Capítulo 2

Mi segundo encuentro con Magdala también fue mediado por Máximo, esa vez a motivo de su cumpleaños. Aunque como de costumbre, habíamos tenido una discreta reunión familiar en Atlantis sobre la fecha misma, los 20 años de Max marcaban su ingreso oficial como director del centro regional de salubridad, parte de las funciones que mi tío le habría de ceder como iniciación de madurez. La invitación de Magdala a la gala oficial, fue una especie de regalo de parte del mi tío Livio, ya que Máx no había tenido oportunidad hasta entonces de hacerla parte de su vida.

La gala tuvo lugar en el salón de eventos del hospital, como bienvenida a su nuevo director, todos los empleados que no estaban en servicio habían sido invitados, entre ellos la nueva novia de mi primo, una mujer un poco mayor que él, reservada pero brillante, con la que pocas veces tuve oportunidad de hablar. Quizá por la compañía de aquella mujer o porque llevaba dos años preparándose para tomar ese cargo, a Max se le veía desenvolverse con soltura entre la gente. Lo encontraba yo tan desinhibido que cuando fue hora de pasar a recoger a su hermana, ni me molesté en recordárselo, sino que me dirigí solo a por ella. Máximo mismo me había pedido que le hiciera compañía, él sabía bien que estaría ocupado atendiendo a los medios y sus nuevos colegas, y mis tíos de seguro la aburrían presentándola a todos sus conocidos.

Nos encontramos en la entrada del parqueadero, lejos de los medios y por donde mi tío y su esposo habrían de llegar junto a Magdala, que estaba hospedándose con ellos desde un par de días antes. La primera persona a quien saludé fue al tío Livio, pasé por el tío Aquiles con una reverencia corta, para luego acercarme a Magdala y extender mi brazo en dirección a ella. Su expresión indecisa ante un gesto común me despertó curiosidad, su corazón latía rápido, pero, a diferencia de nuestro primer encuentro, no era miedo ni angustia lo que sentía, había algo diferente en su aroma, una mezcla de emociones que no logré descifrar; mi tío pronto me interrumpió reclamando exceso de cortesía, algo que siempre ha evitado fuera de la vista del público, lo que dio paso a una corta discusión que terminó con la conclusión de mi gran parecido a él sobre mi propio padre.

Me tomó unos minutos más, y tener su brazo enganchado al mío, entender lo que sucedía. No más estar asegurada a mi lado, pude percibir como sus músculos se relajaban y su reparación tomaba de nuevo un ritmo natural. Supuse, ahora sé con precisión, que los tíos la intimida y se sentía más tranquila conmigo. Sin detenerme a dar explicaciones, me disculpé con la pareja y nos adelantamos hacia la puerta lateral, por donde habríamos de ingresar.

No puedo olvidar ninguno de sus gestos, ni la timidez con que se despedía de mis tíos ni el alivio que su suspiro transmitía al alejarse de ellos. Era divertido verla pasar de una criatura asustadiza a una enérgica y risueña.

—Ya puedes respirar de nuevo— dije, y su sonrisa iluminó todo el corredor.

Bufó.

—La presencia de Su alteza, el duque, me hace sentir chiquitita. Siento como que brilla— respondió, sus ojos y manos se abrieron. En lo que supongo trataba de dar la forma de una explosión.

—¿Y yo no brillo, Maggie?

—Maggie —murmuro—, solo mi hermano me llama así, pero se siente natural si su alteza también lo hace. Y si, todos los nobles brillan, pero el duque, es como un sol entre estrellitas.

—Estrellitas. ¿Eh? A esta estrellita le puedes llamar Lec. Ya lo te lo había dicho.

— ¡Es lo justo! Su alteza ya me llama Maggie, que es mejor que oruga, como me dice Max.

Me reí de su queja, mientras reflexionaba de lo directa que podía llegar a ser. Esa tarde pudimos hablar por largo tiempo a solas, y pronto la imagen de niña tímida y temerosa desapareció de mi mente; la idea de una chica entusiasta y audaz la reemplazó. Aquella primera impresión era quizá el efecto de nuestro incomodo primer encuentro, pero no tardó en sobrescribirla el entusiasmo por la vida que desprendía, y del que a veces yo mismo sentía carecer. Magdala era una delicia de emociones, reía carcajadas y se mostraba su disgusto con claridad, eran expresiones que incluso un común podía leer sin dificultad. Era un coctel de olores y sonidos, un palpitar emocionantes movimientos que me mantenían intrigado segundo a segundo, del que me costaba desprenderme.

Era extraño verla caminar en la multitud, su vestimenta infantil destacaba entre la elegancia de los adultos; como no estaba muy seguro de su edad y su elección de vestuario, se lo pregunté. Me sorprendió cuando se echó a reír oculta detrás mi brazo, antes de responder.

—Cumplí quince en noviembre. Pero ni siquiera he probado llevar tacones, ahora menos dejar de lado las capas y pantalones, en el momento que me ponga un vestido, mi hermano me a buscar pareja como si no hubiera mañana. Con el unisex, al menos, nadie me va a tomar en serio ni como mujer ni como abulto.

Era obvio que conocía los planes que Máximo tenía preparados y se las arreglaba para no dejarse manipular.

Para alguien de su edad, un evento como al que estábamos asistiendo debía resultar completamente aburrido. No éramos más que un grupo de adultos hablando de trabajo y política; discutiendo las interpretaciones de las viejas leyes o el estado de los recursos. Algunos pocos enfocados en las capacidades sobresalientes del nuevo director y otros, muy pocos por suerte, acercándose a mí.

Por esas fechas los archiduques eran aún muy jóvenes para atender a esos eventos, así que Máximo y yo, sin ser de la línea principal, aun acaparábamos toda la atención de los nobles de la región, como jóvenes herederos de los ducados. Aunque Máximo era la estrella de la gala, no faltaban quienes se me acercaban a preguntar por mi acompañante o a felicitarme por mi pronto grado de la academia; que sería un gran evento en pocos meses.

De todo el tiempo que gastamos en las formalidades, la única vez que sentí a Magdala a gusto era cuando se acercaban algunas damas a saludar, su atuendo daba idea de su edad y más de una persona confundía la razón de llevarla conmigo, pero no tanto así las mujeres que veían con cierta ternura y recelo, a la pequeña sobrina de don Aquiles, como habían decidido presentarla. Después de todo, nadie se involucraba con la familia común de las parejas nobles. Y aunque todos sabían que sanguíneamente no era familia de Máximo, por crianza se le consideraría su prima, por lo que cada mujer a su alrededor reconocía el valor que aquel vinculo podía significar.

No creo que por aquel entonces Maggie lograra identificar las intenciones de las mujeres a nuestro alrededor, pues parecía disfrutar de sus halagos y mimos, como una niña carente de amor y atención de sus congéneres. De sus reacciones, pude imaginar que las familias por las que había pasado, tras la muerte de su abuela, no la habían hecho sentir tan especial como aquellas desconocidas lograban con solo resaltar su cabello o su peculiar parecido a Máximo, que casi nadie lograba ignorar y que era, de hecho, la razón real por la que todos se acercaban a ella, el secreto no era para nada uno.

No debía haber en esa sala ningún adulto que no supiera la historia familiar de los hermanos, y que no se acercara en realidad atraído por la morbosidad de ver a una hija ilegítima. Maggie era una advertencia andante de lo que le podía ocurrir a una mujer noble sino actuaba conforme se esperaba de ella. Máximo y Magdala eran el cotilleo de los más mayores y la curiosidad de los más jóvenes, que quizá solo hubiesen escuchado rumores o historias a medias.

Hago énfasis en aquello, porque, así como las mujeres mayores se acercaban a ella por el amarillismo de saberla la hermana real de Máximo, las más niñas se acercaban por ver en ella un par. Así lo hizo la que más adelante se convertiría en su mejor amiga, la pequeña sobrina de la marquesa Belladona, que acompañaba a su tía como chaperona en ausencia del marqués o de un hijo que invitar a aquellos eventos.

Recuerdo el terror que invadió Máximo cuando al encontrarnos en el corredor tras ir por unas bebidas para él y su acompañante, notó que Magdala no estaba conmigo. No se sintió tranquilo hasta que no accedí a llevarlo a ver a la niña, solo un poco menor que Maggie.

Aquella oportunidad sirvió para muchas cosas, si lo miro en perspectiva, Magdala pudo entregarle el pequeño obsequio que le había preparado y Máximo pudo verificar que la nueva amistad de su hermana fuera apta para ella. Esa misma tarde, Máximo me comentó por primera vez que quizá Magdala no debiera casarse, ni permanecer lejos de él. El plan podía cambiar, quizá acercarla a nuestra región y moverla a misma zona urbana, sería suficiente. No pude sino estar de acuerdo con él.

Fue antes del anochecer, cuando Max y mis tíos me pidieron llevarla temprano a casa, que Magdala y yo estuvimos solos por primera vez. Solo en ese momento la percibí nerviosa por mi compañía. Su corazón palpitaba rápido y sus ojos me esquivaban. Ma arrepentí de haber accedido a ser su acompañante, yo no era familia, aunque el tío Livio le causará ansiedad, seguro era mejor que estar a solas conmigo.

Su intranquilidad, consiguió que las primeras palabras que pronunciara durante todo el viaje, fueran al llegar. Me sentía incapaz de incomodarla más.

—¡Gracias!

Fue ella la primera en hablar, yo la miré de reojo. Sorprendido del entusiasmo en su voz.

—No tienes que agradecerme, lo hago por tu hermano, es como mi hermano también. —Intenté sonar tan Cortez como me fue posible.

—Pero yo no. Yo no soy como tu hermana.

Un punzón de culpa se enterró en mi pecho. Su corazón era motor a punto de salirse de su pecho. Su aroma era confuso, como esa misma mañana.

—Si quieres...

—¡No! —interrumpió. Podía oler sus nervios—. No quiero ser tu hermana, pero podemos ser amigos.

En ese momento lo tomé con gracias, me sentía rechazado, por no ser considerado suficiente para ser familia.

—Está bien—conteste. Mientras estacionaba frente a la mansión de la familia de Máximo—. Podemos ser amigos primero.

Mis palabras no guardaban ningún secreto, ni malicia, realmente quería acercarme a ella. Aunque nuestras intenciones en aquella conversación resultaron ser muy diferentes.

—Por ahora—dijo, inclinándose en mi dirección.

Y aunque hubiera podido esquivarla porque sus movimientos eran lentos y evidentes. Yo decidí no hacerlo, sea por curiosidad o estupidez.

Sus labios apenas rozaron los míos, pero sus emociones, el olor de sus nervios y el sabor de su adrenalina me deleitaban.

—Pronto terminaré el colegio —añadió. Sin alejarse de mi rostro, mirándome fijo—. Ven a visitarme y mensajéame, mensajéame mucho.

Sin darme oportunidad de hablar, salió del auto corriendo. No la volví a ver por al menos medio año más.

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