Y por fin el amor engendra amor

El canto de un pájaro se cuela en la inconsciencia de Taranis. Sigue el sonido hasta que sus ojos perciben la luz de la mañana. Su cabeza es una losa gigante que es imposible de levantar. Siente un sabor extraño en la boca y apenas percibe lo que ocurre a su alrededor. Pero de repente el llanto de un bebé abre una brecha en su memoria, Mael despidiéndose, su cuerpo rígido e inmóvil que le impide seguir a su omega. 

—¡Mael! — grita mientras intenta salir de la cama. 

Pero todavía los movimientos del alfa son torpes y cae como un saco en el suelo de madera oscura.

—¡Majestad! No os levantéis, todavía estáis débil — le dice Sahara mientras lo ayuda a llegar de nuevo a la cama.

—¿Dónde está Mael? ¿Y el bebé? — le pregunta desesperado.

—Martha está amamantando al bebé, el rey consorte no está en palacio — le dice dando un paso atrás.

—Sahara, estoy intentando ser paciente, pero todo tiene un límite. Ve a buscar a mi esposo y tráeme a mi hijo.

—No puedo hacer eso… yo…

—¡AHORA! — le ruge el alfa saliendo de la cama y cogiendo a la curandera por el cuello.

—Majestad… me hace daño — balbucea casi sin respiración.

—Esta es la última vez que te lo pregunto, ¿dónde está Mael? — le dice apretando los dientes.

—¡TARANIS! — El grito de Kalen resuena en todo el palacio. El rey, suelta a Sahara y se enfrenta directamente con su cuñado.

Nunca ha sentido este vacío sepulcral dentro de su cuerpo. La ausencia de su otra mitad enloquece al alfa, su instinto es destrozar todo aquello que lo aleje de su objetivo; encontrar a Mael.

—Tu hermano, tráelo aquí — le exige al omega que lo mira con una mezcla de tristeza y compasión.

—Mi hermano no va a volver. Hizo un trato para salvaros a vos y al reino, y ahora tiene que pagar el tributo prometido.

—No es verdad, él nunca se iría sin mí, sin su hijo… es imposible.

—Él no quería hacerlo, pero en su visión la única forma de vencer en esta batalla era traer a los guerreros Ull — le explica Kalen.

—¿Y tú lo sabías y aun así lo permitiste? — le reprocha el alfa.

—Mael es un adulto, un omega descendiente de la diosa Luna, nadie le hubiese podido parar. Me dijo que respetaras su decisión y cuidaras de vuestro hijo.

—Eso no va a pasar, dime ahora mismo donde se han llevado a mi esposo.

—No.

—No es una petición, es una orden directa de tu rey. ¿Olvidas la promesa que me hiciste cuando te nombré guardián de este pueblo?

—Nunca olvido mis promesas, y no lo estoy traicionando, lo estoy protegiendo. No puede salvar a Mael, majestad. Los guerreros Ull nos masacrarían y el sacrificio de mi hermano sería en vano.

—¡Es la última vez que lo pido, mataré a todo el mundo, quemaré hasta los cimientos de este reino hasta que alguien me diga dónde está mi esposo! —grita el rey abalanzándose sobre Kalen, pero el omega es más rápido y más fuerte y repele el ataque fácilmente.

—Por favor, mi rey, desista — le pide Tristán interponiéndose entre los dos cuñados.

—¡Jamás! — ruge el alfa y después de apartar salvajemente a Tristán de su camino, sale del dormitorio en busca de Marsaly o de cualquiera que le dé la información que necesita.

****

Los guerreros Ull que custodian a Mael, cabalgan sin descanso. No le dan tregua al omega, que acaba de dar a luz y está tan dolorido que apenas puede mantenerse sobre el caballo. No tienen tiempo que perder, le dicen, el nombramiento debe hacerse dentro de dos días, ante la Luna llena. El omega no entiende a veces lo que le dicen, su dialecto es diferente a cualquier idioma que haya oído antes. Sus ojos son fríos, carentes de un sentimiento tan mundano como la compasión, hacen temblar a rey consorte.

—Será bueno para nuestro pueblo que haya un hijo de la Luna con el poder de ver el futuro, podremos adelantarnos a los ataques de nuestros enemigos — hablan entre ellos sin hacer mucho caso de Mael.

Él quiere decirles que no funciona como ellos creen. Que la diosa Luna solo le enseña lo que realmente necesita ver y que nunca ha tenido el control de sus visones. Pero al final decide que es mejor que piensen que es valioso, seguramente se ahorrará mucho dolor.

La marca, que le quemaba cuando se estaba alejando de su alfa, ahora está fría como el hielo. Y esa sensación de vacío, como si por sus venas corriera agua fría en vez de sangre, se apodera de cada segundo del pensamiento del omega. Sueña a veces con su hijo, lo ve cuando de pequeño se cae del caballo y se hace una herida en la rodilla. O cuando Kalen le enseña a tirar con arco. Siempre tiene una luz y una sonrisa que hacen brillar todo a su alrededor. Mael cree que es la forma que tiene la diosa Luna de reconfortar el dolor de su alma. Y así vive los días hasta llegar al reino Ull, bebiendo de sus sueños una y otra vez.

La última noche antes de llegar a su destino, acampan bajo un manto espeso de estrellas. Mañana habrá luna llena y por eso la noche es clara. Mael se tumba junto al fuego y cierra sus ojos visualizando la cara de su alfa. Tiene miedo a olvidar su rostro, su olor o su manera suave de acariciarlo. Lleva poco más de una hora de esta manera, cuando alguien se sienta a su lado. El omega abre sus ojos y ve a un guerrero joven, todavía tiene pocos tatuajes en su piel oscura, por lo que supone es nuevo en grupo.

—Hola — saluda Mael.

—Hola, soy Nat.

—Yo me llamo…

—Mael, lo sé — lo interrumpe.

—¿Llevas mucho con los Ull, Nat?

—Dos años.

—¿De dónde eres?

—Soy de Isla Sur— le responde con evidente nostalgia.

—De Pangea, esto está un poco lejos. ¿Cómo llegaste a formar parte de los Ull?

—Mi padre me entregó cuando les pidió que acabaran con un alfa que lo perseguía.

—Eso es horrible — le contesta el omega escandalizado.

—Ya — le dice con un amago de sonrisa.

—¿Y eres feliz?

—No te engañaré, echo de menos mi casa, a mi madre y a mis hermanas. Pero ahora tengo un hogar, unos compañeros a los que le importa lo que me pase, que son leales. Así que no me quejaré.

—Me alegro por ti, Nat — le dice con sinceridad. —¿Puedo preguntarte algo?

—Claro.

—¿Por qué piden siempre como tributo a una persona y no dinero o joyas?

—Es una larga historia — le responde.

—Tengo tiempo, un montón, créeme.

—Bien, como quieras. ¿Sabes algo de la historia del pueblo Ull?

—Muy poco, la verdad.

—Hace siglos eran un pueblo nómada. Su organización se basaba en la manada, y siempre protegían a sus omegas y cachorros. Pero cuando se asentaron en las islas al sur de Paradis, una enfermedad empezó a diezmar a sus omegas. No sobrevivían los cachorros y su número descendió muchísimo. Ahora nace un cachorro cada dos años, con suerte. Se están extinguiendo, Mael. Por eso necesitan buscar miembros fuera de su propio pueblo.

El rey consorte lo mira estupefacto. Entonces están repoblando su pueblo con omegas extranjeros, eso querría decir que esperan que Mael tenga cachorros para ellos. La bilis se le acumula en la boca. No es esto lo que esperaba.

—¿Por eso quieren que yo vaya a Ull? No quiero tener otro alfa, yo solo soy el omega del rey, de nadie más. 

—No te obligarán a nada, pero no te engañaré, esperan que tengas cachorros sanos y que te emparejes con el rey de Ull.

—Prefiero morir — le confiesa el omega y Nat asiente con la cabeza.

—Lo suponía, cuando vi la marca en tu cuello y las ojeras, me di cuenta que tienes alfa y que es algo poderoso lo que sientes por él — le dice con evidente tristeza. — Lo siento mucho por ti. Si necesitas mi ayuda, solo dímelo.

Después Nat se levanta y deja solo al omega con la sensación de que más pronto que tarde tendrá un funeral que celebrar.

****

Taranis lleva dos días sin dormir. Ha recorrido cada rincón del reino en busca de información fiable que lo lleve hasta Mael. Marsaly ha desaparecido de la faz de la tierra y nadie en todo Tarsos saben donde se han llevado a su esposo. El rey sabe que Sahara sabe mucho más de lo que dice, pero nunca ha sido un monarca violento, si Mael pudiera verlo se decepcionaría de su alfa.

Ya es más de medianoche cuando se rinde y vuelva a palacio. Ha mandado mensajeros a cada reino con la esperanza de que alguien le hable de los guerreros Ull. Hay muy poco conocimiento de su historia, pero tiene la certeza que su suegro sabe algo, y espera que pueda ayudarlo. Entonces una mujer envuelta en una capa blanca detiene los pasos del rey. 

—¿Quién va? — pregunta Taranis poniéndose en guardia.

—Soy Marsaly, mi rey — le contesta la mujer.

—Marsaly, ¿dónde has estado? Mael se ha ido, no puedo encontrarlo — le dice tan derrotado que sus rodillas se aflojan y tiene que sentarse para no caer al suelo.

—Lo sé, mi rey. Yo traeré de vuelta a mi príncipe, es mi obligación como su protectora.

—¿Cómo? Ni siquiera sé dónde se lo han llevado.

—Tenemos que irnos esta noche, cabalgar hasta Paradis y de ahí hasta las islas del sur. Alguien nos ayudará a cruzar el canal hasta allí. Pero debemos irnos ya, la ceremonia de adhesión se hará con la luna llena y apenas quedan tres días — le explica.

El rey la mira detenidamente. Algo ha cambiado en ella, está más segura, más entera y no sabe por qué, Taranis sabe que Marsaly es la única que puede devolverle a la luz de su vida.

****

Apenas amanece, los guerreros se ponen en marcha. Meten a Mael y a la mercancía que han comprado por el camino, en un barco rumbo a Isla Madre. Los antepasados de los Ull bautizaron así la isla con la esperanza de que más cachorros nacieran en ella. 

Varias horas después llegan hasta el puerto más pequeño que Mael haya visto. Nadie para recibirlos, solo un espeso silencio que asusta al omega. Nat sigue de cerca los pasos del rey consorte, quiere asegurarse de que no esté solo en este trance.

Después de caminar por un sendero serpenteante, llegan a la plaza principal. Allí, rodeando una hoguera enorme, está el resto del pueblo Ull. El rey de este lugar lleva la corona más extraña que se haya visto, hecha de hueso blanco de un animal desconocido. Se yergue en toda su altura y enseguida clava los ojos en Mael. El omega se queda petrificado en su sitio, siente llegar en oleadas intensas el deseo de ese alfa, y él solo quiere correr hasta que sus pies se rompan en pedazos. 

Junto al alfa del reino está su heredero, un joven alfa con la misma corpulencia de su padre, pero con una mirada mucho más amable. Busca algo entre la gente, sus ojos se pasean por la multitud y ni siquiera se detiene en los recién llegados.

El rey les hace una señal a unas mujeres betas que custodian una pequeña cabaña de madera, para que se lleven a Mael. Deben prepararlo para la ceremonia, o eso es lo que le dicen mientras lo arrastran al interior de la choza.

“Debes ser fuerte y valiente. Cuando pienses que no puedes serlo más, cuando no tienes razón para ello, sé valiente.”  Mael se repite estas palabras, una y otra vez en su cabeza, para no enloquecer. 

El pequeño omega piensa en su alfa. Recuerda cada cicatriz, cada lunar y cada rincón de la piel de su rey. Se imagina su sonrisa de lado, sus ojos vivaces y sus manos fuertes rodeando sus caderas. Mientras las mujeres lo limpian y lo preparan como el tributo para un alfa extraño, Mael rememora cada instante de amor con Taranis. También recuerda cada segundo que pasó con su hijo, el precioso bebé de ojos tan bellos como los de su padre. Si acaso tiene que morir esta noche, lo hará con su mente y su corazón llenos del cariño y la devoción que siente por su hijo y su alfa. Adrian, así se llamará su heredero, se lo ha puesto la misma diosa Luna, por lo tanto, es un nombre sagrado.

Una vez está listo, el omega es exhibido para la aprobación del pueblo Ull. Cada habitante de estas tierras, sonríe y asiente en aprobación. Se oyen murmullos y llantos, pero Mael solo es capaza de centrarse en caminar, en mover sus pies que lo llevan hasta su negro futuro.

Unos guerreros enormes, con tatuajes en la cara y las manos, llevan al omega hasta los pies del rey Ull. Allí lo obligan a arrodillarse y a permanecer con la vista en el suelo.

—Hoy tenemos el tributo del omega Mael, hijo de Paradis y descendiente directo de la diosa Luna — proclama el rey en voz alta.

Los murmullos, gritos y risas se expanden entre la gente.

—Como omega fértil, le pediré que se entregue a mí, y permita que nuestros hijos sean el comienzo de la repoblación de nuestro pueblo— les dice. — ¿Dime omega, aceptas ese sagrado cometido?

—No. Lo siento majestad, pero yo ya tengo alfa — le responde Mael enseñándole la marca de su cuello.

—Eso no es importante aquí. Marcaré tu cuerpo por encima de los colmillos de tu antiguo dueño y serás mío — le replica quitándole importancia a las palabras del omega.

—Prefiero la muerte — le responde mientras se levanta para mirar a los ojos al alfa que lo reclama sin derecho.

—Entonces que así sea — sentencia.

—¡NO! —De repente el aire se llena de un rugido animal, que retumba en el pecho de Mael. Es Taranis, su rey que corre seguido de cerca por una mujer con una capa blanca que la cubre entera.

No, no, no, piensa el omega. Ahora los matarán a los dos y su hijo crecerá solo y sin una familia que lo proteja.

Taranis logra llegar a la plaza, pero dos guerreros le impiden el paso. Lo amenazan con sus espadas, pero Taranis ya lo esperaba y logra esquivarlos y llegar hasta los pies del rey. Allí es derribado y atado de pies y manos. Mael llora sin control e intenta acercarse a su alfa, pero los guardianes no se lo permiten.

—Taranis, mi rey… ¿por qué? — Solloza sin parar, desgarrando su garganta.

—Por mi omega, por ti, no pienso renunciar a lo que la diosa Luna nos ha regalado — le explica.

—¡Silencio! — grita el alfa de Ull. —¿Quién se creen que son para interrumpir una adhesión?

—Mael es mi omega, majestad, y he venido a recuperarlo — le dice Taranis con coraje.

—Tu omega, rey de Tarsos, se ha ofrecido como tributo a cambio de la sangre de nuestros guerreros. Y así será o morirán bajo mis manos — le responde.

—De rey a rey, quiero ofrecerle un cambio.

—¿Cambio?

—Así es, le ofrezco al cachorro de su heredero a cambio de mi omega — le suelta sin más y el rey asombrado, mira hacia su hijo que se ha quedado sin respiración.

—Mi hijo no está emparejado, no es posible… — tartamudea.

Entonces el heredero de Ull se levanta de su trono y mira entre la multitud a la mujer de la capa blanca. Mael asiste, sin creerlo, a todo el intercambio, no quiere soñar con poder volver a casa con su alfa y su hijo.

—Marsaly… ¿eres tú? — El heredero del rey pregunta mientras se abre camino hasta la mujer que ha venido con Taranis.

—Sí — le responde ella destapando su cara. — Aquí estoy mi alfa, como te prometí he vuelto.

El heredero abraza a Marsaly y la estrecha entre sus brazos con cariño. El pueblo presencia toda la escena con la respiración entrecortada.

—Traed a la mujer hasta mí — exige el rey.

La pareja camina de la mano y Marsaly se arrodilla ante el rey.

—¿Cómo sé que el hijo que llevas dentro es de mi heredero? 

—Padre, es mío — le contesta su hijo con una advertencia surgiendo de su voz.

—Majestad, soy la protectora de los hijos de la Luna. Ella me hizo fértil para dar a luz los cachorros de este reino. Ahora sé la razón por la que me puso en esta tierra, y acometeré mi deber sagrado sin rechistar, lo juro. Pero a cambio le pido la libertad de mi príncipe — le dice Marsaly.

El rey mira a todos los implicados y se detiene a pensar por un momento. ¿Será posible que la diosa Luna haya perdonado sus pecados y les envíe la solución a sus penas?

Con una mano le pide a Marsaly que se levante y se acerque a él. Después el rey acaricia el vientre ya abultado de la mujer y siente la vida que se abre paso a través de ella. Un heredero, un hijo de su tribu, un milagro.

—Acepto. El rey de Tarsos y su omega pueden marcharse — decreta.

Los guerreros sueltan a Taranis que atrapa a Mael entre sus brazos y aspira el aroma de su pelo. Es como volver a respirar después de una larga zambullida, como beber agua fresca en un día caluroso. 

Mael después de un rato enreda su mano con la de su esposo y camina vacilante hasta Marsaly. No puede creer que puede volver a casa, pero en su interior ya llora la pérdida de su protectora, su amiga y la que siempre veló por él.

—Marsaly, lo siento tanto, nunca quise esto pasara — le dice abrazando a la beta.

—Este es mi destino, mi príncipe y soy feliz. Nunca pensé que este sería mi cometido, pero amo a esta vida que crece en mi interior y a su padre. Lo hice por vos, pero finalmente he encontrado mi lugar en el mundo. Solo espero que seáis feliz, majestad.

—Gracias por todo, te debo todo lo que soy — le dice Taranis.

—Simplemente haga feliz a mi príncipe, es todo lo que pido.

—Adiós, Marsaly — se despiden de ella con una ligera desazón en sus corazones.

Después los dos esposos entrelazan sus dedos y caminan juntos por el sendero de regreso a casa. La diosa Luna sonríe desde su palacio en el cielo, viendo cómo sus hijos encuentran el amor y que ese amor engendra más cariño y buenas intenciones. Al fin, todo encaja en su lugar.

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