Capítulo 4

Griffin, el hombre invisible, se sentía cada vez más atraído por Leah Clearwater. Su interés romántico hacia ella había crecido a pesar de la complejidad de la situación. No solo enfrentaba la dificultad de conquistarla por su condición de invisible, sino que también sabía que Leah estaba emocionalmente destrozada por su relación anterior. Recientemente, junto a Cleo de Nile, había encontrado una pista que complicaba aún más lo que ya parecía ser un desafío imposible.

Cada noche, Griffin la encontraba en la playa, contemplando el mar en silencio, sus pensamientos ocultos tras una expresión de tristeza. Él la observaba desde la distancia, deseando poder acercarse y confesarle sus sentimientos, pero el temor a ser visto como un monstruo lo paralizaba. No quería asustarla, no quería que lo rechazara por lo que era.

«Leah… no te das cuenta de lo increíble que eres. Eres tan fuerte, tan resiliente, y aun así, detrás de esa coraza, sé que hay un corazón que ha sido herido, que ha luchado por sanar en soledad. No mereces estar sola, no mereces cargar con ese dolor sin alguien a tu lado que vea más allá de tus cicatrices», pensaba, reprimiendo el impulso de decirlo en voz alta, temeroso de ganarse su odio.

La veía limpiarse las lágrimas amargas antes de levantarse, probablemente con la intención de regresar a casa. Griffin sentía una punzada en el corazón al verla caminar sola, cargando un peso que nadie más parecía notar, pero él sí. Veía su soledad, su lucha interna, y deseaba poder aligerar esa carga, ser la persona en quien ella pudiera confiar. Su amor por Leah era tan puro que no dejaba espacio para dudas; lo único que deseaba era verla feliz, verla sonreír sin el dolor que nublaba su mirada.

«Tú mereces ser amada como ninguna otra, Leah. Mereces un amor que te eleve, que te haga sentir segura, valorada y completa. Quisiera ser yo quien te dé eso, quien te haga ver lo especial que eres, quien te ame con toda la devoción que siempre has merecido, pero que nunca has recibido», reflexionaba Griffin mientras permanecía sentado en la arena, inmóvil, consumido por el coraje y la impotencia que nacían de su anhelo diario al verla partir sin saber de su existencia. Sin saber de su anónimo apoyo en esos mensajes que él dejaba en la arena, solo para ella.

Cada vez que Leah aparecía en la playa, su corazón se aceleraba, y sentía un impulso casi doloroso de romper la barrera de invisibilidad que lo mantenía apartado, de correr hacia ella, tomar su mano y prometerle el mundo. Pero no podía. No todavía. Griffin suspiraba, mirando a la luna con esperanza, suplicando que algún día su anhelo imposible se hiciera realidad. No le importaba si no lograba ser su pareja; solo quería apoyarla como ella se merecía. Hacerla feliz.

«Algún día, Leah, algún día lo sabrás. Y cuando llegue ese día, haré todo lo posible por ser digno de ti. No hay nada que no haría por verte feliz, por ver esa fuerza en tus ojos brillar más allá de las sombras. Solo quiero una oportunidad, una sola oportunidad, para demostrarte que el amor verdadero existe, y que está aquí, esperándote en mí», pensaba, mientras unas lágrimas pesadas caían, un reflejo de su doloroso anhelo.

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Cleo de Nile se vistió acorde a la ocasión, adaptándose al clima lluvioso de Forks mientras mantenía su distintivo estilo egipcio. Llevaba un abrigo largo de lana en color camel, ajustado a la cintura con un cinturón dorado decorado con detalles inspirados en jeroglíficos. Debajo, usaba un suéter de cuello alto color marfil, cálido y elegante. Sus pantalones eran de un tejido grueso y oscuro, ajustados hasta justo encima de sus tobillos, donde comenzaban unas botas altas de cuero negro, resistentes al agua y forradas con piel en el interior. Como accesorios, optó por una bufanda de cachemira en tonos dorados y azules, con un patrón sutil de figuras geométricas que evocaba su herencia. Su cabello estaba recogido en una trenza larga adornada con clips dorados en forma de hojas de laurel, y llevaba unos guantes de cuero negro que combinaban perfectamente con su elegante paraguas negro con detalles dorados.

Al día siguiente, lloviznaba en Forks, por lo que Cleo tomó el paraguas que había en la casa y fue en busca de sus respuestas directamente al bosque. Pensó precavida, astuta y detalladamente cómo hacer que la revelación de la existencia de Griffin fuera el golpe de reacción justo para despertar a Leah de su estado de mujer despechada y dolida. Leah merecía ver que lo que parecía ser un sueño inalcanzable para ella, tras todo lo que ya había experimentado, era posible. Más que nadie, Leah merecía ser amada y permitirse querer sin remordimientos o culpabilidades del pasado.

El plan siguió su curso, y ese día, por pura casualidad, Cleo se encontró con un niño de trece años que parecía estar escapándose de su escuela, tomando un atajo por el bosque. Al cruzarse con él, el niño se espantó y cayó al suelo, diciendo:

—¡Por favor, no le digas a mamá que me escapé, por favor!

El joven tenía un claro parecido con Leah; podría ser unos seis años menor. Quizás un hermano o un primo. Con su cabello negro y esos ojos, la intuición de Cleo le gritaba que el niño era hermano de Leah. Con una actitud comprensiva, le ofreció su ayuda para levantarse.

—Tranquilo, niño, no soy nadie para acusarte por desobedecer tus obligaciones como hijo.

Seth Clearwater la miró desconfiado, nervioso y casi lloroso. Al ver que se trataba de una chica que claramente no era local, sino más bien una "turista", suspiró aliviado por no haber sido descubierto por su hermana mayor o alguien conocido. Pero su curiosidad ganó y, confiado, preguntó:

—Gracias a Dios no eres mi hermana mayor, aunque pareces tener su misma edad. ¿Acaso eres una turista perdida? —preguntó el joven, aún desconocido para Cleo.

—Gracias por el halago, niño. ¿Quién es tu hermana? Y no, no estoy perdida… —dijo Cleo, dudosa. No iba a admitir lo obvio; su carácter no se lo permitía. Cleo creía fielmente en su instinto y este le decía que, si seguía recto, volvería por donde salió, o al menos cerca de la cabaña de Mavis.

—Leah. Es una chica de tu edad. Tiene cara de culo todo el tiempo y mal carácter hacia todos los chicos que se quieren acercar. La quiero muchísimo, es mi hermana, pero no puedo mentir, no me sale. Ella es así y… y no puedo fingir que no extraño que sea feliz o que siquiera se anime como antes lo era —susurró Seth con nostalgia, que parecía entristecer su actitud infantil y sincera.

—Supongo que es una típica reflexión de hermano menor, algo que desconozco —reconoció Cleo—. Soy Cleo, y como veo que has escapado de clases, ¿te parece bien que vayamos a comer algo? —preguntó, al percibir un claro gruñido de hambre en su estómago.

—¡Por supuesto! Soy Seth, Seth Clearwater. Y conozco un lugar perfecto adonde ir —exclamó emocionado, con un carisma y rostro risueño al escuchar el hambre de la señorita bonita.

Sin siquiera tener consentimiento o conocerla de mucho tiempo, Seth tomó la mano de Cleo y la estiró para guiarla por el camino que conocía bien, siendo nativo de la Reserva. Conocía el bosque y el camino al pueblo como la palma de su mano. Mientras tanto, Cleo se encontraba sorprendida e incómoda por la impulsiva impertinencia y confianza que el niño había mostrado al estirarla sin su consentimiento.

«Su hermano es el claro ejemplo de la inocencia», reconoció con incomodidad. «Dioses míos, ¿acaso esta es su ayuda divina a mi calvario mental?» pensó al mirar de soslayo al cielo, siendo arrastrada por el niño.

Esperaba que pronto se diera cuenta de su incomodidad. O que, al menos, llegaran al destino lo antes posible.

Cleo caminaba junto a Seth con paso firme, aunque sus pensamientos seguían rondando la conversación que había tenido con Leah la noche anterior. La situación había sido tensa, pero no hostil. Leah, aunque cautelosa, había mostrado una leve apertura, suficiente para que Cleo se sintiera con la confianza de continuar acercándose. Pero ahora, con Seth a su lado, Cleo debía jugar sus cartas de manera inteligente.

Seth hablaba con entusiasmo mientras la guiaba al comedor del pueblo, su jovialidad contrastando con la seriedad de Cleo. No obstante, Cleo escuchaba con atención, captando detalles sobre Leah que podrían ser útiles más adelante. Mientras lo hacía, no podía evitar pensar en cómo esta nueva amistad con el hermano menor de Leah podría facilitar su relación con la mujer.

Al llegar al comedor, Seth continuó siendo su pequeño guía, señalando en el menú los platos que consideraba los mejores.

—Cleo, tienes que probar la hamburguesa. ¡Es la favorita de Leah también! —dijo Seth con una sonrisa. Luego, su tono se volvió un poco más reservado—. A veces vengo aquí solo, cuando Leah está ocupada o necesita su espacio. Ella es genial, pero… a veces me preocupo.

Cleo notó el cambio en su tono y, por un momento, se permitió sentir una genuina empatía por el niño. Era evidente que, a pesar de su energía, Seth cargaba con una preocupación silenciosa por su hermana.

—Lo entiendo, Seth. Es normal preocuparse por los que queremos. Pero estoy segura de que Leah está agradecida de tenerte cerca —respondió Cleo, manteniendo su voz suave.

Decidió pedir la hamburguesa recomendada por Seth, acompañada de un batido de fresa. Mientras esperaban la comida, Seth seguía hablando sobre las pequeñas peculiaridades del pueblo, historias que Cleo escuchaba con un oído atento pero con su mente en otro lugar, planeando su siguiente paso con Leah.

Cuando la comida llegó, Cleo tomó un bocado de la hamburguesa y, para su sorpresa, realmente disfrutó el sabor.

—No está mal, Seth. Debo admitir que tienes buen gusto —dijo con una pequeña sonrisa, permitiendo que el niño sintiera que había ganado su aprobación.

Mientras comían, Seth continuó hablando, cada vez más cómodo en la compañía de Cleo. Para Cleo, esto era parte de su estrategia. Ganarse la confianza de Seth podría abrirle una puerta para entender mejor a Leah. Aunque, en un nivel más profundo, sentía una obligación moral de cuidar al niño, asegurándose de que no se expusiera a peligros innecesarios.

Terminada la comida, Cleo insistió en llevar a Seth de regreso a su casa. A medida que se acercaban a la cabaña de los Clearwater, Cleo no podía evitar sentir una leve tensión en el aire, preguntándose cómo reaccionaría Leah al verla nuevamente, y esta vez con su hermano menor.

Cuando llegaron a la puerta de la cabaña, Leah ya estaba allí, aparentemente esperándolos. Su expresión, al ver a Cleo y Seth charlando con tanta familiaridad, reflejaba una mezcla de sorpresa y confusión.

—¿Ya otra vez tú? —dijo Leah, su tono era una mezcla de broma y curiosidad, aunque sin perder esa capa de desconfianza que siempre parecía tener a mano.

Cleo sonrió ligeramente, manteniendo una actitud relajada.

—Parece que Seth decidió que era buena idea mostrarme un poco del pueblo. Lo ha hecho muy bien, diría yo —respondió Cleo, observando a Leah con atención.

Leah entrecerró los ojos, aunque su expresión era menos dura que antes. Era evidente que, a pesar de su naturaleza protectora, no podía ignorar el hecho de que Cleo había cuidado bien de Seth.

—Seth, entra a la casa. Necesito hablar con Cleo un momento —dijo Leah, su tono firme pero no tan frío como en encuentros anteriores.

Seth asintió rápidamente y, después de darle a Cleo una sonrisa de despedida, se dirigió hacia la casa, dejando a las dos mujeres solas en la entrada.

Leah cruzó los brazos, observando a Cleo con una mirada que intentaba descifrarla.

—No puedo evitar preguntarme qué es lo que realmente estás buscando aquí, Cleo —dijo Leah, con un tono que era más una invitación a la honestidad que una acusación.

Cleo, sabiendo que este era un momento clave, decidió ser directa, aunque manteniendo la sutileza.

—Leah, no te estoy siguiendo ni intentando interferir en tu vida. Pero es verdad que vine aquí buscando respuestas… y ahora me encuentro queriendo entender más, especialmente después de lo que hablamos anoche. Puede que nuestras vidas sean diferentes, pero hay algo en ti que me hace sentir que no somos tan distintas después de todo —dijo Cleo, manteniendo su tono calmado.

Leah la miró en silencio por unos segundos, evaluando sus palabras. Finalmente, dejó escapar un suspiro, relajando un poco su postura.

—Quizás. Pero no es fácil para mí confiar en las personas, Cleo. Especialmente cuando parecen tener más de lo que muestran —respondió Leah, su tono más suave pero aún guardando una barrera.

Cleo asintió, aceptando las palabras de Leah sin discutir.

—Lo entiendo. No estoy aquí para presionarte. Pero si alguna vez sientes que quieres hablar, estaré aquí. Y mientras tanto, prometo que cuidaré de Seth si me lo cruzo por ahí —dijo Cleo, ofreciéndole una pequeña tregua.

Leah asintió lentamente, aceptando la tregua sin palabras. Después de un momento de silencio, finalmente habló.

—Quizás eso no esté tan mal. Seth parece haberte tomado cariño… y si eso lo hace feliz, no puedo estar completamente en contra —dijo Leah, mostrando una leve apertura.

Cleo sonrió con gratitud, reconociendo la importancia de ese pequeño paso hacia una confianza mutua.

—Gracias, Leah. No te defraudaré —respondió, sintiendo que había plantado una semilla que, con el tiempo, podría florecer en algo más.

Leah asintió nuevamente antes de volverse hacia la puerta.

—Nos vemos luego, Cleo. Y cuida a Seth —dijo antes de entrar en la casa, dejando a Cleo con una sensación de logro y una nueva determinación de continuar con lo que había comenzado.

Cleo observó cómo Leah entraba en la casa, dejando la puerta entreabierta. A pesar de la leve apertura en su relación, Cleo no pudo evitar sentir una pequeña punzada de frustración. Había logrado establecer una conexión más profunda con Seth y, en cierta medida, con Leah, pero no había conseguido el número telefónico de Leah, un detalle que consideraba clave para facilitar futuras interacciones.

Mientras se alejaba de la cabaña de los Clearwater, Cleo reflexionaba sobre lo que había sucedido. Su mente calculadora ya estaba pensando en nuevas estrategias, nuevas maneras de acercarse a Leah sin parecer demasiado insistente. Sabía que la confianza no se ganaba de la noche a la mañana, y estaba dispuesta a esperar.

«Al menos Seth me ha dado una entrada» pensó Cleo, recordando la espontaneidad y apertura del niño. Si Leah confiaba en ella lo suficiente como para permitirle estar cerca de su hermano, entonces el número telefónico sería cuestión de tiempo.

Por ahora, Cleo se contentaría con el pequeño avance que había hecho. Había plantado la semilla de una relación con Leah, y si algo había aprendido a lo largo de su vida, era a ser paciente. Sabía que eventualmente, Leah bajaría la guardia lo suficiente como para compartir más, y cuando ese momento llegara, Cleo estaría preparada.

Con ese pensamiento en mente, Cleo se alejó del hogar de los Clearwater, con la determinación de seguir adelante y encontrar una manera de acercarse más a Leah, paso a paso.

Conforme pasaron las semanas, la paciencia de Cleo empezó a menguar. Había intentado no apresurar las cosas, confiando en que el tiempo jugaría a su favor. Sin embargo, dos semanas después de su encuentro en la cabaña de los Clearwater, Cleo se encontraba inquieta, deseando un avance más concreto en su relación con Leah.

Finalmente, en la última semana de octubre, el destino intervino de nuevo. Cleo estaba en el supermercado local, recorriendo los pasillos con la mente absorta en sus propios pensamientos, cuando de repente, allí estaba Leah. Al principio, ambas se vieron con sorpresa, pero Cleo rápidamente recuperó su compostura y decidió aprovechar la oportunidad que el destino le ofrecía.

—¡Leah! Qué coincidencia encontrarte aquí —dijo Cleo con una sonrisa que mezclaba sorpresa y alivio.

Leah, aunque aún un poco reservada, sonrió de vuelta, aliviada de ver un rostro conocido en medio del ajetreo del supermercado.

—Cleo, sí, es una sorpresa. No esperaba verte por aquí.

Cleo, notando que Leah parecía más relajada en este entorno público, decidió jugar sus cartas con cuidado.

—Bueno, Forks no es tan grande después de todo —comentó con una ligera risa—. Estaba pensando en preparar algo nuevo, pero no estoy muy familiarizada con lo que se suele cocinar aquí. ¿Tienes alguna sugerencia?

Leah la miró por un momento, y luego, como si hubiera tomado una decisión interna, asintió.

—Supongo que podría ayudarte. Hay algunas cosas que siempre son un éxito en esta época del año.

Mientras caminaban juntas por los pasillos, Leah le mostró a Cleo algunos de los productos locales y le explicó cómo los usaban en su familia. Cleo, siempre atenta y mostrando un interés genuino, escuchaba con atención, haciendo preguntas aquí y allá.

Después de un rato, Cleo decidió que era el momento perfecto para dar el siguiente paso.

—Sabes, Leah, me he dado cuenta de que me gusta aprender de ti. Quizás podríamos intercambiar números, así podría consultarte cuando me pierda en la cocina —dijo Cleo con una sonrisa que reflejaba tanto su sinceridad como su deseo de seguir fortaleciendo el lazo entre ellas.

Leah dudó un momento, pero finalmente, con una sonrisa ligera, sacó su teléfono. —Claro, no veo por qué no.

El corazón de Cleo dio un pequeño salto de triunfo mientras ambas intercambiaban sus números. Era un pequeño gesto, pero para Cleo significaba mucho más. Había logrado lo que se había propuesto, y ahora tenía un canal directo para seguir construyendo su relación con Leah.

Al terminar sus compras, Cleo sugirió, de manera casual, que podrían preparar juntas algunas de las recetas que Leah había mencionado. Leah, aunque aún algo reservada, aceptó la idea, lo que le dio a Cleo una excusa perfecta para pasar más tiempo con ella.

Mientras salían del supermercado, Leah miró a Cleo con algo de curiosidad en sus ojos. Quizás había algo en Cleo que empezaba a ganar su confianza, o al menos su interés. Cleo, por su parte, se sentía más segura que nunca de que había dado el paso correcto. Ahora, con el número de Leah en su teléfono y la promesa de pasar más tiempo juntas, sentía que su paciencia y persistencia finalmente estaban dando frutos.

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Conforme pasaron las semanas, la relación entre Leah y Cleo se fortaleció a través de constantes mensajes y encuentros. Los días de Leah se volvieron más llevaderos, llenos de charlas amenas y momentos de risas que Cleo supo traer a su vida. Sin embargo, cuando la noche caía, el dolor persistente de Griffin no cesaba del todo. Sin embargo, algo en Leah comenzó a cambiar; los momentos de angustia eran más cortos, y la tristeza en sus ojos se veía reemplazada por una chispa de esperanza.

Leah empezó a mencionar a Cleo en sus charlas con la Luna, una figura de consuelo en su soledad nocturna, sin saber que Griffin, el hombre invisible, estaba siempre escuchando. Leah admitió, con voz tenue, que realmente necesitaba una amiga, alguien en quien confiar. Griffin, aunque aliviado de ver ese cambio, sentía un nuevo temor: «¿Y si la amistad con Cleo complicaba más su posible encuentro con Leah?» pensó nervioso. Se mordió el labio y negó, en su corazón, sabía que Cleo estaba haciendo lo correcto.

Cleo, por su parte, estaba contenta con la amistad que se iba forjando con Leah. Disfrutaba de la sinceridad y la conexión que compartían, pero sabía que no podía perder de vista su objetivo principal. El tiempo que pasaba con Leah la hacía dudar a veces, pero la misión que había asumido seguía siendo su prioridad. Sabía que el terreno para presentar a Leah a Griffin debía ser cuidadosamente preparado, basado en la confianza que Leah empezaba a depositar en ella.

El plan de Cleo tomó forma en su mente con cada interacción, y finalmente decidió que el momento propicio había llegado. Era el primer día de noviembre, y la noche caía suavemente sobre Forks. Cleo, con una mezcla de emoción y nerviosismo, escribió dos mensajes, uno para Leah y otro para Griffin. A Leah le envió un mensaje diciéndole que había encontrado algo precioso que quería mostrarle, algo que creía que solo ella podría apreciar.

Destinatario: Preciosa Leah

Leah, tengo algo especial que encontré en el bosque, cerca de la playa. Creo que te gustará. ¿Podrías encontrarte conmigo allí esta noche?
Enviado.

Después de enviar el mensaje, Cleo respiró hondo y luego escribió a Griffin, informándole que el momento había llegado. Le indicó el lugar y la hora, asegurándole que Leah estaría allí. Sabía que Leah confiaba en ella lo suficiente como para acudir a la cita sin sospechar nada.

Cuando llegó la hora, Cleo se dirigió al bosque, su corazón latiendo con fuerza. Había imaginado este momento una y otra vez, pero ahora que estaba a punto de suceder, la incertidumbre la invadía. Se encontraba en el lugar señalado, esperando a Leah y a Griffin, con la esperanza de que su plan funcionara y que esta fuera la oportunidad que ambos necesitaban para sanar y encontrar algo más que consuelo en sus corazones heridos.

El sonido de pasos ligeros sobre las hojas secas la hizo girar. Leah apareció entre las sombras, con una expresión de curiosidad en su rostro. Cleo le sonrió, intentando calmar los nervios que la asaltaban. No pasó mucho tiempo antes de que otro sonido rompiera el silencio: Griffin, el hombre que había estado esperando este momento durante tanto tiempo, se acercaba también.

Cleo supo entonces que todo estaba en manos del destino. Había hecho su parte, había preparado el terreno, y ahora solo podía esperar que este encuentro trajera la sanación que tanto anhelaban.

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