40. Supergirl

Comenzaron los preparativos para la obra de inglés. Violeta y yo seríamos los directores de todo, dado que fue nuestro guión el que fue elegido...

Era una ladilla, pero era otro motivo para visitarla a su casa. Se asignaron cuadrillas de maquillaje, vestuario y actores y todas esas cosas. En la primera reunión, a la segunda semana del lapso, fuimos a su casa mis amigos, un par de chicas del salón y yo, a comenzar a armar un calendario. Lele se quedó mirando su impresionante biblioteca, y tomó un librito rojo con líneas rosa. Lo reconocí como aquél libro que le había devuelto aquella vez con sus cosas, cuando se las robaron.

― Violeta ¿me puedes prestar éste?

― Ah... sí, claro.

― ¿De qué es ese libro? –preguntó Michel. Lele lo guardó rápidamente en su bolso.

― ¿Para qué quieres saber? Tú no lees.

― ¿Y tú sí? –se burló Enmanuel, que se calló inmediatamente cuando Carolina le dio un lápiz y le pidió que pasara a limpio todo lo que habíamos planeado.

Violeta estaba muy seria ese día. Y me escribió por el teléfono mientras trabajábamos.

Mañana que tenemos libre ¿podemos hablar de algo? 3:21

La miré. Claro. No quería que nadie se enterara que a veces la pasábamos juntos ¿verdad? Eso me dolió y me molestó, y no le respondí sino cuando nos despedimos todos en la entrada de su edificio. Fingí quedarme allí en el escalón de su edificio, amarrándome las trenzas.

― Sí puedo verte mañana. ¿Dónde? ¿Aquí?

― Sí. –dijo, muy seria.

― ¿Qué te pasa?

― Mañana te digo. Vamos... Es tarde.

Estaba sumamente tensa, y no me dio tiempo de preguntarle nada, ya se había volteado y huido tras la puerta de vidrio. Tuve que irme sin más.

Al día siguiente acordamos, y llegué a su casa a las nueve de la mañana. Llegué temprano, porque mi papá me dio la cola. Era la primera vez en mucho tiempo. Aproveché que se iba a reunir con unos abogados sobre mi caso, por si pasaba algo.

No tuve que llamarla. Ya estaba esperándome en la entrada, con un libro pequeño en las manos. Uno que le regalé.

― ¿Apenas lo estás leyendo?

― Ah... Es que tenía muchos libros por leer. –Me guió al jardín del edificio, donde había un parque grande, con columpios y todo.

― Voy a tener que leerlo de nuevo, no me he podido concentrar. –dijo, sentándose en un columpio.

Me quedé cerca de ella, mirándola. Ella alzó el rostro y me veía, como insegura.

‹‹Suelta lo que me ibas a decir. Anda. ¿Qué no quieres volver a hablar conmigo? ¿Que... me estoy ilusionando como un pendejo? Habla.››

― Uber... -dijo con un hilo de voz.- Tania me dijo que la violaste.

Por un momento no le entendí. Procesé las palabras, como saboreándolas en la boca. Y todo se me nubló.

― Tú no...

Ya no la escuchaba. Me giré y golpeé la pared con el puño con toda la fuerza que pude. Una. Dos. Tres. Cuatro. Cin-

― ¡Uber! ¡UBER!

Ocho. Nueve. Di-

― ¡Cálmate!

Detuve el puño en el aire y gruñí.

― ¡Eres un inmaduro! ¡Cálmate!

― ¡No soy un inmaduro! –gruñí de nuevo. Me quité el suéter, que de repente estorbaba, y lo lancé. Cayó en la rueda del parque.

― ¡Intento hablar de algo y...!

― ¿Y QUÉ? ¿Cómo quieres que me ponga? ¿Cómo me pongo si Tania dice que soy un violador? ¡Es una maldita PERRA!

― ¡UBER!

― ¡De haber sabido que se pondría así no me la coj...!

Cerré la boca justo a tiempo. ¿O se había entendido lo que dije? Volteé a mirarla. Vio se puso una mano en el pecho. Se le arrugó el rostro.

Claro que había entendido.

Ojalá hubiera conocido una manera de apagarme el cerebro y morirme allí mismo. Es lo que quería. Sentí el corazón en la garganta, recordándome tantas otras veces iguales, cuando la ira me invadía y no lograba controlarme.

Pero no podía decir una palabra, no me podía mover.

― Entonces... ¿es verdad?

― No. ¡NO! -Me acerqué a ella, que se dejaba caer en el columpio.- ¡Yo n-n-n-no le hice n-nada q-qu-que ella no quisiera! –dije, odiándome por tartamudear.

― ¡Lo hiciste con ella! Y yo no le quería creer que... clavó los talones en el suelo, para evitar balancearse.

Me acerqué lentamente. ¿Y si me temía? ¿Y si me odiaba? Me puse de cuclillas frente a Vio para poder mirarla mejor. Las pecas se tapaban parcialmente por su cabello suelto. Se veía triste. Nunca la había visto así.

― Escucha yo... -pero no sabía qué decir realmente.- Tania se... Tania me escribió, que nos viéramos. En octubre, hace millones de años. Antes de que yo comenzara a hablar contigo. Antes de todo. Y lo hicimos.

Me sentí estúpido, como si hubiera confesado algo horrible. Violeta apretó los labios, mirándose las rodillas, y se le aguaron los ojos.

― Te juro por todo lo sagrado que yo no la violé.

Ella me miró un momento, y volvió a mirarse las manos.

― Me mentiste.

― ¿De qué hablas?

― Me dijiste que te gustaba y que... Y que...

― Escucha -¿Había entendido bien?- Me gustabas antes de eso. Me gustabas cuando te lo dije. –Tomé las cadenas del columpio para acercarme más- Me gustas aún ahora.

― ¡Eres un asqueroso! –me empujó, y casi caí hacia atrás, tuve que apoyarme con el pie. - ¿C-c-cómo pudiste haberlo hecho con ella? ¿Y mientras yo te gustaba? –Me empujó otra vez cuando intenté levantarme, y caí. - ¡Mentiste!

― ¿Qué? ¡Claro que no, coño! ¡No seas bebé, Violeta! Que tuviera sexo con ella no anula mis sentimientos. –No me dejó levantarme, empujándome de nuevo.

― ¡No me digas bebé! –gritó con un tono agudo insoportable.

― No necesitas querer a alguien para tirar ¿sabes? –Se lo solté, levantándome al fin y encarándola.

― ¡Qué asco, cállate!

― Tú no lo has hecho, no entiendes. No te da tiempo de pensar. Cuando todo eso termina te das cuenta que la cagaste.

― ¿Cómo sabes que...?

Bufé, burlón.

― Me jugaría la vida que no lo has hecho. ¡Pero ese no es el punto! –cruzó los brazos, molesta. – Ella lo pidió ¿sí? En serio. Me hubiera dicho... En medio de eso que... Que no, o algo... ¡Pero no dijo nada! Es más, se fue diciéndome sólo quería saber cómo se sentía –dije, imitando una voz de niña.

Violeta me miraba, como contrariada.

― Es más, no me ha vuelto a hablar desde...

Desde que pidió dinero para el aborto.

Tal vez Violeta no lo sabía. Pero eso hizo 'clic' en mi cerebro. De nuevo, golpeé la pared.

― ¡ESA PUTA!

― ¡Uber!

Había dejado su teléfono en mi bolso e intentado chantajearme... ¿Todo por pagarle el aborto? ¿O por venganza de no estar con ella? No importaba. Importaba que ya comenzaban a dolerme los nudillos contra la pared. Pero no podía parar.

― ¡BASTA!

Resoplé por el esfuerzo, y me dejé caer a la rueda del parque. Sintiéndome lo más miserable y estúpido que existía en el mundo.

La había asustado. Lo sabía. Me logré ver las manos antes de taparme la cara con ellas. Tenía sangre.

La grama crujió frente a mí, y unas manos pequeñas me pararon de golpe las ganas de llorar de frustración, al tocar delicadamente las mías, y bajarlas.

― Cálmate. Cálmate. Dime.

― Tania está embarazada... Me pidió para un aborto, pero yo sé que no es... Sé que no es mío. Es mentira.

Nos quedamos en silencio unos segundos.

― ¿Cómo sabes que es mentira?

― Porque la confronté... Hubieras visto su cara. Dijo que su novio no se haría cargo, que yo era mejor que él... ¿Desde cuándo soy mejor que Camilo?

― Desde siempre has sido mejor que ese imbécil.

Apartó sus manos, pero logré atrapar una, y la sostuve allí entre la mía.

― Pero sigues siendo un inmaduro.

Tomé aire.

― No puedo dejar que creas que soy... No valdría la pena nada si crees que soy así.

― ¿Inmaduro?

― No, coño... Si soy un... Maldito de ésos. Jamás querrías acercarte a mí.

Subí la mirada, y al mirarla me sentí más calmado. Tenía la boca entreabierta, y se apresuró en cerrarla. El rostro todo rosado. Tenía el cabello atado con un moño, se le habían soltado algunos mechones y éstos apenas le rozaban donde se unía su cuello con su hombro.

― No creo que seas un violador, Uber. –Dijo al fin. -¿Pero puedes dejar de golpear la pared?

La solté de las manos y me levanté, algo irritado otra vez.

― ¿Qué se supone que...? ¿Cómo se supone que me ponga? ¡Si es peor que acusarme de matar a alguien!

― ¡Agh! ¡Intento ayudarte y te pones como un estúpido!

Nos cruzamos de brazos y nos sentamos en la rueda, mirando en direcciones opuestas.

― Sólo quería que supieras que tal vez... Tania busque demandarte o algo así.

Me reí, y la miré.

― ¿Qué pasa?

― ¿Cómo lo haces, Vio?

― ¿Qué cosa?

― ¿Cómo puedes buscar ayudarme después de todo esto? ¿No te causo demasiados problemas?

― No puedo dejar que te acusen así. Es injusto.

― Gracias por creerme. -Se volteó para mirarme.

― Te creo que... Has cambiado. Que no harías eso y que, bueno-

La rodeé con el brazo y me apoyé en su hombro, sin darle tiempo a nada. Un abrazo extraño, no quería que me mirara la cara.

Suspiré. Qué fácil era el mundo, si Violeta me creía.

La iba a soltar, ya apenado, cuando sentí sus manos rodeándome con timidez.

Sentir sus dedos en mi espalda me dio un escalofrío. Su otra mano se apoyó en mi hombro, con dedos temerosos y ligeros, y me rodeó.

― Gracias por creerme.

― Ahora te toca que te crea la directora, el psicólogo, la...

― ¡Arruinas el momento!

Ella se rió nerviosamente, eso salvó la incomodidad que vino después de separarnos.

― Y por cierto, parece que ya me creen.

Respondió con una sencilla sonrisa.

― ¡No sabía! Qué bien.

― Gracias, Vio. Gracias por...

Ella se encogió de hombros, sin verme.

― Es en serio.

― Lo sé.

Sonrió aún más. Y reí al ver que bromeaba. Los cachetes se le redondearon. Y la empujé suavemente con el brazo.

― Te odio un poco.

― No, no lo haces.

No, claro que no lo hacía.

Me obligó a subir a su casa y curarme los nudillos. No pensaba que pudiera merecer tanto después de causarle problemas.

Tenía que pensar en cómo retribuírselo.

~

Editado el 8 de julio de 2018

Nota del autor: Coño de tu madre Uber, animal, contrólate un poco, hombre xD

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