Capítulo 7

Enero 2005

Era una de esas noches en las que el invierno abrazaba con su frío persistente, pero dentro de la acogedora cabaña de Griffin, el calor del fuego creaba un ambiente cálido y reconfortante. La chimenea crepitaba con un suave resplandor, proyectando sombras danzantes en las paredes de madera que rodeaban el espacio. La luz dorada iluminaba el rostro de Leah, quien estaba sentada cómodamente en un sofá cerca del fuego.

Leah, con su cabello suelto y despeinado por la brisa nocturna, se había desprendido de su chaqueta y estaba visiblemente acalorada. El calor de la chimenea se sentía abrumador para ella, a pesar de la frescura del aire exterior que aún se filtraba ocasionalmente a través de las ventanas mal selladas.

—Uff, creo que me estoy derritiendo —dijo Leah, riendo y sacudiendo su cabello para despejar el calor que sentía.

Griffin, a su lado, estaba envuelto en una manta que le proporcionaba una apariencia de escudo contra el frío. A pesar del calor del fuego, Griffin sentía un leve escalofrío debido a la proximidad del mar y el viento helado que se colaba ocasionalmente por las rendijas. Su nariz fría tocó la mejilla de Leah de manera juguetona.

—Te ves tan cómoda que casi parece que no podrías soportar más calor —dijo Griffin, sonriendo mientras sus labios se curvaban en una mueca de diversión—. Quizás debería moverme más cerca del fuego para equilibrar la temperatura.

Leah se inclinó hacia él, abrazándolo con una calidez que contrastaba con el frío de su nariz. La cabaña, construida con esmero por Griffin cerca de la playa de La Push, estaba decorada con detalles que reflejaban su amor por la vida simple y natural. Los dos estaban rodeados por una mezcla de muebles rústicos y detalles acogedores que hacían que el lugar fuera un refugio perfecto para ellos.

En una mesa cercana, un pequeño tazón de malvaviscos descansaba junto a una parrilla improvisada sobre un trípode. Griffin había encendido la parrilla con habilidad, y los malvaviscos comenzaron a dorarse lentamente sobre el fuego. Leah tomó uno con un tenedor y lo sostuvo sobre las llamas, mirando cómo el dulce se doraba lentamente.

—Recuerdo la primera vez que hicimos esto juntos —dijo Leah—. Fue en una noche de verano, en la playa, y el calor del fuego no era tan apremiante.

Griffin, con un gesto tierno, tomó el malvavisco dorado de su tenedor y lo dejó caer en la boca de Leah.

—Sí, pero cada momento contigo hace que todo sea más especial —respondió Griffin, inclinándose para darle un beso en la mejilla.

A través de la ventana, podían oír el suave murmullo de las olas rompiendo en la orilla, un sonido que para Griffin representaba el frío y el océano cercano. A pesar de su comodidad, él nunca perdía el sentido de la conexión con la naturaleza que rodeaba su cabaña. Cada ola parecía susurrar recuerdos de su pasado y de los momentos felices que había compartido con Leah.

Leah se giró para mirar a Griffin con una sonrisa cálida, sus ojos brillando con la luz de la chimenea.

—Estoy tan feliz de estar aquí contigo —dijo Leah, sus palabras llenas de una sinceridad que reflejaba el amor profundo que sentía—. Este lugar es perfecto, y estar contigo lo hace aún mejor.

Griffin, tocado por la emoción, la abrazó con ternura. Sus manos acariciaron suavemente su espalda mientras la rodeaba con sus brazos. Sus labios se encontraron en un beso dulce y pausado, que se sintió como una promesa de un futuro compartido lleno de momentos felices y calidez en medio del frío.

La noche continuó con risas, historias compartidas y más malvaviscos dorados. Aunque el viento aullaba afuera y el frío seguía presente para Griffin, dentro de la cabaña, el amor y la calidez de su relación creaban un refugio perfecto, donde cada momento juntos se sentía como un pequeño pedazo de paraíso.

[...]

En las últimas semanas del invierno, Leah decidió presentar a Griffin oficialmente como su pareja a su familia. El aire aún frío de la tarde resonaba en la cabaña de los Clearwater, y la luz del sol se filtraba a través de las ventanas, creando un ambiente acogedor, pero la tensión en el aire era palpable. Harry Clearwater, el patriarca de la familia, se encontraba sentado en una silla, con su mirada fija y evaluadora en Griffin, quien se mantenía a un lado de Leah, intentando parecer relajado a pesar del escrutinio.

Leah, con un evidente esfuerzo por mantener la calma, se giró hacia su padre mientras Griffin se mantenía en silencio, tratando de demostrar su mejor actitud.

—Papá, quiero que conozcas a Griffin, mi pareja —dijo Leah, con una mezcla de determinación y nerviosismo en su voz—. Llevo cinco meses con él y hemos construido algo importante juntos.

Harry frunció el ceño, su desconfianza evidente en sus ojos. A pesar del intento de Leah por hacer las presentaciones, su padre no parecía dispuesto a aceptar a Griffin sin más. El hombre de mediana edad observaba al rubio con recelo, su actitud inmutable.

—¿Un turista? —preguntó Harry, su voz grave llena de desdén—. ¿Qué sabes tú de las costumbres y la vida aquí, Griffin?

Leah, sintiendo el aumento de la tensión, se mantuvo firme.

—Papá, Griffin no es solo un turista. Ha sido una parte importante de mi vida. Y sí, soy una protectora lobuna, he estado en esto desde hace cinco meses. Griffin es mi imprimación, y te pido que lo aceptes.

Harry se levantó de su silla, su rostro enrojecido de frustración.

—No puedo aceptar a alguien que no conoce nuestras costumbres ni nuestras tradiciones —dijo con enojo—. Este no es solo un capricho, Leah. Necesitamos alguien que entienda y respete nuestra forma de vida.

La conversación se volvió cada vez más acalorada, y Leah, enojada y herida, se defendió con pasión. La discusión alcanzó un punto crítico cuando Sue Clearwater, la esposa de Harry, intervino para calmar la situación.

—Ya está la cena —anunció Sue con firmeza, poniendo fin a la confrontación. Su tono no dejaba lugar a más discusiones.

La familia se trasladó al comedor, y la cena comenzó con una atmósfera tensa pero un tanto aliviada por la interrupción. Mientras se servían los platos, Seth Clearwater, el hermano menor de Leah, no pudo evitar su curiosidad.

—¿Cómo se conocieron? —preguntó Seth, con un tono inquisitivo—. ¿Cuánto la quieres a mi hermana? ¿Se casarán? ¿Dónde vives?

Griffin, intentando mostrar su mejor cara y responder a las preguntas con sinceridad, se tomó un momento para pensar en sus respuestas.

—Nos conocimos en La Push —dijo Griffin, mirando a Seth con una sonrisa—. La quiero mucho, y estamos tomando nuestro tiempo para ver hacia dónde va nuestra relación. En cuanto a la boda, no hemos hablado de eso todavía. Vivo cerca de la playa, en una cabaña que construí con mis propias manos.

Sue, interesada en conocer más sobre el joven que su hija había elegido, se inclinó un poco hacia adelante.

—¿En qué trabajas, Griffin? —preguntó, su tono amable aunque aún cauteloso.

—Soy arquitecto —respondió Griffin, su voz llena de orgullo—. Eso explica mi conocimiento para construir la cabaña.

Leah, sorprendida, miró a Griffin con un renovado aprecio. Había sido un detalle que ella no conocía y que explicaba muchas cosas.

—No me habías contado eso —dijo Leah, su voz llena de una mezcla de sorpresa y admiración.

Mientras la cena continuaba, el ambiente se fue suavizando poco a poco. Las preguntas de Seth se convirtieron en temas más ligeros y las tensiones iniciales dieron paso a una conversación más amistosa, aunque el escepticismo de Harry seguía presente. A pesar de los desafíos, Leah y Griffin estaban determinados a construir una relación sólida, enfrentando juntos las dificultades con el apoyo de quienes realmente les importaban.

Al día siguiente, el día estaba gris y nublado cuando Harry Clearwater convocó a Leah y a Griffin a una reunión con el consejo de la tribu. La reunión se celebró en el despacho de Harry, una sala sobria adornada con símbolos tribales y fotografías de generaciones pasadas. Estaban presentes Billy Black y el senior Ateara, dos figuras respetadas de la comunidad, cuyas miradas eran severas y analíticas.

Harry, con una expresión grave, comenzó la reunión.

—Gracias por venir —dijo Harry, mirando a Leah y Griffin con desconfianza—. Hemos escuchado sobre su relación, y hay algo que debemos discutir.

Billy Black asintió, su expresión también era de escepticismo.

—Es inusual que Leah haya despertado a su loba cuatro años después de lo esperado —dijo Billy, su voz cargada de incredulidad—. Eso no debería ser posible. ¿Cómo explican ustedes esto?

El senior Ateara, con su postura erguida y autoritaria, agregó.

—No solo eso, sino que el concepto de la imprimación entre Leah y Griffin es algo que nunca hemos visto. Esto es un desafío a nuestras tradiciones y creencias.

Leah, sintiéndose acorralada y molesta, estaba a punto de responder cuando Cleo de Nile irrumpió en la sala con una presencia majestuosa. Su porte altivo y la elegancia de su vestimenta, junto con su aura sobrenatural, captaron de inmediato la atención de todos.

—Perdón por la interrupción —dijo Cleo con una voz firme y segura—. Soy Cleo de Nile, Faraona de Egipto y criatura de alta cuna. Estoy aquí para defender a mis amigos.

Los ancianos se miraron sorprendidos, el respeto y la confusión claramente reflejados en sus rostros. Cleo continuó, su voz resonando con autoridad.

—La imprimación que han presenciado no es un error ni una anomalía. La bendición de la luna y los ancestros han jugado un papel en esto. Esta unión no es algo que puedan desestimar con facilidad.

Billy Black levantó una ceja, mientras el senior Ateara murmuraba algo en voz baja, claramente desconcertado. Cleo, con una mirada desafiante, hizo una pausa para asegurarse de que su mensaje fuera claro.

—Si no aceptan esta unión y no permiten que Leah y Griffin continúen con su relación, habrá repercusiones negativas para la tribu en el futuro. —Cleo hizo una pausa dramática, su mirada recorriendo el rostro de cada anciano—. Me veo en la obligación de advertirles que, si la situación no se resuelve favorablemente, podría haber consecuencias muy graves.

La tensión en la sala se hizo palpable. Los ancianos intercambiaron miradas nerviosas, claramente asustados por la amenaza implícita de Cleo. Finalmente, el senior Ateara habló.

—Entendemos su preocupación. Deberemos considerar sus palabras con seriedad.

Cuando la reunión terminó y todos se retiraron, Cleo se acercó a Leah y Griffin, su actitud relajándose a medida que la puerta se cerraba tras ellos.

—No te preocupes, Leah —dijo Cleo en tono bajo y tranquilizador—. No tengo la habilidad de maldecir a una tribu entera. Solo dije eso para asegurarme de que aceptaran la relación y no crearan más problemas para ustedes. La verdadera magia ancestral es la que los ha unido, y eso es lo que importa.

Leah, aliviada, abrazó a Cleo con gratitud.

—Gracias, Cleo. No sé qué habríamos hecho sin tu intervención.

Griffin, también visiblemente agradecido, asintió.

—Sí, gracias por estar de nuestro lado. Realmente lo apreciamos.

Cleo sonrió, con un brillo de satisfacción en sus ojos.

—Lo hago por amistad y por el respeto que tengo hacia ambos. Ahora, centrémonos en seguir adelante y construir un futuro juntos sin más obstáculos.

La conversación se desvió hacia temas más ligeros y la tensión de la reunión comenzó a desvanecerse. Leah y Griffin se sintieron renovados, listos para enfrentar cualquier desafío que pudiera venir, sabiendo que contaban con el apoyo de Cleo y la fuerza de su propia unión.

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