Capítulo 2
Griffin observaba las olas del mar, sumido en una profunda nostalgia que lo envolvía con cada resplandor del sol reflejado en el agua. Suspiró, sintiendo cómo el peso de sus pensamientos se intensificaba con cada minuto que permanecía inmóvil en esa playa solitaria. Su corazón ardía de un dolor inexplicable, y su respiración, entrecortada, delataba la angustia que lo consumía.
Sus manos temblaban, y su vista comenzaba a nublarse por el llanto que amenazaba con desbordarse. Se sentía como si estuviera ahogándose en un vaso de agua, pero él era el vaso, frágil y transparente, y la realidad, el agua que lo llenaba hasta desbordarlo.
—¡No es justo! —gritó con furia, rasguñando la arena con una mezcla de coraje y desesperación.
—¡La anhelo! —volvió a gritar, ahora con más fuerza, mientras arrancaba puñados de arena con las manos, como si así pudiera aliviar el dolor que lo consumía.
Se levantó de golpe y pateó la arena con fuerza, esparciéndola hacia las olas que suavemente lamían la orilla. Su respiración se volvió aún más agitada, y las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, dejando un rastro húmedo en su piel mientras su pecho subía y bajaba en una evidente crisis de ansiedad.
—¡La quiero consolar! ¿Es... Es que acaso no me entienden? —susurró, desesperado, intentando inútilmente secarse las lágrimas que seguían cayendo sin control, marcando su rostro con líneas rojas y ardientes.
Las lágrimas caían sobre la arena, humedeciéndola, cuando una voz femenina, sarcástica y cargada de burla, rompió el silencio:
—Ugh, suenas muy compungido, querido cuatrojos.
Griffin se giró rápidamente, sorprendido al escuchar esa voz que no esperaba. Delante de él, apareció una mujer de piel dorada como la miel, con un brillo en la piel que parecía destellar bajo el sol, como si hubiera sido tocada por el propio desierto. Su cabello negro y largo tenía finas mechas doradas entrelazadas, y su vestimenta, aunque casual, desprendía un aire de diva; estaba abrigada para la ocasión, con una elegancia innata.
—¿C-Cómo...?
Sabía que encontrarlo no sería fácil, pero tampoco pensaba que fuera necesario enviar a alguien a buscarlo. Y menos aún a la hija del Faraón, Cleo de Nile.
—Mavis. Presentía que necesitabas ayuda urgentemente, te has vuelto un tonto preocupante. —dijo Cleo con seriedad, frunciendo el ceño mientras se apretaba el tabique de la nariz, un gesto que denotaba su impaciencia y molestia— Dijo algo sobre que te enamoraste de una chica. ¿De verdad estás tan desesperado por ser visible?
El rubor subió por las mejillas de Griffin hasta llegarle a las orejas. Se rascó la nuca, avergonzado. Sus amigas estaban preocupadas por él, algo que en su estado de opresión y desesperación no había podido ver.
—Estoy flechado por ella, de pies a cabeza —admitió, sintiendo una punzada de dolor en la garganta y en el corazón.
—Uff, te agarró fuerte —bufó Cleo, pero esbozó una ligera sonrisa— Soy la mejor ayuda que podrías haber recibido. Ya he sentido eso una vez, y para disfrutarlo, necesitas ayuda. En esta vida, nada se consigue absolutamente solo.
—Sé que no puedo conseguirlo solo. Pero también sé que este amor es imposible. ¡Soy invisible, Cleo! Ella no me puede ver, soy la sombra que marca la arena —gruñó, frustrado, con tanta intensidad que sus movimientos descontrolados hicieron que sus lentes cayeran de su bolsillo y se hundieran en la arena.
—Aunque tengas mucho fundamento para justificarte, eso no te da derecho a levantarme la voz, Griffin —advirtió Cleo, con un brillo dorado en sus ojos color café que reflejaba una clara advertencia.
Cleo, tal vez, no lo podía ver, pero sus poderes, su percepción e intuición la guiaron hasta encontrar el cuello de la camisa del hombre invisible entre sus manos. Aunque parecía imposible, ella lo había callado con su intervención.
—¿Entiendes que nada es imposible? —reafirmó Cleo con determinación, su voz gélida cargada de orgullo.
Griffin jadeó con tensión, su corazón latiendo a mil por hora y sus ojos bien abiertos en una expresión de pánico ante la sorpresa de ser atrapado por la hija adoptiva del loco de Murray.
—S-Sí...
—Bien. Podré ser tu amiga, pero eso no significa que puedas sobrepasar mis límites. Yo te respeto, tú me respetas; en esa regla nos manejamos —sentenció Cleo, con firmeza.
—Lo siento, tienes toda la razón... —susurró Griffin, apenas, al sentir cómo Cleo lo mantenía atrapado.
Cleo, al notar el tono de su voz, lo soltó de golpe. Luego, se agachó para recoger los lentes que habían caído en la arena. Griffin trastabilló ligeramente al recobrar la libertad, tomando el cuello de su camisa y desabotonando algunos botones para aliviar la tensión que sentía en su cuello. Se tocó la garganta con molestia.
—Claro, siempre tengo razón.
Griffin observó cómo la orgullosa egipcia le entregaba los lentes con su habitual indiferencia.
—Uhm... Gracias.
Cleo parecía poder verlo por unos instantes, pero de repente su mirada se dirigió detrás de él. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Griffin cuando se giró para ver lo que ella estaba mirando, y sintió una mezcla de sorpresa y temor al darse cuenta de que alguien más los observaba. Era Leah Clearwater, una joven de aspecto moreno, con el cabello largo y negro, y ojos de un tono carbón que irradiaban una fuerte incomodidad. Vestía ropa holgada y jeans viejos, su semblante reflejaba un claro mal carácter, aún más acentuado por la tensión que emanaba de su cuerpo.
—Eres una turista.
—Sí —afirmó Cleo, despreocupada— ¿Vienes por algo en particular?
Leah, aún a la defensiva, mostró una clara molestia en su mirada.
—Te vi hablando sola. Creí que necesitabas ayuda. Ya veo que no —respondió Leah, girándose de inmediato, con una evidente incomodidad en su postura.
—¡Espera! Perdona mi mala actitud... —intervino rápidamente Cleo, trotando para alcanzarla— En realidad, sí necesito ayuda. No sé cómo volver a la Reserva. ¿Puedo contar con tu ayuda?
Griffin se quedó inmóvil, sintiendo un frío que lo paralizaba. No podía creer que el mismo día en que Cleo lo había enfrentado, también fuera a conocer a la mujer que amaba. Nervioso, corrió detrás de ambas, temiendo lo que podría suceder si dejaba a Cleo de Nile a solas con Leah Clearwater, especialmente cuando no tenía idea de lo que Cleo estaba planeando.
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