El futuro de un reino

Mael gime sin control mientras cabalga sobre el regazo de su alfa. Llevan tres días sin salir del dormitorio. Esta vez su celo ha sido destructivo, arrollador y demasiado caliente para él. No puede despegar su boca, sus manos o cualquier otra parte de su cuerpo, de la piel de su rey. El alfa lo aprisiona entre sus brazos, marcándolo una y otra vez, reabriendo la herida del cuello de su omega, casi sin control, salvajemente. Tan solo han parado para comer o beber agua, que Marsaly ha dejado al otro lado de la puerta. Taranis le gruñe a cualquiera que se atreva si quiera a acercarse a sus aposentos, tiene su instinto de protección a flor de piel. Cuando el alfa anuda por enésima vez a su omega, lo abraza con fuerza y deja que sus respiraciones se tranquilicen.

—Omega, mi precioso omega. No tenía ni idea de que se sentiría así — le dice sin apartar su cara del cuello fragante de Mael.

—Esperaba que el amor que siento por vos fuese suficiente para los dos, pero nunca soñé con que su majestad pudiera siquiera corresponderme — le confiesa el omega besando el pelo suave de su alfa.

—Lo siento mucho, Mael. Dejé que nuestra relación se hiciese fría y algo obligatorio, nunca quise menospreciar tu cariño, pero nadie me ha enseñado sobre este sentimiento. Solo espero algún día merecerte.

—Es un gran rey, un alfa maravilloso y un líder justo. Merece el respeto y el amor de todo Tarsos, y por supuesto también mi adoración.

—Te confieso que en ocasiones me cuestiono si soy el rey que Tarsos se merece, mi padre fue un monarca ejemplar y no quiero decepcionar a mi pueblo. Tenemos muchos problemas con la frontera este y no sé cómo resolverlos sin llegar a las armas.

Mael se desliza del regazo de Taranis en cuanto el nudo se lo permite. Se acurruca junto al calor del cuerpo del alfa, todavía no está preparado para dejar su tacto.

—La frontera este… ¿el puerto comercial? — le pregunta con el ceño fruncido.

—Parece que has hecho los deberes — le sonríe el rey.

—No sé si alguien se lo ha dicho, majestad, pero resulta que soy el omega de Tarsos y es mi obligación conocer mi hogar — le replica mientras aprovecha para besar una cicatriz en el antebrazo de su marido, odia que su piel le recuerde que alguien le ha hecho daño a su rey.

—Sí, lo eres. El omega de Tarsos es el más hermoso de todos los reinos — le responde acariciando la marca en el cuello de su esposo.

—Creo que es algo parcial, mi rey, pero no voy a quejarme. Ahora dime, ¿qué pasa en el puerto?

—Ese puerto es un punto estratégico para Tarsos, el comercio con Pangea depende de ese lugar. Hace milenios que pertenece a las tierras de nuestro reino, pero el monarca de Tasal está buscando aliados para atacar el puerto y anexarlo a sus tierras.

—Pero el reino de Tasal es aliado, lo que está cometiendo en traición. ¿Estáis seguro de ese complot? —le pregunta Mael. Quizá esto es lo que inicia la guerra que ha visto en sueños desde su infancia. ¿Debería decirle a Taranis que es hijo de la diosa Luna y que puede ver el futuro? ¿Le creerá siquiera? Demasiados interrogantes, así que calla, prometiéndose confesárselo más adelante.

—Estoy seguro, tengo ojos y oídos en el palacio de Tasal. El otro día me confirmaron las sospechas que teníamos — le responde el rey.

—¿Qué pensáis hacer?

—De momento tengo a varios consejeros en viajes diplomáticos. Debemos tener la lealtad de los reinos más importantes, porque si al final no puedo evitar la guerra, por lo menos debo asegurar la victoria.

—Rezo para que podamos evitar la batalla, no quiero perder a nadie.

—Y yo también lo deseo, omega.

La noche ha caído mientras tanto sobre Tarsos, cubriendo a los dos amantes con un cielo estrellado, bajo la protección de la luz de la Luna que vigila su descanso. El celo ha pasado y Mael se acurruca contra el cuello de su alfa, deseando que no deje su cama jamás. Taranis pretende que sus noches sean todas para su omega, en cualquier alcoba, en cualquier lugar, solo desea abrazarlo para tener la seguridad que nadie lo dañe o pretenda alejarlo de su vida. Ahora que sabe lo que es amar a alguien y que esa persona te adore por lo que ve en ti, no por ser rey o tener poder, no sabe cómo podría vivir sin eso.

****

La luz del sol acaricia el rostro del omega del reino, despertándolo de su sueño reparador. Su cama está fría y se siente inmensa sin el cuerpo de su alfa en ella. La puerta se abre con suavidad y Marsaly entra con una bandeja con el desayuno para su príncipe.

—Alteza, le he traído algo para comer, después le prepararé un baño relajante, supongo que va a necesitar un poco de cuidado personal — le dice con una sonrisa y se deleita con la vergüenza del omega.

—¡Marsaly! — la regaña Mael.

—No debe avergonzarse por demostrar su amor a la persona que ama, es natural — le dice ella sentándose en el borde de la cama.

—Lo sé, pero todavía me cuesta un poco.

—¿Qué tal mis consejos? Aunque por la preciosa marca que lleva en su cuello, yo diría que muy bien.

—Han sido tres días tan llenos de… tan… intensos, no sé cómo puedo describirlo.

—Me alegro mucho, majestad. Acabe su desayuno, yo le preparo el baño con unas sales que conseguí en el mercado. Después tiene trabajo pendiente, la lista de solicitudes de audiencia es kilométrica— le cuenta desde el cuarto de aseo.

Al final Marsaly tenía razón y Mael necesitaba con urgencia cuidar de su cuerpo. Delante del espejo de plata del baño, el omega repasa cada marca, cada hematoma que adorna su piel. Aprieta la huella de los dedos de su alfa tatuadas en sus caderas y el dolor que siente es extrañamente satisfactorio, el recordatorio palpable del amor de su rey. No sabe muy bien que esperar a partir de ahora, Taranis no le ha hecho ninguna promesa, tampoco le ha dicho que lo ama, pero en el fondo de su corazón, en ese lugar que ahora comparte con él, siente que han conectado.

La mañana pasa con relativa tranquilidad, solo algunos súbditos con problemas menores que Mael maneja con soltura. Después de las audiciones, el omega decide pasear por los jardines. En su recorrido entre rosales y peonias, se encuentra con Dugan. Su primer instinto es evitar al consejero, pero después decide no dejarse intimidar, al fin y al cabo, él es el rey consorte de Tarsos.

—Buenos días, majestad— lo saludo Dugan con una excesiva efusividad.

—Buenos días, consejero — le responde Mael con la intención de seguir su camino.

—Había oído que estabais indispuesto, espero que os sintáis mejor.

—El rey se ha encargado de mi dolencia, no debéis preocuparos por eso, pero agradezco vuestro sincero desvelo — le contesta sarcástico.

Entonces se da cuenta de que el consejero mira la marca de su cuello con rabia. Una mezcla de dolor genuino, nublado por una ira infinita deja sin aliento a Mael.

—¡Majestad! — oye a lo lejos a Marsaly llamando a su príncipe.

—Siento dejarlo consejero, pero mi doncella me reclama — le dice el omega viendo en esto una salida muy oportuna.

—Deberíais tener cuidado en donde depositáis vuestra confianza, majestad — le susurra Dugan.

—No entiendo qué queréis decir.

—Preguntad a vuestra doncella quién ocupo mi lugar en el lecho del rey, cuando él se cansó de mí. Ahora con su permiso, que pase un buen día, señor — le espeta antes de hacer una pequeña reverencia y alejarse por el camino hasta el patio de armas.

Mael siente que su pecho se cierra y el aire no acude a sus pulmones con normalidad. Piensa que Dugan ha dicho eso para molestarlo, estaba mal por la marca de su cuello y quería herirlo, hacerle ver que él también podía dañarlo. Pero muy en el fondo sabe que no es verdad, ¿por qué iba a mentir en una cosa que podría el omega comprobar fácilmente?

Entonces Mael acude raudo a la llamada de Marsaly con la intención de enfrentarla, pero su esposo se interpone en sus planes, abrazándolo por la espalda y presionando sus labios sobre la marca de su cuello. La sensación de plenitud y felicidad, hace que olvide el resto del mundo.

—Mi omega… ummm… hoy ha sido un día tan largo sin tenerte cerca — le susurra al oído haciendo reír a su esposo.

—Solo es mediodía, mi rey — le contesta, pero sin querer ni por instante que sus labios se alejen de su piel.

—¿Estás seguro? Yo diría que ha pasado una eternidad.

Taranis sigue olfateando el cuello de su esposo, como si necesitara esa energía para poder sobrevivir un día más. Mael se deleita con el momento, bebe de él como de un manantial de agua fresca. 

—Esta noche te quiero en mi lecho — le dice el alfa. — De hecho, te quiero en él todas las noches — resuelve.

—Pero, pensaba que era tradición que los esposos tuvieran dormitorios separados — le responde Mael, algo sorprendido.

—Seguirás teniendo tu alcoba, porque seguramente la necesitarás cuando haga algo que te enfurezca. Soy nuevo en esto del amor, así que es muy probable que eso pase. Pero el resto del tiempo te necesito conmigo. ¿Lo harás, omega?

—Nada me haría más feliz, majestad — le contesta con una sonrisa tan bella que rivalizaría con la misma Luna.

—Bien, entonces decidido. También venía a contarte que mañana salgo de viaje al este. Voy a reunirme con unos comerciantes de Pangea, es imperativo fortalecer nuestros acuerdos con ellos, ya sabes por qué — le explica el alfa.

—¿Es imprescindible vuestra presencia? — le pregunta un Mael muy asustado.

—Lo es. Sabes que no me gusta dejarte con nuestro emparejamiento tan reciente, pero es necesario, omega. Si puedo conseguir que los agentes de Pangea firmen un contrato de exclusividad con nosotros, puede que evitemos una guerra. El puerto dejará de tener atractivo para Tasal y se acabarán los problemas, o al menos eso espero.

—Entiendo, es algo realmente importante. Ojalá funcione, mi rey.

Más tarde, esa misma noche, Mael no deja de dar vueltas en el lecho que comparten. Siente en sus entrañas que algo no está bien, el dolor punzante en su estómago se lo dice. Taranis lo abraza con ternura mientras le pregunta si está bien. El alfa puede notar el malestar de su omega a través del vínculo, pero Mael le niega que algo le pase y deja un suave beso en los labios de su esposo que se relaja al instante. 

****

Ha sido difícil para Mael dejar marchar a su alfa. No ha tenido visiones últimamente, pero hay un malestar en su corazón que le advierte que algo pasará pronto y no es bueno. Ha despedido a su esposo en las murallas exteriores y después ha vuelto dando un paseo acompañado por Marsaly. La doncella está inusualmente callada, porque nota en su príncipe un cambio de actitud, una lejanía que le hace daño. No entiende la actitud del monarca y se pregunta que ha podido hacer mal para merecer la indiferencia de Mael.

Una vez en palacio el omega se ha retirado al dormitorio del rey, que ahora es el suyo también. Allí el olor del alfa está más presente, y Mael siente que puede respirar mejor. Ha pensado en enfrentar a Marsaly, pero siempre se acobarda, realmente es la única amiga que tiene en Tarsos, aparte de su hermano, nadie es tan cercano. No quiere oír de sus labios que lo que dice Dugan es cierto y perderla para siempre. 

Es media tarde cuando alguien llama a la puerta de la alcoba del omega. Mael se ha hecho una bolita en el centro de la cama, con la almohada de su rey enredada en sus brazos y varias prendas de ropa del alfa alrededor de su cuerpo. Ha sentido todo el día un malestar profundo, que solo se calma con el olor de su rey cerca. Así que, no sale de la cama y da el permiso a viva voz, para quien sea que lo perturbe, entre en la estancia.

—Majestad — oye decir a su doncella.

—¿Qué ocurre Marsaly? Hoy no me encuentro con fuerzas para atender a nadie, déjame solo — le pide casi sin fuerza en su voz.

—¿Qué he hecho para perder el cariño y la confianza de mi príncipe? — le pregunta ella sin rodeos.

Mael se levanta con desgana de la cama y se sienta en el borde del lecho, mirando fijamente a la doncella.

—Voy a preguntarte algo y solo quiero la verdad. Si me mientes haré que te arresten y acabarás en una prisión el resto de tu vida — le dice con una voz tan fría que hasta el mismo omega se estremece.

—No haríais eso… vos no… — balbucea Marsaly.

—A lo mejor porque soy un omega extranjero y trato con amabilidad a las personas, has pensado que soy alguien débil o estúpido, pero nada más lejos de la realidad.

—Nunca he pensado eso de vos, sois el omega del reino, misericordioso y amable. Preguntad lo que deseéis, solo responderé con la verdad.

—¿Habéis yacido con el rey? 

—En sus últimos celos, antes de su llegada se me designó para ese cometido. El rey no quería saber nada de omegas y exigió una beta para ese trabajo — le confiesa sin poder mirar a Mael.

—¿Por qué nunca me lo dijiste? ¿Por qué eres mi doncella? ¿Estás esperando tu oportunidad para deshacerte de mí?

—¡Jamás le haría daño, mi príncipe! Yo no ansío ocupar su puesto. Nunca quise haceros daño ¿Qué bien iba a hacerle saberlo? No significó nada para el rey y tampoco para mí. 

—No puedo confiar en ti. Debiste decírmelo, yo… no sé qué pensar.

—Por favor, no me deje de lado, majestad. Es mi destino velar por el hijo de la Luna— le suplica la sirvienta de rodillas.

—¿Cómo sabes todo eso? ¿Cómo que tu destino? — le pregunta un Mael muy confundido.

—Mi familia viene de un linaje de mujeres protectoras de los hijos de la Luna. Mi abuela me enseñó todo sobre los suyos. Ella cuidó el último descendiente de la diosa por estos lares, incluso pensó que se habían extinguido de la faz de la tierra, pero ahora vos estáis aquí y eso nos da esperanza — le confiesa entre lágrimas.

—Marsaly… — la llama el omega mientras se aprieta el abdomen con las manos.

—Majestad, ¿qué ocurre? ¿Está enfermo?

—No lo sé, me duele mucho el vientre… yo… ¡Ahhh! — grita de dolor.

—Tumbaos voy a llamar a la curandera, espere… 

—¡No te vayas, no me dejes solo, por favor!

—No me iré, pero tengo que hacer llamar a la curandera, se lo prometo no me moveré de su lado.

Mael asiente y deja que Marsaly llame a un mensajero para que haga traer a la curandera. Después vuelve con su príncipe y agarra su mano hasta que un tiempo interminable después llega Sahara.

La curandera es una mujer menuda, de piel negra y ojos penetrantes. Su vestimenta colorida y su espeso pelo rizado destaca en un sitio como Tarsos. No podría decirse su edad concreta mirándola a la cara, su piel carente de arrugas te dice que es una mujer joven, pero el brillo sabio de sus ojos te cuenta que hace muchas lunas que está sobre esta tierra.

—Sahara, el rey está enfermo, ayúdalo — le dice Marsaly cuando la ve llegar.

—Alteza, soy Sahara, curandera del reino y su humilde servidora — se presenta por primera vez.

—¿Cómo es que no sabía de tu existencia? No te he visto en el pueblo y tampoco en palacio — le dice Mael, no quiere fiarse aún.

—No vivo en el pueblo, no soy hija de Tarsos, como vos tampoco lo sois — le responde acercándose al lecho.

—Eres del sur, de las islas más allá de Paradis. ¿Qué hacéis aquí?

—Vine por amor, y me quedé por la misma razón. Ahora dejadme examinaros — le contesta apartando a Marsaly con suavidad y palpando el abdomen del omega.

—¿Es grave? — pregunta Marsaly con preocupación.

—¡Shhh! Chiquilla, no me dejáis oír — le recrimina la curandera y acto seguido toma el pulso del cuello de Mael y después, de lo que parece una eternidad, sonríe y se aparta con suavidad.

—Sahara, no es momento para tus acertijos, ¿qué le pasa a nuestro príncipe? — la interroga Marsaly.

—No es nada grave, es solo un embarazo normal y corriente. Es usual notar molestias al principio de la gestación, pero tiene que descansar y no hacer esfuerzos innecesarios.

—¿Embarazo? ¿Cómo es posible? Yo… — balbucea Mael totalmente en shock.

—¿No habéis tenido el celo hace poco? No creo que sea necesario contarle porque es posible, ¿verdad? — le dice Sahara con una sonrisa ladeada.

—Pero es muy pronto, ¿cómo sabes que es un cachorro? — le pregunta el omega.

—Su olor ya se nota, su pulso también es un indicativo. Además, veo que has hecho algo parecido a un nido. El malestar es debido a la ausencia de tu alfa, pero estaréis bien un par de días sin el rey.

—Un cachorro, majestad, es fantástico. ¿Estáis contento? — le pregunta Marsaly a un omega que todavía no asimila la noticia.

—Un cachorro… un hijo de mi rey — tartamudea. — Es realmente increíble, gracias Sahara.

— Marsaly, que tenga abundante agua y comida saludable, carne, pescado fresco y frutas— le pide a la doncella que asiente con la cabeza. —Volveré en unos días a revisarlo, de momento regreso a mi casa. Descansad majestad.

Un hijo, el heredero de Tarsos está por llegar. Mael está tan lleno de felicidad que cree pudiera estallar. No quiere esperar para decirle a Taranis que le dará un cachorro, que será tan hermoso como el rey, con ojos rasgados y piel blanca. Lo sabe porque lo ha visto en sus sueños, será un alfa poderoso y generoso, el orgullo de sus padres y de su pueblo.

Dos días después de la visita de Sahara, Mael no puede conciliar el sueño. Marsaly ha insistido en quedarse día y noche con él, teme que algo malo pase y ella no esté cerca de su príncipe. El omega baja de la cama intentando no despertar a su doncella y se sirve un vaso de agua, su garganta está seca y su piel está ardiendo. 

Entonces pasa. Un fogonazo de luz blanca ciega los ojos de Mael. La diosa Luna le deja ver a Taranis, está en medio de un mar de cuerpos que flotan sin vida en el agua salada del mar. Sus ojos están muertos y su piel se agrieta bajo el ardiente sol. El océano que rodea a su alfa se tiñe de rojo por la sangre de su pueblo. Después otra visión, el consejero de Tarsos, Dugan, con la marca de la traición reflejada en su frente, ha vendido a su propia gente, al hogar que lo vio nacer. 

El vaso cae sobre el suelo de madera rompiéndose en mil pedazos, haciendo que Mael salga de su trance y que Marsaly se despierte de golpe.

—¡Majestad! — grita corriendo hasta su príncipe. —¿Qué ha visto?

—El fin — le contesta Mael con una voz neutra carente de emoción alguna.

—¿Qué?

—Llama a mi hermano y a Tristán, tráelos aquí — le pide el omega.

—Pero…

—¡Ahora, Marsaly! — le grita y ella sale disparada a hacer lo que su príncipe le ha ordenado. Corre como nunca antes lo ha hecho, rezando para que lo que sea que haya visto Mael pueda detenerse.

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