Capítulo 4

La reunión con Máximo me dejó inquieto, me había negado a la opción de comprometerme con Maggie a pedido suyo, pero, en el fondo y en secreto, había comenzado a considerar con seriedad lo que podría ser un futuro con ella. Aun así, aquella decisión debía mantenerse oculta, porque era después de todo, solo una apuesta egoísta hacía una relación que ni siquiera había comenzado.

Sin embargo, las palabras de Máximo esa noche tocaron una fibra cuya existencia yo desconocía hasta entonces. Por primera vez en mi vida, me planteaba lo que significaba tener el derecho a elegir. Hasta ese momento me había considerado completamente libre y en medio de aquella sofisticada red de control que nuestro sistema nos daba, estaba convencido de que aquello era lo único que podía existir. La verdad es, que mi vida no solo era innecesaria en aquel sistema estricto, sino que estaba destinada a regirse por leyes de herencia y utilidad, que no daban pie a la libertad o las opciones. Aunque siempre había sido consciente de aquel hecho, el pensar en una salida, en una opción diferente me había resultado superfluo, cuando yo, como noble tenía un papel que cumplir en la sociedad y tenía un pago adecuado a mis funciones. Cuando lo hijos que habría de tener y los hijos de estos, jamás carecerían de comodidades o lujos, de trabajo y función en la sociedad, así fueran, como lo era yo, un vástago adicional de la línea principal.

Toda mi vida había respetado y valorado el sistema, incluso si eso implicaba que debía servir como bastión al ocultar a mi prima con nuestro compromiso, todo era en pro de la estabilidad, que por doscientos años nos había mantenido en prospera paz. Pero entonces había aparecido Magdala, para demostrarme que Lidia no era un caso aislado y que, como siempre había intentado negarme a mi mismo, no era un ser necesario ni mucho menos libre. Estaba seguro que de preguntar, un compromiso o incluso un matrimonio con Magdala sería negado por todos los mayores, sin pensar en la reacción que podría esperar de mi padre. Que había dejado claro, que solo aceptaba la idea de regresarle el simbionte a Lidia, por la posibilidad de sentarme en el trono a mí, junto a ella, y de los maravillosos hijos que habríamos de tener.

Muy claro lo había dejado mi padre al decir, que casar dos nobles de alto rango era como apuñalar los principios rectores de la nobleza, muy pocas parejas de ese tipo se veían y nada era tan mal visto como que dos nobles formaran una relación. Unir casa y castas era una de las peores traiciones a su rango que un noble podía cometer, iba en contra del sistema y de la estandarización. Si mi tío hubiese escogido a un noble en lugar de Don Aquiles, el desastre habría caído sobre él y su pareja. Aunque claro, jamás faltaba la aclaración, de cómo Lidia y yo éramos la excepción, reunir la sangre en una misma línea, resultaba conveniente y esperanzador, como arreglar lo que la arrogancia del abuelo había dañado al atreverse a procrear más allá de lo necesario. De esa forma, justificaba mi padre, su afán de verme unido a mi prima, aunque yo sabía que era solo palabrería, mi abuelo quería expandir la familia y poco le habían importado las reglas. A veces sospechaba que, en el fondo, no éramos tan diferentes de los humanos. Y a mi padre, en realidad lo atormentaba el ser hijo de un rey que no llegó a cabeza de familia.

Lo mismo aplicaba para las mujeres nobles, dejarlas fuera del sistema implicaba mezclar la sangre de los nobles con la de los comunes y dejar que se esparciera libremente, por eso les quitaban el simbionte, para acercarlas a los humanos y evitar su reproducción incontrolada. Pero para elegir una pareja para ellas siempre se buscaba que fueran a una familia donde su rango original no causara mayor daño, un rango similar era lo ideal, así sus hijos no estarían sobre o sub cualificados, esa era la idea de la protección de rangos. Después de todo, los nobles somos lo que somos, biotecnología adecuada para una función.

Pero Magdala me hacía pensar que yo podía ser algo más, cuando estaba con ella, cuando hablaba con ella, me sentía libre de ser quien había sido criado para ser y podía sentir que ella veía en mí, algo que ni yo mismo sabía que estaba ahí.

Los días en que nos encontrábamos, el tiempo previo a nuestro encuentro pasaba más lento y el tiempo en holollamada o virtualidades, era más veloz. Los días de oficina y la rutina social se hacían monótonos, aunque la vida para mí, tenía más sentido.

No nos habíamos encontrado cara a cara desde el beso tras la recepción de Máximo a principios de año, pero desde aquella fecha el contacto entre nosotros había sido continuo. Lo primero, fueron mensajes de texto. A Maggie le gustaba saludarme en las mañanas, un simple "hola" o "¿Qué tal la noche?", frases cortas de cortesía, a las que yo acostumbraba a responder de forma puntual, para cortar la interacción.

Los mensajes pronto se fueron apilando en la terminal, día tras día los veía crecer hasta el punto en que mis propias respuestas comenzaron a resultarme ofensivas y desconsideradas. Pasó cerca de un mes antes de que diera una respuesta adecuada, y lo que me había resultado un comportamiento molesto, comenzó a ser parte de mi rutina. Poco a poco el tajante saludo y la respuesta monosílaba, se volvió reciproca y Maggie, pudo usar mis preguntas reciprocas para explayarse en detalles de los pormenores de su vida.

Quisiera decir, que no recuerdo ni el cómo ni el cuándo de nuestro primer encuentro virtual, pero mi memoria me permite ahondar en lo detalles de nuestra relación. Fue para abril, entrado su otoño, cuando la longitud de los días en su sector ya era menor que para mí, pero las lluvias azotaban a ambos. Fue un día de descanso, cuando uno de sus mensajes me tomó por sorpresa, leyendo en mi habitación. El día estaba nublado y el olor a húmedo alertaba de la lluvia.

"No ha dejado de llover, los truenos sacuden el vidrio y me gustaría tener un clima templado como el de tu región" – rezaba su mensaje.

Recuerdo, que me encontré riendo frente a la proyección. No tarde en mandarle una captura de las cámaras externas con información de clima y añadir un: "aquí también llueve".

Después de eso, le siguieron intercambios de comentarios respecto al clima, lo que vendría siendo una conversación de rutina, como la que se habría de mantener con cualquier colega, excepto que yo no dejaba de sonreír al escuchar cada una de sus repuestas, mientras me mantenía pegado a mis tareas. Entre comentario y comentario, terminamos por ponernos una cita en un escenario virtual, en Atlantis, o al menos una versión atlántica con vida marina extinta y una sensación térmica alta bajo un sol radiante.

Fue una reunión incomoda al principio, no habíamos tenido esa clase de interacción desde que ella me besara y yo se lo permitiera. Recuerdo que me presenté con la misma actitud, alejada y respetuosa de nuestros encuentros anteriores, aunque dudaba que esa fuera la respuesta apropiada, considerando la interacción más amigable e informal que manteníamos por mensajería. Pero la incomodidad, con mi propia actitud duró una transmisión de segundos, mientras Magdala tomaba el valor de lanzarse a mi brazo y aferrarse a él con confianza. Su sonrisa opacaba cualquier emoción diferente que yo pudiera leer, no podía saber, en una interacción virtual, como palpitaba su corazón ni como olía su estado de ánimo. Ciego ante sus verdaderos sentimientos, aquel día me dejé arrastrar por su energía y entusiasmo.

Me tomó meses entender como aquella chica, risueña y decidida había roto las barreras de mi educación, pero, un papel importante en el avance de nuestra relación fue la misma virtualidad. A diferencia de lo que podía hacer con las personas a mi alrededor, a Magdala, durante todo ese tiempo, no pude leerla ni predecirla. Tuve que aprender a interpretar sus gestos, a rellenar sus silencios y a vivir en la incertidumbre de no entender su comportamiento. Aprendía a preguntar y escuchar, para poderme comunicar asertivamente con ella. Si con los demás podía manejar mis palabras de acuerdo a sus emociones, con Magdala siempre caminaba en terreno incierto y eso, en algún punto captó mi interés, más allá de normal.

Después de nuestro primer encuentro virtual, los demás se volvieron frecuentes, nuestras interacciones ya no se basaban en lugares comunes ni palabras de cortesía, éramos capaces de preguntar opiniones reales sobre nuestro día a día, y así la monotonía de mi vida se fue llenado con las pequeñas grandes aventuras de la suya. Un día le podía doler la cabeza por el estrés de sus exámenes, otro había discutido con su hermana adoptiva por el uso del holofono. Había ocasiones en que se decidía a recordar a su difunta abuela y anécdotas de su vida junta. Disfrutaba escucharla hablar de sus emociones, que no podía oler ni percibir, me gustaba como variaban de un punto a otro de su historia y la reconfiguraban según su parecer. La construcción de un mundo basado solo en sus palabras, una vida que era diferente a la mía, que encontraba yo llena de incoherencias y comportamientos injustificados, me suscitaba curiosidad y la curiosidad, interés.

Descubría yo en ella, pequeños detalles, como su afición por los dulces a base de pseudo-lácteos o su infinita testarudez. Había tanta irracionalidad en ella que me hacían querer escucharla y analizarla para comprender sus acciones. Algunos días, cuando algo iba mal en su vida y su misma voz me transmitía tristeza, soledad o desanimo, quería viajar a verla y ser capaz de interpretar adecuadamente sus sentimientos y entonces contrarrestarlos con unos positivo. Con un paseo o con un abrazo, como ella solía decir que funcionaba mejor.

Escucharla era una aventura, y verla se volvía día a día una necesidad. Con ella me olvidaba de mi rango y de mi camino, porque solo existía el de ella.

Y eso era lo que más temor que causaba, saber que lo que sentía, iba más allá de un enamoramiento pasajero, era descubrirme embriagado de ella, de sus defectos y sus ventajas. Pensaba en como el querer quedarme con Maggie, recordaba los cálculos de mi padre, su ambición y el origen de Maggie, si ella solo ella o yo fuéramos un común, todo sería normal.

Pero ella, aún como noble, tenía la oportunidad de vivir fuera del sistema, mientras yo, era el sistema y una prisión para cualquier mujer que escogiera.

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