Justificación

El inicio del segundo lapso fue incómodo. Había silencios extraños cuando entraba Tania al salón. A Uber lo habían enviado a dirección un par de veces por recibir amenazas en el recreo y obviamente, por responderlas de la manera que le parecía mejor: caerse a coñazos.

Tania por su lado permanecía muy callada. Se la pasaba cada vez menos con las Chicas Supervanidosas. Ese grupo ya tenía una fama amasada de ser chicas pues... Que ya habían experimentado. Demasiado para su edad.

En apenas tres años de perder su virginidad, Tania se había transformado en una figura popular por eso. Buscaba chicos que no eran del colegio, pero la gente terminaba por enterarse. Hasta los de primer año la reconocían y tenían chistes sobre ella. ¿Fui tan tonta por ser amiga de alguien así? Me costaba recordar buenos momentos con ella. Y me costaba defenderla.

Pero no era una tarea difícil. Tania recibía comentarios horribles en el receso de chicos desconocidos con una madurez alarmante. Una vez la defendí, pero ella se limitó a mirar al suelo. Pensaba que se iría a derrumbar a llorar en el baño. Pero no lo hacía.

¿Qué rayos pasaba en realidad?

Me armé de valor un día, después de escuchar consejos de Catherine y Liliana.

― Tania.

Se sobresaltó. Tomaba un jugo y miraba su teléfono, sentada en unas escaleras que daban al patio.

― ¿Qué?

Me senté cerca de ella, pero no tanto. Estaba totalmente sola. Algunas personas pasaban y la miraban. Otras comentaban evidentemente sobre ella en voz baja.

― Sé que necesitas hablar.

La vi limpiarse la mejilla. Rápidamente. A veces, Tania lloraba sin soltar ni un gemido ni espasmo. Me dolió un poco el corazón verla así. Y me sentí muy incapaz.

― No.

― Deja tu mariquera, Tania. No es normal que andes así. Que ni siquiera te defiendas. ¿Qué pasa? Te pintas las uñas de un color distinto todos los días.

― ¿Qué quieres? ¿Que llore como tú, cuando te dijeron que no valías la pena ni para que te violaran?

Bajé las cejas. ¿A qué venía eso?

― No dije eso...

― Estaría bien si no fuera por Uber...

― ¿Y por qué no dijiste nada de que habías perdido el teléfono el mismo día?

Se sonrojó fuertemente.

― Tú le crees...


― Tú no dijiste nada. No es cuestión de creerle o no. Tú eres demasiado escandalosa como para callarte eso.

― Bueno, está bien. –Se levantó, me haló del brazo hasta el baño, cerró la puerta –para mi sorpresa-, dejó el teléfono cerca del lavamanos.

Yme contó una historia de lo más... Extraña. 

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Editado el 8 de julio de 2018

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