Ocho

Salieron de allí media hora después.

Decidieron ir caminando hasta la heladería situada delante del museo de Bellas de Artes, ya que la biblioteca no quedaba muy lejos del centro de la ciudad donde Evelin quedó con Laila. Evelin seguía hablando de lo que más la impresionaba del museo, mientras Max tan solo observaba sus labios moviéndose sin parar entre palabras, sonrisas y muecas. Y un pensamiento de repente tomó toda su atención ¿A qué sabrían sus labios?... Sintió un vuelco en el pecho al imaginarlo irremediablemente. Reprimió un suspiro, que ella no obstante y lamentablemente para Max, notó.

—¿Es impresión mía o estás inquieto? Un tanto nervioso diría incluso —observó ella.

—¿¡Yo?! Qué va.

—Aguarda un momento —se detuvo ella.

—¿Qué?

—Estás así desde que te he dicho que veríamos a Laila. —Max fue comprendiendo la insinuación de Evelin.

—¿Crees que estoy nervioso por tu amiga? —preguntó incrédulo. Ella asintió.

—¿Lo niegas? ¿Por qué estas así entonces? —increpó y acercándose a él cogió su mano—. Estás sudando —advirtió al tocar su palma—. ¿Quieres contarme algo? —lo miró con preocupación.

Él intentó disipar los nervios que lo delataban. No podía decirle ni por asomo que sus nervios se debían a que acababa de imaginar que la besaba y estrechaba su cuerpo contra sí. Y para empeorar, su mente no dejaba de reproducirlo.

No obstante el tacto de Evelin lejos de descontrolarlo aún más, lo tranquilizaba.

—Estoy bien —dijo al cabo de un momento. Sabía que lo estaría siempre que ella estuviera cerca. Entonces sujetó con firmeza la mano de Evelin.

Ella a su vez, en ningún instante pareció cohibida o nerviosa y mucho menos amagó ningún rechazo hacia él. Es más; al reanudar el camino y bajar las manos unidas, ella en ningún momento lo soltó y caminaron en un perfecto silencio, en cuyo hilo solo interfería el tráfico.

Max observó que en tan solo cuatro días estaban ya muy compenetrados. Con días de convivencia, se conocían lo suficiente como para confiar plenamente el uno en el otro. Y en solo pocos minutos de observar su inquietud, ella ya había descubierto un remedio para todos sus males... Ella misma.

Evelin estaba encantada tomada de la mano de Max. Parecía una niña de colegio enamorada. Vió a Laila a lo lejos sentada en la terraza de la heladería. Y comprobó mientras se acercaban, lo erróneo de su juicio sobre Max, por el simple hecho de que él no soltó su mano aún estando ya a la vista aguileña de Laila.

—¡Eh! ¿Es que no me he enterado de algo? —preguntó Laila al notar la unión de sus manos.

—Bueno, ya la has conocido —dijo Evelin al llegar donde su amiga.

Max soltó a regañadientes la mano de Evelin para poder saludar a Laila.

—Me han hablado mucho de ti Laila.

—Y a mí de ti Max —empleaba un tono oculto que hizo a Max desear saber lo que habrá dicho Evelin de él.

—¿Y qué te dijeron de mi? —inquirió él, soltando la mano de Laila.

—Cosas muy interesantes —elevó las cejas y alargó los labios en una media sonrisa.

—¿Hay algún modo de sacarte información?

—Acepto sobornos.

—¿Un helado gigante con todos los complementos?

—Tú y yo vamos a llevarnos bien —sentenció con complicidad.

Después de que ambos se miraran con escrutinio, Max se volvió hacia Evelin y agachó la cabeza para buscar los ojos verdes de la joven.

—¿Evelin tú qué pides? —Se lo preguntó con tanto cariño que ella no supo cómo contestar.

—Lo mismo que tú —musitó apartando los ojos.

—Bien. —Él la miraba con un brillo sublime en los ojos que para Laila no pasó desapercibido.

En cuanto Max se marchó a por los pedidos, Laila se convirtió en algo parecido a una metralleta disparando preguntas, lo hacía a la misma velocidad que requería las respuestas

—Te quieres calmar por favor —pidió Evelin entre risas incrédulas—. ¡Te vas por las ramas!

—No puedo —afirmó con ahínco apretando los puños en la mesa—. Esto es demasiado fuerte.

—Solo somos amigos. Y tenemos confianza. Nada más.

—¡¿Nada más?!... ¿Y la segunda parte?

—No hay segunda parte —aseguró.

—¿Él no intentó nada?

—Yo no he visto nada. Y me parece bien, es mejor así —agregó—. Al fin tengo a alguien por quien reemplazarte —bromeó.

—No puede ser Evi —negaba Laila con la cabeza y con las manos a la vez—. Yo hablé muy poco con él, pero te puedo asegurar que me gusta ese —se mordió el labio inferior con lascivia—, tío buenorro... Pero quien aspecto aparte, se le ve que es muy buena persona.

—¿Y eso lo has sabido con lo poco que hablasteis? —respondió Evelin condescendiente.

—Pues sí. Pero bueno, a lo que iba. ¿Es que a ti no te gusta? —increpó.

—Ya estamos otra vez. ¿Es que no podemos ser solo amigos?

—¡Él no puede ser solo tu amigo! —negó tajante—. Es un desperdicio tenerlo solo de amigo. Y además amigos ya tienes —desdeñó con una ademán.

Hay que ver lo que gesticula esta chica. No le haría falta la habilidad de leer los labios a quién la esté observando, pensó Evelin.

—Yo estoy bien así y ya está.

—Me estás diciendo, que tienes a ese adonis metido en casa. Que cualquiera se lo tiraría sin pensar dos veces. Y si no me equivoco está soltero, que si no, no estaría contigo para arriba y para abajo todo el tiempo; dato revelador sobre sus intenciones por cierto. Quién cae bien a tu padre, y no me lo negarás, es el más atento y tierno bollo que has tenido a tu alcance... —Evelin puso cara de circunstancias al oír su comparativa—. ¿¡Y no vas a hacer nada?!

—No.

—¿Es que no te atrae nada? —preguntó Laila con incredulidad. Evelin rio ridiculizando su pregunta.

—Vamos, soy realista. No idiota.

—O sea, que te gusta.

—Lo acabas de decir; cualquiera se le tiraría encima —simplificó Evelin.

—Pero tú no eres cualquiera cara mía. Sabes, tú tienes como un inhibidor natural de sentimientos hacia los tíos. Y ese inhibidor tiene un interruptor con el que lo apagas cuando en verdad te gusta alguien. Y he visto indicios de que dicho "interruptor", está apagado. Por eso, querida, no intentes utilizar conmigo esas afirmaciones generalistas —desdeñó.

—No inventes.

—No es un invento. Lo que digo es resultado de años de observación científica.

—Genial. Pues escribe un libro.

—¿Sientes algo por él Evelin? —inquirió en voz baja.

Ella permaneció pensando. Conocía la respuesta, pero no estaba segura de aceptarlo. Miró sobre el hombro hacia donde estaba Max en el mostrador de la heladería.

Pero de qué sirve reconocer algo que no será correspondido, pensó. El realismo cruel siempre presente en ella, le dio una respuesta.

¿Quién querría vivir una relación con una problemática como yo?, pensaba. No, no era buena idea reconocerlo. Pero tampoco era capaz de negarlo. Y Laila lo sabía.

—El silencio otorga amiga mía. —Evelin se limitó a mirarla a los ojos y luego a bajar la vista—. ¿Eso quiere decir que no teniendo tú las agallas para agarrarlo, aún queriendo desmesuradamente hacerlo —hizo hincapié—, te quedarás parada viendo a otras hacerlo en tu lugar?

—¿Tú eres una de esas otras? —increpó Evelin siguiendo el juego.

—No negaré que me gustaría meterle la lengua hasta la garganta —el énfasis en su expresión hizo reír a Evelin—. Pero jamás lo haría sabiendo cuanto te gusta.

—Muy honesto y considerado por tu parte.

—Chica pero si tú no quieres hacerlo...

—Tal vez lo haga —manifestó Evelin con picardía.

—¡¿Qué has dicho?! —exclamó Laila exaltada—. ¡Repítelo! —exigió. Evelin negó con la cabeza mientras sonreía divertida—. Hacer el qué... Vamos esto te ayudará; venga.

—¿Ayudarme con qué?

—¡A liberarte!  Vamos. Estoy viendo el potencial de esta historia. Podríais empezar siendo amigos con privilegios —sugirió frotándose las manos.

—Eso no existe.

—¿Qué no existe? —intervino Max de repente sentándose al lado de Evelin.

—Amigos con privilegios —informó rápidamente Laila mientras cogía el cuenco más grande de la bandeja.

—¿Y por qué no existen? —preguntó Max mirando a Evelin.

—Porque afecta la amistad. Tarde o temprano esta muere y la reemplaza otros sentimientos.

—Es que Evelin tuvo un amigo de "esos", por eso lo sabe. Aunque quién salió afectado de ahí fue solo el chico. Ella ni se inmutó. Es cruel… —pronunció Laila con efusión entornando los ojos.

—¿Qué le hiciste? ¿Le metiste la lengua hasta la garganta y luego no asumiste las consecuencias? —preguntó Max con fingida inocencia.

Laila se echó a reír a carcajada limpia y Evelin se detuvo en la labor de revolver su helado pensando en hace cuanto tiempo habrá estado detrás suyo escuchando.

—¿Poner la oreja es una capacidad tuya?

—Fue casualidad. Cómo en la biblioteca. Lo de subirte por las paredes y eso —Evelin miró a otro lado intentando ocultar su risueña vergüenza.

—Evelin es muy expresiva Max, no puede evitarlo, no la culpes.

—¿Y qué pasó con el chico al que rompiste el corazón?

—No le rompí el corazón —replicó a la vez que agradeció por dentro el cambio de tema.

—Sí lo hiciste. Nunca más fue el mismo después de eso —rebatió Laila.

—La idea fue suya y después no lo soportó —defendió Evelin encogiéndose de hombros.

—¿Qué no soportó? —inquirió Max, curioso.

—Que no fuéramos oficialmente pareja.

—¿Es que tenías más de un novio? —quiso saber.

—¡Sííí! —afirmó Laila riendo.

—Eso no es verdad —puntualizó Evelin—. Lo único que he hecho es que no me comportaba como una novia con él. No íbamos de la manita. No salíamos. No me reportaba. Ni siquiera charlábamos. Nos veíamos poco...

—Solo para enrollarse —agregó Laila entre risas mientras se llevaba un bocado de helado a la boca.

—Pidió que estuviéramos juntos, accedí a probar y luego como no me gustó, lo dejé.

—El chico anduvo tras ella tanto tiempo, que hasta daba pena, se había enamorado —dijo Laila con un mohín de lástima.

—¿Y por qué no quisiste seguir con él? —quiso saber Max.

—Cito: —y fue levantando los dedos—. Bebía, fumaba, se peleaba en las fiestas, acababa todos los fines de semana; si no abrazado a un water, ingresado en urgencias. Era un chico sano, de buena familia y con estabilidad económica, haciéndose eso a sí mismo todo el tiempo. No quería pasar por ahí.

—Le gustaba por ser un chico malo. Pero ya era demasiado malo, hasta para él mismo —aclaró Laila, sin asomo de duda.

—Bueno debías pensar en ti, has hecho bien.

—Gracias —dijo Evelin, solemne.

—Eh... que tal si vamos el sábado a bailar con la pandilla —propuso Laila—. ¿Evelin?...

—Ahmm... Vale —aceptó reticente—. Pero si por cualquier razón, yo no pudiera, vosotros id igual.

—¿Es que hemos alcanzado la fecha otra vez? —inquirió Laila.

—¿Tú sabes lo del calendario? —interpeló Max.

—Yo le ayudé a crearlo —informó Laila.

—Si no me equivoco, y me temo que no lo hago, sí, hemos llegado a la fecha —Evelin solo miraba su helado.

—¡Qué putada! —exclamó Laila con enfado.

—Yo no lo habría calificado mejor —combinó Max.

—Y que lo digas —apuntó Evelin.

Laila fue la encargada de inventar temas de conversación, ya que junto con Max, intentaban no permitir que Evelin se viniera abajo. Dos horas y unas cuantas fotos para la posteridad después, se levantaron para acompañar a Laila a su trabajo no muy lejos de allí. Era auxiliar de enfermería en una clínica privada. Se había sacado la formación profesional en este sector para trabajar en ello mientras acaba la carrera de psicología.

Laila era para Evelin un referente de lucha incesante en pos de alcanzar sus metas. Y para Laila; Evelin era el mayor referente de entereza y fortaleza jamás visto. Se apoyaban mutuamente desde hace cuatro años, cuando empezó su amistad. Eran mucho más que amigas, eran hermanas.

Laila llegó a decir en una ocasión: De no ser una rareza absoluta, me ligaría a Adrián y sería tu madre. Ni hablar, si tú te hicieras mi madre me largaría a Islandia, había contestado Evelin. La confianza que se profesaban ambas chicas llegaba a confines insospechados.

—Te llamo mañana Evi; y tú —señaló a Max—. Cuídamela.

—Hecho.

—Lárgate ya —ordenó Evelin dando un empujón cariñoso a su amiga—. ¿A qué hora podemos ver tu casa? —preguntó más tarde a Max mientras caminaban sin rumbo.

—A las cinco —miraba su reloj—. Falta un montón. ¿Quieres volver a casa?

—Tengo una idea mejor.

Evelin condujo a Max hasta una residencia de ancianos, explicándole que quería presentarle a alguien muy especial.

En cuanto Adrián y Evelin llegaron a Bilbao, habían iniciado la búsqueda de la familia materna de Evelin. Investigaron a pesar de saber que la madre de Evelin se había ido de la ciudad sin nadie por quién volver a esta. Encontraron sin embargo a una persona con las características adecuadas a la historia y al apellido Etxegarai. Tardaron lo suyo pero valió la pena.

Entraron a la recepción de la residencia y Evelin preguntó por un tal, Danel Etxegarai. Max estaba expectante ante el hecho de conocer a alguien de la familia de sangre de Evelin.

La recepcionista los condujo a un amplio salón. Eran ya pasadas la una, los internos ya habían comido y descansaban en el salón de socialización. Danel estaba sentado en su silla de ruedas junto al ventanal abierto. Leyendo. A su lado, sobre una mesilla había un cuaderno y un bolígrafo atado a la espiral con una fina cuerda.

Evelin se acercó a él. Agachándose delante suyo sonrió y saludó. Danel no dijo nada, tan solo cerró su libro y se inclinó hacia ella para darle un beso en la frente. Danel Etxegarai era el tío de Garazi.

—He traído a alguien que quiero que conozcas —Evelin indicó a Max que se acercara—. Danel, este es Max, un viejo amigo de la familia. Max, este es Danel, mi tío abuelo —los presentó con un brillo de emoción en sus ojos verdes.

—Encantado, Danel —saludó pasándole la mano.

El anciano solo sonrió y aceptó su saludo.

—Danel no puede hablar, se le dañaron las cuerdas vocales tras un derrame. Y como no le va la lengua de signos —explicó Evelin con un ademán de desdén, que Danel corroboró con un asentimiento de cabeza—, escribe lo complejo que quiere comunicar —señaló el cuaderno.

Danel hizo un gesto uniendo los dedos de ambas manos, en forma de eslabón de cadena. Evelin entendió lo que quería decir y rio quedo antes de contestar.

—No, somos amigos. De hace años, esos años que olvidé —explicó escueta. Danel lo comprendió enseguida—. Te he traído un libro —anunció a continuación y lo sacó de la mochila—. ¿Cómo estás? —preguntó sentándose en el suelo delante de él, Max hizo lo mismo.

Estuvieron largo rato intercambiando respuestas, hasta que Danel tomó su cuaderno y empezó a escribir, luego extendió el cuaderno a Evelin para q lo leyera.

—Ha venido ayer mi asesor, el que lleva el tema de los bienes. Al fin me ha traído lo que le pedí —Evelin miró a Danel—. ¿Puedo preguntar que era? —Danel asintió concediéndole derecho.

Buscó en el bolsillo de su camisa y sacó un papel doblado. Lo bajó sobre sus piernas y empezó a desdoblarlo con sus dedos temblorosos. El último pliegue descubrió una llave de aspecto antiguo del que pendía un cordón un tanto grueso con un nudo marinero. Evelin se quedó mirando la llave con una expresión de estupefacción que iba en aumento.

—¿Es lo que creo que es? —Danel la miraba con ternura. Pidió su cuaderno y escribió.

—Sí, es la llave de su vieja casa en el puerto viejo de Algorta —leyó Evelin—. Siempre la guardé cerca de mi corazón. Con la esperanza de que Gara regresara un día. Por derecho, ahora esta casa es tuya —terminó de leer con la respiración apesadumbrada.

Danel se estiró para ofrecer la llave a Evelin. Ella lo cogió con cierta reserva, comprendiendo a la vez por qué la había mandado llamar para que viniera a verlo este día.

—No puedo aceptarlo Danel. Pero me gustaría poder ir a verlo.

—Es tu casa... —articuló entonces el anciano. Lo hizo con suma dificultad—. Yo te lo entrego... —emitió en tan solo un susurro que ambos jóvenes oían sobrecogidos.

—No sé qué decir... —articuló ella con la voz tocada por la emoción—. Esto es demasiado Danel. —Sus ojos amenazaban con desbordarse.

Max se inquietó al ver a Evelin de aquel modo. Su corazón lento no era compatible con las grandes emociones.

Danel le tendió el papel con la que estaba envuelta la llave. Por el lado de dentro tenía un extenso escrito que aunque estaba plastificado con celo; la tinta empezaba a verse borrosa. Evelin lo cogió con la misma reserva con la que cogió la llave. Como si temiera quemarse o temiera romperlo.

—Es la carta que ella me escribió, me la trajo una amiga suya... Está muy estropeada, lo siento por eso... —Danel hacía esfuerzos hercúleos para hablar. Ella se llevó la mano al pecho mientras leía unas líneas de la carta—. Así entenderás por qué lo hago...

Evelin no pudo más que asentir, las lágrimas recorrían sus mejillas. Danel, fatigado por hablar tanto, escribió otra vez, ella lo miró simplemente, incapaz de leerlo en voz alta:

Es tu regalo de cumpleaños Evelin. Ella se fue a los 21 y tú a los 21 llegas para quedarte. Mi niña, plasmó.

—¿Me dejarías ver el colgante de cerca? —habló otra vez él con dificultad.

Evelin desprendió el collar sin tardar y Danel lo cogió escrutando. Sonrió con nostalgia.

—Mi mujer y yo se lo regalamos cuando murieron sus padres... —susurró—. Para ella se convirtió en un escudo, su credo.

Lo devolvió a Evelin, ella extendió la mano trémula y lo recuperó. Una enfermera llegó hasta ellos anunciando la hora de las medicinas. Danel debía marcharse y necesitaba echar una siesta. Cuando la enfermera se encaramó del manillar de la silla de ruedas Danel tendió una mano hacia ella y Evelin se acercó poniéndose a su altura y dejó que el anciano acariciara su mejilla.

—Ojalá hubiera podido conocerte antes —Evelin apoyó su mano sobre la de él en su mejilla y asintió. Danel se despidió de Max meciendo la mano y luego la enfermera se lo llevó.

En el salón ahora vacío Max se acercó a ella mirando a Danel desaparecer. En cuanto estuvo a la altura de Evelin, ella echó mano del brazo de Max.

—¡Evelin! ¿Qué pasa? —preguntó sobresaltado.

Ella apretaba los ojos y sujetaba con fuerza el brazo de Max. Él la cogió de la cintura atrayéndola hacia sí para sujetarla.

—Es un mareo —dijo al fin. Suspiró mientras fue aflojando su presa sobre el brazo de Max quién la tenía bien agarrada.

—¿Ya pasó?

—Sí —musitó sin abrir los ojos.

—Nos vamos a casa ahora mismo —anunció Max.

—¿Y tu casa? —Evelin apenas tenía fuerzas y aún se preocupaba de eso, pensó Max.

—Ya me hartaré de verla cuando viva en ella. Vamos.

Guardó las cosas de Evelin en la mochila y le puso el collar nuevamente. La agarró de la mano con firmeza y caminó despacio hacia la puerta. No la soltó siquiera en el taxi que tomaron para llegar a casa más rápido.

En casa la guió hasta su rincón del sofá y ella se sentó. Max fue a por un vaso de agua para que Evelin tome sus pastillas. Ella se recostó de costado en el respaldo del sofá; aovillada cerró los ojos de nuevo, esperando mitigar con eso el mareo.

Después de unos minutos Evelin al fin abrió los ojos. Clavó su mirada en la de él. Algo en su interior saltó al verlo sonreír de aquella forma. Max estaba hecho una estatua contemplándola.

—Gracias —pronunció en un susurro—. Siento que no hayas podido ver tu casa.

—Yo no lo siento. Es más; me da igual —se sentó a su lado al fin capaz de hacerlo—. Gracias a ti sin embargo por enseñarme esta parte de tu vida. ¿Cómo habéis dado con él?

—Mi padre averiguó en todos los asilos, llamó en unos y se personó en otros para indagar. Se valió de su reputación y sus encantos para con las recepcionistas preguntando hasta dar con Danel. Era una corazonada solamente. Mi padre dijo que mi madre era muy escueta al momento de hablar de su familia pero recordaba una historia que contó sobre cuando le regalaron su colgante. Tenía un tío con el que vivió mucho tiempo y a quién quería liberar de la carga de su presencia —esto a Max le sonaba mucho. Era muy propio de Evelin hablar así. Lo heredó de su madre visto lo visto—. Danel era ya mayor cuando ella se marchó de aquí. Sin embargo lo encontramos. Nos acercamos a Danel y con mucho tacto le hablamos de todo —Evelin sonrió al fin—. Estaba muy feliz de conocernos.

—¿Hace cuánto tiempo que lo encontrasteis?

—Hace un par de años. Voy a visitarle siempre.

—¿Y sabe lo de tu enfermedad? —Evelin asintió—. ¿Qué pasó con tu madre, por qué desapareció así?

—La historia que sé es que ella se fue de aquí diciendo que iba a someterse a un tratamiento en Madrid. No sabemos hasta qué punto era verdad esa historia. Sin embargo estando en cola de espera para un trasplante, entro en coma por un coágulo y nunca más despertó. Tenía daños cerebrales —comentó apenada—.  Una amiga suya se encargó de entregar sus cartas. Fue cremada y trajeron sus cenizas hasta aquí. Las arrojaron en alta mar. Como a sus padres —comentó mientras se acurrucaba más en su rincón del sofá—. Mudandonos aquí, mi padre pretendía que fuera visitar su tumba, al final acabamos reconociendo que era mejor que mi madre viviera en el mar. Tan inmenso como ella.

—Es una historia preciosa. Y demasiado triste.

—Sí, lo es —su voz se iba tornando un susurro.

—Yo pienso igual que Danel sabes...

—¿En qué piensas? —musitó.

—En que ojalá te hubiera conocido antes —Evelin sonrió.

—Yo también lo creo —su voz sonó simplemente como una exhalación. Adormecía.

Max tomó la mano de Evelin nuevamente y se dispuso a controlar su pulso. Sujetaba su muñeca con los dedos índice y medio apoyados en la parte anterior de la muñeca sobre la vena principal mirando a la vez su reloj y contando las pulsaciones.

Al cabo de un minuto contó 29 latidos. Lo comprobó con un segundo control. Llamó a Adrián. Hablando bajito; informó del estado de su hija. Este agradeció profusamente su atención para con ella. Max no creía necesarias tanto agradecimiento. Él, por Evelin, haría lo que fuera.

—Evelin —llamó. Ella apenas movió sus facciones emitiendo un tenue sonido indicando que lo oía, pero muy de lejos. Max rio quedamente—. ¿Me das permiso de llevarte a tu habitación? —Evelin repitió el mismo movimiento, estaba ida, pero pareció afirmar—. Me vale —sanjó.

Se acercó a ella, la proximidad inexorable le dio un vuelco en las entrañas impulsándose hasta subir a su pecho. Lo alteró tanto que podía contar sus propios latidos del corazón que parecía hacerse más y más grande cada vez.

Deslizó un brazo por la espalda de Evelin y el otro brazo por debajo de sus piernas, la posición fetal en la que estaba ella facilitó la tarea. La atrajo hacia su pecho y aplicó fuerza en las piernas para levantarla. Al levantarla se quedó parado con ella en brazos un momento. Observando de cerca, descubriendo sensaciones desconocidas y muy dulces al tenerla apoyada contra su cuerpo.

Su perfume era embriagador. La encontraba tan bella... Todo en ella le gustaba. Su cabello sedoso, su rostro primoroso, su tacto delicado, su cuerpo sinuoso, su carácter indomable. Y por sobre todo; su mirada ahora escondida como el sol durante la noche. Descubría tanto de ella cuando miraba por esas ventanas. Ventanas que al día siguiente al igual que el sol volverían a iluminar intensa y maravillosamente su vida.

Caminó despacio hasta la habitación. Las puertas estaban entreabiertas, deslizó una de las hojas con el pie. Caminó hasta su cama y la bajó con sumo cuidado. Fue a quitarle las zapatillas y luego cogió una manta doblada en la silla y la extendió sobre ella. Volvió a tomarle el pulso. Seguía igual. Suspiró para intentar disipar la ansiedad.

—Debes ponerte bien preciosa —solicitó preocupado.

Bajó las persianas sin llegar al final para mantener algo de luz, luego echó un vistazo a la habitación. Sobre una cómoda alta, había unos marcos con fotos. La primera de las tres fotografías era de los abuelos paternos de Evelin, sonreían sentados en el jardín de su casa de Madrid. La segunda fotografía era de Adrián con una pequeña Evelin en brazos, quién miraba con interés un libro con dibujos. En la tercera foto aparecía la versión rubia de Evelin, con unos ojos tan verdes como la hierba del campo al sol. Sonreía, parecía feliz. Estaba sentada sobre una manta a cuadros azules en la hierba al lado de una cesta de picnic en un parque con árboles frondosos. Su barriga estaba bastante grande. Tal vez estuviera ya en el último mes de gestación. Enseñaba a la camara una manta blanca con un bordado azul celeste en medio. En las ornamentadas letras se leían, Evelin, el nombre que eligió para su futuro bebé. Sobre su camisola blanca, en el pecho, resaltaba el collar con el colgante que más tarde pertenecería a su hija. Estaba tan joven como lo era ahora Evelin.

El parecido era sobrecogedor.

La sangre de su madre era más fuerte que el de su padre, tanto, que al calcar a la madre en la hija, no se olvidó de ningún detalle. Legó a su hija su rostro, sus relucientes ojos verdes y su traicionera enfermedad.

Max se volvió hacia Evelin. Ella dormía profundamente. No pudo reprimir un suspiro ante sus pensamientos. De pronto Max estaba bien seguro de aquello que llenaba su pecho. Y reconoció entonces lo que sintió el día que Evelin desvaneció en las escaleras... Estaba claro. Pero de allí a este momento algo había cambiado. Fortaleciéndose.

La admiración, estima y emoción se confundieron en un primer momento con la realidad, camuflándola.

¿Cuál era la realidad entonces?

—¿Max? —llamó Adrián quedamente desde el salón.

—Sí —respondió Max con el mismo tono mientras se asomaba por la puerta de la habitación.

—¿Cómo está? —consultó Adrián preocupado.

—Hace unos instantes, treinta lpm —comunicó saliendo a su encuentro.

—Bien, bien —resopló el médico exhalando todo el aire de sus pulmones con frustración, cerró los ojos y negó con la cabeza—. Mi pobre niña —lamentó.

Dejó la chaqueta en el respaldo del sofá, resopló una vez más y fue a servirse un café. Lo metió en el microondas y esperó delante del aparato en silencio. Max tomó asiento en el sitio que ya era suyo por costumbre en la mesa de la cocina. Adrián vino con su café a sentarse en la cabecera.

—El día que mis padres murieron —empezó a hablar captando la atención de Max—, tuve miedo. Por el hecho de encontrarme ante una tarea que nunca realicé solo. Cuidar de una niña enferma y tener que trabajar a la vez. En pocas horas se me vino el mundo encima. Evelin; estaba callada, como un sepulcro. No lloraba. No levantaba la mirada. Nada. Pero su rostro, su expresión, era la más desgarrada que jamás había visto, desde que despertó, pasando por los controles médicos, el funeral, el entierro, ella seguía igual. Hasta que un día me derrumbé y lloré, pensé en mil cosas antes de quedarme dormido por agotamiento. A la mañana siguiente me despertaron unos ruidos venidos desde la cocina —relataba inmerso en sus recuerdos—. En un primer momento imaginé a mi madre en sus labores hasta que caí en la cuenta y empecé a preocuparme. Bajé y allí en la cocina encontré a Evelin atareada con el desayuno. Cuando me acerqué, oí la lavadora funcionando y la secadora anunciaba su final de ciclo. Ella cerró el lavavajillas y luego me vió.

—Hola papá —Me saludó con su habitual sonrisa.

—¿Qué haces, cariño? —pregunté inquieto.

—Lo que me dijo la abuela que hiciera —contestó con convicción. No supe qué pensar.

—¿Qué te dijo la abuela?

—"Los que se han ido terminaron su caminar. Los que se quedan deben continuar caminando" —recitó mientras seguía haciendo cualquier cosa.

—¿Cuándo te dijo eso?

—Un día que lloré por mamá —desdeñó para zanjar el tema—. Papá, vamos a seguir juntos. Caminaremos juntos —aseveró mirándome. Ella estaba completamente lúcida. Segura. Fui a abrazarla y comprendí lo ingenuo que fui. Ella no era una niña enferma a quién debía cuidar yo solo. Sino que era mi apoyo, mi compañera de viaje. Y ya no era una niña. Maduró y no lo vi hasta ese día. Aunque estábamos solos, también estábamos juntos. No sé qué haría sin ella, Max, moriría, estoy seguro.

Adrián frotó su rostro con las manos y luego se levantó de golpe de la silla, sin mediar palabra se dirigió a su habitación.

Tal vez una hora después Max se animó a acercarse también. Encontró a Adrián sentado al lado de Evelin en la cama. Tenía su muñeca cogida, estaba controlando su tensión. Él llevaba un pequeño cronómetro con el que se facilitaba la tarea de contar las pulsaciones.

—Treinta y dos lpm —dijo para sí al acabar.

En una hora solo había subido dos pulsaciones, observó Max.

¿Por qué seguía tan débil?, pensaba Max.

Ella dormía. Con un semblante tan pacífico que casi hacía ignorar el peligro que en sí representaba.

—¿Sabes lo que mi hija me dijo un día? —Max observó a Adrián sorprendido de que se haya percatado de su silenciosa presencia en el umbral de la puerta—. "Haz todo lo que debas hacer y dime todo lo que me debas decir, y yo haré lo mismo. Así si llega el momento, estaremos en paz. Nosotros habremos ganado, porque todo nos lo habremos dicho" —oró para luego besar la mano de su hija—. Tenía diecisiete años y había sufrido su segundo episodio de AIT aquel día. Fue una mala racha. Eso acabó por moldearla por completo. Pasó de temer a la muerte, a aceptarla como una inminente posibilidad. Ella lo lleva mejor que yo, sabes. En momentos como este es ella quién consuela —Max sonrió con tristeza—. Si tan solo su cuerpo no hubiera rechazado el marcapasos —lamentó.

Max sabía de sobra que a Evelin intentaron implantar un marcapasos en dos ocasiones cuando era una niña pequeña. Primero, cuando diagnosticaron su cardiopatía congénita antes de cumplir los tres años, llevaron a cabo la primera operación; y falló. "Problemas de sentado dictaminaron". A sus trece años, lo intentaron de nuevo. Y más de lo mismo. Su cuerpo lo rechazó. "No cuadran los impulsos del cuerpo extraño", explicaron. "Disociación electromagnética", lo llamaron puesto que a raíz de la operación entró en paro cardíaco. A todos casi les da un infarto simultáneo. La recuperaron a tiempo, extrajeron el marcapasos inutilizado y la tuvieron en la unidad de cuidados intensivos durante dos días.

Nadie quiso volver a hablar de implantar un marcapasos. Excepto cuando ocurrían episodios como este, que con un marcapasos se podría evitar. La frase: si tan solo no hubiera rechazado el marcapasos... lo dijeron tantas veces, tantas personas; convirtiéndolo en la letanía de los días oscuros. Pensando en lo diferente que resultaría todo, en la tranquilidad que podían haber disfrutado. Aunque con Evelin toda tranquilidad era ambigua de todos modos.

Hacia las ocho de la tarde Max fue entrando a la habitación de Evelin otra vez para realizar otro chequeo. Encontró la cama vacía y la manta volvía a estar en su sitio donde la silla. Un hormigueo doloroso recorrió toda su piel.

—¡¿Evelin?! —llamó angustiado.

—Estoy aquí —su voz sonó apagada desde el cuarto de baño—. Ya voy.

Max respiró profundamente y esperó. Ella salió luciendo su cálida sonrisa de siempre.

—¿Cómo te sientes? —preguntó acercándose a ella, mucho, sin inhibiciones.

—Estoy bien.

El deseo de salvar la distancia y saltarse las explicaciones pasando directamente a fundirse en el más apasionado de los besos, predominaba en ambos a la vez y con la misma intensidad. Clavaron sus ojos el uno en el otro sin poder evitarlo.

Crisparon sus músculos en resistencia. Si bien ninguno entendía por qué lo hacia; ya que resistirse era lo último que querían hacer, allí estaban, delante el uno del otro con un ambiente tan tenso que si fuera una cuerda ya se podría tocar una polka. La corriente hormigueante en sus dedos les hacía imaginar la sensación de descarga eléctrica que sentirían si se llegaran a tocar. Aún así lucharon contra sus deseos por considerarlos insensatos y no correspondidos.

Cualquiera que los viera los tacharían de ingenuos, ciegos o cobardes integrales. Desde luego todo les servía de calificativo. Hasta que al fin apareció Adrián para deshacer la patética escena.

—¡Cielo! —exclamó Adrián sacándolos de su lamentable situación.

—Papá. Estás en casa —Evelin fue la primera en desviar la vista.

—Sí, hoy venía pronto. ¿Cómo estás hija? —fue abrazarla.

—Necesito comer algo y me sentiré mejor después.

—Hoy preparo yo la cena —intervino Max de repente frotándose las manos.

Necesito concentrarme en otra cosa antes de acabar haciendo una tontería, pensó.

—No tienes que hacerlo Max —habló Evelin.

—Déjale, su padre me dijo que lo hacía muy bien —alegó Adrián.

—¿Tú cocinas? —preguntó ella entre divertida e intrigada.

—Aún te queda mucho por ver —guiñó un ojo y salió de la habitación.

—Sería un yerno estupendo —señaló Adrián con el pulgar. Evelin se lo quedó mirando con recelo.

—¿Has estadohabladndo con el doctor Zubiaga? —inquirió.

—Yo no. ¿Por qué? —su padre era un muy mal mentiroso o es que su hija lo conocía demasiado bien.

—Por nada. Anda vamos a ayudarle. Y no hagas de las tuyas otra vez —ordenó.

—¿De las mías? No sé de qué me hablas. —Evelin rio de la picardía de su padre. 

Para olvidar el mal trago, pusieron música ochentera en la radio y charlaron los tres juntos sobre temas que nada tenían que ver con salud o enfermedades.

En medio de la amena conversación Max no paraba de darle vueltas a lo que dijo Adrián cuando repitió las palabras de Evelin, lo de hablar y hacer con tiempo para no arrepentirse luego. Reprimía suspiros aunque alguno se le escapaba llamando la atención de Evelin estando de espaldas a ellos en la cocina.

Ella lo escudriñaba por momentos.

Max sentía el peso de su atención en la espalda, y no sabía si alegrarse por su perspicacia o temer a sus juicios. Tratándose de Evelin para él nunca era fácil saber cómo sentirse o qué pensar. Ella lo tenía totalmente descolocado, fascinado.

Evelin trataba de no pensar en lo que estuvo a punto de hacer. Si su padre no hubiera irrumpido en la habitación quién sabe lo que pudo pasar. No obstante, a pesar de estar agradecida por la intromisión de Adrián, tenía un motivo más por el que no se atrevería a tal osadía. No conocía los sentimientos da Max.

Ojalá pudiera saberlos. Y ojalá no estuviera tan enferma, pensaba.

De no ser por Adrián la cena habría sido una sesión larga y tensa una vez que Max se sentó a la mesa. Gracias a él bromearon y charlaron, luego alabaron las tortillas gourmet de Max, acompañadas por los espaguetis con champiñones de doña Charo. La cena acabó siendo un auténtico atracón.

Acabaron la cena, recogieron y limpiaron. Adrián subió a su habitación recomendando tareas. Para Max, la orden fue que estuviera listo para las diez de la mañana, hora a la que irían para firmar su contrato. Y para Evelin, llamar a doña Charo para ir a su casa. Tenía prohibido quedarse sola.

Sentados en el sofá en sus sitios de siempre, Evelin y Max miraban la televisión, pero sin ver nada. Fingían estar relajados, pero nada más lejos ahora que Adrián no estaba para intermediar.

La situación había cambiado para ambos. Tarde o temprano tendrían que enfrentarse a ello. Y no quedaba mucho.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top