Cinco
—¡Evelin! —exclamó Max horrorizado.
Corrió desde la puerta de la habitación de Adrián, desde donde alcanzó a verla oscilando entre subir o caer.
Extendió la mano y la cogió de la muñeca. La atrajo hacia sí y cayó bajo el peso muerto de su cuerpo en el suelo del pasillo.
—¡Evelin! ¡Evelin! —la llamó sosteniendo su cuerpo para girarla boca arriba. Ella estaba sumida en la más completa inconsciencia.
Max colocó su cabeza de lado. Comprobó su pulso y su respiración.
Respiraba penosamente y su pulso era casi imperceptible. Rápidamente aplicó la técnica de reanimación cardio pulmonar.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Aire. No reaccionaba.
Otra vez.
Otra vez y una más...
Nada.
La llevó en volandas a la cama más cercana, en la que él dormía. Conocía muy bien el protocolo de asistencia sanitaria para los enfermos con el tipo de cuadro clínico de Evelin.
Ahora no tenía más remedio que esperar de cinco a treinta minutos. Si el tiempo es el mínimo, su pérdida de conciencia se debería a un síncope. Si es el máximo; a un AIT. Si sobrepasa el tiempo, podría tratarse de un accidente cardioencefálico.
Se pasó las manos por el rostro y el pelo con desesperación.
—Demasiado tiempo —dictaminó. Pero a la vez no se atrevió a llamar a Adrián todavía.
Había elevado a Evelin en la cama con todos los cojines que había encontrado. Controlaba sus pulsaciones hasta las milésimas con el reloj. La desesperación fue acaparando su cordura más y más, pero se obligó a mantenerse alerta.
Sabía cuál era la causa de su estado nervioso, era la unión afectiva con ella. No obstante, debía superarlo por ahora, antes que nada él era médico y ella necesitaba uno allí ahora.
Tenía que hacer algo o se volvería loco. Los segundos parecían horas. Fue corriendo a cada uno de los cuartos de baño y al fin encontró el botiquín. Tomó el bote de alcohol y subió corriendo donde ella otra vez.
Solo habían pasado tres minutos.
Empapó un pañuelo con el alcohol y lo acercó a la cara de Evelin. No reaccionó. Lo intentó otra vez y nada.
—Oh Dios por favor no te la lleves —rogó. —Evelin despierta por lo que más quieras. Despierta por favor —apretaba los puños para contener el ansia de llamar a Adrián.
Cuando hubieron pasado seis minutos y veintiocho segundos, Evelin reaccionó con una ligera convulsión.
Max se acuclilló su lado en la cama llamándola sin cesar.
—¡Evelin despierta! Evelin... —ella gimió vagamente.
—Max... —pronunció lánguida.
Max exhaló todo el aire de sus pulmones en un movimiento al oírla.
Quizá su mente solo reprodujo lo último que procesó antes de desconectarse, pero Max sintió un ramalazo de emociones entremezcladas en todo su cuerpo. No obstante ahora no había tiempo para para pensar en ello, solo quería traerla de vuelta.
—Sí, aquí estoy —dijo atropelladamente—. Evelin...
Tomó su rostro entre las manos y esperó a que abriera los ojos.
—Max... —dijo ella nuevamente en medio de la respiración.
Tras unos angustiantes segundos parpadeó con pesadez, fue abriendo los ojos muy despacio.
—¿Me ves?... ¿Evelin?... —Ella entornó los ojos y suspiró muy hondo.
Lentamente volvió en sí. Parecía ir reconociendo poco a poco la imagen ante ella. Su mirada revoloteaba inquieta.
—Evelin... —volvió a decir él y ella lo enfoco al fin.
—Max... —lo reconoció. Y de la misma se le llenaron los ojos de lágrimas. Max a su vez estaba tan aliviado que no supo hacer otra cosa que atraerla hacia sí y abrazarla.
Evelin se pegó a él como una niña asustada que despierta de una terrible pesadilla.
Permanecieron abrazados un buen puñado de segundos. Evelin fue paulatinamente restableciendo su proceso normal de pensamiento. Y aún cuando pudo darse cuenta de lo que estaba haciendo, colgarse de Max hundiendo la cara en su cuello y empapando su camiseta con sus insistentes lágrimas, no quiso apartarse de él.
A Max se le habían hecho incontables e insoportables nudos en el corazón y el estómago. A pesar del gran margen de tiempo que aún quedaba de la medición de los acontecimientos cardíacos no pudo evitar pensar en lo inconcebible, la idea de que quizá Evelin no hubiera despertado. Esto; sumado a la angustia de no haber avisado a su padre casi produjo en el mismo, un colapso nervioso.
Ahora mientras respiraba sosegado abrazándola en silencio; venía a su mente aquello que sintió cuando la escuchó llamarlo en medio de su despertar. Había hecho saltar sus entrañas como en una caída vertiginosa de montaña rusa.
Max recordó sentir algo parecido hace unos años. Fue cuando comenzó la universidad y decidió llamar al amigo de su padre, Adrián, para consultar un dato.
Entre unas y otras palabras; escuchó la risa divertida de una chica en el fondo. Se había acercado lo suficiente al auricular para oírla hablar.
—¡Papá! —rio—. ¡Te voy a contar lo que le pasó al abuelo! —rio otra vez—. Me estaba echando la bronca y de pronto se le cayó el paladar y lo último que entendí fue un ladrido —rio a carcajadas y contagió a su padre.
—Cielo —interpeló él.
—¡Ay disculpa! Estás hablando.
—Cariño es Max. ¿Te acuerdas de él? El hijo de Leon Basterra. ¿Quieres saludarlo?
—Papá —empezó con tono reprensivo—. Si haces esa pregunta como para que el otro lo escuche, como te voy a decir que no.
—Eso también lo ha oído.
—Sí, para que así sepa lo desubicado que eres. —Max rio ante la regañina de Evelin a su padre—. Dame eso. ¡Hola Max! —exclamó.
—Hola Evelin.
Ahí, en ese instante sintió transitar por una traicionera caída de montaña rusa. Notó su voz como la de una joven de más edad y sin embargo solo tenía catorce años. En realidad fue él quién se sintió como un chiquillo.
—¿Ya has leído el libro que te regalé? ¿O lo tiraste por la ventana del coche? —preguntó divertida.
—Sí, lo he leído. Y he visto la dedicatoria de tu abuelo. Es un libro muy personal, debe ser muy importante para ti y aún así me lo dejaste.
—Eso es porque el regalo no era el libro, sino lo que puedas aprender de ello. Cuídalo mucho, tendrás que devolvérmelo.
—No te preocupes. A tus manos volverá sano y salvo.
—Hey, ya no eres un macarra, me han dicho por aquí que ya vas a la universidad —mencionó admirada.
—Sí, he sentado cabeza.
—Me alegro por ti Max. No hay peor manera de desperdiciar la vida que vivir solo para matar el tiempo.
—¿Es que has memorizado el libro entero?
—Recuerda lo importante... nunca olvides eso... —citó otra frase.
—Sabes... Ojalá hubiera hablado contigo cuando estuve ahí.
—Considerando el estado en el que estabas aquel día, las palabras pronunciadas entre nosotros se convertirían en meros martillazos lejanos. Por eso, como sé que las palabras escritas tienen el volumen y el tono que a uno le apetece, decidí hablarte a través del libro... —Max se mantuvo callado un momento—. Hola... ¿Te has dormido? —preguntó risueña.
—¡No! —reacciono él.
—Bien... suerte en los estudios Max.
—Gracias Evelin.
Después de ese día hubieron gratas ocasiones en las que pudo hablar con ella cuando llamaba a casa de los Belmonte. Preguntaba como quién no quiere la cosa sobre el estado clínico de Evelin y Adrián siempre acababa descubriendo su intención de hablar con ella.
No obstante, lastimosamente después del accidente ella apenas recordaba ya nada. Y menos a él.
Fue eso mismo aquello que lo sobresaltó cuando escuchó a Evelin llamarlo en su cuasi inconsciencia. Por un momento pensó qué se había acordado de él. No entendía por qué ese pensamiento lo abordó. No venía a cuento.
¿Es que lo deseaba tanto así?
—¿Cómo te sientes? —preguntó él al fin. Ella se incorporó deshaciendo el abrazo.
En cuanto ella se apartó a Max lo invadió una sensación de frío.
—Estoy bien —agachaba la cabeza—. Solo que... Estaba consciente aún cuando viniste a por mí —tragó saliva—. Me he asustado... —confesó—. Nunca me había ocurrido así —se limpió los ojos con las manos y al fin levantó la mirada hacia él—. Te he mojado la camiseta —pasó la mano por el hombro de Max en un intento absurdo de borrar su rastro.
—¿Antes cómo ocurría? —Evelin lo miró a los ojos.
—Se apaga todo sin avisar, no tengo que enfrentarlo... Esta vez fue diferente, lo vi venir —desvió la mirada—. Yo no tengo miedo de la muerte sabes... Pero si al "cómo" ocurra.
—¿A qué te refieres?
—Mi miedo es al dolor Max —contó mirándolo nuevamente—. Desde que supe cómo murió mi madre, solo intento no sufrir —volvió a agachar la mirada—. Pero hay momentos en que es difícil conseguir eso.
Max no sabía qué contestar. Y tal vez era mejor no decir nada. No obstante lo inundaron unas ganas inconmensurables de hacer que ella dejara de pensar y sentirse así. ¿Cómo podía hacerlo?
Antes de venir; tan solo pensaba conocer a la princesa guerrera que lo ayudó a enderezarse. Pero ahora que la conocía ya no podía detenerse solo ahí.
Sabía de sobra que su fortaleza, voluntad y optimismo eran avasalladores pero ahora que la oía y veía en su momento de mayor vulnerabilidad solo quería protegerla. Cuidar de ella.
Evelin no fingía ser fuerte, lo era por naturaleza, pero aun así necesitaba de apoyo. Ella era un imán de ternura y admiración y entendía por qué todo el que la conocía se quedaba a su lado. Irremediablemente él también se quedaría con ella.
Max le dio la mano ese día y estaba seguro que no volvería a soltarla.
PORTADA HECHA POR YasnelyMartnez.
Gracias por tu tiempo🖤
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