno, algo que iba más allá de cualquier comprensión.
—Voy a ser el mejor papá invisible del mundo, ¿sabes? —murmuró con una sonrisa torcida, su expresión cambiando a la misma diversión que me había enamorado.
Solté una pequeña risa, abrazándolo aún más fuerte. Lo cierto era que él era invisible para el mundo, excepto para mí. Eso había sido un regalo mágico de nuestra conexión desde el principio, y en ese momento, me di cuenta de que sería el mismo con nuestro hijo. Invisible para el resto, pero nunca para mí.
Ahí estábamos, abrazándonos en un baño de hotel mientras el mundo parecía detenerse. No importaba si estábamos lejos de casa, ni si el camino a partir de ahora sería fácil o complicado. Solo sabía que, con Griffin a mi lado, todo tendría sentido, y este pequeño ser que crecía en mí sería la razón para hacer de nuestra historia algo extraordinario.
[...]
Habíamos llegado a Transylvania hacía pocos días, y, aún en medio de la emoción, me sentía ansiosa. Saber que íbamos a tener un bebé era un sueño hecho realidad, pero la incertidumbre me llenaba de preguntas. Por suerte, Griffin estaba a mi lado, con su mano entrelazada con la mía, como si no quisiera dejarme ir nunca.
Él había insistido en traerme a Magistralis, el hospital especializado en tratar criaturas sobrenaturales de toda clase. Lo conocía desde hacía años, y su amigo Deuce Gorgon, un médico peculiar pero increíblemente capaz, sería quien nos diera la certeza que tanto esperábamos.
Al llegar al hospital, el aire se sentía diferente. Había pacientes de todas las especies que uno pudiera imaginar, pero Griffin se movía con una calma que me reconfortaba. Nos llevaron rápidamente al consultorio de Deuce, quien ya nos esperaba con una sonrisa tranquila y una mirada comprensiva.
—¡Griffin, viejo amigo! —dijo el doctor Deuce al vernos entrar, extendiendo la mano con camaradería, aunque su mirada se suavizó al verme—. Y tú debes ser Leah. Es un placer al fin conocerte.
Sonreí, sintiéndome más a gusto de lo que había esperado.
—Gracias, Doctor. Griffin ha hablado mucho de ti —le respondí, mientras él me guiaba hasta la camilla con una amabilidad que me hizo relajarme.
El Doctor se acomodó en una silla junto a nosotros y comenzó a hablar, mostrándonos una carpeta con los resultados iniciales de la prueba que habíamos traído.
—Antes que nada, quiero decirles que felicidades. Parece que van a ser padres —comenzó con una sonrisa leve, mirándonos con calidez—. Y, con base en los resultados, puedo confirmar que el bebé de Leah está creciendo de maravilla. Por lo que veo, Mavis y tú tienen solo tres meses de diferencia. Ella ya tiene ventaja en el proceso, pero creo que ustedes también tendrán mucho que disfrutar en este viaje.
La noticia cayó sobre mí como una ráfaga de alivio. Sentí que el aire volvía a llenar mis pulmones, y, sin poder evitarlo, apreté la mano de Griffin. Él sonrió, mirándome con una expresión de dicha absoluta.
—Entonces, Doc —dijo Griffin, bromeando, aunque con un toque de nerviosismo—, ¿quiere decir que seré papá casi al mismo tiempo que Drac será abuelo? Creo que tenemos un equipo de super bebés en camino.
El Dr. Deuce rió, pero luego volvió a su expresión seria y profesional.
—Exacto, Griffin. Sin embargo, sus casos son un poco distintos. Dado que ambos son humanos en un cuarenta por ciento, el embarazo de Leah seguirá el tiempo de gestación humana, así que estamos hablando de unos ocho meses más para el nacimiento.
Me acarició el hombro, guiándome para acostarme en la camilla mientras él preparaba el equipo para la ecografía.
—Vamos a mirar al bebé —dijo el doctor Deuce con suavidad, dirigiéndose a ambos.
El gel frío en mi abdomen me hizo estremecerme, pero la mano de Griffin en la mía me reconfortaba, sus ojos estaban fijos en la pantalla, brillando con expectación. Al momento en que la imagen apareció, sentí que el mundo se detenía. Ahí estaba, una pequeña sombra en la pantalla, moviéndose suavemente.
—Ahí tienes —murmuró Deuce, señalando la figura—. Este es su bebé.
Sentí las lágrimas llenar mis ojos. Era pequeño, apenas una forma que palpitaba en la pantalla, pero era real. Nuestro hijo. Griffin, a mi lado, permaneció en silencio, sus labios se curvaron en una sonrisa reverente, sus ojos azules brillando de emoción.
—Leah… Es… —no terminó la frase. En lugar de eso, me besó la frente con suavidad—. Eres increíble.
El doctor sonrió al ver nuestra emoción, pero después se aclaró la garganta y nos miró con un toque de seriedad.
—Como puedes imaginar, este bebé tiene una combinación bastante única de genes. Dada la naturaleza de ambos, hay una probabilidad de que herede ciertas habilidades de ustedes. Por ejemplo, podríamos ver algunos rasgos lobunos de la herencia de Leah, y, por supuesto, la capacidad de invisibilidad de Griffin.
—¿Invisibilidad? —pregunté, con una mezcla de sorpresa y emoción. Sabía que podía suceder, pero escucharlo en voz alta lo hacía más real.
El doctor asintió.
—Sí, la invisibilidad es un rasgo que podría transmitirse. No es algo seguro, pero hay una posibilidad considerable. También existe una mínima probabilidad de que el bebé sea completamente humano, pero eso es menos probable. Lo importante es que, sin importar qué habilidades herede, todo parece indicar que será un bebé sano y fuerte. Eso es lo que cuenta.
Apreté la mano de Griffin aún más fuerte. Me sentía sobrecogida, pero también llena de esperanza.
—¿Qué sigue, Doc? —preguntó Griffin, y yo podía notar su preocupación por asegurarse de que haríamos todo lo correcto.
—A partir de ahora, sugiero que regresen cada dos semanas para revisar el crecimiento del bebé. Leah, es importante que tomes vitaminas y sigas una dieta balanceada. Escucha tus antojos, pero asegúrate de mantenerte activa. El ejercicio será importante, así como evitar el estrés.
Asentí, sintiéndome agradecida por la orientación y el cuidado de Deuce. Griffin, por su parte, parecía estar tomando nota mental de cada palabra, como si quisiera asegurarse de que nada saliera mal.
—Doctor —dije, mi voz temblando un poco—, gracias por esto. No sé cómo expresar lo que significa para nosotros.
Deuce sonrió, palmeando mi hombro con amabilidad.
—Para eso estoy aquí. Ustedes dos serán unos padres maravillosos, y es un honor ayudarlos en este camino.
Cuando salimos del consultorio, sentí que flotaba. Griffin me abrazó, y caminamos por los pasillos de Magistralis sin prisa, sumidos en un silencio de pura paz.
—¿Sabes algo? —dije, deteniéndome un momento y mirándolo a los ojos—. Nunca pensé que estaría tan feliz. Gracias por estar conmigo en todo esto, Griffin.
Él me acarició el rostro con ternura, sus ojos azules llenos de promesas.
—Leah, yo soy el agradecido. No hay nada en este mundo o en cualquier otro lugar que me haga más feliz que compartir mi vida contigo. Y ahora, con este pequeño en camino, todo tiene sentido.
Nos quedamos ahí, abrazados en silencio, sin importar quién pudiera vernos. Era el comienzo de algo extraordinario, y juntos, no teníamos miedo de enfrentar lo que viniera. Con Griffin a mi lado, y ahora este pequeño ser creciendo en mí, sabía que todo estaría bien.
Narra Griffin
Desde el primer día en que supe que Leah y yo íbamos a tener un bebé, sentí como si el mundo se hubiese vuelto mucho más brillante. Cada día junto a ella se sentía como un regalo, y ahora, ver cómo su vientre crecía lentamente, saber que allí dentro latía una vida fruto de nuestro amor, me llenaba de un tipo de felicidad y responsabilidad que no había conocido jamás.
A lo largo de esos ocho meses, mi única misión era hacer que Leah se sintiera amada, segura y comprendida. Claro, había días buenos y días difíciles, pero cada momento era una oportunidad para demostrarle lo mucho que la amaba.
Un par de semanas después de la primera visita a Magistralis, me encontraba en la cocina, preparando su desayuno. Leah apareció frente a mí, y la rodeé con mis brazos, abrazándola con cuidado, tratando de no presionar su vientre.
—Buenos días, amor —le susurré en el oído, dejando un suave beso en su cuello.
Ella suspiró, apoyando su cabeza en mi hombro.
—Buenos días, Griff. ¿Qué estás haciendo? —preguntó, sonriendo.
—Lo que el médico recomendó: algo nutritivo. Así que no se aceptan protestas —le respondí, dándole una sonrisa pícara y acercándole un plato de frutas y yogur.
Leah levantó una ceja, divertida, pero no pudo evitar reír. Su risa era como una melodía para mí, una melodía que nunca me cansaba de escuchar.
—Está bien, doctor Griffin, obedeceré… pero solo porque me amas —respondió, rodando los ojos, pero su sonrisa la delataba.
Acaricié su vientre, sintiendo el latido de vida que crecía en ella.
—¿Tú y yo? Vamos a hacer esto bien, Leah —le susurré, mirándola a los ojos—. Esta pequeña criatura, va a saber cuánto la amamos, desde ya. Porque eres la mujer más increíble que existe. Eres fuerte y valiente, y cada día me haces sentir el hombre más afortunado del mundo.
Ella me miró en silencio, sus ojos brillando con emoción, y me besó con suavidad.
—Tú haces que este proceso sea hermoso, Griffin. No sé cómo agradecerte —me dijo, y yo negué con la cabeza.
—No tienes que agradecerme nada. Soy yo quien te agradece por darme este regalo tan maravilloso.
[...]
Con el tiempo, los antojos se volvieron más inesperados, y para mí, cada uno era una excusa para mimarla. Hubo noches en que, a mitad de la madrugada, Leah me despertaba con una sonrisa culpable y susurraba:
—Griffin… creo que necesito helado… con pepinillos.
Intentaba no reírme demasiado, y me levantaba de inmediato, poniéndome los zapatos con una rapidez que la hacía reír.
—Lo que mi loba quiera, mi loba tendrá —le decía, guiñándole un ojo.
Cada vez que regresaba con sus caprichos, ella me esperaba con una sonrisa, y cuando la veía comer con tanta felicidad, sabía que valía la pena cada segundo.
[...]
Llegando al quinto mes, noté que Leah comenzaba a cansarse con más frecuencia, y también surgieron ciertos momentos de inseguridad. Una noche, mientras la ayudaba a acomodarse en la cama, me miró con una expresión seria, como si algo la estuviera preocupando.
—Griffin… ¿y si no soy suficiente para este bebé? —preguntó en voz baja.
Tomé sus manos, mirándola fijamente.
—¿Cómo puedes pensar eso? Eres más que suficiente, Leah. Eres fuerte, eres noble, y este bebé es afortunado por tener una madre tan increíble como tú. —Acaricié su rostro, sintiendo su piel cálida bajo mis dedos—. No hay nada en este mundo que yo quiera más que construir una familia contigo. Confía en mí cuando te digo que serás la mejor madre que nuestro bebé podría tener.
Ella me miró con los ojos llenos de lágrimas, y se acurrucó en mi pecho, permitiéndose ser vulnerable. La abracé con suavidad, acariciando su cabello, y nos quedamos en silencio, escuchando nuestras respiraciones sincronizadas.
—Gracias, Griffin. No sé qué haría sin ti —murmuró con voz temblorosa, y yo besé su frente con ternura.
—Siempre estaré aquí, Leah. Somos un equipo.
[...]
Cuando llegó el séptimo mes, nos invadió una mezcla de emoción y nerviosismo. Una tarde, mientras Leah estaba acostada en el sofá, sentí una punzada de alegría al verla acariciar su vientre con una expresión de ternura que pocas veces mostraba.
—Oye, pequeño, ¿puedes escucharme? —le susurraba, mientras apoyaba la oreja en su barriga—. Quiero que sepas que tienes a la mamá más increíble del mundo.
Leah rió y me revolvió el cabello con una mano, sonriendo divertida.
—¿Y el papá más cursi, quizás? —me dijo, bromeando.
Me reí, sin apartar la oreja de su vientre.
—Bueno, si eso hace que este pequeñín se sienta amado, puedo ser el papá más cursi, gracioso, y lo que sea necesario.
[...]
Finalmente, cuando el octavo mes llegó, Magistralis ya se sentía como nuestra segunda casa. En cada visita, Deuce sonreía al ver nuestro entusiasmo, y cada pequeño avance del bebé nos hacía emocionarnos más.
En una de las últimas visitas, mientras
El doctor Deuce revisaba la ecografía, miré a Leah y sentí una ola de emoción incontrolable.
—Leah, ya falta tan poco… no puedo esperar para conocer a nuestro bebé —le dije, apretando su mano.
Ella sonrió, sus ojos brillando de amor.
—Y yo no puedo esperar para verlo en tus brazos, Griffin. Serás un papá increíble. Este bebé será muy afortunado.
Nos quedamos en silencio, ambos inundados de amor y expectativas. Era un sentimiento indescriptible, una mezcla de nerviosismo y felicidad que solo aumentaba con cada día que pasaba.
Esa noche, de regreso en nuestra casa temporal en Transylvania, la sostuve en mis brazos hasta que se quedó dormida, acariciando su vientre suavemente. Me sentí invencible y frágil a la vez. El amor que sentía por Leah y por nuestro futuro hijo era tan fuerte que parecía iluminar toda mi existencia.
—Gracias, Leah —susurré, sabiendo que ya dormía profundamente—. Gracias por hacerme el hombre más feliz del mundo.
Y así, noche tras noche, la cuidé y la amé con todo lo que era, sabiendo que pronto, muy pronto, nuestro pequeño milagro llegaría al mundo, uniendo nuestras vidas de una forma que nunca imaginé posible.
[...]
Año: 2008
Narra Leah
Era el 11 de octubre, y el aire en el hospital Magistralis estaba tenso pero lleno de expectativa. Desde el momento en que empezaron las primeras contracciones, Griffin había estado a mi lado, sosteniéndome la mano, murmurando palabras de ánimo en mi oído. Habíamos recorrido juntos los nueve meses, llenos de cambios y desafíos, pero también de amor y de una complicidad que nunca imaginé que podría sentir tan intensamente.
La sala de partos estaba en penumbra, pero no me sentía sola. Había una energía cálida y poderosa en el ambiente, casi como si las raíces de mis ancestros estuvieran ahí, esperando la llegada del nuevo miembro de la familia. Griffin apretaba mi mano con cuidado, y sus ojos azules, llenos de amor y devoción, no se apartaban de los míos.
—Leah, respira conmigo,—me susurraba, sus labios cerca de mi oído. Su voz era suave, tranquilizadora, y me guiaba a través de cada dolorosa oleada de contracción. Sabía que él estaba tan nervioso como yo, pero su presencia era inquebrantable, sosteniéndome con amor y paciencia.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, escuché el primer llanto de nuestro bebé. Era un sonido frágil, pero tan lleno de vida que me sacó el aliento. De inmediato, el doctor Deuce Gorgon -amigo y confidente de Griffin- colocó al bebé en mis brazos, y en el instante en que miré sus pequeños ojos cerrados y su rostro, sentí una conexión inquebrantable, algo más fuerte que cualquier cosa que hubiera sentido antes.
Griffin se acercó, sus ojos llenos de lágrimas mientras acariciaba la diminuta mano de nuestro hijo. Estaba embelesado, igual que yo.
—Es perfecto, Leah, —murmuró, su voz entrecortada por la emoción.
Observamos juntos al pequeño, con sus mechones oscuros y su piel cálida. Se sentía como un milagro, como si todo hubiera cobrado sentido en ese preciso momento.
—Quiero llamarlo Tawa, —dije finalmente, sintiendo que el nombre ya formaba parte de él, como si fuera algo que su espíritu conociera desde antes de nacer.
Griffin levantó la mirada, curiosidad y ternura reflejándose en sus ojos. —¿Por qué Tawa?
—Tawa es un nombre de nuestra tribu,—le expliqué, apretando un poco la mano del bebé.— Significa ‘el que pone orden’, ‘el guardián de la paz’. Es un nombre fuerte, que lleva consigo la sabiduría de mis ancestros y la paz que has traído a mi vida.
Griffin asintió lentamente, y pude ver cómo entendía el peso de ese significado. Luego, una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
—Entonces, Tawa Finn, —añadió suavemente, y yo supe que había algo especial en ese nombre completo, algo que Griffin quería compartir.
—¿Finn? —pregunté, un poco sorprendida, aunque el nombre sonaba perfecto.
—Sí, —respondió, acariciando suavemente la cabecita de nuestro hijo.— Finn significa ‘pequeño guerrero’ en algunas culturas, pero también puede significar ‘justo’. Creo que le queda bien… es como una promesa de bondad, de valentía, y quizás un poco de esa despreocupación y alegría que espero compartir con él.
Sentí que mi corazón se llenaba de amor y gratitud. Tawa Finn Vannish… nuestro hijo. Parecía tener el nombre de un guerrero y un protector, alguien que llevaría en sí la fuerza de nuestras dos historias y nuestras esperanzas para su vida.
Deuce regresó para registrar oficialmente el nacimiento y nos preguntó el nombre completo del bebé. Griffin tomó mi mano y, juntos, le respondimos.
Tawa Finn Vannish.
Ese día descubrí el apellido peculiar de mi compañero e impronta, ahora ya podía decir su nombre completo con astucia, porque el nombre completo de mi compañero de vida es:
Griffin Vannish
El doctor sonrió, dándonos una mirada aprobatoria antes de anotar el nombre en el registro.
Mientras sostenía a nuestro hijo en mis brazos, sentí que todo estaba completo. Tawa Finn, con la fuerza de su madre, la serenidad de su padre y un futuro lleno de amor y posibilidades.
[...]
Seis años después.
Era una noche tranquila en su casa, con la brisa otoñal entrando suavemente por la ventana del cuarto de Tawa. Griffin estaba arrodillado junto a la cama de su hijo, leyendo un cuento con esa voz cómica y dramática que usaba para hacer reír a Tawa. Sin embargo, esta vez, el pequeño estaba tramando algo.
—Papá, —dijo Tawa, con una sonrisa traviesa.— Voy a dormir... pero primero cierra los ojos.
Griffin, sin sospechar nada, obedeció sin dudar. —Está bien, capitán. Los ojos están cerrados.
En el mismo instante, Tawa desapareció de la vista de su padre. Había heredado esa capacidad de invisibilidad que Griffin poseía, aunque, a diferencia de su padre, él podía controlarla a voluntad. Aprovechando su ventaja, Tawa se deslizó sin hacer ruido hasta ponerse detrás de él.
—¿Tawa? —preguntó Griffin al no sentirlo junto a la cama. Abrió un ojo, mirando alrededor, pero no había nadie allí.—¿Tawa, dónde te metiste?
Aprovechando el desconcierto, Tawa soltó una risita y dio un golpecito en el hombro de su padre, que se giró de inmediato, confundido.
Griffin frunció el ceño, fingiendo estar molesto. —Muy gracioso, pequeño fantasma. ¡Voy a encontrarte!—Dijo mientras lanzaba sus brazos al aire, intentando atraparlo.
Leah observaba la escena desde la puerta, con una sonrisa cálida en el rostro. Sabía perfectamente dónde estaba Tawa, pero decidió guardar silencio, disfrutando de la broma que su hijo había planeado. Los ojos de Tawa, llenos de emoción, destellaron con un brillo azul idéntico al de su padre.
—¿Papá? —dijo Tawa, ahora en un tono apenas audible desde un rincón del cuarto, jugando con la atención de su padre.— Estoy aquí... o tal vez aquí.
Griffin suspiró, soltando una risa entre dientes.—Está bien, pequeño monstruo, sal ya. ¿O acaso tengo que llamar a tu mamá para que me ayude a encontrarte?
Al oír esto, Tawa finalmente se dejó ver, apareciendo justo frente a su padre, que se llevó una mano al pecho, fingiendo susto.
—¡Te atrapé! —exclamó Griffin, tirando de él en un abrazo, mientras Tawa reía y lo abrazaba con fuerza. Era un niño valiente y protector como Leah, pero con ese toque despreocupado y bromista que Griffin le había heredado.
Leah se acercó entonces, cruzando los brazos con cariño.—Griffin, creo que te han ganado esta noche, —dijo, lanzándole una mirada cómplice a su hijo, quien le sonrió, orgulloso de su pequeña travesura.
Griffin soltó una carcajada y alzó a Tawa en brazos, mirando a Leah con un brillo de complicidad. —Parece que sí. Pero ya veremos quién gana mañana, pequeñín. Esta guerra de sustos no ha terminado.
Leah rió suavemente y besó la cabeza de su hijo, antes de acariciar el rostro de Griffin con ternura. Esa escena, tan llena de vida y amor, era justo lo que siempre había soñado: una familia unida, con risas y bromas, y con el amor incondicional que compartía con Griffin, su compañero y mejor amigo.
Mientras apagaban la luz y Tawa se acurrucaba en su cama, Griffin se inclinó y susurró: —Buenas noches, pequeño fantasma.
Luego, con una mirada amorosa, le susurró a Leah:—Gracias por cada momento. Este es el mejor regalo.
Leah sonrió, apretando la mano de Griffin, sintiendo la magia de esos pequeños instantes cotidianos que hacían su vida completa.
FIN
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