Capítulo 1

La primera vez que vi a Magdala llevaba el cabello suelto en ondas desordenadas y una trenza delgada como diadema, sus ojos azules reflejaban la luz de las ventanas y su sonrisa entusiasta casi conseguía ocultar el olor de su incomodidad. Bajaba las escaleras del apartamento donde vivía con sus padres adoptivos y gritaba algo sin importancia a la chica con quien compartía cuarto. Vestía como una adolescente promedio y actuaba como tal, su ritmo cardíaco y su olor eran fáciles de interpretar. La pequeña casa familiar en donde residía entre comunes, era como cualquier otra entre cientos de edificios en el área residencial de la zona 8.

Era domingo, Máximo me había pedido que lo acompañara al sur unos días atrás. Mi último semestre en la academia estaba por comenzar y mi padre solía aprovechar cada ocasión para recordarme la importancia de madurar, mi actitud despreocupada frente a las responsabilidades que estaba próximo a tomar, así como la acechante fecha de mi nombramiento oficial, ocupaban casi todo nuestro tema de conversación. Además, mi cumpleaños se acercaba y la familia seguía presionándome para que aceptara el compromiso con mi prima. Llevaba semanas pidiéndole a Máximo que tomara mi lugar, pero él estaba viendo a alguien y se rehusaba a ceder ante mis intrigas. Solo él, entendía la presión que la familia estaba poniendo sobre mis hombros, por eso me había invitado a conocer a su hermana, para distraerme unos días del cerco que mi padre creaba a mi alrededor.

Aunque de Madgala, a primera vista no logré percibir nada especial, me sentí impactado cuando saltó a brazos de Max y le beso la mejilla con un entusiasmo tan genuino, que de aquel gesto pude entender la relación que ambos mantenían. Para esas fechas él aun no le había comentado la verdad de su origen, la abuela de ambos, que había criado a la chica hasta que su salud se lo impidió, acababa de morir apenas un año atrás; y en ese entonces, él era todo el mundo para ella. Su apego lo evidenciaba.

En aquel entonces, Máximo me presento como su primo, su mejor amigo y como sobrino del rey. A ella solo la llamo: "Maggie, mi hermana". Yo podía sentir la inconformidad en Máximo, así como leer cierto atisbo de recelo en ella. Aproveché las presentaciones para suavizar el ambiente, invitándola a llamarme Lec, como Máximo y la familia suelen hacerlo. Siendo nuestro primer encuentro, y ella la hermana de mi mejor amigo, no había otra forma de entenderla sino como familia también.

Recuerdo la sonrisa de Maggie cuando estiré mi mano para tomar la suya, el sonrojo en sus mejillas cuando besé el dorso de su mano, y la mirada espantaba que, en lugar de dirigirse a mí, buscaba en Máximo una explicación. Su reacción me hizo reír a carcajadas, era como ver un cachorro intimidado. No parecía entender la razón de mi presencia, ni darse cuenta que aquel gesto solo buscaba tomarle del pelo. Máximo solo frunció el ceño en mi dirección por un segundo, mientras Magdala lo miraba, luego soltó una risilla hipócrita, reafirmando que había actuado bien.

Magdala fue criada como una común desde el día en que naciera. El marqués de Atacama había repudiado a su esposa incluso ante del parto, hacía ya catorce años. Y es que el nacimiento de una chica dentro de un matrimonio noble se considera prueba de infidelidad, no se necesita ni juicio ni mediación en aquel caso, el noble puede pedir el divorcio y este se celebra sin ninguna clase de publicidad. Los términos, por otra parte, pueden ser acordados por los involucrados; pero pocas veces, como en el caso del marqués, se solicita y aprueba el exilio de la mujer.

El caso de los hermanos había resultado muy mediático en sus días, entre los nobles se discutía lo apropiado de separar a la madre de sus hijos. Aquel escandaloso evento no tardó en entenderse, cuando menos de seis meses después, el marques tomó una segunda esposa ya embarazada y entregó a su hijo mayor en adopción. Máximo llegó a la familia de mi tío solo con seis años. Hasta donde sé, ni siquiera tuvo la oportunidad de conocer a su hermana, que ya para ese entonces había sido entregada a la familia materna bajo estrictas reglas de privacidad, dictadas por el duque de su región.

La relación de Magdala y Máximo fue el resultado de la intervención de mis tíos, que insistieron en dejar que él conociera a su abuela materna y de paso a su hermana, unos años después, cuando la tormenta ya había pasado y pocos comentaba o recordaban los hechos.

No es de extrañar, por la historia que ambos compartían, que Magdala se viera tan aferrada a su hermano quien, desde su punto de vista y como vine a comprobar años después, era su única familia y él único aliado con quien ella contaba por aquellos años. Para Máximo, sin embargo, soy testigo de primera mano, la situación era bastante diferente; en su vida estaban mis tíos, estaba yo y pronto estaría su esposa, cuando escogiese una.

Ese día, a parte de mis razones personales, también acompañaba a Máximo como soporte emocional hacia él mismo. Mi primo había tomado la discutible decisión, de contarle la verdad sobre su origen y familia a la niña, consideraba que era momento de que supiera casi todo sobre si misma. Magdala era una noble, despojada de su simbionte desde el nacimiento, sin embargo, había sido criada como una común, pensaba como una y actuaba como una. Sin duda Máximo me había contado de lo difícil que había sido ocultar su origen para la familia. Y de cuán difícil encontrarle un hogar permanente a una niña con habilidades como las suyas. Aunque seguro esas habilidades ayudarían a que entendiera lo que tendría que saber.

Recuerdo con claridad las palpitaciones aceleradas de Magdala, el sonido de su corazón resultó imposible de ignorar desde el momento en que nos encontráramos con ella hasta que la dejamos de nuevo en su hogar. Magdala mantuvo un nerviosismo que mantenía mis sentidos alerta en cada evento, sin importar si viajábamos a los jardines o si ordenábamos bebidas, si Máximo la invitaba a probar una bebida nueva o le preguntaba por sus estudios. Todo el tiempo su corazón latía veloz y el olor de sus nervios invadía mi respiración. Me sentía culpable de mantenerla alerta cada segundo de su anhelado tiempo en familia, para Máximo era difícil visitarla en la región 8 y él jamás había intentado acercarla a nuestra región para protegerla de la verdad. Con todo y ello, cuándo Máximo comenzó a contarle la historia detrás de su nacimiento, su pequeño corazón iba tan rápido que llegué a pensar en detenerlo, para evitarle a la niña un impacto difícil de soportar.

No podía u no puedo aún, imaginar las emociones que con que ambos cargaban en ese momento. Máximo y yo ya éramos cercanos, lo suficientemente cercanos como para que me llevara al otro lado del continente a conocer a su hermana secreta, pero al final del día, había cosas que él siempre guardaba para sí mismo, sentimientos que mantenía resguardados tras capas de protocolo y cortesía, que ocultaban al hombre detrás del noble. En nuestro día a día era poco lo que podía leer por su olor o su ritmo cardiaco, pero frente a Magdala era sencillo notar como se perdía en las reacciones de la niña, se deleitaba con su sonrisa y su emoción humanas. Emociones que yo también comencé a disfrutar.

Hasta ese momento mi relación con mujeres había estado limitado a la academia y mi circulo familiar, donde su papel siempre había sido como comunes o madres. Pero en ese día, junto a ellos la idea de que mujeres como nosotros, nobles, podían existir y ser nuestras hermanas, primas o hijas, le daba un nuevo significado al género, las hacía más reales que el solo parejas de matrimonio. Incluso sabiendo que, si de compromiso matrimonio se trataba, yo nunca había tenido opción. Otra niña, mucho más pequeña que Magdala me esperaba en casa, lista para convertirse en mi prometida e incluso quizá en mi esposa.

Junto a las lágrimas de Magdala, aquel caluroso día de febrero, y debido a la incapacidad de Máximo de mostrarse indulgente, aprendí lo inútil de nuestro sistema y lo injusto que resultaba para ellas, que habían nacido sin decidirlo, condenadas a la oscuridad y al secretismo desde el mismo día de su nacimiento. Ese día, entendí la culpa que carcomía a Máximo.

Mi propio plan para librarme del compromiso con mi prima, se comenzaba a formar, mientras él le explicaba su hermana, de la forma menos discreta y sutil, que debido a su origen ella tendría solo dos opciones de maternidad: no tener hijos o casarse con un noble. La que eligiese, sería libre de hacerlo, pero no había puntos intermedios. Máximo no estaba dispuesto a entrar en detalles del porque o el cómo, pues en aquella reunión, planeaba proponerle un compromiso con un joven Señor de nuestra región. Él quería alejarla de su padre y su familia biológica, darle un nuevo comienzo con una vida acomodada dentro de su círculo de confianza.

No sé si porque sentí pena de Magdala, que habría seguido los deseos de su hermano sin dudarlo o porque sabía que parte de las palabras de Máximo eran mentira, sin que él fuera consciente de ello; interrumpí la conversación al preguntarle a la niña, cuyos ojos seguía cristalinos y perdidos, sobre la escuela a que asistiría para sus estudios de oficio, llegué incluso sugerir con entusiasmo las ciencias de la salud. Su respuesta tranquila y bien informada, me demostró que había hecho lo correcto. Desde entonces, el tiempo, no ha hecho más que darme la razón.

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