PRÓLOGO





Madeleine Bellefleur se dirigía a pasos rápidos y cuidadosos a la dirección indicada en el pequeño papel que recibió de su amiga Jocelyn Fairchild, ahora Morgenstern. Era una casa situada en mitad de un frondoso bosque, alejada de la civilización. Ella sabía que no estaba bien ir a visitarla, a la mujer de Valentine, pero era su amiga y sabía que Jocelyn necesitaba verla, al fin y al cabo ella estuvo siempre que la necesitó, estuvo para ella y la pequeña Roselyn. No podía mirar hacia otro lado e ignorarla.

La casa era grande y mostraba una gran monumentalidad desde las paredes de oscuros ladrillos hasta la imponente altura. Con un brazo sujetando a su hija que parecía comenzar a despertarse y alzó el otro para golpear levemente la puerta que había frente a ella.

Frente a ella apareció un hombre alto de pelo claro y ojos profundos. La pesadilla de tantos subterráneos y cazadores de sombras estaba frente a ella con una diabólica sonrisa, cuánto daría por poder borrársela de un golpe con su cuchillo serafín...

—Madeleine Bellefleur, es un placer volverte a ver... ¡Y ella debe de ser Roselyn! Pasa, Jocelyn te espera en la sala de estar.

Ignoró el intento de tono amable del hombre saludándolo con una amabilidad fingida y avanzó por la casa hasta situar a su querida amiga. Conocía su situación y solo esperaba que su plan saliera a la perfección, de lo contrario daría igual lo mucho que el hombre quería a su esposa, no dudaría en matarla. Llegó a la sala de estar de la vivienda y allí encontró a una mujer de cabello brillante como el fuego. Pudo darse cuenta de la cara de alivio que tuvo al darse cuenta que las pisadas pertenecían a Madeleine y no al otro cazador de sombras.

—Mads, que alivio volver a verte, me hacía mucha falta poder hablar contigo otra vez en persona... ¡Por el ángel! ¿Ella es Roselyn? Es preciosa, y muy grande... Tiene casi el mismo tono de cabello que yo, aunque mucho más anaranjado—ambas rieron —¿podría...?

Madeleine sabiendo a lo que se refería asintió y le pasó con cuidado a la pequeña de seis meses, la cual ni se inmutó ante el cambio debido a que todavía estaba despertándose de la siesta que había durado casi dos horas. Ambas mujeres hablaron tranquilamente con cuidado de que Valentine llegara a oírlas, evitando hablar de más y tratando temas triviales. Pero fueron interrumpidas por la aparición de un niño pequeño con el cabello castaño rojizo y los preciosos ojos verdes idénticos a los de su madre. Era el hijo de Jocelyn, y la otra mujer había sido informada de su peculiar condición. Jocelyn abrió los ojos y comenzó a decirle que se marchara por miedo a que le ocurriera algo a la niña que tenía entre sus brazos, pero Madeleine la interrumpió diciendo que no pasaba nada y con una sonrisa agarró a su hija y se sentó en el suelo para que el niño viera a la bebé mejor.

Daba igual que tuviera sangre demoníaca, los subterráneos también la tenían y eso no significaba que fueran malvados. Era solo un niño que quería el amor de sus padres y necesitaba ser guiado por el camino correcto. Los ojos de este se abrieron con sorpresa y admiración al ver a la pequeña criatura, en su rostro apareció una sonrisa y quiso tocar la mano de la niña pero se paró a mitad de camino para mirar interrogante a la mujer frente a ella, sabiendo que su madre odiaba que tocara seres vivos porque sin querer hacía que las plantas se marchitaran ante su toque. Pero Madeleine (a pesar de dudar por unos instantes) quiso hacer sentir mejor al niño de dos años y asintió con una cálida sonrisa.

Tocó con cuidado la pequeña mano del bebé, esta inmediatamente abrió sus ojos que resultaron ser tan marrones como el chocolate que él tomaba a escondidas de vez en cuando cuando su padre salía a trabajar. Y para sorpresa de ambas mujeres y de Jonathan, Roselyn se puso a reír y sujetó con sus pequeños y regordetes dedos la mano del niño.

—Jonathan, ella es Roselyn.

El pequeño que todavía encontraba dificultad para decir algunas palabras habló.

—Rosie.

Esa fue la primera y última vez que se vieron ambos durante muchos años, tiempo después Madeleine se enteró del incendio y muerte de la familia. Sabía los planes de Jocelyn pero por su seguridad era mejor no contactar con ella por lo que nunca llegó a saber si realmente la mujer consiguió escapar o no. Y así era mejor, o eso creía. Tuvo suerte cuando la Clave no la interrogó con la Espada Alma y al no tener pruebas de que pertenecía al Círculo o que era seguidora de Valentine la dejaron marcharse de Idris a su país de procedencia, Francia. Ahí, en el Instituto de París, vio como su hija crecía convirtiéndose en una joven inteligente, preciosa y letal. Siempre se arrepentiría de lo mucho que la forzaba en los entrenamientos pero su trabajo era muy peligroso y tenía que prepararla de la mejor manera posible. Tampoco ayudaba que a la niña le costara bastante la parte física de la formación y eso hacía que Roselyn se empeñara más en mejorar, queriendo ser de las mejores.

Madeleine, a pesar de todo, también estuvo cuando su hija más la necesitaba. Se quedaba despierta hasta que la pelirroja volvía a dormirse después de una pesadilla, le agarraba la mano cuando tenía que ponerse una runa dolorosa o la consoló después de su primera menstruación. A pesar de todo era la niña de sus ojos y no quería que el mundo cruel la hiriera, aunque años más tarde se dio cuenta de que también le había transmitido una visión pesimista de todo, los demonios, desconfianza de las personas, estar siempre alerta, creer que no iba a encontrar el amor... Esos pensamientos y muchos más rondaban en la mente de la pelirroja y dudaba que llegaran a irse algún día.





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