Capítulo 25.
—Y bien, así fue como perdí mi virginidad— retiré la mano de mi rostro y observé a Sam, que manejaba feliz el carrito de golf. ¿Cómo podía estar tan animado, después de que nos levantamos con tremenda resaca?
—Me encantaría saber en qué momento te pedí que me hicieras esa historia— mi compañero volteó a verme por una fracción de segundos, sus cejas juntas en una expresión de confusión.
—Ya me doy cuenta de que te dormiste parte del camino— el carrito se estremeció y yo gruñí, mi cabeza dolía y tanto movimiento no estaba ayudando.
—Si bueno, no me interesa— Sam soltó una risita.
— ¡Odio que estas cosas vayan tan lento! — exclamó y yo tuve que cubrirme los oídos.
Ni siquiera recuerdo cómo fue que llegamos a mi habitación anoche, o el motivo en concreto por el cual había amanecido con este hombre, el cual me había soltado una patada mientras dormía, y encima de todo, me babeó un pie.
—Bueno, hoy es nuestro último día en este lugar, ¿lista para ir a bailar en el tubo como dos idiotas? — le observé de reojo, con una sonrisa empezando a formarse en mis labios.
—El que se caiga primero del pole debe darle dinero al otro, el mínimo mil papeletas— Sam detuvo de golpe el carrito y yo maldije.
—No sé de dónde sacarás todo el dinero entonces, porque te venceré— asentí estirando los labios, como si le creyera.
Este no sabe con quien se acaba de meter a competir, mucho más en el pole.
El cuarto estaba tan oscuro como su alma. Sus manos frías deseando acariciar una vez más la piel de aquella mujer que despertaba los deseos más oscuros de su corazón. Aquella chica con la que soñaba día y noche.
Un gruñido escapó de sus labios mientras llevaba una mano a su miembro y lo envolviera. Estaba tan duro, sus venas claramente marcadas, el recuerdo de ella vivo en su mente, pero sus ojos cristalizados, estaban en su corazón.
Era un idiota.
Dio un tirón, luego otro, desesperado por encontrar su liberación, delirando con la figura de aquella mujer, el sabor de sus besos y sus manos tratando de retirar aquel pequeño juguete cortesía de su amigo.
En su mente estaban vivos aquellos jadeos, cada uno de ellos bien tenía el poder de arrancarle un latido a su corazón, y dejarlo en mal funcionamiento. Gimió esta vez él su nombre, como una súplica para que terminara con su tortura, para que abriera aquella puerta y pudieran arreglar todo.
Alzó las caderas mientras seguía bombeando, su garganta comenzaba a secarse, y cuando pensó que alcanzaría su liberación, aquella imagen de ella retirándose la máscara volvió a su memoria y el perdió toda fuerza, como había sido desde aquel momento, como sería por el resto de su vida, si no encontraba una manera de arreglar la situación.
Aún así, su miembro parecía estar alocado, pues el líquido espeso empapó su mano, y se contrajo varias veces. Soltó una carcajada, sintiéndose verdaderamente asqueroso, y todo porque era un cobarde.
Eso era lo que siempre había sido, un títere fácil de mover, un cobarde en todo el sentido de la palabra. Que el infierno se apiadara de él.
—Ven y enséñame lo que tienes niño— Sam había ido en serio con su reto en el pole, yo por mi parte, estaba segura de estar algo fuera de práctica, pero puedo vencerlo.
—Mírame, vejestorio— Sam agarró el pole y giró en él, para luego detenerse y mirarme con una sonrisa de oreja a oreja —, pues, eso es todo lo que sé, ¿ves? te dejé sin palabras, ya te gané— eché el cuello hacia atrás, soltando una carcajada.
—Vaya que me sorprendiste, esos movimientos son los mejores que he visto— Sam sonrió con suficiencia —, bien ¿ya puedo dejar caer la mentira? — su rostro se descompuso, y so coloqué una mano en el pole, comenzando con una figura sencilla y básica, el Rock n' roll —, observa novato— di la vuelta al pole, combinando la primera figura con la siguientes tres, Espiral, Bombero y culminé con un Fan kick.
Sam estaba con la boca abierta.
—Bueno señora, perdóneme la vida por ser hombre— solté una risita juguetona, mientras dejaba el pole a un lado.
—Son las únicas que sé que puedo hacer bien ahora, sin quebrar mi cuerpo en el proceso— confesé, mientras me cruzaba de brazos, justo como siempre hacía cada vez que tenía que observar a una colega tratar de brillar, luego de que yo mostrara mi rutina a los clientes.
—Bueno, yo le doy una vueltita— caminé hasta los sillones, mientras el chico daba vueltas como un niño pequeño.
— No tiene gracia querer bailar en el pole sin buena música— reproché, observando mejor el lugar, a ver si era capaz de encontrar algún reproductor.
—Pues no tengo ni la más remota idea de donde se puede encontrar uno en este lugar— suspiré.
—Suelta el pole y ayúdame— pedí, el obedeció y en cuestión de segundos ya lo tenía a mi lado.
Poner música con Sam no fue buena idea, no mientras lo veía tratar de menear el trasero con la canción de Baby Shark de fondo.
Qué carajo estaba pasando en ese momento.
—Vamos abuela, ¿no que eras la diosa en el tubo? Ahora veamos si puedes superar mi mega movimientos— observé las paredes curiosa, ¿de casualidad nos estarían grabando? Porque de ser así, necesito una copia.
— ¿Acaso eres un pokémon para tener mega movimientos? — Sam se detuvo de golpe, para luego observarme como si hubiera blasfemado en su contra.
—Que perra— finalmente dijo, yo le sonreí falsamente, mostrando los dientes.
— ¿Y qué más seré? — cuestioné, dándome la vuelta —. Sin tu permiso— pude escucharlo soltar un pequeño ¿eh? a mis espaldas.
— ¿La frase no es "con tu permiso" ? — le observé de reojo.
—Sí, pero yo nunca he necesitado el tuyo, besos— Sam rió y yo caminé de vuelta al reproductor, para hacernos el grandísimo favor a los dos de cambiar esa estúpida música.
Claro que mi elección no pudo resultar siendo mejor que la suya, pues concluímos con una competencia de quién hace más fuerte el guarrido de los cerdos, y luego reforzamos el poder de la amistad bailando como dos borrachos el opening de My Little Pony.
Acostada en el sofá, con el estómago ya doliéndome por todas las carcajadas, no pude evitar ponerme algo sentimental. Sam me había sacado de mi miseria aunque yo no quisiera, me llevó a comer, me pagó un tatuaje y bailó conmigo hasta que los pies nos fallaron y ya hasta gallos no salían mientras cantábamos.
—Oye Sam— murmuré.
— ¿Hmm? — le observé unos segundos, antes de llevar mi mano a su cabello y acariciarlo.
—Gracias.
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