7. Derrotas
― ¡Coño de la madre!
Claudio se rió. Enmanuel me había prestado su PSP para jugar contra Claudio, y había perdido por novena vez.
― ¿Cuánto es?
― No sé, pero mañana te lo pago. –Le dije, derrotado... Me gustaba mucho ese juego y lamenté mucho haber perdido habilidad en él.
La última hora de clases fue como una hora libre, la profesora de literatura nos dejó jugar cartas o hablar, mientras fuéramos callados y fingiéramos estar haciendo cosas en grupo. Violeta se juntó con Tania, pero no interactuaba, solamente leía mientras su amiga y las otras se mostraban conversaciones privadas con sus novios.
Eran demasiado diferentes. ¿Por qué coño seguían hablándose? ¿Y por qué me importaba? Nunca había sido chismoso con esas cosas.
Pero tal vez ella era la excepción.
Tania no hacía más que demostrar lo vacía que era, y eso que simplemente la veía cuando ella y Violeta conversaban. Le decía "Vio, Vio, mira esto..." y le mostraba alguna cosa que evidentemente no era de su interés.
Vio. Sonaba bien.
Tania me miraba a veces. Cuando la atrapé una vez y nuestras miradas se cruzaron, le alcé la ceja.
‹‹¿Qué mierda quieres?››
Bajó la mirada, como intimidada. Y sonreí. Me caía mal. Y el que me la hubiera cogido no cambiaba nada. De hecho generé cierto miedo a pensar en eso demasiado, pero el recuerdo de esa tarde no llegaba en los momentos más importantes. El porno cumplía bien su propósito. Creo que le demostré muy bien que no me interesaba en lo más mínimo y quería dejar eso muy claro.
Violeta parecía acostumbrarse a mis preguntas... algo estúpidas.
― ¿Qué lees?
A veces me mostraba la portada del libro, o a veces decía.
― Carrie, de King.
Sentía que había más curiosidad y perplejidad que miedo en sus respuestas. Eso era genial.
― ¿Y de qué va?
― De una chica que fastidian, desarrolla poderes psíquicos y los mata a todos.
Me reí. ¿Será que ella querría hacer algo así? No sé... pero ella también sonrió.
― Suena bien...
― Es bueno. Tiene una película –añadió-, pero no sé si es buena.
Le agradecí la recomendación, intentando no poner cara de estúpido.
Otro día me sentí algo mal, estuve toda la clase apoyando la cabeza en mi mano. Violeta me ofreció agua, y una pastilla.
― No creo que estés enfermo, pero por si acaso.
Claro que estaba enfermo. No era normal sentir esos espasmos en el estómago por esa tontería.
¿Y si me declaraba?
Lo había leído, mi abuelo me lo había sugerido... ¿Estaba enamorado? Ella me gustaba, pero...
¿Por qué no? Ya había dado unos cuantos pasos...
Esperé al recreo. Me detuve antes de salir al patio, fingiendo haber olvidado el teléfono. Aproveché para dejarle una nota que sobresaliera de su cuaderno.
No sabía qué le iba a decir, ni cómo...
Y se hizo la hora sin darme cuenta.
La esperé en una plaza pequeña con árboles que había a la entrada del colegio, frente al estacionamiento de autobuses.
No sabía qué hacer con las manos o con mi cuerpo. Me sentaba. Me levantaba. Ponía las manos en el bolsillo de la chaqueta, del pantalón, tamborilaba el pie... Incluso me mordí una uña, algo que dejé de hacer cuando tenía diez años... y la vi acercarse.
Entré en pánico. No sabía a dónde mirarla, decidí quedarme de pie con las manos en los bolsillos de la chaqueta. Ella me notó, suspiró, y caminó hacia mí con una expresión extraña, mirando alrededor.
― ¿Crees que no me habían hecho esto antes, Uber?
― ¿Cómo?
― Seguro habías sido cómplice y todo...
Moví las cejas. Una hacia abajo y otra hacia arriba.
― No entiendo.
― Yo sí, sé cómo es esto.
― ¿De qué hablas?
Cuando lo terminé de decir me acordé súbitamente. Claro. Dos años atrás, Camilo había dejado una nota en el cuaderno de Violeta precisamente para que ella creyera que se le iban a confesar. Yo no había sido parte del juego, pero tampoco lo detuve... Quién lo diría. Ahora pensaba que yo estaba siendo igual de imbécil.
― No, no te hice venir para que perdieras el tiempo. –Ella tamborileó su pie, cosa que me crispó los nervios.- Mira, no es lo que crees.
― ¿Entonces? –Exigió. Me obligué a cerrar la boca y dejar salir el aire por la nariz, como si no fuera nada.
― Solamente... Sólo escúchame. ¿Te puedes sentar? –la invité con un gesto, y ella prácticamente se lanzó a un banquito, con las piernas y brazos cruzados. Apreté los dientes apenas un poco.
― ¿Entonces?
― Primero... -dije, sentándome frente a ella- No hay nadie. Sólo quiero que me escuches. No hay... No sé, no hay nadie aquí que vino a burlarse de ti. De verdad.
― ¿Crees que me voy a creer eso? -Bajé las cejas.- Después de tantas... Tantas burlas –comenzó a subir el tono- ¿Crees que me voy a creer esto? ¿Que me vas a decir algo en serio? No soy estúpida, Uber. Y si crees que soy estúpida eres bien imbécil.
― No eres estúpida, tienes buenas notas y...
― No hablo de notas, tarado idiota.
Sentí el párpado inferior cerrarse frenéticamente varias veces. Tomé aire lo más calmadamente que pude.
― Yo tampoco. No te estoy diciendo estúpida. Y no lo haría.
― ¿Ah no? No es como si me hubieras dicho cosas peores.
Bien, no podía negarle eso. Era inevitable sentirme más molesto que dolido por todo.
― Eso era antes... escucha...
― Es que no te quiero escuchar. Lo que vayas a decir es...
― Te estoy diciendo que ESO ERA ANTES, COÑO.
Ay mierda. Alcé demasiado la voz, demasiado. Me miró con cierto miedo, y se levantó. Me alcé con ella.
― No espera... Lo siento, Vio...
― ¡No me llames Vio como si...!
― ¡Violeta! ¡Violeta! –corté su entusiasmo a tiempo. – Lo siento.
― Es que ni siquiera eso te creo.
― ¿El qué?
Se había puesto roja, la pollina se le había despeinado y apretaba su pequeño puño en la tira de la mochila, dispuesta a irse.
― Que lo sientes.
Se volteó para irse, pero la tomé de la muñeca, con una delicadeza que no creí capaz.
― Entonces me esforzaré para que me creas.
― Suéltame.
― No hasta que me escuches... Al menos.
― Quiero que me sueltes.
La miré a los ojos, decidiendo si soltarla. Tenía los ojos húmedos, las mejillas rojas y los labios apretados. Noté un par de lunares en su frente amplia, ocultos parcialmente bajo su cabello color miel. Aflojé mi agarre.
― ¿Por qué insistes tanto? –dijo con un susurro.
― Porque no vine a decirte una estupidez. Me gustas. Pero no es sólo eso. Creo que... Me estoy enamorando de ti.
No era lo más romántico que tenía en mente, pero simplemente lo solté sin pensar. Tragué saliva al ver que su expresión cambiaba al más puro asombro. Sentí su mano temblar, y la mía también. La solté, y ella la apartó.
― Yo...
¿Pero cómo explicárselo?
¿Cómo decirle que cuando miraba hacia ella esperaba encontrarme con su expresión distraída? ¿Que se había convertido en un misterio que quería resolver?
― He... Cambiado.
― Sí, has dejado de ser estúpido una semana.
¡Una semana! Si hacía casi mes y medio de eso. Me sentí algo dolido que no se hubiera dado cuenta.
― ¿Crees que por dejar de fastidiarme me iba a hacer bajar la guardia?
Por supuesto. Me dolió el pecho. ¿Cómo después de tantos años de comentarios crueles iba a poder soñar que Violeta iba a comenzar a apreciarme, sólo por dejarla en paz un rato?
Pero no sabía si volvería a tener esa oportunidad.
― De acuerdo... Tengo días pensando en si debía hacer esto. Una disculpa no es suficiente, es solamente el principio. Sé que no hay manera que ignores años de... Yo...
Violeta arrugó la expresión y se tapó el rostro con las manos. Agradecí tener la costumbre de cargar un pañuelo junto a la billetera, y se lo ofrecí. Pareció agradecer el gesto, aunque no dijera nada.
Sollozó un momento, en el más absoluto silencio.
― No me estoy burlando de ti. Te lo juro. Es verdad. No quería ocultarlo más tiempo.
― Créele, Vio. Dice la verdad.
Ambos nos volteamos. Tania nos miraba apoyada de un árbol, con los brazos cruzados.
Descubrí que se podía estar aún más nervioso.
¿Y si ella le había hablado de aquella... Tarde? No sabía si quería saber la respuesta a esa pregunta.
― ¿Qué haces aquí, Tania?
― Vi la nota que te dejó en el cuaderno.
― Qué... ‹‹Puta›› Metiche –logré contenerme. Tania me miró mal, bajando los brazos, haciendo que le rebotaran los senos. ¿Qué no llevaba sostén o qué?
― No lo has notado... pero Uber no te mira o habla para fastidiarte, sino para preguntarte cosas. Se comporta en extremo normal contigo. La parte de que le gustas debe de ser verdad. Y de que lo siente.
Lejos de agradecer su apoyo, me crispé de rabia.
― ¿Cuánto tiempo llevas escuchándonos?
― Eso no importa.
¿Que no importa? Quería lanzarle el bolso a la cara. Ella se acercó y tomó el bolso de su amiga.
― ¿Qué se supone que haces?
― Nos vamos.
― Ella se va si quiere, no si...
― Me voy... - dijo Violeta débilmente.
― Pero...
― No sé qué responderte. Necesito tiempo para eso.
Aún me dolía el pecho. Tania se volteó para dedicarme una mirada extraña. Violeta no volteó.
Micorazón era un simple puñado de escombros inútiles y dolorosos. Me senté alfin, con la cara entre las rodillas, sintiéndome el ser más derrotado delmundo.
~
Editado el 5 de julio de 2018
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